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martes, 16 de agosto de 2016

Alfredo Vitolo (h): "La Unión Cívica Radical en el siglo XX" (23 de noviembre de 2004)

Como consecuencia de las políticas implementadas desde 1860 y la gestión inspirada por la generación del 80, se produjeron en la Argentina cambios importantes. Crecimos significativamente en lo económico. Para comienzos del siglo, los inmigrantes ya habían consolidado socialmente sus familias en el país y sus hijos argentinos participaban activamente en todas las actividades productivas, profesionales y de servicios. Esas transformaciones determinaron una nueva estructura social que generó demandas hasta entonces desconocidas: mayor participación política, mejoras en las condiciones laborales y una más equitativa distribución de la riqueza.

El presidente Roque Sáenz Peña, que asumió el gobierno en octubre de 1910, cumplió con el compromiso de asegurar elecciones libres y pidió la sanción de una nueva ley electoral que estableció el voto universal, secreto y obligatorio, sobre un padrón electoral confeccionado sobre el registro militar y otorgando representación a las minorías.

De allí en más, no puede entenderse el proceso político argentino sin conocer la concepción que Hipólito Yrigoyen dio a la UCR. Para él no se trataba de un partido político tradicional, sino de un movimiento cívico de reparación ética, destinado a instaurar la plena vigencia de la democracia constitucional. Esa nueva concepción suscitó adhesiones que arraigaron con fuerza en la sociedad, sobre todo en los sectores medios, mientras resultaba incomprensible para los sectores tradicionales que consideraban natural la exclusividad que se arrogaban en el ejercicio del poder.

En las elecciones presidenciales de 1916 participó la UCR e Hipólito Yrigoyen fue consagrado presidente de la Nación. Comenzaba así una nueva etapa en la vida política argentina: la consolidación de la democracia desde el poder.

El radicalismo gobernó el país desde 1916 hasta 1930 y, con una administración austera y honesta, obtuvo una evidente mejora social que reconocía como base de funcionamiento la solidaridad y la igualdad de oportunidades. A partir de la crisis mundial de 1929, que afectó gravemente nuestra economía, y de fallas en la gestión final del radicalismo, que no se había renovado en su clase dirigente ni en sus ideas, fue desplazado del poder por un golpe de Estado, en 1930. A partir de entonces y con distintas suertes, se convirtió en la principal y muchas veces única fuerza opositora. Combatió al régimen fascista que lo había derrocado del gobierno y se opuso al sistema conservador fraudulento. Fue la única oposición permanente al populismo militar y enfrentó con firmeza la falta de libertad durante el gobierno peronista. Sin suerte, intentó, a la caída del peronismo, revertir la situación durante los cortos períodos en la presidencia de Frondizi e Illia, pero éstos también fueron desplazados del gobierno por antidemocráticos golpes militares.

La sangrienta y autocrática dictadura militar de 1976 a 1983 comenzó a desmoronarse en 1982 como consecuencia de la locura que significó la guerra de las Malvinas. Después de la derrota, el país quedó aislado del mundo y frustrado como comunidad. Las fuerzas políticas, ante el vacío de poder, procuraron recomponer sus estructuras y lograr acuerdos que permitieran una rápida convocatoria a elecciones generales y lo lograron.

En las elecciones de 1983 triunfó el candidato de la UCR, Raúl Alfonsín, con más del 50% de los votos emitidos. Quedó así en claro que la sociedad argentina consideraba la democracia y su marco constitucional uno de los elementos básicos para comenzar con la dura tarea de la recuperación nacional. Una vez más, cada vez que había que restaurar la democracia los argentinos elegíamos a la UCR, partido que era el símbolo de la república democrática, la libertad, la igualdad y el Estado de derecho.

La gestión presidencial del doctor Alfonsín, en lo institucional, estuvo de acuerdo con las expectativas que había despertado en la sociedad argentina. A pesar de las dificultades y las trabas que existieron se enjuició ante los tribunales de la Constitución a los máximos responsables de la guerrilla y del terrorismo de Estado, los que fueron condenados según sus responsabilidades. Se reinstalaron todas las instituciones de la República; se recuperó el Estado de derecho en un clima de total libertad y nos reinsertamos en el mundo con una clara conducta internacional.

Se mejoró en lo social y se dieron los primeros pasos para la recuperación de la desquiciada economía. Lamentablemente, los ataques despiadados de los enemigos de la democracia y la acción de una oposición que no cumplió con la misión que les correspondía, obligaron al Presidente a dejar su cargo tan pronto se habían realizado las elecciones para la elección de un nuevo presidente, en las que había triunfado el candidato opositor. De todos modos, el objetivo central había sido cumplido y un presidente civil, elegido por el pueblo en elecciones libres, transfería el poder a otro candidato también civil, y de distinto signo político.

La gestión del nuevo presidente, Carlos Saúl Menem, se caracterizó por cambios importantes, aunque todo estuvo signado por la prebenda, la corrupción y el ejercicio hegemónico del poder. Contra esa situación, que iba agravándose día tras día, una vez más el radicalismo marcó una dura línea opositora que lo llevó a conformar un frente cívico para oponerse a su reelección en las elecciones de 1999. Una vez más, el pueblo confió en la UCR y consagró presidente al candidato de la Alianza, Fernando de la Rúa. Lamentablemente, el abandono de la política que inspiraba la Alianza y su reemplazo por una línea económica similar a la seguida por el ex presidente Menem agotó el gobierno del presidente De la Rúa a los dos años y obligó a la renuncia de éste, lo que dio comienzo a una crisis política, económica y social de características desconocidas hasta entonces.

