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sábado, 14 de junio de 2014

Hipólito Yrigoyen: "Polemica con el Dr. Pedro C. Molina" Primera Carta (septiembre de 1909)

Buenos Aires, septiembre de 1909.
SEÑOR DR. PEDRO C. MOLINA

Distinguido Doctor:

Recién restablecido de mi salud, acabo de enterarme bien de su resolución con todas sus incidencias, abandonando el único sendero para la salvación de la República.

No me ha sorprendido, dada su actuación y teniendo presente que sobre la adversidad del 4 de febrero propuso Ud., la disolución del Partido, pero sí los motivos en que la excusa y la forma en que lo ha hecho.

Se fue Ud., por una futilidad, sin dejar ni un acento de cordialidad ni un eco de cortesía, y en seguida, cayendo en el desatino de todas- las apostasías, incurre en apreciaciones tan extrañas a su modelación caballeresca, que difícil me ha sido convencerme de que sean suyas.

Podía yo haber guardado el deliberado silencio que he tenido siempre para todas las conversiones, porque demasiado sé que la fragilidad y la inconsistencia, son debilidades que, cuando aparecen, no se detienen ya, y se explica que también busquen sus justificaciones, por más que nunca las encontrarán ; pero apartándome de ese juicio, el recuerdo de que es mía la culpa. de haberlo traído a las filas de la opinión, desde el republicanismo, me induce a expresarle mi sentida protesta por todo.

Según sus publicaciones, se dice que la Unión Cívica Radical, sostendrá al candidato del Gobierno; pero no cree Ud., por algunas circunstancias, cuando todo el deber de verdad y de respeto la marcaba, tanto más que Ud., mismo exteriorizaba esa insidia, rechazarla, no por suposiciones, sino por los fundamentos que constituyen la razón de ser y los procedimientos invariables y absolutos de ese movimiento.

Ante la inusitada actitud, que no me imaginé de su parte, y sólo porque viene de Ud., pues bien sabe todo el desdén con que miramos cuanto no se encuadra en nuestras reglas de conducta, permítame que me haga cargo de ella, para replicarle como surge de todo mi ser, pero sin agravio alguno. Sí, Doctor, ponga ante nosotros todos los honores acumulados, y más pronto de lo que lo haya hecho, de un puntapié se lo arrojaremos.

En la extremada degeneración por que pasa el país, muchas aberraciones se verán todavía, entre las que se ha confundido usted; pero lo que no se verá jamás es que en nuestros frentes, llegue a rendirse o abatirse siquiera en lo mínimo, la enseña más sagrada que pueblo alguno en la tierra, se haya dado para redimir la afrenta que lo ha difamado ante el mundo, le ha cerrado sus horizontes y le tiene expuesto a todos sus desastres, enseña a la que hemos consagrado la plenitud de la vida y la integridad de nuestra existencia.

El día que aquello pudiera suceder, que Dios nos fulmine y la Patria nos execre.

Sí, porque los que subyugan Y detentan a las sociedades en su marcha progresiva, llevan el sello del eterno delito; y los que abjuran de su fe redentora, son los Judas malogradores de las más santas y justas inspiraciones.

Era usted el correligionario que más obligado estaba a todos los merecimientos hacia el Partido y sus hombres, porque ha tenido incongruencias de todo orden y disparidades de todo género, que aun me complazco en no consignarlas, y no sólo se le han tolerado, sino que hasta se ha cohonestado aparentemente con ellas, guardándoles siempre los mejores comedimientos, las más grandes distinciones y las más amplias generosidades.

Se aleja cuando por todas partes repercuten las vibraciones del sentimiento nacional, que por medio de sus delegaciones llegara hasta el altar de la Patria, a renovar sus votos de honor y de austeridad ciudadana en aras de su redención.

Deja su puesto cuando la conjuración oficial tramada desde el primer día, acometiendo y arrasando desaforadamente con todo lo que ha creído y cree necesario a su plan, se descubre reproduciéndose con procederes tan indignos y temerarios que me quedo absorto de que los consienta, y no estalle todo el pueblo argentino arrojando para siempre de su seno tamañas felonías contra la majestad soberana de la Nación.

Procede usted así porque un diario escrito por radicales ha dado cabida a una tesis económica distinta de la que sostiene el suyo.

