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miércoles, 30 de julio de 2025

Revista UBA: "1° aniversario de la desaparicion de Ricardo Rojas” (Julio-Septiembre de 1958)

Al cumplirse el primer aniversario de la desaparicion de Ricardo Rojas la Revista de la Universidad va a detenerse en su camino para examinar la obra y la vida del autor de Historia de la Literatura Argentina. Varias razones nos mueven a hacerlo. Por lo pronto, fue rector de nuestra Universidad; además fue Decano de la Facultad de Filosofia y Letras; pero ante todo, fue profesor eminentísimo, fundador de la cátedra de Historia de la Literatura Argentina y primer director del instituto anexo y realizó desde ellos una obra docente y de investigacion que señala una época en la semisecular casa de estudios de la calle Viamonte. La Revista de la Universidad honra en este número al profesor cuyas conferencias -joyas cinceladas y veneros de emocion y de ciencia- fueron acontecimientos memorables en la vida intelectural de nuestra ciudad, pero no puede olvidar al historiador, al poeta, al ensayista, al dramaturgo, al pedagogo, al periodista, al ciudadano austero que supo sacrificar la tranquilidad de su vida hogarena en aras de sus convicciones democráticas.

Ricardo Rojas representa en la metrópoli la cultura de las provincias argentinas, con los mismos titulos de sus contemporaneos Joaquin V. Gonzalez, Ramón Cárcano, Leopoldo Lugones y Juan B. Terán. Personifica la tradicion indígena y colonial, sobre todo el pasado indígena, que importa -según él- mantener vivo e incolumne, al lado del otro pasado de la patria joven de San Martín, el santo de la espada, y de Sarmiento, el profeta de la pampa.

Hombre de tierra adentro, llegó a Buenos Aires en una época en que comenzaba a hacer crisis una concepcion de nuestra nacionalidad fundada, preoponderantemente en la riqueza económica y el bienestar individual, y una manera de pensar y de sentir que no correspondian ya a la realidad compleja del vasto país cuyo encubramiento contemplaba el nuevo siglo.
Entre la metropoli, con la cara vuelta al río, al mar, al extranjero, de espaldas al pais, y su provincia natal, Ricardo Rojas tomó el partido de la patria chica de sus mayores, el pais de la selva. Quizas no procuró establecer con claridad -siempre pensó y sintió como poeta- los motivos de su preferencia, las razones y la oportunidad de tal elección.

Pues en la Argentina de nuestros dias se torna dificil una decision entre lo que es argentino y lo que deja de serlo, entre lo que es menester rechzar porque no representa nuestra tradicion y lo que debemos adoptar porque encarna nuestra historia. La Argentina se ha integrado en una estructura de valores de referencia universal y parece ilusiorio vincularnos con un sistema de cultura en detrimento de otros. Ricardo Rojas creyó que tal decision era posible. Y trabajó toda su existencia para demostrarlo. Como Barrés, el tambien creyó en la misteriosa voz de la sangre y de los muertos, expresada por las razas aborigenes; creyó en sus paisanos del interior, que -segun su opinión- crearon el pensar democrático; en la tradicion española, aportada por los conquistadores con la lengua de Cervantes.

El dialogo entre Europa y América indiana suministra las intímas tensiones que alimentan la obra de Ricardo Rojas; y en ella nada es olvidable: monografias eruditas, vastos tratados, obras teatrales, leyendas, poemas, ensayos.

Antes de desaparecer, tuvo el autor de Eurindia, después de las tinieblas de la segunda tiranía, la inmensa satisfaccion de ver levantarse de nuevo el sol de Mayo con el pronunciamiento de Córdoba -la voz de las provincias argentinas, como él queria- y el triunfo de la Revolución Libertadora. Vio restaurada la libertad en las cátedras de la Universidad; vio a los argentinos unidos en un solo deseo de reconstruccion; vio cercana la hora de la llegada del Esperado (según la alegoria con que termina su Historia de la Literatura Argentina): “para que se resuma su tradicion, para que la renueve en arte perdurable, trascienda por la patria a la humanidad”.

La Revista de la Universidad agradece a los familiares e intimos de Ricardo Rojas, a doña Julieta Quinteros de Rojas, a doña Ester Quinteros de Sastre, al Dr. Nerio Rojas, al Dr. Ismael Moya, a sus inestimable colaboracion, sus informaciones, la cesion de fotografias y páginas inéditas.


LA DIRECCIÓN









Fuente: “Primer aniversario de la desaparicion de Ricardo Rojas” en Revista de la Universidad de Buenos Aires, Quinta Época, Año III – N° 3, Julio-Septiembre 1958.

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lunes, 21 de julio de 2014

Ricardo Rojas: "Epílogo sobre la Restauración Nacionalista" (1 de enero de 1922)

