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viernes, 2 de octubre de 2020

Carlos Rosenkrantz: "Raúl Alfonsín y el fin de la violencia politica” (29 de septiembre de 2019)

Colaboré con Raúl Alfonsín durante y después de su gobierno. No me vinculé con él a través de la militancia política sino por mi pertenencia a uno de sus entornos intelectuales, la Sociedad Argentina de Análisis Filosófico (Sadaf). Allí concurrían grandes académicos -Eugenio Bulygin, Eduardo Rabossi, Gregorio Klimovsky, Genaro Carrió, Carlos Nino, Jaime Malamud Goti, Martín Farrell, Iñaki Zuberbuhler, Juan Larreta, entre muchos otros- que por sus ideas habían abandonado en buena medida lugares destacados en la universidad pública argentina y realizaban sus investigaciones en el ambiente intelectual más estimulante de esos años. Alfonsín recurrió a muchos de ellos para articular su programa de gobierno y yo, junto con otros jóvenes, asistí a Farrell, Nino y Malamud Goti, quienes asesoraban a Alfonsín en cuestiones institucionales y de derechos humanos. Luego asesoré a Alfonsín en la Convención Constituyente de 1994 y continué una fluida relación con él hasta su muerte.

Reflexionando retrospectivamente sobre su personalidad, encuentro que Alfonsín encarnaba rasgos que no se han presentado a menudo en otros líderes argentinos y que sin duda son muy necesarios para nuestra época.

En primer lugar, Alfonsín gozaba de una increíble aptitud para entender la singularidad del momento. Un gran político, decía Isaiah Berlin, es quien tiene la capacidad para integrar impresiones, amalgamar información multidimensional, evanescente y mutable y así comprender acabadamente su sociedad. Además, es alguien capaz de cambiar las nociones de lo que colectivamente se quiere hacer y lograr. Alfonsín tenía ambas capacidades. Por ello, identificó el imperativo de su época: terminar con la violencia política en la Argentina. Lo convirtió en una bandera de lucha que propios y ajenos pudieron compartir, al punto de que hoy casi todos consideramos un sacrilegio antipatriota la reivindicación de dicha violencia.

UN GRAN HOMBRE

Además de un gran político, Alfonsín era un gran hombre, en el sentido en el que Stefan Zweig atribuyó dicha calidad a Montaigne en su biografía. Allí Zweig sostiene que lo que caracteriza a un gran hombre es la disposición a conservar sus particularidades y seguir siendo él mismo, viviendo de acuerdo con las reglas en las que cree y que constituyen su individualidad, aun en el medio de la debacle de su tiempo y su entorno.

Alfonsín nunca se abandonó al cambiante humor que lo rodeaba. Son síntomas contundentes de esta disposición su constante militancia por los derechos humanos, incluso durante la dictadura cuando era personalmente riesgoso hacerlo, y su categórica, temprana y solitaria reprobación de la Guerra de las Malvinas cuando esa posición era totalmente impopular en una Argentina casi unánimemente cebada por la esperanza del éxito militar.

En tercer lugar, y sorprendentemente para un político con sus responsabilidades, Alfonsín era sensible al mundo de las ideas. Quizá por esa razón convenció a muchos intelectuales y filósofos del derecho de su aptitud para liderar un momento muy difícil de la Argentina. Este fue un interés que progresivamente ocupó un rol importante en su vida personal.

De hecho, casi al final de su vida en 2006 se adentró en los complejos vericuetos de la filosofía política y publicó un libro titulado Fundamentos de la República Democrática, que tuve el placer de presentar. Encaró la reflexión filosófica con gran gusto y dedicación. Su afición por las ideas explica, por otro lado, cómo modeló su época. En efecto, en la primavera democrática Alfonsín hizo que en lugar de la economía y la gestión fueran las ideas las que moviesen a la política y determinasen, durante algún tiempo, el sentido del voto de la ciudadanía.

En un rasgo personal que quizá sea más desconocido, Alfonsín era un ciudadano al servicio del deber. Su famosa frase "No pude, no quise o no supe" revelaba la amargura personal de no haber podido contribuir a mejorar nuestra vida colectiva como él creía que le era exigido. Este duro juicio de Alfonsín acerca de sí mismo, que enunciaba con tristeza, es enormemente impiadoso. Todos esperábamos de él que resolviera todos los problemas argentinos. Creíamos que es posible de inmediato trascender nuestras limitaciones y reparar todos nuestros errores pasados. Alfonsín hizo todo lo que estuvo a su alcance para contribuir a sentar las bases de un proyecto común. Fue un líder que, por sobre todas las cosas, nos educó. Nos inculcó la virtud del patriotismo constitucional, esto es, la disposición a considerar que lo que nos hermana con otros es la común e incondicional sujeción a nuestra Constitución. Nos adoctrinó en la virtud secular del civismo, que determina que el verdadero respeto pasa por acatar las normas que nos vinculan. Y nos mostró que un buen liderazgo se define también por lo que no se está dispuesto a hacer.

Para algunos historiadores que creen en la inevitabilidad de la historia, la comprensión del pasado requiere el análisis de fenómenos estructurales sobre los que los individuos tenemos poca o ninguna influencia. Para otros, en cambio, la historia no es sino el resultado contingente de acciones individuales. No estoy seguro de cómo debe saldarse esta discusión. Pero creo que resaltar rasgos de la personalidad de Alfonsín nos puede ayudar a calibrar mejor la lente con la que juzgamos, desde posiciones que se mueven con el tiempo, su valor personal y su contribución al proyecto común en que debe consistir nuestra Argentina contemporánea.



Los asesores presidenciales Dr. Hernán Gullco, Dr. Agustín Zbar, Dr. Carlos Rosenkrantz y el Presidente Alfonsín, febrero de 1984.  




Fuente: “Raúl Alfonsín y el fin de la violencia politica” por el Dr. Carlos Rosenkrantz, Presidente de la Corte Suprema de Justicia de la Nación en Diario La Nación del 29 de septiembre de 2019.

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jueves, 27 de agosto de 2020

Eduardo Duhalde: "Mi primer encuentro con Alfonsín” (2007)

Llamé a la Secretaría Privada de la Presidencia para pedir una audiencia urgente con el doctor Alfonsín. Expliqué que mi motivo sólo podía conocerlo el Presidente y ningún otro colaborador. Debo haber sido muy enfático porque a la mañana del día siguiente yo ingresaba al despacho presidencial.

Nunca había estado en el área presidencial de la Casa Rosada. En torno del Presidente hay silencio. Una enorme oficina de los secretarios de los edecanes es el sitio donde se espera la autorización para ingresar a ver al primer mandatario. Atravesando una puerta de esa oficina se ingresa a un sitio más pequeño. Allí permanece el Edecán de turno mientras el Presidente atiende en su oficina. Nadie accede a ese lugar sin la autorización del Edecán.

Y luego está el enorme despacho, dominado por una gran mesa de reuniones, tapizada, al igual que las pesadas sillas que la rodean, con un cuero verde claro, que lleva impreso el escudo oficial. Al final de ese largo rectángulo, está el escritorio presidencial y, detrás de él, el Sillón de Rivadavia. Pinturas de consagrados artistas argentinos adornan las paredes y grandes ventanales permiten una hermosa vista del Río de la Plata.

El doctor Alfonsín, recuerdo, caminaba todo el tiempo por esa enorme oficina. Caminaba, con un bastón en la mano, alrededor de la mesa. Iba y venía mientras escuchaba mi relato. Luego se acercó a mí, se sentó en la cabecera de la mesa y me dijo:

- Le agradezco su actitud, doctor. Es inconcebible lo que me cuenta.”

