En efecto: fue desde la entrada misma del balbinismo
bonaerense que se hizo crecer durante los últimos años la figura de Alfonsín,
un hombre joven, de Chascomus, con el physique du rol justo para encarnar un
cambio moderado en el viejo partido de Leandro Alem.
Para nadie era un secreto que él ya había sido designado
como el delfín de don Ricardo. Sin embargo, el domingo 12 de marzo, una nueva decisión
de Balbín otorgó al político de Chascomus la posibilidad de ser el jefe de la
oposición de izquierda al Comité Nacional de la UCR. ¿Cómo llego a suceder tal
cosa?
Sin duda, la voluntad intima de don Ricardo lo empujaba a
dar un paso al costado para permitir que su partido llegara con aspecto
renovado a la prueba del comicio. Pero los avatares del Gran Acuerdo
concentraron sobre el viejo caudillo poderosas presiones, tendientes a evitar
un cambio de rumbo en los momentos cruciales de la política de institucionalización.
La imagen renovadora, algo izquierdista, que el mismo
circulo de Balbín proveyó a Alfonsín, se llenó de contenido –a despecho de la
voluntad de este- por el empuje de los sectores juveniles y universitarios
afiliados al radicalismo. Cuando don Ricardo decidió aceptar la candidatura
para la presidencia del Comité Nacional, esos grupos tomaron como bandera a Alfonsín.
¿Qué podía hace este? Una opción era acceder al segundo puesto que le ofrecía
el maestro. La otra, aceptar el enfrentamiento en las elecciones internas. El
16 de marzo en una Carta a los amigos que Raúl Borras –uno de los promotores
del alfonsinismo- leyó a los periodistas, el hombre de Chascomus se decidió por
la segunda vía.
Contrariamente a los que algunos observadores apresurados
juzgaron, la actitud de Alfonsín no debilita a la UCR: por el contrario la
fortalece relativamente. En efecto: de haber aceptado un segundo puesto en la
lista única, Alfonsín hubiera quedado aprisionado en la red de acuerdos que
Balbín deberá promover o aceptar la llegada a la salida electoral. Sin una válvula
de contención, la izquierda radical sin duda habría marchado a la escisión. En
cambio ahora cuenta con una esperanza en la lucha interna por la renovación
partidaria. Sin duda Alfonsín obtendrá los votos suficientes para llegar como minoría
bonaerense al Comité Nacional, pero lo hará con libertad de acción; podrá
entonces constituirse en una canal integrador de los sectores rebeldes. Pasadas
las circunstancias del Acuerdo, su figura crecerá. Esta, además, no es la hora
de los intransigentes.
¿Peligra en algo la conducción balbinista por esa presencia
opositora en el seno del Comité Nacional? El radicalismo es un partido
acostumbrado a las pugnas internas. Por lo demás Balbín no se equivocó al decir
que “esta no será una lucha sino un encuentro entre amigos”. El sabe bien que
su ahijado político ha salido de la matriz, de su movimiento, que son pocas las
cosas que los separan ideológicamente. ¿Acaso Alfonsín se opone al proceso de institucionalización?
De ningún modo: él también quiere “el cambio en paz”. Solo que no desea la
responsabilidad de suscribir los acuerdos. Pero
sabe también que es preciso que Balbín lo haga para que el partido en su
conjunto recobre el ámbito electoral, en el que se mueve como pez en el agua.
En una palabra, Alfonsín no es peligro para el balbinismo porque él (y todos
los dirigentes opositores) sabe que no tienen política alternativa. Lo demás se
reduce a la lucha por las posiciones.
Donde pueda quizás surgir un elemento de diferenciación será
en el momento crucial del acuerdo: cuando deba decidirse si los grandes
partidos que están sosteniendo el proceso de institucionalización presentan una
candidatura conjunta o marchan separados al cuarto oscuro. La dirección balbinista,
que ya esta preparada espiritualmente para apoyar a un candidato de
coincidencia, se encontrará allí con la presión adversa de las tradiciones
radicales, enemiga de todo pacto electoral. Quizás en ese caso Alfonsín
encuentre fuerzas para llevar su oposición hasta las últimas consecuencias.
Pero solo le quedara como posibilidad la ruptura y esa es una aventura que
difícilmente emprenda a pesar de las presiones que sus bases puedan ejercer
sobre él. “En lo personal hubiera deseado
otra cosa”, afirmó Alfonsín en su carta. Ese no parece el armamento moral
de un hombre que se apresta a quebrar un partido, sino el de un discípulo
turbado al que las circunstancias convirtieron en algo que no aspiraba a ser.
Desde ahora, Raúl Alfonsín deberá caminar sin andadores.
Deberá estructurar una plataforma, separar su figura de la del jefe. Pronto se
sabrá si el hombre tiene uñas de guitarrero.
Jorge Raventos
Fuente: “Radicalismo: Que se abra pero que no se rompa” por
Jorge Raventos en Revista Panorama Año IX –N° 26, 21 al 27 de marzo de 1972.
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