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miércoles, 25 de mayo de 2011

Ricardo Rojas: "Genesis del Radicalismo" (1932)

La primera vez que el pueblo apareció en nuestra historia desplegando una acción victoriosa de espirita innegablemente radical, fué cuando las invasiones in­glesas.

Durante la jornada de la Reconquista, el pueblo de Buenos Aires se presentó en la escena virreinal como un personaje nuevo, capaz de su propia liberación, por una de esas inspiraciones del instinto en la hora del peligro.


El pueblo, despertado por la agresión extranjera, corrió a suplir la deserción oficial, removidas en su tierra y en su carne las raíces de su ser: raza, hogar, tradición y esperanza. Fué menester una conmoción tan profun­da para que la ciudad, humildemente criada en tres centurias de dependencia colonial, viera a sus muche­dumbres alzar por su voluntad un virrey democrático a quien sentó en el sitial del virrey fugitivo. Armados los criollos para la improvisada empresa militar, adquirie­ron la conciencia de su fuerza creadora y "los patricios" quedaron apercibidos para ulteriores hazañas. El pue­blo, entre tanto, celebró su triunfo en entusiastas odas y letrillas irreverentes. Así triunfó, cantado por los poetas, el genio de lo que, andando el tiempo, habría de tomar el nombre de radicalismo en la historia argentina.

En mayo de 1810, el pueblo de Buenos Aires reapa­rece en la Plaza de la Victoria, para otra más rotunda y decisiva acción de tipo radical.


Puesto que el rey Fernando ha perdido el trono, el pueblo debe asumir la soberanía de sus colonias. Esa es la tesis en el debate jurídico del Cabildo Abierto y esa es la doctrina con la cual se depone al representante local del rey, para fundar aquí gobierno propio. Lo que así se consuma habrá de comunicarse a los demás cabil­dos del virreinato, a fin de que envíen sus diputaciones representativas, mientras el pueblo transformado en ejér­cito libertador saldrá de Buenos Aires llevando el men­saje de nuestra independencia hasta los últimos térmi­nos de la tierra. Aunque en el episodio hubo logias di­rigentes, hábiles doctores, agentes militares y proceres intrépidos, en todos ellos, así como en los cabildantes que eligieron la Primera Junta, alentaba esa misteriosa fuer­za espiritual que sube de las entrañas del pueblo. La pa­tria nació de ella.


Rivalidades personales en el seno de la Junta, ano­malías de su constitución cuando se le incorporaron los diputados provinciales, intrigas dilatorias en la instala ción del primer congreso, quejas de los cabildos medite­rráneos contra hegemonías de la capital, disertaciones li­berales en las gacetas y en los clubs sobre la soberanía del pueblo y los derechos del hombre, fueron, en los dos pri­meros años de la independencia, claras señales de la opinión pública que empezaba a formarse y de nacien­tes partidos internos cuyos matices han perdurado hasta hoy en la política argentina. De allí arrancan dos ban­dos antagónicos en la manera de conducir nuestra evolu­ción nacional: el uno oligárquico y retardatario, el otro dinámico y popular. Este último es el que da filiación al radicalismo, pues a aquellos fastos lo remontan do­cumentados antecedentes históricos.


La renuncia de Moreno, el proceso de Castelli, la destitución de Belgrano. así como la creación del triun­virato, el no2nbramiento de las juntas subalternas, la opresión de los cabildos y la disolución del primer Con­greso por acto despótico del triunvirato Tcacionario, muestran los conflictos de la tendencia radical de nues­tra democracia con los obstáculos que le oponía la reacción oligárquica, ya entonces bien definida. Aquella quería romper con Fernando VII, reunir la representación po­pular, oir a las provincias, fundar, en fin, la soberanía democrática; mientras la reacción oligárquica oponía a la briosa tendencia radical, dilaciones y transacciones. En sus profundidades, ese antagonismo era la lucha de las jerarquías virreinales, de sus rutinas centralizado - ras, sus vanidades aristocráticas, sus intereses egoístas; de todo cuanto constituía la colonia teocrática y monopolista, en pugna con el nuevo orden en que asentarían su li­bertad las naciones americanas.


Don Vicente Fidel López, en su ya citado Manual, que deliberadamente cito por ser libro corriente en nues­tros colegios, describe las dos tendencias que desde 1810 dividieron a la revolución de Mayo, personificándola en Saavedra y Moreno con las siguientes palabras:


"El coronel Saavedra, nacido en Potosí, era ciertamente tambien hombre de juicio, bondadoso también, pero de pocas luces, de escaso talento y muy envanecido por el valer de su familia, con ser coronel de patricios, cu­yas glorias se atribuía con candor, y dueño de la fuerza armada sobre - cuya potencia reposada la tranquilidad y ía grandeza futura del país. Todo esto lo ponía a dispo­sición de los adulones que lo rodeaban para sacarle em­pleos y grados inmerecidos; al mismo tiempo que lo po­nía de punta con Moreno, cuyos talentos lo molestaban. El uno consideraba la revolución de Mayo como obra suya, de lo que. podía usar para gobernar con boato en nombre de la majestad pública de la patria y como su­cesor nato de los virreyes. El otro quería algo más que eso: formar cuanto antes una constitución con poderes electivos, porque el movimiento de Mayo era una revo­lución social y no un simple cambio de autoridades per­sonales. Este era el conflicto que el Deán Funes se pro­ponía. aprovechar para entrar en la junta y predominar en el gobierno".


Aunque nosotros atenuemos el juicio sobre Saave­dra, su antagonismo con Moreno existió y tuvo los ca­racteres sociales que López le atribuye. López escribía historia tradicional, recogiendo los testimonios de su padre, el autor del Himno, que actuó en aquella época. De ahí el tono un tanto familiar de sus pintorescas alu­siones, que parecen de nuestros días. El cuadro de 1810 sé restaura hoy: de un lado el militar engreído rodeado de adulones; del otro el conductor civil de una revolución social; y en medio el doctor leguleyo, diestro en amañas para acomodarse con el gobernante que empuñaba la es­pada.


Aquella tendencia militar, centralizadora y cortesana, que se llamó de los "saavedristas" en la primera hora, se llamó de los "directoriales" cuando se creó el Direc­torio,* y de "los unitarios" cuando el Directorio hizo cri­sis. Sus prejuicios de casta, de autoridad y europeris- mo, tendieron a organizarse en oligarquía, hasta suble­var con sus atropellos y errores el instinto de las masas.


La otra tendencia, la iniciada por Moreno, fué más civil y buscó alentar en la opinión pública; fundó bi­blioteca, prensa, clubs, escuelas y congresos; persistió en los cabildos primero y en las legislaturas después, co­mo antagonista de la oligarquía reaccionaria y armada.


No es difícil reconocer en una y otra de ambas fuer­zas en lucha, la génesis del radicalismo y de los partidos conservadores que aun lo combaten, según lo veremos cla­ramente en otras páginas de este ensayo.





























Fuente El radicalismo de mañana de Ricardo Rojas,1932.

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