Si fuera posible admitir que ese giro tomara la vital preocupación que desde hace treinta años viene conmoviendo a la República, absorbiendo en su defensa todas las fuerzas morales, intelectuales y reales, en la expresión de sus más puras y vigorosas energías, entonces sí que habría llegado la hora de desesperar de su suerte, porque la Unión Cívica Radical, que es la genuina encarnación, se descalificaría por sí misma. Sería una derogación de principios, de su pensamiento- puramente genérico o institucional y una desviación de la línea recta que tanta autoridad le ha dado en la República.

Pero no es, ni será así: el problema está planteado e impreso en el alma nacional, tal como surgió, y nada ni nadie lo modificará en su concepto ni lo detendrá en su solución radical.

Nunca una Nación soportó más duros golpes, pero tampoco el esfuerzo humano hizo más grandes sacrificios para resistirlos; ni hubo mayores transgresiones a las leyes que rigen las sociedades, pero tampoco mejores comprensiones de deberes para combatirlas; ni causas más graves determinaron la acción general, ni oposición alguna estuvo a más altura para repararlas, que las de ese movimiento.

¿No sabe usted que del principio democrático del sistema republicano y del régimen federal, de ese vasto movimiento científico ideado por el saber humano, bajo cuyos auspicios y enseñanzas tienden a llenar su cometido todas las sociedades libres, no queda ya en la nuestra más que la tradición y su leyenda ?

Adoptado desde la aurora de la independencia por la nacionalidad argentina y cimentado después de cincuenta años de vicisitudes, dolorosas alternativas y de inquietudes, todo ha sido derribado y se posa sobre sus ruinas el más disoluto predominio de que haya que consumir, dilapidar y usurpar... no tiene más miraje que el peculado y la logrería, sea lo que fuere, pase lo que pase y suceda lo que suceda, con tal que haya que consumir, dilapidar y usurpar... (!). Sumido y abyecto hasta la vileza dentro de su imperio, como procaz y agresivo con la opinión pública, y vandálico en todas las formas, gravita sobre la Nación, en vorágine devastadora de la más nefasta fatalidad!

Todo se ha concusado y subvertido, respirando relajación y desconcierto; todo sentimiento de respeto, de bien y de justicia ha sido profanado.

Tan hondos trastornos políticos y morales no sólo producen múltiples males y dejan irreparables lesiones, sino que amenazan mayores peligros, sobre los que detengo la pluma; pero que evidenciaría en tribunal de fuero interno patentizando su magnitud y sus consecuencias.

Los sucesos dirán o el porvenir decidirá, pero al menos no debo ocultar que los signos de la época y las señales del tiempo, me hacen prever siniestras sonoridades de catástrofe.

Los pueblos que así sufren, padecen en toda su estructura, y no hay legalidad para nada ni principios ni reglas, sino los que imponen a su albedrío, la denominación que subordina todo a sus conveniencias.

Cuando tan audaz y persistentemente se avasallan las facultades sobre que reposan las funciones políticas, ese inicuo proceder de gobiernos que cifran su estabilidad en la conculcación de todo lo constituido, en la violación de las leyes, y en la defraudación de los intereses públicos, ese poderío lleva en sí el germen de todas las descomposiciones, quienes quiera que sean los que lo dirijan, y. el incentivo de las espurias ambiciones lo arrastrará a todos los extremos.

La situación irredimible por sí mismo y las esperanzas al respecto, quedarán siempre desvanecidas. Por el contrario, cada tregua que se haga y cada hipótesis en que se confíe, distanciará la hora de la reparación, dejando tras de sí mayores perturbaciones. Los perversores de los pueblos nunca transformaron su acción en regeneradora; millares de veces lo prometieron, y tantas otras fueron conversos al bien general. Es natural que así suceda, porque no puede sinceramente sostenerse la posibilidad de transiciones tan acentuadas, ni el cambio de condiciones tan distintas.

Las acciones humanas se manifiestan según los factores psicológicos que las determinan y no germinan, sino aquéllas que les dieron vida. La escuela que se aprende, o el ejemplo que se recibe, es el mismo que se propaga.

Y los actos y los hechos que se dejan consumar, es de rigurosa exactitud que se produzcan, y el ambiente en que se vive, es el que satura la existencia. El delito no repara ni condena, sino en su provecho e infiriendo mayores lesiones y, por lo tanto, cuantas ilusiones se forjen sobre la probabilidad de mejora por los gobiernos actuales, serán vanas y fomentarán las reincidencias. Basta recordar la enorme conglomeración de atentados, renovados siempre con más impudicia, para comprender cuán insensato es suponer que los causantes así empedernidos sean reaccionarios. Ellos podrán modificar, pero en un ambiente totalmente distinto, porque como sucede en las decadencias inverteradas, están inconscientes y enervadas para toda purificación de hábitos y más para remontarse a las esferas inmanentes del bien público.

