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lunes, 2 de septiembre de 2024

Harding-Alvear: "Telegramas por trasmision de mando" (12 de octubre de 1922)

Washington, Octubre 12 de 1922.

A Su Excelencia el Doctor Marcelo T. de Alvear, Presidente de la República Argentina.

Buenos Aires.


Excelencia; en esta auspiciosa ocasión de vuestra elevación al alto cargo de Presidente de la Argentina os hago llegar mis sinceras felicitaciones por la confianza depositada en Vuestra Excelencia por el pueblo argentino y mis mejores deseos por el mayor éxito en la administración de los destinos de vuestro gran país, con la seguridad de que me consideraré muy feliz en cooperar de todo corazón con Vuestra Excelencia para mantener y estrechar las cordiales relaciones entre los dos pueblos en beneficio de sus intereses comunes.

WARREN G. HARDING.


Buenos Aires , Octubre 12 de 1922.


A Su Excelencia Mr. Warren G. Harding, Presidente de los Estados Unidos de América.

Washington.


Agradezco íntimamente al Presidente de los Estados Unidos de América las felicitaciones y votos formulados con motivo de mi ascensión al cargo de tanto honor como responsabilidad a que el pueblo argentino me ha llamado.

Aseguro a Vuestra Excelencia que no he de omitir esfuerzo para estrechar cada vez más los vínculos que siempre nos han unido a esa grande y admirable nación cuya democracia y cultura ejercen en el mundo acción transcedental y civilizadora.

ALVEAR.









Fuente: "Telegramas por trasmision de mando Harding-Alvear" en Memoria presentada por el Sr. Ministro de Relaciones Exteriores y Culto, Dr. Angel Gallardo ante el Honorable Congreso Nacional por el periodo 1922-1923, 1924,


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domingo, 5 de febrero de 2023

Vicente Dante Lauria: "Himno radical en Homenaje al Dr. Alvear" (1939)

Homenaje al primer soldado de la democracia.

DR. MARCELO T. DE ALVEAR

con motivo de cumplir cincuenta años en las filas del radicalismo.

HIMNO RADICAL


Letra de VICENTE DANTE LAURIA

Música de MIGUEL M. PIERRE


Radicales, seguid en la lucha

esforzados sin claudicar

batallando por la democracia

como Alem, Yrigoyen y Alvear.

¡Otra vez la bandera del “Parque”

resplandece cual astro divino,

saludando al gran Pueblo Argentino

con Alem, Yrigoyen y Alvear.

Juventud, luz y esperanza

del Partido Radical

defended la democracia

avanzando sin cesar.

Evoquemos el Noventa

y a los viejos luchadores

que elevaron los colores

del partido radiacal.

Saludando al gran Pueblo Argentino

con Alem, Yrigoyen y Alvear!...








Fuente: “Himno radical” en homenaje al Dr. Marcelo T. de Alvear por cumplirse el 50° aniversario de su militancia en la Unión Cívica Radical, 1939. Letra de Vicente Dante Lauria y Musica de Miguel M. Pierre.


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jueves, 3 de noviembre de 2022

Marcelo T. de Alvear: "Discurso de asunción como Presidente de la Nación" (12 de octubre de 1922)

Señores Senadores; Señores Diputados:

La voluntad de mis conciudadanos de la Unión Cívica Radical, fortalecida con las simpatías generales que han concitado sus altos principios de moral política , me han traído ante vosotros ungido con la investidura de Presidente de los argentinos. Creo necesario declarar bien definidos en mi conciencia el honor y las responsabilidades que esta consagración me depara y afirmar que he aceptado ese honor como una imposición ineludible para el ciudadano y esas responsabilidades como una derivación esencial de lo primero, conforme con la ley moral que ha regido mi vida y en virtud de la cual la confianza que se inspira es deuda que se contrae.

Las circunstancias que rodean mi advenimiento a tan alta magistratura refuerzan esos conceptos y mis convicciones. Mi constante dedicación al sostenimiento de las doctrinas de una agrupación política que las convirtió en aspiraciones colectivas y en fuerza determinante de su propia subsistencia como entidad nacional, me impone el deber de ajustar mi conducta a la tradición ideológica y moral que debe haber sido la fuente de la fe pública conquistada y la razón del éxito obtenido.

Más intensa me parece la gravitación de este raciocinio , cuando observo que se ha dado el primer paso, difícil pero indispensable, para el afianzamiento de aquellos principios. La democracia, como régimen de la actividad civica de la nación, es un hecho positivo. Se ha fortalecido con la experiencia, no obstante los obstáculos que encuentran siempre las transformaciones fundamentales de las costumbres y a pesar de las imperfecciones propias de todas las iniciaciones. Algunos de sus efectos, accidentalmente inquietantes, no han logrado aminorar los prestigios de la doctrina constitucional que la impone como fuente de las representaciones públicas. A la consolidación definitiva de esta conquista, al mejoramiento de sus resultados, ha de tender el esfuerzo de mi Gobierno. Así trataré de cumplir este aspecto de la labor de mi hora, para completar la obra, intensa y por eso mismo de lucha, realizarla con tesón por mi partido y por la personalidad eminente y vigorosa en cuyas manos están hasta este momento los destinos del país, estimulados por la adhesión de la gran mayoría de nuestro pueblo.

La evolución producida en este sentido tiene importancia descollante. Debemos reconocer que en nuestro país el desarrollo de la riqueza y la multiplicación de sus fuentes habían alcanzado exteriorizaciones que siguen sorprendiendo a quienes nos contemplan sin percibir nuestras inquietudes internas. Pero, el vértigo de nuestra prosperidad nos hizo vivir mucho tiempo en cierto modo desatentos para con las prescripciones incumplidas de nuestra Constitución, que debieron regir en todo momento la vida cívica y el perfeccionamiento espiritual de la Nación.

Hemos reaccionado , felizmente, contra esas infracciones generalizadas de nuestra Carta Fundamental. La base de nuestra organización republicana impera. Está asegurada para los argentinos la vía legal para la expresión de las ideas , para la prestación del concurso que reclama el engrandecimiento del país y para la determinación de las aspiraciones generales auténticas. Bastará escucharlas para estar seguros de interpretar, 'en cada caso, la voluntad del pueblo.

Tengo la esperanza de que no habrán de presentarse para la Patria momentos de tan dura prueba como los que plantearon los acontecimientos que han conmovido al mundo en los últimos años pasados. Sus consecuencias absorbieron la atención de los hombres de Estado y complicaron de manera extraordinaria la inmensa tarea de orientar la evolución económica, política y social de los pueblos jóvenes. El cuadro de las dificultades vencidas en esas circunstancias es de los más graves de la historia; y así como su contemplación impone el justiciero reconocimiento del esfuerzo hecho por el Gobierno que termina , la esperanza de que hemos de vivir horas de relativa calma despierta el anhelo de aprovecharlas en bien del país, dedicándolas a una labor proficua en cuyo desarrollo espero rivalizar cordialmente con vuestra inspiración patriótica, Señores Legisladores.

Consecuencia de este pensamiento es el propósito de que mi Gobierno inicie en seguida, y realice en todos los momentos, la acción administrativa más intensa que esté al alcance de sus facultades propias y ofrezca a vuestra ilustrada consideración las iniciativas que necesiten vuestra sanción. Nuestro anhelo será asegurar la prosperidad de la República por la ampliación de sus fuentes de riqueza y la distribución cada vez más equitativa de sus frutos entre los elementos que concurren a su desenvolvimiento. A eso se llegará fomentando la aplicación de sistemas racionales en la explotación industrial y esforzándonos por proveerla de todos los elementos básicos de su mantenimiento y prosperidad. Lograríamos, de este modo, acrecentar su emancipación, mejorar los saldos favorables de nuestras exportaciones y crear, así , la posibilidad de un mejoramiento real de los salarios у la implantación consecuente de un tipo medio de vida superior.

La obra se habrá de completar afirmando la fe pública en la acción directiva del Gobierno dentro del juego normal de los intereses , a veces contrapuestos, que luchan por el mejoramiento propio, alejando las violencias, que a todos perjudican, y a las cuales nadie tendrá razón de recurrir una vez consolidada la confianza de todos en la justicia de las determinaciones que resuelven las dificultades emergentes. Si nos empeñamos en desenvolver de esta manera la acción impulsora educativa, única posible para el Estado, la Nación misma habrá labrado su propia grandeza y los responsables de su dirección habremos cumplido el deber que nos imponen las circunstancias, contribuyendo a la formación de un ambiente de paz propicio a la intensificación de las actividades superiores del espíritu que dignifican y embellecen la vida.

Consideraré un deber de mi Gobierno dedicar atención preferente a las necesidades de las regiones del país donde la carencia de medios propios mantiene relativamente estancado el progreso o donde la salud pública, deficientemente atendida, aminora la energía de las poblaciones. La colaboración de todos será indispensable para conseguir que estas regiones asciendan hasta nivelarse con las más prósperas de la República. Representamos, unidos, al país entero, y esto nos obliga a entregar con ahínco nuestras energías a esta obra le solidaridad nacional .

Las preocupaciones de orden interno no nos harán olvidar la vigilante atención de las relaciones internacionales. La República ocupa, en el concepto de las naciones, una situación privilegiada que le comprobado en actos públicos que todo el país conoce En ellos, mi presencia significó solamente la ocasión que los Gobiernos y los pueblos aprovecharon para demostrar las simpatías que sienten por nuestra Patria, y las manifestaciones tuvieron tan visible y espontánea cordialidad que permiten afirmar será fácil estrechar cada día más nuestra armonía con todos los países del mundo, respondiendo , de este modo, a nuestras tradiciones y al espíritu de nuestro pueblo у de nuestras leyes .

