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miércoles, 19 de septiembre de 2012

Caras y Caretas: Entrevista al Vicepresidente Dr. Pelagio Luna" (18 de noviembre de 1916)

Mediante una cartita de recomendación, y gracias a los buenos oficios del señor Guzmán Rodríguez, hombre de confianza y secretario del doctor Pelagio Belindo Luna, he logrado ver al nuevo Vicepresidente de la República y actual Presidente del Honorable Senado.

Confieso que sentía cierto temor antes de entrevistar al doctor Luna, de cuyas hazañas políticas habían llegado a mí graves noticias. Además, la crónica diaria de los periódicos de oposición, le atribuye medidas tan «radicales» dentro del Senado, que francamente, imaginaba encontrarme frente a un hombre terrible.
Pero me volvió la calma al cuerpo y pasó mí zozobra, al encontrarme frente al apacible ciudadano que completa la fórmula radical, y convencerme, oyéndole hablar con calma provinciana, de que «es más el ruido que las nueces».

El doctor Luna es un hombre tranquilo, de aspecto sereno, sin duda, como vulgarmente se dice, es de los que «las matan callando», pero sin que su rostro se altere ni se descomponga su silueta.

De regular estatura, enjuto en carnes y edad petrificada en los cincuenta abriles, es amable en el trato y a ratos chacotón, como buen criollo.

El doctor Luna vino al mundo el día de los Reyes Magos, el 6 de enero de 1867; cumple, pues, medio siglo de existencia el año próximo.

Enterado el doctor Luna de que deseo hacerle un «vulgar» reportaje, me ofrece asiento a su lado y se dispone pacientemente a contestar mis preguntas.

— Nada he de preguntarle, doctor, — me apresuro a decirle, — sobre sus pensamientos de gobierno. Quiero sólo que me cuente usted algunos detalles de su vida de estudiante, de sus campañas políticas... de su pasado, en fin.

— Hice mis primeros estudios en el Colegio Nacional de La Rioja, habiendo comenzado los primarios en la entonces llamada «Escuela de la Patria».

— Fueron mis padres don Domingo H. Luna y doña Filomena Herrera de Luna, emparentados con la familia del doctor Abel Bazán, que fué miembro de la Suprema Corte de Justicia Nacional.

— Recibí mi grado de doctor en la Faculta d de Derecho de est a capital, el año 1889, es decir, a los veintidós aÑos de edad, y recuerdo entre los compañeros del curso a los doctores Lisandro de la Torre, Federico Helguera, Fernando Saguier, Felipe Arana, Jacinto Cárdenas, Horacio Calderón, Enrique Figueroa, Emilio Gouchón, Eduardo Coronado, Pedro Acevedo, Severo Del Castillo, y otros, cuyos nombres escapan a mi memoria.

— Ya ve usted, no pensan pensando jamás en ocupar el puesto a que hoy me ha traído la voluntad popular, escribi mi tesis sobre «El mandato y las obligaciones del mandatario».

— Puedo contarle a usted un hecho interesante. Estudiaba yo el segundo año de derecho y ocupaba en el aula de «Derecho Romano» una silla de la última fila, junto a la puerta que daba al patio; era profesor de la materia el doctor Pedro Goyena, que tenía la costumbre, al terminar su clase, de hacer una pequeña plática con los alumnos. Yo he sido siempre algo huraño y apenas terminaba la clase, abandonaba rápidamente el aula sin formar parte de la rueda de muchachos que rodeaban al doctor Goyena le tenía intrigado. Un día, no bien terminó su interesante conferencia, en vez de acercarse a sus alumnos, como de costumbre, salió rápidamente a mi alcance, y me detuvo poniéndome la mano sobre el hombro, en las gradas de la Facultad.

«¿Cómo te llamas?, me dijo».
 
«Pelagio Luna», le respondí secamente.

«¿Y de dónde eres tú?», volvió a preguntarme.

«De La Rioja, doctor».

«¿Y sabrías decirme quién era Pelagio en la historia?»

