Jorge Walter Perkins interpretaba la oposición de las
izquierdas y de la oligarquía al decir, enun difundido opúsculo, que el
caudillo radical era un monstruo porque rompió con la tradición liberal de los
presidentes argentinos. Años más tarde invocó la doctrina liberal de Yrigoyen
para emitir el mismo juicio peyorativo del peronismo. Sería injusto, sin
embargo, culpar únicamente a Perkins de lo que fue en los dirigentes políticos
del año 30 una proclive actitud generalizada a defender los dogmas liberales en
contra de la democracia de masas, actitud seguida del arrepentimiento para
incurrir posteriormente en igual censura reaccionaria del tumultuoso ascenso
democrático.
A primera vista, las denuncias por los izquierdistas del
antiliberalismo de Yrigoyen no compadecen con las severas críticas que aquéllos
hicieron a éste, cuando cargó sobre sus hombros la tremenda responsabilidad de
las sangrientas represiones de las huelgas obreras y de las agitaciones
campesinas. En esas oportunidades, el caudillo radical actuó en defensa de los
principios y de la legalidad del liberalismo. Cualquier liberal, en cualquier
parte del mundo, hubiera procedido de la misma manera, aun en el caso de ser
ese liberal un socialista.
Es innecesario recurrir para demostrarlo a los numerosos
ejemplos extranjeros de gobiernos socialistas que aplicaron mano dura a las
huelgas y otros estallidos de masas; basta recordar la complicidad de los
socialistas argentinos con los encarcelamientos y matanzas de 1956 y las burlas
de Américo Ghioldi a la leche de la clemencia.
¿Cómo se explica, pues, que los izquierdistas nunca
perdonaron a Yrigoyen los episodios de la Semana Trágica, de la Patagonia, de
La Forestal, de los Ferrocarriles del Estado y de la zona agrícola? ¿No
acabamos de decir que lejos de infringir las normas liberales usó de la máxima
violencia del Estado en resguardo de ellas? Sin embargo, con excepción de los anarquistas,
para los cuales el desencadenamiento de los movimientos de masas preparaba el salto
revolucionario a la sociedad sin clases y sin Estado, y de los comunistas que
por aquel entonces se daban por objetivo inmediato la implantación de la
dictadura del proletariado por medio de los soviets, los demás izquierdistas
carecían de razones doctrinarias para censurar a un gobierno empeñado en
asegurar el imperio de la ley liberal.
Tal aparente inconsecuencia de los socialistas tiene su
explicación práctica en el propósito perseguido por ellos en todo momento de
socavar el poder político de Yrigoyen, aunque para lograrlo favorecieran, como
en efecto sucedió, los designios de la oligarquía. Quienes nunca se apartaron
en su ya larga trayectoria partidaria de la idea de la evolución pacífica hacia
el socialismo a través de la educación, de la legislación y de la cooperación
y, en consecuencia, se opusieron a los cambios sociales por la acción violenta
de las masas, solamente podían respaldar huelgas revolucionarias en la medida
que contribuyeran a deteriorar o derrocar al gobierno yrigoyenista, sin entrar
en sus cálculos que fuera de la oligarquía ningún sector político estaba en
condiciones de capitalizar el debilitamiento o la caída del presidente radical.
Ante la situación contradictoria en que se había colocado
Yrigoyen correspondía orientar la lucha de las masas de modo de aislarlo de la
oligarquía y del imperialismo y no de arrojarlo en brazos de ellos, pero para
idear y aplicar tal táctica hubiera sido necesaria una madurez política y
teórica que no poseían los jefes izquierdistas y los dirigentes sindicales de
entonces.
Su sectarismo y su incomprensión del proceso social dieron
por resultado inmediato el descenso de los movimientos obreros y campesinos y
el decrecimiento del prestigio popular de Yrigoyen, que era lo que más deseaban
los oligarcas conservadores y las empresas extranjeras.
