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domingo, 20 de septiembre de 2015

Hipólito Yrigoyen: "1° aniversario de la Revolución de 1905" (4 de Febrero de 1906)

Buenos Aires, febrero 4 de 1906.
Al Dr. Pedro C. Molina:
Córdoba

Nunca será suficientemente sentida la adversidad de este día por sus dolorosas consecuencias y por haberse malogrado la más poderosa condensación de fuerzas con que la Nación hubiera patentizado a la faz del mundo todo el vigor de su protesta contra treinta años de oprobio y habría sido el punto de partida de la más luminosa transformación.

Que se regocijen de su obra todos los que, de una u otra manera, contribuyeron al fracaso de ese supremo esfuerzo, como los que vilipendiaron, ignorando sin duda, que cuanto mayor fuera su profanación, más hondo sería el agravio de la vindicta pública y más intrépida la reacción en prueba de convicciones profundas y de acentuados sentimientos de honor y que aquellos que laurearon el éxito, se aperciban del error, aun mirado tan sólo bajo sus exclusivos intereses.

La Nación en todos sus ámbitos fortificó la frente de los vencidos y compensó sus pesares, demostrando en todo sentido y de la manera más imponente que registran sus anales, que no son precisamente triunfos los que requiere de sus hijos, sino superiores abnegaciones y luchas fecundas concordantes con sus aspiraciones y los solemnes deberes de las horas por que atraviesa. Por eso también el movimiento radical fue más grande al día siguiente del contraste y sigue siendo en tales proporciones, que es corto el tiempo para incorporar todas las decisiones que quieren alistarse en sus filas.

Quedó triunfante el crimen una vez más y, como era fatalmente lógico que sucediera, ha seguido revelando mayores perversiones y desconciertos, precipitando a la República a los más extremados e irreparables desastres, y se rinde homenaje, hace su apología y sanciona su apoteosis.

A su frente está la Nación desangrándose desde hace veinte años en esforzada contienda, consagrando sus afanes a la reconquista de sus derechos, a la restauración de sus libertades, a la reasunción de su moralidad, al restablecimiento regular de sus gobiernos y administraciones, al funcionamiento pleno de su soberanía.

La justicia, en su más alto concepto, dirá si los sacrificios e inmolaciones rendidos en tributo a la ley de las reparaciones, son ya suficientes o si será posible que aun sean necesarios mayores desgarramientos.

Todos son iguales, gobiernos y grupos politiqueros, compuestos de elementos desechados de las camaraderías predominantes y espiando el momento de volver a su seno.

Es una descomposición de mercaderes donde nada se agita por ideal alguno de propósitos saludables, sino por móviles siempre menguados que se consienten recíprocamente y se abalanzan cuando los intereses se encuentran y no pueden ser compartidos.

Sí, son todos iguales y ni la mayor confusión de juicio ni el transcurso del tiempo ni circunstancia alguna puede modificar esa solidaridad.
Son reos de los más grandes delitos que se hayan cometido en las sociedades humanas y nadie ni nada podrá desviar la visión permanente de sus enormes responsabilidades.

Han avasallado en todas las formas a la majestad de la patria, han derrumbado todas sus instituciones, han injuriado y escarnecido todos los atributos morales, que eran la esencia de su carácter, han fijado su descrédito en todas las páginas de la historia general, han retrasado por medio siglo la amplitud de su desenvolvimiento, insumiendo y devastando gran parte de su savia, y si no la han jugado en las carpetas del mundo y no la han puesto bajo sus dominios personales ha sido por imposibilidad material de poder hacerlo totalmente.

Por eso la República se ha alzado en armas y lo hará tantas veces como se lo marquen sus sagrados deberes y sus augustos fueros. Si así no lo hiciera, sería indigna de sí misma, de su cuna, de su tradición, y de la misión que la Providencia le ha fijado en la escena universal en cuya cima figurará el día en que las naciones se congreguen para discernir lo que corresponde a cada una por sus consagraciones en la infinita obra de la civilización humana.

Pero los que han ejercido la Presidencia de la República, son los principales causantes de los males que gravitan sobre ella, porque estando en sus manos evitarlos, los han reagravado progresivamente por acción propia o conjunta, sostenidos por aquellas fuerzas militares que, desleales a la Constitución, a las leyes y a la fe nacional, de la que debieron ser su emblema más austero, se subyugan al que manda arriba de todos, cualquiera que sea su origen.

Esa es la Bastilla argentina, sobre la cual se estrellan hoy las fibras más sonoras del alma nacional, puesto que aquellos gobiernos, las camarillas y los merodeadores de todas las prevalencias, son completamente efímeros y sin consistencia alguna que desaparecerían en cuarenta y ocho horas, como ha sucedido otras veces, al primer embate de la acción pública.

La solución está, pues, en manos del Presidente actual y sólo siendo vilmente empedernido se puede renunciar al grandioso bien de la República y a su gloria inmortal.

La opinión no le requiere más que comicios honorables y garantizados, y nada más que comicios honorables y garantizados, como condición indispensable para volver decorosamente al ejercicio de sus derechos electorales. Entonces, propios y extraños se asombrarán de la magnitud de ese sólo acto como punto cardinal de las más magnas proyecciones nacionales en todas las esferas de su vida y así se verá la trascendental diferencia que hay entre una nación ahogada por todas las presiones que la circundan a una Nación respirando en toda la plenitud de su ser y difundiendo al bien común su inmenso poder vivificante.

Si desgraciadamente así no sucediera y las generaciones presentes pudieran consentir en la, continuación del oprobio simulando o aparentando en connivencia con la prensa mercantil y abyecta, resistencias que no son sino variantes del mismo oprobio; si la vida nacional siguiera siendo vivida de esa manera, sería como para estamparle en el rostro el sello del desprecio y la deshonra por la más cruel de las felonías que se puedan cometer contra el santuario de la patria y sus celestiales esperanzas.

Entretanto, prosigamos la labor, no recibiendo más inspiraciones que las del sacro sentimiento que nos anima, manteniendo siempre nuestro espíritu arriba de todas las ruindades y malevolencias propias de estas horas. Permanezcamos en el pedestal del deber y sostengamos impertérritos sobre nuestras frentes todo el peso reivindicador —que cuanto más invada la depravación mayor sea de nuestra parte la integridad y la entereza para resistirla y extinguirla. Tengamos siempre resolución y fe para continuar la obra, y unidos virtualmente a aquellos que rindieron la vida en su holocausto y solidarizados cada vez más con los que sostienen la causa de la regeneración, sin que la lava corruptora les haya salpicado, continuemos el camino trazado desde hace un cuarto de siglo.

No dejemos ni un instante de estar a la altura del sagrario de la patria, que tanta razón y conciencia nos ha dado para comprenderla; y tengamos muy presente que simbolizamos todas las irradiaciones de la más cruenta lucha después de la independencia, aquélla que ha causado los mayores mártires a la humanidad a través de los siglos, y que el calvario de los nuestros sea la luz que nos guíe e ilumine en el sendero.

Lo saluda afectuosamente.

H. YRIGOYEN
















Fuente: Polemica con el Dr. Pedro C. Molina «Preliminares de la polémica» Carta cordial con motivo del 1° aniversario de la Revolución de 1905 en “Ley 12839. Documentos de Hipólito Yrigoyen. Apostolado Cívico – Obra de Gobierno – Defensa ante la Corte”, Talleres Gráficos de la Dirección General de Institutos Penales, Bs. As 1949.-
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lunes, 8 de diciembre de 2014

Hipólito Yrigoyen: "Polemica con el Dr. Pedro C. Molina" Segunda Carta (noviembre de 1909)

Buenos Aires, noviembre de 1909.

Distinguido doctor:

Se imaginará usted si suponía la réplica, conociendo sus tendencias polemistas y sabiendo que las acciones humanas se esmeran tanto más en justificarse cuanto menos pueden hacerlo. Pero, como tenía que suceder, le ha resultado sumamente pobre y en todo desprovista de certitud y de verdad.

No quisiera, como no he querido ni lo he hecho nunca, distraer un momento de la vida en cuestiones políticas personales; porque en el mejor de los casos, me hacen el efecto de las vulgaridades de la existencia ante los superiores ideales del espíritu. Además a usted le sobra tiempo y a mí me falta; a usted le atraen y le fascinan esas discusiones y a mí me son fastidiosas y las he  desdeñado siempre.

De buen grado, pues daría por terminada esta rápida incidencia, que por más que todas las ventajas estén de mi lado ninguna, satisfacción experimento con ellas, si no hubiera hecho usted insólitas afirmaciones sobre la Unión Cívica Radical, que el silencio pudiera considerarlas como consentidas.

El mal paso que ha dado lo ha desconcertado políticamente, aun más de lo que le era habitual en los últimos tiempos, haciéndole caer en trivialidades, inexactitudes y contradicciones flagrantes.

Se admira usted de algunos párrafos de mi carta y la clasifica todo de corte radical, violento y divinizador del partido.

Pero si es usted tan radical como dice, en vez de hacer exclamaciones de despecho, que no demuestran sino mayor despecho, debía serle muy grata esa idealización, tanto más que a nadie daña ni perjudica:

En cuanto a la dicción radical, seguramente que no la aventaja usted con la suya, ni en el concepto ni en la forma; porque ella revela no sólo la convicción profunda que la ánima, sino una preparación y una intelectualidad que en la hora presente nadie supera.

Y respecto de la violencia contra los adversarios, su celo y sus cuidados recientes son un verdadero contraste puesto que hace bien poco que usted la extremaba y ahí tiene la prueba: «Y, no serán esas agrupaciones cobardes, que van como bandadas de aves de rapiña siguiendo las huellas del gran felino, para tomar su parte en cada presa, ni mucho menos esos, en otro tiempo ilustres apóstoles de las reivindicaciones populares, que cohonestan con su silencio o amparan con los auspicios de su -gran nombre a los criminales reincidentes de la política, quienes pueden devolver al país esta libertad y esta justicia».

Yo he hablado con toda la verdad, la razón y la justicia, de los asuntos públicos, de las gestiones en ese orden y de las expectativas que entrañan, y si bien lo he hecho con el sentimiento que me inspiran las causas a que me he referido, sé también que me he expresado con toda la corrección de mi propio respeto y de la cultura y altura moral de mí país.