Con la enunciación de estas ideas no he pretendido exponer un programa de Gobierno. Indico las orientaciones generales, el criterio que regirá nuestra conducta de gobernantes. Los conceptos expresados bastan para señalar nuestras comunes responsabilidades y para destacar la necesidad de una acción conjunta, de colaboración reciproca, de los poderes del Estado. A procurarla me comprometo y os invito solemnemente en este instante en que siento la convicción de que, si una alta inspiración y una intención generosa fueran suficientes para asegurar una obra benéfica, nada malo podría esperarse de mi. Todo lo que me falte vendrá de vosotros, de todos mis conciudadanos, bajo la protección de Dios.







Fuente: "Trasmision del mando presidencial al Excmo. Sr. Dr. Marcelo Torcuato de Alvear" - Discurso de asuncion como Presidente de la Nacion, 12 de octubre de 1922. En Memoria del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto presentada por el Dr. Ángel Gallardo al H. Congreso Nacional, 1924.



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viernes, 5 de agosto de 2022

Marcelo T. de Alvear: "Adhesión al Homenaje a Batlle y Ordoñez" (1937)

 LA ADHESION DEL DR. MARCELO T. DE ALVEAR

En respuesta a la invitación que el Comité de Homenaje a Batlle en Montevideo hizo llegar al doctor Alvear, el jefe de la U. C. R. envió el siguiente mensaje al presidente de aquél, señor Edmundo Castillo:

“De mi alta consideración :

He sido honrado por la invitación que Vd. me formula en su nota de fecha 13 del corriente en nombre del Comité de su digna presidencia , para concurrir y hacer uso de la palabra en el acto de homenaje popular al ilustre repúblico desaparecido, Batlle y Ordóñez, que va a celebrarse el próximo día 24.

Hubiera sido mi mayor deseo estar presente en esa celebración, cuyas proporciones y cuya repercursión en el alma del pueblo uruguayo descuento desde ahora. Pero las accidentadas circunstancias del movimiento político argentino actual, me privan de poder realizar ese propósito, y me apresuro a expresar el sentimiento de no poder llevarlo a cabo.

Quiero, sin embargo, aprovechar esta oportunidad, para hacer llegar a ese Comité la impresión que guardo en mi espíritu de la actuación de Batlle y Ordóñez, en favor de las instituciones democráticas de su país y toda América.

La figura de Batlle, cuya consagración ya se ha producido por la gravitación de su talento de estadista y de mentor espiritual de un pueblo, anticipándose así al juicio indudable de la historia, ha trascendido en mucho los límites de su patria, para extenderse a todos los países de habla hispana. Sus decisivas campañas por la liberación civil y política de su pueblo; sus iniciativas realizadas en gran parte gracias a su esfuerzo personal, en favor de una legislación avanzada y conforme con las exigencias y aspiraciones de los pueblos más civilizados; la rectitud y clarividencia de su juicio ; la firmeza de sus convicciones democráticas y la leal observación de los altos principios y normas de moral cívica que inspiraron su acción de líder político y de gobernante, han colocado a Batlle en la vanguardia de los estadistas más capacitados del continente.

Y fué tan segura y tan acertada su visión del porvenir , que aún hoy, en gran parte de América y hasta del viejo mundo, las naciones se de baten angustiosamente en procura de conquistas políticas y sociales que Batlle concibió y realizó en su fecunda acción de muchos años. El juicio de sus contemporáneos ha rodeado de respeto y consideración su severa figura de hombre público.

Tengo la absoluta certidumbre que la posteridad, no sólo confirmará ese juicio, sino que contribuirá a que los perfiles del eminente estadista uruguayo lo destaquen ante la opinión de las democracias americanas como uno de sus hijos más preclaros y uno de los más eficaces y gloriosos paladines de un alto ideal.

Ruego a Vd. interpretar mis sentimientos más cordiales ante los señores miembros de ese H. Comité, y acepte las seguridades de mi alta consideración y estima.

( Firmado ) : M. T. DE ALVEAR.”






Fuente: “Mensaje del Dr. Marcelo Torcuato de Alvear al homenaje a Batlle y Ordoñez” Revista Claridad, Año XVI, N° 319, Noviembre de 1937.

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jueves, 18 de marzo de 2021

Alejandro Cattaruzza: "La Biblioteca de Marcelo T. de Alvear" (1997)

A comienzos de la década de 1940, la Casa Úngaro y Barbará remataba en Buenos Aires la Biblioteca de Marcelo T. de Alvear, muerto poco tiempo antes. Su dueño habia sido dirigente radical desde la fundación del partido, presidente de la nación y un personaje destacado de la alta sociedad porteña.

Entre lo casi 3000 libros que se vendían -una cifra reducida si se tiene en cuenta la trayectoria de Alvear- se hallaban aquellos que habian sido obsequiados por puro protocolo y las obras de autores de escasa fama quienes, por afinidad politica o cercania personal, enviaban un ejemplar al ex presidente. El mismo remate, evidenciaba probable de alguna necesidad, puede entenderse como un gesto de desapego: Alvear no habia sido un intelectual. Pero, como todas las bibliotecas, llevaba inscriptas las huellas de la vida del hombre que la habia organizado y esta habia ido rearmandose en los multiples viajes y mudanzas, entre Buenos Aires y París. Los libros que se remataban entonces eran los que Alvear habia elegido traer desde Francia en 1934, cuando retornó definitivamente a la Argentina con su esposa Regina Pacini, junto a los que agregó en los ultimos años de su vida.

Entre los volúmenes que configuraban este mundo de libros, habia antiguas ediciones de lujo en frances de obras de Victor Hugo, Flaubert, Alejandro Dumas, Thiers, Balzac. No solo habian sido seleccionados sus valores literarios, eran ademas, libros caros. En ediciones mas modestas, la colección “La cultura argentina”, dirigida por Jose Ingenieros, incluía textos de Alberdi, de Quesada, de Mitre, de Ascasubi. Se agregaban las obras de Moreno, Avellaneda, Sarmiento o Echeverría, que conformaban a su vez el catalogo de la “Biblioteca Argentina” a cargo de Ricardo Rojas. Los libros de estos autores se relacionan con uno de los intereses de Alvear: la historia argentina. En cambio, la seccion dedicada a la economia, a la teoria politica y a la sociologia era notoriamente más pobre; se destacaban El Capital de Marx, y algunas obras de Pareto y de André Sigfried, uno de los referentes europeos más citados por el radicalismo de la época.

Tambien figuraban un conjunto de textos que las revistas radicales solian comentar y recomendar a sus lectores: obras de Stefan Zweig, Upton Sinclair, Emil Ludwig, D. H. Lawrence, André Gide, Henri Barbusse, Waldo Frank, H. G. Wells, todos autores de éxito en los años treinta. Junto a ellos se encontraban trabajos de Borges y de Mallea, y las publicaciones de la editorial Sur.

Otro sector de aquella biblioteca estaba constituido por escritos de muy irregular calidad, producidos por intelectuales y dirigentes radicales: Horacio Oyhanarte, Arturo Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz, Ricardo Rojas, Ernesto Celesia, Luis R. Gondra, Luciano Catalano, Victor Guillot, Laurentino Olascoaga, Julio Barcos, Joaquin Diaz de Vivar, José G. Bertotto, Emilio Ravignani, Atilio Cattáneo, Martin Noel, Arturo Capdevila, José Bianco, Armando Antille, y la colección del diario radical Tribuna Libre, publicado en los tempranos años treinta. No faltaban algunos lotes importantes de libros sobre deportes y sobre las reglas del duelo.

Este conjunto de obras de Alvear seleccionó, y que sobrevivió a sus numerosos traslados dando cuenta de sus actividades y de sus preferencias, revela los multiples aspectos de este hombre: un lector medianamente inquiero, que no dejaba de lado a los autores por los que se habia interesado en su juventud; una persona apasionada por el deporte; un jefe de partido que, antes que a la lectura de los clásicos del pensamiento politico, se empeñaba en examinar los trabajos de sus compañeros.

Tambien se hallaban en su biblioteca las obras de quienes, en la segunda mitad de la década de 1930, fueron los criticos mas severos de la orientación que Alvear imponia a la Unión Cívica Radical. Aun a su pesar, la imagen de Alvear como un traidor al programa de Yrigoyen habia comenzado a construirse durante su presidencia, entre 1922 y 1928, este ultimo año, en un balance de su gestión como jefe de gobierno, el militante yrigoyenista Alberto Etkin sentenció: “Error grave del radicalismo fue conducir al poder a uno que no era radical”. Atemperada por la situación partidaria posterior al golpe de 1930, esta opinión volvió a circular desde 1935, luego del abandono de la abstención, y fue recogida, ya muerto Alvear, en la lucha interna del radicalismo de los años cuarenta. Tal imagen, intimamente vinculada con la que se construía del otro jefe radical, Yrigoyen, da cuenta de un combate que tenia entre sus objetos principales definir el verdadero radicalismo.

Esto no fue, desde luego, la unica versión acerca de Alvear y su politica.

