Buenos Aires, febrero 4
de 1906.
Al Dr. Pedro C. Molina:
Córdoba
Nunca será suficientemente sentida la adversidad de este día
por sus dolorosas consecuencias y por haberse malogrado la más poderosa
condensación de fuerzas con que la Nación hubiera patentizado a la faz del
mundo todo el vigor de su protesta contra treinta años de oprobio y habría sido
el punto de partida de la más luminosa transformación.
Que se regocijen de su obra todos los que, de una u otra
manera, contribuyeron al fracaso de ese supremo esfuerzo, como los que
vilipendiaron, ignorando sin duda, que cuanto mayor fuera su profanación, más
hondo sería el agravio de la vindicta pública y más intrépida la reacción en
prueba de convicciones profundas y de acentuados sentimientos de honor y que
aquellos que laurearon el éxito, se aperciban del error, aun mirado tan sólo
bajo sus exclusivos intereses.
La Nación en todos sus ámbitos fortificó la frente de los
vencidos y compensó sus pesares, demostrando en todo sentido y de la manera más
imponente que registran sus anales, que no son precisamente triunfos los que
requiere de sus hijos, sino superiores abnegaciones y luchas fecundas
concordantes con sus aspiraciones y los solemnes deberes de las horas por que
atraviesa. Por eso también el movimiento radical fue más grande al día
siguiente del contraste y sigue siendo en tales proporciones, que es corto el
tiempo para incorporar todas las decisiones que quieren alistarse en sus filas.
Quedó triunfante el crimen una vez más y, como era
fatalmente lógico que sucediera, ha seguido revelando mayores perversiones y
desconciertos, precipitando a la República a los más extremados e irreparables
desastres, y se rinde homenaje, hace su apología y sanciona su apoteosis.
A su frente está la Nación desangrándose desde hace veinte
años en esforzada contienda, consagrando sus afanes a la reconquista de sus
derechos, a la restauración de sus libertades, a la reasunción de su moralidad,
al restablecimiento regular de sus gobiernos y administraciones, al
funcionamiento pleno de su soberanía.
La justicia, en su más alto concepto, dirá si los
sacrificios e inmolaciones rendidos en tributo a la ley de las reparaciones,
son ya suficientes o si será posible que aun sean necesarios mayores desgarramientos.
Todos son iguales, gobiernos y grupos politiqueros,
compuestos de elementos desechados de las camaraderías predominantes y espiando
el momento de volver a su seno.
Es una descomposición de mercaderes donde nada se agita por
ideal alguno de propósitos saludables, sino por móviles siempre menguados que
se consienten recíprocamente y se abalanzan cuando los intereses se encuentran
y no pueden ser compartidos.
Sí, son todos iguales y ni la mayor confusión de juicio ni
el transcurso del tiempo ni circunstancia alguna puede modificar esa
solidaridad.
Son reos de los más grandes delitos que se hayan cometido en
las sociedades humanas y nadie ni nada podrá desviar la visión permanente de
sus enormes responsabilidades.
Han avasallado en todas las formas a la majestad de la
patria, han derrumbado todas sus instituciones, han injuriado y escarnecido
todos los atributos morales, que eran la esencia de su carácter, han fijado su
descrédito en todas las páginas de la historia general, han retrasado por medio
siglo la amplitud de su desenvolvimiento, insumiendo y devastando gran parte de
su savia, y si no la han jugado en las carpetas del mundo y no la han puesto
bajo sus dominios personales ha sido por imposibilidad material de poder
hacerlo totalmente.
Por eso la República se ha alzado en armas y lo hará tantas
veces como se lo marquen sus sagrados deberes y sus augustos fueros. Si así no
lo hiciera, sería indigna de sí misma, de su cuna, de su tradición, y de la
misión que la Providencia le ha fijado en la escena universal en cuya cima
figurará el día en que las naciones se congreguen para discernir lo que
corresponde a cada una por sus consagraciones en la infinita obra de la
civilización humana.
Pero los que han ejercido la Presidencia de la República,
son los principales causantes de los males que gravitan sobre ella, porque
estando en sus manos evitarlos, los han reagravado progresivamente por acción
propia o conjunta, sostenidos por aquellas fuerzas militares que, desleales a
la Constitución, a las leyes y a la fe nacional, de la que debieron ser su
emblema más austero, se subyugan al que manda arriba de todos, cualquiera que
sea su origen.
Esa es la Bastilla argentina, sobre la cual se estrellan hoy
las fibras más sonoras del alma nacional, puesto que aquellos gobiernos, las
camarillas y los merodeadores de todas las prevalencias, son completamente
efímeros y sin consistencia alguna que desaparecerían en cuarenta y ocho horas,
como ha sucedido otras veces, al primer embate de la acción pública.
La solución está, pues, en manos del Presidente actual y
sólo siendo vilmente empedernido se puede renunciar al grandioso bien de la
República y a su gloria inmortal.
La opinión no le requiere más que comicios honorables y
garantizados, y nada más que comicios honorables y garantizados, como condición
indispensable para volver decorosamente al ejercicio de sus derechos
electorales. Entonces, propios y extraños se asombrarán de la magnitud de ese
sólo acto como punto cardinal de las más magnas proyecciones nacionales en
todas las esferas de su vida y así se verá la trascendental diferencia que hay
entre una nación ahogada por todas las presiones que la circundan a una Nación
respirando en toda la plenitud de su ser y difundiendo al bien común su inmenso
poder vivificante.
Si desgraciadamente así no sucediera y las generaciones
presentes pudieran consentir en la, continuación del oprobio simulando o
aparentando en connivencia con la prensa mercantil y abyecta, resistencias que
no son sino variantes del mismo oprobio; si la vida nacional siguiera siendo
vivida de esa manera, sería como para estamparle en el rostro el sello del
desprecio y la deshonra por la más cruel de las felonías que se puedan cometer
contra el santuario de la patria y sus celestiales esperanzas.
Entretanto, prosigamos la labor, no recibiendo más
inspiraciones que las del sacro sentimiento que nos anima, manteniendo siempre
nuestro espíritu arriba de todas las ruindades y malevolencias propias de estas
horas. Permanezcamos en el pedestal del deber y sostengamos impertérritos sobre
nuestras frentes todo el peso reivindicador —que cuanto más invada la
depravación mayor sea de nuestra parte la integridad y la entereza para
resistirla y extinguirla. Tengamos siempre resolución y fe para continuar la
obra, y unidos virtualmente a aquellos que rindieron la vida en su holocausto y
solidarizados cada vez más con los que sostienen la causa de la regeneración,
sin que la lava corruptora les haya salpicado, continuemos el camino trazado
desde hace un cuarto de siglo.
No dejemos ni un instante de estar a la altura del sagrario
de la patria, que tanta razón y conciencia nos ha dado para comprenderla; y
tengamos muy presente que simbolizamos todas las irradiaciones de la más
cruenta lucha después de la independencia, aquélla que ha causado los mayores
mártires a la humanidad a través de los siglos, y que el calvario de los
nuestros sea la luz que nos guíe e ilumine en el sendero.
Lo saluda afectuosamente.
H. YRIGOYEN
Fuente: Polemica con el Dr. Pedro C. Molina «Preliminares de la
polémica» Carta cordial con motivo del 1° aniversario de la Revolución de 1905
en “Ley 12839. Documentos de Hipólito Yrigoyen. Apostolado Cívico – Obra de
Gobierno – Defensa ante la Corte”, Talleres Gráficos de la Dirección
General de Institutos Penales, Bs. As 1949.-
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