— ¿Que hacían, entretanto, los argentinos? —preguntara algún
distraído lector.
—Aquí, nada, como ya se ha visto; y en Buenos Aires, mandar
presos al Penal, malbaratar la tierra pública, y murmurar de que los ingleses
se hayan apoderado de Las Malvinas, el otro Archipiélago.
¿Si Las Malvinas no hubieran salido de nuestro dominio, las
tendríamos desiertas como a la Isla de los Estados, o habríamos fundado allá un
presidio, como en Tierra del Fuego? Quizá yo estaría escribiendo en Puerto
Stanley, no en Ushuaia, pues tendríamos allá un lugar de confinamiento mas
adecuado a tal destino, por ser menos fértil que Ushuaia, y mas remoto; uno de
sus asientos en el otro Archipiélago fue llamado Soledad por los españoles...
Las Malvinas son dos islas mayores —la East Falkland y la
West Falkland— separadas por un canal, y en torno de ambas agrúpense islas
menores, que suman con aquellas un área de 16.700 kilómetros
cuadrados, sobre el parallo de Río Gallegos, hacia el oriente del Atlántico. En
el espacio de mar que delimitan los meridianos 60 y 65, quedan incluidas la
Isla de los Estados y parte del archipiélago malvinense, asentados sobre la
misma plataforma continental o Patagonia, a cuyo sistema geográfico pertenecen.
La cuestión de Las Malvinas se enuncia en término
brevísimos, con la sencillez de la verdad: pertenecieron a España hasta nuestra
independencia y pasaron entonces a la soberanía argentina, como Buenos Aires y
todo el territorio patrio. España ejerció actos de dominio reconocidos p»r
Inglaterra en el siglo XVIII y, al suceder a su metrópoli, nuestro país también
los ejerció, hasta el 2 de enero de 1833, cuando Inglaterra desalojo de allí
por la fuerza al gobernador Vernet, que ocupaba su puesto nombrado por las
Provincias Unidas del Río de la Plata. Desde aquel despojo, nuestro país ha
protestado reiteradamente, aduciendo en favor de su derecho razones
geográficas, históricas y jurídicas, fundadas en documentación incontestable.
Apenas producida la insólita ocupación, nuestro gobierno
reclamo de ella ante el gobierno británico. El alegato presentado por nuestro
ministro en Londres, don Manuel Moreno, es la pieza inicial del secular
proceso. Inglaterra mostrose al principio un tanto evasiva en sus dilaciones,
hasta que la insistencia argentina la forzó a una respuesta, firmada el 5 de
mayo de 1842 por Lord Aberdeen, ministro de Relaciones Exteriores; Dicha
respuesta dice así:
"El gobierno británico no puede reconocer a las; Provincias
Unidas el derecho de alterar un acuerdo concluido, cuarenta años antes de la
emancipación de estas, entre Gran Bretaña y España. En lo concerniente a su
derecho de soberanía sobre las Islas Malvinas o Falkland, Gran Bretaña
considera este arreglo como definitivo; en ejercicio de este derecho acaba de
ser inaugurado en estas islas un sistema permanente de colonización; el
gobierno de S. M. B. comunica esta medida al Sr. Moreno al mismo tiempo que su
determinación de no permitir ninguna infracción a los derechos incontestables
de Gran Bretaña sobre las Islas Falkland".
Según se ve, invocase un "acuerdo" concluido con
España antes de la emancipación, para dar apariencia jurídica al atropello;
pero esa chicana se desvanece ante los documentos, porque dicho convenio, que
seria engorroso examinar aquí, importo un reconocimiento de la soberanía
española en Las Malvinas, pues Inglaterra dejo a España cuatro décadas en
pacifica posesión de sus islas y así pasaron a nuestra soberanía.
Como lo anunciara en 1842, Inglaterra emprendió la
colonización de Las Malvinas; aclimato en ellas flora europea y animales
domésticos, edifico casas de piedra en Puerto Stanley, creo una base de carena
y abastecimiento para su armada, y desde allí expandió su influencia sobre
nuestra abandonada Tierra del Fuego, introduciendo ovejas en la pampa fueguina
e iniciando la evangelización de onas y yaganes, a quienes se enseño la lengua
inglesa. Entretanto, nosotros vivíamos en la ignorancia o en la impotencia; sin
marina y con nuestras escasas fuerzas comprometidas en guerras internas o
internacionales, aunque sin abandonar nuestro derecho.