No se puede elaborar una política justa partiendo de una
posición teórica falsa. A la pregunta ¿qué es el yrigoyenismo?, respondían los
socialistas:
"Una de las
tantas facciones de la política criolla, reaccionaria como todas ellas,
expresiones del atraso social argentino", y los anarquistas:
"El Partido
Radical siguió a los conservadores, cometiendo sus mismos errores, en el caso
más despilfarrador del trabajo nacional. La explotación no varió. Se aliaron
bien pronto con los mismos de su clase; los conservadores de sangre y siempre.
No había distingo fundamental con el régimen; las formas encerraban el mismo
contenido. Prontamente la creencia de las muchedumbres se desvaneció y el
partido demagógico
transformóse en
conservador, siguiendo la tradición y trayectoria de los partidos que
desalojara y cuyo espíritu heredó. Semana Trágica. Santa Cruz", y el
Partido Socialista Internacional en el informe que envió en 1919 a la Internacional Socialista
y a todos los partidos socialistas del mundo:
"Ahora bien:
todas las fracciones políticas en que se subdivide la burguesía argentina son
por igual conservadoras; carecen de programa; en el poder se limitan a defender
los intereses de los terratenientes e industriales y repartir entre los
correligionarios las numerosas prebendas de un inflado presupuesto, Este estado
de cosas tiene harto al pueblo argentino, Hasta la fecha no existe un partido
intermedio radical burgués, tendencia hacia la cual parece inclinarse un fuerte
núcleo de opinión, El Partido Socialista pregonó siempre que desempeñaba una
doble función: de partido radical y de partido socialista, a un mismo
tiempo".
En esta última caracterización se descubre la misma tesis
mecanicista, expuesta en páginas anteriores, del socialista italiano Enrique
Ferri: carecen de programa ("tienen
un programa negativo"), no existe un partido intermedio radical burgués
("falta aquí un partido radical positivo"), el Partido Socialista en
doble función: de partido radical y de partido socialista ("los
socialistas argentinos cumplen la función específica de este partido radical que
falta").
La lectura de la prensa izquierdista de la época (salvo la
de algunos sectores de anarquistas puros en pos de la revolución universal y de
la desaparición inmediata de gobiernos, clases e injusticias) deja la impresión
de que la lucha por el socialismo sería imposible sin antes reconstruir en la
Argentina una sociedad capitalista a imagen y semejanza de la de Francia,
Inglaterra o Italia para tener la oportunidad de lidiar con una burguesía civilizada
y no atrasada como la nuestra. Los izquierdistas soñaban con tener por
adversarios a un Clemenceau, a un Lloyd George, a un Orlando, y no a un Peludo
lleno de mañas que hablaba en difícil. Ellos mismos se consideraban por encima
del medio social en que les tocaba actuar; sus discursos y escritos estaban
salpicados de referencias ejemplares a los hechos y pensamientos de los
socialistas ingleses, franceses, alemanes y escandinavos; y explicaban la
historia argentina (Justo, Ingenieros y otros) con el criterio del europeo que estudia
la vida de un pueblo extraeuropeo en función de los problemas del Viejo Mundo.
De lo aquí expuesto se colige que les sobraban razones
doctrinarias a los socialistas, igual que a todos los liberales, para atacar la
política de neutralidad sostenida inflexiblemente por Yrigoyen durante la
Primera Guerra Mundial (1914-1918) y exigir la entrada de la Argentina en la
contienda junto a los imperialismos aliados. Francia, Inglaterra y Estados
Unidos encarnaban el ideal liberal de continuidad del progreso en línea recta
hacia el infinito, Alemania militarista y estatista amenazaba a ese ideal, su
victoria traería la interrupción de la marcha rectilínea de la humanidad en
dirección al progreso y la libertad, Más a fondo no podía ir el análisis
liberal de las causas y de los objetivos de la guerra entre los dos bloques imperialistas.
