Bastaron cuatro meses para modificar totalmente el escenario
político provincial.
El galvismo progresista se vio obligado a ceder terreno en
el aspecto político de su programa de gobierno inaugurado en 1886. Un ejemplo
de ello es la postura conciliatoria que, dentro del oficialismo, adopto el
mismo gobernador Juan Manuel Cafferata. Este mandatario experimentó, a cuatro
meses de su asunción, una de las consecuencias más traumáticas generadas por la
Revolución: la orfandad política en que quedaron las provincias luego de la
caída del «Único», a cuyo poder estaban sujetas, como las ramas a un árbol. Fueron
meses desconcertantes para el situacionismo provincial, descolocado ante un
panorama incierto.
Las nuevas piezas en el juego las constituyeron el retorno
de Santa Fe a la égida de Roca, la salida del oficialismo de los iriondistas,
el nombramiento de Manuel Leiva como ministro de Gobierno, y el vertiginoso
crecimiento de la corriente cívica, manifestada en la creación de un verdadero
partido de dimensión provincial: la Unión Cívica. Todos estos factores
resultaban impensables por parte del galvismo antes de agosto.
A ellos se sumaba una táctica puesta en juego por el
presidente Pellegrini: la presión del poder central sobre Santa Fe, sin ahogar
al situacionismo. La oposición vio en la nueva política la oportunidad de
obstaculizar al gobierno de Cafferata, valiéndose de dos cuestiones candentes
entonces, pero de antigua data, que fueron profundas estocadas contra el
debilitado oficialismo: la intervención del Banco Provincial, a través de la misión
Pillado, y el desarme de los batallones provinciales prohibidos por la Constitución.
Sin lugar a dudas, en ningún momento el galvismo se vio tan
cerca de perderlo todo.
Por esto, el gobernador Cafferata, de acuerdo con el
ministro del Interior, general Julio A. Roca, al comprobar que las reformas por
él encaradas en el sentido de paliar la crisis económica a través del achicamiento
del Estado, la restricción del gasto publico, la privatización de servicios y
la notable reducción del presupuesto, no bastaban para calmar las agitadas
aguas provinciales, se vio en la imperiosa necesidad de buscar una concertación
política.
Para el mes de noviembre la concentración parecía
impracticable, ya que nadie quería negociar con un gobierno desprestigiado, al
que creían con las horas contadas.
Apostaban a la pronta capitulación de la plaza frente al
acoso del sitio político movilizado desde la Nación y la provincia.
La conciliación encarada por el comisionado nacional, don
Nicasio Oroño, chocó con la intransigencia de los partidos, luego de acaloradas
conferencias mantenidas con el gobernador y con los dirigentes de la oposición.
Estos últimos no querían una parte del gobierno (Cafferata había ofrecido a los
cívicos e iriondistas ministerios, secretarias y jefaturas políticas) sino
todo.
Pudo mas la habilidad política del galvismo, ahora
nuevamente roquista: el senador nacional y jefe del Partido Autonomista
provincial, José Gálvez, con el visto bueno del ministro del Interior, llego a
un arreglo con los iriondistas para lograr su retorno al oficialismo, cediendo
espacios de poder.
Tal era la situación política santafesina en momentos de la
Convención Nacional de la Unión Cívica.
EL CIVISMO SANTAFESINO EN TIEMPOS DE LA CONVENCIÓN
El civismo político de Santa Fe estuvo encarnado desde 1886
por un grupo de jóvenes ilustrados de la capital de la provincia y de Rosario.
Estos militaron continuamente en las filas opositoras al oficialismo,
apoyando la candidatura para la gobernación de Estanislao Zeballos, primero, y
de Juan B. Iturraspe, después. En ambos casos, dentro de los sectores del viejo
partido liberal santafesino.
Con la continuidad del galvismo (a través de la gobernación
de Juan M. Cafferata), se abocaron a la organización cautelosa, casi
clandestina, de un partido provincial, siguiendo las indicaciones de la Unión Cívica
de Buenos Aires. Pero, debido al
surgimiento espontáneo de grupos cívicos independientes en Rosario, decidieron
obrar a la luz, encauzando dicha corriente en forma orgánica dentro de la Unión
Cívica. Esto ocurrió en abril de 1890.
Durante los sucesos revolucionarios del Parque, Santa Fe se
constituyó en un baluarte del gobierno nacional. La provincia fue puesta
inmediatamente en pie de guerra, a través de un rápido operativo implementado
por Cafferata y Gálvez, quienes prestaron todo su apoyo al ministro Roque Sáenz
Peña, que instaló su comando en Rosario.
Por orden expresa de la junta central del partido, los cívicos
de Santa Fe no intervinieron en alteraciones locales (hacerlo hubiera implicado
un suicidio); si en la organización de multitudinarios festejos tras la
renuncia del presidente Juárez Célman.
La Revolución pasaría a ser la mejor tarjeta de
presentación, el elemento político mas eficaz de divulgación publica de la
Unión Cívica en el orden local. La provincia de Santa Fe conoció a la Unión Cívica
después de los sucesos de julio en Buenos Aires.
Antes de esto, los cívicos apenas habían establecido en la
provincia un centro cívico del partido en Rosario y una avanzada en Villa
Casilda. En el mes de agosto experimentaron tal crecimiento que les permitió
conformar un autentico «partido provincial».