- No me agradezca, señor Presidente –le respondí-. Yo vengo a formular una denuncia y quiero hacerlo formalmente, por escrito, ante el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas. Y, además, quiero que sea público porque los sediciosos tienen que escarmentar.”

El Presidente intentó comunicarse de inmediato con el ministro de Defensa pero no lo encontró. Analizamos unos minutos más el tema y luego me despidió con la promesa de darme una respuesta lo antes posible. Un día después me llamó y me dijo que del análisis que habían hecho de mi denuncia con el Ministro de Defensa, preferían por el momento el silencio para continuar una investigación en marcha contra los conspiradores. Me dio la tranquilidad de que esa actitud sediciosa sería castigada.

Ese fue mi primer encuentro con el doctor Raúl Alfonsín, a quien considero un gran demócrata y una reserva moral de la política nacional.

Posteriormente, la vida tan agitada de nuestro país nos ha reunido en varias ocasiones. Una de las últimas fue precisamente en los albores de mi presidencia, cuando recibí su apoyo y el del sector político del que él sigue siendo uno de los principales referentes.





Fuente: “Mi primer encuentro con Alfonsín”. En “EDUARDO DUHALDE: El nuevo rumbo de la Argentina I, MEMORIAS DEL INCENDIO: Los primeros 120 días de mi presidencia”, EDITORIAL SUDAMERICANA, Buenos Aires, 2007.

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domingo, 24 de mayo de 2020

Revista Panorama: “Radicalismo: Que se abra pero que no se rompa” (21 de marzo de 1972)

Desde la semana pasada puede afirmarse que Raúl Alfonsín es hijo político de Ricardo Balbín por partida doble.

En efecto: fue desde la entrada misma del balbinismo bonaerense que se hizo crecer durante los últimos años la figura de Alfonsín, un hombre joven, de Chascomus, con el physique du rol justo para encarnar un cambio moderado en el viejo partido de Leandro Alem.

Para nadie era un secreto que él ya había sido designado como el delfín de don Ricardo. Sin embargo, el domingo 12 de marzo, una nueva decisión de Balbín otorgó al político de Chascomus la posibilidad de ser el jefe de la oposición de izquierda al Comité Nacional de la UCR. ¿Cómo llego a suceder tal cosa?

Sin duda, la voluntad intima de don Ricardo lo empujaba a dar un paso al costado para permitir que su partido llegara con aspecto renovado a la prueba del comicio. Pero los avatares del Gran Acuerdo concentraron sobre el viejo caudillo poderosas presiones, tendientes a evitar un cambio de rumbo en los momentos cruciales de la política de institucionalización.

La imagen renovadora, algo izquierdista, que el mismo circulo de Balbín proveyó a Alfonsín, se llenó de contenido –a despecho de la voluntad de este- por el empuje de los sectores juveniles y universitarios afiliados al radicalismo. Cuando don Ricardo decidió aceptar la candidatura para la presidencia del Comité Nacional, esos grupos tomaron como bandera a Alfonsín. ¿Qué podía hace este? Una opción era acceder al segundo puesto que le ofrecía el maestro. La otra, aceptar el enfrentamiento en las elecciones internas. El 16 de marzo en una Carta a los amigos que Raúl Borras –uno de los promotores del alfonsinismo- leyó a los periodistas, el hombre de Chascomus se decidió por la segunda vía.

Contrariamente a los que algunos observadores apresurados juzgaron, la actitud de Alfonsín no debilita a la UCR: por el contrario la fortalece relativamente. En efecto: de haber aceptado un segundo puesto en la lista única, Alfonsín hubiera quedado aprisionado en la red de acuerdos que Balbín deberá promover o aceptar la llegada a la salida electoral. Sin una válvula de contención, la izquierda radical sin duda habría marchado a la escisión. En cambio ahora cuenta con una esperanza en la lucha interna por la renovación partidaria. Sin duda Alfonsín obtendrá los votos suficientes para llegar como minoría bonaerense al Comité Nacional, pero lo hará con libertad de acción; podrá entonces constituirse en una canal integrador de los sectores rebeldes. Pasadas las circunstancias del Acuerdo, su figura crecerá. Esta, además, no es la hora de los intransigentes.

¿Peligra en algo la conducción balbinista por esa presencia opositora en el seno del Comité Nacional? El radicalismo es un partido acostumbrado a las pugnas internas. Por lo demás Balbín no se equivocó al decir que “esta no será una lucha sino un encuentro entre amigos”. El sabe bien que su ahijado político ha salido de la matriz, de su movimiento, que son pocas las cosas que los separan ideológicamente. ¿Acaso Alfonsín se opone al proceso de institucionalización? De ningún modo: él también quiere “el cambio en paz”. Solo que no desea la responsabilidad de suscribir los acuerdos. Pero sabe también que es preciso que Balbín lo haga para que el partido en su conjunto recobre el ámbito electoral, en el que se mueve como pez en el agua. En una palabra, Alfonsín no es peligro para el balbinismo porque él (y todos los dirigentes opositores) sabe que no tienen política alternativa. Lo demás se reduce a la lucha por las posiciones.

Donde pueda quizás surgir un elemento de diferenciación será en el momento crucial del acuerdo: cuando deba decidirse si los grandes partidos que están sosteniendo el proceso de institucionalización presentan una candidatura conjunta o marchan separados al cuarto oscuro. La dirección balbinista, que ya esta preparada espiritualmente para apoyar a un candidato de coincidencia, se encontrará allí con la presión adversa de las tradiciones radicales, enemiga de todo pacto electoral. Quizás en ese caso Alfonsín encuentre fuerzas para llevar su oposición hasta las últimas consecuencias. Pero solo le quedara como posibilidad la ruptura y esa es una aventura que difícilmente emprenda a pesar de las presiones que sus bases puedan ejercer sobre él. “En lo personal hubiera deseado otra cosa”, afirmó Alfonsín en su carta. Ese no parece el armamento moral de un hombre que se apresta a quebrar un partido, sino el de un discípulo turbado al que las circunstancias convirtieron en algo que no aspiraba a ser.

Desde ahora, Raúl Alfonsín deberá caminar sin andadores. Deberá estructurar una plataforma, separar su figura de la del jefe. Pronto se sabrá si el hombre tiene uñas de guitarrero.

Jorge Raventos

 
Raúl Alfonsín, en el fondo, enredaderas.





Fuente: “Radicalismo: Que se abra pero que no se rompa” por Jorge Raventos en Revista Panorama Año IX –N° 26, 21 al 27 de marzo de 1972.

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martes, 10 de marzo de 2020

Raúl Alfonsín: "Al clausurar los Seminarios Nacionales de la Unión Cívica Radical" (6 de octubre de 1989)

Durante estos días hemos puesto a nuestros cuadros en la tensión de la polémica. Podemos sentirnos orgullosos de estos seminarios, que nos han permitido discutir la gestión del gobierno de cara a la sociedad. Demuestran que el Radicalismo, sometido al desgaste del ejercicio del gobierno, perplejo frente a algunas consecuencias de una gestión realizada en el marco de una severa crisis, golpeado por fuerzas que no le perdonan haber trabajado fuera de la tutela corporativa, se recompone velozmente.

Mas allá de la discusión abierta y sincera, de la confrontación de posturas y opiniones y del reconocimiento de aciertos, errores y obstáculos, las discusiones han de sentar las bases de nuestra propuesta a la sociedad, recreando lo político como ámbito propicio para la expresión de sus demandas.