«Sí», le respondí. «Un gran hereje que discutió con San Agustín y dio lugar a las sectas conocidas en la historia con el nombre de Pelagianas ».

«¡Bravo, muy bien¡ » ... me dijo el doctor Goyena, y agregó interesado:

«¿Quién te ha enseñado historia? »

«La he aprendido en el colegio de mi tierra, doctor ».

Don Pedro tragó la pildora, creyéndome en realidad, muy versado en historia. Pero no era así...

El secreto de mi erudición estaba en que la víspera de ese día había yo ido a la Librería de Igón Hermanos a comprar un libro, y mientras el dependiente fué a traerlo de una estantería que había en el fondo del establecimiento, yo me puse a hojear un texto de historia eclesiástica que encontré sobre el mostrador, hallando con gran sorpresa en una de sus páginas, la célebre discusión entre Pelagio y San Agustín. Naturalmente me la leí íntegra y quedó grabada en mi memoria...

Crea usted que aun conservo el remordimiento de no haber confesado al doctor Goyena esta mistificación, dejándolo morir en la creencia de que yo era un erudito en historia.

— Inicióse mi vida política a los veintidós años. Concurrí a la Revolución del Parque y a la Convención del Rosario; formé parte del Comité Nacional, como representante de La Rioja, y cuando se dividió la Unión Cívica, continuó formando parte del radicalismo, incorporándome al Comité Parroquial de Monserrat, que en ese tiempo presidía el doctor Enrique S. Pérez.

— Pertenezco al partido radical desde el año 1889, sin haber actuado jamás en otro partido o fracción política.

Dediqué siempre mis actividades a mi profesión y a mi partido, ejerciendo la primera en Buenos Aires "a raíz de mi doctorado durante algunos años, hasta que me trasladé a La Rioja, donde abrí estudio y me puse al frente del radicalismo de aquella provincia, siendo presidente de la Junta de Gobierno. Fui candidato de la Unión Cívica Radical, en 1912, a diputado nacional, y en 1913 a gobernador de La Rioja, cargos que hubiera desempeñado si el régimen no  hubiese encargado de usurparme los derechos por medio del fraude.

Dos veces fui electo también diputado provincial, pero la Legislatura Riojana me negó su entrada al cuerpo por ser radical; así resulta que si el régimen, piloteado en 1913 por el Dr. Indalecio Gómez, no hubiera arrebatado el triunfo de mi candidatura a gobernador en forma tan torpe, hoy tal vez no sería Vicepresidente de la Nación, porque la elección me hubiese sorprendido desempeñando el cargo de gobernador.

— En efecto, he sido víctima de muchas persecuciones políticas por parte de los oficialismos, y hasta fui encarcelado en La Rioja, en 1913, a raíz de la supuesta revolución que debió estallar antes de hacerse cargo de la gobernación, el ex gobernador Vera Barros. Cuando la célebre intervención Díaz, tuve que huir de La Rioja y refugiarme en esta capital, para escapar a las persecuciones de aquel gobierno.

— Conocí a don Hipólito Irigoyen en el Comité Nacional, en el año 1892, época en que presidía el Comité de la Provincia de Buenos Aires.

— Sólo he desempeñado puestos públicos en La Rioja, durante un año y medio, en cuyo lapso fui sucesivamente Juez de 1° Instancia, Procurador Fiscal y Ministro del Superior Tribunal de Justicia. He desempeñado una cátedra de literatura en el Colegio Nacional, desde 1900 a 1912, que renuncié cuando acepté la candidatura a Diputado Nacional, y muchos cargos ad honórem, Vocal del Consejo de Educación de la Rioja, Presidente de la Comisión de la Defensa Agricola, Presidente de la Biblioteca Popular. Finalmente, fui Comisionado de la Provincia de La Rioja en la cuestión de límites con San Luis y San Juan.