Si tuviésemos que señalar etapas de evolución del partido, citaríamos
la visita de los actores principales de la revolución y prohombres de la Unión Cívica
porteña a la ciudad de Rosario el 26 de agosto. Este acontecimiento fue vivido
con una intensidad tanto o más grande que la Convención Nacional de enero de
1891. Manifestaciones callejeras, discursos vibrantes, presencia de
delegaciones cívicas de todo el país, coadyuvaron para que la Unión Cívica de
Rosario alcanzara la satisfacción de traer el espíritu de la revolución «a
casa».
A todo esto, en las tres primeras semanas de agosto, no solo
se organizó este acto de tanta magnitud, sino que los dirigentes de esa ciudad
viajaron a Santa Fe, crearon en el pleno far west provincial —colonias San
Carlos y San Geronimo— centros de la Unión Cívica, e impulsaron el nacimiento
en la urbe del sur del Club Juventud Cívica Rosarina, integrado por
adolescentes.
El 25 de agosto quedo establecida, oficialmente, la Unión Cívica
de Rosario, y el 30 del mismo mes sucedió otro tanto en Santa Fe. Ambos
centros, independientes entre sí en cuanto a labor partidaria, se dividieron el
campo de acción: el sur de la provincia para el primero, y el centra y norte
para el segundo. Factores que se vinculaban con los estratos sociales, políticos,
económicos y culturales, diferenciaban a los integrantes de uno y otro centra.
En setiembre concluyo, de forma definitiva, la organización
de los cuadros directivos de Rosario mediante las comisiones ejecutiva,
consultiva y de propaganda.
El primer paso oficial que dio la Unión Cívica de Rosario en
pos de intervenir abiertamente en la política provincial, fue solicitar el 6 de
septiembre, en un manifiesto publico, la renuncia del gobernador y del
vicegobernador, enumerando causales de índole política y económica.
Tal era el peso que había adquirido el partido en aquellos
meses, que el gobernador Cafferata, en los intentos de conciliación efectuados
a fines de noviembre, le ofreció un ministerio y tres jefaturas políticas.
Sucesivos telegramas de Alem respaldaron y estimularon la intransigencia de los
cívicos para evitar todo tipo de acuerdo. Las maniobras conciliatorias
empleadas por el oficialismo, en vez de acercar a los cívicos, aumentaron su
distancia y su combatividad.
A unas semanas de la Convención Nacional de la Unión Cívica,
la provincia estaba situada sobre dinamita. El clima de alarma y agitación se
reflejaba en forma patética en los periódicos de aquel entonces. Tanto la
prensa oficial como la moderada y la opositora caían en la misma vertiente de
exageración. La primera, para que el gobierno nacional limitase las libertades
de acción concedida a los cívicos; la segunda, para aumentar la venta, y la
tercera, para demostrar la inestabilidad de sus adversarios.
La Unión Cívica había quedado ahora, con el retorno de los
iriondistas al oficialismo, sola en la oposición provincial. Su periódico, La Unión
Cívica, llamaba abiertamente a la rebelión, frente a supuestos operativos
policiales del gobierno tendiente a apresar a sus principales dirigentes y a
clausurar comités. Esta táctica de lanzar tales rumores, aunque después fueran
desmentidos, llevó a un estado de intranquilidad tan grande, que muchos
extranjeros (un 50% de la población rosarina) izaron en sus casas las banderas
de sus respectivas nacionalidades para evitar posibles atropellos.
EL GALVISMO Y LA CONVENCION
No había otro mas interesado en el normal desarrollo de la Convención
que el mismo gobierno provincial. Los ojos de la Republica estarían puestos sobre
Rosario, y la imagen que debía dar el galvismo, por su delicada situación,
tenia que ser inmaculada.
En noviembre de 1890, al oficialismo se le había planteado
la misma situación, con motivo de la inscripción en el Registro Cívico
Electoral. Ante las denuncias que llegaban al despacho del presidente
Pellegrini, a la prensa porteña y a las autoridades partidarias, sobre incidentes
en tal acto, la opinión publica de Santa Fe y del país centraba su atención a
la espera de incidentes mayores que hicieran caer la guillotina de la intervención
federal sobre la provincia. Además era el primer acto electoral donde
participaba la Unión Cívica santafesina, y uno de los primeros en la Republica
luego de los sucesos de julio.
Frente a este acontecimiento, que venia a complicar la
tirantez política existente, el gobernador Cafferata dio la consigna de evitar
el menor incidente, ya que un error podía resultar fatal. Así lo demuestran la
correspondencia y los telegramas cursados entre el mandatario, el jefe político
de Rosario, el ministro de Gobierno de la provincia y el ministro del Interior
de la Nación.
A pesar de todo, en el acto del domingo 9 se desató una
refriega entre los asistentes que arrojó como resultado cinco muertos y
cuarenta heridos. Inmediatamente toda la prensa del país, con títulos trágicos,
cayó primero sobre el general Roca y, luego, sobre la situación santafesina.
A partir de entonces, aquel domingo sangriento pasó a ser
una de las banderas de combate del civismo santafesino y, posteriormente, del
radicalismo.
Esto no debía suceder nuevamente en enero del 91, pues
posiblemente el gobierno nacional ya no lograría evitar la intervención de los
tres poderes provinciales frente a un escándalo de magnitud.
