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lunes, 18 de marzo de 2019

Marcelo T. de Alvear: "Visita a la Ciudad de Azul" (13 de octubre de 1935)

En mi larga vida pública he tenido muchas oportunidades de ponerme en contacto con la masa partidaria del país, pero muy contadas veces me ha sido dado presenciar un espectáculo como en el que en este momento ofrece esta sala, donde se suma al número impresionante de la concurrencia un ambiente de entusiasmo cívico verdaderamente excepcional.

Es ésta efectivamente la primera oportunidad en que llego al Azul en misión política: pero hace cuarenta años llegué aquí por primera vez vistiendo el uniforme militar, en viaje para Curumalán, cuando el país estaba amenazado por un conflicto internacional. Hoy no hay ningún peligro extranjero, no hay nada que amenace la paz exterior, pero el país mismo se halla abocado a una grave situación interna y vengo a esta ciudad vistiendo el uniforme interior de demócrata convencido, que lucha por los ideales de la libertad, acompañado de una prestigiosa caravana cívica.

Vengo a rendirle a la gran provincia de Buenos Aires un homenaje que le debía, porque fue precisamente aquí donde se dio la clarinada del 5 de abril, en una jornada que constituyó un triunfo nacional, que hizo tambalear a la dictadura, que se vio obligada a suspender los comicios ya convocados en otras provincias, para evitar que sus secuaces corriesen la misma suerte que en Buenos Aires.

PACIFICACIÓN DE LA FAMILIA ARGENTINA

Pasó la dictadura, que desapareció víctima de la reacción popular frente a sus duros desaciertos y desmanes; pero antes de retirarse, el dictador [Uriburu] impuso un sucesor en el mando y así surgió en comicios que la opinión pública ya ha juzgado definitivamente el actual gobierno nacional [general Justo]. Este gobierno atento quizás más que a las sugestiones tiene interés en conservar posiciones que no hubiesen obtenido en elecciones libres, que a los problemas reales del país, que exigen como fundamento de cualquier política la pacificación de la familia argentina, sigue sordo a las solicitaciones de la opinión nacional. Se sancionan en diversos estados argentinos y especialmente en esta provincia de Buenos Aires, leyes que abochornan a los que en ella hemos nacido, y el presidente sigue indiferente a los reclamos populares, ocupado en soslayar las dificultades que le crean sus propios amigos. Hay que creer que cuando levanta sus preces al Altísimo, el Altísimo no le escucha, porque si le oyera habría de responderle: ‘Presidente de los argentinos, la cruz es el símbolo de la paz y la invocáis sin hacer nada por la paz de los argentinos’.

Cuando formulo al gobierno las ásperas censuras que la situación exige, no puedo dejar de decir que lo hago con amargura, porque siento la terrible gravedad de este momento y no sólo hablo como hombre de partido, porque antes que radical soy argentino. Tanto antepongo los intereses de mi país a los de mi partido, que yo, que le he entregado la mayor parte de mi vida, renunciaría a mi credo radical si supiera que este enorme sacrificio puede hacer recobrar a la República la paz que ha perdido y la dignidad vulnerada por los últimos sucesos.

Señores: os afirmo la seguridad de que haré cuanto esté en mis manos hacer para que mi pueblo pueda reconquistar la paz y retomar el rumbo hacia los grandes destinos que la historia le señala.