Nos habíamos propuesto suscitar la modernidad sobre la base de un proyecto que articulara la construcción de una democracia participativa y de una ética solidaria.

Definíamos un horizonte, tallando en la vertiginosidad de un tiempo crítico la marca profunda de una voluntad colectiva de asumir globalmente la responsabilidad de decidir su destino, de elaborar consensualmente su proyecto de país, enterrar en la convivencia los antagonismos que en el pasado nos dividieron, poner fin a las luchas que nos desgarraron, terminar con la indisponibilidad para el diálogo y el compromiso, romper los muros de los compartimentos estancos que se concebían así mismos como el todo nacional, con exclusión de los demás y no pensaban a la Argentina como la gran Patria común, sino como una conflictiva yuxtaposición de una patria y una antipatria. De una Nación y una anti-Nación.

Cada uno sabrá medir en su propia percepción el éxito obtenido, el balance de realizaciones y postergaciones, pero pienso que cada uno comprende que no se trata de empezar de nuevo, sino tan sólo de retomar la tarea allí donde la dejamos. Allí donde dejamos a quien reclamó explicaciones y no se las dimos; allí donde dejamos a quien pensó distinto y no pudimos escuchar; allí donde dejamos a cada uno que se acercó a sumarse a la tarea y no encontró los instrumentos; allí donde dejamos al hombre a la mujer al joven que se sintió representado por nuestra prédica, pero quiere saber como ayudar. Allí es donde debemos buscar nuestra verdad, contar nuestra verdad, nutrir nuestra verdad. Y sobre todo, consolidar hábitos democráticos que hagan absolutamente imposible cualquier delirio de involución totalitaria.

Agradezco la tarea que han realizado, agradezco por igual los elogios y las críticas que se han formulado a la acción de gobierno. Agradezco la pasión democrática evidenciada.

Yo también quiero hacer algún análisis de nuestra gestión. Sobre todo, creo que es inexcusable que me refiera al tema económico, con especial referencia al primer semestre de este año.

Antes de comenzar deseo hacer una aclaración que pido sea tenida muy en cuenta. Necesariamente, debo hacer nombres, para demostrar la importancia del clima político en la generación de comportamientos económicos. Las distintas menciones que realizaré no tienen intención peyorativa alguna y mucho menos descalificatoria. Desde luego, esas referencias tampoco deben ser consideradas como eximentes de los propios errores, evidentemente no endosables.

La situación económica a fines de 1983 se caracterizaba por el estancamiento productivo, un notable desborde fiscal y una Comprometida situación de balance de pagos.

Nuestra consigna política se sintetizaba en un triple objetivo de cumplimiento simultáneo: aumento del salario, reactivación económica y reducción de la inflación.

Para ello se reducirían los costos financieros de las empresas lo que redundaría en un incremento salarial que llevaría a una mayor demanda interna. Adicionalmente, una reorientación del gasto público, vía mayores niveles de construcción pública, posibilitaría por los efectos multiplicadores de la actividad y su reducido requerimiento de insumos importados avanzar en la reactivación. El mayor nivel de actividad, vía aprovechamiento de la capacidad instalada ociosa permitiría la resolución indolora del conflicto social que se expresaba en la tasa de inflación y en el desequilibrio fiscal.

Los resultados no fueron los esperados.

Los largos años de marginamiento en el manejo de la gestión del aparato del Estado nos llevaron a la subestimación de la profundidad de la crisis.

Este diagnóstico de la situación económica no era patrimonio exclusivo de la Unión Cívica Radical. En todo caso, el conjunto de la dirigencia política razonaba en los mismos términos. El mejor ejemplo es el Documento de la Multipartidaria que reconociendo la existencia de la crisis afirmaba “Hoy Argentina detenta el record mundial de inflación y de mínimo crecimiento” y al mismo tiempo sostenía que “el mercado interno es la base fundamental de nuestro desarrollo” el que “permitirá reiniciar el proceso de ocupación plena, de acumulación y de avance de la productividad” para lo cual “se complementará una nueva estructura arancelaria que permita reservar el mercado interno a la producción nacional”.

Nuestra preocupación, sin duda, era el sector externo, pues actuaba como un verdadero limitante al crecimiento y a la justicia distributiva. Quizás sobrestaríamos la influencia que la renaciente democracia tendría en nuestra relación con el mundo de los acreedores. Era frecuente encontrarse con frases como “el ajuste ya está hecho”. Se pensaba que los acreedores nos darían el tiempo suficiente para recomponer el frente interno y luego, recién luego, comenzaríamos a pagar.

Los hechos nos demostraron que era necesario pagar un costo cada vez mayor en términos de inflación para obtener un resultado proporcionalmente menor en lo relativo a incrementos en la producción, y las dificultades para mantener estos objetivos en el mediano plazo.

Además, en el caso del endeudamiento externo, quedó claro que no estábamos frente a un problema de iliquidez transitoria sino que éramos estructuralmente insolventes. En este sentido, fuimos capaces de diseñar un nuevo camino ante los acreedores, a través de la teoría de la corresponsabilidad, hoy aceptada por los gobiernos del mundo, y en cuyo marco Argentina negoció con firmeza.

Al mismo tiempo planteó la tesis, también hoy reconocida, aunque entonces rechazada con vehemencia, de que la deuda era, antes que nada, un problema político.

Sobre esta base se propuso una acción conjunta con los países latinoamericanos que  tuvo expresión concreta en las diversas reuniones del Grupo de Cartagena.

Por otra parte, no se logró una reforma integral del sistema financiero orientada a la reducción de costos que facilitara la acumulación de capitales, si bien en la actividad de superintendencia se adoptaron medidas ejemplifícadoras.

Consecuencia natural de lo anterior fue que el nivel real de la tasa de interés para el sector productivo resultó superior a su tasa de rentabilidad durante buena parte de la gestión, afectando particularmente a la pequeña y mediana empresa y ciertas economías regionales.

El salário real, después de un aumento inicial, no pudo continuar incrementándose, como reflejo de los problemas arriba señalados.

II. E L PLAN AUSTRAL

El ejercicio del gobierno y la disponibilidad de información hizo que comenzara a afirmarse una conclusión: no estábamos en una etapa más del ciclo de pare y arranque de la economía argentina tradicional de las últimas décadas. Nos hallábamos frente al agotamiento de un modelo, el fin de una estrategia de crecimiento.

El Plan Austral fué un programa heterodoxo que combinó la virtual eliminación del déficit fiscal con el control de precios y salarios y una reforma monetaria que quebró la inercia inflacionaria. Contrariamente a los resultados de los ajustes ortodoxos, la estabilidad fué lograda sin caídas en la ocupación ni en los niveles salariales.

Por supuesto, un factor decisivo para el éxito inicial del plan fué el apoyo popular que esterilizó la oposición cerril, casi unánime, de dirigentes políticos y organizaciones sociales.

La experiencia del programa permite sacar una conclusión: crecimiento y estabilidad se determinan mutuamente; esto es, no se puede mantener la estabilidad si no se logra implementar una alternativa viable de crecimiento sostenido.

Complementariamente, el éxito inicial del programa tuvo una consecuencia adicional: hacer emerger a la superficie los problemas estructurales de la economía argentina: un
Estado con multiplicidad de funciones que más que fortaleza expresa debilidad, a lo que se suma su crisis de financiamiento y el elevado grado de concentración de sectores claves de la economía argentina.

El deterioro final del programa se debe a la no materialización de ciertas reformas estructurales, principalmente el lento avance en la reforma del Estado y en la integración con el mundo.