— Me dediqué al ejercicio de mi profesión hasta el día en que fui electo Vicepresidente de la Nación. Mi estudio ha sido el más popular de La Rioja, pues ha sido siempre refugio de cuantos correligionarios y amigos víctimas de los atropellos policiales o persecuciones de los gobiernos. Traté siempre de hacer bien a mis comprovincianos, y por eso todos tienen palabras de cariño y respeto para este viejo amigo de los riojanos.
Interrumpe nuestra conversación su amigo señor Guzmán Rodríguez, nombrado recientemente Prosecretario de la Cámara do Senadores, y como de sus palabras deduzco que la hora es avanzada y un «tufillo»  llega a mis narices, resuelvo marcharme. Al salir, observo que, sobre una mesa, hay un cuadernillo de papel en el que cuidadosamente están pegados los artículos y caricaturas que hasta hoy se han publicado sobre el doctor Luna.

Sí, señor; todos los conservo, hasta algunos graciosísimos, en que a este amigo fiel lo han convertido en mi sobrino.

Juan de Armas.













Fuente: Entrevista al Vicepresidente de la Nación Dr. Pelagio Luna por Juan de Armas para la Revista Caras y Caretas, 18 de noviembre de 1916.
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lunes, 5 de diciembre de 2011

Félix Luna: "Algunas averiguaciones sobre Pelagio Luna" (2009)

Por lo que he podido averiguar, Pelagio tenía como trece o catorce hermanos. El era como el jefe de la familia.

Era de una vieja familia de La Rioja, que había participado en todos los acontecimientos de la provincia. Eran de armas llevar y muy políticos todos. Se puede decir que vivían para la política.

El era un abogado muy bueno, que no ganó tanta plata como hubiera podido, precisamente por su obsesión por la política.

Hacía política desde tres lugares: primero desde su estudio, donde ayudaba a los amigos del interior con pequeños juicios solucionándoles problemas, legales; segundo, desde su cátedra del Colegio Nacional, donde enseñaba literatura y donde reclutaba jóvenes que después serían profesionales en La Rioja; y tercero desde su diario El Independiente, que fundó en 1904, y en donde daba cabida a la gente joven que quería entrar en la política. Todo esto, a más de su condición de corresponsal del diario La Prensa, le daba relevancia dentro de su medio.

Pelagio Luna también se desempeñó en el Poder Judicial de Rioja en donde ocupó distintos cargos: procurador fiscal, juez primera instancia en lo civil, comercial y criminal y ministro del Superior Tribunal de Justicia.

Fue miembro de la Convención Constituyente que modificó la Constitución de La Rioja y también profesor de literatura el Colegio Nacional de esa provincia.

¿Cómo y cuando Pelagio conoce a Yrigoyen?

Debe haberlo conocido en la Revolución del Parque (1890) porque, en ese momento, Pelagio estaba en Buenos Aires terminando su carrera de abogado. Seguramente lo conoció ahí y, desde entonces, se convirtió en una pieza fundamental de Yrigoyen en el interior del país. En ese entonces no había tantas diferencias en las provincias. Por lo tanto, la provincia de La Rioja no era tan distinta de, por ejemplo, la provincia de Santa Fe, de modo que la representatividad era más o menos parecida.

Fue radical desde la fundación del partido. Su prestigio fue creciendo hasta que en 1912 se lo nombra presidente de la Convención Nacional, un cargo muy importante dentro del partido.

¿Pelagio, hizo toda su carrera política en La Rioja o en Buenos Aires?

La hizo en La Rioja. Es más, participó en una revolución en 1913, la Revolución de la Florida, que se hace contra el gobierno conservador de La Rioja que, según la denuncia de Pelagio y sus amigos, había hecho fraude en una elección a gobernador en la que él era candidato. Esa fue la primera elección que se hizo bajo la ley Sáenz Peña, a pesar de lo cual hubo igualmente fraude. Fue una revolución en la que hubo tres o cuatro muertos.

 ¿Cómo era la vida familiar de Pelagio?