A partir de entonces, la UCR perdió la condición de protagonista que tuvo durante todo el siglo XX. Sólo una profunda reestructuración del partido, una renovación auténtica de sus dirigentes y una revisión de las ideas, sin perder su concepción de movimiento cívico de reparación ética, como lo hizo en 1945, posibilitará revitalizar a esta fuerza que hoy aparece como al borde de la extinción.









Fuente: La Unión Cívica Radical en el siglo XX por Alfredo Vitolo (h) para La Nación del 23 de noviembre de 2004.
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sábado, 23 de abril de 2016

Alfredo Vitolo (h): "La oposición necesaria para un buen gobierno" (26 de marzo de 2004)

Entre las condiciones para el normal funcionamiento de la democracia moderna, está la necesaria determinación de quién ejerce el gobierno y quién constituye la principal oposición. La falta de esa definición compromete el sistema, al no permitir alternativas políticas que posibiliten a la minoría de hoy convertirse en mayoría mañana; afecta el régimen institucional, al limitar las posibilidades de alternancias en el poder y la fijación de políticas de Estado y estimula las tendencias hegemónicas y autoritarias de la mayoría que, sin oposición definida, actúa con escaso control y sin frenos.

Por otra parte, en una democracia de partidos como es la nuestra, tanto el gobierno central como la principal oposición deben estar a cargo de partidos políticos nacionales. De la misma forma que entorpece el funcionamiento del régimen un gobierno que no tenga su eje en una fuerza política de esas características, no es buena una oposición atomizada o sólo representada por partidos locales o expresiones de liderazgos personales. La necesidad de partidos nacionales no significa que las fuerzas menores deban quedar excluidas o marginadas de la política, pues es importante que participen en la formación de consensos con el gobierno o con la oposición.

En la Argentina de hoy, especialmente después de los últimos resultados electorales, la fuerza política nacional que legítimamente ejerce el gobierno, está claramente definida. Es el justicialismo, que reúne la Presidencia de la Nación, la conducción de las principales provincias, tiene mayoría propia en ambas cámaras del Congreso nacional y que, a pesar de sus enfrentamientos internos, cuando tiene que tomar una resolución sobre temas importantes actúa con unidad y disciplina, alineándose detrás del Presidente.

Ese partido, para cumplir con la misión que le corresponde y que la sociedad le ha asignado, debe evitar el abuso de su poder legítimo, no avanzar sobre la libertad ni sobre la ley, respetar y valorar los disensos y comprender que es necesario consensuar, en unidad pluralista, principios básicos que son comunes a todos y a partir de los cuales recién son válidas las diferencias.

Lo más difícil, dadas las circunstancias actuales, es determinar quién es la oposición central ya que, como dice Guglielmo Ferrero: "En las democracias la oposición es un órgano de la soberanía popular tan vital como el gobierno".

De todos los partidos que aparecen como opositores, quien está en mejores condiciones para ocupar el papel de oposición central es la Unión Cívica Radical. Tiene despliegue en todo el territorio nacional, el gobierno de seis provincias, bloques legislativos nacionales muy importantes y, lejos de las demás fuerzas opositoras, son los que siguen en número al justicialismo, tienen importantes representaciones en las legislaturas provinciales y la conducción de varios cientos de municipalidades, algunas de significativa importancia. El radicalismo tiene más de cien años de historia, siempre ha sido una garantía de democracia, se ha destacado en la defensa de las instituciones y ha gobernado el país a lo largo de casi un tercio del siglo XX.

Lamentablemente, ese partido, al que pertenezco, no está hoy a la altura de las circunstancias y de sus responsabilidades institucionales. No tiene una definida conducción nacional y se ha feudalizado; no ha hecho autocrítica de su última gestión de gobierno ni ha revisado algunas de sus posiciones ideológicas que aparecen como obsoletas; no ha renovado su dirigencia ni los responsables de sus últimos fracasos políticos han dado un paso al costado para permitir el surgimiento de nuevos valores; no ha señalado con claridad sus coincidencias con el gobierno y cuáles son sus discrepancias, ni ha precisado oficialmente sus propuestas alternativas en los más importantes temas nacionales. Se da así la paradoja de que existiendo muchísimos radicales no haya partido radical que los exprese y represente.

Si la UCR es capaz de revertir la situación por la que atraviesa, como fervientemente lo deseamos, será la indiscutible alternativa política y se convertirá en el principal dique de contención para que la fuerza dominante que hoy ejerce el gobierno no pase a ser hegemónica, con el consiguiente riesgo de convertirse en autoritaria.

Los otros partidos, que muchas veces pueden inclinar el fiel de la balanza, también deben introducir modificaciones en su organización y en el mensaje que deben transmitir a la sociedad. Quienes están estructurados alrededor de una figura prominente, por su parte, deben convertirse en fuerzas políticas permanentes y organizadas en todo el país, evitando de esta forma, tener una efímera duración en el tiempo.

Un régimen democrático pluralista necesita de un gobierno firme y dispuesto a consensuar; una oposición responsable y con capacidad para plantear alternativas y otras fuerzas políticas dispuestas a colaborar con el gobierno o la oposición según sean sus ideas o proyectos. Si logramos ese equilibrio habremos ayudado a afianzar el sistema y fortalecer nuestra todavía incipiente democracia.










Fuente: La oposición necesaria para un buen gobierno por Alfredo Vitolo (h) para La Nacion, 26 de marzo de 2004.
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