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sábado, 13 de marzo de 2021

Joaquín Castellanos: “En el entierro del Dr. Alem” (1896)

El luctuoso acontecimiento que nos congrega en este recinto es más que un duelo nacional: hay antecedentes y causas que lo hacen un duelo histórico.

El último votó personal del gran ciudadano se ha cumplido por modo extraordinario; su cadáver ha caído verdaderamente en manos de sus amigos pero no soto de los que él conocía, sino también de sus innumerables amigos ignorados, de -los amigos anónimos con que contaba entre todas las clases sociales, ese hombre que, sin los prestigios del poder ni de la gloria militar, ha sido en nuestro país el predilecto de las multitudes, el bien amado del pueblo!

No existe en nuestros anales, el recuerdo de una muerte más llorada; ninguno ha recibido hasta el presente una manifestación de pública condolencia tan intensa y tan extensa.

El Comité Nacional de la U. C. R, me ha encomendado la misión de representarlo con mi voz en esta fúnebre solemnidad'; pero en presencia de ella, el homenaje que sus correligionarios consagran al que fué el fundador del Partido y abanderado de la causa, se impersonaliza y confunde con el sentimiento de profunda consternación patriótica, cuyos testimonios nos llegan de todos los extremos de la República.

Esta misma ceremonia imponente, a que asistimos, es una especie de plebiscito fúnebre al que concurren con su espontáneo sufragio de dolor, todos los argentinos: en esta hora y en este sitio no hay, no puede haber, ni partidarios, ni enemigos; son solo conciudadanos.

Y es también que a esta hora y desde este sitio, el nombre del doctor Alem ya no pertenece a los afectos, a los entusiasmos y al credo exclusivo de un núcleo más o menos considerable de opinión; hoy ya pertenece a la patria; de’ cuerpo entero ha pasado a la historia.

Hacía falta én el cuadro de nuestras celebridades esa figura simbólica de las palpitaciones generosas de nuestra raza y de los más nobles ideales del alma argentina.

Y ese hombre es verdaderamente un símbolo; lo fué durante la vida y lo será mucho más cuando, por el transcurso del tiempo, vayan acentuándose alrededor de su memoria los accidentes que caracterizan su existencia, que era ya legendaria por la austeridad cívica y la abnegación patriótica.

Carácter muy superior al medio en que vivía, su talla moral quedaba inalterable entre los cambios que operaban a su alrededor el paso de las generaciones y el vaivén, de los acontecimientos; sus- alternativas de popularidad o de aislamiento, dependía de que se elevara o deprimiera el nivel cívico del pueblo, como la la roca que en los flujos del mar coronan las olas con blancas guirnaldas y de la cual se retiran en las bajas mareas, dejándola dominar' solitaria el espacio circulante, desde su cima- calcinada por el rayo.

Y a pesar de eso, Leandro N. Alem era en nuestro país la unidad moral más representativa de su conjunto. Su temperamento ' y su existencia personificaban una de las faces permanentes de nuestra vida nacional, en el impaciente afán de perfeccionamiento y en las energías impulsivas para realizarlo; en este sentido era un fragmento vibrante de la nacionalidad: era un pedazo de patria, que hoy convertido en girón de arcilla ensangrentada, entregaremos a la tierra como testimonio de los desgarramientos dolorosos que en las sociedades en formación marcan ,cada jornada de su evolución progresiva.

Pero al devolver a la tierra nativa los elementos que de ella recibió- para la vida, nos reservamos su espíritu, que para siempre 'quedará incorporado a nuestra atmósfera moral, como esas fuerzas misteriosas de la naturaleza que actúan impalpables, orientando la brújula en los mares o encendiendo en la mitad de la noche, auroras eléctricas más luminosas que las del día.

Para los hombres de esa estirpe, la muerte no es una desaparición; su -influjo cambia de lugar y de forma pero no se extingue, porque una parte de ellos quedan encada uno de nosotros por el afecto y el dolor,por la veneración y el ejemplo.

