Sr.
León. — Señor presidente: nuestra Nación merece este
debate. Y como es nuestro país el que está en juego, debemos tratar de
realizarlocon la jerarquía que nosotros pretendemos tenga siempre la República.
No estamos discutiendo aquí un concurso de cuestiones
partidarias. Estamos tratando de elaborar, cada uno desde su mejor balcón, una
estrategia para la República. Esto significa que cada uno de nosotros, con
pasión, analice cómo custodiamos nuestra nacionalidad.
La nacionalidad implica la idea de Nación.
¿Qué es una Nación? Alguien dijo que una Nación es
la suma de los sacrificios que ha hecho algún pueblo solidariamente en
circunstancias determinadas.
Nuestra Nación es la suma de nuestra cultura, de
nuestra religión, de nuestro pueblo, de nuestras costumbres, de nuestra
iglesia, de nuestra tierra; no puede haber cultura sin tierra ni pueblo sin
tierra, ni costumbres sin iglesia. Por eso yo tengo una especial sensibilidad
en defender la tierra de nuestra propia Nación. (Aplausos en las bancas y en
las galerías.)
Pretendo cuidar esta base...
—Manifestaciones
en las galerías y suena la campana de orden.
Sr.
Presidente. — Solicito del señor comisario que haga
retirar a la persona que ha interrumpido al señor senador. (Aplausos.)
Sr.
León. — Pretendo cuidar nuestra base, pero descarto,
señor presidente, que alguno de nosotros pueda dar valor absoluto a sus propias
palabras, a sus propias ideas.
Tengo la seguridad de que aquí todos somos demócratas
y creo que una de las obligaciones de los demócratas es ser altivos en la custodia
del propio pensamiento y humildes en el respeto por las ideas ajenas.
Es difícil ser leal con otros o con uno mismo si no
se es leal a la propia conciencia. Y en este marco de ideas voy a decir
brevemente mi pensamiento, primero según mi conciencia nacional, después de mi
conciencia radical y latinoamericana. (Aplausos.)
Soy de los que piensan que en nuestra República no
hay traidores. Es posible que algunos se hayan equivocado mucho, y haya otros demasiado
abrazados a sus propios egoísmos.
Debemos prestigiar este desafío sin descalificarnos,
custodiando nosotros mismos esta especie de historia nueva que tenemos que
gestar.
Estamos discutiendo los argentinos de hoy sobre
aciertos y desaciertos de los argentinos de ayer, y supongo que la común
aspiración de todos será mejorar la herencia para los argentinos de mañana. Hay
un corolario de-interpretaciones acerca de culpabilidades para justificar la historia
de nuestro tiempo.
He escuchado inteligentes discursos para los dos
lados; unos, creyendo que hay que votar a favor, y otros que sostienen la
posición contraria. Pero mucho temo que en el fondo todos tengamos una pizca de
pesimismo, porque los que dicen que hay que votar positivamente no sólo se
refieren al pasado sino que aceptan que no es un tratado ideal; y los que se
pronuncian por el "no" aceptan la existencia de una realidad
diabólica que aparentemente nos intenta agobiar, pero también están abrazados
al pasado.
El único desafío que me planteo es si no podremos
juntarnos y descubrir un nuevo porvenir.
No quiero abrazarme a la tesis de que porque todo
ayer anduvo mal hoy tengamos que repetir los pecados.
Es público mi pensamiento crítico a este Tratado; el
propio canciller nos ha dicho que no se trata de un proyecto ideal y aquí se ha
mencionado que es lo mejor que se pudo hacer. Por mi parte, quisiera tener el
mínimo talento para desde mi humildad aportar algo que sirviera para apagar
este incendio que venimos arrastrando. No quiero adherirme al club de la resignación
sino, por el contrario deseo ver si podemos descubrir y romper las puertas
clausuradas y enarbolar una historia con mejor dignidad.
A mi criterio no arribaremos a ello con fórceps, ni
tampoco con los apuros del Vaticano o con la debilidad ante el expansionismo
chileno... (Aplausos y manifestaciones en las galerías.)
Hubiera preferido que esto no se tratara ahora, si
es que va a ser
Existe una diferencia entre la ética y actitud moral
de esta democracia a la que nosotros representamos y la de aquella dictadura
que allá, del otro lado de la cordillera, viola los derechos de la humanidad.
(Aplausos y manifestaciones en las galerías.)
Pienso que el dictador que viola los derechos de los
chilenos no puede respetar los de los argentinos. (Aplausos y manifestaciones
en las galerías.)
Juárez, un gran mexicano, dijo una vez que "la
paz reside en respetar el derecho de los otros"; y debemos aceptar que
Chile no ha respetado el de los argentinos.
Estoy sintetizando rápidamente muchos conceptos que
yo quería expresar. Justamente, uno de ellos, es tener la idea de que si no
sacamos un poco el látigo, o lo que sea, según las circunstancias, seguirá
acechando la paz de nuestro pueblo en función de Chile expansionista.
Realmente, hoy pensaba que es posible que aquí no
haya vencedores ni vencidos según se sucedan los hechos en nuestra historia. Si
dentro de unos años volvemos a tener un debate, en este Congreso para ver cómo
arreglamos los problemas con Chile, habremos triunfado los que tenemos dudas
sobre el Tratado. Y si, dentro de unos años, Chile y la Argentina están juntos
para echar de la Antártida a los ingleses, habrá triunfado la estrategia que
alienta este Tratado.
El doctor de la Rúa decía hoy, inteligentemente, que
la historia supera a las imágenes, a las ideas humanas. Y cada uno de nosotros
puede tener hoy su imagen, su idea, pero la historia reemplazará a nuestras
pretensiones personales.
