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miércoles, 22 de abril de 2020

Rodolfo Puiggrós: “Yrigoyenismo e izquierdismo” (1965)

Los izquierdistas atacaron al yrigoyenismo por considerarlo el avatar de la barbarie argentina, la prueba de que el caudillismo no había muerto, la lacra de la denostada política criolla. No tuvieron en cuenta la lucha de clases ni los objetivos del socialismo al juzgarlo como movimiento de masas. Lo contemplaban desdeñosamente, con superioridad de maestros, desde sus púlpitos de predicadores de la cultura occidental in globo. La literatura izquierdista de la época suministra superabundantes muestras de ese repudio del proceso social concreto y de las violentas críticas a Yrigoyen no por sus contemporizaciones con la legalidad liberal, sino por lo que tenía de representativo de las tendencias antiliberales del pueblo argentino. No faltaban entre los dirigentes radicales, de modo particular del sector universitario, quienes acusaban a Yrigoyen por sus transgresiones de los principios liberales.

Jorge Walter Perkins interpretaba la oposición de las izquierdas y de la oligarquía al decir, enun difundido opúsculo, que el caudillo radical era un monstruo porque rompió con la tradición liberal de los presidentes argentinos. Años más tarde invocó la doctrina liberal de Yrigoyen para emitir el mismo juicio peyorativo del peronismo. Sería injusto, sin embargo, culpar únicamente a Perkins de lo que fue en los dirigentes políticos del año 30 una proclive actitud generalizada a defender los dogmas liberales en contra de la democracia de masas, actitud seguida del arrepentimiento para incurrir posteriormente en igual censura reaccionaria del tumultuoso ascenso democrático.

A primera vista, las denuncias por los izquierdistas del antiliberalismo de Yrigoyen no compadecen con las severas críticas que aquéllos hicieron a éste, cuando cargó sobre sus hombros la tremenda responsabilidad de las sangrientas represiones de las huelgas obreras y de las agitaciones campesinas. En esas oportunidades, el caudillo radical actuó en defensa de los principios y de la legalidad del liberalismo. Cualquier liberal, en cualquier parte del mundo, hubiera procedido de la misma manera, aun en el caso de ser ese liberal un socialista.

Es innecesario recurrir para demostrarlo a los numerosos ejemplos extranjeros de gobiernos socialistas que aplicaron mano dura a las huelgas y otros estallidos de masas; basta recordar la complicidad de los socialistas argentinos con los encarcelamientos y matanzas de 1956 y las burlas de Américo Ghioldi a la leche de la clemencia.

¿Cómo se explica, pues, que los izquierdistas nunca perdonaron a Yrigoyen los episodios de la Semana Trágica, de la Patagonia, de La Forestal, de los Ferrocarriles del Estado y de la zona agrícola? ¿No acabamos de decir que lejos de infringir las normas liberales usó de la máxima violencia del Estado en resguardo de ellas? Sin embargo, con excepción de los anarquistas, para los cuales el desencadenamiento de los movimientos de masas preparaba el salto revolucionario a la sociedad sin clases y sin Estado, y de los comunistas que por aquel entonces se daban por objetivo inmediato la implantación de la dictadura del proletariado por medio de los soviets, los demás izquierdistas carecían de razones doctrinarias para censurar a un gobierno empeñado en asegurar el imperio de la ley liberal.

Tal aparente inconsecuencia de los socialistas tiene su explicación práctica en el propósito perseguido por ellos en todo momento de socavar el poder político de Yrigoyen, aunque para lograrlo favorecieran, como en efecto sucedió, los designios de la oligarquía. Quienes nunca se apartaron en su ya larga trayectoria partidaria de la idea de la evolución pacífica hacia el socialismo a través de la educación, de la legislación y de la cooperación y, en consecuencia, se opusieron a los cambios sociales por la acción violenta de las masas, solamente podían respaldar huelgas revolucionarias en la medida que contribuyeran a deteriorar o derrocar al gobierno yrigoyenista, sin entrar en sus cálculos que fuera de la oligarquía ningún sector político estaba en condiciones de capitalizar el debilitamiento o la caída del presidente radical.