En cambio, vea lo que encuentro al correr de la vista en unos de sus discursos que acabo de recibir de Córdoba, junto con sus últimas publicaciones:

«Un radical, dice usted, y sobre todo uno de estos radicales que ha resistido catorce años en el ostracismo de todas las necesidades de la vida! Mientras que un pancista es un comilón de pan, del pan del presupuesto, del pan que nosotros producimos! Va a reconstituirse (la Unión Cívica Radical) dándose el gobierno que prescribe su carta orgánica y quedar así en actitud de llenar las funciones fisiológicas que una ley histórica le asigna! Pero señores, continúa usted, estos son valores y volúmenes de apreciación tan numerosos como sea el ejército de sus fieles (los del oficialismo) apenas alcanza a oscurecer el sol que debía iluminar la pureza del presupuesto y del comicio».

Esas frases fueron pronunciadas por usted ante el Comité Nacional y dirigiéndose a una manifestación pública, como explicación filosófica y política de la suprema protesta que en acción armada iba a realizar el pueblo argentino!

Decía usted entonces refiriéndose a la Unión Cívica Radicalque desde aquel momento ha sido el baluarte de las causas populares y la pesadilla de las oligarquíasque con la severidad de su intransigencia el Partido Radical ha evitado grandes males al país, y día más o día menos, nos hará palpar los inapreciables beneficios de la libertad y de la justicia —que tal es la misión que el radicalismo ha desempeñado con sus justas rebeldías—que el oficialismo se contiene en sus apetitos porque teme a esa fuerza fiscalizadora que observa y está siempre dispuesta a observar el fallo de la opinión pública— que le ha dado un ascendiente moral que nadie discute y que le coloca en el primer rango entre los partidos que más se han distinguido por su patriótica actitud en su lucha— que el Partido Radical está de pie sirviendo de último reducto a la resistencia, firme en sus propósitos, fiel a su programa de principios, aprestando sus elementos para terciar como lo requieran las circunstancias —que en tales momentos de descomposición, de imposición y de enervamiento, reaparece gloriosa e inmaculada la bendita .enseña de las reivindicaciones populares, como una protesta contra aquellos expedientes inmorales y estas vergonzosas claudicaciones del sentimiento cívico ; que podemos decir que el Partido Radical, ahora como en 1890 y como en 1893, está vivo y viable, dispuesto a demostrar a los conculcadores de la soberanía popular, que no le han abatido sus reveses, no postrado las fatigas ni doblegado la adversidad, a demostrarles que sus miembros tienen el brazo fuerte, el alma sana y vigoroso todavía el corazón, sí, vigoroso como para tentar una y muchas cruzadas más en la reconquista de este otro sepulcro de nuestras libertades, y no pretendáis pedirle cuenta o contenerla (a la dictadura), porque como, el Proteo de la fábula, tomará todas las formas, burlará todas vuestras previsiones y escapará a todos los recursos que os da la Constitución y las leyes protectoras del derecho y de las personas, si os proponéis disputarle el triunfo en los comicios, ella os burlará, amparándose en las cláusulas de la ley electoral, si le exigís una reforma de estas cláusulas, ella las substituirá con otras peores, si asimismo os resolvéis a cubrir todos los claros de la ley con vuestros elementos populares, ella provocará, encarcelará, humillará y perseguirá a vuestros elementos hasta conseguir que se intimiden o eliminen, si vencéis todavía esa barrera y vais a defender vuestro derecho en los comicios, ella os hará correr la suerte de los Ceballos en Córdoba o de Echeverría en San Juan: el puñal de un meritorio o de un comisario de sus policías os hará expiar este crimen con la muerte! etc., etc.».
Y ahora dice, que «la Unión Cívica Radical no actúa en la vida cívica del país, ni presta concurso al mejoramiento de las instituciones democráticas, que el Partido no debía limitar su acción a esperar que se le de la libertad para votar, que por la especialidad de su misión debería estar en los atrios para cumplirla persiguiendo a todas las subversiones y depurando los registros de las inscripciones falsas, que no ha hecho sino formular protestas innocuas y platónicas a que nadie les hace juicio, que no responde de ningún modo a los fines de su constitución, que no interviene en las cuestiones públicas, que no ha podido organizar comités de verdad y que el país está cansado de promesas y de mentiras, que quiere hechos y no palabras, ideas y no expedientes».

He ahí manifiestas las argucias e inventivas de las apostasías de hoy frente a los puros y sinceros acentos de los apostolados de ayer!

Con sus propios conceptos, con usted mismo, contesto a sus objeciones generales y le patentizo sus lastimosas incoherencias.

Y sería ingenuidad de mi parte detenerme más a explicar a quienes a designio, negando hasta la luz, o en su ofuscación llegan a no verla, la marcha cardinal y la acción correlativa de ese movimiento que está grabado en la República con caracteres de razón y de justicia supremas.

Son muy conocidos esos puentes que se utilizan para hacer distancias o acortar otras; y son también muy notorios los arúspices de todas las épocas que ignorando su camino quieren enseñar el de los- demás y contra los cuales es mejor darse de antemano por vencido.

Haciendo uso de ese estribillo común de las animosidades que no tienen en qué fundarse ni qué decir y que se repiten siempre y con todos, me atribuye que soy caudillo y jefe de la Unión Cívica Radical.

Si alguien ha soñado con serlo será usted que, según sus publicaciones, ha andado entre bastidores tratando de quebrantar la estructura de ese movimiento, y alterar su disciplina, sin apercibirse de cuán vana tenía que resultarle su tarea, porque si las personalidades más culminantes de la República no lo consiguieron y se fueron casi solas, menos podría alcanzar usted ni otro alguno.

No concibo qué faz de mi persona pueda presentar aspecto de caudillo, y séame permitida la franquicia de decir que tengo el más absoluto desprecio por todas esas ruindades y desmedros de la personalidad humana y que me valoro más a mí mismo que a todas las caudillerías juntas.

No soy tampoco jefe, ni lo sería nunca, por modalidades personales y porque creo que los movimientos de opinión no deben tener sino direcciones constantemente amovibles.

Las jefaturas no condicen con los progresos -de la razón ni con la uniformidad de su desenvolvimiento, desde que no tienen explicación científica, ni aplicación armónica.

Las instituciones sociales, de cualquier carácter que sean y mucho más si ellas representan a la opinión pública, como en este caso, deben amoldarse a los principios y leyes que rigen a los gobiernos libres, sin que esto quiera decir que no se aquilaten y juzguen justamente y en todas sus proporciones las calidades y condiciones colectivas e individuales que son vivos ejemplos de virtuosas enseñanzas y los signos reveladores de la perfectibilidad humana.

Agrega usted que hubiera sido glorificado en el Partido, si hubiese propuesto sus convicciones a sentimientos de afecto personal hacia mí. ¿Cuáles convicciones? ¿Las de las conversiones?

Nunca habrá hecho usted una afirmación más temeraria por lo notoriamente falsa y de mala fe y me parece imposible que venga de usted aunque cuando se da un traspié, se dan tantos otros!

Por otra parte, usted fue siempre muy afectuoso,- lo mismo en sus correspondencias que en sus conversaciones, sea porque lo sintiera o porque así es su manera de ser.
Y el Partido lo elevó a la cima y desde allí es que usted se precipitó, por más que se hizo todo lo que era dable para contener y evitar su caída. Le dio cuanto tenía que dar, sin pedirle nada y le hubiera dado todo en su hora de triunfo, porque demasiado sabe usted que la plena generosidad es una de sus peculiaridades.

¿Cuándo, en qué momento, y de qué manera usted ni nadie me ha visto descender de mis altiveces de hombre y de ciudadano para insinuarme en cualquier sentido personal que fuere?

Principiando por usted y siguiendo por todos los correligionarios de la República, no habrá uno solo que me haya oído, sentido o vislumbrado siquiera, en otra forma que en la de las absolutas integridades de la causa a que vivimos consagrados y con las autoridades de que estamos saturados, que son el ambiente de todas nuestras comunicaciones.

Hace veinte años que salí de mi recogimiento a la convocatoria de la opinión pública nacional y desde entonces no me ha sido dado volver todavía a la normalidad y a la regularidad de mi vida. He asistido a todos sus actos, deliberaciones y acciones y le he entregado todas mis fuerzas, íntimamente convencido de que cumplo con mis deberes de argentino, sirviendo a la Patria tal como corresponde en la situación por que atraviesa, y jamás he influido en el ánimo de ningún correligionario en nada que no fuera la visión fija de nuestra misión y de nuestro mandato, ni he hecho la menor indicación favor de nadie, no ya en las designaciones para cargos públicos, cuando el Partido iba a los comicios y cuya labor he presidido, pero ni siquiera para el más insignificante puesto en su régimen interno. He tenido siempre la lealtad y la franqueza de los principios y reglas de conducta que modestamente he contribuido. a trazar y la decisión de sostenerlos inquebrantablemente; y he guardado para la entidad política que constituimos todos los cuidados conducentes a su mayor- prestigio y autoridad, siendo ésta la primera vez que hablo fuera de su seno sin su representación, y lo he hecho, porque la justicia clamaba que lo hiciera.

A difundir enseñanzas benefactoras en todo sentido, nos hemos congregado, y de ahí no se ha de salir y no insista usted en pretender desconocerlo, porque no hará sino desautorizarse.
No veo en la Unión Cívica Radical sino conciudadanos identificados en los más augustos fines de alcanzar la reparación de la República, con todo altruismo y sin móvil propio alguno.

Por eso es que en ese holocausto he hecho uno de los sacrificios mayores, el de confundir mi autonomía con la de los demás, asumiendo y aceptando juicios y responsabilidades comunes; y si esto debiera tener compensación ella está colmada por todas las gentilezas y delicadezas que enaltecen al hombre y a las sociedades.

