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domingo, 10 de mayo de 2020

Martín Alberto Noel: "Vuelve el antipersonalismo" (28 de diciembre de 1999)

Al expirar, en 1928, el mandato de Marcelo T. de Alvear, se enfrentaron por la sucesión presidencial dos corrientes del radicalismo: el "personalismo" -que aglutinó a los seguidores de Hipólito Yrigoyen- y el "antipersonalismo", apoyado por el presidente saliente, alineado con la fórmula Melo-Gallo. Frente a las modalidades dominantes de don Hipólito, Alvear y sus adictos representaban la revindicación de los valores republicanos de autonomía y equilibrio de poderes. Valores que el temperamento egocéntrico del viejo caudillo solía dejar en segundo plano.

El antipersonalismo perduró como una minoría, dentro del partido fundado por Alem, y encarnó su ala de tendencia conservadora. Con el transcurso del tiempo, la figura del nieto del general vencedor en Ituzaingó fue quedando relegada al olvido por gran parte de sus propios correligionarios.

Lo cierto es que el antipersonalismo, vigente entre 1922 y 1928, impuso a nuestra vida pública un sello de alta cultura cívica.

FIGURAS EXTRAPARTIDARIAS

Durante ese sexenio, Alvear concilió su papel de jefe del Estado con el brillo de un equipo de ministros seleccionados por él. No ya en nombre de los intereses de comité, sino en su carácter de figuras extrapartidarias reconocidas por su alta calidad intelectual, profesional y moral.

"Seis presidentes y un secretario general" fue la frase que la ironía acuñó a propósito de esta particular fisonomía del gobierno de Alvear. Cabe observar que este auge del antipersonalismo no fue ajeno al elevado nivel en el manejo de nuestras relaciones internacionales de entonces que colocó al país entre las diez potencias más importantes del mundo.

Entre nosotros el personalismo ha convivido con la democracia y ha sido responsable de sus desviaciones autoritarias. A ésta muchos la entienden únicamente como expresión del acatamiento de la voluntad mayoritaria, lo cual, a su juicio, legitima la posterior sumisión a un líder carismático. De donde la democracia, sin su necesario complemento republicano, abre la puerta a formas más o menos manifiestas de autocracia.

En tiempos ya superados, la egolatría del general Perón, hasta su caída en 1955, y luego el fenómeno recurrente del golpismo militar, dieron lugar a situaciones cuya singularidad suscitó el interés de estudiosos extranjeros. Especializados en este tramo de nuestra seudodemocracia personalista, los autores mencionados fueron bautizados por la crítica local con la denominación de "argentinólogos". Recordemos a los principales: el norteamericano Potash, profundo conocedor de la problemática de nuestras Fuerzas Armadas, el francés Alain Touraine y, más tarde, su compatriota Guy Sorman.

Al restablecerse la normalidad constitucional, en 1983, la "argentinología" tocó a su fin, porque se quedó sin temas. Debe verse, sin embargo, en la etapa del menemismo, un fuerte rebrote del personalismo, ese vicio congénito de nuestras costumbres políticas. El autoelogio, el fomento de la obsecuencia -llevado al extremo por un funcionario que fraguó papel moneda publicitario con la efigie del mandatario riojano- y la intromisión del ex presidente en el ámbito de la Justicia, fueron sólo algunos de los aspectos de un "culto de la personalidad" difícil de desarraigar.

PRIMADO DE LA RACIONALIDAD

Con Fernando de la Rúa parece haber renacido, por fin, el arrumbado antipersonalismo. Sobrio en la palabra y la actitud, reacio al efectismo y a las declaraciones espectaculares, el nuevo presidente ha devuelto al desempeño del Poder Ejecutivo su decoro y seriedad, despojándolo de extralimitaciones con respecto a sus acotadas facultades.

Síntoma, entre otros, de este reconquistado antipersonalismo resulta la cesión por parte de De la Rúa de la jefatura del radicalismo a Raúl Alfonsín. En contraste con la conducta de su antecesor, que conservó las atribuciones de máxima autoridad del justicialismo durante sus dos períodos en la Casa Rosada.

Es de esperar que el primado, en la ciudadanía, de la racionalidad sobre los factores emocionales, perceptible en la elección del candidato de la Alianza, pueda estimarse como un definitivo paso adelante, gracias al cual la lucidez de un electorado ya maduro evitará, en el futuro, recaer en la trampa del magnetismo de una voz bien impostada o de una simpatía engañosa.

En conclusión, cualquier democracia personalista privada del juego de contrapesos de las instituciones republicanas será siempre, a lo sumo, una democracia mutilada.


Melo-Gallo fue la formula del antipersonalismo para las elecciones de 1928.








Fuente: “Vuelve el antipersonalismo” por Martín Alberto Noel para La Nación. Martín Alberto Noel es doctor en filosofía y letras (UBA). Autor, entre otros libros, de El tema de la revolución en la literatura (Corregidor), 28 de diciembre de 1999.

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