Pelagio se casó pero su mujer, lamentablemente, murió al poco tiempo, luego de tener a su hija.

¿Fueron hijos reconocidos?

No, en esa época no era común que se reconociera a los hijos extramatrimoniales.

¿Cómo era la personalidad de Pelagio?

Era un hombre de carácter fuerte. No sé si era muy culto pero había leído muy bien El Quijote y solía publicar notas en El Independiente.

¿Cómo era en la vida diaria?

Sencillo, educado y muy de su familia. Había chistes en los diarios que decían que cuando Pelagio se asomaba al balcón de su despacho, en el Congreso, los gorriones se acercaban y no decían "pío, pío" sino "tío, tío" porque era una familia muy grande: en total catorce hermanos, algunos casados. Algunos de ellos se trasladaron a Buenos Aires cuando Pelagio asumió la vicepresidencia. Los usos políticos de la época sostenían que debía acomodar a su familia. Él los acomodó en parte. No olvide que estuvo poco tiempo en el poder, de 1916 a 1919.

¿Fue un hombre de fortuna?

Ganó plata en su profesión. Fue abogado de los tenedores de bonos del cablecarril de la explotación minera de Famatina. Fue socio de los bonistas.

Vivía en La Rioja. Cuando fue electo vicepresidente se trasladó a la Capital Federal Alquiló un petit hotel en Cerrito y Juncal Ahí vivió hasta que falleció, a los 49 años.

¿Cómo fue la relación con Yrigoyen?

Complicada. Yrigoyen quería entregarles el manejo de la situación a los antiguos conservadores. Pelagio y, sobre todo sus amigos, se oponían. Por este motivo tuvo algunos roces con el Presidente. No llegaron al rompimiento, pero estuvieron cerca.

Raro, porque la posición de Pelagio fue de gran solidaridad con Yrigoyen. Eso sí, sus disputas nunca fueron públicas.

Efectivamente, la actitud de Yrigoyen de dar cabida a muchos conservadores conversos, que llegaban al radicalismo con la idea de mantener sus privilegios y abundar en sus vicios, perturbó la relación del presidente con muchos de los que habían estado con él desde la primera hora. Pelagio Luna pasaba largas jornadas en su despacho del Senado escuchando los lamentos de quienes veían como "El Peludo" se aislaba más y más de sus reales bases.

Un día recibe el vicepresidente la visita de varios senadores conservadores encabezados por el doctor Benito Villanueva representante de Mendoza y exponente típico de la oligarquía desplazada. La delegación le propone una extraña combinación: iniciar juicio político a Yrigoyen, destituirlo y hacer un gobierno con el doctor Luna como presidente, con el apoyo de los conservadores y algunos elementos radicales.

Como es natural, el doctor Luna se negó a considerar la propuesta y de inmediato comunicó el hecho a Yrigoyen, bien que reservando los nombres de los senadores conjurados. Todo terminó allí. Pero cuando en mayo de 1918 el Presidente delega el mando en el doctor Luna para visitar los yacimientos de Comodoro Rivadavia, súbitamente retorna a la Capital Federal y se hace cargo nuevamente del gobierno con una prisa que debió chocar a su compañero de fórmula. Sucedía que algunos intrigantes habían perturbado el sereno espíritu del caudillo, atribuyendo al Vicepresidente un doble juego que podía culminar decían hasta con un golpe de Estado. Estas invenciones, unidas a las circunstancias que el mismo Luna le comunicara antes, lo llevaron a tomar tal actitud.

El Vicepresidente continuó con su leal adhesión al presidente; sus hermanos siguieron ocupando funciones de confianza en la esfera política, y aguerridamente yrigoyenistas; pero la falta de confianza de Yrigoyen en su viejo amigo, entristeció al doctor Luna y enfrió imponderablemente sus relaciones personales.

Más tarde se exageró todo esto. Cantoni, para variar su cantilena, atribuyó al caudillo la muerte del doctor Luna, vejado y hostilizado, según él, por el Presidente. Pero lo cierto es lo que Acábamos de relatar: es decir un desaire a un correligionario digno de toda consideración, motivado por calumnias despreciables que Yrigoyen no debió jamás escuchar.