Con la tendencia a olvidar el pasado, porque a todos conviene, desde que contados son los que no tienen participación en el punto de partida o en los sucesivos, con el dominio del poder y sus atracciones, en recursos y elementos y medios de todo orden y con la impunidad por delante, nadie puede dudar de lo que seguirá siendo y de la posteridad que nos depara.

Por nuestra parte seremos siempre severos con el crimen venturoso, y jamás acordaremos sanción legal a lo que originariamente no lo tuviere, ni en nuestras manos se romperá la unidad de la historia en todos sus juicios. No porque tengamos prevenciones contra nadie, que nunca hemos podido sentir, pero sí increpaciones para todos y absoluta rebelión con cuanto daña a la República y la detiene en el camino de regeneración y vida nueva.

Sólo los mentecatos o los malvados pueden ignorar o hacerse los desentendidos para comprender hasta dónde hayan penetrado las raíces de la depravación de esta progresiva «crisis del progreso».
La corrupción continuará avanzando y todo irá precipitándose mientras haya pendiente, porque los discípulos aventajarán consecutivamente a sus maestros y los verdaderamente portentosos anuncian sin ambigüedad cuál sea el fin de esa batahola infernal.

Hace treinta años que recíprocamente se imputan las responsabilidades en que igualmente han incurrido y cometen la sarcástica ironía de referirse a ellas en las asonadas que alternativamente se hacen, concluyendo por convertirse en juez el que tiene la fuerza, al cual los que ayer le desdeñaban se le rinden hoy y le repudiarán mañana, para posternarse ante el nuevo omnipotente.

Es un proceso que lleva entre sus entrañas el germen productor de todas las perversiones. Un hacinamiento en que se confunden gobiernos, grupos y hombres, con denominaciones de Acuerdos, Paralelas, Uniones Provinciales, Republicanos; Partidos Unidos, Liberales, Autonomistas, Coalicionistas, Conservadores, Unión Nacional y tantas otras buscando en figuraciones y desfiguraciones encubrir sus delincuencias y hacer prevalecer sus móviles utilitarios, variando por momentos, según las mejores ventajas y oportunidades para la posesión o, participación en el gobierno.

Una algazara de aplausos y reproches, de elogios y censuras, de acometimientos como el de las más incoherentes alianzas; pero que en realidad son fenómenos naturales, porque persiguiendo los mismos propósitos están dispuestos a todas las cambiantes para conseguirlos.

Todo, todo eso causa un estado morboso incurable por sí mismo, tan infeccioso que cada vez se esparcirá más ocasionando a la República los perjuicios consiguientes, y por fin, quedará sepultado en la fosa común de esta época con la lápida del oprobio.

Pero a su frente con el lema de la Unión Cívica Radical, perdurará una pirámide de proyecciones tan luminosas y de perspectivas tan vastas, como su propia idealización levantada por las más caras consagraciones del espíritu y del alma, de la frente y el pecho de la personificación humana y sobre su cúspide la razón, la justicia y el derecho, como antorcha permanente de la civilización argentina.

Tal es la síntesis de esta crisis moral y política, a la que seguirán crisis económicas, porque esa es una de sus fatales consecutivas. Para honor y bien de la Nación, se caracteriza en el más opuesto antagonismo contra las fuerzas destructoras por las creaciones reparadoras. Así debía ser, porque si la resistencia no tuviese ese carácter habría demostrado que los gobiernos eran apropiados y lógicos a la Nación, y ambas entidades, situación y posición, hubieran merecido igual juicio y caído en el mismo nivel de depresión y de desdoro.

Y bien, derrumbadas todas las instituciones, como deshechas las organizaciones accesorias y sobre ellas las más profundas e invasoras prostituciones, ¿cuál es el valor y el significado que ese caos tiene ante los principios y leyes que rigen a la humanidad?

No deje usted deslizar su pensamiento en impresiones movedizas y pasajeras, acuda a las fuentes de los conocimientos, a la historia, a la filosofía, a las ciencias que son el alma máter de las sociedades, y todas ellas le dirán de la manera más concluyente, que en ese estado no puede haber otro sentimiento y otra aspiración que el de la salvación de la República.

Si así lo comprendió el deber argentino a los diez años, a los treinta de progresión infamante, ¡cuán imperioso y sagrado no será!

Ahí tiene usted el programa de la Unión Cívica Radical; y debe ser el de todo ciudadano que tenga sangre en las venas, patriotismo en el pecho y pundonor en la frente.