La primera edición de este libro apareció en 1909, y en el prólogo de la misma expliqué el origen de la obra. Doce años han transcurrido desde entonces, y habiendo cambiado tanto las circunstancias ambientes, creo necesario nuevo prólogo para esta segunda edición. Dejé pasar el tiempo sin reimprimir el libro, desoyendo incitaciones de lectores y libreros, porque aguardaba para hacerlo una ocasión propicia, que tal vez ha llegado. El editor D. Juan Roldán se propone reimprimir todas mis obras, y en la serie debía necesariamente entrar La restauración nacionalista, cuyos viejos ejemplares suelen andar de mano en mano gracias al préstamo amistoso, o aparecer de tarde en tarde a un alto precio en las librerías de lance. Entre mis obras, ésta es una de las que han alcanzado éxito más sostenido, ruidoso y extenso; de ahí que sea menester, al reimprimirla, informar al lector sobre su discutida historia. Nació este libro de una misión que me confió el Gobierno argentino para estudiar el régimen de la educación histórica en las escuelas europeas. Cumplí el encargo, regresé ami país, presenté el informe y, bajo el título de La restauración nacionalista, dicho informe, impreso oficialmente, fue repartido gratis a los maestros y publicistas de la República. La doctrina de esta obra venía a herir tantos prejuicios e intereses en nuestra sociedad, que de todas partes surgieron voces apasionadas para fustigar al autor. Entre esas voces, no fue la menos mortificante la que en Tribuna (periódico de tradición) se deslizó bajo la forma de una displicente bibliografía, poniendo en duda mi sinceridad, y diciendo que acaso yo defendía a la patria porque el Gobierno me había pagado para que la defendiera. Soporté en silencio la injuria porque me propuse desde el primer instante no polemizar sobre este libro, dejando que él solo se abriese camino entre la discusión pública, pues estaba seguro sobre el destino que lo aguardaba. Años más tarde vino a mi casa, para pedirme un servicio, cierto periodista extranjero aquí avecindado (que yo sabía era el autor de aquella bibliografía anónima) y, cuando lo hube servido, le hablé del ingrato asunto; él se excusó, respondiendo que no había tenido la intención de ofenderme, y que su suelto era una de esas cosas a vuela pluma, sin meditación ni información, que a veces publican los periódicos. A pesar de ello, quiero contar en este prólogo lo que a mi glosador le dije entonces. Sobre la apasionada sinceridad de mi doctrina nacionalista, no necesito defenderme; el resto de mi obra revela en qué fuentes morales se ha nutrido mi predicación. Pero en cuanto a La restauración nacionalista, que nació de un viaje a Europa y fue en su origen un informe oficial, deseo contar toda su historia. Yo era funcionario del Ministerio de Instrucción Pública cuando realicé mi viaje a Europa; el Gobierno me dio licencia para el viaje, pero sin goce de sueldo; no cobré un solo centavo de honorarios por mi trabajo; y ni siquiera fue puesto en venta mi libro. Cobrar honorarios del Estado, aun por trabajos oficiales que no se hacían, era la tradición de nuestro país, sin embargo; y para mayor contraste nos hallábamos en vísperas del Centenario cuando los millones corrían de mano en mano, a nombre del más desinteresado patriotismo. Diré todavía más: la iniciativa de mi comisión no fue del Gobierno, sino mía, y la pedí porque siendo yo entonces un autor novel, buscaba una ocasión de resonancia para decir mis verdades. No se comprende de otro modo aquellas palabras que estampé en el prólogo de la primera edición: «Este informe no podía ser documento que holgando esfuerzos en burocrática inepcia comenzara por el “vuestra excelencia” ineludible y terminase con el “Dios guarde” sacramental. Autor, no habría podido circunceñirme en ello, ni por la índole del asunto, ni por mi idiosincracia, que gusta de una pasión personal en las obras de la inteligencia…». Confesaré, finalmente, que mi informe manuscrito no fue leído por nadie en la Casa de Gobierno; el ministro de entonces lo guardó en un cajón de su escritorio; y acaso allí hubiera quedado, a no ser mi súplica de que me lo devolviera, y me permitiese imprimirlo en los talleres de la Penitenciaría Nacional, para que los maestros pudiesen conocerlo. Así se hizo, y durante varias semanas trabajé a la par de los presos, que me tomaron gran simpatía, consiguiendo de sus manos un volumen estampado con amor y con elegancia. Dado ese carácter precario de La restauración nacionalista por su origen ocasional, había en su forma primitiva dos materias visiblemente yuxtapuestas: una de simple información objetiva, puramente didáctica, sobre los métodos de la enseñanza histórica en las escuelas de Europa (capítulos II, III, IV y V), y otra de crítica personal, acentuadamente política, sobre nuestra educación frente a la crisis de conciencia argentina (capítulos I, VI, y VII). De ahí que aquellas dos partes, accidentalmente unidas en el informe, según aparecieron en la primera edición, hayan debido ser separadas al hacer esta edición definitiva, que bajo el nombre de La restauración nacionalista contiene lo que directamente le atañe: el problema de las humanidades modernas (historia, geografía, moral e idioma), correlacionadas en sistema docente para una definición de adoctrinamiento cívico, tal como, según mi opinión (que desde entonces no ha variado), lo requieren las condiciones de nuestro país. Así es el volumen que hoy aparece, formado con los capítulos I, VI y VII de la primera edición, y separado de los que versan sobre metodología en las escuelas de Europa, con los cuales formaré otro volumen bajo este título pertinente y concreto: La enseñanza de la historia, de especial interés para los pedagogos. Gracias a esta separación podrá verse mejor cómo La restauración nacionalista no aspiraba a fundar su empresa cívica en la exclusiva enseñanza de la historia, sino en un sistema complejo de historia, geografía, moral e idioma, o sea en lo que llamé «las humanidades modernas». El cabal discernimiento de dichas ideas es de importancia para la crítica de esta obra, porque de su confusión provienen muchas absurdas objeciones que han sido formuladas contra mi sistema didáctico. Se ha dicho, en primer término, que yo pretendía hacer de la historia escolar una fábrica de pueriles leyendas patrióticas; sin embargo, todo el primer capítulo de este volumen es una réplica a esa concepción de la historia, falsa como ciencia, peligrosa como política. Se ha dicho, en segundo término, que yo pretendía dar a la historia un sitio privilegiado en los planes de estudio; sin embargo, todo el libro es la demostración de la dependencia en que la historia se halla respecto a la geografía, la moral y el idioma, hasta formar una sola disciplina dentro del humanismo. Se ha dicho, en tercer término, que yo pretendía posponer la educación física y los estudios científicos; sin embargo en el parágrafo 5 del capítulo I se emplaza a las humanidades, susceptibles de entonación nacional, entre las otras dos disciplinas, universales por definición, de las cuales no trato, precisamente porque no les discuto su importancia ni su carácter. Se ha dicho, en cuarto término, que yo pretendía crear en la escuela, por medios artificiales e intelectuales un sentimiento que nace de la naturaleza; sin embargo, en el parágrafo 3 del capítulo I establezco la diferencia que hay entre el patriotismo instintivo, que es sentimiento natural, y el nacionalismo doctrinario, que es método social, del propio modo que en el último capítulo insisto sobre la ineficacia de la escuela como hogar de la ciudadanía, si no la rodea en la sociedad una atmósfera colectiva impregnada de idénticos ideales. Con estos esclarecimientos precisos, espero que mis nuevos lectores no repetirán la confusión en que algunos lectores de hace dos lustros incurrieron dándose a la innecesaria tarea de refutarme. Por aquí llegamos a la oportunidad de otra confidencia que concierne al tema y al nombre de La restauración nacionalista. Si hubiera atendido solamente a su doctrina didáctica, este libro pudo haberse llamado Las humanidades modernas; pero tales disciplinas (diversas del humanismo clásico y de las ciencias físico-naturales) habían sido estudiadas en mi obra en cuanto son resorte pedagógico de un ideal filosófico más vasto; la nacionalidad como órgano de civilización por donde el libro se desdobló ante mi espíritu, descubriendo su faz política y su intención polémica. Atento a ello, hube de llamarle La restauración idealista, o bien El renacimiento nacionalista; pero desistí de ambos nombres y de los dos hice un tercero, el que adopté, prefiriéndolo con juvenil simpatía precisamente por su tono alarmante, inactual y agresivo. Yo tenía veinticinco años cuando viajé por Europa, y apenas dos años más cuando estas cosas pasaban. Además, mi propósito inmediato era despertar a la sociedad argentina de su inconciencia, turbar la fiesta de su mercantilismo cosmopolita, obligar a las gentes a que revisaran el ideario ya envejecido de Sarmiento y de Alberdi; y a fuer de avisado publicista, sabía que nadie habría de prestarme atención si no empezaba por lanzar en plena Plaza de Mayo un grito de escándalo. Ese grito de escándalo, eficaz en su momentánea estridencia, fue el nombre de La restauración nacionalista, que no corresponde estrictamente al contenido de la obra y que habría de atraerme, como me atrajo (¡oh, bien lo sabía de antemano!), todo género de arbitrarios ataques. Lo menos que algunos pensaron fue que yo preconizaba la restauración de las costumbres gauchescas, la expulsión de todos los inmigrantes, el adoctrinamiento de la niñez en una patriotería litúrgica y en una absurda xenofobia. Después se ha visto que tal cosa está en oposición a mi pensamiento; pero ha sido necesario para ello que el tiempo pasara, que la serenidad volviese, que se leyera bien lo que al respecto digo en el capítulo final, y que ilustres exégetas europeos enseñaran a mis compatriotas la verdad, mostrando de paso la injusticia que con este libro se cometía. En efecto, cuando La restauración nacionalista apareció en 1909, un largo silencio sucedió a su aparición de un extremo a otro del país. Los principales diarios de Buenos Aires ni siquiera publicaron el habitual acuse de recibo. Las más altas personalidades de la política y las letras guardaron también un prudente mutismo. El Gobierno de la Nación, a quien había presentado gratuitamente la obra, no consideró del caso agradecérmela, aunque fuera con una nota trivial. Predominaba en toda la República esa actitud de escepticismo y egoísmo que el último capítulo del libro señala en un cuadro recargado de sombras pero no exento de verdad. Salvo unos pocos amigos míos muy queridos, nadie se solidarizaba públicamente con la nueva doctrina. En cambio me llegaban por buenos medios los rumores de la murmuración injuriosa, y al fin la prensa de partido empezó a hablar, pero en descrédito del autor y del libro. Una mano diligente fue recogiendo lo que entonces se escribiera. He revisado en estos días ese cuaderno de recortes, y me ha producido una impresión de comicidad al ver cómo, partiendo de diversas posiciones, coincidieron en sus ataques La Vanguardia, marxista; La Protesta, ácrata, y El Pueblo, católico. Era la tácita colisión de los intereses heridos. Luego osaron protestar algunos periódicos burgueses de colectividades extranjeras confusamente alarmados. Sobre todo ello, que no era crítica, sino reacción pasional, predominaban los más crasos errores en la interpretación de mis ideas. Yo guardaba silencio, como lo he guardado hasta hoy, dejando que la opinión pública se despertara. Aquellas injusticias yo me las había buscado con el agresivo título de mi obra; así ha de endurecerse la lanza en la moharra para herir más adentro; así ha de aguzarse el barco en la proa para hender más fácilmente las densas aguas del mar. En ello estábamos cuando empezaron a sonar las primeras palabras de justicia, y éstas llegaban de los más altos pensadores europeos. A los comienzos del año 1910, La Nación publicó varios artículos de Unamuno que comentaban mi libro: «¿Cómo no he de aplaudir estas predicaciones idealistas de Rojas –decía el solitario de Salamanca–, yo que apenas hago otra cosa que predicar idealismo? ¿Y cómo no hericardo-rojas-la-restauracion-nacionalista-pena-lillo-ed_MLA-F-139422926_1169  de aplaudir su nacionalismo, yo que, como él, he hecho cien veces notar todo lo que de egoísta hay en el humanitarismo? He de repetir una vez más lo que ya he escrito varias veces, y es que cuanto más de su tiempo y de su país es