Los que limitan su influencia en nuestra vida pública, al de un agitador o de un caudillo, forman un juicio semejante a los que piensan que el movimiento alterado del Océano es una turbación de los elementos, siendo así que esa conmoción momentánea no es más que el efecto y la demostración de su eterno equilibrio.

Alem ha sido el Bayardo de nuestras contiendas políticas; solo o acompañado, nunca retrocedía en la lucha; soberbio con los soberbios y humilde con los humildes, tenía pronto en los labios el apostrofe fulminante contra todas las opresiones y la palabra de consuelo para todos los infortunios,

A pesar de sus exterioridades bruscas, tenía un corazón afectivo, de una bondad inagotable; los que hemos sido sus compañeros de prisión o de destierro, ni en los momentos más amargos le hemos oído una queja, un sarcasmo, ni un reproche. Ha llevado a la tumba, como él lo dice, muchas sombras y dolores, pero ni un rencor contra persona alguna; -Alem no odiaba a nadie; en esta hora solemne lo declara un testigo íntimo ' de su vida en días de tribulación y de injusticia.

Asceta del civismo,era el tipo del varón bíblico para quien la vida fue milicia sin tregua. Su primer noche en la eternidad ha sido, seguramente, su primer noche de reposo. Desde ' la juventud sujetó su vida a la disciplina de su voluntad poderosa, y su voluntad al austero control de su conciencia inflexible. Todos sus actos llevan el sello de la entereza consciente y reflexiva. Su propia muerte es el resultado de la severa unidad que dió a su vida; a semejanza del Hércules antiguo, él mismo preparó su pira funeraria, y él mismo recostó en ella su cuerpo dilacerado para despertar inmortal después de su martirio.

Sus despojos realmente corresponden al monumento que guarda las víctimas, de Julio; su inmolación cívica no estaba más que retardada; tenía la trágica predestinación al sacrificio; él. lo sabía y no solamente se resignaba, sino que. buscaba su destino, y cuando las circunstancias parecían alejarlo del camino del Gólgota, él se dirigió directa y voluntariamente a su calvario patriótico. También tuvo su larga noche de Getsemani; es cierto que alguna de sus palabras revela la amargura de esas horas. de solitario recogimiento enfoque “el alma está triste hasta la muerte”, pero su último adiós a la patria es de aliento y de fe; es una viril incitación que tiene todo el calor palpitante dela vida y el prestigio sagrado de una voz que casi sale de la eternidad.

Doctor Alem:

Tus compañeros de causa responderemos al toque de llamada patriótico con que nos convocas desde las puertas de la tumba; estamos de pie para realizar tu consigna postuma, y por todos los extremos de la República, a medida que vamos cayendo sobre el campo de la lucha, nos iremos 'transmitiendo los unos a los otros, tu postrer voto, tu último grito de combate:

¡Adelante los que quedan!






Fuente: “En el entierro del Dr. Alem” por el Dr. Joaquin Castellanos, discurso pronunciado en representación del Comité Nacional del Partido Radical, 1896.

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jueves, 9 de abril de 2015

Bernardo de Irigoyen: "La figura de Alem" (5 de julio de 1896)

Las cenizas de los hombres que, como el doctor Alem, personificaron ese conjunto de virtudes cívicas y privadas, que dignifican la vida, arrojan luces que alumbran el desenvolvimiento libre de los pueblos. La acción del tiempo, lejos de extinguirlas las conforta, para que sirvan de estímulo y de ejemplo a las generaciones que se suceden en el orden de la humanidad. No estoy llamado a pronunciar el elogio fúnebre del doctor Leandro N. Alem. Están designados los ciudadanos que deben perfilar en este acto los contornos de esa figura acentuada que representó en épocas recientes las manifestaciones y los anhelos de la opinión nacional.