Apenas necesito decir que lo ha mantenido tan incólume, con tan virtual capacidad y elevación, con integridades tales, como no hay otro caso en la vida.

Lo cumple y lo realizará, fiel, serena y valerosamente, no por los reprobados medios de compartir con el delito, a pretexto de extinguirlo o de penarlo, simulando actuaciones políticas para determinar soluciones regresivas, porque eso sería agregar a la estigma de unos la de todos, y a la ignominia de los gobiernos la de los pueblos.

Pero sí por los decorosos medios concordantes con los fines, por desprendimiento de todos los ideales y beneficios propios en holocausto al bien público y con el tributo de todas las abnegaciones ante el sagrario de la Patria, para restaurarla en toda la soberanía de su ser, al concierto del mundo por la reasunción de su autoridad moral, por el restablecimiento de todo su organismo y por la generalización del trabajo, fuente de todos los bienes y símbolo de todas las dignidades!

Esa es la posición que imponen la ciencia y la experiencia, la razón y la conciencia, y todo cuanto ilumina al espíritu humano. La Unión Cívica Radical la asume impertérritamente, afrontándola en todas las consecuencias; porque en tan honorable actitud no sólo son Sus enemigos los gobiernos, sino también todas las profanaciones colectivas o individuales que quisieran verla abdicar o claudicar para sin control y sin justicia pública, sin reparo alguno, lanzarse a todos los aprovechamientos con el convencionalismo y Ja tolerancia conjunta.

Sí, eso es lo que corresponde a los solemnes deberes de la República, y el único camino para libertarla, arrancándola de las garras de todos los malhechores y tránsfugas; lo demás, toda lo demás es mentira, es deshonra y es especulación, entregándola indefensa a todas las traficaciones y sin resguardo a las suspicacias y tentativas de toda especie que crecientemente la circundan, amparadas y estimuladas por su desmedro y desgobierno.

En tal situación, tampoco se conciben ni se justifican las tendencias partidarias ni las propensiones singulares; porque deben callar esos intereses, volviendo todos sobre los de la Nación, antes de que sea demasiado tarde para evitar el peso de alguna mayor calamidad y lamentarla recién cuando no hay remedio; ni pueden desenvolverse sino sometiéndose para participar de la concupiscencia o gastándose estérilmente en las acciones aisladas y substrayéndose a las que obran en sentido general.

Son tan ciertas esas proposiciones que los ciudadanos que no profesan el credo de la Unión Cívica Radical, contribuyen, directa o indirectamente, en una forma o en otra, a afianzar el régimen imperante y se hacen causantes como los mismos autores.

Habiéndose congregado ese movimiento para fines generales y comunes y siendo cada vez más definido en sus objetivos, no sólo son compatibles en su seno todas las creencias en que se diversifican y sintetizan las acciones sociales, sino que le dan y le imprimen su verdadera significación. La denominación de «Unión Cívica» expresa su origen y el agregado «Radical», es el vivo anatema a las atroces felonías de que ha sido víctima dentro de su propia entidad haciéndole malograr acciones ya decididas en su favor y obligándola a prolongar su azarosa vida, multiplicándole sus crucificaciones e infiriendo a la Patria muchos más sensibles y grandes males que aquéllos que motivaron su convocatoria.

Su causa es la de la Nación misma y su representación la del poder público. Así será juzgado y así pasará a la historia como fundamento cardinal y resumen entero de la heroica resistencia que el pueblo argentino hiciera a la más odiosa de las inspiraciones; porque no tiene ni una sola atenuante y sí todas las agravantes.

Es sublime la majestad de su misión, a ella entrega sus fervores infinitos! Por eso perdura su obra y son poderosos sus esfuerzos, se robustece y vivifica constantemente en las puras corrientes de la opinión; es la escuela y el punto de mira de las sucesivas generaciones y hasta el ensueño de los niños y el santuario cívico de los hogares!

Precisamente, uno de los inmensos bienes que ha hecho, y que bastaría para su eterna culminación, es haber consolidado la unión nacional y su identificación orgánica, de tal modo que ya nadie podrá explotar la criminal perfidia que tanta sangre argentina ha hecho verter; porque la solidaridad está definitivamente consumada, no por las bacanales victoriosas contra ella misma, sí por los infortunios y las desventuras, por los esfuerzos y los sacrificios en unísono pensar y sentir, en una sola alma: la de la Patria y en un solo espíritu: el de Dios!