UNA SOLA VELA Y OCHO TIMONELES

Mal camino se sigue cuando se sube al gobierno sin un propósito definido, claro; sin haber planeado las soluciones, por lo menos, de carácter general, que exigirán las circunstancias bajo las cuales toca gobernar. Si así no se procede, se corre el grave riesgo de que, llegado el caso, el mandatario se deje llevar por las pasiones del momento, sin poder rehuir la gravitación perniciosa de los intereses, a menudo inconfesables, que se tejen en torno a los gobiernos cuando ellos no han surgido de la expresión auténtica de la voluntad popular. Por desgracia, eso, precisamente, le ha pasado al general Justo. Llegó al gobierno sin criterio único, sin concepto claro del momento, sin un propósito homogéneo. Fue conservador en Córdoba con Roca, durante su gira de propaganda preelectoral, y fue antipersonalista con Matienzo en Tucumán, y fue socialista independiente con Pinedo en Buenos Aires. Y, al fin y al cabo, no pudo ser ni fue ninguna de estas cosas, porque no se puede ser y no ser al mismo tiempo. Esta situación hubo de reflejarse de inmediato en la gestión de este gobierno. Dice un escritor que el gobierno del Estado es como una nave que tiene ocho velas y un solo timonel; el caso nuestro, el gobierno es un barco con una sola vela, el presidente de la Nación, y ocho timoneles, que manejan cada cual según sus propias inspiraciones o intereses.

LA ECONOMÍA DIRIGIDA

Esa no es una crítica infundada, como veremos enseguida. Tomemos un ejemplo. Al iniciarse el Ejecutivo actual, la cartera de Hacienda estaba en manos de un hombre, cuyo acierto o desacierto no nos interesa juzgar en este momento. Pero sea como fuere, tenía ideas netas sobre los propósitos que perseguía, mantenía una tesis, equivocada o no, seguía un rumbo claro y trataba empeñosamente de realizar su pensamiento. Pero llega un momento en que, por motivos que no es del caso analizar, ese ministro abandona su cartera y el presidente lleva al ministerio a un hombre joven que había adquirido reputación de versado en economía política y financiera a través de múltiples lecturas, aunque esto no significa que conociera la materia. Y bien, ese nuevo ministro, de la noche a la mañana, como si no existiera el presidente de la Nación, que es el único que constitucionalmente debe marcar rumbos a la política de país, cambia de arriba abajo la orientación de su antecesor, deshace todo lo hecho, desanda el camino andado, se improvisa en mantenedor de curiosas teorías de economía dirigida, excelente quizás para un curso universitario, pero inaplicables para experimentar en la carne del país, que debe pagar las consecuencias de los vehementes ensayos ministeriales. Y para colmo de males, nos regala con su economía dirigida una política dirigida, consecuencia natural de aquélla, sin apercibirse, o simulando no apercibirse, de que este camino conduce directamente a la dictadura política. Este es uno de los ejemplos más concluyentes de la desorientación gubernativa nacida de la imprecisión de las ideas presidenciales.

LA TRAPISONDA DE CORRIENTES

Tomemos otro caso. Detengámonos un momento en el Ministerio del Interior, que desde el primer momento fue ocupado y sigue ocupado por un catedrático de la Facultad de Derecho, que durante largos años ha ido comunicando sus ideas a las jóvenes generaciones de estudiantes, inculcándoles el respeto a las leyes, a la Constitución y a las instituciones democráticas de la República. Llega ese hombre al alto cargo y desde sus primeros pasos en la gestión ministerial, proclama a los cuatro vientos su tesis de absoluto respeto a las autonomías provinciales, a cualquier costo, a cualquier precio. Hasta se pudo llegar a creer que era sincero y, sobre todo, consecuente consigo mismo, con sus propias ideas.

Se producen los escándalos sin ejemplo en la provincia de Corrientes: el ministro se queda impasible, en nombre del respeto a la autonomía de los Estados federales. Se viola descaradamente en Buenos Aires la auténtica voluntad del pueblo con leyes que avergüenzan a la democracia, que vulneran la dignidad del ciudadano; pero el ministro se mantiene inconmovible, impertérrito, aferrado a su doctrina autonomista a todo trance. Bien: algunas semanas después, uno de los pocos Estados argentinos gobernados con decoro, Santa Fe, convoca a elecciones de renovación gubernativa para el 3 de noviembre. El ministro se apercibe que sus amigos están absolutamente perdidos en aquella gran provincia; que el triunfo, en cualquier caso, pertenecerá a la oposición, e inmediatamente, sin asomo de escrúpulos, fundamenta y firma un decreto de intervención, que se lleva a cabo a tambor batiente y que constituye uno de los más graves atentados institucionales de que se tenga memoria en nuestros anales políticos. El ministro, el catedrático de Derecho, el maestro de la juventud, cambió su rumbo de la noche a la mañana, sin tomarse siquiera la molestia de explicar al pueblo las razones de ese cambio. En este caso, no hubo crisis de Ministerio, no hubo cambio de ministerio, sino simplemente un ministro que en pocas horas ha cambiado de criterio y hasta de personalidad.

