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martes, 19 de septiembre de 2017

Victoria Ocampo: "Homenaje a Marcelo T. de Alvear" (29 de marzo de 1943)

Se me ha pedido que hable de un presidente de la Republica delante de una gran asamblea y yo solo soy capaz de hablar de un hombre a otros hombres, de un amigo a otros amigos. Así lo haré y espero que ustedes me perdonaran.

Tengo la impresión de haber conocido desde siempre a Marcelo Alvear, En todo caso, la primera vez que lo vi no era presidente, ni embajador, Creo que fue en una quinta de San Fernando que ya no existe, una tarde de mucho sol con sombra de eucaliptos y canto de chicharras. Él jugaba al tennis. Yo era una niña huraña. Ninguna palabra de las que cambiamos ha quedado en mi memoria, pero recuerdo que el día era radiante y radiante el buen humor y la alegría de vivir de Marcelo. Aquella tarde de verano sin nubes que parecía haberse apoderado a perpetuidad de un rincón de tierra argentina y el brío desbordante de aquel hombre han quedado mezclados en mi recuerdo,

Desde entonces, he visto a Marcelo Alvear en estaciones y circunstancias diversas, Las crucecitas que anuncian lluvias en los pronósticos del tiempo, en “La Nación”, se multiplicaron a cierta altura de su vida. Su alegría se empaño, pero no su benevolencia. Marcelo Alvear era bueno sin esfuerzo, como algunas mujeres son lindas sin artificio, Se enternecía y se impacientaba con igual prontitud, pues tenia esa clase de carácter que los franceses llaman prime-sautier. Es fácil perdonar los defectos y difícil no encariñarse con las cualidades de semejantes naturalezas. Ignoran el rencor, la acritud, y viven, junto a esos microbios en un estado de asepsia milagrosa.

Marcelo Alvear debió de indignarse con violencia y a menudo. Pero ni cultivaba ni entendía el odio. Esto me parece importantísimo para un hombre de Estado, No estoy entre los que ven en el odio una virtud. Y hasta he llegado a creer que la fuerza y el poder del odio solo existen en la medida en que el amor no ha logrado, por debilidad y tibieza, invadirlo y desarmarlo en el momento decisivo. Yo se que eso sucede entre las personas y pienso que ocurre. En otra escala, entre los pueblos. Si este pensamiento es falso, el fin justifica los medios, la razón del más fuerte es siempre la mejor, el hombre no pasa de ser una bestia feroz y la suerte que pueda correr una humanidad tan despreciable no interesa.

Marcelo Alvear detestaba el mal y no al malhechor, en una sociedad hipócrita que finge perseguir la corrupción para aplastar mejor, por razones ajenas a la moral y a las ideologías, al contrincante que se desea eliminar.

En la Casa Rosada o en la suya propia, que fuese presidente o no, era siempre idéntico a si mismo. Sabia escuchar lo que se le decía y estaba siempre atento a lo que merecía su ayuda. Jamás le vi negar su apoyo a una causa justa. Y fue especialmente generoso y hospitalario con los artistas y escritores, a quienes su ausencia deja un gran vacío.

A menudo me hablaba de música, de libros, con un entusiasmo que solo suele darse en la juventud, En dos ocasiones, poco antes de su muerte, se empeño en hacerme leer unas paginas que lo habían conmovido en sus ultimas lecturas.

Una se refería a los grandes músicos y poetas alemanes y a la Alemania que esos seres de excepción representan; la de Beethoven y Brahms, la de Goethe y Schiller. Otra era una carta escrita por Simon Bolívar pocos días antes de su muerte y dirigida a una prima: carta de despedida que lleva el sello de la época, en su lenguaje romántico, y el de la condición humana, sin época, en su dolor. Marcelo Alvear me pidió que se la leyera. Estábamos en su casa de Mar del Plata, sentados junto a una ventana abierta sobre el mar, con su mujer, compañera tan intima y fielmente ligada a los buenos y malos ratos de su vida.