LOS CANDIDATOS PRESIDENCIALES
La Convención Nacional de la Unión Cívica fue convocada a
fin de elegir la fórmula presidencial para la contienda electoral de 1892. La
prensa de la ciudad había coincidido en la especulación sobre quienes la
integraran. La Capital de Rosario, liberal de oposición, apostaba al general Bartolomé
Mitre, con quien le unía una notoria afinidad ideológica, que continuaría mas allá
de la división del civismo. El Mensajero, autonomista de oposición, lo daba por
un hecho. El Municipio, cívico independiente, creía, semanas antes de la
asamblea, que la formula Mitre-Bernardo de Irigoyen resultaba adecuada porque
«era la interpretación del sentimiento nacional, levantando un muro de bronce
entre el oficialismo imperante y los defensores de nuestros derechos y
libertades».
La Opinión, diario galvista, resaltaba desde principios de
enero la incoherencia de la asamblea cívica, porque en los hechos ya había sido
consagrado el general Mitre. Se basaba para opinar tal cosa en que el 1° de
enero se había efectuado una proclamación mitrista en el Frontón de Buenos
Aires. Por lo tanto esto implicaba —según la publicación— que en la Convención
iba a terminarse con la injerencia de Del Valle y Alem: «se definirán las
posiciones; los empresarios cívicos quedaron destituidos por ineptos, y el
candidato será proclamado por los únicos que deben hacerlo». Nueva Época, de
Santa Fe, coincidiendo con su copartidario rosarino, opinaba que había llegado
el fin del alemismo intransigente, y que la Convención seria «la gran Torre de
Babel argentina».
En fin, la prensa oficialista se regocijaba y aumentaba una situación
evidente que incomodaba profundamente a los cívicos rosarinos: la posible
candidatura de Mitre. El mismo diario La Unión Cívica, «haciendo verdadero tour
de force», controlaba su antipatía por ella. Es que la mayoría del civismo de
Rosario era marcadamente alemista, desde sus más tiernos inicios, mientras que
los cívicos de la ciudad de Santa Fe tenían sus simpatías puestas en un hombre
de gran arraigo entre las familias políticas locales, don Bernardo de Irigoyen.
ALEMISTAS, MITRISTAS, IRIGOYENISTAS
Las disensiones internas del civismo rosarino entre alemistas,
mitristas e irigoyenistas repercutirían en la organización del acto, como un
reflejo de la misma situación en Buenos Aires.
Los ciudadanos de Rosario recibían noticias contradictorias
procedentes de la Capital Federal, incluso de los mismos diarios cívicos, ya
que mientras uno lo declaraba a Mitre «salvador de las instituciones», otro lo
amenazaba con abandonarlo, y un tercero le
hundía una puñalada en el pecho.
La situación interna de la Unión Cívica repercutió
directamente en la organización y participación del acto. Faltando ocho días
para que este se realizase, solo una de las catorce provincias argentinas había
elegido sus delegados: Buenos Aires.
Las discusiones dentro de la comisión directiva de la Unión Cívica
rosarina se evidenciaron en detalles, como la elección del local donde se efectuarían
las reuniones, o la manera como debía desarrollarse la recepción de los
congresales.
En la designación de los convencionales de Rosario predomino
la postura de «la mozada», en detrimento de «los viejos liberales». Los
primeros se habían opuesto en noviembre a la política conciliatoria del
gobierno, y los segundos coincidían con la participación del civismo en el gobierno
provincial, Nicasio Oroño los llamaba «los verdaderos cívicos» (liberales del
mitrismo).
Los convencionales fueron el doctor Joaquín Lejarza (vocal
de la comisión ejecutiva de la Unión Cívica), alemista, con 21 votos. El doctor
Belisario Sívori (presidente de la comisión ejecutiva de la Unión Cívica),
alemista, con 15 votos. El doctor Mariano Candioti (vocal de la comisión
ejecutiva de la Unión Cívica), alemista, con 24 votos. El doctor Eugenio Pérez
(miembro del partido), con 7 votos. El doctor Pedro Sánchez (vocal de la comisión
consultiva de la Unión Cívica), mitrista, con 5 votos, y el doctor Marcelino
Freyre (miembro de la comisión consultiva de la Unión Cívica), viejo prohombre
de la política provincial, liberal mitrista, con 2 votos.
La elección efectuada por las tres comisiones de la dirección
del civismo rosarino mas los representantes de los comités, demuestran el
abrumador porcentaje de cívicos alemistas. Estos últimos tenían la presidencia,
la vicepresidencia, la tesorería, la secretaría y más de la mitad de los vocales
de la comisión ejecutiva.
Ello explica por que no existió antes, durante y después del
acto un entusiasmo desbordante en lo relativo a la publicidad de la Convención
a través de la prensa cívica. Y aunque parezca contradictorio, la crónica de lo
acontecido por aquellos días en Rosario abunda en los diarios oficialistas,
llamados por la curiosidad del evento y por la posibilidad de recoger
argumentos para criticarlo.
Pero la presencia alemista en Rosario no se hizo sentir de
lleno en la asamblea, ya que la comisión que tendría que representar a la
provincia de Santa Fe en la Convención debía surgir irremediablemente de una
fusión de los centros de la capital provincial y de la segunda ciudad del país.
Esto motivó que los representantes por Santa Fe fuesen el presbítero Gregorio
Romero (Santa Fe, irigoyenista), Gerónimo Cello (Santa Fe, irigoyenista),
Severo Basavilbaso (Santa Fe), Belisario Sívori (Rosario, alemista), Mariano
Candioti (Rosario, alemista) y Joaquín Lejarza (Rosario, alemista).