Ante la situación contradictoria en que se había colocado Yrigoyen correspondía orientar la lucha de las masas de modo de aislarlo de la oligarquía y del imperialismo y no de arrojarlo en brazos de ellos, pero para idear y aplicar tal táctica hubiera sido necesaria una madurez política y teórica que no poseían los jefes izquierdistas y los dirigentes sindicales de entonces.

Su sectarismo y su incomprensión del proceso social dieron por resultado inmediato el descenso de los movimientos obreros y campesinos y el decrecimiento del prestigio popular de Yrigoyen, que era lo que más deseaban los oligarcas conservadores y las empresas extranjeras.

No se puede elaborar una política justa partiendo de una posición teórica falsa. A la pregunta ¿qué es el yrigoyenismo?, respondían los socialistas:

"Una de las tantas facciones de la política criolla, reaccionaria como todas ellas, expresiones del atraso social argentino", y los anarquistas:

"El Partido Radical siguió a los conservadores, cometiendo sus mismos errores, en el caso más despilfarrador del trabajo nacional. La explotación no varió. Se aliaron bien pronto con los mismos de su clase; los conservadores de sangre y siempre. No había distingo fundamental con el régimen; las formas encerraban el mismo contenido. Prontamente la creencia de las muchedumbres se desvaneció y el partido demagógico
transformóse en conservador, siguiendo la tradición y trayectoria de los partidos que desalojara y cuyo espíritu heredó. Semana Trágica. Santa Cruz", y el Partido Socialista Internacional en el informe que envió en 1919 a la Internacional Socialista y a todos los partidos socialistas del mundo:

"Ahora bien: todas las fracciones políticas en que se subdivide la burguesía argentina son por igual conservadoras; carecen de programa; en el poder se limitan a defender los intereses de los terratenientes e industriales y repartir entre los correligionarios las numerosas prebendas de un inflado presupuesto, Este estado de cosas tiene harto al pueblo argentino, Hasta la fecha no existe un partido intermedio radical burgués, tendencia hacia la cual parece inclinarse un fuerte núcleo de opinión, El Partido Socialista pregonó siempre que desempeñaba una doble función: de partido radical y de partido socialista, a un mismo tiempo".

En esta última caracterización se descubre la misma tesis mecanicista, expuesta en páginas anteriores, del socialista italiano Enrique Ferri: carecen de programa ("tienen un programa negativo"), no existe un partido intermedio radical burgués ("falta aquí un partido radical positivo"), el Partido Socialista en doble función: de partido radical y de partido socialista ("los socialistas argentinos cumplen la función específica de este partido radical que falta").

La lectura de la prensa izquierdista de la época (salvo la de algunos sectores de anarquistas puros en pos de la revolución universal y de la desaparición inmediata de gobiernos, clases e injusticias) deja la impresión de que la lucha por el socialismo sería imposible sin antes reconstruir en la Argentina una sociedad capitalista a imagen y semejanza de la de Francia, Inglaterra o Italia para tener la oportunidad de lidiar con una burguesía civilizada y no atrasada como la nuestra. Los izquierdistas soñaban con tener por adversarios a un Clemenceau, a un Lloyd George, a un Orlando, y no a un Peludo lleno de mañas que hablaba en difícil. Ellos mismos se consideraban por encima del medio social en que les tocaba actuar; sus discursos y escritos estaban salpicados de referencias ejemplares a los hechos y pensamientos de los socialistas ingleses, franceses, alemanes y escandinavos; y explicaban la historia argentina (Justo, Ingenieros y otros) con el criterio del europeo que estudia la vida de un pueblo extraeuropeo en función de los problemas del Viejo Mundo.