Exigencias que aparecían como impostergables hicieron que no todos los esfuerzos del gobierno estuvieran orientados en la búsqueda de cambios que al mismo tiempo que afirmaran la estabilidad posibilitaran el crecimiento sostenido.

Por otro lado, parte del partido se resistía a aceptar que el programa de la UCR en el gobierno incluyera categorías políticas como la transferencia de activos del sector público al privado.

La sociedad, por su parte, influenciada por determinadas fuerzas políticas percibió esos meses como de recesión, desocupación y descontrol fiscal cuando en realidad deberá pasar mucho tiempo para que la Argentina presente nuevamente indicadores económicos sociales como los observados en 1986.

La oposición desarrollaba su política con un doble juego: por un lado descalificaba la acción de gobierno y por el otro potenciaba las demandas sociales.

Esta actitud que ignoraba como dato relevante la magnitud de la crisis, se valía de un trípode de poder: la mayoría de las administraciones provinciales, el control político del Senado de la Nación y la conducción de la CGT.

A través de las provincias con gobernadores justicialistas se marchaba en la dirección opuesta a la fijada por el gobierno en el manejo de las finanzas públicas. Con la mayoría en el Senado se bloqueaban los intentos de reformular los mecanismos de relación entre el sector privado y el Estado Nacional. La CGT impulsaba a través del “Programa de los 26 puntos” la propuesta del populismo de posguerra.

El conjunto de estos factores y la incomprensión social de concebir a la lucha contra la inflación como prioridad.

Pero aún más importante es que todo programa de estabilización requiere siempre la existencia de un balance fiscal equilibrado.

En nuestro país, cuando se cuestiona el ritmo de avance en el control del gasto o la magnitud del déficit fiscal se omite, y no de manera inocente, la incidencia relevante que tienen para el Sector Público los intereses de la deuda privada externa estatizada a partir de 1982.

Adicionalmente, un elemento que contribuyó a debilitar el balance de pagos y las cuentas de la tesorería fué la caída sin antecedentes de los precios de los productos primarios de exportación que se sumó a las adversas condiciones climáticas que afectaron a la zonas de producción agraria.

La confluencia de estos dos últimos factores fueron los que contribuyeron a acelerar la crisis fiscal y en consecuencia el final del programa, que venía manifestando síntomas de agotamiento.

La situación económica explica, sin dudas, una parte —sólo una parte— del resultado electoral de septiembre de 1987 que es además el fin de un estilo de política económica, que podríamos caracterizar como de cambio y autónoma, derivado de la legitimidad política electoral.

Con posterioridad al resultado electoral de 1987, se inicia otra etapa que, fundada en el nuevo dato político de un peronismo triunfante, podría caracterizarse como de cambio consensuado. Es el tiempo de las normas legales acordadas en la Mesa del Consenso; Ley de Coparticipación Federal que regula la conflictiva y traumática relación financiera entre la Nación y las Provincias, la ley de Promoción Industrial que es un paso adelante en la búsqueda de desarticular el anárquico sistema de distribución de subsidios estatales y el financiamiento del sistema de Seguridad Social a través de gravámenes sobre algunos servicios públicos.

Desafortunadamente, el temprano inicio de la campaña electoral y fundamentalmente el resultado de la elección interna del Justicialismo agota la posibilidad de afirmar la política de acuerdos interpartidarios, agregándole una nueva dosis de complejidad a la situación económica.

III. EL PLAN PRIMAVERA

En el mes de agosto de 1988 el Gobierno lanza lo que sería el último intento para contener el estallido inflacionario, apelando a un instrumental más ortodoxo que se compadecía con la existencia de una menor credibilidad en el equipo económica. Los datos de partida mostraban una aceleración inflacionaria que en el mes de julio lleva el índice de precios —alrededor del 26%— al valor más alto desde el lanzamiento del Plan Austral. El contexto político estaba comenzando a impregnarse de la tensión propia de una campaña electoral que no era una más, ya que estaba en juego una renovación presidencial.

Las opciones de política económica no eran muchas. No estaba disponible la posibilidad de un acuerdo político bipartidario.

Tampoco eran viables los acuerdos legislativos en cuestiones de fondo (en todo caso se hallaban circunscriptos a temas que atendían a la viabilidad financiera que afectaba a las administraciones provinciales). La imposición unilateral de reglas de juego estaba enervada por la proximidad de la elección y por el antecedente inmediato de la pérdida de las elecciones.

En estas condiciones se sigue el único camino que aparecía como posible: un convenio explícito con la UIA y CAC en términos de acuerdo desindexatorio en los precios y uno implícito con el movimiento obrero a través de la vigencia irrestricta de las convenciones colectivas de trabajo.

El Ministerio de Economía propuso la aplicación de retenciones a las exportaciones agropecuarias, propuesta que personalmente rechace sin consultar con ningún colaborador. Tal vez, el pecado original relevante del programa fue esta decisión extraeconómica, de índole política, que la hizo más vulnerable.

En verdad, no fue la primera vez que actuaba en virtud de la absoluta prioridad que me había fijado: la estabilidad institucional, que a medida que se acercaba el fin del período ocupaba cada vez más mí atención central generando una hipersensibilidad con relación a embates que a veces se apreciaban sesgadamente desde el ángulo de observación de su peligrosidad institucional.

IV. 1989

El programa lanzado en agosto, arriba al mes de diciembre (120 días después) con una tasa de inflación algo inferior al 7%.

Intentaremos ahora ofrecer algunas hipótesis para explicar porqué la inflación prácticamente se duplicó mensualmente entre los meses de febrero y mayo. Porqué el dólar, en el mercado libre, se incrementó en un 177% entre el primero de febrero y el fin de mes de marzo. Porqué el grado de monetización de la economía, definida en un sentido amplio y expresada en dólares fue en el mes de junio inferior a un quinto del observado en el mes de enero. Porqué los ingresos totales de la Tesorería valuados en moneda constante sólo alcanzaron en el mes de mayo el 23% de lo recaudado en el mes de febrero.

La prolongada pulseada entre el interés general y los grupos corporativos iniciada en 1983 produjo resultados positivos (la propia elección es un ejemplo) pero simultáneamente fue debilitando al gobierno: la erosión política, sus propios errores, y sobre todo, el resultado electoral de 1987.

La economía argentina que hacia fines de 1988 no había sufrido los efectos de un desborde fiscal, ni las consecuencias de un shock de demanda, ni las implicancias de un empuje salarial, ni las derivaciones de una crisis del sector externo, no atravesó indemne el tamiz del proceso electoral.

La campaña electoral del justicialismo cabalgó sobre los llamados 26 puntos de la CGT, enunciado de intenciones entre lo que se destacan “establecer una moratoria para los pagos de los servicios de la pretendida deuda externa”, “nacionalización de los depósitos bancarios” y “defender enérgicamente las empresas estatales”.

Del lado de los ingresos, la alta propensión a la evasión y elusión impositiva en la Argentina, acompañada por el dato casi invariable que todo cambio de gobierno trae aparejado un perdón tributario, fue reforzado por declaraciones que vaticinaban un “verdadero y atractivo blanqueo impositivo”.

En efecto, la tesorería que en diciembre de 1988 se financiaba con recursos propios en un 70%, pasa sólo 150 días más tarde a recaudar apenas 28 centavos por peso gastado a pesar de ser menores las erogaciones.

Ello se debió, fundamentalmente, a la irrisoria recaudación tributaria ya que en marzo de 1989 sólo se recaudaba de Impuesto al Valor Agregado e Impuestos Internos el 6,3% y 27,1%, respectivamente, de lo efectivamente percibido por la Dirección General Impositiva un año antes.