Ponía la justicia del lado de las potencias que defendían sus inmensos dominios
coloniales y semicoloniales, y no del lado del imperialismo advenedizo y
hambriento de mercados y colonias, que pretendía obligar a Inglaterra a
renunciar a su supremacía mundial y hacer del continente europeo el trampolín
para la conquista de Africa, Asia y América,
Trasladaba al orden mundial la disyuntiva que la orientaba
dentro del país: civilización o barbarie. Todo lo que no era liberal era
bárbaro. No admitía más que una opción: aliadófilo o germanófilo; sospechaba en
todo argentinófilo un partidario de los alemanes.
Durante la primera mitad de la guerra nada alteró la
neutralidad del país. Ni la captura por los ingleses del barco de bandera
nacional Presidente Mitre, ni la comunicación del gobierno de Su Majestad a la
cancillería argentina de que haría lo mismo con cualquier nave que se apartara
de su carrera habitual en la costa, conmovieron al presidente Victorino de la
Plaza, cuya admiración por el Imperio Británico se había consolidado en sus
largos años de ministro en Londres. El Foreign Office tenía el mayor interés en
que la Argentina se mantuviera al margen de la contienda; su aporte militar no
podía ser importante, mientras que su contribución como fuente de abastecimientos
se conceptuaba tan decisiva que en 1915 los aliados enviaron al Plata una
misión permanente con el objeto de adquirir la totalidad de la producción
ganadera exportable de la Argentina y del Uruguay. La industria frigorífica nglo-yanqui
ganó sumas fabulosas, aumentó sus capitales, inauguró nuevas fábricas y mplió
las existentes, construyó barcos y vagones apropiados e instaló grandes
depósitos en los puertos de Europa y América. Los ganaderos argentinos y
uruguayos vivieron años de enriquecimiento sin precedentes.
Tal función reservada a las naciones platenses requería para
su seguro cumplimiento, tanto poner a cubierto las exportaciones alimenticias
del peligro que correrían si se echaban encima a Alemania de enemigo, cuanto
evitar que se desviara o debilitara la tarea específica de proveer a los
ejércitos aliados. Declaraban los representantes anglo-franceses:
"No puede la
Argentina ayudar mejor al triunfo de la civilización que dedicando su trabajo
pacífico a producir carnes y cereales para nuestros soldados".
La situación cambió en 1917. Alemania arreció sus ataques
submarinos al comercio de los países no comprometidos en la contienda. La
neutralidad no los resguardaba. Los Estados Unidos le declararon la guerra el 6
de abril. El comando aliado comprendió que la prescindencia argentina en las
operaciones bélicas ya no protegía los convoyes de abastecimientos y presionó
sobre el gobierno de Yrigoyen para obtener una participación en las
hostilidades contra Alemania, que le permitiera organizar el comercio platense
como parte de su estrategia general.
A los factores económicos que movieron a los sectores
aliadófilos (hasta entonces conformes con la neutralidad o, por lo menos, no
activos en contra de ella) a demandar la entrada de la Argentina en la guerra
interimperialista se sumó en 1917-1918 otro de contenido más vital: defender el
orden social capitalista de la amenaza de subversión por el despertar
revolucionario de las masas. Poner barreras de seguridad para evitar que se extendiera
la Revolución Rusa o que aparecieran focos revolucionarios en otras partes
pronto fueron las principales preocupaciones de los estadistas de las potencias
imperiales.
Comprometer y atar estrechamente a todos los países grandes
y pequeños, soberanos y coloniales, independientes y dependientes no sólo para
el esfuerzo final de la guerra, sino también para la reconstrucción después del
viejo orden, se convirtió en finalidad de los gobiernos aliados cuando se
quebraba la unidad externa del capitalismo, y nacía de la revolución la
contradicción entre el nuevo sistema social y el antiguo régimen capitalista.
Estaban en juego los intereses mundiales de la burguesía,
los principios y la tabla de valores del liberalismo.