De lo aquí expuesto se colige que les sobraban razones doctrinarias a los socialistas, igual que a todos los liberales, para atacar la política de neutralidad sostenida inflexiblemente por Yrigoyen durante la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y exigir la entrada de la Argentina en la contienda junto a los imperialismos aliados. Francia, Inglaterra y Estados Unidos encarnaban el ideal liberal de continuidad del progreso en línea recta hacia el infinito, Alemania militarista y estatista amenazaba a ese ideal, su victoria traería la interrupción de la marcha rectilínea de la humanidad en dirección al progreso y la libertad, Más a fondo no podía ir el análisis liberal de las causas y de los objetivos de la guerra entre los dos bloques imperialistas. Ponía la justicia del lado de las potencias que defendían sus inmensos dominios coloniales y semicoloniales, y no del lado del imperialismo advenedizo y hambriento de mercados y colonias, que pretendía obligar a Inglaterra a renunciar a su supremacía mundial y hacer del continente europeo el trampolín para la conquista de Africa, Asia y América,

Trasladaba al orden mundial la disyuntiva que la orientaba dentro del país: civilización o barbarie. Todo lo que no era liberal era bárbaro. No admitía más que una opción: aliadófilo o germanófilo; sospechaba en todo argentinófilo un partidario de los alemanes.

Durante la primera mitad de la guerra nada alteró la neutralidad del país. Ni la captura por los ingleses del barco de bandera nacional Presidente Mitre, ni la comunicación del gobierno de Su Majestad a la cancillería argentina de que haría lo mismo con cualquier nave que se apartara de su carrera habitual en la costa, conmovieron al presidente Victorino de la Plaza, cuya admiración por el Imperio Británico se había consolidado en sus largos años de ministro en Londres. El Foreign Office tenía el mayor interés en que la Argentina se mantuviera al margen de la contienda; su aporte militar no podía ser importante, mientras que su contribución como fuente de abastecimientos se conceptuaba tan decisiva que en 1915 los aliados enviaron al Plata una misión permanente con el objeto de adquirir la totalidad de la producción ganadera exportable de la Argentina y del Uruguay. La industria frigorífica nglo-yanqui ganó sumas fabulosas, aumentó sus capitales, inauguró nuevas fábricas y mplió las existentes, construyó barcos y vagones apropiados e instaló grandes depósitos en los puertos de Europa y América. Los ganaderos argentinos y uruguayos vivieron años de enriquecimiento sin precedentes.

Tal función reservada a las naciones platenses requería para su seguro cumplimiento, tanto poner a cubierto las exportaciones alimenticias del peligro que correrían si se echaban encima a Alemania de enemigo, cuanto evitar que se desviara o debilitara la tarea específica de proveer a los ejércitos aliados. Declaraban los representantes anglo-franceses:

"No puede la Argentina ayudar mejor al triunfo de la civilización que dedicando su trabajo pacífico a producir carnes y cereales para nuestros soldados".

La situación cambió en 1917. Alemania arreció sus ataques submarinos al comercio de los países no comprometidos en la contienda. La neutralidad no los resguardaba. Los Estados Unidos le declararon la guerra el 6 de abril. El comando aliado comprendió que la prescindencia argentina en las operaciones bélicas ya no protegía los convoyes de abastecimientos y presionó sobre el gobierno de Yrigoyen para obtener una participación en las hostilidades contra Alemania, que le permitiera organizar el comercio platense como parte de su estrategia general.

A los factores económicos que movieron a los sectores aliadófilos (hasta entonces conformes con la neutralidad o, por lo menos, no activos en contra de ella) a demandar la entrada de la Argentina en la guerra interimperialista se sumó en 1917-1918 otro de contenido más vital: defender el orden social capitalista de la amenaza de subversión por el despertar revolucionario de las masas. Poner barreras de seguridad para evitar que se extendiera la Revolución Rusa o que aparecieran focos revolucionarios en otras partes pronto fueron las principales preocupaciones de los estadistas de las potencias imperiales.

Comprometer y atar estrechamente a todos los países grandes y pequeños, soberanos y coloniales, independientes y dependientes no sólo para el esfuerzo final de la guerra, sino también para la reconstrucción después del viejo orden, se convirtió en finalidad de los gobiernos aliados cuando se quebraba la unidad externa del capitalismo, y nacía de la revolución la contradicción entre el nuevo sistema social y el antiguo régimen capitalista.