uno, más es de los tiempos y de los países todos, y que el llamado cosmopolitismo es lo que más se opone a la verdadera universalidad». En diversos pasajes, Unamuno parteaba y esclarecía mis ideas fundamentales sobre historia, sobre humanismo, sobre cosmopolitismo, sobre patriotismo, sobre cultura, aplaudiendo siempre la tesis del libro, que tendía simplemente, según él «a fundar la durable y verdadera independencia espiritual», declarando que el autor de La restauración nacionalista continuaba la obra de Sarmiento, Alberdi, Mitre y otros grandes conductores de su pueblo, aunque esa obra revisa el ideario de dichos antepasados. «Bien, amigo Rojas –exclamaba por ahí el vasco intrépido–, bien, muy bien. Y si la ironía canalla se ceba en usted como alguna vez se ha cebado en mí, y en una u otra forma lo llaman macaneador lírico o cristo, mejor para usted. No haga caso de la envilecida malicia metropolitana. Aspiremos a que se nos ponga bajo el divino nombre de Quijote. ¡Bien, muy bien, amigo Rojas, y firme y duro en la pelea, que siempre se gana!» Todo esto dicho con frases tomadas a mi propio libro y publicado en La Nación, pero hablando como si hablara sólo conmigo y no con sus lectores, alborotó el avispero e hizo un inmenso bien a la difusión y a la comprensión del libro. Tras de los repetidos y detonantes artículos de Unamuno en La Nación, apareció en La Prensa un extenso estudio de Ramiro de Maeztu, datado en Londres, ciudad universal. «El asunto de La restauración nacionalista –afirmaba Maeztu– es y será por muchos años el eje de la mentalidad argentina. Y diría que de la mentalidad universal desde que los griegos realizaron el maravilloso descubrimiento de la idea de que en un Estado, fundado en la libertad de sus miembros, el problema fundamental de la cultura es el de la sociedad, el de la coexistencia armónica de los ciudadanos, el del ideario común que hace fecunda esa convivencia.» Luego el esclarecido autor de La crisis del humanismo, entre glosas de certera exégesis y franca adhesión al sistema docente y a los propósitos civiles de mi obra, decía del escritor argentino entonces mal comprendido en su país: «¿Necesitaré expresarle mi aplauso al verlo alistarse en una bandera que es forzosamente la de cuantos hombres de cultura ha habido en el mundo?, ¿necesitaré recomendar el examen atento de su informe si digo que ya no es posible la existencia de un pueblo inconsciente, sobre todo si se trata de un pueblo regido por instituciones democráticas?» Después del juicio de Maeztu, que ratificaba el de Unamuno, la batalla parecía ganada por mi libro, al menos en el terreno de la discusión filosófica, cuando por ese mismo año 1910 llegó desde Montevideo otra voz latina bien conocida de nuestra juventud: la voz de Rodó, que me decía: «…He leído ya La restauración nacionalista, y ahora la tengo a estudio, no sólo porque el tema me interesa, sino porque su libro es de aquellos que, después de leídos, merecen ser estudiados, es decir, leídos de nuevo y con reflexión… Ya sabe usted cuánto concordamos en cuestiones fundamentales y con qué simpatía debo acompañarlo en su tesis –el carácter nacional de la enseñanza– opinando, como opino de antiguo, que hay necesidad vital de levantar sobre la desorientación cosmopolita y el mercantilismo una bandera de tradición y de ideal. […] Deseo que en su país se mida y atienda toda la importancia de su patriótico esfuerzo». Luego, pues, según, la opinión de los más altos maestros de cultura en los pueblos hispanoamericanos, La restauración nacionalista no preconizaba una regresión a la barbarie. Unamuno, Maeztu y Rodó escribían en español; su palabra podía parecer sospechosa. Necesitaba ver yo tranquilizados a los socialistas y a los extranjeros aquí residentes, que continuaban sin entender mi libro y entonces fue cuando Enrico Ferri, socialista italiano, y Jean Jaurés, socialista francés (dos maestros a quienes yo no conocía personalmente), vinieron a dar conferencias en el Odeón, ofreciéndonos, a mí y al país, la sorpresa de comentar este maltratado libro, manifestando explícita adhesión a mi doctrina didáctica y a mis ideales políticos. Ferri, en septiembre de 1910, dijo en su conferencia: «Ricardo Rojas, che e stato in Europa a studiarvi la condizione delle scuole, ha publicato un uso informe che e chiamato: La restaurazione de la coscienza nazionalista. Ebbene, in quel volume noi abbiamo trovato la presenza di un chiaro e preveggente pensiero e la visioine netta del dovere che alla Argentina s’impone. E noi tutti abbiamo interesse che l’Argentina, non avendo saputo premunirse a tempo, dovesse titornare al periodo della sua febre politica, non solo essa ne risentirebbe il danno,ma esso si repercuterebbe sull’Italia, su tutte le nazione; perche tutti risentono l’influenza di un morbo che si manifesta in un punto dil gran corpo sociale. Ecco perche quando noi veniamo qui, non lo facciamo sottanto per voi che pure amiamo, ma lo facciamo anche per noi…». Y Jaurés, en septiembre de 1911, dijo en su conferencia: «L’internacionalisme n’est pas le cosmopolitisme. Pour être vigoureuse l’action internationale supose des nations conscientes. Le cosmopolitisme est un deraciné qui n’a que des interêts flottantes […] S’il est ansi, comment, avec les elements multiples dont vous disposez en Argentine, ne constituez-vous pas une democratie nationale la plus claire la plus une… “Vos universités se preoccupent du probleme. J’ai entendu quelques-uns de vos maîtres dire que ce serait le rôle du haut enseignement argentin de constituer la nationalité argentine en offrant á tous un ideal commun… Vous savez que des maîtres de votre pays ont été delégues par le Ministere de l’Instruction Publique, pour étudier, en Europe, la façon dont etait l’enseignement de l’histoire… Ansi vous pouvez el devez dire –suivant la definition de Ricardo Rojas– qui l’enseignement national habitue les esprits á s’interesser au passé et à l’avenir de al Nation…”». La conferencia de Ferri se publicó en la Patria degli italiani; la conferencia de Jaurés en Le Courrier Francais; y aquellas dos autorizadas opiniones me rehabilitaron a los ojos de muchos socialistas y de muchos extranjeros que en el primer momento habían recibido con alarmas mi obra. Las polémicas y comentarios provocados por La restauración nacionalista dentro y fuera de la República han sido tantas, que no cabría en este prólogo la enunciación de toda su bibliografía. Con sólo el material llegado a mis manos podría formar un grueso volumen, que no carecería de interés para la historia de las ideas argentinas, y que a la vez sería precioso documento de cómo el ideal enunciado en un libro pudo propagarse o transformarse en una interpretación colectiva. Esta obra, nacida en disidencia con una tradición intelectual y con un ambiente político inmediato fue primeramente negada, incomprendida, discutida; pero finalmente se dividió la exégesis en una versión fiel, y en otra, que bajo el nombre de nacionalismo, se apartaba sin embargo de ella. Este libro es llevado y traído, desde hace dos lustros, en nuestros debates políticos, estéticos y pedagógicos, pues todos estos problemas son discutidos en él. Si algunos lo invocan para fines de utilidad banderiza o de violencia xenófoba, no es mía la culpa, ni puedo yo evitarlo. Hay una diferencia fundamental entre lo que es la doctrina de esta obra como iniciación teórica de nacionalismo y lo que puedan ser las interpretaciones ajenas en los varios matices de la acción militante. Me interesa que se perciba esta diferencia, y guardo sentimientos de gratitud para todos aquellos compatriotas que en diversas formas han contribuido a la difusión y defensa de mis verdaderas ideas. No pongo aquí sus nombres, porque siendo ellos numerosos lamentaría omitir a algunos. Yo había sentido la primera intuición emocional de este libro cuando era un adolescente, al venir de mi provincia mediterránea a Buenos Aires, y Rojas Ricardo experimentar, como hijo de El país de la Selva, el primer contacto con la ciudad cosmopolita, informe y enorme; habíalo concretado después en doctrina al contemplar el espectáculo de civilizaciones seculares en pueblos homogéneos tal como las describí en mis Cartas de Europa; y por fin habíalo desarrollado dialécticamente a propósito de nuestra educación, obedeciendo a una voz interior que me mandaba escribirlo. Este sistema de ideas, que por azar apliqué primero en La restauración nacionalista a nuestros problemas de educación, lo apliqué luego a nuestra formación étnica en Blasón de Plata, a nuestra emancipación democrática en La Argentinidad, a la evolución de nuestra cultura en la Historia de la Literatura Argentina, y preparo dos libros nuevos en que lo aplico a nuestra economía y a nuestra estética, fundamento y coronamiento de la vida civil. Con ello habré aclarado del todo muchas ideas de las que sólo hay esbozos en La restauración nacionalista, incorporando más directamente su espíritu a los problemas actuales de la política y del arte, según lo he venido insinuando desde años atrás en fragmentarios trabajos, como El Arte americano y Definición del nacionalismo, que serán también reunidos en series y presentados al lector en volúmenes análogos al presente. Muchos son los amigos jóvenes que me han solicitado la reedición de este libro y de los otros que anuncio. A esos jóvenes, y a tantos discípulos ignorados, dediqué mi pensamiento en tales obras; a ellos les corresponde, por consiguiente combatir los equívocos populares sobre nacionalismo e indianismo, evitando que sea dogma regresivo o agresivo lo que debiera ser manantial viviente de cultura, en continua superación de justicia social y de belleza. Este libro y los demás que con éste se relacionan, permiten probar que no he formulado mi doctrina para defender a una clase social contra otra, ni para espolear los odios arcaicos de la xenofobia, ni para aislar a mi nación entre otras de América, ni para cristalizar nuestro pasado en los ritos de la patriotería, sino para dar a nuestro pueblo de inmigración (según me entendieron Unamuno, Maeztu, Rodó, Ferri, Jaurés y tantos comentadores eminentes) una conciencia social que haga de la Argentina un pueblo creador de cultura en el concierto de la vida internacional, a la cual pertenecemos. La buena fortuna lograda en doce años por La restauración nacionalista explica por qué hablo de ella con desusada inmodestia; es queme parece no estar hablando de mí, ni de cosa mía. El mensaje que ella anunció es hoy divisa de muchas conciencias. Estado de alma individual, ha tendido a hacerse estado de alma colectiva. La prensa, la Universidad, la literatura, las artes, la política argentina sienten ahora la inquietud de los problemas aquí planteados. Los trabajos de renacimiento idealista que proyecté en las «conclusiones» del libro han venido realizándose desde 1910, bajo los auspicios de diversas instituciones sociales. Seguir el desarrollo de estas ideas en la cultura local, queda fuera de mis propósitos en este prólogo; pero entretanto puedo decir, ante semejante espectáculo de fuerzas espirituales en plena labor, que La restauración nacionalista ya no me pertenece y que ella ha sido como predio comunal, en donde cada uno entró a cortar su leña. Mi actitud personal ante cada hecho importante, ha señalado las diferencias o concordancias que yo notaba entre las ideas del libro y los hechos de la ajena interpretación, como se lo verá en otros volúmenes. Harto ha cambiado el ambiente de nuestra patria y del mundo, desde los días ya lejanos en que escribí este libro henchido de ánimo juvenil. La reforma electoral de 1912 ha transformado nuestra política, y empezamos a practicar la democracia representativa. La guerra mundial de 1914 ha transformado la vida internacional, y empezamos a ver el ocaso de ciertos prestigios europeos. La revolución rusa de 1917, ha transformado la ilusión del internacionalismo revolucionario y empezamos a revisar los dogmas del marxismo. Tan profundos cambios, unidos a otros de nuestro progreso social, hacen que muchas frases de La restauración nacionalista –frases de simple valor polémico– hayan perdido su actualidad. Hoy no las escribiría, pero he creído que tampoco debía tacharlas en esta reedición. Así estos capítulos reaparecen fieles a su texto inicial, de no ser algún retoque para salvar erratas o para hacer más claro mi pensamiento. Larga es la senda abierta al nuevo ideal de los argentinos, y he creído que por buen trecho en el resto de la jornada, aún podría alumbrar a muchos jóvenes a la luz que hace doce años encendí en estas páginas.



























