Hubo una historia épica. La de un grupo de dirigentes del radicalismo provincial que ya a principios de los setenta había amarrado fuertes lazos con Raúl Alfonsín, que venía enfrentando a los sectores tradicionales del partido encarnados en Línea Nacional. Una vez puesta en marcha la actividad pre electoral y la reorganización de los partidos políticos, los radicales de Chubut lograron organizarse y ganar una elección por la que sufrieron una semana entera. Y esa es la historia mínima que vale la pena contar hoy, a 35 años de las elecciones que nos devolvieron la democracia a todos los argentinos.
El 30 de octubre de 1983 fue de algarabía plena en Trelew. Ni bien cerró la votación, los dirigentes radicales que manejaban información fina desde Buenos Aires, y desde Chascomús donde Raúl Alfonsín estaba instalado en su comando electoral, ya descontaban dos triunfos. El primero, el de Alfonsín a la presidencia de la Nación con un resultado histórico: 51,75 % de los votos frente a poco más del 40 % de Italo Lúder. Sólo quedaba la formalidad del Colegio Electoral vigente por entonces, antes de la reforma de 1994. La otra victoria clara fue la de Alfredo García para la intendencia de Trelew.
Los festejos en la calle San Martín, frente al Comité de entonces, fueron un verdadero carnaval con los colores rojo y blanco de la UCR y morado del Movimiento de Renovación y Cambio que Alfonsín, que con su carisma enorme, lideraba. Abrazos interminables, llanto a mares, emoción, corazones latiendo a mil, la marcha radical atronando en los parlantes, los dirigentes que se asomaban y alguien decía «ganamos en tal o cual lugar».
Pero hubo esa noche una elección en suspenso. La elección entre el radical Atilio Viglione y el peronista Hebe Corchuelo Blasco pendía de un hilo. El peronismo reclamaba la victoria y había instalado un «triunfo». Entonces no existían las redes sociales, pero había muchas caras sombrías entre los dirigentes del partido de Alem e Yrigoyen. Sin embargo, uno de los más optimistas, apurado, febril detrás de las planillas, enfocado en no perder ni una, era José María Sáez, presidente del partido.
José ya era en 1983 un «viejo zorro» de la política. Y había encabezado personalmente la instrucción de los fiscales de mesa y de los fiscales generales del partido. Una larga docencia en el Comité de la UCR en la calle San Martín de Trelew, a veces a domicilio, o en las oficinas de Diario EL CHUBUT, que José dirigía como fundador y socio propietario.
Ocurría que Sáez no confiaba en los presidentes de mesa -que por supuesto, la UCR no controlaba- ni en los empleados ni autoridades del correo. «El problema no era el miedo a la trampa, sino a la inexperiencia, y a que hicieran cualquier cosa con los cómputos», cuenta un testigo de aquellos hechos.
José hizo instruir luego a todos los fiscales radicales del interior. A quienes militaban en el radicalismo, les explicaron que debían observar en las filas cualquier indicio de robo de boletas, «voto cadena», cambio de votos, o lo que fuera. Cualquier movimiento sospechoso era controlado y reportado a los fiscales generales de las escuelas, y se iba llevando un conteo riguroso de lo que ocurría adentro de los cuartos oscuros con cada cambio de boletas. Una maniobra que los fiscales usan con la excusa de «reponer», pero que en realidad todo el mundo utiliza para ir llevando un «boca de urna» aproximado.
Sáez armó luego un sistema de transporte de los datos que los fiscales iban arrimando, y de las planillas que se habían confeccionado con el escrutinio. «En un momento, José era el único que decía que habíamos ganado», recordó un dirigente de entonces. El veterano presidente del partido confiaba plenamente en el escrutinio propio de los fiscales y en su conteo personal. Incluso, hubo una comunicación entre Sáez y Alfonsín en esa tarde noche, en la que José le dijo al presidente electo: «Ganamos, pero hay que esperar».
Al radicalismo le comían los nervios. Don Atilio Viglione era uno de los más ansiosos. Le pedía datos a todo el mundo, hasta que José, Mario Cimadevilla, Luis García, Carlos Maestro y otros lo calmaban.
Hubo que ir al recuento definitivo en la Legislatura. Habría varios días de suspenso.
Sáez se llevó a un jovencísimo Mario Cimadevilla al recuento. «Los peronistas van a discutir todo. Nos instalamos allá», ordenó José. Y así fue. La primera tarde se pasaron discutiendo si se contaban los votos con planillas o se abrían las urnas. Y se optó por esto último. Las peleas por cada boleta fueron a brazo partido. En Comodoro hubo que votar en urna complementaria, para decretar la victoria del peronista Mario Morejón a la intendencia, por sobre el radical Camarda.
Finalmente, una semana más tarde, se confirmó que por sólo 747 votos, menos del 1 % del total, Don Atilio Viglione sería el nuevo gobernador de Chubut, y el primero de la democracia.
Esa elección la ganaron los fiscales, la concentración y la contracción al trabajo de Sáez sobre todo en la previa de la elección y en el mismo escrutinio, y por supuesto, los 44.424 chubutenses que votaron por Atilio Viglione y Juan Carlos Altuna.
Chubut era una fiesta de la democracia, con «capital» del alfonsinismo en Trelew. Hoy, se cumplen 35 años de aquella refundación de nuestra patria.
Fuente: “El día en que los fiscales radicales le ganaron una Gobernación al peronismo: Una historia mínima de las elecciones en Chubut, el día en que recuperamos la democracia.” por REDACCIÓN Diario EL CHUBUT, 30 de octubre de 2018.
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