Algunos de esos oradores dibujarán probablemente los primeros esfuerzos de aquel joven, que destituído de influencias y de favores, se incorporó airosamente al movimiento literario y científico del país. Aquel acto fué ya la profecía de su figuración política. Ocupó pronto un puesto prominente, entre Gallo, Del Valle, Goyena, López y otros igualmente esclarecidos, y tuvo poderosa influencia en los acuerdos y trabajos políticos de aquella agrupación, brillante por el talento de sus hombres, los que parecen destinados a ausentarse prematuramente del escenario de la vida.

Otros escribirán los variados accidentes de la existencia de Alem y referirán la espontaneidad con que, cuando la dignidad de la patria pareció en peligro, abandonó las reflexivas tareas del foro, para defender valientemente en los campos de batalla la integridad y el nombre de la Nación. y después de haber formado dignamente algunos años en las filas del ejército nacional, tornó a esta capital, para actuar con ardimiento en nuestras contiendas internas, conquistando ya en aquellas luchas el prestigio de que ha vivido acompañado, fuera próspera o adversa la situación en que lo colocaron los acontecimientos. Más tarde, debate con notabilísima ilustración en los parlamentos de la Provincia y de la Nación las altas y ruidosas cuestiones administrativas y constitucionales, que apasionaron en aquellos días el sentimiento nacional, y se aleja después de la escena pública sin reparar si son muchos o pocos los que lo acompañan, porque la soledad nunca abatió su espíritu ni debilitó sus patrióticos ideales.

Y no faltará alguno que al trazar esos rasgos biográficos, recuerde aquellos días críticos, en los que, aproximados los partidos tradicionales de la República, interrumpieron el espontáneo retraimiento de Alem, designándolo para presidir el levantamiento popular de julio, en favor de las libertades constitucionales del país. El aceptó sin vacilaciones la confianza que se le discerniera: tomó el puesto que le señalaran sus convicciones, el voto de sus amigos y de sus adversarios, y permaneció desde entonces fiel al espíritu, al lenguaje y al programa de aquella revolución, esencialmente nacional por los levantados designios que la decidieron.

Pero la revolución no fué como se ha dicho, una pasión de su alma ardiente, ni una veleidad genial. El creía sinceramente que las ideas que ha seguido sosteniendo formaban parte del plan sancionado por el sentimiento y por las necesidades constitucionales de la República y aceptado deliberadamente en 1890 por la Unión Cívica en el acto fundamental de su convocatoria.

La verdad, el desinterés, la pureza de propósitos, el amor a las instituciones que garantizan el destino de las naciones, la integridad política en la más alta acepción de la palabra; estas fueron las cualidades que constituyeron su ascendiente y su poder. Vivió desde sus primeros años identificado con el pueblo, que lo miraba como verdadero representante de sus aspiraciones y de sus derechos.

Nada podía ofrecer a los que lo acompañaban en las largas y espinosas luchas que dirigiera; y sin embargo, grandes colectividades en la capital y en la República los siguieron; con incontrastable abnegación, y desde el infausto momento de su muerte, el pueblo permaneció agrupado en torno de sus restos, como pidiendo todavía inspiraciones a su probado patriotismo o esperando órdenes de la autoridad moral que invistiera en toda la República, fundada en el título de sus acrisolados servicios, de la incorruptibilidad de su carácter y del poder atrayente de sus generosos ideales.

Leandro Alem baja a la tumba envuelto en su tradicional austeridad. Rodéanlo, sin embargo, los honores y demostraciones que el país unánimemente le acuerda, y este hecho enseñará a nuestra posteridad que los grandes caracteres se imponen al respeto de los pueblos y que la pobreza de un ciudadano ilustre reviste en ciertas situaciones el esplendor de la grandeza, que la historia se encarga de perpetuar. Saludemos con amor y recogimiento los despojos mortales de este amigo esclarecido y que su memoria se grabe en el espíritu y en los buenos recuerdos de la patria.








Fuente: Bernardo de Irigoyen: "La figura de Alem" (5 de julio de 1896) publicado en el Diario La Prensa.