Fuente: Ricardo Rojas. La Restauración Nacionalista. Informe sobre educación. Buenos Aires: La Facultad, 1922
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domingo, 13 de octubre de 2013

Ricardo Rojas: "El Pueblo y el Espiritú Radical" (1932)

El radicalismo argentino, por su tradición histórica, por su extensión geográfica y por su sentimiento es un resumen del pueblo argentino, con todos sus vicios y sus virtudes. Creación del pueblo, el pueblo lo sustenta con su fe. Lo que el patriotismo aconseja para con el, no es vilipendiarlo sino corregirlo, no es humillarlo sino servirlo. El radicalismo es una entelequia política de la argentinidad.
Si poseyéramos otra fuerza tan viviente, una fuerza de tanta raíz popular, de tanta salud y vigor, podríamos dudar; pero no la tenemos. La derecha reaccionaria es heterogénea, anacrónica y ocasional; la izquierda socialista es exótica, metropolitana y gremial. Ni una ni otra pueden ser el instrumento político de la nacionalidad en plena formación, que crece por los impulsos de su pasado, con la substancia de su propia realidad actual, para los ideales de un porvenir mejor. Como en 1806, como, en 1810, como en 1812, como en 1816, como en 1819, como en 1853, como en 1890, como en 1905 como en 1912, al pueblo quiere realizar hoy un inevitable destino y crea los instrumentos de esa realización. Por eso el pueblo ha creado al radicalismo fuerza de emoción y de intuición en su génesis, a la que le falta organizarse y adecuarse a los problemas actuales para ser eficaz; pero que es, en si misma, superior, a todas las agrupaciones adversarias. No es un partido advenedizo, pues cuenta con una existencia de cuarenta años; no es un partido burocrático, pues no vive de papeles sino de multitudes: no es un partido regional, pues se irradia a toda la Republica; no es un partido gremial, pues congrega a todas las clases; no es un partido de abolengos, pues asimila a las gentes nuevas lanzadas a la vida nacional por la inmigración y por las escuelas; no es un partido materialista, pues su filosofía es espiritualista y su temperamento es romántico: no es un partido de privilegios, pues lucha contra todos los privilegios; no es un partido de dogmas, pues crea con libertad nuevos ideales; no es un partido de imitación, sino un engendro genuino de nuestra nacionalidad, pues ya hemos visto que de la revolución emancipadora arranca su aliento histórico. Fuerza dinámica de la patria en esta hora de peligro para el mundo, solo la ofuscación mezquina ha podido pretender su destrucción, sin que se tuviera para reemplazarlo otra cosa que la dictadura militar o el comunismo internacional.
Fue grave error de los septembrinos el pretender suprimir esta fuerza irreprimible y necesaria. La coacción pudo suprimir candidatos radicales pero no suprimir al radicalismo. La reacción dictatorial ha fracasado en su propósito porque, aun logrado su éxito inmediato, el partido radical se mantiene irreductible en su proscripción, y vencerá en lo futuro. Ha fracasado también la táctica dictatorial, porque diciéndose patriótico y popular el movimiento de septiembre, ha tenido que recurrir al fraude en las provincias y obligar en la capital a que se optara entre los dos matices de la bandera roja. No quedaba sino esto y aquello, toda vez que el radicalismo estaba ausente. Como consecuencia de tales procedimientos, se ha constituido un gobierno de apariencia legal que prescinde de la realidad nacional, que la deforma o falsifica. Así no se puede volver a la legalidad. La violación de la ley no puede fundar el imperio de la ley. Y todo este oprobio, realizado para matar al radicalismo, no ha hecho sino restaurarlo en su fuerza y en su esperanza.
Ha sido menester que la dictadura septembrina suprimiera la libertad, negara la igualdad, rompiera la fraternidad, para que se viera mejor lo que significa el radicalismo en la evolución política de nuestro país.
El pueblo argentino, después de la triste experiencia, necesitara volver a las fuentes filosóficas de su justificación democrática, pues hoy comprende el peligro de un izquierdismo sin nacionalidad y de un derechismo sin justicia. El radicalismo no esta en el centro, sino adelante de los dos y acaso por encima do ellos. La Unión Cívica Radical es un partido de reforma y de avanzada.
Dicho ya abundantemente cuales son los motivos que nos separan de la dictadura, de la oligarquía, de todas las formas de la reacción, necesitamos decir ahora cuales son los que nos separan de ambos partidos socialistas, que concurrieron a las escandalosa elecciones de 1931, pasando por las horcas caudinas de un rescripto despótico que excluía al radicalismo y a sus candidatos.




























Fuente: "El Radicalismo de Mañana" de Ricardo Rojas, 1932.
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jueves, 20 de diciembre de 2012

Ricardo Rojas: "Las Malvinas, el otro Archipielago" (1947)

Releo las paginas anteriores y recapitulo este sarcasmo de la patria que es la historia fueguina: el Beagle descubierto por ingleses, los indios evangelizados por ingleses, la toponimia impuesta por ingleses, las ovejas importadas por ingleses y, en fin, labor de ingleses la cartografía, el estudio del clima, los primeros ensayos económicos de peletería, pesca, frigorífico y navegación comercial.


¿Que hacían, entretanto, los argentinos? —preguntara algún distraído lector.

—Aquí, nada, como ya se ha visto; y en Buenos Aires, mandar presos al Penal, malbaratar la tierra pública, y murmurar de que los ingleses se hayan apoderado de Las Malvinas, el otro Archipiélago.

¿Si Las Malvinas no hubieran salido de nuestro dominio, las tendríamos desiertas como a la Isla de los Estados, o habríamos fundado allá un presidio, como en Tierra del Fuego? Quizá yo estaría escribiendo en Puerto Stanley, no en Ushuaia, pues tendríamos allá un lugar de confinamiento mas adecuado a tal destino, por ser menos fértil que Ushuaia, y mas remoto; uno de sus asientos en el otro Archipiélago fue llamado Soledad por los españoles...

Las Malvinas son dos islas mayores —la East Falkland y la West Falkland— separadas por un canal, y en torno de ambas agrúpense islas menores, que suman con aquellas un área de 16.700 kilómetros cuadrados, sobre el parallo de Río Gallegos, hacia el oriente del Atlántico. En el espacio de mar que delimitan los meridianos 60 y 65, quedan incluidas la Isla de los Estados y parte del archipiélago malvinense, asentados sobre la misma plataforma continental o Patagonia, a cuyo sistema geográfico pertenecen.

