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jueves, 20 de febrero de 2020

Luis León: "Tratado de Paz y Amistad con Chile" (13 y 14 de marzo de 1985)

Sr. Presidente. — Tiene la palabra el señor senador por el Chaco.

Sr. León. — Señor presidente: nuestra Nación merece este debate. Y como es nuestro país el que está en juego, debemos tratar de realizarlocon la jerarquía que nosotros pretendemos tenga siempre la República.

No estamos discutiendo aquí un concurso de cuestiones partidarias. Estamos tratando de elaborar, cada uno desde su mejor balcón, una estrategia para la República. Esto significa que cada uno de nosotros, con pasión, analice cómo custodiamos nuestra nacionalidad.

La nacionalidad implica la idea de Nación.

¿Qué es una Nación? Alguien dijo que una Nación es la suma de los sacrificios que ha hecho algún pueblo solidariamente en circunstancias determinadas.

Nuestra Nación es la suma de nuestra cultura, de nuestra religión, de nuestro pueblo, de nuestras costumbres, de nuestra iglesia, de nuestra tierra; no puede haber cultura sin tierra ni pueblo sin tierra, ni costumbres sin iglesia. Por eso yo tengo una especial sensibilidad en defender la tierra de nuestra propia Nación. (Aplausos en las bancas y en las galerías.)

Pretendo cuidar esta base...

—Manifestaciones en las galerías y suena la campana de orden.

Sr. Presidente. — Solicito del señor comisario que haga retirar a la persona que ha interrumpido al señor senador. (Aplausos.)

Sr. León. — Pretendo cuidar nuestra base, pero descarto, señor presidente, que alguno de nosotros pueda dar valor absoluto a sus propias palabras, a sus propias ideas.

Tengo la seguridad de que aquí todos somos demócratas y creo que una de las obligaciones de los demócratas es ser altivos en la custodia del propio pensamiento y humildes en el respeto por las ideas ajenas.

Es difícil ser leal con otros o con uno mismo si no se es leal a la propia conciencia. Y en este marco de ideas voy a decir brevemente mi pensamiento, primero según mi conciencia nacional, después de mi conciencia radical y latinoamericana. (Aplausos.)

Soy de los que piensan que en nuestra República no hay traidores. Es posible que algunos se hayan equivocado mucho, y haya otros demasiado abrazados a sus propios egoísmos.

Debemos prestigiar este desafío sin descalificarnos, custodiando nosotros mismos esta especie de historia nueva que tenemos que gestar.

Estamos discutiendo los argentinos de hoy sobre aciertos y desaciertos de los argentinos de ayer, y supongo que la común aspiración de todos será mejorar la herencia para los argentinos de mañana. Hay un corolario de-interpretaciones acerca de culpabilidades para justificar la historia de nuestro tiempo.

He escuchado inteligentes discursos para los dos lados; unos, creyendo que hay que votar a favor, y otros que sostienen la posición contraria. Pero mucho temo que en el fondo todos tengamos una pizca de pesimismo, porque los que dicen que hay que votar positivamente no sólo se refieren al pasado sino que aceptan que no es un tratado ideal; y los que se pronuncian por el "no" aceptan la existencia de una realidad diabólica que aparentemente nos intenta agobiar, pero también están abrazados al pasado.

El único desafío que me planteo es si no podremos juntarnos y descubrir un nuevo porvenir.

No quiero abrazarme a la tesis de que porque todo ayer anduvo mal hoy tengamos que repetir los pecados.

Es público mi pensamiento crítico a este Tratado; el propio canciller nos ha dicho que no se trata de un proyecto ideal y aquí se ha mencionado que es lo mejor que se pudo hacer. Por mi parte, quisiera tener el mínimo talento para desde mi humildad aportar algo que sirviera para apagar este incendio que venimos arrastrando. No quiero adherirme al club de la resignación sino, por el contrario deseo ver si podemos descubrir y romper las puertas clausuradas y enarbolar una historia con mejor dignidad.