Los relatos de algunos conservadores, arrepentidos de las actitudes asumidas en los años treinta, lo convirtieron años despues en un modelo deseable de administracion ordenada y de una politica liberal, en el sentido europeo del termino. Este interpretacion dejaba de lado un aspecto esencial el conservadurismo que combatió Alvear tuvo poco de liberal en sus aspectos politicos, y se encontraba muy lejos de ser democráticos; quienes mucho tiempo mas tarde reivindicaron desde esa perspectiva al ex presidente se atribuian un linaje vinculado con una posicion ideologica que, si habia existido en la cultura politica argentina, por cierto no se habia expresado cabalmente en los grupos conservadores.

Por otro lado, luego de la caída del peronismo, Manuel Goldstraj, su secretario en los años treinta, sostuvo Alvear habia buscado “convertir a la Unión Cívica Radical en un verdadero partido radical socialista dentro de los lineamientos generales del partido homónimo francés”.

En estas interpretaciones divergentes, y en la propia vida de Alvear se hacen evidentes algunas caracteristicas del mundo politico argentino la existencia de estructuras partidarias en las que cohabitan tradiciones ideológicas diversas y hasta enfrentadas; una cierta imprecisión en esas tradiciones; la presencia de identidades que, a pesar de todo, se organizan alrededor de la integracion a un partido, desatando una batalla por el sentido último de tal adscripción. Alvear que frente a la politica oscilaba entre el compromiso y la distancia, fue radical toda su vida; es posible volver a discutir que significó para este hombre tal pertenencia.





Fuente: “Los nombres del poder: Marcelo T. de Alvear” de Alejandro Cattaruzza, Fondo de Cultura Económica, 1997.

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domingo, 13 de septiembre de 2020

Félix Luna: "El recuerdo de una no-crisis" (agosto de 1975)

En la serie que hoy se clausura con esta nota, he tratado de recordar algunas de las crisis que afectaron a nuestro país y las ideas que prevalecieron en su solución. No traté de forzar analogías ni intenté postular la aplicación de aquellas recetas a nuestra situación actual. Pero insistí -eso sí- en señalar que las crisis economicas son consecuencia o por lo menos vienen juntas con las politicas y que son estas las que deben solucionarse si se quiere paliar aquellas.

Estas reconstrucciones han sido para mi deprimentes y estimulantes a la vez. Deprimentes, porque no es agradable evocar tiempos de angustia y de incertidumbre; estimulantes, porque de una u otra manera, con la ayuda de (o a pesar de) lsa formulas escogidas por los gobernantes de turno, el pais supo salir adelante. Esta es la gratificación que reserva la historia a quienes la cultivan: infundirles la certeza de que, despues de todo, la Argentina supo resolver sus problemas, despejar sus incognitas, exorcizar sus hechizos.

Por eso la ultima nota de esta serie no se referirá a una crisis sino a un episodio de signo contrario. Si Alicia en el País de las Maravillas celebraba los no-cumpleaños de sus amigotes, ¿por qué no podré esta vez hablar de una no-crisis?

Corría el año 1927. Para los argentinos, era el tiempo del orgullo. Por cosas como la piña de Firpo a Dempsey, la voz de Gardel, el invento local de la gomina o los exquisitos bifes. Pero tambien por realidades más trascendentes como la estabilidad institucional o la circunstancia de contar con dos maestros por cada soldado. Fue entonces cuando el doctor Victor Molina, Ministro de Hacienda de Alvear, resolvió hacer una suprema compadrada argentina: reabrir la Caja de Conversión. Cerrada desde 1914, la Caja se habia beneficiado con aportes de oro en monedas y lingotes que fueron llevando hasta el 80% la reserva aurifera que según la ley debia respaldar el dinero circulante en una proporción del 44%. Con semejante encaje, en un momento de perfecta normalidad del comercio internacional, con magnitudes exportadoras cada vez mas grandes, ¿por que reabrir la conversion del papel moneda por oro? Era una vieja exigencia de los liberales y los socialistas y significaría la certificación incuestionable de la madurez y la salud del país.

Ante de adoptar esa determinación, Molina mandó un telegrama a la Banca Morgan, en Estados Unidos, preguntando con que crédito podia contar la Argentina en caso de necesitar un refuerzo de sus reservas.

Con la respuesta en el bolsillo llevó al presidente el decreto que disponía la reapertura de la Caja de Conversión. Alvear firmó y a continuación preguntó a su ministro:

-“¿Ha pensado, doctor, en la posibilidad de una corrida a la Caja que pueda echar por tierra todo lo ganado hasta hoy?”

Molina le refirió el mensaje que habia enviado a la Banca Morgan y mostró el cable con la contestación. Contenía una sola palabra:

-“Unlimited”.

El hijo de Molina ha relatado que su padre y Alvear se confundieron en un abrazo y hasta lagrimearon... Credito ilimitado para la Argentina: no podia calificarse con mayor brevedad y elocuencia la posición que gozaba nuestro país en el mundo...

Y se reabrío la Caja de Conversión. Nadie fue a cambiar sus billetes. Sólo un cliente, “un chusco que pagó una libra esterlina por $11,45, solamente para comprobar la verdad de la medida”. ¿Para que trocar papel por oro si los billetes tenian un valor absolutamente constante y además no rompían los bolsillos?

Si recuerdo hoy este episodio no es para provocar comparaciones. Lo hago porque no dudo de que, tal como sucedió en otras coyunturas, el país puede remontar esta crisis. Es cierto que la de ahora es diferente a las anteriores y desde luego mucho más grave. Pero el país -su pueblo, su identidad nacional, la justificación de sus existencia- sigue siendo el mismo. Las correcciones necesarias serán duras y costosas. Pero estoy seguro de que algun día no lejano, cuando se pregunte cuál es el crédito de la Argentina ante el mundo y sobre todo ante sus propios hijos, la repuesta será como en 1927:

-Ilimitado.






Fuente: “El recuerdo de una no-crisis” por Félix Luna en el Diario La Opinión, agosto de 1975.

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miércoles, 4 de septiembre de 2019

Marcelo T. de Alvear: "En el Teatro Español de la ciudad de Azul" (15 de agosto de 1937)

Van a ser pronto dos años que tuve el honor de ocupar esta misma tribuna en el pueblo de Azul. Tuve ese alto honor y vi a este pueblo vibrante, entusiasta y decidido en vísperas de elecciones que todos deseábamos tranquilas y limpias.

No necesito recordarles lo que en ellas pasó. Pero el radicalismo es de tal naturaleza que parecería que cuanto más se le castiga, cuanto más se le oprime, más se yergue, más fuerza y más empuje tiene.

En aquella oportunidad os hablé de la situación que amenazaba a la República; los hechos probaron lo justificado de mis inquietudes de entonces.

Os dije, si no recuerdo mal, que el Presidente de la República estaba haciendo una economía dirigida; esa economía dirigida traía como consecuencia fatal una política dirigida y que la política dirigida acaba siempre en una dictadura.

Muy bien señores, hoy estamos en esa dictadura.

El presidente de la República [general Agustín Pedro Justo] se ha constituido en el gran elector argentino; él quiere hacer e imponer los futuros mandatarios de la Nación. Poco le importa que no tengan votos ni opinión popular; él busca los medios para que puedan surgir de urnas adulteradas y fraudulentas.

Os hablaba entonces de una intervención que se había realizado a una provincia argentina, la de Santa Fe. Pero no podíamos pensar que ese atropello iba a ser multiplicado por una elección que constituyó un baldón para la dignidad argentina. Agravio dirigido, orientado y preparado desde el despacho mismo del Presidente de la República.

Es que, señores, al Presidente de la República no le ha bastado hacer una política dirigida: ha estado empleando en el último tiempo un confusionismo dirigido.

Ha querido engañar a la opinión haciéndole creer que deseaba grandes y patrióticas soluciones nacionales, porque entendía, juzgando a los adversarios con su propia medida, que los hombres de los otros partidos no habían de tener un móvil patriótico semejante al que él se atribuía.

Y cuando los dirigentes del partido radical le dijeron: bienvenida sea cualquier solución nacional que garantice la normalización del país, entonces cayó víctima de su propia maniobra y tuvo que confesar que no quería tal solución.

Me acuerdo también que en aquella oportunidad os hablaba de dos de sus ministros que le habían hecho, digamos así, su gobierno: uno políticamente, sugiriendo todas las actitudes necesarias para presionar la opinión pública, el Ministro del Interior; y el otro el Ministro de las finanzas, el doctor Pinedo, que había creado con sus finanzas un poco delirantes la situación que permitió al gobierno disponer de 1.200 millones de pesos para concluir holgadamente su período.

Entendámonos bien: holgadamente para el gobierno, para el tesoro fiscal, pero sin que ello significara que haya aumentado en un centavo la riqueza del pueblo argentino.

Y esos dos ministros han desaparecido de la escena política y han desaparecido justamente por la voluntad del Presidente de la República: no le convenían ministros a los cuales el gobierno les debiera algo; ha preferido buscar ministros que le debieran algo al gobierno.

Creo que por eso ha proclamado una fórmula cuyo primer término correspondió a uno de los últimos ministros que ha tenido. Si esos antecedentes no bastaran para probar la táctica confusionista del Presidente de la República, recordemos su política constante y su actitud invariable respecto de la opinión pública.