Como este caso, podrían citarse otros. Claro que el caudillo estaba escamado de traiciones y deserciones, y su responsabilidad política lo obligaba a no descuidar ningún detalle y a tomar en cuenta las posibilidades más absurdas. Pero es paradójico esto: que en su primer período gubernativo haya desconfiado de su vicepresidente, que era el hombre más leal y más honrado con quien pudiera contar; y en su segundo periodo haya confiado en su vicepresidente, que resultó ser un tenebroso personaje que tuvo gran parte de responsabilidad en su caída.

La vida de Pelagio Luna fue corta. El clima de Buenos Aires representaba un serio riesgo para su enfermedad pulmonar, que aquel duro invierno de 1919 se agravó severamente. El 25 de junio de 1919, de madrugada, falleció.

"... El primer mandatario ha sido el primer sorprendido al serle comunicada la noticia del fallecimiento, pues hace escasamente una semana el presidente visitó en su domicilio al doctor Luna y lo encontró muy animado. En esa oportunidad, el presidente y el vice conversaron sobre la posibilidad de que el doctor Luna asumiera las funciones de gobierno durante un mes, tiempo que el doctor Yrigoyen pensaba tomarse de descanso. El primer magistrado significó al doctor Luna la conveniencia de que durante el tiempo que ejerciera en interinidad el mando, residiera en la casa de gobierno con el objeto de evitarse incomodidades.

“El doctor Luna mostróse de acuerdo con esas indicaciones y agregó que consideraba muy conveniente pasar una temporada en un punto del interior de Córdoba o La Rioja, con el objeto dé atender mejor el completo restablecimiento de su salud.

Después de estas manifestaciones, el doctor Yrigoyen se despidió del paciente prometiendo visitarle entre ayer y hoy.

“Preocupado por la salud del vicepresidente, ayer el doctor Yrigoyen llamó al doctor Martin Torino para pedirle su opinión sobre el estado del distinguido enfermo. El doctor Torino manifestó que, si bien era delicado el estado del doctor Luna, dada la complexión del paciente, era de esperarse su recuperación. Agregó el doctor Torino que para escapar de los rigores del invierno porteño, era necesario que se trasladara el vicepresidente a un punto del interior, e indicó como más conveniente a Andalgalá, en La Rioja.

“El presidente se proponía visitar hoy al Dr. Luna e indicarle la conveniencia de su traslado al punto indicado, cuando, en las primeras horas del día, le llegó la fatal nueva del fallecimiento”

Pelagio Luna murió joven, a los 49 años.

Padecía una tuberculosis de larga data. Esa era una enfermedad muy común en La Rioja en aquella época. Cuando vino a Buenos Aires ya estaba enfermo. Veraneaba en Córdoba para aprovechar los efectos benéficos del clima.

Adolfo Bioy Casares cuenta cómo lo impresionaron las exequias, cuando se manda el féretro con su cuerpo en tren hacia La Rioja. Fue muy solemne. En La Rioja hubo un funeral muy importante.

El funeral de Pelagio Luna se realizó el 29 de junio. Asistió, efectivamente, una multitud. Hubo grandes discursos y una pena incontenible.

Uno de los oradores fue el Dr. Arturo de la Vega, quien al hablar en nombre de la UCR dijo:

"La parca inexorable, que nada respeta y todo lo arremete con su violencia furiosa, acaba de arrebatarnos del seno de la patria a uno de sus hijos más predilectos, a un invicto preclaro ciudadano, el Excelentísimo señor Vicepresidente de la Nación, doctor Pelagio Luna”.











Fuente: Testimonio del Dr. Félix Luna, sobrino nieto del Dr. Pelagio Luna, en "La sorprendente historia de los vicepresidentes argentinos" del Dr. Nelson Castro, Editorial Vergara, 2009.



























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