A mi criterio no arribaremos a ello con fórceps, ni tampoco con los apuros del Vaticano o con la debilidad ante el expansionismo chileno... (Aplausos y manifestaciones en las galerías.)

Hubiera preferido que esto no se tratara ahora, si es que va a ser

Existe una diferencia entre la ética y actitud moral de esta democracia a la que nosotros representamos y la de aquella dictadura que allá, del otro lado de la cordillera, viola los derechos de la humanidad. (Aplausos y manifestaciones en las galerías.)

Pienso que el dictador que viola los derechos de los chilenos no puede respetar los de los argentinos. (Aplausos y manifestaciones en las galerías.)

Juárez, un gran mexicano, dijo una vez que "la paz reside en respetar el derecho de los otros"; y debemos aceptar que Chile no ha respetado el de los argentinos.

Estoy sintetizando rápidamente muchos conceptos que yo quería expresar. Justamente, uno de ellos, es tener la idea de que si no sacamos un poco el látigo, o lo que sea, según las circunstancias, seguirá acechando la paz de nuestro pueblo en función de Chile expansionista.

Realmente, hoy pensaba que es posible que aquí no haya vencedores ni vencidos según se sucedan los hechos en nuestra historia. Si dentro de unos años volvemos a tener un debate, en este Congreso para ver cómo arreglamos los problemas con Chile, habremos triunfado los que tenemos dudas sobre el Tratado. Y si, dentro de unos años, Chile y la Argentina están juntos para echar de la Antártida a los ingleses, habrá triunfado la estrategia que alienta este Tratado.

El doctor de la Rúa decía hoy, inteligentemente, que la historia supera a las imágenes, a las ideas humanas. Y cada uno de nosotros puede tener hoy su imagen, su idea, pero la historia reemplazará a nuestras pretensiones personales.

Por eso, señor presidente, estamos obligados a gestar una nueva estrategia.

Yo podría citar antecedentes y extenderme, pero la síntesis acordada por los bloques la respeto. Pinochet cumplió con su libro y ahora llegó al Atlántico. Este Tratado, en el fondo, realiza de alguna manera los sueños de Pinochet. (Aplausos y manifestaciones en las galerías.)

A mí no me gusta, porque Pinochet no puede expresar lo que nosotros pretendemos.

Cualquier dictadura para nosotros significa violencia, y ninguno de nosotros quiere la violencia.

Creo, además, que esto no sirve como estrategia para romper la sociedad anglochilena. Pienso que puede crear en el Sur un sistema de pinzas que impidan nuestra proyección sobre un mar del Atlántico Sur que va a ser fundamental en los tiempos que vienen. Se ha dicho que es una de las zonas más importantes y por ahí pasan fluidamente miles de barcos. Mi compañero de bancada, el señor senador Berhongaray, habló ya de este tema.

Necesitamos mayor coherencia como nación. Mientras Chile fue paulatinamente avanzando y atropellando, nosotros tuvimos tantas estrategias como cancilleres, tantos agravios absorbidos como gobiernos e improvisaciones.

No voy a hacer la historia de lo que nos pasó.

No voy a hablar de los pactos del 60 ni de los compromisos del 38. No voy a decir lo que significaron desde el fondo de la historia. Sólo voy a manifestar —ésta es mi interpretación y no tengo el ánimo de molestar a nadie— que Chile siempre esperó que tuviéramos problemas para apuñalarnos por la espalda. (Aplausos.) 

Empezó durante nuestra guerra con Brasil, avanzando desde el Bío Bío hasta el cabo de Hornos. Y hoy la Argentina, con este Tratado, no termina en el cabo de Hornos; termina allí, al sur de la provincia de Santa Cruz.