Las convicciones partidarias, cualesquiera que hubieran sido, no habrían llegado a tan esforzadas pruebas y hubiesen sucumbido a los fuertes y repetidos contraste que parecen aleccionar a los pueblos, imponiéndoles penosas tribulaciones antes de reconquistar lo que por culpable negligencia perdieron.

Hemos sufrido dolorosos desgarramientos, que han lacerado nuestros pechos y nos han dejado imborrables impresiones; pero sin un instante de vacilación e incertidumbre, erguidos siempre por el deber, estamos en su senda cada vez más fuertes, y templados hasta por la misma adversidad que se cierne sobre nosotros y que al fin será la precursora de todas las prosperidades.

Es un espectáculo interesante entre propios y extraños y digno de la mayor admiración, el de esa fuerza que, desprovista de toda función de gobierno y alentada tan sólo por el espíritu público, persiste desde hace veinte años con absoluta abnegación. Sostiene la más cruenta posición que se conozca y apartando de sí todas las compensaciones, y aceptando todos los sinsabores, hace de esto su sólido punto de apoyo.

Inaccesible a todas las seducciones, prefiere antes las inexorables persecuciones, agresiones, abusos y desamparos.

Jamás un movimiento de opinión ha ocupado la escena con más suma de calidades ni mayores desprendimientos ni más intensos sacrificios. Será unas figuras históricas de imperecederas irradiaciones tantas más fulgurantes cuanto que su obra es eminentemente nacional, proseguida con el más acendrado desinterés, y a impulsos de los más generosos afanes y de los más nobles sentimientos.         

Hemos luchado imperturbables y perseverantes con el emblema del honor, de la justicia y de las instituciones, y guiados por su credo y abrazados a la bandera de la Patria, hemos consagrado nuestra vida, reposo, bienestar y patrimonio mil veces y siempre, a todos los halagos, a trueque de las más crueles proscripciones e inmolaciones!

Esa lucha no sólo es con los adueñados de los poderes que tienen subyugados y sometidos a su servicio todos los resortes oficiales, sino también a despecho de sus aliados, las malevolencias, diatribas, infidencias, perfidias, defecciones, deslealtades y traiciones, que son exponentes de la degradación reinante; más los indiferentes, apáticos, parasitarios y decrépitos, y aun esa masa de gente rendida siempre a los éxitos y egoístas a las contiendas que no sean mercenarias, con aplausos a todos los triunfadores y fustigaciones a todos los infortunados, álbumes para los que suben y censura para los que bajan. Contra toda esa parte, en fin, de la humanidad que nace muerta a la vida moral y del espíritu, a la que tiene que sobrellevar a cuestas la que llenando su cometido, conforme con los designios de la Providencia, forma y reforma las sociedades, reconstituyendo el mundo y perfeccionando el universo sobre la base inmutable de la libertad y de la justicia.

Hemos ido sucesivas veces a la acción armada y muchas otras a los comicios, 1 difundiendo en la próspera, como en la adversa suerte, enseñanzas benéficas en todo sentido, y después de veinte años de continuo batallar no tenemos la más leve sombra en la trayectoria tan luminosa que viene siempre a nuestra mente a manera ele brisa fortificante en tan ruda y profunda labor.

En todos los momentos desde los primordiales hasta los más trascendentales, así como en las prisiones, confinamientos, expatriaciones, tropelías y crueldades que se nos han hecho sufrir, hemos dejado también la estela indeleble de la elevada conducta y correcta cultura.

Nunca hemos deseado mal a nadie, porque no está en nuestra índole, ni tenemos un solo latido que nos mueva a ello; nuestros actos llevan solamente los ardores del firme cumplimiento de deberes y del recto ejercicio de derechos, fuera de cuya órbita no se puede legalmente pretender que vivamos, y si la fuerza ciega, torpe y criminosa nos oprime, no por eso nos hará desistir.

No dañamos intereses ni pretensiones legítimas ni buscamos posiciones, a todas las que hemos declinado siempre, porque lejos, muy lejos de ser legionarios de nadie, ni de bandería alguna, somos legionarios de la sacrosanta causa porque nos debatimos en bien de todos, desde que es por y para la Patria.

Relevantes inspiraciones y justísimos anhelos de reparación, es lo que anima e induce a ese movimiento; y potente en sus fuerzas y en el principio que las ha producido, permanece invulnerable en ellas siendo la imagen fiel de todo cuanto de altivo ha palpado la Nación en estos últimos treinta años.