LOS CONVENCIONALES EN ROSARIO
Cuando faltaban cinco días para el acto, habían designado
sus representantes once provincias, lo que implicaba la llegada a Rosario de
aproximadamente cien personas entre comisionados y suplentes. Los principales
hoteles de la ciudad no daban abasto, ya que a los convencionales se les unían
dirigentes partidarios, periodistas y curiosos. El jueves 15 de enero de 1891,
El Municipio llamaba al pueblo a asociarse en la recepción de los huéspedes,
embanderando los frentes de las casas, cerrando los negocios, acudiendo a las
manifestaciones y demás actos, e iluminando en forma extraordinaria las calles,
balcones y fachadas.
El día anterior habían comenzado a llegar los delegados de
las provincias, siendo de los primeros los de Buenos Aires. Un diario
oficialista advertía a las autoridades policiales que debían mantener
controlada a una comitiva de cívicos «que forman en las filas de la carne de cañón,
reclutados en Balvanera y en la Boca, organizados como guardias pretorianas de
los caudillos regeneradores». Se refería al medio centenar de porteños que venían
a acompañar a Alem.
En cuanto a la composición profesional de los convencionales
titulares asistentes eran estos tres generales, un coronel, dos tenientes
coroneles, dos ingenieros, un sacerdote, 63 abogados, y 44 personas que se
dedicaban a distintas actividades. Abrumadora mayoría de letrados.
Entre los delegados cabe citar a Aristóbulo del Valle, José
M. Gutiérrez, Mariano Varela, Tomas Santa Coloma, Belisario Roldan, Alberto
Gainza, Mariano Demaria, Bonifacio Lastra, Manuel J. Campos, Santiago O'Farrel,
Domingo Viejobueno, Juan M. Garro, Pedro C. Molina, Ángel Ferreira Cortez,
Tomas Soaje, Aniceto Latorre, Miguel Ortiz, Salvador Molina, Santiago Gordillo,
Pelagio B. Luna, Juan E. Torrent, Manuel F. Mantilla y Napoleón Uriburu.
Ante tales visitantes de todo el país, Rosario altera su
rutina diaria y se esforzó por darles calida acogida. ¿Quien no sentía, hacia
por lo menos uno de estos hombres ilustrados y conocidos, vínculos de amistad y
respeto? Todo el escenario político de Rosario: opositores, moderados y
oficialistas, eran conscientes de la trascendencia de la presencia de tales
viajeros. El mismo gobernador Cafferata contaba entre los asistentes a dos
amigos íntimos.
El intendente de Rosario, doctor Gabriel Carrasco, uno de
los mas grandes estadistas con que contó la provincia de Santa Fe a lo largo de
su historia, hombre de trayectoria y genuino representante de la generación del
80, llamado al gobierno por Cafferata, se esforzó por garantizar a los
asistentes la mayor comodidad y seguridad posible. Ante la solicitud de los cívicos,
autorizo la iluminación publica de las calles (reservada para circunstancias
especiales), no así la construcción de un arco de triunfo que estos querían
erigir en la calle Córdoba y su cruce con San Martín, en el corazón de la
ciudad, argumentando que había que evitar todo acto de provocación o incitación
a los autonomistas, quienes seguramente lo derrumbarían. Carrasco visito a los
convencionales cívicos explicándoles su intención de que no se provocasen desordenes.
Asimismo solicito un palco para contemplar los actos, y mando regar las calles
por donde transitarían los cívicos. El intendente era un hombre independiente
de espíritu verdaderamente cívico.
LA SESION DEL 15 DE ENERO
A las ocho y media de la noche hicieron su entrada, en el
teatro Olimpo, Alem, Del Valle y otros prohombres del civismo, abriéndose paso
entre la multitud agolpada en la puerta del local como en una premiere. En el
recinto no había una sola mujer. Los convencionales ocupaban el palco escénico,
todos vestidos de negro. Luego de entonarse las estrofas del Himno Nacional,
Alem pronunció un largo discurso. En él efectúo un resumen de lo que había
realizado la Unión Cívica en dieciséis meses, hablo de la corrupción en las
altas esferas gubernativas, que se extendía hasta las últimas clases sociales. Se
refirió al papel de la juventud y la postura revolucionaria, a la nueva era
inaugurada, a la obra de reparación prometida y no cumplida a partir de julio
por parte del oficialismo. Mostró como el régimen seguiría sobre las mismas
bases, de que modo habían quedado impunes los que habían delinquido
aprovechándose del erario público. Resalto las virtudes de la lucha en la
templanza del carácter, señaló que el pueblo era el artífice de su propio destino
y subrayo que no se debía esperar todo del gobierno.
El teatro parecía venirse abajo con los aplausos. No sabemos
si los convencionales mitristas acompañaron al orador con su entusiasmo cuando
este tocó una delicada cuestión: «la obra de la Unión Cívica ha sido y es de
verdadera regeneración, profundamente reformista y revolucionaria en el amplio
concepto doctrinario. Pero si esta ha cumplido y sigue cumpliendo sus programas
y compromisos, ¿podrán decir lo mismo aquellos que por nuestros esfuerzos y nuestros
sacrificios ocupan el lugar del gobierno derrocado y prometieron eficaz
cooperación en la obra reparadora que el pueblo habría emprendido?...».