Puedo decir que no creo que se cumpla corno debíamos pretender la concepción Atlántico Pacífico. A vuelo de pájaro tengo que decir que no acepto, que no puedo aceptar —por convencimiento íntimo— un arbitraje en el que nuevamente actúen como árbitros los socios de la potencia usurpadora y colonialista. (Aplausos.)

¿Por qué no un país latinoamericano?

Sr. Gass. — Ya se explicó por qué no.

Sr. León. — Yo tengo derecho a decir mi pensamiento. Nunca he molestado a nadie. He respetado todas las ideas. No he sido convencido de que no pueda ser un país latinoamericano.

Pienso que se podría haber negociado con mayor dureza, ya que hemos transado demasiado. No soy de los que creen que las negociaciones de ayer significan compromisos para hoy. Cuando fracasa una negociación se empieza de nuevo. Por ejemplo, la Argentina en 1960 había entregado la isla Lennox, pero puso como condición que antes de mandar el proyecto de acuerdo al Congreso efectuara su ratificación el Congreso chileno. Pero éste no ratificó, y entonces volvimos a tener la isla Lennox entre los territorios en disputa.

Por eso, señor presidente, agobiado por alguna circunstancia, no quiero dejar de decir que fui presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados durante el gobierno de Illia, y me tocó vivir de cerca la prudencia de nuestro canciller Zavala Ortiz en la consideración de estos problemas.

Comprobé cómo después de la desafortunada cuestión de Río Encuentro, tanto Zavala Ortiz como Illia prácticamente habían descartado el arbitraje.

Después tuvimos arbitraje. Nos fue muy mal.

Y ahora tenemos arbitraje. Ojalá no nos vaya tan mal.

No voy a hablar de meridianos, paralelos y otras cuestiones. Debo, sí, decir que es un error no comprender que la paz que se invoca y que todos buscamos no puede ser a cualquier precio. No puedo olvidarme de algunas cosas, aunque incurra en apasionamientos. Acepto interpretaciones diferentes de la mía. Pero antes de hablar de integración latinoamericana, la Argentina tiene que exigirle a Chile que devuelva la costa que le robó por la fuerza a nuestra hermana Bolivia. (Aplausos en las bancas y en las galerías.)

—Manifestaciones en las galerías.

Sr. León. — Allí está Bolivia, pagando el precio de su derrota, encerrada, pobre, inestable, con hambre, sacudida en su propio desarrollo.

Desde aquí tenemos que poner en marcha la comunidad económica latinoamericana. Voy a traer a este recinto un proyecto orientado a decirle a nuestra Cancillería que se propicie en el seno de América latina una concepción, votada por todos, para que ya no pueda reconocerse en América un gobierno surgido de golpes de Estado. (Aplausos en las galerías.)

Esto tiene que ver con la ética que queremos consolidar.

Pero lo cierto es que antes y después del laudo, la Argentina parece no poder salir de su colonialismo mental. Aquí se habló de las Malvinas. ¿Quién de nosotros no se abraza a las Malvinas? Pero tengo que decir con lealtad que el país tiene que aprender a autocriticarse.

No podemos echar a los ingleses de las Malvinas si hacemos contratos de concesión con la Shell en la boca del estrecho de Magallanes. (Aplausos en las bancas y en las galerías.)

Hay muchas cuestiones pendientes. Se ha dicho que el arbitraje solamente queda para problemas de demarcación. Pero algunos de esos problemas pueden traerle conflictos a la República. Algunos de ellos son los de los hielos continentales patagónicos, los cerros Pantojo, Campana, Tres Hermanos, el problema de Copahue, Lanín, Julia.

Tenemos que llenar el espacio de nuestra Patagonia; planificar una nación allí, en el Sur.

Pero, como siempre digo —y nadie puede molestarse porque desde hace años que lo vengo pidiendo—, es posible que algunos aspectos hubieran sido más suaves para nosotros si hubiéramos expropiado o confiscado las estancias de los gringos ingleses usurpadores. (Aplausos en las bancas y en las galerías.)