El sistema financiero, por su parte, también fue afectado. Los billetes en poder del público y los depósitos en cuenta corriente se redujeron en alrededor de 3.000 millones de dólares en el primer semestre.

Así, ante la alternativa del recambio presidencial (etapa en la que se entra francamente desde la segunda mitad de 1988) los grupos corporativos van a encontrar en las vísperas electorales la ocasión de mayor debilidad del poder político.

Esta debilidad máxima puede verse desde dos ópticas distintas: por un lado, la debilidad del gobierno en ejercicio cuya fortaleza politica había decaído; en segundo lugar, por las perspectivas económicas post-electorales.

A la transición presidencial la economía llegó con tres fallas estructurales que no habían sido superadas en los cinco años precedentes y que el gobierno se vio obligado a tratar, durante su gestión, con políticas heterodoxas y transitorias; la debilidad del sector externo, la estructura altamente concentrada de los mercados industriales y la herencia de un capitalismo imperfectamente competitivo. Otros déficits estructurales que presentaba la economía en 1983 habían sido neutralizados durante nuestra gestión y tendrían poca o nula influencia en la crisis del primer semestre: el mejoramiento del aparato productivo del sector privado, el ordenamiento del gasto en la Administración Nacional y la mayor competitividad internacional de nuestra producción industrial.

De todos los factores de debilidad, el sector externo era el más dramático, aunque se habían logrado la integración con Brasil, los acuerdos con Italia y España, un comercio exterior invariablemente superavitario y un mejor clima político internacional para tratar el tema del endeudamiento de los países del sur.

En los mercados de bienes, por su parte, los efectos de una economía semi-cerrada y la oligopolización de los mismos, especialmente en los productos industrializados, requirieron de políticas de precios administrados.

Nuestro gobierno fue exitoso en la ruptura de la tendencia al crecimiento desordenado del Gasto Público, incluso produciendo reducciones sustantivas del mismo, desechando al mismo tiempo políticas clientelísticas en el empleo público. En cuanto a la actividad empresaria del Estado, el gobierno, desde el inicio de la gestión, a través de la creación de la Comisión del Decreto 414 comienza la tarea de re-privatización de empresas continuando luego con las truncadas iniciativas de reformulación estratégica del Estado productor, fundamentalmente por obstrucciones legislativas. Pero lo que seguía estando presente cinco años después era una economía subterránea que había visto potenciado su desarrollo durante el proceso anterior.

La fragilidad extrema del Sector Externo, el alto grado de concentración de los mercados de bienes industrializados y la volatilidad de los ingresos públicos no eran compañías recomendables para un proceso electoral en la Argentina de 1989.

La confianza era difícil de garantizar para un gobierno que aferrado a sus convicciones concluía su mandato y que estaba frente a la probabilidad de perder las elecciones ante un adversario cuya política respecto de los acreedores externos y de los tenedores nacionales de activos externos era incierta.

Además, el esquema de confianza se resentiría por razones fuera del alcance del gobierno: el cambio de administración en los Estados Unidos, la sorprendente morosidad de su instalación, el alejamiento de funcionarios que habían terminado por entender la posición argentina, la robustecida presencia de quienes habían recelado del acuerdo logrado con el Banco Mundial sin el aval del Fondo Monetario Internacional, generaron en estos organismos internacionales la decisión de abrir un compás de espera, que en la práctica significó cuotas crecientes de inquietud e incertidumbre, en su relación con la Argentina.

La crisis de la autoridad política significó también que el sistema impositivo, montado sobre una considerable economía subterránea explotara y el gobierno asistiera a un desfinanciamiento súbito de sus recursos al tiempo que los formadores de precios pudieron convalidar rápidamente sus pretensiones de sus expectativas o incertidumbres.

Como queda dicho, la debilidad del sistema político y, en consecuencia, el fortalecimiento relativo de las presiones sectoriales constituye el telón de fondo de los últimos meses del gobierno.

Pero también, la incertidumbre sobre la futura política, especialmente en caso de triunfar el justicialismo agrega cuotas crecientes de conflictividad; que repercutirán esencialmente sobre el tipo de cambio (y por ende en los precios) y el déficit fiscal en un círculo vicioso que se retroalimenta de manera perversa.

En efecto, el primero de febrero los diarios dan cuenta que ante el “fracaso” de las gestiones por refinanciación del titular del Banco Central, los banqueros pretenden que la Argentina abone 1.000 millones de dólares de intereses con sus reservas de libre disponibilidad. Esta información merece el día cuatro el siguiente comentario del entonces Diputado Cavallo “que los señores acreedores no esperen que el gobierno justicialista les vaya a pagar esos intereses”. Previamente se había encargado de desprestigiar el llamado Plan Primavera y había sostenido ante representantes de la Banca acreedora que la no exigencia del pago de los intereses al gobierno significaría inmiscuirse en la política interna de la Argentina.

El Banco Mundial, por su parte, anuncia el día 3 de marzo la suspensión de un desembolso de 350 millones de dólares correspondientes a dos préstamos concedidos a la Argentina en octubre último por “incumplimiento de las condiciones convenidas”. El titular del organismo, más tarde, fundamenta la decisión porque duda que el país pueda, en un año electoral, concretar los profundos cambios a que se comprometiera.

El 8 de febrero, catorce provincias, de administración justicialista, anuncian juicios contra la Nación por supuesta falta de pago de los fondos de coparticipación federal. El 17 de marzo, las provincias productoras de petróleo reclaman ajustes en el cálculo de regalías petroleras.

Hacia fines del mismo mes la Unión Argentina de Proveedores del Estado amenaza con suspender los suministros al sector público debido al atraso de los pagos que llega, afirman, a 300 días, cuando en realidad la deuda era una cuarta parte de lo denunciado y no llegaba a 60 días el máximo atraso.

Hay también responsabilidades no endosables.

El intento antiinflacionario del llamado Plan Primavera tenía el propósito implícito de sugerir que, a pesar de la proximidad electoral, las variables económicas se hallaban y seguirían estando bajo control del gobierno.

Pero el discurso político de nuestro partido, institucionalmente y por boca de todos sus dirigentes y candidatos, planteaba que la propuesta justicialista ponía en tela de juicio toda la lógica económica vigente.

En estas condiciones, la remoción del equipo económico constituyó otro grave error que sólo agregó cuotas crecientes de incertidumbre. En un marco como el señalado la licitación de divisas como instrumento para el mantenimiento del tipo de cambio, no tenía espacio.

La designación del Dr. Pugliese, que en una nueva entrega patriótica, aceptó el cargo, valorada con sobrados motivos como oxigenante en el seno del Partido, logró disminuir sólo transitoriamente las presiones. Si bien podemos reconocer que no hubo propuestas novedosas, el entonces Diputado Cavallo sólo 48 horas después sentenciaba que el nuevo equipo “no puede disminuir la inflación” y el aspirante a Vicepresidente Dr. Duhalde opina el día 6 que se imponía un “salariazo para resarcir el deterioro”.

En una economía con las características de la Argentina: desequilibrios fiscales casi permanentes, comprometida situación en el sector externo y fuerte oligopolización de su producción industrial, la decisión de unificar y liberar el tipo de cambio tiene, más en tiempos de incertidumbre política, serios riesgos para la estabilidad económica. Sin embargo, lo proponían los candidatos de las principales fuerzas políticas.

Hacia fines de abril comienza a intensificarse la presión sectorial por modificaciones en el funcionamiento del mercado cambiarlo.