Inaugura la estatua de Sáenz Peña. Pronuncia ante su monumento un discurso elogiando la figura de aquel gran Presidente. Todos sabemos que la figura de Sáenz Peña tiene por pedestal de su estatua la ley que lleva su nombre, y sin embargo el Presidente Justo se ha entregado a la tarea de demoler, de desvirtuar y de falsificar esa ley del Presidente Sáenz Peña.

Recorre los monumentos de los próceres argentinos. En cada uno de los ellos toma la frase que mejor lo ha caracterizado ante la posteridad. Ante el monumento de Avellaneda, recuerda la frase inscripta en el pedestal: “No hay dentro de la Nación, nada superior a la Nación misma”. Con eso quiere decir el Presidente Justo que el peligro para la Nación era el radicalismo; pero entiende que puede haber algo superior dentro de la Nación a la Nación misma, cuando se trata de su voluntad arbitraria y despótica.

Invoca el nombre del Gran Capitán, ejemplo para el pueblo no solamente por el brillo de su gloria y de sus campañas, no sólo porque forjó la libertad de un continente, sino porque dejó lecciones de moral y de rectitud que son una enseñanza para todas las generaciones argentinas que vengan en el futuro. Y cita el nombre del Gran Capitán en un banquete de camaradería en que aconseja a los jefes y oficiales del Ejército que no deben intervenir en política. Es decir, les aconseja que sean mudos, sordos y ciegos. Es decir, que se despreocupen de todo lo que pueda afectar a la nacionalidad y a la patria, para así poder él impunemente hacer con la Patria y la nacionalidad lo que mejor le parezca y lo que más le interese.

Y últimamente, después de haber incitado al radicalismo con mensajes, manifiestos y discursos para que acuda a elecciones y abandone su espíritu de rebeldía, cuando el radicalismo, haciendo un esfuerzo sobre sí mismo, haciendo un esfuerzo para olvidar la anarquía producida por las persecuciones, injusticias, denigración, castigos y burlas sangrientas en los comicios; cuando vuelve animado de un espíritu patriótico, creyendo en las palabras promisorias de un Presidente argentino, ese Presidente trata de burlar de nuevo la voluntad popular y quiere meter al radicalismo en un encrucijada sin salida.

Si queréis una prueba de ello, ahí está Santa Fe. Se constituyó la Junta Electoral compuesta de los tres miembros que la ley electoral establece. Pero como la Junta, por dos votos sobre uno, resuelve nombrar presidentes de comicios a los hombres que ya lo habían sido en una elección nacional anterior y cuya conducta había sido proclamada como correctísima y perfecta en el Congreso de la Nación por los mismos hombres que hoy están en el gobierno de Santa Fe, trata de cambiar la composición de la Junta, porque no le conviene al Presidente de la República ni a los candidatos oficiales que haya libertad electoral ni corrección en las urnas.

Nombra un nuevo fiscal, así invierte la mayoría de esa Junta que ahora está haciendo de nuevo las designaciones de presidentes de comicios, para volver a hacer en Santa Fe, si les es posible, las mismas trapisondas que hicieran en la elección anterior.

Ya veis, señores, la situación a que está abocado el país. Ya veis por qué tengo razón cuando repito constantemente al través de la república que he recorrido en esta campaña electoral: no se juega ni una fórmula ni el triunfo de un partido. Se está jugando algo más trascendental y permanente; se está jugando la existencia misma de la democracia argentina, porque con un triunfo de la reacción obtenido a espaldas de la soberanía popular, desaparecerían la condición y la dignidad ciudadana de los argentinos.
Del pueblo depende que eso no suceda. Porque estos hombres del gobierno olvidan las enseñanzas de la historia. No se puede vivir de lo artificial constantemente. No se puede emplear medios vedados indefinidamente. No se puede sustentar sobre el fraude y la violencia un gobierno indefinidamente, porque llega un momento en que toda esa armazón artificial se derrumba y aplasta a aquellos que la levantaron.

Si tuvieran realmente el concepto verdadero del futuro de la patria no entrarían en ese camino, porque no pueden ignorar que tarde o temprano provocarán conmociones profundas en el pueblo argentino. Porque el pueblo argentino no ha dejado de ser lo que ha sido siempre; y sabrá vencer todas las dificultades, así como supo conquistar sus libertades y sus derechos en difíciles oportunidades, con nervio y acción que están en su carácter y en su temple.

Es que del futuro sólo interesa a nuestros adversarios el futuro inmediato. Con tal de mantenerse en el gobierno un ratito más, les basta; después veremos. Pero ese ratito que puede ser muy agradable para ellos, le puede costar al pueblo argentino dolores grandes y profundos sacrificios.

Es realmente incomprensible cómo los gobernantes de esta hora han perdido completamente el contacto con las palpitaciones del pueblo. ¿Cómo no se dan cuenta que hay un millón doscientos mil argentinos que están vibrando al unísono, así como en Azul, en Santa Fe, Catamarca, en Tucumán, en Entre Ríos, reclamando la misma cosa con idénticos propósitos e idénticos anhelos? Bueno, señores: cuando un pueblo íntegramente vibra con un único y exclusivo sentimiento, no hay fuerza capaz de defenderlo.

Podrán oponerle frágiles diques; ya sabemos lo que esos diques durarán, no sé cuándo pero llegará un momento en que empezarán a crujir y serán arrasados por la corriente de la voluntad popular. Entonces, desgraciadamente no tendremos sobre ella el control que queremos tener, en una lucha pacífica y leal en comicios verdaderos.

Yo deseo la paz para el pueblo argentino. Y deseo la concordia del pueblo argentino. Yo deseo que la República se normalice dentro del juego regular de sus instituciones. Que las campañas políticas sean luchas nobles por los ideales, los propósitos o las ideas de diferentes agrupaciones. Que se pueda luchar en los momentos de comicios con todo ardor, con toda pasión, pero una vez que las urnas den el fallo, la cuestión haya terminado y puedan los hombres volver a su trabajo, a sus ocupaciones ordinarias. Pero el sistema actual en que no hay lucha legal verdadera, es imposible saber en qué momento la agitación del pueblo estará tranquilizada y podrá pacificarse la familia argentina.

¿Cómo pretenden nuestros gobernantes robar elecciones, falsificar votos, adulterar urnas, perseguir votantes, violentar voluntades, y que al día siguiente pueda decir: aquí no ha pasado nada? ¿Es que quieren que el hecho consumado sea definitivo y que se espere a que otra vez otro Presidente surgido con esos procedimientos vuelva a engañar al pueblo, diciéndole que vaya a votar que va a respetar su voluntad, que tendrá comicios limpios, que la ley será observada para al fin engañarlo de nuevo?

Porque, ¿qué autoridad puede tener el candidato de la Concordancia [Roberto M. Ortiz], si llega a Presidente de la República, para prometer a su pueblo libertad electoral, probidad comicial, respecto a la ley, a la Constitución, a la soberanía popular? ¿Con qué autoridad podrá invocar todas esas cosas, si el mismo será producto del fraude?

Por eso la situación es grave y es grave no porque podamos perder una presidencia; no. Lo es porque esos procedimientos indefinidamente empleados y constantemente aplicados, traerán como consecuencia, una de dos: o una rebeldía del pueblo argentino que ha de querer reconquistar sus derechos como lo ha hecho en otras épocas de su vida, o una cosa peor todavía: que el pueblo argentino pierda la fe en el comicio, pierda la fe en el voto y se convierta en un manso rebaño, que no será sino un tropel humano sin creencias ni ideales ni convicciones.

Eso es lo que el Partido Radical está tratando de evitar y por eso que hoy día la acción que está desarrollando ha desbordado los límites propios del partido. La acción que está desarrollando en pro de la defensa de las instituciones y de la democracia no es tampoco propia del partido. Todos los argentinos que piensan con inquietud en el futuro de la patria están unidos a nosotros. Todos tienen la misma dignidad ciudadana y nos acompañan con su acción y con su vida.

Os dije hace dos años: cualquiera cosa que hagan, obtendremos un gran triunfo moral; y ese triunfo lo obtuvimos. Y fue tan grande que los gobernantes de este gran estado argentino fueron al gobierno, sí, pero subieron manchados, debilitados y desorientados. El Partido Radical de la Provincia de Buenos Aires, a pesar de haber sido vencido, tuvo el aplauso unánime de la República entera como el único salvador de las instituciones, de la probidad y de las libertades públicas.

Ya veis todo lo que significa esta lucha. Yo creo y tengo fe en mi pueblo. Si así no fuera, no hubiera estado luchando en épocas lejanas en que el panorama de la República era tan oscuro o más que hoy. No había una conciencia cívica formada. La Ley Sáenz Peña no había despertado en el ciudadano el sentimiento de la fuerza de su voto y de su acción ciudadana. Y, sin embargo, luchando fui al lado de los grandes hombres del partido que iban sembrando a manos llenas en surcos profundos, los ideales democráticos, principios de moral política, moral administrativa, de reivindicaciones ciudadanas y hoy estamos recogiendo la cosecha enorme de aquellos sembradores de otra época, que a puro ideal, sin ninguna probabilidad inmediata de obtener un gran resultado positivo, se entregaron en cuerpo y alma al servicio de una gran causa.

Por eso esas figuras deben estar permanentemente en nuestra mente y no puede haber una asamblea radical digna de tal nombre que no empiece por rendir un homenaje a la memoria augusta de aquel soñador romántico que fue Leandro Alem y al otro virtuoso ciudadano que fue Hipólito Yrigoyen.