Alem concluyó declarando instalada la asamblea cívica, y pidió
permiso para nombrar un presidente provisional. Autorizado, designó al doctor
Mariano Varela, quien también solicitó la venia para nombrar la comisión de
poderes, lo que también fue aprobado. Eligió al doctor Bonifacio Lastra, convencional
por Buenos Aires; a Guillermo Leguizamón, por Catamarca; a Rivera, por
Corrientes; a Candioti, por Santa Fe, y a Gordillo, por La Rioja. Se pasó enseguida
a cuarto intermedio para que la comisión examinara los diplomas. Reunidos
nuevamente, declararon que todas las credenciales estaban en condiciones
excepto las de Córdoba, donde se había comisionado a demasiada gente.
Se produjo luego la votación para el nombramiento del
presidente y el vicepresidente de la asamblea. El doctor Torrent logro 58 votos
para la presidencial Mariano Varela, con 79, fue vicepresidente primero, y el
rosarino Mariano Candioti, con 62 votos, fue vicepresidente segundo.
Del Valle propuso que, en homenaje a la ciudad cuna de la
Bandera, se nombrase uno a cuatro secretarios de esa localidad, en los señores
Lisandro de la Torre, Eduardo Paganini, Agustín Lando y José Fierro (todos de
la vertiente intransigente).
Barroetaveña opinó que a Rosario le bastaba con un vicepresidente
y dos secretarios. Así que fueron nombrados De la Torre y Landó.
Afuera del teatro, las calles céntricas de Rosario parecían
vivir una noche de carnaval, destacándose un numeroso grupo de cívicos
encabezados por una banda formada con improvisados «instrumentos musicales»:
latas, tachos, botellas vacías y cometas de tramways, a los gritos de « ¡Viva
la Unión Cívica!».
Luego de la sesión, los comisionados fueron perseguidos por
simpatizantes y periodistas. Francisco Barroetaveña fue localizado en el Hotel
Universal y, ante la insistencia de los asistentes, hablo en subido tono contra
la figura del ministro Roca, diciendo que los gobiernos de fuerza se repelían
con la fuerza y que los rosarinos debían estar prontos al sacrificio, cuando el
deber los llamase.
La impresión recogida por el periodismo oficialista, a
manera de conclusión del intenso día vivido, fue que parecía que el doctor Del
Valle llevaba la dirección de la Convención, y que su influencia podía más que
los votos de los convencionales en la designación de los candidatos
presidenciales.
La otra campaña, la de El Municipio y La Unión Cívica,
renegaba aceptar la influencia mitrista en la futura designación. En tal
sentido opinaba el primero: «las conveniencias bien entendidas de las
provincias y los intereses de la Nación aconsejan a los delegados del pueblo
argentino dejar de lado a los que se esclavizan a la voluntad del Ministro del
Interior y reniegan del papel histórico y democrático para convertirse en
agentes del poder. Los electos deben ser de merito, patriotismo, talento, amor
a las instituciones; pero por sobre todo, intransigencia al actual orden de
cosas, por el odio, la tiranía y el robo...».
LOS DIPLOMAS POR CORDOBA
Las actividades del viernes 16 de enero comenzaron por la
mañana, con la presencia de convencionales semi-dormidos: muchos habían llegado
el mismo día 15, luego de largos y fatigosos viajes desde los confines de la Republica,
sesionando hasta la medianoche. Según los diarios opositores, la sesión se inició
sin el quórum necesario. El conflicto de la aceptación de la delegación
cordobesa llevo toda la mañana.
El miembro informante, doctor Rivera, alzo su voz distinguiéndose
por su traje gris en medio de una asamblea de levitas y trajes negros jaquet y
hasta sacos de lustrina. El general Campos estaba vestido de militar y el presbítero
Romero con el hábito eclesiástico.
Rivero fundo el voto de la comisión diciendo que a Córdoba
solo le correspondía tener trece delegados y que habían venido a Rosario
dieciocho; que como los trece que llegaron primero habían sido nombrados por
una asamblea popular numerosa en la capital provincial y por subcomités de
campaña, estos debían ser reconocidos como tales. A diferencia, según la comisión,
los cinco restantes habían sido proclamados por unos pocos cívicos reunidos en
asamblea en Córdoba y Río Cuarto. Por lo tanto, la comisión adoptó como criterio
aceptar los diplomas de los que habían obtenido mayor respaldo popular en sus
designaciones. Esto, indudablemente, iba en detrimento de los cinco miembros
del Centro Popular de Córdoba. Cuando estaba por votarse la aprobación o no de
la resolución de la comisión, tomo la palabra el santafesino, presbítero
Romero, aconsejando no adoptar medidas que pudieran generar discordias. Sus
palabras representan el carácter de los convencionales no alemistas: «En la Unión
Cívica figuran hombres de todos los partidos que se han hallado distanciados
por cuestiones locales o nacionales; por problemas regionales, religiosos o
sociales y que se habían juntado todos por el bien de la patria. Jamás se debe
creer imposible una conciliación en el seno de la Unión Cívica. Y sin embargo
nos encontramos frente a una cuestión de diferencia. De Córdoba, de la
provincia que ha sufrido mas el incondicionalismo, de la tierra donde nació el
insignificante Celman, nos ha de venir también el modelo del civismo...».
El doctor Molina, cordobés, declaró que no había diferencias
de fondo entre los delegados de su provincia, y que cualquiera fuese el fallo
de la Convención, permanecerían fieles al partido. Igualmente, el padre Romero
propuso el nombramiento de una comisión pacificadora, integrada por cinco
personas. Tal temperamento fue aprobado por unanimidad, y resultaron designados
Romero, Del Valle y Lisandro de la Torre. En horas de la siesta se comunico a
la Convención que, habiendo demostrado los delegados cordobeses la mejor buena
voluntad, se había acudido al sistema de lotería, saliendo premiados cuatro cívicos
populares.