Durante tan larga contienda hemos sido y somos el blanco de la generalidad de los que se van, lo que no nos sorprende, porque bien sabemos que cada actitud en la vida tiene sus lógicas consecuencias; pero, Dios mediante, hoy como ayer, mañana como siempre, así como los vendavales de la lucha, se estrellarán en nuestras frentes, también las maldades se destrozarán a sí mismas sin rozar siquiera la entereza de todos nuestros respetos.

Condigo con usted y así lo he pensado siempre, que muchas circunstancias pueden hacer que uno o más ciudadanos dejen su puesto de prueba cívica o lleguen a creer que esa no es la más indicada o la mejor; pero deben hacerlo guardando, la misma circunspección que requieren para ellos. Nunca he podido explicarme la propensión a pretender descalificar a la Unión Cívica Radical o a sus adeptos por casi todos los que dejan de serlo, si es que se van con sana intención o sincero motivo.

No esperaba eso de usted, y a los correligionarios que presentían su retiro, les dije siempre que si así sucediera, estaba yo seguro de que lo haría, por lo menos, con público reconocimiento de justas consideraciones.

He dicho ya que por haberme encontrado enfermo, no conocí a tiempo sus publicaciones y las que ellas promovieron, pero también que sepa que si yo le hubiera dado mi opinión, habría sido más o menos como lo hizo y lo transcribe el diario «El Porvenir» de Nueve de Julio, provincia de Buenos Aires:

«Perdiendo la serenidad. El distinguido ciudadano, Pedro C. Molina, uno de los ex del radicalismo, hace días nos dio prueba de haber perdido la fe, con su retiro del Partido donde tan buenos amigos cuenta. Ahora nos está demostrando con sus cartas y reportajes, recibidos con indisimulada fruición por la prensa contraria, a nuestro credo político, que ha perdido la serenidad.
No otra cosa ha de creerse leyendo esas cartas y esos reportajes, en los que a la legua se percibe el despecho de que es víctima por la soledad que le rodea después de su renuncia.
Vano afán el del distinguido compatriota, de responsabilizar de sus desdichas a determinadas personas, que en nada han contribuido a la pérdida de su fe o al debilitamiento de sus energías».

Pasando a otros puntos de su réplica, le diré que si existió algún claro en la organización del partido, fue el suyo, por más que se le incitó a la labor; si hubo gobierno clandestino, fue también el suyo que anduvo en las encrucijadas haciendo grupitos y si tenía disidencias con la dirección, nadie lo ha sabido y menos yo, puesto que en todas las cuestiones que eran de nuestra preocupación, se expresó usted condiciendo satisfactoriamente.
Sin menoscabo de usted mismo y de la investidura que tenía no puedo pretender que formuló esas disidencias, por una epístola que dirigiera a un amigo suyo y una referencia que le hiciera a otro, tanto que era usted el Presidente de la Unión Cívica Radical, y la más elemental noción de ese cometido, le marcaba los procedimientos.

En todo caso, debió esperar la Convención y en esa escena de la imponente representación nacional que vendrá a deliberar con la autoridad de casi treinta años de infinitas consagraciones patrióticas, someter sus opiniones al debate y a su sanción y después del juicio de toda la República.

¿Por qué no procedió así demostrando que en usted estaba la más alta nota del bien público y en la que debieron inspirarse los demás?

Dirá que sabía que no iba a prevalecer; pero, admitiendo la hipótesis, eso le imponía el .deber de sostenerla con tanto más ahínco. Por mi parte más de una vez he estado solo en medio de la dirección y muchas otras con pequeñas minorías; pero por eso no dejé de dar mi voto y rebatir con todo el calor de mi alma las opiniones opuestas y especialmente en los casos en que peligraba la integridad del Partido.

Persiste usted en que la Unión Cívica Radical no tiene orientación.

A semejante sarcasmo, que no lo debió escribir nunca, ni por usted mismo, le responde la historia de treinta años de sucesivas, múltiples y superiores manifestaciones!

Pero, cuando menos, le pregunto: ¿Quién la tiene aquí que no sea ella, y quién la tiene fuera de aquí con más alto concepto, con mayor firmeza de ánimo, más patriótico desinterés y más recta acción? No ve usted que desde esos treinta años la característica en nuestro país de gobiernos, agrupaciones y hombres, es una continua cambiante, confusión y mezcla en pos de protervas y menguadas ambiciones y que al frente de toda esa masa informe hay un pensamiento que, como faro fijo y luminoso orienta, precisamente todos los deberes morales, políticos y sociales?

Esa es la única garantía y levantado resguardo que la República tiene en el presente; su verdadera promesa reparadora y su fundada esperanza de transiciones que le restauren su perdido pasado.

No es posible pretender que un movimiento de opinión que tanta savia contiene y que tanta fortaleza ha demostrado, concluya con resultados contraproducentes. Todo juicio que así se haga, será contrario a la lógica de la razón y a la naturaleza misma de las cosas.

Pasaré ahora a lo que propiamente me ha inducido a contestarle. Me refiero a la aseveración de que el Partido o la dirección consintiera en que los correligionarios tomaran participación en los gobiernos de San Luis y Salta, y aunque ella es tan incierta e infundada como todas las demás haré la debida aclaración.

El doctor Adaro no estaba en las filas de la Unión Cívica Radical cuando aceptó la designación que le hicieron sus comprovincianos.
Después de un tiempo hizo saber a nuestros correligionarios su deseo de gobernar con ellos y con ese motivo vinieron los señores Flores y Concha, a quienes fácilmente hice comprender la imposibilidad de que eso sucediera.

Concordando desde luego, llegaron a decirme que en su consecuencia caería el gobierno del Dr. Adaro, y les observé que preferible era que cayera cien veces pero que se salvara incólume la integridad del Partido y el respeto de todos y cada uno de ellos, que habían pasado veinte años caracterizando sus personalidades para bien de la República.

Más tarde el mismo doctor Adaro me pidió una conferencia, e insistiendo en aquel pensamiento le di igual contestación agregándole que sólo la Convención Nacional tenía autoridad para resolver favorablemente esa proposición, y que por mi parte opinaría dentro de ella misma en contra, porque sería, un grave error. Esto mismo le manifesté al doctor Nicolás Jofré, que también se encontraba aquí y en seguida a ambos juntos.

Así se retiraron, pero días después el doctor Adaro insistió con ellos diciéndoles que si no le prestaban su concurso dejaría la renuncia de gobernante y se retiraría de San Luis y ofreció al doctor Jofré la dirección del ministerio, y éste se dirigió en consulta.

Reunida la mesa directiva, estando presentes los doctores Crotto, Saguier, Gallo, Melo, Moutier, Schikendanz y yo, opinaron estos señores uniformemente en el sentido de que el doctor Adaro no era un gobernante de origen espurio que buscara su salvación en la Unión Cívica Radical, sino un ciudadano honorable de antecedentes puros, que había ido al gobierno llevado por todas las agrupaciones actuantes; y teniendo en cuenta las razones de bien público que los correligionarios aducían, así como el temor de que viniera algún gobernante atrabiliario que les hiciera -retornar a las inquietudes y agitaciones que habían soportado tantos años, los inclinaba a resolver por la afirmativa.

Hice presente entonces que- reconociendo las premisas sentadas, llegaba a conclusiones opuestas porque no teníamos facultades, y aunque las tuviéramos, deberíamos inspirarnos en Otro juicio que el fundamental de nuestros principios, por los cuales tantas veces habíamos declinado gobiernos y poderes oficiales de todo orden.

A esas consideraciones se adhirieron todos, y unánimemente se acordó que el señor Horacio A. Varela se trasladara a comunicarlas; pero cuando llegó allí, ya había aceptado el ministerio el doctor Jofré, por haber transcurrido los tres .días que él pidiera para contestar.

Cuando el Presidente de la República derrocó al Gobernador y se propusieron algunos correligionarios concurrir a los comicios, vino otra delegación en consulta. La mesa directiva volvió a pronunciarse negativamente, haciéndoles muchas y detenidas observaciones para que desistieran de esos propósitos, e igual cosa hice yo con el doctor Adaro, diciéndole en resumen que se mantuviera con altura en la situación en que aquel atropello lo había colocado.

Todos ellos reconocieron que no debían  mezclarse en tales actos, pero ante aquel temor de que recayera el gobierno en manos de alguno de esos mandones agresivos que los pusiera en situación de tener que emigrar de la provincia, vacilaban y acaso esto, decían, podía arrastrarlos aunque con toda repugnancia.
El doctor José Saravia, de Salta, no consultó a la dirección para ocupar el ministerio, pero tampoco hizo publicaciones ni vertió juicios contra el Partido ni sus miembros. Asumió una actitud personal, cargando con las responsabilidades consiguientes y quedando de hecho separado.

Algunos meses después me hizo una visita de mera atención amistosa, y con toda discreción no me habló nada de política, concretándome yo a seguir el giro de su conversación.

Se ha tenido en los casos de San Luis y Salta la misma visión orientadora hacia el bien público que fundamenta la austera trayectoria de ese movimiento de opinión de imperecedera gloria a base exclusiva de desprendimientos y con ideales esencialmente redentores, desdeñando cuantas ventajas positivas le hayan salido al camino o hayan podido alcanzar.

Fue en nombre de todas esas bienhechoras aspiraciones que resistimos al acuerdo a que nos quisieron arrastrar los mitristas con su jefe a la cabeza, al día siguiente de las jornadas del Parque, no obstante de que eso nos hubiera dado asiento prevalente en el dominio oficial de toda la República, en vez de tener que sobrellevar una lucha diaria e incesante en el seno mismo del Partido y soportar las procacidades de la prensa, que han seguido siempre a nuestras rectitudes por todos cuantos quieren hacerse una composición de lugar acomodaticia.

Lo mismo nos opusimos a que se diera por terminada la contienda que nos llevó al Parque y arriando su bandera se levantase la personal del General Mitre, proclamándolo candidato a Presidente nada más que por el Comité del Partido, que ni representación nacional tenía entonces; y después de prolongado debate conseguimos convertir esa tentativa en la convocatoria de la Convención General que se realizó en Rosario.