Pero, hablemos claro: todo eso quiere decir que cuando están en juego pequeños intereses, se olvida las ideas y doctrinas, y hasta se pasa por alto la trapisonda inmoral de los votos transeúntes de Corrientes, que, como dijera con tanta espiritualidad mi gran amigo Tamborini, han venido a probar que, en las elecciones de esa provincia, lo único transeúnte fue la vergüenza.

¿ADÓNDE VAMOS?

¿Adónde vamos? ¿Adónde quieren llevar al país por este camino? ¿Es que creen los hombres del gobierno que con tales actitudes podrán fabricar pueblo que les acompañe? Y para colmo de males, ¿se quiere complicar al Ejército de la Nación, en semejantes maniobras? ¿Cómo es posible que un general de la Nación, desde la primera magistratura de la República, quiera hacer servir mansamente a las instituciones armadas en la realización de tales propósitos? Ese es un agravio que no merece nuestro Ejército y nuestra Armada, que tienen una larga y honrosa tradición en la historia constitucional de la República; que desde la hora de nuestra organización nacional no se han prestado nunca para los menudos menesteres de la politiquería. Yo, que no soy militar pero que siento en mi corazón el honor del Ejército, por razón de tradiciones y por la propia modalidad de mi espíritu, no puedo admitir la posibilidad de semejante agravio.

Desde mi cargo de Presidente de la República he hecho todo lo que estaba a mi alcance para fortalecer las instituciones militares, para enaltecer su dignidad y su prestigio ante la Nación, y, como las conozco, no puedo creer que sus armas sirvan para sojuzgar las libertades ciudadanas, ni mucho menos para imponer subalternos intereses de grupos o clases, en detrimento de los superiores intereses del pueblo entero.

CUMPLIREMOS CON NUESTRO DEBER

Ciudadanos: en la próxima jornada del 3 de noviembre [1935, elección en la que se impuso Fresco como gobernador; y luego asumió que lo hizo mediante fraude] sabremos todos los radicales cumplir con nuestro deber. Iremos a las urnas, para encontrar en ellas la expresión de la auténtica voluntad popular, y lo haremos con toda decisión. Entretanto, no nos agitemos estérilmente: la agitación es todo lo contrario de la energía constructiva. Si mañana se pretendiera burlar los designios populares, si por el imperio del fraude y el escándalo se tratara de arrebatar al pueblo sus legítimas conquistas y derechos, será llegado el momento de que digamos al pueblo con franqueza, todos los caminos están cerrados; avancemos para abrirlos.

Tened confianza, radicales de Buenos Aires, en los hombres que tienen en esta hora, la responsabilidad de conducir el partido; ellos sabrán afrontar la situación. Triunfaremos, a pesar de todo. Lleguemos ahora hasta las urnas y votemos sin temor. Si de cualquier manera nos escamotean el triunfo, como el 5 de abril [1931], habremos conseguido de todos modos una gran victoria moral, y esa victoria, elaborada por la conciencia nacional, nos servirá de trampolín para saltar mucho más lejos todavía.










Fuente: Diario El Tiempo, 15 al 17 de octubre de 1935; revista Ardeo, N° 20, Azul. [Originales en Hemeroteca Oyhanarte de Azul]. De la serie “Discursos Históricos en la Ciudad de Azul de Marcial Luna.

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