El estado de salud de Marcelo nos inquietaba ya, y cuando mis ojos cayeron sobre las primeras líneas de la carta se me nublaron con un presentimiento: "Te extraña que piense en ti al borde del sepulcro", escribía Bolívar, Me pregunte a mi misma si lo que mas le emocionaba a Marcelo en aquella pagina no seria el tono tierno y grave de ese adiós. Temiendo que mi voz me traicionara, le pase el libro a un amigo que me había acompañado, a fin de que el leyera, y escuche tratando de fijar mi atención en las palabras, para huir de la angustia que me invadía: "Ha llegado la ultima aurora, Tengo al frente el mar Caribe, azul y plata... sobre mi cabeza el cielo mas bello de America, la mas hermosa sinfonía de colores, el mas grandioso derroche de luz...” Aquí también estaban presentes el mar y el más hermoso cielo de America, iluminado por grandes llamaradas de nubes crepusculares. Llegamos al ultimo párrafo: "Me toco la misión del relámpago... fulgurar apenas sobre el abismo y tornar a perderme en el vacío". Simon Bolívar, 1830. Vi entonces que los ojos de Marcelo estaban llenos de lágrimas. No me había equivocado. Su pensamiento y el mío eran el mismo. Él me lo comunicaba. Y sin haber cambiado aquella tarde una palabra sobre el tema, en silencio, hablamos de muerte y despedida. Lo volví a ver, sin embargo. Nuestro último encuentro tuvo lugar, por casualidad, en la Barranca de los Lobos, siempre frente al mar. Pero la ultima vez que realmente le vi y que realmente me despedí de el fue aquella otra tarde, durante la lectura de la carta de Bolívar. "Ha llegado la ultima aurora... sobre mi cabeza el cielo mas bello de America..." Yo se que en ese instante Marcelo Alvear me hablo de su patria, por la cual habría deseado luchar aun; se que me hablo de su mujer, esa otra patria del hombre; se que me hablo de la guerra monstruosa cuyo desenlace no vena. Yo se que en medio de las ansiosas interrogaciones que lo turbaban "al borde del sepulcro", quedaba encendida en el una esperanza. La esperanza eterna de los que no podemos dejar de creer que el hombre es susceptible de redención, sea cual fuere su color, su ra2a, su clase, su patria o su fe, y que la misión de los grandes hombres es la de transformar el mundo y volverlo mas habitable, espiritual y materialmente, para todos los otros hombres, Digo para todos. Tal es, por lo menos, la idea muy simple y concreta de los grandes hombres que hemos heredado en America, y no tenemos intención de modificarla, Tal era la idea al servicio de la cual vivió Marcelo Alvear, argentino, y tal la idea que lo obsesionaba en vísperas de su muerte, cuando me pidió, bajo el cielo mas bello de America, que le leyera la carta de Simon Bolívar, libertador.

No se si el nombre de pila que puede dársele a esta idea es democracia o cristianismo, o ambos. Si alguien es capaz de inventar uno mas apropiado, tanto mejor. Pero la cosa en si ya ha nacido desde hace siglos, y si alguien no tiene derecho a ponerla en duda somos nosotros, los americanos.

VICTORIA OCAMPO












Fuente: “Homenaje a Alvear” por la escritora Victoria Ocampo en el Luna Park el 29 de marzo de 1943. En Revista Sur, N° 103, abril de 1943.
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viernes, 22 de abril de 2016

Roberto M. Ortiz: "Homenaje al Dr. Marcelo T. de Alvear" (24 de marzo de 1942)

La ciudadanía y la civilidad están de duelo. El destacar en sus condiciones la altivez, hidalguía, consecuencia y fervor cívico, que honrosamente ha sabido llevar Alvear lo sindica ante las futuras generaciones con un carácter excepcional, que reúne las virtudes del patriciado argentino.