Y es tan grande el prestigio de esas figuras, que los fariseos de la política que quieren cubrirse con un manto de demócratas y algunos hasta pasar por radicales, no tienen inconveniente en poner en sus comités los retratos de Alem e Yrigoyen. Sin perjuicio de decir por ahí después, que hay que evitar por todos los medios que vuelvan los hombres que derrocó la revolución del 6 de septiembre [de 1930].

El candidato a Presidente de la Concordancia ha hablado con frecuencia de la Revolución del 6 de septiembre y a veces parece que quisiera preguntar qué hice yo ese día. Ya he dicho en una oportunidad en Santa Fe por qué no le contestaba: porque no le daba personería para interrogarme. Pero esta noche, quizá a causa del ambiente cálido de esta asamblea, se me ocurre contestarle.

El 6 de septiembre yo estaba en Europa. Estaba alejado de la política argentina y si me hubiera encontrado en la Argentina, seguramente, indudablemente, dado los antecedentes de mi vida política, en la que siempre me he jugado decididamente en un sentido u otro, o hubiera estado en la Casa de Gobierno defendiendo a Yrigoyen, o hubiera estado con Uriburu haciendo la revolución.

Y ahora el candidato doctor Ortíz que dice que la revolución del 6 de septiembre fue una acción salvadora de la patria, yo le preguntaría, a él que cree que de esa acción dependía la felicidad de su patria, ¿dónde estaba ese día? Yo voy a decirlo: estaba en su casa esperando que aclarara.

Porque es claro, cuando se juega en una partida todo un porvenir político, los hombres que lo cuidan mucho acaban por perderlo todo, a fuerza de cuidarlo. En el juego de la política como en todos los juegos, no se puede ganar si no se arriesga a perder, y el hombre que quiere conquistar laureles en la acción política, como el militar que quiere conquistarlos en la guerra, no puede conseguirlos sino en batallas, porque el que no se arriesga nunca acaba por ser derrotado sin haber tenido siquiera la oportunidad de luchar.

Ahora bien: yo le pregunto al doctor Ortíz no hablando ya de esa época pasada sino del presente, ¿dónde está el doctor Ortíz hoy? Porque cuando vine de Europa, en el City Hotel traté de reunir a un grupo de prohombres radicales. El partido, después del encontrón que había recibido con la revolución del 6 de septiembre, estaba desorganizado. Traté de reunir a un grupo de hombres de buena voluntad para tratar de reorganizarlo y llevarlo adelante, entendiendo que esa gran fuerza cívica era una necesidad para la salud política de la República. En las primeras reuniones el doctor Ortíz firmó con nosotros un manifiesto, pero como la cosa no era solamente cuestión de firmas, sino que empezó a verse que nuestra actitud viril y decidida enfrente de la tiranía, iba a traer muchas consecuencias dolorosas y desgraciadas, que todos las soportamos, el doctor Ortíz renunció a tiempo para seguir en su casa.

Nosotros en cambio, seguimos en esa acción. Sufrimos destierros, prisiones, confinamientos; todos los radicales de este pueblo lo saben. Pero nuestra actitud y nuestra altivez frente a la prepotencia de la tiranía sirvió para que el pueblo creyera en nosotros. Y cada vez que volvimos al país, encontramos al partido más fuerte, más poderoso y más unido. Y este gran Partido Radical que hoy existe en la República, con una estructura completamente democrática, no es más que el producto de aquella acción paciente y dolorosa, a la cual nos dedicamos por entero sin pensar en los resultados ventajosos o perjudiciales.

Por eso tenemos autoridad para hablar, para hablar alto y para hablar claro. Porque nadie podrá decir que en nuestra larga vida cívica no hemos tenido la misma conducta; siempre hemos estado en la lucha, en el error o en la verdad, jugándonos por entero en cualquier actitud que tomáramos.

Y con esa autoridad que me da mi larga vida cívica realizada, es que vengo sembrando por la República la palabra de hoy, diciendo al pueblo argentino: ciudadanos argentinos, ¡tened cuidado! Se están jugando vuestros destinos, se está jugando vuestra tranquilidad, la soberanía popular; se está jugando, en una palabra, la libertad. Y el día que la perdáis por no haber sabido defenderla, pasarán varias generaciones tal vez y costará muchos sacrificios conquistarla de nuevo. Pero el baldón que significará su pérdida no lo lavaremos más y los que tengan que reconquistarla nos harán cargo a nosotros, porque será mucho mayor su sacrificio que el que nosotros tendremos que realizar en esta hora para salvar la libertad.

Queremos paz en la familia argentina. Hay que repetirlo constantemente. Queremos ir pacientemente al comicio. Y hay que repetirlo más aún en este momento, porque dentro de la política de confusionismo dirigido por el general Justo, me llegan noticias –que me apresuro a comunicar desde esta tribuna, porque hoy estoy en estado de confidencia– que se está preparando en la Capital Federal una simulada conspiración o movimiento subversivo comunista en concomitancia con radicales, al solo efecto de imponer un estado de sitio para que las elecciones del 5 de septiembre [de 1937] se realicen bajo su imperio; es decir, para que el Presidente tenga las manos libres para hacer con el pueblo argentino lo que le dé la gana. Pero yo no denuncio desde acá: eso que se está tramando es una superchería y una falsedad. No sé lo que hacen los comunistas; no me interesa porque no tengo con ellos ninguna concomitancia, pero lo que sí sé es lo que hacemos los radicales; lo que sé es que queremos votar; no pedimos sino votar, votar libremente, votar y ejercer nuestro derecho, exigiendo el respecto que le debe a cada ciudadano en la urna.



De la muestra "Alvear en caricatura" a 150 años del nacimiento de Marcelo Torcuato de Alvear.








Fuente: Desde el Teatro Español de Azul, el ex presidente argentino Marcelo T. de Alvear pronunció su discurso de campaña a la presidencia de la Republica, ediciones del diario El Ciudadano, días 14 y 16 de agosto de 1937. De la serie “Discursos Históricos en la Ciudad de Azul de Marcial Luna.

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lunes, 18 de marzo de 2019

Marcelo T. de Alvear: "Visita a la Ciudad de Azul" (13 de octubre de 1935)

En mi larga vida pública he tenido muchas oportunidades de ponerme en contacto con la masa partidaria del país, pero muy contadas veces me ha sido dado presenciar un espectáculo como en el que en este momento ofrece esta sala, donde se suma al número impresionante de la concurrencia un ambiente de entusiasmo cívico verdaderamente excepcional.

Es ésta efectivamente la primera oportunidad en que llego al Azul en misión política: pero hace cuarenta años llegué aquí por primera vez vistiendo el uniforme militar, en viaje para Curumalán, cuando el país estaba amenazado por un conflicto internacional. Hoy no hay ningún peligro extranjero, no hay nada que amenace la paz exterior, pero el país mismo se halla abocado a una grave situación interna y vengo a esta ciudad vistiendo el uniforme interior de demócrata convencido, que lucha por los ideales de la libertad, acompañado de una prestigiosa caravana cívica.

Vengo a rendirle a la gran provincia de Buenos Aires un homenaje que le debía, porque fue precisamente aquí donde se dio la clarinada del 5 de abril, en una jornada que constituyó un triunfo nacional, que hizo tambalear a la dictadura, que se vio obligada a suspender los comicios ya convocados en otras provincias, para evitar que sus secuaces corriesen la misma suerte que en Buenos Aires.

PACIFICACIÓN DE LA FAMILIA ARGENTINA

Pasó la dictadura, que desapareció víctima de la reacción popular frente a sus duros desaciertos y desmanes; pero antes de retirarse, el dictador [Uriburu] impuso un sucesor en el mando y así surgió en comicios que la opinión pública ya ha juzgado definitivamente el actual gobierno nacional [general Justo]. Este gobierno atento quizás más que a las sugestiones tiene interés en conservar posiciones que no hubiesen obtenido en elecciones libres, que a los problemas reales del país, que exigen como fundamento de cualquier política la pacificación de la familia argentina, sigue sordo a las solicitaciones de la opinión nacional. Se sancionan en diversos estados argentinos y especialmente en esta provincia de Buenos Aires, leyes que abochornan a los que en ella hemos nacido, y el presidente sigue indiferente a los reclamos populares, ocupado en soslayar las dificultades que le crean sus propios amigos. Hay que creer que cuando levanta sus preces al Altísimo, el Altísimo no le escucha, porque si le oyera habría de responderle: ‘Presidente de los argentinos, la cruz es el símbolo de la paz y la invocáis sin hacer nada por la paz de los argentinos’.

Cuando formulo al gobierno las ásperas censuras que la situación exige, no puedo dejar de decir que lo hago con amargura, porque siento la terrible gravedad de este momento y no sólo hablo como hombre de partido, porque antes que radical soy argentino. Tanto antepongo los intereses de mi país a los de mi partido, que yo, que le he entregado la mayor parte de mi vida, renunciaría a mi credo radical si supiera que este enorme sacrificio puede hacer recobrar a la República la paz que ha perdido y la dignidad vulnerada por los últimos sucesos.

Señores: os afirmo la seguridad de que haré cuanto esté en mis manos hacer para que mi pueblo pueda reconquistar la paz y retomar el rumbo hacia los grandes destinos que la historia le señala.