La cuestión de Las Malvinas se enuncia en término brevísimos, con la sencillez de la verdad: pertenecieron a España hasta nuestra independencia y pasaron entonces a la soberanía argentina, como Buenos Aires y todo el territorio patrio. España ejerció actos de dominio reconocidos p»r Inglaterra en el siglo XVIII y, al suceder a su metrópoli, nuestro país también los ejerció, hasta el 2 de enero de 1833, cuando Inglaterra desalojo de allí por la fuerza al gobernador Vernet, que ocupaba su puesto nombrado por las Provincias Unidas del Río de la Plata. Desde aquel despojo, nuestro país ha protestado reiteradamente, aduciendo en favor de su derecho razones geográficas, históricas y jurídicas, fundadas en documentación incontestable.

Apenas producida la insólita ocupación, nuestro gobierno reclamo de ella ante el gobierno británico. El alegato presentado por nuestro ministro en Londres, don Manuel Moreno, es la pieza inicial del secular proceso. Inglaterra mostrose al principio un tanto evasiva en sus dilaciones, hasta que la insistencia argentina la forzó a una respuesta, firmada el 5 de mayo de 1842 por Lord Aberdeen, ministro de Relaciones Exteriores; Dicha respuesta dice así:

"El gobierno británico no puede reconocer a las; Provincias Unidas el derecho de alterar un acuerdo concluido, cuarenta años antes de la emancipación de estas, entre Gran Bretaña y España. En lo concerniente a su derecho de soberanía sobre las Islas Malvinas o Falkland, Gran Bretaña considera este arreglo como definitivo; en ejercicio de este derecho acaba de ser inaugurado en estas islas un sistema permanente de colonización; el gobierno de S. M. B. comunica esta medida al Sr. Moreno al mismo tiempo que su determinación de no permitir ninguna infracción a los derechos incontestables de Gran Bretaña sobre las Islas Falkland".

Según se ve, invocase un "acuerdo" concluido con España antes de la emancipación, para dar apariencia jurídica al atropello; pero esa chicana se desvanece ante los documentos, porque dicho convenio, que seria engorroso examinar aquí, importo un reconocimiento de la soberanía española en Las Malvinas, pues Inglaterra dejo a España cuatro décadas en pacifica posesión de sus islas y así pasaron a nuestra soberanía.

Como lo anunciara en 1842, Inglaterra emprendió la colonización de Las Malvinas; aclimato en ellas flora europea y animales domésticos, edifico casas de piedra en Puerto Stanley, creo una base de carena y abastecimiento para su armada, y desde allí expandió su influencia sobre nuestra abandonada Tierra del Fuego, introduciendo ovejas en la pampa fueguina e iniciando la evangelización de onas y yaganes, a quienes se enseño la lengua inglesa. Entretanto, nosotros vivíamos en la ignorancia o en la impotencia; sin marina y con nuestras escasas fuerzas comprometidas en guerras internas o internacionales, aunque sin abandonar nuestro derecho.
Tranquilizado el país después de 1880, la vieja cuestión se reanudo durante las presidencias de Roca y de Juárez Celman. En 1887 (Memorias de Relaciones Exteriores, pagina 91), el ministro Quirno Costa dice:

"Existe pendiente la cuestión relativa a la soberanía de las Islas Malvinas, que fue reabierta por el Memorándum presentado el 2 de enero de 1885 al ministro de S. M., Honorable Edmundo Monson, y que este remitió a su gobierno para su estudio. El ministro de Negocios Extranjeros, Conde de Roseberg, había prometido a nuestro representante, el doctor García, ocuparse de este asunto y transmitir su contestación. Empero, su retirada del Gabinete dejo pendiente la respuesta. Por rota de ultima fecha, el Ministerio ha reiterado a la Legación en Londres las instrucciones que le fueron enviadas con fecha 15 de diciembre de 1885, a fin de solicitar, en el momento oportuno, la contestación ofrecida".

En la misma Memoria de 1887 se lee un extenso escrito (paginas 195-278) que don Vicente G. Quesada, nuestro ministro en Washington, presento al gobierno de los Estados Unidos por actos de violencia que, en 1831, barcas pesqueras norteamericanas habían perpetrado en aquellas mismas islas; y aunque este otro asunto sea ajeno a la cuestión con Inglaterra, esa nota ilustra sobre los títulos de nuestra soberanía.

A pesar de reiteradas gestiones y aun de incidentes producidos por mapas, estampillas o cartas de ciudadanía, podemos decir que la cuestión de Las Malvinas sigue pendiente y que se mantiene en sus términos iniciales. Poco han pesado en el Foreing Office los alegatos jurídicos de nuestra parte durante un siglo, ni los cuantiosos intereses económicos que hoy vinculan a Inglaterra y a nuestro país. Inglaterra parece necesitar de aquellas Islas en la mecánica de su imperio marítimo, como se vio en combates de la pasada guerra mundial; bien que la Argentina mantiene su protesta, como defensa del derecho y del honor.

Si la contienda se desenlazara un día por arbitraje o por tratado amistoso o por reordenamiento del mundo, y Las Malvinas volviesen a nuestro dominio, aquellas Islas continuarían siendo un problema para nosotros. Lo serian porque no hay allí argentinos y porque su incorporación real a nuestra soberanía dependerá de la obra que previamente hayamos realizado en Tierra del Fuego, base de nuestra nacionalidad en los mares del Sur. Por eso incluyo al otro archipiélago en estas notas sobre el archipiélago fueguino.

Un siglo han durado nuestras reclamaciones y de nada han valido viejos documentos ni envejecidos discursos.

Tratase de una situación de fuerza que es necesario contestar con hechos. No me refiero a hechos militares, sino a hechos políticos. En tal terreno, la cuestión de Las Malvinas esta indisolublemente unida al problema de Tierra del Fuego, en donde ineludiblemente debemos acrecentar nuestro poder y afianzar el prestigio del nombre argentino.

Si tan hondo es el problema fueguino por lo que respecta a la historia interna de nuestra soberanía, ese problema tornase trascendental cuando vemos que Tierra del Fuego esta emplazada entre cuatro mares: el del Estrecho de Magallanes al Norte, que la separa del Continente y abre paso mundial entre dos enormes océanos; el del Pacifico al Oeste, sobre cuyas costas señorea desde Punta Arenas la soberanía chilena; el del Atlántico al Este, donde Las Malvinas siguen ocupadas por Inglaterra; y el del Antártico al Sur, donde ya nos ha sido planteada la cuestión relativa a las Tierras de Graham y demás comarcas polares. En la encrucijada de tales divergencias internacionales, Tierra del Fuego es aquí el único baluarte de la argentinidad.




                                   










Fuente: "Las Malvinas, el otro Archipielago" en "Archipielago" de Ricardo Rojas, Editorial Losada, 1947.
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lunes, 17 de diciembre de 2012

Ricardo Rojas: "El Radicalismo y la Democracia Social" (1932)