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miércoles, 11 de mayo de 2011

La Nacion: El suicidio de Alem (2 de julio de 1896)

¿Cómo había ocurrido la catástrofe? El doctor Leandro N. Alem había dado fin a su existencia, disparándose dentro del coche que lo conducía al Club del Progreso, un tiro en la sien derecha. Cuando el portero del Club abrió la portezuela del carruaje, el tribuno popular, el agitador, el caudillo, era cadáver.

Ese cadáver fué piadosamente subido a uno de los salones del club, colocado sobre una mesa, cubierto el rostro varonil con el poncho de vicuña, semivelado así a la gente de todas las opiniones que acudía a saludarlo con lágrimas en los ojos.

Se había suicidado Alem. Leandro Alem, el de las largas barbas plateadas ya, el de los ojos vivos y fulgurantes, el de la palabra vibrante y perentoria, el caudillo, el jefe, el hombre de la calle y de la plaza pública, que arrebataba a las multitudes cuando les hablaba por ellas, cuando los llevaba adonde él quería llevarlas, casi ídolo, con su ascético rostro, con su vida clara, con su altruismo extraño, y así ha muerto, tendido sobre una mesa, cubierta la cara ensangrentada con el poncho de vicuña de sus amores nacionales.
¿Por qué? Todos preguntaban el por qué, todos querían conocerlo, y hubieran cuestionado al cadáver si hubiera podido contestar, y quedaban mudos ante ese enigma. ¿Cómo, cuando se es jefe de un partido poderoso, cuando se influye en los destinos de una Nación, cuando se ha llegado a una popularidad, casi sin precedentes, se puede cortar así el hilo de una existencia, saltar así a la nada, romper así con todo lo que sonríe y lo que promete ? ...
Hombre maduro, el doctor Alem había visto muchas cosas, había pulsado muchas pasiones, había hecho muchos sacrificios, y llegado el momento del balance se había encontrado él solo en pérdida, después de haber puesto casi todo el capital.

Muere en su teatro, en la calle de sus triunfos y las causas de su muerte no han de conocerse tal vez por entero. Es un hombre de abnegación y convicciones que se mata, y cuya muerte produce honda sensación en amigos y enemigos; un luchador que supo estar en pugna con todo lo existente que le parecía malo, rodearse de una aureola popular, significar por sí mismo, encarnar en su persona todo un partido y obligar a los demás a considerarlo un bienintencionado pasionista, pero que todo lo supeditaba al bienestar común; un caudillo por su exterioridad y su psicología, término extremo y necesario para el desenvolvimiento de un país democrático como el nuestro.
Aún los que no estaban de acuerdo con su lucha, han de ver que su actitud estaba informada por una pasión sincera y, aunque excesiva, nunca inspirada en un propósito de medro personal.

Cuando la candidatura de uno de sus amigos políticos a la Presidencia de la República él supo desligarse orgullosamente al creer que se tomaba un mal camino y el pueblo le llamó austero.
Más tarde se entregó en cuerpo y alma al triunfo de la revolución del 90, y luego siempre lleno de las mejores intenciones, ofuscado sólo por su pasión de ir ligero, de saltar obstáculos, de llegar a pesar de todo y perentoriamente al fin, si contribuyó a la escisión y pérdida de fuerzas de la Unión Cívica, fué con el ansia de crear un partido formidable que arrasara con todo de una vez y llegar a la conquista del ideal democrático, con una sola carga de sus decididas huestes.
¡Ay! Eso era imposible y las dificultades se han ido aumentando, amontonando hasta formar barrera insalvable; no triunfa ya en nuestro siglo lo que no se ajusta a la evolución, lo que no la sigue, lo que no se vale de ella.
El doctor Alem se inició muy joven en la vida pública, en épocas en que se creía necesaria la violencia y desde un principio hízose notar por su carácter que significaba siempre una manera terminante y absoluta.
Su nombre era conocido y relativamente popular antes del 90 en que alcanzó ultísima figuración y representó en su persona el grupo numeroso de los excesivos, de los que querían llegar a saltos al ideal, contra la regla de la naturaleza. Llegó así, lejos del gobierno, repudiándolo siempre, deseándolo mejor, libre de tachas mejor dicho, a gozar de una rara popularidad que lo ha acompañado hasta el último día de su vida y que hará que la noticia de su suicidio cause verdadero estupor y provoque una extraordinaria manifestación de duelo.