La clarísima visión con que ha seguido y previsto los acontecimientos, teniendo en ellos las notas más altas, serenas y dignas, así como su probidad y alejamiento de todas las menguas y supercherías, la presentan como la expresión más ideal de la ansiada regeneración. Se levanta y se mantiene arriba de todas las brumas y estrechas miras, en la más pura atmósfera del patriotismo, simbolizando la grandeza moral de la Nación, sus verdaderas energías y el juicio que presidirá sus destinos.

Que los espíritus que estudian las acciones humanas a través de los arcanos de la existencia para grabar sus caracteres esenciales, digan cuánto hay de genio, de virtud y de fortaleza, en-esa obra guiada por las más augustas concepciones, coronadas por las mayores austeridades y santificada por todas las consagraciones.

Ha dado un ejemplo tan notable en las lides por las libertades y derechos humanos, que difícilmente será superado, y no hay en sus anales otro cometido encuadrado en principios y reglas tan uniformes, y con gentilezas, hidalguías y nobilidades llevadas a tal grado.

Sobre esa cumbre de gloriosas rutas, hacia todas las ascensiones es que usted ha blasfemado; y de los artífices, sus compatricios y correligionarios, es que usted ha renegado. Maldiga entonces a la Patria misma; porque no es posible concebir mayor identidad.

Si las demostraciones infalibles de los espíritus selectos y las almas selectas, son la inteligencia, el carácter, la lealtad, la integridad y la abnegación, busque usted en todo el orbe y no encontrará mayor perfección ni obra más acabada.

Ha sido y será fecunda su acción atacando el mal en todas sus proporciones.

¡Cuánto bien ha hecho a la República y qué hubiera sido de ella sin esa colosal resistencia que ha sobrepuesto a todo!

El día en que por cualquier circunstancia desapareciese antes de alcanzar la solución, la fatalidad habría llegado a su último término, y la República, degenerada, rodaría al descrédito y a la ruina, en el torbellino del desquicio y la rapacería, perdiendo su tradicional filiación para tomar la que le deparasen los accidentes y los eventos de la vida.

Pero no creo que haya poder humano, que consiga esa declinación, porque su credo no viene de la sugestión de nadie, ni de influencia alguna, sino del profundo convencimiento de la Nación, que en contraste en todo con la ineptitud de los gobiernos, ha revelado en la contienda preparaciones y capacidades para resolver los más vitales problemas, y parece haber jurado ante Dios y ante sí misma, su reivindicación radical y su redención suprema!

Así lo ha probado en toda su marcha y desenvolvimiento, y así lo ha comprobado, guardando la más glacial indiferencia a los ciudadanos, aun los más representativos y de mayor figuración pública que defeccionaron o se apartaron de sus principios y de sus programas. Sin embargo, si aquella suposición llegara a ser una realidad, óigalo bien y téngalo por Seguro, que no volverá usted a ver otra Unión Cívica, Radical.

Ella constituye una de esas exteriorizaciones públicas de aspiraciones morales que distingue a los movimientos bienhechores de la humanidad, y que, como mandatos providenciales, sé condensa sólo de tiempo en tiempo y en torrentes de luz y armonía, difunden grandes bienes, sean creadores, reconstituyentes o restauradores.

Nunca emergen de la acción militante ni de la trillada vida, y menos de las contaminaciones, sino de los acentuados recogimientos, en los que se forma el justo y levantado criterio libre de todo prejuicio, y se acumulan las fuerzas morales y reales, que venciendo todos los obstáculos, concluyen por implantar transiciones superiores bajo el calor de los rayos de un sol más puro y confortante, despertando a las sociedades mayores energías y entusiasmos abriéndoles nuevas vías en la continuación de sus progresos.

La Nación tiene que salir de la situación que atraviesa sin más dilación ni omisión, ni otra consideración que la que le incumbe en el concierto general, y si así no lo hiciera, no se justificaría en el presente ni en el porvenir.

Los problemas de la vida no adquieren legitimidad por el punto donde se dilucidan, sino por la justicia que les asiste, y equivalen aquí como en el centro más importante del mundo, y la experiencia enseña que las naciones son juzgadas ante todo con arreglo a la conducta que observan y al respeto que a sí mismas se guardan.

Demasiado conocemos las armonías: universales, y bien sabemos que cuando unos pueblos se detienen o retroceden, los demás reciben los reflejos de su sombra, así como cuando avanzan imperturbables, también les llega los resplandores de su luz.