Se cuestiona el decreto 519, sobre derechos de exportación, por cuanto evidencia “un fuerte sesgo antiexportador” y se afirma que los exportadores no venderán dólares en plaza hasta que “se elimine el dólar de referencia”.

Finalmente, luego de múltiples reuniones con dirigentes políticos y organizaciones gremiales empresarias se decide un programa de corto plazo que incluye la liberación del tipo de cambio como un último intento en lograr la liquidación de exportaciones. Esto no sucedió. Habíamos perdido la apuesta. La desesperada apuesta.

El final de la gestión encuentra al gobierno, entonces, en el momento de su máxima debilidad y debiendo afrontar la conducción de los asuntos públicos sometido a las demandas y presiones sectoriales, al tiempo que se desarrolla por primera vez en más de tres décadas una campaña electoral presidencial luego de un período democrático completo. Esta situación generó, en virtud de la aceleración inflacionaria, un deterioro del salario real debido al previsto desenlace electoral y a las propuestas del justicialismo.

Además, la estabilidad institucional se había conmovido por dos episodios, habitualmente relativizados en su influencia sobre la situación económica y social, como son la sublevación de Villa Martelli y el ataque guerrillero a la Tablada.

El proceso electoral reforzó un déficit crónico de la transición democrática: la imposibilidad de acuerdos políticos estables. En rigor, durante el primer semestre de 1989 no estuvieron disponibles ninguno de los mecanismos conocidos de salvaguarda del interés general.

En efecto, el gobierno que tenía una gestión a plazo fijo no podía recurrir como en los inicios, a políticas fundadas en la autoridad derivada de la plena fortaleza política.

Los acuerdos políticos bipartidarios que sólo habían sido viables durante pocos meses de la transición (septiembre ’87/mayo ’88) eran imposibles por el propio hecho electoral.

Los consensos legislativos no estaban disponibles no sólo por la proximidad de la elección sino también porque el propio candidato opositor y su futuro Ministro político explícitamente así lo habían planteado, afirmado que las iniciativas que no contemplaran apoyos financieros a provincias, mejoras salariales y beneficios para las pequeñas y medianas empresas no contarían con su aval.

Las coincidencias con las entidades de trabajadores y empresarios, por su parte, tampoco estaban en el campo de las posibilidades. Del lado de la CGT, a las dificultades conocidas debe agregarse que el 2 de mayo su Secretario General descarta una iniciativa surgida de un grupo gremial de concertar una “paz social” hasta las elecciones e impugna por “inorgánica” las conversaciones de sectores gremiales y empresarios en la búsqueda del “pacto social”.

El mismo día el bloque Justicialista declara que no va a votar el paquete impositivo que le proponía el gobierno, mientras que el Consejo Nacional Justicialista decide solicitar audiencia para exigir un aumento masivo de salarios y auxilio financiero a las provincias.

El 6 de mayo el Secretario de Acción Social de la CGT propone confiscar y nacionalizar los laboratorios extranjeros. Antes, el día 5, el candidato de la Ucedé había advertido sobre la posibilidad de nuevos sacudones militares difíciles de soportar.

Luego de las elecciones auguró el diputado Di Tella: “los meses de transición van a ser un infierno”. En Diputados Bauzá solicitó aumentos de emergencia para los asalariados y créditos blandos para las pequeñas empresas. El Justicialismo se niega a acordar con el gobierno un plan económico que tienda a normalizar las cuentas públicas. A tres días de las elecciones el titular del UIA debía criticar las propuestas de economistas peronistas que planteaban agudizar la crisis para establecer después soluciones de fondo.

Las organizaciones gremiales empresarias cuando se consolida la ventaja del candidato justicialista comienzan a desvincularse del gobierno o a acentuar las críticas según el caso, y lógicamente, a posicionarse favorablemente con respecto a lo que estimaban sería el nuevo gobierno.

El 29 de mayo, el gobierno redefine el control de cambios, practica un fuerte control de precios y se plantea como posible la gobernabilidad del sistema hasta el 10 de diciembre.

Pero el 10 de junio el diputado Di Tella hace el anuncio del “Plan Cero”, que planteaba el congelamiento “voluntario” de precios, un fuerte ajuste de tarifas y un tipo de cambio “recontra alto”. Desde allí cualquier intento de lograr la liquidación de activos de los exportadores sería vano, e imposible moderar el proceso inflacionario.

Las consecuencias económicas de la fragilidad política generada ocasionaron el desfinanciamiento de la economía argentina.

La debilidad del poder político y las incertidumbres preelectorales significaron un costo de desfinanciamiento de nuestra economía de no menos de 4100 millones de dólares en el primer semestre de 1989, cifra que es aproximadamente el doble de la exportaciones industriales anuales de la argentina.

El desequilibrio político general condicionó sin atenuantes la política económica de nuestro gobierno, especialmente durante el primer semestre de 1989, reduciendo a límites exiguos las posibilidades de soluciones técnicas, quedando entonces la economía sometida a la ley del más fuerte.

Si bien cabe admitir que el gobierno perdió la riendas del control de la economía, es indudable que una importante porción de la responsabilidad le corresponden a las expectativas.

En las circunstancias que se padecieron no es necesario imputar actitudes perversas propias de teorías conspirativas, versión la más impugnable del historicismo que rechazo. Al llegar la hora del “sálvese quien pueda” en cada empresa los responsables optan por los activos ligados a la cotización de moneda extranjera, los responsables de la exportación retrasan la liquidación de divisas, los de compras, acumulan stocks de insumos importados y los de ventas se apresuran a establecer colchones de precios y a retener mercaderías.

En esta última etapa ha quedado en evidencia que la economía es un ámbito de lucha por el poder particularmente cruel en un país que, a pesar de nuestros esfuerzos, no ha logrado aún asegurar plenamente el imperio del interés general.

Hoy tenemos claro el sentido que deben tener las reformas económicas y porque aprendimos de nuestras errores podemos construir nuestra propia propuesta y desempeñar el rol de una oposición leal.

Reforma económica orientada al crecimiento y a la justicia social significa, por un lado, un movimiento hacia un rol más central de la iniciativa autónoma de la sociedad, pero por otro lado —como contracara ineludible— significa la construcción de un Estado moderno y eficiente. Un movimiento hacia el mercado a través de las privatizaciones que no vaya acompañado de un aumento en el poder regulatorio del Estado, desata una dinámica concentradora del ingreso y monopolística. Una apertura de la economía sin un Estado que exprese la estrategia de largo plazo de la sociedad en su proceso de inserción en el mundo puede terminar siendo estéril y destructiva. Una reducción de los gastos del estado que no esté sometida a la planificación pública y al debate parlamentario, quizás aumente la arbitrariedad, la discrecionalidad y la injusticia. Los estímulos a la actividad privada que no estén asociados a una reforma tributaria progresista irreversible, serán el caldo de cultivo para el surgimiento de los privilegios.

Así, pues, las dificultades para impulsar un programa de reforma económica, no deben verse como el fruto de una limitación ideológica, sino la consecuencia de una tarea extraordinariamente compleja y de lenta maduración. En el balance provisorio de la gestión económica, junto a los errores señalados, confiamos en que se reconocerá que se plantaron y se debatieron con absoluta claridad, temas tan trascendentes como el agotamiento del modelo tradicional de crecimiento y distribución, la búsqueda de una nueva integración económica regional e internacional y la necesidad de explicitar y analizar racionalmente los subsidios fiscales. Procuramos afirmar el valor de la estabilidad, sostuvimos la necesidad de poner al Estado al servicio de la sociedad y pretendimos generar un nuevo estilo de crecimiento económico sostenido y con equidad.