Anoche, cuando corrió la triste noticia no había quien no se negase a creerla; cuando el convencimiento llegaba, surgían siempre frases de amargo pesar de todos los labios, porque al fin es uno de los nuestros, un hijo de la tierra, un genuino representante de las cosas que fueron y aún son, el que a la hora de esta, yace sobre una mesa del Club del Progreso con su rostro enjuto y su luenga barba casi blanca, cubierto con el poncho de vicuña de sus amores nacionales el que lo acompañó a los atrios de las elecciones sangrientas o a los congresos de debate tranquilo.
¡Duerma en paz Leandro Alem ! Que el descanso eterno la compense de su lucha contínua. En nuestra historia tiene un puesto, su nombre vivirá y hoy no habrá en toda la República quien no lamente su trágica muerte y rinda tributo a sus virtudes.

Alma noble, luchador incansable, hombre de raro temple, librado a los embates de la suerte pocas veces propicias ha llegado al término de su carrera con la estimación de propios y extraños y sin duda por eso en su rostro demacrado y en sus blancas barbas hay aún, después de la muerte, un sello de placidez y de entereza.¡Duerma en paz Leandro Alem! "





























Fuente: LEANDRO ALEM: LA TRAGEDIA DE ANOCHELa Nación, 2 de julio de 1896.
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viernes, 18 de marzo de 2011

Marcelo T. de Alvear: "Despidiendo los restos de Alem" (Julio de 1896)

Señores:
Honrado por el Comité de la provincia de Buenos Aires para hacer uso de la palabra, en su representación, temo que falte a mi espíritu la serenidad suficiente para interpretar con verdad el profundo sentimiento que a todos nos embarga.
Mis palabras sólo serán la expresión sencilla del cariño por el amigo y de la admiración por el esforzado campeón de las libertades públicas, que hemos perdido.
Nunca con más razón puede el pueblo derramar sus lágrimas sobre una tumba. Esta encierra desde hoy los restos del hombre que tanto luchó por la causa popular y a la cual siempre dio generoso, todas sus fuerzas, todas sus energías, todos sus momentos; los restos del caudillo predilecto que conoció los secretos para
conmover las más íntimas fibras de su corazón y para guiarlo entusiasta y delirante en pos de sus queridos ideales, por los senderos más ásperos y fatigosos.
¡Leandro Alem! Fué a él, a quien acudió la juventud en época no remota, buscando su dirección para combatir las consecuencias de un régimen funesto. Y las condiciones brillantes y excepcionales de su carácter, fueron el más poderoso contingente de ese movimiento; y los antecedentes de su vida, la prenda
más segura de la sinceridad de sus actos.
Y no se engañó la juventud. Su designación atrajo todos los elementos sanos del país, que vieron siempre en su figura política la promesa constante de una acción benéfica y patriótica.
¡Infatigable batallador!
De nuevo preparaba los elementos con que nos llevaría a la lucha; y cuando más necesario, tal vez, nos hubiera sido su potente auxilio, nos abandona...
No quiero entrar a considerar las causas de su determinación; me inclino respetuoso ante su voluntad y solo oigo las palabras con que se despide de nosotros.
¡Adelante los que quedan!
Sí; ¡adelante! Enorme y ruda es la tarea, pues nos va a faltar el espíritu más inquebrantable, el corazón más grande, el brazo más fuerte que siempre nos acompañara.
¡Que la fe que le tuvimos nos dé la fuerza suficiente para cumplir su último anhelo, que sintetiza la aspiración suprema de su vida!
He dicho.








