En momentos en que una ola inmensa de fatal egoísmo y corrupción, amenazan con minar los cimientos de las instituciones y hasta la propia vida social, un ejemplo de generosa preocupación y perenne fervor cívico debe retemplar nuestro espíritu en la defensa del patrimonio, del principio, de las instituciones y grandeza que nos confiara un hombre de su garantía moral. Mantener el acervo, la verdad y el decoro fue una inflexible consecuencia de sus condiciones democráticas, tan ricas en programas y señala el camino a seguir para defender un autentico y sano nacionalismo.

Ante su desaparición rindo un homenaje de respetuoso consideración a sus altas virtudes y solo pido a la divina providencia que el recuerdo de su vida perdure e ilumine la acción de los que, como él, hallan en el bien de la Patria la poderosa y sublime atracción de su espíritu.

Acepte Vd. señora, mis más profundas expresiones de solidaridad ante su inmensa pena.

Roberto M. Ortiz.











Fuente: Telegrama del Presidente de la Nacion, doctor Roberto M. Ortiz enviado a la señora doña Regina Pacini con motivo del fallecimiento del ex Presidente de la Nacion Dr. Marcelo Torcuato de Alvear, 24 de marzo de 1942.

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lunes, 23 de marzo de 2015

Miguel Culaciati: "Despidiendo los restos del Dr. Marcelo T. de Alvear" (25 de marzo de 1942)

Los países amigos que envían a este acto a sus embajadores y ministros; los poderes públicos y la Iglesia, representados por sus mas altos funcionarios, magistrados y prelados; las fuerzas armadas de la Nación, representantes en las personas de sus dignos generales y almirantes; la Universidad, encarnada en sus mas descollantes profesores; la banca, la industria y comercio presentes por intermedio de sus hombres mas caracterizados, el pueblo que a las puertas de esta casa concurre en apretada muchedumbre, en una palabra, todas las fuerzas sociales rodean con unción patriótica este féretro, porque la muerte del doctor Marcelo Torcuato de Alvear ha puesto un silencio de honda congoja en su corazón.

Me cabe despedir los restos del señor ex Presidente de la Nación en nombre del Poder Ejecutivo que él ejerció en su hora, y que hoy se asocia cordialmente al sentimiento general de pesar que provoca su desaparición. Pesa que cunde en toda la Republica, entristecida por una de las virtudes más puras de nuestra democracia, ya que en la función gubernamental, en la vida diplomática, en la tribuna parlamentaria y como jefe de un partido de tradición y arraigo nacionales, Alvear fue siempre un fiel y sincero defensor de las instituciones de la armonía de los poderes, del respeto de la ley y de las libertades publicas.

Personalidad recia fue la de este varón, romano en la apostura y en el gesto. Sus audacias de joven, el apartarse de la fácil carrera de los honores que su ilustre cuna le aseguraba dentro de las esferas gobernantes, el tomar las armas contra un sistema político que juzgaba caduco y deseaba abrir el aire renovador de la libertad y de la democracia, revelaron un carácter y una decisión que se han mantenido firmes hasta el fin. Los que no creían en la fuerza de este carácter, engañados por las apariencias de una vida plena de manifestaciones, acabaron por reconocer la evidencia y por acatar la autoridad natural de quien había nacido para tenerla en cualquier ambiente y en cualquier lugar. 
Autoridad ingénita que era sostenida por la atención de un espíritu alerta a todo problema de orden nacional e internacional que pudiera afectar, por su trascendencia, los principios de nuestra organización republicana.

Ni el temor ni el recelo ni el disimulo tuvieron albergue en ese carácter.

Los riesgos de la acción fueron siempre afrontados cara a cara con la serena convicción de que el triunfo o la derrota no importan tanto como la acción misma. Y así, pocos políticos podrán llegar al ocaso de su existencia sabiéndose como él, rodeados por la veneración y el cariño de sus contemporáneos, sin distinción de credos políticos. Se hizo tan acreedor a ellos que su inconfundible estampa era en todas partes acogida con un saludo afectuoso, casi fraternal.