UNA SOLA VELA Y OCHO TIMONELES

Mal camino se sigue cuando se sube al gobierno sin un propósito definido, claro; sin haber planeado las soluciones, por lo menos, de carácter general, que exigirán las circunstancias bajo las cuales toca gobernar. Si así no se procede, se corre el grave riesgo de que, llegado el caso, el mandatario se deje llevar por las pasiones del momento, sin poder rehuir la gravitación perniciosa de los intereses, a menudo inconfesables, que se tejen en torno a los gobiernos cuando ellos no han surgido de la expresión auténtica de la voluntad popular. Por desgracia, eso, precisamente, le ha pasado al general Justo. Llegó al gobierno sin criterio único, sin concepto claro del momento, sin un propósito homogéneo. Fue conservador en Córdoba con Roca, durante su gira de propaganda preelectoral, y fue antipersonalista con Matienzo en Tucumán, y fue socialista independiente con Pinedo en Buenos Aires. Y, al fin y al cabo, no pudo ser ni fue ninguna de estas cosas, porque no se puede ser y no ser al mismo tiempo. Esta situación hubo de reflejarse de inmediato en la gestión de este gobierno. Dice un escritor que el gobierno del Estado es como una nave que tiene ocho velas y un solo timonel; el caso nuestro, el gobierno es un barco con una sola vela, el presidente de la Nación, y ocho timoneles, que manejan cada cual según sus propias inspiraciones o intereses.

LA ECONOMÍA DIRIGIDA

Esa no es una crítica infundada, como veremos enseguida. Tomemos un ejemplo. Al iniciarse el Ejecutivo actual, la cartera de Hacienda estaba en manos de un hombre, cuyo acierto o desacierto no nos interesa juzgar en este momento. Pero sea como fuere, tenía ideas netas sobre los propósitos que perseguía, mantenía una tesis, equivocada o no, seguía un rumbo claro y trataba empeñosamente de realizar su pensamiento. Pero llega un momento en que, por motivos que no es del caso analizar, ese ministro abandona su cartera y el presidente lleva al ministerio a un hombre joven que había adquirido reputación de versado en economía política y financiera a través de múltiples lecturas, aunque esto no significa que conociera la materia. Y bien, ese nuevo ministro, de la noche a la mañana, como si no existiera el presidente de la Nación, que es el único que constitucionalmente debe marcar rumbos a la política de país, cambia de arriba abajo la orientación de su antecesor, deshace todo lo hecho, desanda el camino andado, se improvisa en mantenedor de curiosas teorías de economía dirigida, excelente quizás para un curso universitario, pero inaplicables para experimentar en la carne del país, que debe pagar las consecuencias de los vehementes ensayos ministeriales. Y para colmo de males, nos regala con su economía dirigida una política dirigida, consecuencia natural de aquélla, sin apercibirse, o simulando no apercibirse, de que este camino conduce directamente a la dictadura política. Este es uno de los ejemplos más concluyentes de la desorientación gubernativa nacida de la imprecisión de las ideas presidenciales.

LA TRAPISONDA DE CORRIENTES

Tomemos otro caso. Detengámonos un momento en el Ministerio del Interior, que desde el primer momento fue ocupado y sigue ocupado por un catedrático de la Facultad de Derecho, que durante largos años ha ido comunicando sus ideas a las jóvenes generaciones de estudiantes, inculcándoles el respeto a las leyes, a la Constitución y a las instituciones democráticas de la República. Llega ese hombre al alto cargo y desde sus primeros pasos en la gestión ministerial, proclama a los cuatro vientos su tesis de absoluto respeto a las autonomías provinciales, a cualquier costo, a cualquier precio. Hasta se pudo llegar a creer que era sincero y, sobre todo, consecuente consigo mismo, con sus propias ideas.

Se producen los escándalos sin ejemplo en la provincia de Corrientes: el ministro se queda impasible, en nombre del respeto a la autonomía de los Estados federales. Se viola descaradamente en Buenos Aires la auténtica voluntad del pueblo con leyes que avergüenzan a la democracia, que vulneran la dignidad del ciudadano; pero el ministro se mantiene inconmovible, impertérrito, aferrado a su doctrina autonomista a todo trance. Bien: algunas semanas después, uno de los pocos Estados argentinos gobernados con decoro, Santa Fe, convoca a elecciones de renovación gubernativa para el 3 de noviembre. El ministro se apercibe que sus amigos están absolutamente perdidos en aquella gran provincia; que el triunfo, en cualquier caso, pertenecerá a la oposición, e inmediatamente, sin asomo de escrúpulos, fundamenta y firma un decreto de intervención, que se lleva a cabo a tambor batiente y que constituye uno de los más graves atentados institucionales de que se tenga memoria en nuestros anales políticos. El ministro, el catedrático de Derecho, el maestro de la juventud, cambió su rumbo de la noche a la mañana, sin tomarse siquiera la molestia de explicar al pueblo las razones de ese cambio. En este caso, no hubo crisis de Ministerio, no hubo cambio de ministerio, sino simplemente un ministro que en pocas horas ha cambiado de criterio y hasta de personalidad.

Pero, hablemos claro: todo eso quiere decir que cuando están en juego pequeños intereses, se olvida las ideas y doctrinas, y hasta se pasa por alto la trapisonda inmoral de los votos transeúntes de Corrientes, que, como dijera con tanta espiritualidad mi gran amigo Tamborini, han venido a probar que, en las elecciones de esa provincia, lo único transeúnte fue la vergüenza.

¿ADÓNDE VAMOS?

¿Adónde vamos? ¿Adónde quieren llevar al país por este camino? ¿Es que creen los hombres del gobierno que con tales actitudes podrán fabricar pueblo que les acompañe? Y para colmo de males, ¿se quiere complicar al Ejército de la Nación, en semejantes maniobras? ¿Cómo es posible que un general de la Nación, desde la primera magistratura de la República, quiera hacer servir mansamente a las instituciones armadas en la realización de tales propósitos? Ese es un agravio que no merece nuestro Ejército y nuestra Armada, que tienen una larga y honrosa tradición en la historia constitucional de la República; que desde la hora de nuestra organización nacional no se han prestado nunca para los menudos menesteres de la politiquería. Yo, que no soy militar pero que siento en mi corazón el honor del Ejército, por razón de tradiciones y por la propia modalidad de mi espíritu, no puedo admitir la posibilidad de semejante agravio.

Desde mi cargo de Presidente de la República he hecho todo lo que estaba a mi alcance para fortalecer las instituciones militares, para enaltecer su dignidad y su prestigio ante la Nación, y, como las conozco, no puedo creer que sus armas sirvan para sojuzgar las libertades ciudadanas, ni mucho menos para imponer subalternos intereses de grupos o clases, en detrimento de los superiores intereses del pueblo entero.

CUMPLIREMOS CON NUESTRO DEBER

Ciudadanos: en la próxima jornada del 3 de noviembre [1935, elección en la que se impuso Fresco como gobernador; y luego asumió que lo hizo mediante fraude] sabremos todos los radicales cumplir con nuestro deber. Iremos a las urnas, para encontrar en ellas la expresión de la auténtica voluntad popular, y lo haremos con toda decisión. Entretanto, no nos agitemos estérilmente: la agitación es todo lo contrario de la energía constructiva. Si mañana se pretendiera burlar los designios populares, si por el imperio del fraude y el escándalo se tratara de arrebatar al pueblo sus legítimas conquistas y derechos, será llegado el momento de que digamos al pueblo con franqueza, todos los caminos están cerrados; avancemos para abrirlos.

Tened confianza, radicales de Buenos Aires, en los hombres que tienen en esta hora, la responsabilidad de conducir el partido; ellos sabrán afrontar la situación. Triunfaremos, a pesar de todo. Lleguemos ahora hasta las urnas y votemos sin temor. Si de cualquier manera nos escamotean el triunfo, como el 5 de abril [1931], habremos conseguido de todos modos una gran victoria moral, y esa victoria, elaborada por la conciencia nacional, nos servirá de trampolín para saltar mucho más lejos todavía.










Fuente: Diario El Tiempo, 15 al 17 de octubre de 1935; revista Ardeo, N° 20, Azul. [Originales en Hemeroteca Oyhanarte de Azul]. De la serie “Discursos Históricos en la Ciudad de Azul de Marcial Luna.

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lunes, 9 de abril de 2018

Horacio Guido: "Alvear y Regina, dos amigos" (mayo de 1997)

Mis primeros recuerdos de ellos fueron cuando me exiliaron. Entonces tenía poquísimos años, y fue cuando a los viejos radicales los deporto al Brasil la dictadura de Uriburu.

Yo nos los seguí: a mi me llevaron porque mi padre estaba también en la lista. Del viaje en el Cap de Ancona a Río de Janeiro tengo recuerdos vagos. Algo de la travesía-en especial el cruce del golfo de Santa Catalina con el clásico resultado: un comedor muy raleado, un ambiente saturado de olor a comida, y a mi hermano y a mi que nos sacaron con una servilleta en la boca vomitando por los cuatro costados y algo de las corridas en cubierta y la seducción de mirar por el ojo de buey. Los Alvear estaban en el Hotel Copacabana, y nosotros junto a los Tamborini y los Siri en unos departamentos frente al mar. Éramos los mas chicos del pelotón, y de nuestra edad no había compañía: las hijas de Siri, como las de Pueyrredón, eran señoritas, y los hijos de Andrés Ferreyra ya muchachones. Jugábamos solos, y parece que con bastante escándalo y travesura, tanto que un día don Pascual le dijo a nuestra madre: María Esther, nos van a desalojar y tendremos que ir a vivir en una carpa en la playa…. Por favor, Tamborini, no lo diga fuerte, porque ese seria el sueño de ellos, y harían cualquier cosa por lograrlo.