Fuente:  Marcelo Torcuato de Alvear "De la Revolución a la Legislatura" 1998.
                                                                                                                                                                                           
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martes, 14 de diciembre de 2010

Francisco A. Barroetaveña: "Discurso en Memoria de Leandro Alem (4 de julio de 1896)

“Señores: Cumpliendo el precepto de Quintiliano: “abreviemos las palabras ante los grandes hechos”. La República entera, -hago este honor a los adversarios políticos,- acaba de ser profundamente conmovida por un suceso trágico, tan inesperado como terrible. Por primera vez, uno de sus patricios excelsos, con mano firme y temeraria, ha puesto fin a su noble vida! El rudo acontecimiento, no sólo nos cubre de luto y de consternación, sino que inaugura la forma más funesta y peligrosa con que los hombres públicos pueden solucionar los accidentados problemas de su vida; y, ante los despojos de la primera víctima, conteniendo las angustias y armado de franca energía, séame permitido condenar el suicidio como el procedimiento más estéril y atentatorio. Señores: La gallarda y altiva figura del doctor Leandro N. Alem, no sólo había descollado en nuestras contiendas democráticas, en el foro, en el parlamento y en la tribuna popular, sino también en los tumultos sangrientos del comicio, en la guerra civil y en los formidables combates del Paraguay, donde el plomo mortífero diezmaba las filas argentinas. Y, no obstante esos múltiples peligros y exposiciones, los proyectiles enemigos respetaron al valeroso luchador, que siempre se expuso en la vanguardia, como si sus altas virtudes le hubiesen formado un blindaje invisible, que lo preservaba de la muerte y de la calumnia. La perforación del hermoso cráneo que encerraba ideas tan grandes como generosas, estaba reservada a la siniestra resolución del mismo doctor Alem, concebida, sin duda alguna, bajo el influjo de la desesperación, excitada por un enfermizo romanticismo. Alem, combatiente de fibra, alma varonil forjada en la más ruda lucha; espíritu fuerte, capaz de imponerse a las más crueles visicitudes y a los peores desastres, ¿cómo ha podido destrozar su cabeza con su propia mano? ¿qué lo ha impulsado a la inmolacion? ¿las dificultades de la política contemporánea? No; porque era inteligente y razonable para comprender que las causas del malestar, no estaban exclusivamente al alcance de su resolucion ni de la fuerza de su partido; porque si se encontraba con algún correligionario frío, indiferente, disperso, o hacia el campo adverso, él sabía bien que la gran mayoría proseguía con lealtad la lucha por la justicia y el derecho; y porque, aun cuando Alem hubiese visto a la multitud, cobarde, envilecida o en el camino del crimen, era hombre de firmeza y austeridad, capaz de cumplir sin violencia el altivo programa de Lamartine en casos tales: “¡Feliz el hombre solo!” Era un veterano del ostracismo interno y de las persecusiones! ¿Qué lo ha llevado al suicidio? ¿La pobreza? Pero si Alem era uno de esos sublimes menesterosos, cuya elevación de ideas y pensamientos les impide conocer y codiciar las ventajas del dinero; que suelen terminar con los pies en un hospital, pero manteniendo siempre la cabeza y el corazón en las nubes; que se empobrecen haciendo el bien, y no se avergüenzan de alimentarse “como las aves del cielo”, y de vestirse “como los lirios de los campos”, cuando falta el trabajo honrado y dignificante; que persiguen como objetivos de la vida, la práctica del bien, del deber y de la virtud; el ejercicio del derecho, y el reinado de la justicia; y que desde la plataforma de su elevada misión, compadecen la opulencia de Creso, los caudales de Verres y la avaricia de Shylock! ¿La calumnia? Pero si Alem sabía que desde Alejandro, los grandes hombres son las víctimas más codiciadas por el arma corrosiva de