Mientras que lo ocurrido en las Pascuas de 1987 era aportar
desde el peronismo para que la democracia apareciera como un bloque sin fisuras
ante cualquier amenaza al orden institucional, desde el gobierno radical se
apostó casi durante todo la presidencia de Raúl Alfonsín a crear nuevas
simbologías, intentar absorber al peronismo en el llamado "tercer
movimiento histórico", o en su defecto a restaurar las antiguas
simbologías sin generar cambios importantes de fondo. Lo que no significa dejar
de reconocer algunos hechos de enorme importancia y reveladores de un gran
coraje cívico como fue el Juicio a las Juntas, en un contexto donde las Fuerzas
Armadas no habían perdido por completo su poder, como lo demostraron las
revueltas carapintada y la posterior votación en el Congreso de las leyes de
Obediencia Debida y Punto Final, una decisión que demostraría ser un parche y
no una solución definitiva del problema.
Pero la impericia en la gestión de las cuestiones económicas
echó por la borda lo bueno que se pueda haber hecho en otras áreas. Al igual
que ocurriría mas tarde con el gobierno de Fernando de la Rua, los radicales no
terminan de comprender con claridad en que consiste la tarea de gobernar. Creen
que se trata de una sucesión de gestos, mientras que gobernar es un trabajo que
se reinicia cotidianamente, a veces aburrido, no siempre grato y para el cual
no existen manuales. Estoy absolutamente convencido de que las nuevas
generaciones de radicales superaran a sus predecesores.
Fuente: "La renovación peronista y la semana santa de
1987" por Carlos Corach en “18.885 días de política: versiones irreverentes de
un país complicado” de Carlos Corach, Editorial Sudamericana, 2011.
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