De hombres y sociedades sobrias y virtuosas se hacen pueblos libres y focos de civilización; pero de hombres y sociedades a quienes dominan el libertinaje y el desenfreno de goces materiales, no se harán sino conglomerados expuestos a. todas las contingencias y descomposiciones.
Los estados que se corrompen, dicen los pensadores del mundo, se purifican únicamente recurriendo a los principios que los hicieron originariamente grandes.

Así es como se han salvado en todos los tiempos, volviendo a la aplicación de esos principios o entrando al régimen de las instituciones; y los que no lo han hecho, han concluido por perder su personalidad, quedar atrofiados o vivir devorados por la anarquía y el desorden, teniendo que soportar las más amargas lecciones externas.

Así también los estadistas que dieron tranquilidad y sosiego a los pueblos, por el ejercicio de sus libertades, están perennemente bendecidos en la memoria de las sucesiones de la vida, mientras aquellos que lo contrarrestaron, viven también, pero en la eterna maldición!

La reivindicación se hace cada vez más sentida, porque la demolición y la destrucción avanzan, agotando en su provecho y salvaguardia las fuentes y las riquezas de la Nación.

La situación es la misma en su origen y punto de vista, .pero sorprendentemente reagravada de renovación en renovación y de día en día, porque no hay nada tan funesto y pernicioso como la impunidad en el abuso y la irresponsabilidad en definitiva!

No obstante y a pesar de tener a su servicio todos los gobiernos y sus extensas ramificaciones, más las facciones aventureras que merodean en torno de ellos, la prensa asalariada, mercantil y desleal a la fe y la gratitud pública, y las oposiciones que siendo sólo por exclusión, apenas se las llama, concluyen siempre por tomar asiento en los banquetes de los triunfos contra la Patria; con todo eso, no tienen nada sino lo que detentan y depredan y sintiendo la trepidación constante de su caída, contenida hasta ahora por la traición y la fatalidad, que son las pruebas más grandes porque tienen que pasar los movimientos regeneradores de la humanidad, viven poniendo en juego todos los medios que creen apropiados para conservarse, por infamantes y criminales que sean.

Pero la ley de la historia se cumplirá por las inspiraciones supremas y por las concepciones levantadas y austeras de las que la interpretan sin la menor desorientación en la ruta verdadera de su destino.

Podrán retardar esa caída, imponiendo cada vez más sacrificios, pero al fin se precipitarán obedeciendo a la lógica ineludible, desde que su base es absolutamente falsa y atentatoria: así se estremecieron y desplomaron en el transcurso de la vida todas las congéneres.

Habrían cesado ante las causas o no hubieran existido nunca si el Ejército de mar y de tierra, leal a su misión y a su investidura, no siendo obediente a cualquier reo y profano mandón, inconsciente a las responsabilidades por la impunidad que amparan aquellas- gloriosas insignias, fuera custodia de la soberanía nacional, respetando la constitución y las leyes que fundamentan su tradición, su progreso y su civilización.

El día que eso suceda, se acabarán los atentados y delitos políticos, y la República remontará su vuelo hacia sus incomensurables horizontes.

Más que siempre, debemos abrazar la bandera redentora, cualesquiera que sean los jalones que aun nos resten colocar.

No lo hacemos contra nadie personalmente, sino contra todos y para todos, animados tan sólo del culto fervoroso por el bien imperecedero de la Patria, cada vez más comprometida en los inevitables problemas que la variedad de relaciones en que se desenvuelve la vida va creando, y de cuya solución depende la prosecución de sus destinos, efectuada en el presente con todos los daños y los riesgos según la moralidad y la capacidad de los que la tienen aprisionada.

Sabemos bien la condensación de esfuerzos que la obra demanda, y lo venimos experimentando; pero por magna que sea su realización, debemos sobrellevarla con desdén, por todas las mortificaciones; porque tenemos el deber de ser hombres de bien y ciudadanos probos, y si todo se doblega a las eficiencias del poder, más imperioso es aún el de permanecer inquebrantables desdeñando los halagos y sobreponiéndonos a todos los embates, para cuidar el honor nacional y formar y acentuar su carácter.

Permanezcamos serenos y magnánimos en medio de los desastres, probando siempre tanta entereza y convicción en la adversidad, como generosidad y templanza en la victoria, y así habremos asistido y contribuido decisivamente a la gloria y engrandecimiento de la República, fijando la más luminosa memoria para la posteridad.

Los acontecimientos humanos enseñan en su constante sucesión, que lo que triunfa después de todo es la virtud, la integridad y el patriotismo.