LA PROCLAMACIÓN A TEATRO LLENO
A las seis de la tarde se convocó para la elección de los
candidatos presidenciales. El teatro estaba completamente lleno, al extremo de
poner al edificio en peligro, ya que no se habían controlado las entradas. Existía
una ansiedad extraordinaria por conocer el resultado. El público había llegado
hasta el escenario, rodeando la mesa asignada a los periodistas e introduciéndose
hasta la de los convencionales. Torrent principió para leer los votos: «Leyó el
primero, leyó el segundo, el tercero y hasta el vigésimo, todos contenían el
nombre del general Mitre. Principió en seguida a manifestarse un movimiento de aprobación
por parte del público. Algunos corresponsales salieron a la calle a enviar sus
telegramas. Solo después de unos veinte y tantos votos principiaron a sonar
otros nombres. Mitre consiguió 105 sobre 111».
La proclamación de Mitre fue saludada con aplausos
estruendosos, repetidos en forma interminable por parte de los convencionales,
el publico y hasta los reporteros gráficos.
Serenados los ánimos, se procedió a la elección del
vicepresidente, y fue elegido don Bernardo de Irigoyen.
Estadísticamente, Mitre consiguió el 94 por ciento de los
votos, mientras que Irigoyen obtenía el 82 por ciento.
Inmediatamente de producido este acto, se genero un debate
entre Barroetaveña y un grupo de convencionales mitristas. Aquel sostenía que
sobre la base del articulo noveno de la convención, «una vez hecha la proclamación
se comunicaría oficialmente a los candidatos y si se rechazara se procedería a
una nueva elección». Era inconveniente, según él, que no se cerrara la convención
hasta esperar la respuesta de Mitre, que un telegrama no demoraría mas de
veinticuatro horas, ya que después seria complicada una nueva reunión en caso
de rechazo.
Al día siguiente, el periódico de Deolindo Muñoz, El
Municipio, acorde con su estilo sagaz, realista e intransigente, llamaba a
limitar a niveles acordes con la situación, la euforia por las candidaturas de
Mitre e Irigoyen. El triunfo de los ideales del Parque aun no se habían
conseguido, y no se debían depositar todas las esperanzas en la personalidad de
aquellos: «Desde ya podemos decir que no se satisfacen las aspiraciones de un país,
ni se afianza un movimiento regenerador, limitándose a dar nombres en una
bandera».
La Opinión, galvista, volvió a señalar que la Convención
Nacional de Rosario, desde su convocatoria, había implicado el triunfo del mitrismo
y la eliminación del escenario político provincial y nacional del alemismo.
Para ese diario, la vicepresidencia de Irigoyen era motivada por la necesidad
de introducir un elemento de concordia entre quienes se repelían. La formula
implicaba lo que el órgano oficialista consideraba «la muerte del civismo puro
e intransigente, que se agita y se mueve con fuerza propia». Y el principal artífice
de ello había sido el doctor Del Valle.
El Mensajero, oficialista en el plano nacional y opositor en
el provincial, afirmaba que no le cabía duda de la existencia de dos Unión Cívica,
irreconciliables entre si: la radical y la moderada.
La Unión Cívica, alemista, mientras se mostraba ferviente
sostenedora de los candidatos proclamados, se sintió obligada, en momentos tan
especiales, a reafirmar su lealtad hacia la figura de Leandro Alem, a quien, en
su edición del día posterior a la elección, lo consideraban como «el mas espartano
de los argentinos, el legitimo sucesor de Alsina, un hombre irreductible que su
palabra era el verbo de la democracia, el que su consejo era la orden suprema
del experto piloto, el representante del temple civil y la honradez acrisolada,
el orador eminente, el constitucionalista distinguido, el primero en la orden
del combate y el ultimo en la de recompensa, el general en jefe del gran
ejercito patriota, la imitación del Cristo que echó a los mercaderes del
templo, el carácter, el gran republicano», etc.
Al día siguiente de la proclamación de la candidatura, el órgano
de la Unión Cívica de Rosario mostró que, seguidora de Alem en su mayoría, penetraría
en una pendiente que semana tras semana aumentaría el rechazo —velado primero y
abierto después— de la figura de Mitre. Así, días después de la clausura de la convención,
denunció que los representantes de Mendoza habían vendido sus votos por
doscientos mil pesos a los mitristas y que se habían retirado antes de que culminase
la asamblea. El comprado habría sido el doctor Guiñazú, y el comprador, el
general Roca.
A diferencia de lo ocurrido con los cívicos intransigentes
de Rosario, en la capital provincial el periódico La Unión Cívica anunció con
ciento y un bombas la proclamación de Mitre-Irigoyen.
LA CONVENCION POR LAS CALLES
El sábado 17 de enero, a las tres de la tarde, tuvo inicio la
última reunión de la convención. Algunos representantes asistieron de riguroso
frac. Se tocó «un nuevo himno cívico», que pocos conocían, El señor Vidal Peña,
convencional por Córdoba, mocionó para que todos se pusieran de pie en honor de
Alem. Así se hizo. Y en verdad aquí se cometió un acto de justicia, porque, más
allá de las diferencias políticas, a nadie podían caberle dudas sobre el papel
que le había tocado al caudillo como miembro convocante de la primera convención
nacional partidaria para designar fórmula presidencial en la historia
argentina. Este, que estaba en un palco, también se levantó y saludo al público
presente.