Su obra, variada y múltiple, fue la de un reformador constante, la de un organizador movido por una conciencia que le impulsaba al bien colectivo. Y si mucho hizo y por ello se le ha de recordar con emoción, impidió también la realización de concepciones que pudieran haber intranquilizado al país y desviado su progreso.

En lo que supo evitar, tanto como en lo que impulsó, radican sus mejores títulos a la admiración de sus compatriotas. Devoto de la democracia en su genuina expresión y al sistema de gobierno que nos rige, en una visita con la que me honrara, a poco de ocupar el Ministerio del Interior, me exhortaba con patriótico acento:

“Sean cuales fueren los contratiempos, los desfallecimientos o las encrucijadas, no abandone nunca la defensa de nuestras instituciones, porque ellas trasuntan los sacrificios heroicos de nuestros antepasados, nuestra misma evolución histórica y el acervo moral e intelectual de la Republica”

La firmeza de los ideales y la constancia de las normas que orientaron su actitud de militante, de legislador, de diplomático, de primer magistrado de la Nación y finalmente como de jefe de partido, hacen que mas allá de las divergencias de opiniones y de sentimientos, fuera merecedor hasta su ultima hora del homenaje que siempre le rindieron los hombres de bien. Su memoria será recordada con gratitud por todos los argentinos, Dr. Marcelo Torcuato de Alvear descansa en paz.














Fuente: Discurso del Ministro del Interior Dr. Miguel Culaciati despidiendo los restos del ex Presidente de la Nación Dr. Marcelo Torcuato de Alvear en nombre del Poder Ejecutivo en el Salón Blanco de Casa de Gobierno, 25 de marzo de 1942.
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Partido Comunista: "Nota por el fallecimiento del Dr. Marcelo T. de Alvear" (25 de marzo de 1942)

“El Partido Comunista y los sectores de la clase obrera que luchan fervorosamente al servicio de las instituciones democráticas, contra el nazifascismo y por una política nacional de apoyo decidido a la causa mundial de los pueblos que se baten con las armas en la mano en defensa y salvaguardia de la civilización, se sienten profundamente apenados por la desaparición de este esclarecido hombre publico, que se enroló desde su juventud en las gloriosas banderas del Parque, de Alem e Yrigoyen, y que puso medio siglo de su vida, al servicio incondicional del país, de la democracia, de las ideas progresistas y de la renovación social e institucional de nuestra patria”








Fuente: Nota enviada por el Partido Comunista con motivo del fallecimiento del ex Presidente de la Nación Dr. Marcelo Torcuato de Alvear producido el 23 de marzo de 1942.

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viernes, 21 de diciembre de 2012

Emilio Hardoy: "Cincuentenario de la muerte del Dr. Marcelo T. de Alvear" (23 de marzo de 1992)

Señor Presidente de la Fundación, señoras, señores: Ante todo debo pedir perdón por no haber escrito mi discurso. Pero me entere hace muy poco que debía hablar en esta oportunidad y, además, por motivos de salud. En cambio, la imperfección del lenguaje espero que sea compensada por la espontaneidad de mi pensamiento.

Adhiero al elogio que se ha hecho, con tanta elocuencia y justicia, sobre Marcelo de Alvear pero mi presencia obedece a una expansión irresistible de mi espíritu, a una confesión pública que debo hacer, que ya he hecho en otras circunstancias, pero ninguna ocasión más solemne ni más propicia que esta.

Vengo a pedir perdón públicamente por el fraude electoral que cerro el paso al poder a ese gran ciudadano que fue Marcelo de Alvear (Aplausos) Cerrarle el paso al gran señor de la Republica fue un acto irracional y, mas que eso, fue un acto de locura, un crimen político. Y ese crimen político lo pagamos allanando el camino de la dictadura totalitaria que causo los males y las desgracias de la Republica con el advenimiento del señor Perón al poder ( ! Muy bien! Aplausos) En los primeros años de la década del 30 era imposible el retorno al poder del radicalismo, porque el Ejercito estaba imbuido por doctrinas totalitarias y no lo hubiera tolerado nunca, pero ya por los años 40 la situación era diferente, habían muerto Uriburu, Yrigoyen y de la Torre, y una nueva generación política asomaba para dirigir la ciudadanía, encarnando los nuevos ideales. Ese era el momento y ese momento se perdió irremediablemente por nuestra culpa. Esta es la verdad.