Cuando afirmo que la Revolución de Mayo es la fuente inspiradora de nuestro ideal democrático y que esta puede desenvolverse hasta las modernas formas de la democracia social, me fundo en la obra de nuestros pensadores y en el desarrollo biológico de nuestro ser nacional.
Semejante enunciado no puede llevamos a confundir esta especie de socialismo nativo con el marxismo europeo. Las consecuencias de la premisa democrática argentina pueden llegar hasta donde llegan las aspiraciones obreras de nuestro tiempo, sin que por ello  se  confundan los principios filosóficos y los métodos políticos de ambos sistemas. El postulado argentino es espiritualista, vitalista y nacionalista, el otro no.
Algunos socialistas han querido substituir la bandera nacional ausente, por la adopción de algunas figuras de nuestra historia, en la que han creído ver a precursores del marxismo. Esto es una confusión insostenible, porque la obra de Moreno y sus sucesores fue de amplia democracia, pero no de materialismo histórico, ni de colectivismo económico, ni de guerra de plu­ses. El Dogma Socialista de Echeverria nada tiene que ver con la doctrina marxista, pues sostiene la propiedad privada y los fueros del sentimiento religioso como lo comprobara quien lo lea. "Socialista", en aquella época, es palabra que se usaba para nombrar la solidaridad social, por sobre el individualismo, las clases, los partidos, las regiones y los gremios, en un amplexo romántico que a todos los refundía en la libertad humana dentro de la Nación. La enfiteusis y la reforma eclesiástica de Rivadavia, caben dentro de la economía democrática y del patronato nacional. A esta misma familia- donde pertenece el liberalismo de Mitre, que laicizó comentarios, de Sarmiento y Roca que laicizaron las escuelas; de Juárez Celman que laicizo la familia. El único publicista y gobernante argentino que expresa ideas sociales mas o menos influidas por Prudhon y los románticos (no por Marx), fue Mariano Fraguiero que en su libro intitulado Organización del crédito publico, planeo, poco antes de la Constituyente, una organización económica del Estado totalmente fundada en la nacionalización de las funciones de crédito y distribución; pero después de la Constituyente, Fragueiro fue ministro de hacienda de Urquiza, y organizo el Estado sobre las ideas que Alberdi expuso en el Sistema Económico y Rentístico de la Constitución, que es el de la libre competencia y la propiedad privada, en todas las funciones de producción, distribución y consumo. Cincuenta años después del libro de Fragueiro, el doctor Juan B. Justo fundador del Socialismo en nuestro país, tradujo El Capital de Marx y en esa teoría inspiró al doctor Justo su libro Teoría y practica de la historia así como las conferencias y trabajos con que logro organizar aquí la clase obrera en un partido político. Tal es la verdadera cronología del marxismo en nuestro país. Algunos obreros alemanes e italianos fueron aquí los fundadores de nuestro socialismo portuario.
De Moreno que defendió los derechos del hombre; de Monteagudo que escribió sus "aristócratas en camisa", de Rivadavia que fundo la enfiteusis, de Echeverria que divulgó los primeros atisbos de la democracia social; de Vélez Sarsfield que abogo por el Patronato civil sobre el poder eclesiástico, de Sarmiento que pugno por la educación popular, de Alberdi que combatió el militarismo sudamericano, de Fragueiro que abogo por la nacionalización del crédito y la circulación de la riqueza, de Avellaneda que preconizo la división de los latifundios; de los que fundaron el Estado laico y trabajaron por la elevación economiza y cultural de las masas, podemos edificar una doctrina sistemática donde sur­ge de nuestra evolución nacional y no se detiene ante ninguna de las consecuencias que la economía moderna puede exigir para una organización mas justa de la vida.
Ahora vemos claras algunas ideas que necesitábamos clarificar: el partido socialista no puede ser el instrumento de la revolución social, porque ha entrado en el ambiente del liberalismo burgués, ni puede ser el instrumento de la reforma nacional porque su doctri­na –materialista es internacional como su himno y su bandera. Por otra parte el socialismo argentino se re­duce como caudal de electores a la Capital y a una que otra comuna, de modo que, siendo una minoría, no puedo dar soluciones de orden general, como se ha visto en las elecciones de 1931. A pesar de estar excluido el radicalismo, no alcanzo a substituirlo, aunque la mayoría del pueblo era adversa a los candidatos de la oligarquía. No lo consiguió ni mediante su alianza con la burguesía rosarina. La negativa de los socialistas a constituir en Buenos Aires la legislatura elegida el 5 de abril cuya legitimidad no obstante reconocen, es un síntoma claro de su actitud contemplativa ante la situación creada mediante la coacción y el fraude por la política reaccionaria que venció el 8 de noviembre de 1931. El futuro desarrollo del partido socialista será contenido por el radicalismo de mañana, si este acierta a reemplazarlo con un programa de reformas que satisfaga las necesidades obreras.































Fuente: El Radicalismo de Mañana de Ricardo Rojas, 1932
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viernes, 2 de septiembre de 2011

Ricardo Rojas: "La Universidad y la Cultura Argentina" (1921)

Sinopsis

Conferencia pronunciada por el Dr. Ricardo Rojas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacionalde de Buenos Aires al cumplir el centenario de dicha Universidad.





























Link: "LA UNIVERSIDAD Y LA CULTURA ARGENTINA"
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miércoles, 25 de mayo de 2011

Ricardo Rojas: "Genesis del Radicalismo" (1932)

La primera vez que el pueblo apareció en nuestra historia desplegando una acción victoriosa de espirita innegablemente radical, fué cuando las invasiones in­glesas.

Durante la jornada de la Reconquista, el pueblo de Buenos Aires se presentó en la escena virreinal como un personaje nuevo, capaz de su propia liberación, por una de esas inspiraciones del instinto en la hora del peligro.


El pueblo, despertado por la agresión extranjera, corrió a suplir la deserción oficial, removidas en su tierra y en su carne las raíces de su ser: raza, hogar, tradición y esperanza. Fué menester una conmoción tan profun­da para que la ciudad, humildemente criada en tres centurias de dependencia colonial, viera a sus muche­dumbres alzar por su voluntad un virrey democrático a quien sentó en el sitial del virrey fugitivo. Armados los criollos para la improvisada empresa militar, adquirie­ron la conciencia de su fuerza creadora y "los patricios" quedaron apercibidos para ulteriores hazañas. El pue­blo, entre tanto, celebró su triunfo en entusiastas odas y letrillas irreverentes. Así triunfó, cantado por los poetas, el genio de lo que, andando el tiempo, habría de tomar el nombre de radicalismo en la historia argentina.

En mayo de 1810, el pueblo de Buenos Aires reapa­rece en la Plaza de la Victoria, para otra más rotunda y decisiva acción de tipo radical.


Puesto que el rey Fernando ha perdido el trono, el pueblo debe asumir la soberanía de sus colonias. Esa es la tesis en el debate jurídico del Cabildo Abierto y esa es la doctrina con la cual se depone al representante local del rey, para fundar aquí gobierno propio. Lo que así se consuma habrá de comunicarse a los demás cabil­dos del virreinato, a fin de que envíen sus diputaciones representativas, mientras el pueblo transformado en ejér­cito libertador saldrá de Buenos Aires llevando el men­saje de nuestra independencia hasta los últimos térmi­nos de la tierra. Aunque en el episodio hubo logias di­rigentes, hábiles doctores, agentes militares y proceres intrépidos, en todos ellos, así como en los cabildantes que eligieron la Primera Junta, alentaba esa misteriosa fuer­za espiritual que sube de las entrañas del pueblo. La pa­tria nació de ella.


Rivalidades personales en el seno de la Junta, ano­malías de su constitución cuando se le incorporaron los diputados provinciales, intrigas dilatorias en la instala ción del primer congreso, quejas de los cabildos medite­rráneos contra hegemonías de la capital, disertaciones li­berales en las gacetas y en los clubs sobre la soberanía del pueblo y los derechos del hombre, fueron, en los dos pri­meros años de la independencia, claras señales de la opinión pública que empezaba a formarse y de nacien­tes partidos internos cuyos matices han perdurado hasta hoy en la política argentina. De allí arrancan dos ban­dos antagónicos en la manera de conducir nuestra evolu­ción nacional: el uno oligárquico y retardatario, el otro dinámico y popular. Este último es el que da filiación al radicalismo, pues a aquellos fastos lo remontan do­cumentados antecedentes históricos.


La renuncia de Moreno, el proceso de Castelli, la destitución de Belgrano. así como la creación del triun­virato, el no2nbramiento de las juntas subalternas, la opresión de los cabildos y la disolución del primer Con­greso por acto despótico del triunvirato Tcacionario, muestran los conflictos de la tendencia radical de nues­tra democracia con los obstáculos que le oponía la reacción oligárquica, ya entonces bien definida. Aquella quería romper con Fernando VII, reunir la representación po­pular, oir a las provincias, fundar, en fin, la soberanía democrática; mientras la reacción oligárquica oponía a la briosa tendencia radical, dilaciones y transacciones. En sus profundidades, ese antagonismo era la lucha de las jerarquías virreinales, de sus rutinas centralizado - ras, sus vanidades aristocráticas, sus intereses egoístas; de todo cuanto constituía la colonia teocrática y monopolista, en pugna con el nuevo orden en que asentarían su li­bertad las naciones americanas.


Don Vicente Fidel López, en su ya citado Manual, que deliberadamente cito por ser libro corriente en nues­tros colegios, describe las dos tendencias que desde 1810 dividieron a la revolución de Mayo, personificándola en Saavedra y Moreno con las siguientes palabras:


"El coronel Saavedra, nacido en Potosí, era ciertamente tambien hombre de juicio, bondadoso también, pero de pocas luces, de escaso talento y muy envanecido por el valer de su familia, con ser coronel de patricios, cu­yas glorias se atribuía con candor, y dueño de la fuerza armada sobre - cuya potencia reposada la tranquilidad y ía grandeza futura del país. Todo esto lo ponía a dispo­sición de los adulones que lo rodeaban para sacarle em­pleos y grados inmerecidos; al mismo tiempo que lo po­nía de punta con Moreno, cuyos talentos lo molestaban. El uno consideraba la revolución de Mayo como obra suya, de lo que. podía usar para gobernar con boato en nombre de la majestad pública de la patria y como su­cesor nato de los virreyes. El otro quería algo más que eso: formar cuanto antes una constitución con poderes electivos, porque el movimiento de Mayo era una revo­lución social y no un simple cambio de autoridades per­sonales. Este era el conflicto que el Deán Funes se pro­ponía. aprovechar para entrar en la junta y predominar en el gobierno".


Aunque nosotros atenuemos el juicio sobre Saave­dra, su antagonismo con Moreno existió y tuvo los ca­racteres sociales que López le atribuye. López escribía historia tradicional, recogiendo los testimonios de su padre, el autor del Himno, que actuó en aquella época. De ahí el tono un tanto familiar de sus pintorescas alu­siones, que parecen de nuestros días. El cuadro de 1810 sé restaura hoy: de un lado el militar engreído rodeado de adulones; del otro el conductor civil de una revolución social; y en medio el doctor leguleyo, diestro en amañas para acomodarse con el gobernante que empuñaba la es­pada.