A continuación se leyó un telegrama de Bernardo de Irigoyen,
agradeciendo a los congresales la designación efectuada: «el voto de una
asamblea donde están dignamente representados los círculos políticos que
constituyen la opinión de la Republica, es la mas alta distinción que se
discierne en los pueblos libres y al recibirlo se agita vivamente el
sentimiento de mi gratitud.
Se paso después a firmar el acta por todos los
convencionales luego de entonar el Himno Nacional, y, por ultimo, pronunció el
discurso de clausura el comisionado correntino, el señor Torrent. Este efectúo
un relevamiento de la situación de cada una de las provincias argentinas y, al
llegar a Santa Fe, incitó a poner fin a los agravios de que era victima por
parte del oficialismo: «Es preciso que se vea libre de los explotadores que la
esquilman, pretendiendo convertir sus praderas que reverdecen con el sudor de
los honrados trabajadores, en miserable ergástula de esclavos que trabajan para
el goce sensual de sus amos insaciables». Tal era la oratoria para exaltar los ánimos
provinciales. En cuanto al orden nacional, dijo que la candidatura de Mitre debía
ser la «mas amada» también por el presidente Carlos Pellegrini, asegurando así
la felicidad de la Patria. Este doble juego era el que irritaba a los cívicos
alemistas de Rosario. La revolución, para ellos, debía ser total en la provincia
como en la Nación.
El acto mas llamativo, por las dimensiones que alcanzo, fue
la procesión de los convencionales desde el teatro Olimpo a la Plaza 25 de
Mayo, para luego participar de un Tedeum en la Iglesia Matriz. La columna se
puso en marcha por las calles céntricas. Era una compacta muchedumbre aplaudida
por los ciudadanos agolpados en balcones y azoteas. La lluvia de flores que
cayo sobre los manifestantes fue uno de los aspectos mas reflejados por los periódicos
de aquellos días, y en obras posteriores, como la de Dermidio T. González,
publicada en 1905, sobre las costumbres rosarinas. También lo fue la presencia
de mujeres, fenómeno poco visto en la ciudad. La Plaza 25 de Mayo ya se hallaba
con público cuando la comitiva desembocó por la calle Córdoba. Había una banda,
rodeada por los portaestandartes de los clubes cívicos de Rosario y por medio
centenar de ciudadanos que portaban banderas nacionales. Cada una tenía bordado
el nombre de un prohombre de la Unión Cívica. Entre los clubes presentes se
hallaban el Roque Sáenz Peña, Nueve de Noviembre, Leandro Alem, Luis Sáenz Peña,
General Mitre, etc.
Se produjeron los vivas de rigor a Alem, Mitre, Irigoyen y
Torrent. A la Unión Cívica y a los delegados.
La iglesia estaba repleta. En su interior aguardaban las
damas rosarinas, ocupando la derecha e izquierda del templo (no nos debe
extrañar este hecho ya que las principales familias de la sociedad rosarina
estaban vinculadas con el antiguo partido liberal de inspiración mitrista), reservándose
el centro para los convencionales. El tedeum fue celebrado por el cura párroco,
presbítero Córdoba, y por el convencional por Santa Fe, presbítero Romero.
A la salida del templo cayó, desde la jefatura política, una
gran cantidad de papeles con la inscripción « ¡Viva Roca!», a lo que los
manifestantes respondieron con el « ¡Muera Roca!», exclamaciones ambas
familiares para la ciudadanía rosarina.
De regreso, la caravana llego hasta el Hotel Central, donde
se hospedaban parte de los convencionales, y allí pidieron a gritos que usasen
la palabra los oradores de más renombre. Alem no lo hizo, ya que se había
retirado enfermo durante el tedeum, y guardaba reposo. El único que se asomó a
los balcones del hotel fue el general Campos, quien dirigió la siguiente
arenga, que fue la última que escucho el pueblo de Rosario en aquella
convención: « ¡Pueblo de Rosario! Sigue tu obra de regeneración patriótica, sin
tener en cuenta los obstáculos que se opongan a tu paso porque si faltan pechos
y brazos, armas no han de faltar. A vosotros no os compran con empanadas...».
Esa misma tarde muchos convencionales emprendieron el camino
de regreso a sus provincias. Los que pudieron quedarse participaron a la noche
de un baile en el que se ejecutaron valses, polcas, lanceros, mazurcas, etc.
Fue organizado por las familias Fedrikson, Doncel, Pareja, Berhensen, Sivori,
Escalante, Correa, Ibarlucea, Perkins, Baigorria, De la Torre y Páez.
LA PARTICIPACION POPULAR
En esos tiempos, los embanderamientos de calles y casas tenían
un efecto publicitario y plebiscitario, a manera de encuesta. Por eso, contando
la cantidad de calles, manzanas y edificios por cuadra, se llegaba a un análisis
aproximativo. Según este, la participación de la ciudadanía propietaria no fue
desbordante, como los diarios cívicos lo reflejaban. Calles céntricas de importancia,
como Mendoza, Entre Ríos, Urquiza, 3 de Febrero, Progreso, no lucían ni una
sola bandera. Las calles embanderadas se reducían a las cercanas de los hoteles,
a los lugares de las marchas y al teatro. De 30.000 edificios con que contaba
Rosario en aquel entonces, sólo estaban embanderadas 237 casas del centro.