Basilio; pero si Alem era probablemente el hombre público argentino menos calumniado; si él sabía bien que ese proyectil innoble resbalaba hasta sus plantas, sin mancillar su austera personalidad; si él no podía dudar que sus virtudes notorias y su altanero menosprecio, convertían en lodo inofensivo la calumnia y la difamación! El alma byroniana de Alem, embellecida con las virtudes de Catón el Antiguo, tuvo el momento de obcecación y de fatal escepticismo del de Utica; y, como él, olvidó que “en huir del dolor nunca hay victoria”; y, el esforzado patricio, no ha muerto “cara al tirano!” El espíritu poderoso y varonil de Alem, era capaz de resistir heroicamente las mayores adversidades; la prueba del odio, del fuego y del hierro. Parecían destinadas a él aquellas palabras de Victor Hugo: “Ciertas naturalezas aladas, robustas y tranquilas, han sido hechas para los grandes vientos: hay aves de tempestad, creadas para los huracanes”. ¡Alem inútil y estéril! ¿Cómo pudo escribir semejantes palabras, él, cuya sola presencia, adornada de nobles virtudes, era el ejemplo más útil y fecundo para la enseñanza del pueblo; él que aún encerrado con sus cóleras y fulminaciones en su mísera tienda, habría sido el juez más soberbio, y el maestro más elocuente de su nación, como lo fueron aquel guerrero invicto frente a los muros de Troya, y aquel sombrío y solitario que rugía en el monte Carmelo? ¡Alem deprimido! Pero ¿cómo? ¿Por quién? ¿De dónde le vino esta persistente obsecación? Si Alem en los pontones, en la cárcel infecta, en la miseria, víctima de la difamación; en la soledad o en el infortunio, era siempre el repúblico altivo y brillante, que se agrandaba en razón directa de las persecusiones y de las miserias de la vida? ¿Por qué se mató Alem? Yo no encuentro una causa razonable, si es que se puede excusar con estas palabras, la siniestra resolución de los más insoportables momentos de la vida. ... ¡Quién hubiera adivinado tan horrible plan en el caballero afable y bromista, que momentos antes de la tragedia nos entretenía con burlas amistosas y familiar conversación! ¡Y pensar que las cartas en que nos invitaba, han sido escritas el “1º de junio” y luego enmendada la fecha para el “1º de julio”! Señores: En el sepulcro del doctor Alem no debemos decir sino palabras severas y levantadas, dignas de la vida, de la escuela y de la propaganda del preclaro ciudadano. Ni el llanto ni la desolación son del todo apropiados frente a este cadáver excepcional. A repúblicos de la estirpe de Alem, no se les honra con lágrimas, ni con cirios y genuflexiones, sino imitando sus virtudes, la nobleza de su alma, su altruismo, su carácter y el valor heroico para luchar por el bien! Desprendámonos del drama sangriento; no indaguemos los sombríos monólogos de Hamlet que se habrán sucedido con fatídica repetición en las tristes cavilaciones de sus últimos días; no preguntemos por qué lo sedujo el segundo término de aquella formidable interrogación del héroe de Shakespeare: “¿cuál es más digna acción del ánimo: sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta, u oponer los brazos a este torrente de calamidades, y darles fin con atrevida resistencia?” No pretendamos desgarrar el denso velo que envuelven sus raciocinios desesperados; levantémonos de su tumba agusta, y dirijamos la mirada y la acción a su testamento político, a los destinos de la patria, al porvenir político de la nación argentina, a todo lo que sea grande y elevado, digno del ilustre muerto, caído en un momento sicológico. Las más hermosas exequias a la memoria del doctor Alem, consistirán en realizar con serena firmeza cuanto exija el país para su completa regeneración, en lo político, social, administrativo y moral; para el más amplio ejercicio de sus libertades públicas; para impulsar al pueblo a los comicios, e imponer su deber a los gobiernos; para impedir “funestas restauraciones...