Aquella tendencia militar, centralizadora y cortesana, que se llamó de los "saavedristas" en la primera hora, se llamó de los "directoriales" cuando se creó el Direc­torio,* y de "los unitarios" cuando el Directorio hizo cri­sis. Sus prejuicios de casta, de autoridad y europeris- mo, tendieron a organizarse en oligarquía, hasta suble­var con sus atropellos y errores el instinto de las masas.


La otra tendencia, la iniciada por Moreno, fué más civil y buscó alentar en la opinión pública; fundó bi­blioteca, prensa, clubs, escuelas y congresos; persistió en los cabildos primero y en las legislaturas después, co­mo antagonista de la oligarquía reaccionaria y armada.


No es difícil reconocer en una y otra de ambas fuer­zas en lucha, la génesis del radicalismo y de los partidos conservadores que aun lo combaten, según lo veremos cla­ramente en otras páginas de este ensayo.





























Fuente El radicalismo de mañana de Ricardo Rojas,1932.
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martes, 14 de diciembre de 2010

Noticias Gráficas: "Reportaje a Ricardo Rojas" (10 de octubre de 1931)

La aparición de don Ricardo Rojas en el escenario po­lítico, ha causado no poca sorpresa en los círculos docentes y universitarios a los cuales tan íntimamente, desde hace treinta años, se halla vinculado el ex rector de la Univer­sidad de Buenos Aires.

Doctor "honoris causa" de las Universidades de Bue­nos Aires, San Marcos de Lima y Río de Janeiro; miem­bro honorario de diversas academias de E. Unidos, Francia, España, Méjico, Venezuela, Uruguay, Perú y Brasil: miem­bro de la Legión de honor y de la Societé de Gens de Let- tres de París y otras instituciones científicas y literarias del país y del extranjero, y dueño por añadidura de un enor­me bagaje cultural y de una erudición profunda en las di­versas disciplinas mentales a las que se halla entregado, la espectativa pública despertada alrededor de este nuevo aspecto del ilustre docente, es grande y justificada.

Fuimos, por esta circunstancia a verlo, deseosos de es­cuchar su juicio no sólo sobre la actualidad política argen­tina, sino también sobre una cuestión que nos pareció in­teresante: por qué causas Ricardo Rojas dejaba interrum­pida su labor literaria, y se lazaba a los sinsabores e in­quietudes de la política activa, en circunstancias tan an­gustiosas como las presentes.

Lo hallamos en su residencia de la calle Charcas, entre­gado a sus libros. Con su cortesía habitual nos recibió y lue­go de conocer nuestro deseo, nos hizo un breve exordio a propósito de los primeros años de su juventud y de su vi­da, cuando su padre, don Absalón Rojas, llenaba con su ac­tuación política, todo un capítulo de la historia de Santiago del Estero, su provincia natal. Entrando de inmediato en materia, le preguntamos:

—¿Ha actuado Ud. antes en política?

—Nunca, — respondió Rojas. — He llegado a esta altura de mi vida, sin haber actuado jamás en ninguno de nues­tros partidos, absorbido como estuve durante 30 años por mi obra de publicista y profesor en la que entendí servir a la formación de nuestra conciencia nacional. Así habrían seguido transcurriendo mis días, en el retiro del estudio que no fué torre de marfil para mi deleite, sino atalaya de piedra para mi ansiedad, a no ser la crisis profunda que hoy amenaza nuestras instituciones vitales. Mi labor do­cente, me ha mantenido siempre en contacto con la juven­tud y mis libros dejan ver que siempre estuve asomado a la alamena, oteando el horizonte, con la esperanza puesta en el mejoramiento civil de nuestra patria.

—Muy bien doctor — respondimos nosotros mientras ad­miramos el purismo oral de nuestro entrevistado. Pero nos trae aquí, entre otras cosas, una pregunta concreta, de co­mún interés para nosotros y para una gran parte de la opinión que en estos momentos no acierta a explicarse cómo no sólo ha ingresado Vd. a la política haciendo un paréntesis extraño a la labor del aula y al estudio, ? Ud. también cómo ha ingresado al radicalismo. ¿Podría contes­tarnos a esto último? Sería interesante.

—La explicación — nos dice el doctor Rojas en seguida» — es muy sencilla: la tiene usted en lo que acabo decirle. Desde hace un año, he sentido de un modo patético el drama actual de nuestra ciudadanía. He creído, que po­daría ser una actitud egoísta el mantenerse en el retraimien­to; y en caso -de optar por un instrumento de acción social, he debido elegir un partido entre los que existen y he ido al radicalismo por la lógica de mi doctrina anterior. El ra­dicalismo es, por su latitud geográfica, por su filiación his­tórica, por su fe en el pueblo, por su emoción nacionalista y por su probado espíritu de resistencia a la adversidad, una fuerza cívica que, debidamente adoctrinada y conducida, ha de ser un baluarte de la nacionalidad y de la justicia social en esta época.

El doctor Rojas, se acomoda los anteojos, hace una pau­sa, respira, y va a continuar hablándonos. Pero, le inte­rrumpimos.   
           
—¿Y no le han detenido en este extraño episodio de su vida los cargos de todo orden que se hacen al Partido Radical?

—No, señor. Cualquiera que sean los errores individuales de los hombres, el radicalismo, estoy cierto, es una fuerza espiritual que resume al pueblo argentino con todos sus vicios y todas sus virtudes. Los adversarios del radicalis­mo, pueden hacerle cargos, pero el radicalismo puede acu­sar a sus adversarios, de haber abusado de la fuerza, de haber suprimido la ley y de haber negado la tradición na­cional.

No hay, continúa diciéndonos el doctor Rojas, partidos de ángeles en ninguna parte y no es posible crear partidos vi­vientes desde un escritorio. La política, entiendo, es un ar­te de realidades, y debemos tomar la realidad argentina como hoy se nos presenta, tratando de modelarla con inte­ligencia y honradez. La exposición de estas ideas, agrega, me requiriría largo tiempo; pero, puesto que debo abreviar, solo le digo que yo no podría ir sino a un partido que tu­viese la bandera nacional, la cenestesia geográfica de nues­tro territorio, el sentimiento de nuestra continuidad histó­rica, la simpatía interna de sus miembros por una fusión de profesiones, clases y regionalismo, en el amor del pueblo y en el propósito de su mejoramiento. Este es, pre­cisamente, el espíritu del radicalismo. Ensambla, por añadi­dura y sin esfuerzo, con la doctrina que he expuesto siem­pre en mis obras.

En lo más álgido de la conversación, el doctor Rojas nos deja unos segundos. Debe atender un llamado de su esposa, que le anuncia un mucamo. Oteamos — como dice el maes­tro — y observamos un mueble que contiene sus libros ori­ginales, las ediciones críticas o de divulgación de docu­mentos y autores argentinos. Allí está, por ejemplo, "La restauración nacionalista", en que planteó, hace más de 20 años, la crisis de nuestro cosmopolitismo; el "Blasón de Plata", en donde evocó la génesis de nuestra raza; la "Ar- gentinidad", obra en la que dió nombre y contenido a nues­tra vocación democrática; "Eurindia", donde exploró las más remotas zonas estéticas del espíritu americano. En ese mueble, están también "Los gauchescos'', fuente popular de nuestra emoción literaria, "Los coloniales", "Los proscrip­tos' y "Los modernos", panorama este último de nuestro actual individualismo. Allí están, su historia de la bandera, del Escudo y del Himno y de la Constitución; allá "El país de la selva" y las odas en que canta a la fraternidad civil de los extranjeros residentes; y las obras de Moreno, en fin, de Monteagudo, Echeverría, Mitre, Sarmiento, López y Alberdi, que Rojas ha reeditado y comentado y popularizado con el noble propósito de dar arquitectura al ideario argen­tino.
                                                                                                                               ,
Pero, el doctor Rojas entra en ese instante, y nos sor­prende revolviéndole su biblioteca.
Un poco avergonzado de nuestra curiosidad, buscamos al­guna frase para salir del paso:
—¿No le parece, doctor, que todo este bagaje va a serle una carga demasiado pesada para desempeñarse en las nuevas actividades a las que acaba de darse?

—No lo creo, — nos contesta inmediatamente. — Antes al contrario, pienso que esos libros, explican todavía más mi actitud. Y le dan, por añadidura, un rumbo doctrinario. He estudiado mucho el pasado, pero me he orientado siem­pre hacia el porvenir, Ardua es, y urgente, la atención que hoy reclama la crisis económica; pero creo necesario en la presente crisis de los perennes ideales argentinos, que re­suenen de nuevo, los ecos del antiguo mensaje. Como en 1837, necesitamos reencender las antorchas de 1810 y com­pletar el ideario de 1853, con otro nuevo, acomodado a las necesidades presentes. Esa, es la misión actual del radica­lismo. Su primera jornada, la del Parque, fué superada por su segunda, la de la ley Sáenz Peña, y ésta ha de ser su­perada en una tercera etapa con un contenido de ideas que el partido desea asimilar, para animarlas con su inextingui­ble sentimiento patriótico.