A Copacabana íbamos seguido, a veces de pasada y otras anunciadas, y generalmente con nuestra madre a visitar a Regina. Poroto Botana, quien aseguraba haber sido testigo de muchas de nuestras andanzas, hacia reír contando las formas de nuestro desparpajo y hablar confianzudo, nada menos que con el matrimonio Alvear, a quien se trataba con mucho respeto y distancia. Nosotros no. Parece ser que todo lo contrario, y es que, evidentemente, sentíamos que no hablábamos ni estábamos en presencia del ex presidente y su esposa, sino con amigos que nos trataban como tales. Después fuimos todos juntos hasta Montevideo, y volvimos a Buenos Aires. Luego de Martín García los Alvear se fueron a Europa; mi padre, a Ushuaia, con los amigos radicales confinados, y nosotros, con nuestra madre a Sierra de la Ventana a esperar que aclarara.

De ahí en más, mis recuerdos de los Alvear saltan a Mar del Plata. Yo tenía más años, pero seguía borrego.

Nuestro chalet estaba en la cúspide de la loma de Playa Grande, y Villa Regina en la base, hacia el puerto. Todavía están. Aunque entonces descampado, y ahora ciudad, lo recuerdo a don Marcelo manejando su “topolino” (nunca supimos como hacia para entrar y salir de el),y, subiendo la cuesta, llegar a casa a conversar con mi padre, cosa que para nosotros no tenia otra trascendencia que un saludo cordial, su respuesta cariñosa, y algunas bromas que nos dejaban siempre satisfechos. Otras veces los veíamos en Playa Grande, donde tenían su carpa permanente como cualquier veraneante.

Más de una vez, de pasada al mar, le pedíamos permiso para dejar alguna ropa que nos molestaba. Lo encontrábamos sentado en aquellas sillas de mimbre, tan cómodas en la arena, leyendo un diario y sin ningún preámbulo daba su conformidad mezclada con preguntas sobre la familia. Generalmente cuando volvíamos, casi al mediodía, los Alvear ya no estaban, pero no era nada difícil volverlos a ver a la tarde caminando por la Rambla como simples ciudadanos. Era cierto: éramos unos confianzudos. Es verdad que los historiadores tienen bastante de que ocuparse como para acordarse de los chicos y de sus impresiones ante los hombres importantes, pero lo que a esa edad pudimos estar con ellos sintiéndonos cómodos, tenemos una visión particular, tal vez intrascendente, con infinidad de posibilidades de no pasar a un libro, pero de un valor muy importante para nosotros.

Mientras hacia falta un discurso de Alvear para que un politólogo entendiera algún recoveco de su pensamiento, una simple mirada, unas palabras y algún gesto cariñoso, a nosotros nos convertía en cómplices de otra historia, de trastienda, insisto, pero tan real y verdadera como la otra. La tradición lo pinta a Alvear con gesto adusto y solemne, encumbrado y autoritario, casi con toga romana conduciendo a la patria a la grandeza. Pero para mi fue todo lo contrario. Mi verdadero Alvear fue una expresión sonriente, una mirada clara y abierta, y un hablar de compinche. Y algo más, tan importante para un chico como para que nunca lo olvide: siempre tenía buen humor. El resto son problemas de otros, de gente grande y seria. En esta actualidad tan desvaída y pobre en que vive el país, el recuerdo de Alvear, mi Alvear, caminando en la explanada del Cristo Redentor o en Pocitos o en Playa Grande o en la Rambla de Mar del Plata, con doña Regina del brazo, saludando tranquilo y amable… hasta a un chico como era yo, es algo que me reconforta. Los tiempos de la Republica naufragaron en el 30, pero los de los republicanos todavía flotan.

Si bien Marcelo T. de Alvear no desplegaba lujos durante sus vacaciones en la costa, si gustaba de la comodidad. En Alvear, de Félix Luna, se lo describe como a un gran nadador, que no se perdía ninguna temporada veraniega. Fue de los primeros en descubrir Playa Grande, y durante muchos años su carpa fue de las contadas que allí se levantaban, mientras el grueso de los turistas se apiñaba frente a la Rambla. Hacia la mitad de su periodo presidencial (1922-1928) empezó a construir en Mar del Plata, precisamente cerca de Playa Grande, un hermosa chalet bautizado Villa Regina en honor de su mujer, Regina Pacini; disgustada frecuentemente con la omnipresencia del ministro de Guerra de Alvear, Agustín P. Justo, que lo seguía a todas partes y gustaba de practicar golf y trasladar las intrigas del poder a la arena marplatense. Alvear además gustaba de la pesca y caminando en soledad, sin escolta, hasta la escollera norte, con su sombrero blanco, la valijita de aparejos en mano y la caña en la otra. Tampoco llevaba custodia a sus partidos de golf con su amigo Ricardo Cranwell, presidente del Golf Club Mar del Plata, donde tenía prioridad cuando se le ocurría jugar.











Fuente: “Alvear y Regina, dos amigos” por el Dr. Horacio Guido en Todo es Historia N° 358, mayo de 1997.






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sábado, 11 de noviembre de 2017

Marcelo T. de Alvear: "Funeral Cívico a la Memoria del Dr. Lisandro de la Torre" (25 de septiembre de 1939)

Señoras y Señores:

No podía faltar a esta cita en que se rinde homenaje a un gran argentino. Y no podía faltar, porque entiendo que los pueblos no son dignos de grandes destinos si no saben honrar a los ciudadanos que han sacrificado su existencia y su vida por el bien común.

Lisandro del Torre fue un espíritu superior, de una envergadura de carácter rara y extraordinaria. Tuvo muchas veces los defectos de sus grandes condiciones, pero siempre fue sincero y animado de una gran probidad y no pudo –como acaba de decirse con elocuencia- aceptar sino la verdad y en cualquier parte en él creía descubrir una simulación, una superchería, no podía reprimirse y tenia que salir a la palestra a denunciar a los falsos apóstoles, a los fariseos de las instituciones e ideales argentinos.

Cuando tuve conocimiento de su muerte trágica, sufrí una gran congoja. Acudió a mi mente el recuerdo de un momento de un momento lejano de mi vida, cuando también otra muerte conmovió las fibras más íntimas de mí ser. Son dos finales semejantes: el de aquel fundador de la Unión Cívica y apóstol de la democracia, Leandro Alem, y el de Lisandro de la Torre.

Y tuve una gran congoja, porque supuse –a pesar de la serenidad que demostró en los últimos momentos-, que Lisandro de la Torre padeció una profunda amargura antes de tomar esa trágica resolución. El creyó, como hombre dinámico y activo que era que su papel había terminado, creyó que había luchado en vano contra un ambiente que, tal vez, no lo comprendía; y entonces, como no era hombre para quedarse inútil, arrinconado en su casa, pensó que su acción no era benéfica para su país. Por eso Lisandro de la Torre puso fin a su vida. Lo mismo que aquel otro caudillo que creyó, en un momento de ofuscación, que su papel había terminado, sin comprender que la acción de un hombre político y de un alto ciudadano y gran espíritu  aun cuando pareciera que no ha sido comprendido, aun cuando no vea surgir los frutos de las semillas que va derramando en los profundos surcos del suelo de la patria, deja una enseñanza y una lección fecundas para las generaciones futuras.

Y ya lo tenéis: muerto de la Torre, todos los demócratas argentinos, cualesquiera que hayan sido las disidencias pasajeras o transitorias que haya existido entre ellos, nos hemos agrupado ante su féretro primero, ante su recuerdo después.

Y lo hemos hecho porque fue un gran servidor de esos mismos ideales que nosotros defendemos. Porque fue un abnegado campeón de esas verdades que nosotros queremos hacer triunfar y porque Lisandro de la Torre, aun muerto, sigue luchando al lado nuestro.

Recordaré una frase decepcionada y amarga de un hombre ilustre que emancipó a media America. Al retirarse, abatido, del continente americano, le decía a su edecán: 

“Hemos arado en el mar”

El creía haber arado en el mar, era nada menos que Simón Bolívar, cuyo monumento se levanta hoy en todos los rincones del continente Sudamericano.


Tal vez Lisandro de la Torre, en los últimos momentos, creyó que su esfuerzo fue vano, que quizás su esfuerzo no llegó a ser todo lo eficaz que era menester. Grave error: Lisandro de la Torre levantó una alta cátedra: Lisandro de la Torre fue un gran ejemplo para las juventudes argentinas que vienen llenando los claros de los que se van o de los que caen en la marcha hacia el porvenir y que han de recordar su figura como una enseñanza y su acción como un apostolado.










Fuente: Discurso del Dr. Marcelo Torcuato de Alvear en el Funeral Civico del Teatro Maravillas de Buenos Aires el 25 de septiembre de 1939. En “Homenaje a Lisandro de la Torre”, Cursos y Conferencias, Revista del Colegio Libre de Estudios Superiores. Nº 9, 1939.
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sábado, 30 de septiembre de 2017

Mariano de Apellaniz: "Su hora más gloriosa" (29 de marzo de 1992)

Volver los ojos hacia el pasado es circunstancia reconfortante cuando se trata de exaltar una figura que, como la de Alvear, se yergue majestuosa y serena entre los resplandores de su grandeza moral en el cuadro de la historia cívica de nuestro país.