Libres ya de tan desleales correligionarios, no aceptamos tampoco la participación que se nos ofreció en el gobierno del doctor Luis Sáenz Peña, y ni siquiera cuando entró a presidir el ministerio el doctor Aristóbulo del Valle, por más amplios que fueren los ofrecimientos que nos hiciera, desde que nuestra misión no es la ocupación de los gobiernos sino la reparación cardinal del origen y sistema del ejercicio de ellos, como el único medio para restablecer la moralidad política, las instituciones de la República y el bienestar general.

Fue igualmente desechada la proposición que nos hiciera la situación de la provincia de Buenos Aires, en los momentos en que se libraba la contienda armada, confirmando en la contestación que dimos al doctor Bernardo de Yrigoyen, que fue el intermediario, lo que habíamos dicho en el manifiesto revolucionario: que antes de desviarnos en lo más mínimo, preferíamos caer vencidos al amparo de la virtud, el patriotismo y el honor.

Cuando triunfante la revolución e intervenida la provincia, la dirección nacional del Partido resolvió que concurriéramos a los comicios, y los gubernistas y mitristas unidos nos hicieron malograr la mayoría absoluta que teníamos contra ambos, por las irregularidades que cometieron; también dejamos que se nos arrebatara el gobierno, que en legítima acción nos correspondía, antes de hacer ninguna connivencia.

En el período siguiente y en antagonismo entonces esas dos agrupaciones, al ofrecernos el doctor Carlos Pellegrini el gobierno sin restricción ni comisión alguna, lo rehusamos terminantemente, puesto que era incompatible con nosotros; y habiéndolo aceptado después el doctor Bernardo de Yrigoyen, aunque en esa hora era el jefe de la Unión Cívica Radical, excusamos toda solidaridad, no pudiendo condecir con sus deseos de que formáramos parte o al menos le diéramos el prestigio de la opinión y la autoridad del Partido, porque no se decidió siquiera a hacer declaración pública de que gobernaría con sus principios y programa, argumentando que no podía hacerlo, porque era amigo del general Roca y del doctor Pellegrini. La incorporación al gobierno nos habría dado eficiencias reales, pero desdorosas a nuestro credo y contrarias a los anhelos generales y a la causa reparadora.

Por la misma incompatibilidad política, nos privamos también en la revolución que estalló el 4 de febrero, del poderoso concurso de las fuerzas armadas de esa provincia que el gobernador doctor Marcelino Ugarte nos ofreció reiteradamente y sin ninguna limitación ni exigencia.

Y por igual razón declinamos también el de un núcleo del Partido Nacional que representó ante nosotros al doctor Roque Sáenz Peña y en el cual figuraban el doctor Pellegrini, el mismo gobernador Ugarte y otros ciudadanos.

Por las mismas patrióticas inspiraciones resistimos en oportunidad la acción conjunta con los mitristas, para combatir la segunda presidencia del general Roca, que si bien nos hubiera dado influencia y figuración personal, porque ellos nos colocaban al frente del movimiento, habría significado un desconcepto político y un engaño a toda la Nación; porque no era más que un simulacro. de lucha, desde que el general Mitre procedía solo, porque la forma electoral del gobierno era absorbente y excluyente, y declaraba válidos y legítimos todos los comicios, lo que importaba entregar al general Roca el gobierno federal y dividirse entre los mitristas y la Unión Cívica Radical, la Capital y la Provincia de Buenos Aires.

También desestimamos en la administración actual, siempre por iguales motivos, el ofrecimiento insistente que sin ninguna pretensión y aun previendo que eso nos daría el éxito en toda la República, nos hizo el doctor Benito Villanueva para derribar las situaciones de Buenos Aires y Córdoba, cuando aquélla todavía no estaba rendida y ésta avasallada, asegurándonos la legalidad del Presidente en la consumación del acto.

De la misma manera dijimos en su hora, «que la revolución la realizaba únicamente la Unión Cívica Radical, porque así lo marcaba su integridad y lo exigía la homogeneidad de la acción; prometiendo a la República su rápida reorganización en libre opinión de contienda ampliamente garantizada, a fin de que fueran investidos con los cargos públicos los ciudadanos que la soberanía nacional designara, cualesquiera que fuesen, y los únicos que no podían serlo, en ningún caso eran los directores del movimiento, porque así lo imponían la rectitud de sus propósitos y la austeridad de su enseñanza».

Así también lo hicimos en la provincia de Buenos Aires, no asumiendo el gobierno los que habían dirigido la revolución triunfante.

Las mismas reglas de conducta han sido observadas en todas las adversidades, soportando las consecuencias impuestas por los gobiernos con todo el rigor de su salvajismo y la tolerancia cuando no el aplauso de la prensa infiel a los sacrificios comunes, sin pedir nunca nada, ni siquiera prestarnos a la suposición dudosa, ni a la más leve suspicacia para prometer lo que no sintiéramos o pensáramos.

Hemos rechazado pues, colectiva e individualmente, la dirección de gobiernos, la coparticipación en otros y las jefaturas de oposiciones falaces y engañosas y consecutivamente importantes puestos en todas las administraciones de la República.
Con estos altísimos preceptos morales y políticos y con procedimientos siempre leales y francos, hemos consagrado el credo que profesamos en holocausto a la Patria.

Medite en esa síntesis de tan magna obra y dándose cuenta del monumento cívico que ella ha levantado, no dude de que cuando más pretenda desconocerlo, mayormente se destacará.

Tengo entonces que decirle que ha sido usted el desorientado y sigue siéndolo, por lo que su acción le resulta encontrada a cada paso, coma creo dejarlo demostrado, y lo evidenciará más la breve reseña de sus actos.

Así, por ejemplo, niega haber estado usted en el republicanismo y en seguida lo reconoce, confirmándolo con testimonios y explicaciones aclaratorias, de las cuales resulta que aceptó formar parte de esa agrupación, porque, según usted, iba a sostener la intransigencia radical.

No puede haber mayor ironía por la suerte de la República, sus instituciones y su moral política, que la de identificar el republicanismo con la Unión Cívica Radical; lo que me hace el efecto de confundir la banderola de la cantina con la bandera del regimiento.

Volvió usted a la Unión Cívica Radical a invitación nuestra, y poco tiempo después, apenas llegó el gobierno del doctor Quintana, consumándose el atentado de su imposición, el más descarado y audaz hasta entonces y en medio a la labor a que el Partido estaba entregado, venciendo diariamente dificultades y persecuciones, mandó usted su renuncia desde Córdoba, considerando terminada la contienda, no obstante que poco tiempo antes había dicho en unos de sus discursos, que estábamos listos para tentar una y muchas cruzadas más en las conquistas de nuestras libertades, que a eso íbamos y que no hacía mucho que una de las policías de cosacos disolvía a latigazos a un grupo de ciudadanos que se congregaban en una de nuestras calles públicas a protestar contra esa truhanesca substitución de las convenciones de notables a la soberanía popular para la elección de Presidente. Esta es la hora psicológica de las grandes redenciones, decía usted, «y si queréis aceptar esta condición de servidumbre, romped filas e id como los pueblos degenerados y cobardes a disputaros los favores y comodidades de que os colmará en cambio de vuestra sumisión servil a la dictadura».

Fue necesario que en tales circunstancias se le hiciera comprender todo el error que significaba esa actitud, la sorpresa que produciría y el desconcepto personal que habría de traerle, para que, ante tan atinadas reflexiones, usted retirase su renuncia; pero haciendo presente que llegada la hora de la prueba, no deseaba estar en Córdoba, sino en esta Capital, como así sucedió.

Después de la adversidad revolucionaria, la primera vez que nos vimos, cuando regresó usted de Montevideo, es a mí a quien propuso la disolución del Partido. Me pareció tan extraño eso, que le respondí que se apercibiera que no era patrimonio nuestro para resolver como a cosa propia, sino un glorioso movimiento de opinión representativo de la Nación misma en sus esfuerzos reivindicadores y consagrado para siempre hasta por los mayores sacrificios, vicisitudes y amarguras; que lo que correspondía era que nos apartásemos los que no nos sintiéramos con ánimo para continuar y qué por mí parte estaba más dispuesto que nunca. Y a esto repitió usted varias veces que tenía yo razón.

En esa misma conversación me preguntó usted cuál era el juicio que me había formado de las cartas que desde Montevideo dirigió al Presidente, doctor Quintana, y le contesté que si hubiera sido posible que me las hubiera consultado, le habría dado mi opinión negativa, porque creía que como Presidente de la Unión Cívica Radical, que tan altísima significación tenía ante el país, debía no hablar sino oficialmente en su nombre y como intérprete de sus decisiones. Además le manifesté que esas cartas juzgaban en parte al doctor Quintana en forma incompatible con su actitud, por la cual había ido al gobierno violando todos los principios y leyes de la representación nacional, viéndose obligada la Unión Cívica Radical a tener que renovar la protesta armada.

También en esto me encontró usted razón, pero poco tiempo después reincidió en las cartas, que aparecieron en los diarios de esta Capital y refiriéndose entonces al doctor Quintana en términos muy distintos, llegó a tratarle de «cadáver blanco» si mal no recuerdo.

Después del retorno a la Patria, de los jefes y oficiales emigrados, reunido aquí el Comité Nacional, resolvió encomendar a la mesa directiva la reorganización -del Partido en toda la República, y usted, en vez de ponerse al frente de esa labor, como presidente- que era afrontándola en todos sus consiguientes esfuerzos, se alejó a su estancia, donde permaneció en silencio cerca- de dos años, en tanto que todos los correligionarios de la República habían iniciado y seguido la tarea reorganizadora.

Al fin reapareció usted en la Capital de Córdoba y habiendo aceptado la presidencia en el comité de allí, renunció con ese motivo la de la dirección nacional, sin que hasta ese momento hubiese usted prestado en tal cargo concurso alguno- al Partido. Así pasó otro tiempo, renunciando también aquella presidencia, para desistir después, por varias veces, hasta que al fin lo hizo definitivamente.

Durante ese período, y a pesar del empeño de los meritorios correligionarios que colaboraban en la dirección, no llegó usted ni a terminar la reorganización de dicha provincia, pues recién después de su, retiro del Partido, se hicieron importantes instalaciones, se llevaron a cabo manifestaciones de opinión imponentes y se realizó la Convención General.