No puede ser sino un magnífico instrumento para ello, un partido que reúne en su seno, identificándose con la Nación —- prosigue Rojas, entusiastamente — a los nietos de nuestros próceres fundadores y a los hijos de los modernos inmigrantes, al obrero manual y al estudiante universitario, al chacarero de la pampa y al peón de la puna, como si fuera un compendio de nuestro suelo, nuestra raza y nuestra historia.

Al llegar a este punto de su peroración, el doctor Rojas, para encender un cigarrillo, hace un alto. Lo aprovechamos, para intercalar en el diálogo una nueva pregunta:

—¿Y sobre la actualidad política podría darnos alguna opinión, doctor?

—Creo, nos contestó, luego que le concretamos mejor nuestro deseo, que es un error reducir la política la maña de ganar elecciones por cualquier medio; que es un error también pretender resolver los problemas morales de una sociedad por medio de la fuerza, y que es un error, de la  misma manera, dividir al país en réprobos e inmaculados porque todos los hombre» de un mismo ambiente se parecen. 

Es un error, continúa el doctor Rojas, agravar las crisis económicas con caprichos pasionales. Es un error querer medir la acción histórica por las anécdotas del día. Debemos elevar los corazones y elevar el pensamiento, si queremos evitar a la República, tremendas calamidades. Un éxito actual, puede llegar a ser un fracaso histórico. El odio es siempre mal consejero.

—¿Y tiene Vd. fe en las nuevas generaciones argentinas para acometer la magna empresa con la que Vd. sueña?

—Tengo fe en la juventud, y en las clases laboriosas. — En los ociosos y en ciertos personajes anacrónicos, tengo muy poca fe. Los ociosos, no se dan ni siquiera el trabajo de pensar, que es un arduo trabajo. Los anacrónicos es­tán cargados de prejuicios y rencores. La nueva empre­sa, así, es de las nuevas generaciones y de los obreros, si saben referirse a un proceso histórico anterior, y captar la realidad presente y planear con claridad la obra futura. De ello nacerá la Argentina mejor que todos anhelamos, pero que algunos andan buscando por caminos extraviados. Esta es hora de maestros y de trabajadores. No es hora de enredar ni de destruir: sino de clarificar y edificar. Es, en una palabra, hora de juventud.

—¿Qué opina usted del veto y de la anulación de las elecciones de Buenos Aires?

—Que son el máximo error de este momento político. He dado una opinión más explícita en el seno del Comité Ejecutivo del partido, y espero el pronunciamiento de la Convención Nacional ya convocada. Estoy seguro de que ella sabrá interpretar los sentimientos del radicalismo y las necesidades morales de la Nación en esta grave emergen­cia. Cualquiera que sea la solución de los próximos comi­cios, esos decretos sólo podrán engendrar una nueva anor­malidad. Todo ello va en contra del radicalismo, y ya le he dicho que el radicalismo es el cauce de todas las fuerzas dinámicas de la Nación. Observe usted que hasta los can­didatos adversarios han tenido filiación radical. Sin esta divisa, nadie espera ser escuchado por el pueblo.

El odio a la ley Sáenz Peña, sigue diciéndonos el doctor Rojas, proviene de que ya no se puede arriar votantes co­mo acémilas. Don Indalecio Gómez, dijo en el Congreso, que esa ley esterilizaría la matriz oficial para engendrar gober­nantes. Hoy lo saben todos los ciudadanos, conocen un ins­trumento que el pueblo maneja desde hace cuatro lustros y la ley anda ya en coplas del folklore montañés: en los valles de Humahuaca, se canta, por ejemplo, que recuerdo ahora:

                               En el cuarto oscuro
                                         Vidalitá
                               No. manda el patrón
                                  Cada ciudadano
                                         Vidalitá
                                Tiene su opinión.

Claro es, agregó, que esto no les gusta a ciertos patrones; pero el pueblo sabe, sin embargo, cuál es camino. La reacción, a la larga, fracasará.

El Dr. Rojas, incansable, enciende un nuevo cigarrillo se mesa el cabello y continúa:

"El espíritu romántico de la Argentina heroica, incorporará en las formas técnicas de una Argentina moderna llena de vigor". Tengo profunda fe en el de nuestra patria a pesar de las transitorias calamidades  Como lo le dicho otra vez, "la democracia nosotros un tema dialéctico, sino una entraña vital. De ella hemos nacido como entidad histórica".

Mientras Ricardo Rojas hablaba, observamos sobre el escritorio, dos libros en inglés: "Social Pischology’. Nos parece de Bernard), y otro de Murray Buttler, presidente de la Universidad de Colombia. Ambos tenían una dedicatoria para el maestro.

—¿Le interesan? nos pregunta.

—No tanto como eso. Mirábamos no más.

—Son dos libros de mucha enseñanza. Uno a través de ellos, y se admira de ver, cómo pueblos civilizados, y se asombra también de ver entre nosotros, se quiere recaer en los procedimientos impropios y de fuerza, de épocas preconstitucionales. Son antagonismos de la idea y del instinto que la política ética deberá reducir y superar.

Nos vamos a retirar. — ¿ Y sus trabajos literarios Doctor ?

—Tendré que interrumpirlos. Guardo varios libros ineditos. Algunos inconclusos. Durante este último año, de disciplina ascética, he estado escribiendo una Vida del General San Martín». Muestro en él, cómo, San Martín, el moralista de la espada...

Y agregó:

—Debía realizar también, un viaje por el extranjero una gira de conferencias, invitado por la Academia de Letras del Brasil, la Yale University de E. Unidos, y las Universi­dades de Madrid y París. Se me costeaba el viaje, para que hablara de temas argentinos; pero debo desistir de esa campaña. Otros deberes hay para los ciudadanos dentro del país en este momento. Por eso, he aceptado la candidatu­ra que espontáneamente me ha ofrecido el Partido Radi­cal, por el voto directo de sus afiliados.









Fuente: REPORTAJE AL DR. RICARDO ROJAS  EN "NOTICIAS GRÁFICAS",10 de octubre de 1932. En "El Radicalismo de Mañana" de Ricardo Rojas, 1932
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Ricardo Rojas: Definición de la palabra “RADICAL” (1932)

 La palabra radical, en nuestra lengua, proviene de la voz latina radix, que significa raíz.

 Es la raíz el órgano de la planta que se hunde humilde y firmemente en la tierra para alimentar al árbol que crece hacia la luz, haciendo, con sus jugos nutricios, leña útil en el tronco, sombra amiga en el follaje y simiente prolífera en el fruto.

De esa misma etimología (radix, radicis) –derivan otras voces tales como raigal, sinónimo de radical; radicar, sinónimo de arraigar;  y raigambre, conjunto de raíces unidas entre sí, con lo cual se ahincan más tenaces en la tierra.

Por traslación figurada, raíz puede significar, asimismo, tanto como sustentáculo, pie, base y origen de las ideas o las cosas. Cuando decimos bien raíz, nombramos a la tierra con todo lo en ella edificado y plantado. Así se han formado ciertas frases usuales, como echar raíz, que es persistir, y arrancar de raíz, que es descuajar. Por análogas metáforas, se llama raíz o radical: en matemáticas, al número que se potencia por sí mismo para dar otro determinado; en química, a un grupo de átomos que es la base de otros cuerpos; en gramática, a la parte esencial de un vocablo, separada de sus prefijos y sufijos.

 Todos esas imágenes van implícitas en la palabra radical, que los diccionarios definen como “lo perteneciente o relativo a la raíz” y, figuradamente, como “lo fundamental o de raíz”, según lo son las cosas de la tierra, de la raza, del pueblo, fundamentos de origen o subsistencia para una nación.

En virtud de ello los léxicos dan también la acepción que dicho nombre ha tomado en la política de los pueblos modernos, y el de la Real Academia la define así:

 Radical----- Partidario de reformas extremas, especialmente en el sentido democrático.

 Pues el radicalismo tiene su raíz en el pueblo y quiere arrancar de raíz las instituciones, costumbres e ideas nocivas al pueblo.

Cuando digo pueblo -----palabra tan vituperada por los oligarcas y tan explotada por los demagogos ----- entiendo referirme, no a la sociedad con sus clases estáticas ni a la muchedumbre con sus pasiones dinámicas, sino a lo que el viejo derecho llamaba “el común”, conjunto de seres humanos que necesitan vivir espiritual y corporalmente unidos en la biología y en la historia por la comunidad del suelo y de las instituciones.






























Fuente: El Radicalismo de Mañana por Ricardo Rojas, Buenos Aires, L. J. Rosso – Editor, 1932


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