Señor presidente: estoy de acuerdo en preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra así como también en defender la justicia.

Respeto las obligaciones de los tratados y otras fuentes del derecho internacional que establecen las Naciones Unidas. Todos pensamos que la guerra debe ser una experiencia irrepetible para el género humano.

Las Naciones Unidas dicen también que tenemos que custodiar el interés común. Vivimos en una sociedad que no nos permite aislarnos de ninguno de los problemas.

Estarnos hablando del Atlántico Sur, pero tengamos en cuenta que allí también estarán presentes el Norte, el Este, el Oeste y el Sur, partiendo de los intereses de las grandes potencias.

Por ello necesitamos tener un tacto muy especial para ver cómo podernos custodiar todas aquellas cosas que se nos están escapando o se nos quiere quitar.

Vivirnos en una sociedad —decía— saturada de discriminaciones, de groseras violaciones jurisdiccionales. 
Subsiste la actitud colonial del brazo fecundo del cinismo, aquel cinismo que permitió decir a Churchill que toda verdad debe ser apoyada por un escuadrón de mentiras. No quiero que las mentiras sigan nutriendo la vida de muchos sectores en una comunidad que tiene altos porcentajes de marginamiento.

Quiero escapar al fatalismo de un determinismo que nos tiene atados.

Finalmente, señor presidente, abreviando mis pensamientos, quiero expresar que es posible que, analizando este debate, todos tengamos un porcentaje de razón.

No puedo dejar de aceptar que el presidente de la República —de quien soy amigo desde hace treinta años— tiene buena fe. Lo digo convencido, pero de todos modos tengo que marcar mi disidencia.

Decía que tenemos que tener en cuenta que nos hallamos ante un compromiso y que debemos votar en nombre de nuestra propia concepción de la Nación. Esto marca el pluralismo, incluso dentro de nuestro propio bloque, que muestra así su lealtad democrática.

Este debate es tan complejo que los que hablan a favor aceptan que puede no ser el ideal. Tenemos que poseer la humildad de pensar que nuestras palabras no son absolutas.

Ruego a Dios equivocarme, ya que mi idea es que vamos a tener nuevos enfrentamientos con Chile. Ojalá que tengan razón quienes creen que podemos elaborar la paz definitiva con un pueblo que, al fin de cuentas, sacando su clase dirigente, sufre, vive, goza, ama y siente como lo hace nuestro propio pueblo y el resto de América latina.

Por ahora, esa área que no depende de los gestos humanos, me aconseja no ser optimista y pensar que habrá paz, aunque por supuesto ése es mi deseo íntimo, y en eso no dejo de tener en cuenta a las generaciones futuras e incluso, y quizás por egoísmo, a mi pequeño hijo.

Finalmente, deseo saludar tanto a los que van a votar a favor, como a los que van a votar en contra. Nuestra discrepancia debe ser una escollera que arme un común denominador que resista no sólo la derrota de un sector sino la derrota de la República.

En el supuesto de procederse a votación nominal no estaré presente durante la misma, pero para el supuesto de que ésta se realice por signos quiero dejar consignado que me abstendré.

Creo que lo importante es que sigamos todos juntos y que el único gesto de nuestra historia conjunta sea la unidad nacional. Que este debate sirva para conseguirla, custodiando esa unidad, y de esa manera importaría mucho menos lo que hagan los chilenos porque habrá una historia distinta. Las islas deberán volver a ser nuestras y la patria allá en el Sur, si seguimos unidos volverá a ser soberana. (Aplausos prolongados.)








Fuente: “Tratado de Paz y Amistad entre la Argentina y Chile” Intervención del senador nacional por Chaco Dr. Luis Agustín León en el Diario de sesiones páginas 3474 al 3477 de la Reunión 3.53 del 13 y 14 de marzo de 1985 en la Cámara de Senadores de la Nación Argentina.

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