Quedó también de manifiesto en una forma claramente significativa, que a pesar de su actitud que asumiera, nadie se retiró con usted, y en cambio hubo públicas y notorias incorporaciones, y fue el comité que presidía que pronunció su desacuerdo, en los considerandos del documento con que le aceptó su renuncia.

Anteriormente, se comprometió usted con algunos correligionarios del Rosario para ir allá a dar una conferencia contra la adquisición de los armamentos, pero en seguida se apercibió usted mismo de la ligereza con que había procedido, y deseando desistir se trasladó al Rosario; pero como se encontrara con que los correligionarios persistían y le requerían el cumplimiento de su compromiso, tuvo usted que venir aquí para que yo les convenciera de la inconveniencia de llevar a la práctica su pensamiento.

Así lo conseguí por medio de una conferencia telegráfica, presentándole las causales que usted había olvidado y que vinieron después espontáneamente a su reflexión.

Con ese motivo recordará usted que pasamos mediodía juntos y tuve ocasión de renovar en la conversación los fundamentos por los cuales usted había comprendido que no debía dar esa conferencia y que son los que constituyen la razón de ser y el carácter de la Unión Cívica Radical; y entonces como siempre condijo usted en todo, pues conste otra vez que nunca hizo ninguna objeción, y si pensó de distinta manera, omitió usted demostrarlo, y al contrario, manifestó siempre su asentimiento.

Pocos días después en forma de reportaje, en esta Capital, hacía pública usad la conferencia que habría dado en el Rosario a no haberse suspendido a petición suya.
Más tarde, en uno de sus viajes a esta Capital, y sabiendo usted que había una pequeña disidencia, en vez de conservarse en una actitud ecuánime y propia de la representación que tenía en el Partido y de todo buen correligionario, la estimuló concurriendo a sus reuniones, salió a la calle en plena Avenida de Mayo, con treinta o cuarenta ciudadanos, y se hizo vivar por ellos, menoscabando así la autoridad del Partido y la significación que tenía usted en él.

Tuve como siempre la franqueza de decírselo, y convino usted con lo justo de mis observaciones, diciendo que lo había hecho por civilidad.

Recordará usted que en esa misma conversación, pasando otra vez a generalizar sobre lo que correspondía a la acción del Partido en el momento presente, llegó espontáneamente a la conclusión de que de ninguna manera debía ir a probar en los comicios la legalidad del gobierno, desde que era indudable de que no había que contar con ella.

Quince días después, nada más que ese tiempo, departiendo usted con los doctores Ernesto Celesia y José P. Tamborini, que habían ido a Córdoba en delegación para asistir a un acto cívico, les decía que el Partido debía ir a las elecciones en la Capital Federal; lo que importaba otra inmediata contradicción, la abdicación total de nuestros principios y dar la espalda a toda la República, dejarla abandonada a su mejor suerte y expuestos los correligionarios a todas las contingencias, cuando fieles a la solidaridad nacional, sufren las consecuencias que ello reporta.

Pocos días después hizo usted publicaciones sosteniendo que la asamblea en que se constituyeron las autoridades directivas del Partido en Mendoza, se había celebrado con elementos y en connivencia con aquel gobierno, infiriendo un agravio a los correligionarios de esa provincia, a la delegación altamente representativa que había ido de esta Capital a presidir aquel acto, y en consecuencia, a la mesa directiva nacional y propiamente a todo el Partido que lo consentía.

Mi primer impulso fue enviarle un telegrama preguntándole con que título se consideraba usted más íntegro que todos nosotros; pero conociendo ya su manera de ser impresionable, como fácil de ser sugestionado, y con el juicio superior con que justa y acertadamente juzgo a nuestros correligionarios, y sabiendo cuán capaces eran de tal acción, desistí de mis propósitos.

Pero ellos le dirigieron telegramas pidiéndoles explicaciones, que usted dio por carta, diciéndoles que privadamente debieron esclarecerse esos asuntos, no obstante de que pública había sido la pretendida descalificación.

Creo haber abarcado toda su réplica — hecha en términos tan inusitados, por más que para dilucidarla he tenido que vencer naturales resistencias, y siendo ésta la primera vez espero también que será la última.

Sólo me propuse, haciendo una excepción con usted, demostrarle cuán injustificadas eran sus opiniones sobre la Unión Cívica Radical y emitir las mías respecto de la política en general, y usted no ha sabido apreciar el móvil que me ha guiado, ha estado a la altura de mis juicios.

No he deseado, ni deseo molestarlo, porque no tengo disposición alguna en ese sentido, y así se lo reitero, declarándole que me congratularía de que no quedara en su espíritu la menor prevención para mí, como no queda en el mío absolutamente ninguna para usted.

Y así, de -Usted por eliminado todo lo que a juicio suyo pudiera afectarle.

Lo saluda muy atentamente.


H. YRIGOYEN































Fuente: “Ley 12839. Documentos de Hipólito Yrigoyen. Apostolado Cívico – Obra de Gobierno – Defensa ante la Corte”, Talleres Gráficos de la Dirección General de Institutos Penales, Bs. As 1949.-
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sábado, 14 de junio de 2014

Hipólito Yrigoyen: "Polemica con el Dr. Pedro C. Molina" Primera Carta (septiembre de 1909)

Buenos Aires, septiembre de 1909.
SEÑOR DR. PEDRO C. MOLINA

Distinguido Doctor:

Recién restablecido de mi salud, acabo de enterarme bien de su resolución con todas sus incidencias, abandonando el único sendero para la salvación de la República.

No me ha sorprendido, dada su actuación y teniendo presente que sobre la adversidad del 4 de febrero propuso Ud., la disolución del Partido, pero sí los motivos en que la excusa y la forma en que lo ha hecho.

Se fue Ud., por una futilidad, sin dejar ni un acento de cordialidad ni un eco de cortesía, y en seguida, cayendo en el desatino de todas- las apostasías, incurre en apreciaciones tan extrañas a su modelación caballeresca, que difícil me ha sido convencerme de que sean suyas.

Podía yo haber guardado el deliberado silencio que he tenido siempre para todas las conversiones, porque demasiado sé que la fragilidad y la inconsistencia, son debilidades que, cuando aparecen, no se detienen ya, y se explica que también busquen sus justificaciones, por más que nunca las encontrarán ; pero apartándome de ese juicio, el recuerdo de que es mía la culpa. de haberlo traído a las filas de la opinión, desde el republicanismo, me induce a expresarle mi sentida protesta por todo.

Según sus publicaciones, se dice que la Unión Cívica Radical, sostendrá al candidato del Gobierno; pero no cree Ud., por algunas circunstancias, cuando todo el deber de verdad y de respeto la marcaba, tanto más que Ud., mismo exteriorizaba esa insidia, rechazarla, no por suposiciones, sino por los fundamentos que constituyen la razón de ser y los procedimientos invariables y absolutos de ese movimiento.

Ante la inusitada actitud, que no me imaginé de su parte, y sólo porque viene de Ud., pues bien sabe todo el desdén con que miramos cuanto no se encuadra en nuestras reglas de conducta, permítame que me haga cargo de ella, para replicarle como surge de todo mi ser, pero sin agravio alguno. Sí, Doctor, ponga ante nosotros todos los honores acumulados, y más pronto de lo que lo haya hecho, de un puntapié se lo arrojaremos.

En la extremada degeneración por que pasa el país, muchas aberraciones se verán todavía, entre las que se ha confundido usted; pero lo que no se verá jamás es que en nuestros frentes, llegue a rendirse o abatirse siquiera en lo mínimo, la enseña más sagrada que pueblo alguno en la tierra, se haya dado para redimir la afrenta que lo ha difamado ante el mundo, le ha cerrado sus horizontes y le tiene expuesto a todos sus desastres, enseña a la que hemos consagrado la plenitud de la vida y la integridad de nuestra existencia.

El día que aquello pudiera suceder, que Dios nos fulmine y la Patria nos execre.

Sí, porque los que subyugan Y detentan a las sociedades en su marcha progresiva, llevan el sello del eterno delito; y los que abjuran de su fe redentora, son los Judas malogradores de las más santas y justas inspiraciones.

Era usted el correligionario que más obligado estaba a todos los merecimientos hacia el Partido y sus hombres, porque ha tenido incongruencias de todo orden y disparidades de todo género, que aun me complazco en no consignarlas, y no sólo se le han tolerado, sino que hasta se ha cohonestado aparentemente con ellas, guardándoles siempre los mejores comedimientos, las más grandes distinciones y las más amplias generosidades.

Se aleja cuando por todas partes repercuten las vibraciones del sentimiento nacional, que por medio de sus delegaciones llegara hasta el altar de la Patria, a renovar sus votos de honor y de austeridad ciudadana en aras de su redención.

Deja su puesto cuando la conjuración oficial tramada desde el primer día, acometiendo y arrasando desaforadamente con todo lo que ha creído y cree necesario a su plan, se descubre reproduciéndose con procederes tan indignos y temerarios que me quedo absorto de que los consienta, y no estalle todo el pueblo argentino arrojando para siempre de su seno tamañas felonías contra la majestad soberana de la Nación.

Procede usted así porque un diario escrito por radicales ha dado cabida a una tesis económica distinta de la que sostiene el suyo.

Si fuera posible admitir que ese giro tomara la vital preocupación que desde hace treinta años viene conmoviendo a la República, absorbiendo en su defensa todas las fuerzas morales, intelectuales y reales, en la expresión de sus más puras y vigorosas energías, entonces sí que habría llegado la hora de desesperar de su suerte, porque la Unión Cívica Radical, que es la genuina encarnación, se descalificaría por sí misma. Sería una derogación de principios, de su pensamiento- puramente genérico o institucional y una desviación de la línea recta que tanta autoridad le ha dado en la República.

Pero no es, ni será así: el problema está planteado e impreso en el alma nacional, tal como surgió, y nada ni nadie lo modificará en su concepto ni lo detendrá en su solución radical.