Estaban en juego los intereses mundiales de la burguesía, los principios y la tabla de valores del liberalismo.

Únicamente cinco naciones iberoamericanas se mantuvieron neutrales: Argentina,
Paraguay, El Salvador, Venezuela y México, esta última a la sazón en plena efervescencia revolucionaria. Yrigoyen decía que la desesperación que dominaba a los aliadófilos, desde los conservadores a los socialistas, para obligarlo a abandonar la neutralidad procedía "de que en lo íntimo está el espíritu de dependencia rendido de antemano para sujeción a intereses o bien por una idea de inferioridad, fruto de una política sin fe ni principios. Todo pueblo, todo grupo de pueblos hermanos tiene la obligación de guardar la paz. Sólo es dable quebrantarla para su independencia".

No era aliadófilo ni germanófilo; pudo defender la neutralidad argentina de la tremenda presión de los círculos belicistas gracias al gran respaldo popular a favor de la paz. Obtuvo una victoria diplomática al lograr del gobierno alemán satisfacción y reparación por el hundimiento de tres barcos argentinos, además de la firma de un acuerdo secreto por el cual aquél se comprometía a respetar a los barcos de nuestro país y éste a no violar la prohibición de navegar por la zona de guerra;8 pero también abrió a Francia y Gran Bretaña un crédito de
40 millones de libras esterlinas para que compraran productos agropecuarios y recibió con todos los honores a la flota de Estados Unidos y a la misión británica presidida por sir Maurice de Bunsen.

Otros actos del gobierno de Yrigoyen confirman la independencia de su política exterior.

a) El pedido a la Asamblea de la Liga de las Naciones en 1920 de admisión de Alemania y de igualdad en la dirección del organismo de todos los países participantes. La Argentina se retiró de la Liga al rechazarse esa propuesta.

b) La no ratificación del tratado del ABC (Argentina, Brasil y Chile), mecanismo fraguado por Estados Unidos para instrumentar la política del sur del continente, cuya verdadera finalidad se evidenció en su nefasta intervención en el conflicto que el gobierno de Washington tuvo con México y en la fracasada conferencia de Niagara Falls.

c) Apoyo irrestricto al Uruguay para el caso de ser invadido su territorio por alemanes del sur del Brasil.

d) Alejamiento del panamericanismo sustentado por la Casa Blanca y negativa a firmar en 1928 el pacto Kellogg.

El liberalismo combatió esa política. Conservadores, radicales antiyrigoyenistas y socialistas coincidían en afirmar que Yrigoyen "en el fondo era germanófilo y dictatorial".

La neutralidad (junto con la denuncia del carácter interimperialista de la guerra y una activa posición antiimperialista y antiguerrera) también fue defendida por el desprendimiento del Partido Socialista que fundó el Partido Socialista Internacional, pero desvinculándola por completo de la política de Yrigoyen, pues calificaba a éste de un conservador más al servicio de Inglaterra, aunque mediante una táctica distinta a la reclamada por los otros conservadores igualmente al servicio de Inglaterra.

Yrigoyen resultaba así germanófilo para unos y aliadofilo para otros. Lo arrancaban imaginativamente de sus raíces nacionales y lo proyectaban como juguete al conflicto internacional. Ellos mismos se denunciaban al serles inconcebible que un presidente argentino fuera argentinófilo.

Yrigoyen demostró en la política exterior la firmeza que le faltó en la conducción interna.

En aquélla contó con el apoyo de un movimiento policlasista de oposición al imperialismo; en ésta tuvo que optar en la lucha de clases y eligió el camino del liberalismo burgués.

Los izquierdistas no lo comprendieron, pues miraban al país con ojos extranjeros y se lamentaban de que la Argentina no fuese igual a las naciones democrático-burguesas más adelantadas para poder ellos ser las réplicas de sus congéneres y maestros de fama mundial.




Fuente: “Yrigoyenismo e izquierdismo” en Historia critica de los partidos politicos argentinos II: El Yrigoyenismo de Rodolfo Puiggrós, 1965.

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