Únicamente cinco naciones iberoamericanas se mantuvieron
neutrales: Argentina,
Paraguay, El Salvador, Venezuela y México, esta última a la
sazón en plena efervescencia revolucionaria. Yrigoyen decía que la
desesperación que dominaba a los aliadófilos, desde los conservadores a los
socialistas, para obligarlo a abandonar la neutralidad procedía "de que en
lo íntimo está el espíritu de dependencia rendido de antemano para sujeción a
intereses o bien por una idea de inferioridad, fruto de una política sin fe ni
principios. Todo pueblo, todo grupo de pueblos hermanos tiene la obligación de
guardar la paz. Sólo es dable quebrantarla para su independencia".
No era aliadófilo ni germanófilo; pudo defender la
neutralidad argentina de la tremenda presión de los círculos belicistas gracias
al gran respaldo popular a favor de la paz. Obtuvo una victoria diplomática al
lograr del gobierno alemán satisfacción y reparación por el hundimiento de tres
barcos argentinos, además de la firma de un acuerdo secreto por el cual aquél
se comprometía a respetar a los barcos de nuestro país y éste a no violar la
prohibición de navegar por la zona de guerra;8 pero también abrió a Francia y
Gran Bretaña un crédito de
40 millones de libras esterlinas para que compraran
productos agropecuarios y recibió con todos los honores a la flota de Estados
Unidos y a la misión británica presidida por sir Maurice de Bunsen.
Otros actos del gobierno de Yrigoyen confirman la
independencia de su política exterior.
a) El pedido a la
Asamblea de la Liga de las Naciones en 1920 de admisión de Alemania y de
igualdad en la dirección del organismo de todos los países participantes. La
Argentina se retiró de la Liga al rechazarse esa propuesta.
b) La no
ratificación del tratado del ABC (Argentina, Brasil y Chile), mecanismo
fraguado por Estados Unidos para instrumentar la política del sur del
continente, cuya verdadera finalidad se evidenció en su nefasta intervención en
el conflicto que el gobierno de Washington tuvo con México y en la fracasada
conferencia de Niagara Falls.
c) Apoyo
irrestricto al Uruguay para el caso de ser invadido su territorio por alemanes del
sur del Brasil.
d) Alejamiento
del panamericanismo sustentado por la Casa Blanca y negativa a firmar en 1928
el pacto Kellogg.
El liberalismo combatió esa política. Conservadores,
radicales antiyrigoyenistas y socialistas coincidían en afirmar que Yrigoyen "en
el fondo era germanófilo y dictatorial".
La neutralidad (junto con la denuncia del carácter
interimperialista de la guerra y una activa posición antiimperialista y
antiguerrera) también fue defendida por el desprendimiento del Partido
Socialista que fundó el Partido Socialista Internacional, pero desvinculándola
por completo de la política de Yrigoyen, pues calificaba a éste de un
conservador más al servicio de Inglaterra, aunque mediante una táctica distinta
a la reclamada por los otros conservadores igualmente al servicio de
Inglaterra.
Yrigoyen resultaba así germanófilo para unos y aliadofilo
para otros. Lo arrancaban imaginativamente de sus raíces nacionales y lo
proyectaban como juguete al conflicto internacional. Ellos mismos se
denunciaban al serles inconcebible que un presidente argentino fuera
argentinófilo.
Yrigoyen demostró en la política exterior la firmeza que le
faltó en la conducción interna.
En aquélla contó con el apoyo de un movimiento policlasista
de oposición al imperialismo; en ésta tuvo que optar en la lucha de clases y
eligió el camino del liberalismo burgués.
Los izquierdistas no lo comprendieron, pues miraban al país
con ojos extranjeros y se lamentaban de que la Argentina no fuese igual a las
naciones democrático-burguesas más adelantadas para poder ellos ser las
réplicas de sus congéneres y maestros de fama mundial.
Fuente: “Yrigoyenismo e izquierdismo” en Historia critica de
los partidos politicos argentinos II: El Yrigoyenismo de Rodolfo Puiggrós, 1965.
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