Nunca una Nación soportó más duros golpes, pero tampoco el esfuerzo humano hizo más grandes sacrificios para resistirlos; ni hubo mayores transgresiones a las leyes que rigen las sociedades, pero tampoco mejores comprensiones de deberes para combatirlas; ni causas más graves determinaron la acción general, ni oposición alguna estuvo a más altura para repararlas, que las de ese movimiento.

¿No sabe usted que del principio democrático del sistema republicano y del régimen federal, de ese vasto movimiento científico ideado por el saber humano, bajo cuyos auspicios y enseñanzas tienden a llenar su cometido todas las sociedades libres, no queda ya en la nuestra más que la tradición y su leyenda ?

Adoptado desde la aurora de la independencia por la nacionalidad argentina y cimentado después de cincuenta años de vicisitudes, dolorosas alternativas y de inquietudes, todo ha sido derribado y se posa sobre sus ruinas el más disoluto predominio de que haya que consumir, dilapidar y usurpar... no tiene más miraje que el peculado y la logrería, sea lo que fuere, pase lo que pase y suceda lo que suceda, con tal que haya que consumir, dilapidar y usurpar... (!). Sumido y abyecto hasta la vileza dentro de su imperio, como procaz y agresivo con la opinión pública, y vandálico en todas las formas, gravita sobre la Nación, en vorágine devastadora de la más nefasta fatalidad!

Todo se ha concusado y subvertido, respirando relajación y desconcierto; todo sentimiento de respeto, de bien y de justicia ha sido profanado.

Tan hondos trastornos políticos y morales no sólo producen múltiples males y dejan irreparables lesiones, sino que amenazan mayores peligros, sobre los que detengo la pluma; pero que evidenciaría en tribunal de fuero interno patentizando su magnitud y sus consecuencias.

Los sucesos dirán o el porvenir decidirá, pero al menos no debo ocultar que los signos de la época y las señales del tiempo, me hacen prever siniestras sonoridades de catástrofe.

Los pueblos que así sufren, padecen en toda su estructura, y no hay legalidad para nada ni principios ni reglas, sino los que imponen a su albedrío, la denominación que subordina todo a sus conveniencias.

Cuando tan audaz y persistentemente se avasallan las facultades sobre que reposan las funciones políticas, ese inicuo proceder de gobiernos que cifran su estabilidad en la conculcación de todo lo constituido, en la violación de las leyes, y en la defraudación de los intereses públicos, ese poderío lleva en sí el germen de todas las descomposiciones, quienes quiera que sean los que lo dirijan, y. el incentivo de las espurias ambiciones lo arrastrará a todos los extremos.

La situación irredimible por sí mismo y las esperanzas al respecto, quedarán siempre desvanecidas. Por el contrario, cada tregua que se haga y cada hipótesis en que se confíe, distanciará la hora de la reparación, dejando tras de sí mayores perturbaciones. Los perversores de los pueblos nunca transformaron su acción en regeneradora; millares de veces lo prometieron, y tantas otras fueron conversos al bien general. Es natural que así suceda, porque no puede sinceramente sostenerse la posibilidad de transiciones tan acentuadas, ni el cambio de condiciones tan distintas.

Las acciones humanas se manifiestan según los factores psicológicos que las determinan y no germinan, sino aquéllas que les dieron vida. La escuela que se aprende, o el ejemplo que se recibe, es el mismo que se propaga.

Y los actos y los hechos que se dejan consumar, es de rigurosa exactitud que se produzcan, y el ambiente en que se vive, es el que satura la existencia. El delito no repara ni condena, sino en su provecho e infiriendo mayores lesiones y, por lo tanto, cuantas ilusiones se forjen sobre la probabilidad de mejora por los gobiernos actuales, serán vanas y fomentarán las reincidencias. Basta recordar la enorme conglomeración de atentados, renovados siempre con más impudicia, para comprender cuán insensato es suponer que los causantes así empedernidos sean reaccionarios. Ellos podrán modificar, pero en un ambiente totalmente distinto, porque como sucede en las decadencias inverteradas, están inconscientes y enervadas para toda purificación de hábitos y más para remontarse a las esferas inmanentes del bien público.

Con la tendencia a olvidar el pasado, porque a todos conviene, desde que contados son los que no tienen participación en el punto de partida o en los sucesivos, con el dominio del poder y sus atracciones, en recursos y elementos y medios de todo orden y con la impunidad por delante, nadie puede dudar de lo que seguirá siendo y de la posteridad que nos depara.

Por nuestra parte seremos siempre severos con el crimen venturoso, y jamás acordaremos sanción legal a lo que originariamente no lo tuviere, ni en nuestras manos se romperá la unidad de la historia en todos sus juicios. No porque tengamos prevenciones contra nadie, que nunca hemos podido sentir, pero sí increpaciones para todos y absoluta rebelión con cuanto daña a la República y la detiene en el camino de regeneración y vida nueva.

Sólo los mentecatos o los malvados pueden ignorar o hacerse los desentendidos para comprender hasta dónde hayan penetrado las raíces de la depravación de esta progresiva «crisis del progreso».
La corrupción continuará avanzando y todo irá precipitándose mientras haya pendiente, porque los discípulos aventajarán consecutivamente a sus maestros y los verdaderamente portentosos anuncian sin ambigüedad cuál sea el fin de esa batahola infernal.

Hace treinta años que recíprocamente se imputan las responsabilidades en que igualmente han incurrido y cometen la sarcástica ironía de referirse a ellas en las asonadas que alternativamente se hacen, concluyendo por convertirse en juez el que tiene la fuerza, al cual los que ayer le desdeñaban se le rinden hoy y le repudiarán mañana, para posternarse ante el nuevo omnipotente.

Es un proceso que lleva entre sus entrañas el germen productor de todas las perversiones. Un hacinamiento en que se confunden gobiernos, grupos y hombres, con denominaciones de Acuerdos, Paralelas, Uniones Provinciales, Republicanos; Partidos Unidos, Liberales, Autonomistas, Coalicionistas, Conservadores, Unión Nacional y tantas otras buscando en figuraciones y desfiguraciones encubrir sus delincuencias y hacer prevalecer sus móviles utilitarios, variando por momentos, según las mejores ventajas y oportunidades para la posesión o, participación en el gobierno.

Una algazara de aplausos y reproches, de elogios y censuras, de acometimientos como el de las más incoherentes alianzas; pero que en realidad son fenómenos naturales, porque persiguiendo los mismos propósitos están dispuestos a todas las cambiantes para conseguirlos.

Todo, todo eso causa un estado morboso incurable por sí mismo, tan infeccioso que cada vez se esparcirá más ocasionando a la República los perjuicios consiguientes, y por fin, quedará sepultado en la fosa común de esta época con la lápida del oprobio.

Pero a su frente con el lema de la Unión Cívica Radical, perdurará una pirámide de proyecciones tan luminosas y de perspectivas tan vastas, como su propia idealización levantada por las más caras consagraciones del espíritu y del alma, de la frente y el pecho de la personificación humana y sobre su cúspide la razón, la justicia y el derecho, como antorcha permanente de la civilización argentina.

Tal es la síntesis de esta crisis moral y política, a la que seguirán crisis económicas, porque esa es una de sus fatales consecutivas. Para honor y bien de la Nación, se caracteriza en el más opuesto antagonismo contra las fuerzas destructoras por las creaciones reparadoras. Así debía ser, porque si la resistencia no tuviese ese carácter habría demostrado que los gobiernos eran apropiados y lógicos a la Nación, y ambas entidades, situación y posición, hubieran merecido igual juicio y caído en el mismo nivel de depresión y de desdoro.

Y bien, derrumbadas todas las instituciones, como deshechas las organizaciones accesorias y sobre ellas las más profundas e invasoras prostituciones, ¿cuál es el valor y el significado que ese caos tiene ante los principios y leyes que rigen a la humanidad?

No deje usted deslizar su pensamiento en impresiones movedizas y pasajeras, acuda a las fuentes de los conocimientos, a la historia, a la filosofía, a las ciencias que son el alma máter de las sociedades, y todas ellas le dirán de la manera más concluyente, que en ese estado no puede haber otro sentimiento y otra aspiración que el de la salvación de la República.

Si así lo comprendió el deber argentino a los diez años, a los treinta de progresión infamante, ¡cuán imperioso y sagrado no será!

Ahí tiene usted el programa de la Unión Cívica Radical; y debe ser el de todo ciudadano que tenga sangre en las venas, patriotismo en el pecho y pundonor en la frente.

Apenas necesito decir que lo ha mantenido tan incólume, con tan virtual capacidad y elevación, con integridades tales, como no hay otro caso en la vida.

Lo cumple y lo realizará, fiel, serena y valerosamente, no por los reprobados medios de compartir con el delito, a pretexto de extinguirlo o de penarlo, simulando actuaciones políticas para determinar soluciones regresivas, porque eso sería agregar a la estigma de unos la de todos, y a la ignominia de los gobiernos la de los pueblos.

Pero sí por los decorosos medios concordantes con los fines, por desprendimiento de todos los ideales y beneficios propios en holocausto al bien público y con el tributo de todas las abnegaciones ante el sagrario de la Patria, para restaurarla en toda la soberanía de su ser, al concierto del mundo por la reasunción de su autoridad moral, por el restablecimiento de todo su organismo y por la generalización del trabajo, fuente de todos los bienes y símbolo de todas las dignidades!

Esa es la posición que imponen la ciencia y la experiencia, la razón y la conciencia, y todo cuanto ilumina al espíritu humano. La Unión Cívica Radical la asume impertérritamente, afrontándola en todas las consecuencias; porque en tan honorable actitud no sólo son Sus enemigos los gobiernos, sino también todas las profanaciones colectivas o individuales que quisieran verla abdicar o claudicar para sin control y sin justicia pública, sin reparo alguno, lanzarse a todos los aprovechamientos con el convencionalismo y Ja tolerancia conjunta.

Sí, eso es lo que corresponde a los solemnes deberes de la República, y el único camino para libertarla, arrancándola de las garras de todos los malhechores y tránsfugas; lo demás, toda lo demás es mentira, es deshonra y es especulación, entregándola indefensa a todas las traficaciones y sin resguardo a las suspicacias y tentativas de toda especie que crecientemente la circundan, amparadas y estimuladas por su desmedro y desgobierno.