Tranquilizado el país después de 1880, la vieja cuestión se
reanudo durante las presidencias de Roca y de Juárez Celman. En 1887 (Memorias
de Relaciones Exteriores, pagina 91), el ministro Quirno Costa dice:
"Existe pendiente la cuestión relativa a la soberanía
de las Islas Malvinas, que fue reabierta por el Memorándum presentado el 2 de
enero de 1885 al ministro de S. M., Honorable Edmundo Monson, y que este
remitió a su gobierno para su estudio. El ministro de Negocios Extranjeros,
Conde de Roseberg, había prometido a nuestro representante, el doctor García,
ocuparse de este asunto y transmitir su contestación. Empero, su retirada del
Gabinete dejo pendiente la respuesta. Por rota de ultima fecha, el Ministerio
ha reiterado a la Legación en Londres las instrucciones que le fueron enviadas
con fecha 15 de diciembre de 1885,
a fin de solicitar, en el momento oportuno, la
contestación ofrecida".
En la misma Memoria de 1887 se lee un extenso escrito
(paginas 195-278) que don Vicente G. Quesada, nuestro ministro en Washington,
presento al gobierno de los Estados Unidos por actos de violencia que, en 1831,
barcas pesqueras norteamericanas habían perpetrado en aquellas mismas islas; y
aunque este otro asunto sea ajeno a la cuestión con Inglaterra, esa nota
ilustra sobre los títulos de nuestra soberanía.
A pesar de reiteradas gestiones y aun de incidentes
producidos por mapas, estampillas o cartas de ciudadanía, podemos decir que la
cuestión de Las Malvinas sigue pendiente y que se mantiene en sus términos
iniciales. Poco han pesado en el Foreing Office los alegatos jurídicos de
nuestra parte durante un siglo, ni los cuantiosos intereses económicos que hoy
vinculan a Inglaterra y a nuestro país. Inglaterra parece necesitar de aquellas
Islas en la mecánica de su imperio marítimo, como se vio en combates de la
pasada guerra mundial; bien que la Argentina mantiene su protesta, como defensa
del derecho y del honor.
Si la contienda se desenlazara un día por arbitraje o por
tratado amistoso o por reordenamiento del mundo, y Las Malvinas volviesen a
nuestro dominio, aquellas Islas continuarían siendo un problema para nosotros.
Lo serian porque no hay allí argentinos y porque su incorporación real a
nuestra soberanía dependerá de la obra que previamente hayamos realizado en
Tierra del Fuego, base de nuestra nacionalidad en los mares del Sur. Por eso
incluyo al otro archipiélago en estas notas sobre el archipiélago fueguino.
Un siglo han durado nuestras reclamaciones y de nada han
valido viejos documentos ni envejecidos discursos.
Tratase de una situación de fuerza que es necesario contestar con hechos. No me refiero a hechos militares, sino a hechos políticos.
En tal terreno, la cuestión de Las Malvinas esta indisolublemente unida al
problema de Tierra del Fuego, en donde ineludiblemente debemos acrecentar
nuestro poder y afianzar el prestigio del nombre argentino.
Si tan hondo es el problema fueguino por lo que respecta a
la historia interna de nuestra soberanía, ese problema tornase trascendental
cuando vemos que Tierra del Fuego esta emplazada entre cuatro mares: el del
Estrecho de Magallanes al Norte, que la separa del Continente y abre paso
mundial entre dos enormes océanos; el del Pacifico al Oeste, sobre cuyas costas
señorea desde Punta Arenas la soberanía chilena; el del Atlántico al Este,
donde Las Malvinas siguen ocupadas por Inglaterra; y el del Antártico al Sur,
donde ya nos ha sido planteada la cuestión relativa a las Tierras de Graham y
demás comarcas polares. En la encrucijada de tales divergencias
internacionales, Tierra del Fuego es aquí el único baluarte de la argentinidad.
Fuente: "Las Malvinas, el otro Archipielago" en "Archipielago" de Ricardo Rojas, Editorial Losada, 1947.
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