Aun así, la consideramos una cantidad apreciable para
entonces. Mas allá de este medio precario para verificar la participación
«popular» empleado por la prensa, podemos afirmar que la convención contó con
la simpatía ciudadana, y que esta, sumada a la curiosidad lógica ante tan
inusual evento y tan ilustres visitantes, se volcó al pueblo a las calles. Pero
sin alcanzar la magnitud de los festejos provocados por la caída de Juárez
Celman, ni el contenido emotivo para los cívicos de la primera visita de los miembros
del movimiento revolucionario de julio, en los meses de agosto y septiembre.
En conclusión, no constituyó el índice más alto de participación
popular en los mítines; no contó con los elementos netamente populares de los
barrios rosarinos, ni con una generalidad de gremios o profesiones. Fue un acto
que atrajo y sedujo la atención de «la sociedad» rosarina, que recién se estaba
acostumbrando a ese tipo de manifestaciones. En esto influyó la tensión política
reinante en la provincia, y la participación a medias del civismo intransigente
de Rosario.
LAS FIGURAS DEL CONGRESO
La Convención Nacional de la Unión Cívica en Rosario se efectúo
bajo la influencia de personalidades que, aunque ausentes físicamente algunas,
fueron protagonistas netas: Bartolomé Mitre, Leandro Alem, Julio Argentino
Roca, Aristóbulo del Valle, Bernardo de Irigoyen, Francisco Barroetaveña y Juan
E. Torrent. Así lo sentía la prensa local; así lo percibía el oficialismo provincial,
y así lo captaban los cívicos rosarinos: se jugaba en el terreno de las
personalidades y no en el de los principios. Los asistentes estaban allí por
Mitre, por Alem o por Irigoyen, y se manejaban como «operadores políticos» de
uno o de otro. Con esto no queremos restar meritos a los convencionales, cuyo
patriotismo fue reconocido por la misma prensa opositora. Pero Mitre era Mitre,
desde antes de la convención, como Roca era Roca en Santa Fe, y Alem era Alem
para los cívicos intransigentes de Rosario.
El objetivo primordial de la asamblea era designar
oficialmente candidatos consagrados por la opinión pública. Excepto la discusión
motivada por la aceptación de las credenciales cordobesas, el debate, poco
extenso, se centró en si se cerraba o no la convención antes de la aceptación
expresa de los candidatos elegidos.
Aun así, la primera Convención Nacional de la Unión Cívica
implicó un notorio adelanto en la vida democrática de los partidos políticos
argentinos. En este sentido constituyó un hito loable, reflejo de los primeros
frutos de la corriente cívica.
LA CONVENCION Y LA POLITICA PROVINCIAL
Existía en el orden provincial un ganador luego de la convención,
y fue el galvismo roquista. Demostró al presidente Pellegrini su voluntad
política de no generar conflictos. La policía se comporto con una actitud que
motivo el reconocimiento de Del Valle y Alem.
El evento distrajo la atención de los cívicos de la belicosa
y virulenta campaña emprendida contra el oficialismo, que había llegado a su
pico en los meses de noviembre y diciembre del 90. La convención dividió
sensiblemente a los cívicos moderados de Rosario de los intransigentes, y marcó
las diferencias entre cívicos rosarinos y santafesinos. La prensa opositora,
por unos días, dejó de efectuar sus reclamos originados en la crisis
financiera.
En síntesis, un respiro momentáneo para el gobierno
galvista, tambaleante desde agosto. Oficialismo que, internamente, se hallaba
en la puja por la designación de los delegados que lo representaría en la Convención
Nacional del Partido Autonomista en Buenos Aires.
Dentro del civismo local se generó un periodo de confusión
que no invalida, a partir de febrero, el incremento de las actividades políticas
del civismo intransigente. Alem pudo comprobar la lealtad de sus
correligionarios de Rosario y su zona de influencia. Durante su permanencia
aquí, recibió una innumerable cantidad de telegramas en los que se le
manifestaba admiración y respeto, provenientes de localidades del interior de
la provincia y de distintos estamentos y profesiones.
La proclamación de la candidatura de Mitre aceleró un
proceso interno del grupo cívico. Un ejemplo de ello lo constituyó la redacción
del periódico El Municipio, cuyos integrantes experimentaron una desilusión con
respecto a las expectativas puestas en el viejo y expectable general, cuando este
comenzó a manifestarse inclinado a la supresión de la lucha intransigente:
«queríamos la candidatura de Mitre triunfante en los comicios de la opinión;
pero no queremos la candidatura de Mitre ventilada, discutida y aprobada en los
salones presidenciales». Para este diario, la convención benefició al ministro
del Interior. Lo mismo opinaba La Unión Cívica: «Roca esta dispuesto a la candidatura
de Mitre, pero exigiendo que Mitre reciba de sus manos la investidura como los
reyes, en la Edad Media, del papa romano», a la par que se consideraba
auspiciante de las candidaturas del Olimpo.
Mientras todo esto sucedía, la provincia de Santa Fe seguía
su desarrollo progresista, como resultado de la puesta en practica del programa
galvista de 1886, en lo económico-social, superando lentamente la crisis
financiera, que había afectado al mercado y no a la maquinaria productiva. El
91 recién se iniciaba, y seria un año interminable y decisivo.
Fuente: "La primera convención" por Miguel Ángel de Marco (h) en "Centenario de la UCR: Una radiografia histórica"en Todo es Historia N° 289, julio de 1991, director: Dr. Félix Luna.
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