Las alternativas de medio siglo de luchas cívicas hicieron de él un verdadero cruzado de la democracia argentina.

Aparece en la acción cívica decididamente, para participar en los acontecimientos que culminarían con la Revolución del noventa. Este vigoroso despertar de energías populares, grande por la justicia de su causa, fue campo propicio para que (…) juveniles, ocupando su puesto de soldado en los cantones de la revolución, en horas de peligro. Fue una de las piedras fundamentales de la Unión Cívica, que siguieron a Alem y a Del Valle en columnas firmes y nutridas para encauzar el sentimiento nacional hacia una evolución transformadora cristalizada en ideales cada día mas elevados de libertad política.

En idénticos transportes de entusiasmo y con las mismas expansiones de patriotismo interviene Alvear en forma destacada en la Revolución del noventa y tres que, si bien fue un hecho local por el lugar donde se consumó (provincia de Buenos Aires), fue así mismo un acontecimiento (…) proyecciones y la repercusión del espíritu que la animó. Vuelve a poner de manifiesto su espíritu de líder del elemento juvenil, nervio y vigor de la floreciente organización popular que en el futuro presidiría. Le correspondió la difícil y peligrosa misión de marchar al mando de sus correligionarios y tomar por la fuerza la estación de Temperley, importante centro ferroviario, operación que cumplió con perfección. Cuentan que para no despertar sospechas se exhibió la noche anterior vistiendo frac en un palco del teatro Politeama. Este hecho consolido el triunfo de las armas revolucionarias.

Me he explayado sobre este aspecto (…) Alvear recordaba siempre con intensa emoción.

En 1896 y 1897, con el grado de teniente coronel, participa al mando de un batallón del regimiento cuarto de infantería en las históricas maniobras de Curu Maleal. Alvear esta una vez mas en su puesto de combate, ante peligros que se cernían sobre el horizonte de la patria. Los años posteriores transcurrieron dando aplomo a sus pensamientos.

Lo vemos así de legislador de frase clara y precisa, revelando siempre su firme y no demagógica preocupación por las clases desheredadas y auspiciando proyectos de ley que dieron a su labor legislativa gran autoridad (…).

Su actuación de tan alto nivel en el recinto y su fecunda labor en las comisiones le acreditaron títulos para su reelección, la cual se cumple. Interrumpe su segundo mandato a raíz de su celebrada designación como nuestro representante diplomático ante Francia, nación tan cara a sus afectos.

Sus elevadas cualidades diplomáticas quedaron ampliamente demostradas en el transcurso de los cincos años en que desempeño su misión.

Entre otras tareas formo parte de la delegación argentina ante la Asamblea Constitutiva de la Liga de las Naciones. Realizó gestiones ante otros países europeos. Las cortes y republicas del viejo mundo sabían que estaban en presencia de un gran señor y un autentico estadista.

Designado presidente de la Nación, regresa triunfante a su patria el 14 de septiembre de 1922 y es aclamado por el pueblo, que veía en él a un reformador de las conquistas democráticas y del progreso institucional.

Su presidencia es un capitulo clarísimo en los anales cívicos de nuestro país. Es una etapa bien precisa en la historia de los presidentes argentinos. En una época caracterizada por las abundancia de hombres aptos para la función publica de gobierno fue Alvear uno de los mandatarios mas completos que la Nación ha tenido. Analizarla seria tarea ímproba.

Señalemos, sin embargo, algunos de sus grandes meritos de gobernante.

Una de sus características salientes como hombre de gobierno fue la selección de sus colaboradores. Maquiavelo destaca en El Príncipe que uno de los puntos más importantes, y que da la medida del valor de los que gobiernan, es la selección de sus colaboradores, recalcando que un príncipe que sabe depositar acertadamente su confianza es un gran príncipe.

Fue así como ocuparon sucesivamente ministerios en su gabinete Matienzo, Vicente Gallo, José Tamborini, Ángel Gallardo, Celestino Marcó, Antonio Sagarna, Tomas Le Bretón, Emilio Mihura, Herrera Vegas, Víctor Molina, Loza, Roberto Ortiz, Agustin P. Justo y Manuel Domecq García. Estos nombres certifican la máxima del pensador francés: “Gouverner c’est choisir”. Concluyendo estos brochazos sobre Alvear presidente, recordemos la calificación que mereció de un periódico independiente –que fustigó muchas veces al partido gobernante- proclamándolo “Presidente de la Constitución”.

Algunos han criticado a Alvear afirmando que dilapidó su fortuna. No fue un dilapidador. Gastó parte de su fortuna personal, honestamente habida. Conviene recordar como la gastó. Sufragando gastos de las revoluciones juveniles y de campañas electorales, porque se negaba a aceptar contribuciones.

En su brillante embajada en París, con su grandioso manoir cerca de Versalles, Coeur Volant, agasajaba a las grandes personalidades mundiales: Clemenceau, Poincaré, Briand, los mariscales Joffre y Foch, Orlando, Lloyd George y muchos otro mas, haciendo conocer y ubicar en lo alto a la Republica Argentina.

Durante su presidencia hizo generosas donaciones a aquellos famosos conciertos populares de la Asociación del Profesorado Orquestal, que dieron impulso a la buena música, contribuyendo a la formación cultural y al nacimiento de nuestra vida musical. Durante su presidencia el país fue visitado por el príncipe de Gales y el príncipe Humberto de Saboya.

El presidente de la republica contribuyó a pagar gran parte de los gastos que demandaron estas regias visitas.

Pero si Alvear fue sano idealista en su juventud, meduloso legislador, consumado diplomático y estadista de seguro dominio del poder, fue en los últimos años de su vida cuando dio lo mejor de sí mismo, como conductor de un gran partido y vigía supremo de los intereses permanentes de la nacionalidad.

En cualquier parte del mundo hubiera sido un dirigente de garra, ya sea sobre los bordes del Potomac, bajo las viejas arcadas de Westminster o bajo la cúpula del palacio de Borbón.

Tomó la dirección de un gran partido, con prestigio de ex presidente, tarea que durante el gobierno surgido de la revolución del 6 de septiembre de 1930 no le acarrearía sino contrariedades; pero sabía muy bien que la vida cívica es responsabilidad y sacrificio antes que honores. Era el hombre político para cumplir una misión que rendiría servicios insignes y que entrañaba deberes excelsos.

Sufre confinamientos y vejámenes. Se aleja de su patria y vuelve a la acción luego de los injustos procesos y destierros a que es sometido. Se intenta presentarlo como un peligro izquierdista.

Siempre al frente de su partido, se apresta a librar la batalla más grande de su existencia, a la cual tuve el privilegio de asistir entusiastamente. Acepta su candidatura a la Presidencia de la Nación impuesta por su partido y votada unánimemente por la convención.

No desea ir nuevamente al poder como coronamiento de una ambición. Encarna un principio. Candidato a una segunda presidencia, cuando frisa los setenta años, emprende una de las campañas mas intensas que se conozcan.

Quizás uno de sus días más felices, en el cual recibió una de las recompensas más grandes en vida, fue el 1 de septiembre de 1937. Una imponente asamblea aclamaba su nombre confiándole el anhelo de sus reivindicaciones. La republica vibraba con la sola esperanza de su segunda presidencia. Veíamos los argentinos en otro gobierno de Alvear el afianzamiento definitivo de las instituciones y la elevación civil de la argentinidad. Quería la ciudadanía otra vez en la primera magistratura a quien había demostrado que la honradez política es una derivación de la dignidad privada.

No dudó Alvear en olvidar agravios y despojos, echando de lado recuerdos de acontecimientos funestos que habían pretendido afectar su personalidad y habían entorpecido la marcha del país.

Evidenciaba todo lo noble y alto que en la política existe. Nada ambicionaba para él. Pudo llegar, entre otras cosas, a los estrados del Senado, como aquel profundo pensador ingles que ante el ofrecimiento de una banca en el Parlamento creyó “que los hombres sirven muchas veces mas y mejor al pueblo penetrándolo en su espíritu que desde la plataforma de los honores”.

Pudo decirse con acierto que había superado la condición de líder de un gran partido, pues diversas corrientes lejanas a él se nucleaban en su torno.

No ejercía una profesión, cumplía un mandato.

Lo vi por última vez en Mar del Plata, pocas semanas le quedaban de vida. Vestía capa de marino, lo que le daba un aspecto de viejo timonel de tempestades. Me dijo que luego del tónico del mar buscaría un descanso sedante en Don Torcuato y que luego reiniciaría la lucha. Al pronunciar estas palabras su cuerpo enfermo cobró nueva vida, su rostro se iluminó y su imponente figura puesta en pie reclamaba con ansia el combate.

Ante esta expresión de suprema esperanza y rebeldía de su espíritu fuerte hasta el final, me estremecí.

Tuve el terrible presentimiento de que no oiría más su palabra aleccionadora, pero sentí un consuelo que me invadía: las luchas y agitaciones que habían agotado su vida no serian estériles.

Lo dije en una oportunidad:

“Winston Churchill, en frase que se transformó en histórica, calificó de su hora mas gloriosa a los instantes mas difíciles y amargos por los que atravesó su patria”


Y agregaba que el artista que concibiera el monumento de Alvear debería hacerlo representándolo en sus últimos años, porque esa fue su hora más gloriosa.











Fuente: “Su hora más gloriosa” por el Sr. Mariano de Apellaniz y Castex en el Diario La Nación del día 29 de marzo de 1992.
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