¡Adelante los que quedan!” He aquí el santo y seña de ultratumba, que sonará como un llamamiento supremo sobre el territorio argentino, mientras sus hijos defiendan el honor y la gloria! Seremos fuertes y dignos, ¡Duerme tranquilo, noble luchador! Señores: Oigo que Alem, es el último representante de una raza de varones fuertes que se va, después de haber agitado hondamente la sociedad en que vivían; hasta se insinúan comparaciones algo deprimentes con oscuros caudillejos locales, surgidos del caos y de la anarquía. ¿Cómo? Alem, el conductor del pueblo argentino a jornadas patrióticas en momento solemnísimo para reivindicar el honor y la libertad; Alem, el viril combatiente, el ilustrado propagandista, el tribuno de fuego que arrastraba la democracia a su solemne manumisión; Alem, el virtuoso, el alma grande y noble, capaz de todas las intrepideces y de todos los sacrificios en pro de la nación argentina, ¿es el último romano, el último representante de los sublimes agitadores que dignifican la esperie humana? ¡No, jamás; no blasfememos de la patria! Alem deja toda una generación de discípulos, modestos, pero impregnados de las claridades, de las virtudes, del carácter y de la elevada enseñanza cívica del tribuno fulgurante! Señores: En el interminable desfile del pueblo, que ha contemplado y traído a la mansión de las tumbas el cadáver del doctor Alem, han llamado la atención dos elementos sociales: la mujer y la cantidad enorme de jóvenes. La primera, desde la más remota antigüedad, desde el drama del Gólgota, es la piadosa compañera de los infortunios de los grandes hombres; la que prodiga su exquisita sensibilidad, consuelo y resignación al que sufre; flores de nardo a los mártires del deber, a los apóstoles del bien y de la virtud, a los benefactores de la humanidad. Los jóvenes responden con elocuencia al último toque de llamada del doctor Alem; demuestran que nunca fueron remisos a la palabra de orden del ilustre tribuno, y que están firmes y dispuestos a “consumar la obra” que recomienda en su testamento. Lo afirmo por mi honor: La Juventud será perseverante! Señores: el Partido Radical de Entre Ríos y de Santa Fé, me ha encargado que hable en su nombre al sepultar los restos del doctor Alem. Aquellos pueblos, como las demás provincias argentinas, no sólo quieren honrar con delegaciones, ofrendas y discursos, la tumba del que tanto luchó por su causa, sin economizar sacrificio alguno, sino que también protestan, en presencia de los despojos del egregio ciudadano, “consumar la obra” de su redención política y social. Los argentinos ya no veremos al iluminado demócrata fascinar las multitudes desde la tribuna de las arengas; las reivindicaciones armadas no contarán con aquel eficiente organizador; las campañas eleccionarias no serán presididas por el político rígido, que combatía las convenciones exitistas y sólo se inclinaba ante el veredicto de las urnas, leal y honradamente compulsadas; los parlamentos no volverán a escuchar la verba elocuente y fogosa, los grandes discursos del “tribuno del pueblo”; la causa de la defensa nacional ha perdido un brazo fuerte; los oprimidos y toda buena causa, ya no tendrán al más solícito e impetuoso de sus abogados; no veremos los grandes “meetings” del pueblo argentino, presididos y electrizados por el vehemente jefe del Partido Radical; la juventud no volverá a contemplar ni la fisonomía severa del gran demócrata, ni a oir su palabra arrebatadora; pero Leandro N. Alem no ha sufrido ni clamado en el desierto. Todo el partido Radical de la República sabrá dignamente “consumar la obra” que nos recomienda; conservaremos piadoso recuerdo del abnegado Jefe, y, perdonándole la falta de su postrera resolución, lo presentaremos a la posteridad como modelo de carácter y de civismo, en blanco mármol de Carrara, o en bronce sonoro e inmortal! Paz en su tumba, honor a su memoria, y “adelante los que quedan”, hasta “consumar la obra...” He dicho”


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