Cuando podamos asistir a un orden de cosas enteramente nuevo, respecto del que acabamos de pasar, se podrá entonces apreciar bien, la importancia de esa transición, y los mismos que la resisten la aplaudirán ante la realidad de los inmensos y saludables beneficios para todos.

Es indispensable luchar en todas partes, pero no parcialmente, sino con completa unidad de acción y en la forma conducente para llegar hasta el origen y el fondo de donde el mal procede. Las mejores intenciones, siendo inadecuadas e insuficientes, no harán más que preparar mayores inconvenientes, y así lo comprueban los años corridos.

Hay que reconocer las causas con plena lealtad ciudadana y con toda decisión y eficacia buscar la reparación de tan deplorable, alarmante y vergonzoso estado, porque las tentativas para orillar las dificultades, servirán nada más que para alimentar los odios del elemento opuesto.

No es el caso de mejorar los efectos de las causas, sino de extirpar las causas para que no se produzcan los efectos.

La manera de alcanzar los bienes como de conjurar los males, es siempre igual, y debe ser conforme a la naturaleza de ellos.

Nunca ningún esfuerzo bien dirigido y encaminado, ha dejado de ser fructífero, y siempre ha dado al hombre y a las sociedades mayor conciencia de sí mismos.

No debemos esperar que nos impelan apremiantes necesidades, ni tener que ir detrás de los sucesos, sino delante de ellos, para llevarlos por los cauces correspondientes, como han hecho todas las sociedades sabias y previsoras.

El absolutismo se opondrá siempre a las medidas que tienden a anularles los factores con que opera y usufructúa, y será contraproducente toda aspiración a infundir un sentido vital y orgánico, sin el advenimiento de la vida moral e institucional.

Lo esencial es reconquistar ese carácter constitucional, fundamento de legitimidad de todos los poderes y que ha sido a tal punto desnaturalizado, que los gobernantes proceden nada más que por su exclusiva cuenta y propio interés.

Es indispensable entonces recuperar el mecanismo electoral, legalmente ejercido, bajo los principios democráticos, con lo cual la paz y él orden público serán perdurables, extinguiéndose desde luego los vicios actuales.

La República dejará de ser el gobierno de un hombre, de círculos o de fracciones, que no son sino despojos y absorciones contra la igualdad política, y hacen ilusorias todas las libertades y derechos; será el gobierno de la voluntad popular por medio de partidos o de corporaciones con el confortante y vivificante prestigio de llevar simultáneamente a su seno a todas las representaciones de la opinión.

A conseguir ese resultado, a preparar esa escena y abrir ese certamen, deben concurrir en unidad de acción todos los ciudadanos que no miren a la Patria con indiferencia; y esa será la primacía de la ansiada redención que fecundizará todos los bienes.

Terminaré ya, porque me he extendido mucho más de lo que me había propuesto, aunque seguiría departiendo, si estuviera usted a mi lado, por más que estos temas se los he inculcado en nuestras conversaciones, no habiendo tenido usted, sino palabras de asentimiento y conformidad.

Ha incurrido usted en una inexplicable ligereza al juzgar a la Unión Cívica Radical; y ha demostrado no haber tenido comunidad alguna con sus esfuerzos y sacrificios que tanto vinculan, y ni siquiera respeto por sus calvarios!

No concibo cómo habiendo formado su personalidad al calor de ese movimiento, al apartarse por cualquier motivo propio, se pretenda en vano vituperarle cuando más laudable sería reconocerle noblemente sus enseñanzas y sus orientaciones.

Ha sido usted muy injusto, muy inconsiderado y muy ingrato.

Comprendo que ya no nos veremos juntos laborando el bien común, y si así tenía que ser, mejor era que no hubiera sido nunca.

Me resta dejar constancia de que todo cuanto digo, son ascensiones políticas, sin la menor intención ofensiva, porque no tengo en mi ánimo sino el deseo de conservarle mi estimación personal.
No hago más que evidenciar que hay un juicio público supremo, y ojala que así hubiera una razón de estado superior. El día en que esos dos atributos se identifiquen por el ejercicio de la soberanía, el mundo se asombrará de la grandeza argentina!

Esa es la obra de la Unión Cívica Radical, y esa será su solución, con todos los esplendores de su genio!

Lo saluda muy atentamente.

HIPOLITO YRIGOYEN






























Fuente: “Ley 12839. Documentos de Hipólito Yrigoyen. Apostolado Cívico – Obra de Gobierno – Defensa ante la Corte”, Talleres Gráficos de la Dirección General de Institutos Penales, Bs. As 1949.-

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