En tal situación, tampoco se conciben ni se justifican las tendencias partidarias ni las propensiones singulares; porque deben callar esos intereses, volviendo todos sobre los de la Nación, antes de que sea demasiado tarde para evitar el peso de alguna mayor calamidad y lamentarla recién cuando no hay remedio; ni pueden desenvolverse sino sometiéndose para participar de la concupiscencia o gastándose estérilmente en las acciones aisladas y substrayéndose a las que obran en sentido general.

Son tan ciertas esas proposiciones que los ciudadanos que no profesan el credo de la Unión Cívica Radical, contribuyen, directa o indirectamente, en una forma o en otra, a afianzar el régimen imperante y se hacen causantes como los mismos autores.

Habiéndose congregado ese movimiento para fines generales y comunes y siendo cada vez más definido en sus objetivos, no sólo son compatibles en su seno todas las creencias en que se diversifican y sintetizan las acciones sociales, sino que le dan y le imprimen su verdadera significación. La denominación de «Unión Cívica» expresa su origen y el agregado «Radical», es el vivo anatema a las atroces felonías de que ha sido víctima dentro de su propia entidad haciéndole malograr acciones ya decididas en su favor y obligándola a prolongar su azarosa vida, multiplicándole sus crucificaciones e infiriendo a la Patria muchos más sensibles y grandes males que aquéllos que motivaron su convocatoria.

Su causa es la de la Nación misma y su representación la del poder público. Así será juzgado y así pasará a la historia como fundamento cardinal y resumen entero de la heroica resistencia que el pueblo argentino hiciera a la más odiosa de las inspiraciones; porque no tiene ni una sola atenuante y sí todas las agravantes.

Es sublime la majestad de su misión, a ella entrega sus fervores infinitos! Por eso perdura su obra y son poderosos sus esfuerzos, se robustece y vivifica constantemente en las puras corrientes de la opinión; es la escuela y el punto de mira de las sucesivas generaciones y hasta el ensueño de los niños y el santuario cívico de los hogares!

Precisamente, uno de los inmensos bienes que ha hecho, y que bastaría para su eterna culminación, es haber consolidado la unión nacional y su identificación orgánica, de tal modo que ya nadie podrá explotar la criminal perfidia que tanta sangre argentina ha hecho verter; porque la solidaridad está definitivamente consumada, no por las bacanales victoriosas contra ella misma, sí por los infortunios y las desventuras, por los esfuerzos y los sacrificios en unísono pensar y sentir, en una sola alma: la de la Patria y en un solo espíritu: el de Dios!

Las convicciones partidarias, cualesquiera que hubieran sido, no habrían llegado a tan esforzadas pruebas y hubiesen sucumbido a los fuertes y repetidos contraste que parecen aleccionar a los pueblos, imponiéndoles penosas tribulaciones antes de reconquistar lo que por culpable negligencia perdieron.

Hemos sufrido dolorosos desgarramientos, que han lacerado nuestros pechos y nos han dejado imborrables impresiones; pero sin un instante de vacilación e incertidumbre, erguidos siempre por el deber, estamos en su senda cada vez más fuertes, y templados hasta por la misma adversidad que se cierne sobre nosotros y que al fin será la precursora de todas las prosperidades.

Es un espectáculo interesante entre propios y extraños y digno de la mayor admiración, el de esa fuerza que, desprovista de toda función de gobierno y alentada tan sólo por el espíritu público, persiste desde hace veinte años con absoluta abnegación. Sostiene la más cruenta posición que se conozca y apartando de sí todas las compensaciones, y aceptando todos los sinsabores, hace de esto su sólido punto de apoyo.

Inaccesible a todas las seducciones, prefiere antes las inexorables persecuciones, agresiones, abusos y desamparos.

Jamás un movimiento de opinión ha ocupado la escena con más suma de calidades ni mayores desprendimientos ni más intensos sacrificios. Será unas figuras históricas de imperecederas irradiaciones tantas más fulgurantes cuanto que su obra es eminentemente nacional, proseguida con el más acendrado desinterés, y a impulsos de los más generosos afanes y de los más nobles sentimientos.         

Hemos luchado imperturbables y perseverantes con el emblema del honor, de la justicia y de las instituciones, y guiados por su credo y abrazados a la bandera de la Patria, hemos consagrado nuestra vida, reposo, bienestar y patrimonio mil veces y siempre, a todos los halagos, a trueque de las más crueles proscripciones e inmolaciones!

Esa lucha no sólo es con los adueñados de los poderes que tienen subyugados y sometidos a su servicio todos los resortes oficiales, sino también a despecho de sus aliados, las malevolencias, diatribas, infidencias, perfidias, defecciones, deslealtades y traiciones, que son exponentes de la degradación reinante; más los indiferentes, apáticos, parasitarios y decrépitos, y aun esa masa de gente rendida siempre a los éxitos y egoístas a las contiendas que no sean mercenarias, con aplausos a todos los triunfadores y fustigaciones a todos los infortunados, álbumes para los que suben y censura para los que bajan. Contra toda esa parte, en fin, de la humanidad que nace muerta a la vida moral y del espíritu, a la que tiene que sobrellevar a cuestas la que llenando su cometido, conforme con los designios de la Providencia, forma y reforma las sociedades, reconstituyendo el mundo y perfeccionando el universo sobre la base inmutable de la libertad y de la justicia.

Hemos ido sucesivas veces a la acción armada y muchas otras a los comicios, 1 difundiendo en la próspera, como en la adversa suerte, enseñanzas benéficas en todo sentido, y después de veinte años de continuo batallar no tenemos la más leve sombra en la trayectoria tan luminosa que viene siempre a nuestra mente a manera ele brisa fortificante en tan ruda y profunda labor.

En todos los momentos desde los primordiales hasta los más trascendentales, así como en las prisiones, confinamientos, expatriaciones, tropelías y crueldades que se nos han hecho sufrir, hemos dejado también la estela indeleble de la elevada conducta y correcta cultura.

Nunca hemos deseado mal a nadie, porque no está en nuestra índole, ni tenemos un solo latido que nos mueva a ello; nuestros actos llevan solamente los ardores del firme cumplimiento de deberes y del recto ejercicio de derechos, fuera de cuya órbita no se puede legalmente pretender que vivamos, y si la fuerza ciega, torpe y criminosa nos oprime, no por eso nos hará desistir.

No dañamos intereses ni pretensiones legítimas ni buscamos posiciones, a todas las que hemos declinado siempre, porque lejos, muy lejos de ser legionarios de nadie, ni de bandería alguna, somos legionarios de la sacrosanta causa porque nos debatimos en bien de todos, desde que es por y para la Patria.

Relevantes inspiraciones y justísimos anhelos de reparación, es lo que anima e induce a ese movimiento; y potente en sus fuerzas y en el principio que las ha producido, permanece invulnerable en ellas siendo la imagen fiel de todo cuanto de altivo ha palpado la Nación en estos últimos treinta años.

La clarísima visión con que ha seguido y previsto los acontecimientos, teniendo en ellos las notas más altas, serenas y dignas, así como su probidad y alejamiento de todas las menguas y supercherías, la presentan como la expresión más ideal de la ansiada regeneración. Se levanta y se mantiene arriba de todas las brumas y estrechas miras, en la más pura atmósfera del patriotismo, simbolizando la grandeza moral de la Nación, sus verdaderas energías y el juicio que presidirá sus destinos.

Que los espíritus que estudian las acciones humanas a través de los arcanos de la existencia para grabar sus caracteres esenciales, digan cuánto hay de genio, de virtud y de fortaleza, en-esa obra guiada por las más augustas concepciones, coronadas por las mayores austeridades y santificada por todas las consagraciones.

Ha dado un ejemplo tan notable en las lides por las libertades y derechos humanos, que difícilmente será superado, y no hay en sus anales otro cometido encuadrado en principios y reglas tan uniformes, y con gentilezas, hidalguías y nobilidades llevadas a tal grado.

Sobre esa cumbre de gloriosas rutas, hacia todas las ascensiones es que usted ha blasfemado; y de los artífices, sus compatricios y correligionarios, es que usted ha renegado. Maldiga entonces a la Patria misma; porque no es posible concebir mayor identidad.

Si las demostraciones infalibles de los espíritus selectos y las almas selectas, son la inteligencia, el carácter, la lealtad, la integridad y la abnegación, busque usted en todo el orbe y no encontrará mayor perfección ni obra más acabada.

Ha sido y será fecunda su acción atacando el mal en todas sus proporciones.

¡Cuánto bien ha hecho a la República y qué hubiera sido de ella sin esa colosal resistencia que ha sobrepuesto a todo!

El día en que por cualquier circunstancia desapareciese antes de alcanzar la solución, la fatalidad habría llegado a su último término, y la República, degenerada, rodaría al descrédito y a la ruina, en el torbellino del desquicio y la rapacería, perdiendo su tradicional filiación para tomar la que le deparasen los accidentes y los eventos de la vida.

Pero no creo que haya poder humano, que consiga esa declinación, porque su credo no viene de la sugestión de nadie, ni de influencia alguna, sino del profundo convencimiento de la Nación, que en contraste en todo con la ineptitud de los gobiernos, ha revelado en la contienda preparaciones y capacidades para resolver los más vitales problemas, y parece haber jurado ante Dios y ante sí misma, su reivindicación radical y su redención suprema!

Así lo ha probado en toda su marcha y desenvolvimiento, y así lo ha comprobado, guardando la más glacial indiferencia a los ciudadanos, aun los más representativos y de mayor figuración pública que defeccionaron o se apartaron de sus principios y de sus programas. Sin embargo, si aquella suposición llegara a ser una realidad, óigalo bien y téngalo por Seguro, que no volverá usted a ver otra Unión Cívica, Radical.

Ella constituye una de esas exteriorizaciones públicas de aspiraciones morales que distingue a los movimientos bienhechores de la humanidad, y que, como mandatos providenciales, sé condensa sólo de tiempo en tiempo y en torrentes de luz y armonía, difunden grandes bienes, sean creadores, reconstituyentes o restauradores.