No contamos con el indispensable apoyo político para concretar estas aspiraciones en la medida de nuestros deseos.

El tema que hemos considerado está directamente vinculado al problema del anticipo de la entrega del poder, cuestión a la que también creo conveniente referirme, aunque sea brevemente.

Pero antes, permítanme una pequeña disgresión referida a la fecha de las elecciones. Se ha dicho que se realizaron con demasiada anticipación, seguramente ignorando que la constitución Nacional, el Presidente debe estar elegido por el Colegio Electoral cuatro meses antes de la entrega del mando. A más tardar podrían haberse realizado el primero de julio, pero todos los partidos consultados estuvieron de acuerdo en la conveniencia de adelantarla con el propósito de facilitar la campaña electoral y el propio comicio ya que, sobre todo en algunas regiones, podían verse perjudicados por el intenso frío.

Producido el comicio y demostrado que el candidato triunfante tenía mayoría en el colegio electoral, comenzó una campaña tendiente a anticipar la entrega del poder. La totalidad de los partidos que constituyeron el FREJUPO lo exigieron, al igual que la CGT y Legislaturas Provinciales. En Rosario, se preparaba un día de paro para forzarla, propiciado por patrones y obreros. El Presidente electo afirmaba que el estaba preparado, que hacía falta un gesto del Presidente y que el pueblo podía cansarse.

Nosotros habíamos logrado ya el traspaso democrático y se nos hacía difícil el manejo de las variables económicas, sobre todo debido a la pronta finalización de nuestro periodo. Así, decidimos sacrificar parte de nuestro mandato. Decir ahora que le tiramos el gobierno a la cara a los triunfadores, es una impostura política.

Finalmente, deseo referirme a otro error que reconozco sin embajes: el de las fallas en la comunicación.

Pero en esto, pido indulgencia, sobre todo a mis correligionarios, porque las falencias se debieron, de manera principal, al respeto que nos merece la ciudadanía. Quisimos brindar información, pero no utilizar los medios para propaganda del gobierno. Extremamos, quizás exageradamente, los cuidados de un pluralismo informativo del que nos enorgullecemos.

Sabemos que la consagración por el voto otorga a un gobierno la legitimidad jurídica que consagra la democracia, pero no necesariamente la legitimidad moral de la que carece, por ejemplo, cuando manipula la opinión pública y así conspira contra la sociedad abierta y los valores fundamentales del sistema.

La imposición de ciertas prácticas y prédicas que niegan el pluralismo y limitan la posibilidad de participación impulsan la coacción del Estado y pueden llegar a vaciar hasta el límite la democracia construida por la sociedad, penetra hondamente en la vida cotidiana, empapa los comportamientos, transforma la inseguridad en costumbre y al egoísmo en rutina, destruyendo la dimensión ética de la vida.





"Debemos consolidar hábitos democráticos que hagan imposible cualquier delirio de involución totalitaria" 
Raúl Alfonsín




Fuente: Discurso del Dr. Raúl Ricardo Alfonsín al clausurar los Seminarios Nacionales de la Unión Cívica Radical, 6 de octubre de 1989.

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sábado, 19 de octubre de 2019

Mauricio Macri: "Honrar el legado: fortalecer la democracia" (30 de marzo de 2019)


HONRAR EL LEGADO: FORTALECER LA DEMOCRACIA

Hay personas que, con sus valores e ideas, dejan una huella, una marca que indica para siempre un antes y un después. A veces la dejan en sus familias, amigos o grupos más cercanos; en el trabajo, en el barrio, en una organización. Y están quienes dejan su impronta en sociedades enteras; líderes que, una vez que cumplen la responsabilidad que asumieron, dejan mucho más que resultados: entregan un legado, una enseñanza. Hoy, a diez años de su partida, tenemos una oportunidad más para honrar a uno de los más grandes y más queridos abanderados de nuestro país: Raúl Ricardo Alfonsín.

Nuestro “padre de la democracia” asumió la presidencia después de una de las etapas más oscuras de nuestra historia, y trajo luz. Nunca se vio alienado por el poder y fue la misma persona antes, durante y después de ocupar su cargo. “Es la misión de los dirigentes y de los líderes plantear ideas y proyectos evitando la autorreferencialidad y el personalismo; orientar y abrir caminos, generar consensos, convocar al emprendimiento, sumar inteligencias y voluntades, asumir con responsabilidad la carga de las decisiones. Sigan a ideas, no sigan a hombres. Los hombres pasan, las ideas quedan”, nos decía al cumplirse 25 años del retorno a la democracia, en 1983. Y en ese sentido, con idas y vueltas, los argentinos aprendimos mucho desde entonces. 

Estoy convencido de que el mejor homenaje que podemos hacerle es demostrar que somos capaces de construir una Argentina unida, como la que él soñó, con instituciones sólidas y políticas públicas que mejoren la calidad de vida de nuestra gente. Una Argentina donde la justicia, la honestidad y el respeto por los derechos humanos sean pilares sobre los que podamos apoyarnos con firmeza. Una Argentina en paz y con libertad. En ese camino estamos desde que los argentinos elegimos cambiar.

Por eso hoy, en nuestro país, nadie es perseguido por dar su opinión. Al contrario: hay un gobierno que promueve la pluralidad de voces, que no teme a la discusión política ni a poner los temas sobre la mesa, por más difíciles que estos sean, porque está claro que el debate se nutre de la diversidad de pensamiento y el intercambio de ideas. En ese sentido, la libertad de prensa es fundamental. Y esta convicción se sostiene con acciones concretas, como la pauta publicitaria, que ahora es transparente; la independencia y profesionalización de los medios públicos, que ya no se usan más para imponer un mensaje único; la sanción y aplicación de la Ley de Acceso a la Información Pública y las políticas de gobierno abierto.

También sabemos que para vivir genuinamente en democracia es fundamental que los tres poderes del Estado funcionen con autonomía e independencia. Instalamos el diálogo como herramienta central y elevamos la calidad del debate en el Congreso de la Nación para alcanzar consensos elementales. Dimos pasos importantes para que el Poder Judicial tenga las herramientas que le permitan actuar con rapidez, efectividad y más cerca de las víctimas del delito. Y, por supuesto, siempre respetando la independencia de la Justicia: hoy, en las grandes causas de corrupción o en denuncias que involucran a funcionarios de este gobierno, a mi propia persona o a mi familia, se investiga en tiempo real, sin presiones ni amenazas. Además, impulsamos normas que contribuyen a una mayor celeridad para el trabajo de jueces y fiscales, como las leyes de Flagrancia y del Arrepentido, que permitieron avances inéditos en múltiples causas.

Entendimos también que es muy difícil plantear una cultura democrática si no combatimos las mafias y las amenazas a la seguridad. Durante muchos años, los argentinos tuvimos que convivir con mafias de todo tipo, como el narcotráfico, la trata de personas, el contrabando, las barras bravas y el sobreprecio de la obra pública. Mafias que se habían instalado y crecido en nuestro país, ignoradas en algunos casos y en otros apañadas e incentivadas por el mismo Estado. Por eso tomamos la decisión de enfrentarlas. Y las vamos a seguir combatiendo hasta que entiendan, de una vez y para siempre, que en la Argentina se acabaron los comportamientos mafiosos. Que esa
Argentina donde queremos construir un proyecto de vida es la Argentina del respeto, del esfuerzo, de la igualdad de oportunidades y la paz.

Hoy hay un gobierno que trabaja en base al diálogo, que promueve la cultura del acuerdo y que resuelve los problemas sentándose a la mesa con todos los actores. Que discute, con disidencias, pero con buena fe. Un gobierno que promueve debates que jamás habíamos tenido como sociedad.

