Señores:
Honrado por el Comité de la provincia de Buenos Aires para hacer uso de la palabra, en su representación, temo que falte a mi espíritu la serenidad suficiente para interpretar con verdad el profundo sentimiento que a todos nos embarga.
Mis palabras sólo serán la expresión sencilla del cariño por el amigo y de la admiración por el esforzado campeón de las libertades públicas, que hemos perdido.
Nunca con más razón puede el pueblo derramar sus lágrimas sobre una tumba. Esta encierra desde hoy los restos del hombre que tanto luchó por la causa popular y a la cual siempre dio generoso, todas sus fuerzas, todas sus energías, todos sus momentos; los restos del caudillo predilecto que conoció los secretos para
conmover las más íntimas fibras de su corazón y para guiarlo entusiasta y delirante en pos de sus queridos ideales, por los senderos más ásperos y fatigosos.
¡Leandro Alem! Fué a él, a quien acudió la juventud en época no remota, buscando su dirección para combatir las consecuencias de un régimen funesto. Y las condiciones brillantes y excepcionales de su carácter, fueron el más poderoso contingente de ese movimiento; y los antecedentes de su vida, la prenda
más segura de la sinceridad de sus actos.
Y no se engañó la juventud. Su designación atrajo todos los elementos sanos del país, que vieron siempre en su figura política la promesa constante de una acción benéfica y patriótica.
¡Infatigable batallador!
De nuevo preparaba los elementos con que nos llevaría a la lucha; y cuando más necesario, tal vez, nos hubiera sido su potente auxilio, nos abandona...
No quiero entrar a considerar las causas de su determinación; me inclino respetuoso ante su voluntad y solo oigo las palabras con que se despide de nosotros.
¡Adelante los que quedan!
Sí; ¡adelante! Enorme y ruda es la tarea, pues nos va a faltar el espíritu más inquebrantable, el corazón más grande, el brazo más fuerte que siempre nos acompañara.
¡Que la fe que le tuvimos nos dé la fuerza suficiente para cumplir su último anhelo, que sintetiza la aspiración suprema de su vida!
He dicho.
Fuente: Marcelo Torcuato de Alvear "De la Revolución a la Legislatura" 1998.
Honrado por el Comité de la provincia de Buenos Aires para hacer uso de la palabra, en su representación, temo que falte a mi espíritu la serenidad suficiente para interpretar con verdad el profundo sentimiento que a todos nos embarga.
Mis palabras sólo serán la expresión sencilla del cariño por el amigo y de la admiración por el esforzado campeón de las libertades públicas, que hemos perdido.
Nunca con más razón puede el pueblo derramar sus lágrimas sobre una tumba. Esta encierra desde hoy los restos del hombre que tanto luchó por la causa popular y a la cual siempre dio generoso, todas sus fuerzas, todas sus energías, todos sus momentos; los restos del caudillo predilecto que conoció los secretos para
conmover las más íntimas fibras de su corazón y para guiarlo entusiasta y delirante en pos de sus queridos ideales, por los senderos más ásperos y fatigosos.
¡Leandro Alem! Fué a él, a quien acudió la juventud en época no remota, buscando su dirección para combatir las consecuencias de un régimen funesto. Y las condiciones brillantes y excepcionales de su carácter, fueron el más poderoso contingente de ese movimiento; y los antecedentes de su vida, la prenda
más segura de la sinceridad de sus actos.
Y no se engañó la juventud. Su designación atrajo todos los elementos sanos del país, que vieron siempre en su figura política la promesa constante de una acción benéfica y patriótica.
¡Infatigable batallador!
De nuevo preparaba los elementos con que nos llevaría a la lucha; y cuando más necesario, tal vez, nos hubiera sido su potente auxilio, nos abandona...
No quiero entrar a considerar las causas de su determinación; me inclino respetuoso ante su voluntad y solo oigo las palabras con que se despide de nosotros.
¡Adelante los que quedan!
Sí; ¡adelante! Enorme y ruda es la tarea, pues nos va a faltar el espíritu más inquebrantable, el corazón más grande, el brazo más fuerte que siempre nos acompañara.
¡Que la fe que le tuvimos nos dé la fuerza suficiente para cumplir su último anhelo, que sintetiza la aspiración suprema de su vida!
Fuente: Marcelo Torcuato de Alvear "De la Revolución a la Legislatura" 1998.
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