Nunca emergen de la acción militante ni de la trillada vida, y menos de las contaminaciones, sino de los acentuados recogimientos, en los que se forma el justo y levantado criterio libre de todo prejuicio, y se acumulan las fuerzas morales y reales, que venciendo todos los obstáculos, concluyen por implantar transiciones superiores bajo el calor de los rayos de un sol más puro y confortante, despertando a las sociedades mayores energías y entusiasmos abriéndoles nuevas vías en la continuación de sus progresos.

La Nación tiene que salir de la situación que atraviesa sin más dilación ni omisión, ni otra consideración que la que le incumbe en el concierto general, y si así no lo hiciera, no se justificaría en el presente ni en el porvenir.

Los problemas de la vida no adquieren legitimidad por el punto donde se dilucidan, sino por la justicia que les asiste, y equivalen aquí como en el centro más importante del mundo, y la experiencia enseña que las naciones son juzgadas ante todo con arreglo a la conducta que observan y al respeto que a sí mismas se guardan.

Demasiado conocemos las armonías: universales, y bien sabemos que cuando unos pueblos se detienen o retroceden, los demás reciben los reflejos de su sombra, así como cuando avanzan imperturbables, también les llega los resplandores de su luz.

De hombres y sociedades sobrias y virtuosas se hacen pueblos libres y focos de civilización; pero de hombres y sociedades a quienes dominan el libertinaje y el desenfreno de goces materiales, no se harán sino conglomerados expuestos a. todas las contingencias y descomposiciones.
Los estados que se corrompen, dicen los pensadores del mundo, se purifican únicamente recurriendo a los principios que los hicieron originariamente grandes.

Así es como se han salvado en todos los tiempos, volviendo a la aplicación de esos principios o entrando al régimen de las instituciones; y los que no lo han hecho, han concluido por perder su personalidad, quedar atrofiados o vivir devorados por la anarquía y el desorden, teniendo que soportar las más amargas lecciones externas.

Así también los estadistas que dieron tranquilidad y sosiego a los pueblos, por el ejercicio de sus libertades, están perennemente bendecidos en la memoria de las sucesiones de la vida, mientras aquellos que lo contrarrestaron, viven también, pero en la eterna maldición!

La reivindicación se hace cada vez más sentida, porque la demolición y la destrucción avanzan, agotando en su provecho y salvaguardia las fuentes y las riquezas de la Nación.

La situación es la misma en su origen y punto de vista, .pero sorprendentemente reagravada de renovación en renovación y de día en día, porque no hay nada tan funesto y pernicioso como la impunidad en el abuso y la irresponsabilidad en definitiva!

No obstante y a pesar de tener a su servicio todos los gobiernos y sus extensas ramificaciones, más las facciones aventureras que merodean en torno de ellos, la prensa asalariada, mercantil y desleal a la fe y la gratitud pública, y las oposiciones que siendo sólo por exclusión, apenas se las llama, concluyen siempre por tomar asiento en los banquetes de los triunfos contra la Patria; con todo eso, no tienen nada sino lo que detentan y depredan y sintiendo la trepidación constante de su caída, contenida hasta ahora por la traición y la fatalidad, que son las pruebas más grandes porque tienen que pasar los movimientos regeneradores de la humanidad, viven poniendo en juego todos los medios que creen apropiados para conservarse, por infamantes y criminales que sean.

Pero la ley de la historia se cumplirá por las inspiraciones supremas y por las concepciones levantadas y austeras de las que la interpretan sin la menor desorientación en la ruta verdadera de su destino.

Podrán retardar esa caída, imponiendo cada vez más sacrificios, pero al fin se precipitarán obedeciendo a la lógica ineludible, desde que su base es absolutamente falsa y atentatoria: así se estremecieron y desplomaron en el transcurso de la vida todas las congéneres.

Habrían cesado ante las causas o no hubieran existido nunca si el Ejército de mar y de tierra, leal a su misión y a su investidura, no siendo obediente a cualquier reo y profano mandón, inconsciente a las responsabilidades por la impunidad que amparan aquellas- gloriosas insignias, fuera custodia de la soberanía nacional, respetando la constitución y las leyes que fundamentan su tradición, su progreso y su civilización.

El día que eso suceda, se acabarán los atentados y delitos políticos, y la República remontará su vuelo hacia sus incomensurables horizontes.

Más que siempre, debemos abrazar la bandera redentora, cualesquiera que sean los jalones que aun nos resten colocar.

No lo hacemos contra nadie personalmente, sino contra todos y para todos, animados tan sólo del culto fervoroso por el bien imperecedero de la Patria, cada vez más comprometida en los inevitables problemas que la variedad de relaciones en que se desenvuelve la vida va creando, y de cuya solución depende la prosecución de sus destinos, efectuada en el presente con todos los daños y los riesgos según la moralidad y la capacidad de los que la tienen aprisionada.

Sabemos bien la condensación de esfuerzos que la obra demanda, y lo venimos experimentando; pero por magna que sea su realización, debemos sobrellevarla con desdén, por todas las mortificaciones; porque tenemos el deber de ser hombres de bien y ciudadanos probos, y si todo se doblega a las eficiencias del poder, más imperioso es aún el de permanecer inquebrantables desdeñando los halagos y sobreponiéndonos a todos los embates, para cuidar el honor nacional y formar y acentuar su carácter.

Permanezcamos serenos y magnánimos en medio de los desastres, probando siempre tanta entereza y convicción en la adversidad, como generosidad y templanza en la victoria, y así habremos asistido y contribuido decisivamente a la gloria y engrandecimiento de la República, fijando la más luminosa memoria para la posteridad.

Los acontecimientos humanos enseñan en su constante sucesión, que lo que triunfa después de todo es la virtud, la integridad y el patriotismo.

Cuando podamos asistir a un orden de cosas enteramente nuevo, respecto del que acabamos de pasar, se podrá entonces apreciar bien, la importancia de esa transición, y los mismos que la resisten la aplaudirán ante la realidad de los inmensos y saludables beneficios para todos.

Es indispensable luchar en todas partes, pero no parcialmente, sino con completa unidad de acción y en la forma conducente para llegar hasta el origen y el fondo de donde el mal procede. Las mejores intenciones, siendo inadecuadas e insuficientes, no harán más que preparar mayores inconvenientes, y así lo comprueban los años corridos.

Hay que reconocer las causas con plena lealtad ciudadana y con toda decisión y eficacia buscar la reparación de tan deplorable, alarmante y vergonzoso estado, porque las tentativas para orillar las dificultades, servirán nada más que para alimentar los odios del elemento opuesto.

No es el caso de mejorar los efectos de las causas, sino de extirpar las causas para que no se produzcan los efectos.

La manera de alcanzar los bienes como de conjurar los males, es siempre igual, y debe ser conforme a la naturaleza de ellos.

Nunca ningún esfuerzo bien dirigido y encaminado, ha dejado de ser fructífero, y siempre ha dado al hombre y a las sociedades mayor conciencia de sí mismos.

No debemos esperar que nos impelan apremiantes necesidades, ni tener que ir detrás de los sucesos, sino delante de ellos, para llevarlos por los cauces correspondientes, como han hecho todas las sociedades sabias y previsoras.

El absolutismo se opondrá siempre a las medidas que tienden a anularles los factores con que opera y usufructúa, y será contraproducente toda aspiración a infundir un sentido vital y orgánico, sin el advenimiento de la vida moral e institucional.

Lo esencial es reconquistar ese carácter constitucional, fundamento de legitimidad de todos los poderes y que ha sido a tal punto desnaturalizado, que los gobernantes proceden nada más que por su exclusiva cuenta y propio interés.

Es indispensable entonces recuperar el mecanismo electoral, legalmente ejercido, bajo los principios democráticos, con lo cual la paz y él orden público serán perdurables, extinguiéndose desde luego los vicios actuales.

La República dejará de ser el gobierno de un hombre, de círculos o de fracciones, que no son sino despojos y absorciones contra la igualdad política, y hacen ilusorias todas las libertades y derechos; será el gobierno de la voluntad popular por medio de partidos o de corporaciones con el confortante y vivificante prestigio de llevar simultáneamente a su seno a todas las representaciones de la opinión.

A conseguir ese resultado, a preparar esa escena y abrir ese certamen, deben concurrir en unidad de acción todos los ciudadanos que no miren a la Patria con indiferencia; y esa será la primacía de la ansiada redención que fecundizará todos los bienes.

Terminaré ya, porque me he extendido mucho más de lo que me había propuesto, aunque seguiría departiendo, si estuviera usted a mi lado, por más que estos temas se los he inculcado en nuestras conversaciones, no habiendo tenido usted, sino palabras de asentimiento y conformidad.

Ha incurrido usted en una inexplicable ligereza al juzgar a la Unión Cívica Radical; y ha demostrado no haber tenido comunidad alguna con sus esfuerzos y sacrificios que tanto vinculan, y ni siquiera respeto por sus calvarios!

No concibo cómo habiendo formado su personalidad al calor de ese movimiento, al apartarse por cualquier motivo propio, se pretenda en vano vituperarle cuando más laudable sería reconocerle noblemente sus enseñanzas y sus orientaciones.

Ha sido usted muy injusto, muy inconsiderado y muy ingrato.

Comprendo que ya no nos veremos juntos laborando el bien común, y si así tenía que ser, mejor era que no hubiera sido nunca.

Me resta dejar constancia de que todo cuanto digo, son ascensiones políticas, sin la menor intención ofensiva, porque no tengo en mi ánimo sino el deseo de conservarle mi estimación personal.
No hago más que evidenciar que hay un juicio público supremo, y ojala que así hubiera una razón de estado superior. El día en que esos dos atributos se identifiquen por el ejercicio de la soberanía, el mundo se asombrará de la grandeza argentina!

Esa es la obra de la Unión Cívica Radical, y esa será su solución, con todos los esplendores de su genio!

Lo saluda muy atentamente.

HIPOLITO YRIGOYEN






























Fuente: “Ley 12839. Documentos de Hipólito Yrigoyen. Apostolado Cívico – Obra de Gobierno – Defensa ante la Corte”, Talleres Gráficos de la Dirección General de Institutos Penales, Bs. As 1949.-
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