Hoy podemos decir con orgullo que los argentinos maduramos, que entendimos que al país lo vamos a sacar adelante entre todos, porque depende de nosotros y de nadie más. Hoy estamos transitando un camino que parecía olvidado. Y por eso podemos decir con total convicción que esa revolución por la que Alfonsín luchó está más viva que nunca, porque la estamos haciendo juntos. 




"El Presidente sostiene que el mejor homenaje a Raúl Alfonsín es construir“una Argentina unida,como la que él soñó, con instituciones sólidas y políticas públicas que mejoren la calidad de vida de nuestra gente" Jorge Fontevecchia





Fuente: “Honrar el legado: fortalecer la democracia” por el Sr. Presidente de la Nación, Ing. Mauricio Macri, en el Diario Perfil del 30 de marzo de 2019.

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jueves, 26 de septiembre de 2019

Rio Negro: "¿Por qué los peronistas adoran a Alfonsín?" (26 de octubre de 2016)


Mirando al sur

En el acto en la ESMA el 24 de marzo de 2004, Néstor Kirchner intentó fundir todos los gestos de reparación posibles. Ese mismo día, por la mañana, descolgó el cuadro de Videla, y a mediodía, en el predio de la ex-ESMA, dio el discurso de mayor peso de toda su presidencia (tal vez de todo el ciclo kirchnerista), en el que cometió un desliz que la prensa y un sector de la clase política del momento no le perdonaron: ningunear a Alfonsín. Kirchner “pidió perdón” en nombre de un Estado que, según sus palabras, no había hecho nada en dos décadas de democracia, omitiendo el juicio a las Juntas o la creación de la Conadep. Por aquellos días, una de las respuestas vino de boca de Leopoldo Moreau, hoy un cristinista tiempo completo. Dijo el dirigente radical que Kirchner, al revés que aquel gobierno radical, cazaba leones cuando ya estaban en el zoológico. Este primer desacuerdo tuvo una reparación privada: Kirchner se disculpó en una conversación telefónica con Raúl Alfonsín. Pero nació de una característica: Kirchner no respetaba tanto a Alfonsín. Para Kirchner el 2001 había enterrado de algún modo a toda la experiencia democrática, ya que el desfondamiento de la economía había tenido en esa “clase política” a un brazo ejecutor (por complicidad o debilidad). Diríamos entonces que cierta reivindicación del “Kirchner político” muchas veces hecha como contraste deliberado contra Cristina (se puede rastrear esto fácilmente) omite las características rupturistas del propio Kirchner, impulsor de una fallida transversalidad superadora de las identidades partidarias (sobre las que finalmente, en parte cuando las papas quemaron, también se respaldó).

Desde antes de su muerte, pero sobre todo desde su muerte, la figura de Alfonsín es la gran figura en disputa. Como un augurio de superación de la crisis de representación lo quieren casi todos: los liberales que le dicen republicano porque le dicen débil, los radicales de comité que lo ven como el último de los Mohicanos, los viejos peronistas o los progresistas que ven en él la sombra de un Salvador Allende. Dirían casi al unísono: Alfonsín es la política. Todos tienen su “Alfonsín para armar”. Duhalde, un presidente de la “partidocracia”, cultivó ese misticismo laico, entre otras cosas, porque lo tuvo de aliado político en el desenlace de De la Rúa y en su gobierno de transición. Le dedicó un libro, “Don Raúl, recordando a un demócrata”. Y también porque en la visión corporativa de Duhalde sólo eran posibles los partidos tradicionales como poleas de una representación quebrada. Es paradójico: Duhalde cultivaba la sacralidad de los partidos pero fue el presidente del “que se vayan todos”.

Menem también tuvo su pacto con Alfonsín (“Pacto de Olivos”) que le permitió la reelección a costa de una serie de reformas introducidas que, entre otras cosas, tendían a limitar ese poder que la reelección amplificaba (como la creación de la figura de jefe de Gabinete). Era habitual oír a Carlos Corach repetir que la democracia tenía dos grandes estadistas (“Menem y Alfonsín”). Alfonsín era el político prestigioso y de representación estructuralmente limitada que le permitía a todo peronista repetir el GIF del abrazo de Perón y Balbín (un abrazo que tiene mucha más reivindicación peronista que radical). A todo peronista le gusta perdonarse con radicales. Para un peronista poderoso no hay nada mejor que otro radical más débil con quien sentirse demócrata, amplio y plural. Tal vez esta indulgencia estiliza la figura de Alfonsín. Se lo reconcilia con los organismos de derechos humanos que se cansaron de increparle las “leyes del perdón”, se omite el recuerdo agridulce de la plaza de las “Felices Pascuas” o incluso se pierden de vista características más conservadoras de su retórica. En su famoso discurso interrumpido en la SRA en 1988 acusa a esa tribuna de la “oligarquía” argentina que lo chiflaba de haber estado “muertos de miedo” durante la dictadura. Alfonsín les adjudicaba miedo a quienes podía también señalar como cómplices de esa misma dictadura asesina que prácticamente acababa de ocurrir. Había una enorme valentía en ese discurso, en el tono, pero había una inflexión en su señalamiento que no dejaba de cobijar incluso a quienes retaba. Esa era su dialéctica reparadora. Y la reescritura K del alfonsinismo construyó el espejo de Cristina: un gobierno enemigo de los militares (Juicio a las Juntas), de la Iglesia (ley de divorcio), de Clarín (con la famosa frase de Jaroslavsky), etc. Alfonsín tuvo, sin dudas, formas menos jacobinas que Cristina, aunque expuesto a riesgos políticos, económicos e institucionales infinitamente mayores. No atravesó la Argentina de esos años “batallas culturales”, sino, por ejemplo, tres sublevaciones militares frente a las que Alfonsín reunió respaldos conmovedores, como el de Saúl Ubaldini o Antonio Cafiero.

Sinteticemos: Menem lo adoró porque le debió la reforma constitucional del 94 con el Pacto de Olivos. Duhalde lo adoró porque le debió el pacto de gobernabilidad (el apoyo institucional durante su gobierno). El kirchnerismo lo termina adorando porque le debe la “hoja de ruta”. Una suerte de transición democrática permanente en la actualización doctrinaria del viejo eslogan de “democracia versus autoritarismo” traducido a “democracia versus corporaciones”. Dicho así, se dirá que los peronistas le deben más que los radicales. Alfonsín arrastró a la UCR a la obsesión de que el partido fuera republicano (no populista) y siempre socialdemócrata (no neoliberal). Alfonsín quiso que el peronismo fuera el partido de centro derecha y falló, tal vez, porque al radicalismo le faltó lo esencial: un sujeto popular. Alfonsín merece los honores por los principios que sostuvo y por el pacto de caballeros que sustentó hasta el final con la clase política. Como buen gallego, practicó en plenos escraches del 2001 lo que nadie: responder y putearse con la gente que lo escrachaba. Ejercía, esa vez, un derecho de excepción para un político único que podía sostener la frente en alto: a veces hay que cagarse en la gente.

Sobre todo desde su muerte, la figura de Alfonsín es la gran figura en disputa. Como un augurio de superación de la crisis de representación lo quieren casi todos.

La reescritura K del alfonsinismo construyó el espejo de Cristina: un gobierno enemigo de los militares (Juicio a las Juntas), de la Iglesia (ley de divorcio), de Clarín, etc.








Fuente:  "¿Por qué los peronistas adoran a Alfonsín?" por la Redacciòn del Diario Rio Negro Online, 26 de octubre de 2016.
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