Me opuse en su momento, pero eso no excusa mi responsabilidad, porque fui beneficiario del fraude electoral.

Perdónenme esta expansión, y de ahí esta convicción de cumplir siempre los principios de la Constitución, de no apartarme jamás de ella. Por ello pelee siempre, con el voto y la palabra. No conspire nunca, no acepte nada de un gobierno militar Hice cuanto estuvo a mi alcance para convencer a mis conciudadanos de someterse a la Ley, y este es un hecho que reivindico con modestia pero con satisfacción al final de una vida publica que termina como debe terminar en el olvido y la pobreza. (Murió pocos meses después). Esta es la verdad que yo quería decir vinieron después los centuriones que asaltaron el poder, las amenazas y la agresión espantosa del terrorismo, y los abusos de la represión. Y siempre cumplimos con nuestro deber y tengo un titulo que invocar yo presidía un partido que cuando llego el momento de la elección del Presidente Illia influí para que nuestros candidatos renunciaran patrióticamente a sus candidaturas, y los conservadores votamos por los radicales en los colegios electorales para que ese gran ciudadano argentino llegara al poder (Aplausos prolongados)

Los partidos y los hombres debemos perdonar nuestros agravios recíprocos. Dios, con su inmensa bondad, los perdonar a. Pero la patria no perdona y no perdonar a  nadie el crimen político de los conservadores, ni la dictadura de Perón, ni el asalto de los centuriones al poder, ni tampoco los errores y fracasos de los gobiernos radicales. Todos tenemos que confesar nuestras culpas.

Y ahora permítanme una última expansión. Se habla de una reforma constitucional que encubre un solo propósito: la reelección presidencial.

Vivimos bajo una dictadura que por haber tenido algunos éxitos no borra el hecho brutal de ser una dictadura. Acá se desconocen derechos adquiridos; no se cumplen sentencias judiciales; se han enviado soldados y barcos al exterior; se ha anunciado que el país esta en guerra y se ha alterado la conformación de la Corte. Y el resultado es que, de cada tres ciudadanos, dos no creen en la Justicia. (¡Muy bien! ¡Muy bien!)

Tenemos que luchar Tenemos que unirnos. No se puede permitir la perpetuación en el poder, Lebensohn lo dijo en un discurso histórico en la Convención Constituyente de 1949 para honor de él, de su Partido y de la Republica: Tenemos que unirnos en defensa de la Constitución. ¿Y para que servirá cambiar algunas cláusulas si no se las cumplirá, si las viejas jamás se han cumplido? ¿Para que una reforma? Solamente para sentar el precedente nefasto de la perpetuación del presidente en el poder (¡Muy bien!) 

Invoco la memoria de Pellegrini, que tuvo el valor de confesar desde el poder a los mates del "unicato " y en camino al país en la senda del progreso y de la prosperidad; de Roque Saenz Peña, que hizo una revolución desde el Gobierno; y de Marcelo de Alvear, gran señor de la Republica, ungido multitudinariamente caudillo popular y que fue castigado por su patriotismo con la cárcel y la expulsión ignominiosa de la tierra argentina a la que el y sus antepasados habían prestado tan grandes y patrióticos servicios. (Aplausos)


Todo es poco en defensa de la Constitución y para evitar la perpetuación del presidente en el poder y el ocaso de la Republica. (¡Muy bien! !Muy bien! Aplausos prolongados. Los asistentes felicitan al orador).






























Fuente: Alvear "Un Politico de Cuna y Raza" de Francisco Loyudice, Fundación Marcelo T. de Alvear, Octubre de 1993.
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