Por eso, señor presidente, estamos obligados a
gestar una nueva estrategia.
Yo podría citar antecedentes y extenderme, pero la
síntesis acordada por los bloques la respeto. Pinochet cumplió con su libro y
ahora llegó al Atlántico. Este Tratado, en el fondo, realiza de alguna manera
los sueños de Pinochet. (Aplausos y manifestaciones en las galerías.)
A mí no me gusta, porque Pinochet no puede expresar
lo que nosotros pretendemos.
Cualquier dictadura para nosotros significa
violencia, y ninguno de nosotros quiere la violencia.
Creo, además, que esto no sirve como estrategia para
romper la sociedad anglochilena. Pienso que puede crear en el Sur un sistema de
pinzas que impidan nuestra proyección sobre un mar del Atlántico Sur que va a
ser fundamental en los tiempos que vienen. Se ha dicho que es una de las zonas
más importantes y por ahí pasan fluidamente miles de barcos. Mi compañero de bancada,
el señor senador Berhongaray, habló ya de este tema.
Necesitamos mayor coherencia como nación. Mientras
Chile fue paulatinamente avanzando y atropellando, nosotros tuvimos tantas
estrategias como cancilleres, tantos agravios absorbidos como gobiernos e
improvisaciones.
No voy a hacer la historia de lo que nos pasó.
No voy a hablar de los pactos del 60 ni de los compromisos
del 38. No voy a decir lo que significaron desde el fondo de la historia. Sólo
voy a manifestar —ésta es mi interpretación y no tengo el ánimo de molestar a
nadie— que Chile siempre esperó que tuviéramos problemas para apuñalarnos por
la espalda. (Aplausos.)
Empezó durante nuestra guerra con Brasil, avanzando desde
el Bío Bío hasta el cabo de Hornos. Y hoy la Argentina, con este Tratado, no
termina en el cabo de Hornos; termina allí, al sur de la provincia de Santa
Cruz.
Puedo decir que no creo que se cumpla corno debíamos
pretender la concepción Atlántico Pacífico. A vuelo de pájaro tengo que decir
que no acepto, que no puedo aceptar —por convencimiento íntimo— un arbitraje en
el que nuevamente actúen como árbitros los socios de la potencia usurpadora y
colonialista. (Aplausos.)
¿Por qué no un país latinoamericano?
Sr. Gass.
— Ya se explicó por qué no.
Sr.
León. — Yo tengo derecho a decir mi pensamiento. Nunca he
molestado a nadie. He respetado todas las ideas. No he sido convencido de que
no pueda ser un país latinoamericano.
Pienso que se podría haber negociado con mayor
dureza, ya que hemos transado demasiado. No soy de los que creen que las
negociaciones de ayer significan compromisos para hoy. Cuando fracasa una
negociación se empieza de nuevo. Por ejemplo, la Argentina en 1960 había
entregado la isla Lennox, pero puso como condición que antes de mandar el
proyecto de acuerdo al Congreso efectuara su ratificación el Congreso chileno.
Pero éste no ratificó, y entonces volvimos a tener la isla Lennox entre los
territorios en disputa.
Por eso, señor presidente, agobiado por alguna
circunstancia, no quiero dejar de decir que fui presidente de la Comisión de
Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados durante el gobierno de Illia, y
me tocó vivir de cerca la prudencia de nuestro canciller Zavala Ortiz en la
consideración de estos problemas.
Comprobé cómo después de la desafortunada cuestión
de Río Encuentro, tanto Zavala Ortiz como Illia prácticamente habían descartado
el arbitraje.
Después tuvimos arbitraje. Nos fue muy mal.
Y ahora tenemos arbitraje. Ojalá no nos vaya tan
mal.
No voy a hablar de meridianos, paralelos y otras
cuestiones. Debo, sí, decir que es un error no comprender que la paz que se
invoca y que todos buscamos no puede ser a cualquier precio. No puedo olvidarme
de algunas cosas, aunque incurra en apasionamientos. Acepto interpretaciones
diferentes de la mía. Pero antes de hablar de integración latinoamericana, la Argentina
tiene que exigirle a Chile que devuelva la costa que le robó por la fuerza a
nuestra hermana Bolivia. (Aplausos en las bancas y en las galerías.)
—Manifestaciones
en las galerías.
Sr.
León. — Allí está Bolivia, pagando el precio de su
derrota, encerrada, pobre, inestable, con hambre, sacudida en su propio
desarrollo.
Desde aquí tenemos que poner en marcha la comunidad
económica latinoamericana. Voy a traer a este recinto un proyecto orientado a
decirle a nuestra Cancillería que se propicie en el seno de América latina una
concepción, votada por todos, para que ya no pueda reconocerse en América un
gobierno surgido de golpes de Estado. (Aplausos en las galerías.)
Esto tiene que ver con la ética que queremos consolidar.
Pero lo cierto es que antes y después del laudo, la
Argentina parece no poder salir de su colonialismo mental. Aquí se habló de las
Malvinas. ¿Quién de nosotros no se abraza a las Malvinas? Pero tengo que decir
con lealtad que el país tiene que aprender a autocriticarse.
No podemos echar a los ingleses de las Malvinas si
hacemos contratos de concesión con la Shell en la boca del estrecho de
Magallanes. (Aplausos en las bancas y en las galerías.)
Hay muchas cuestiones pendientes. Se ha dicho que el
arbitraje solamente queda para problemas de demarcación. Pero algunos de esos
problemas pueden traerle conflictos a la República. Algunos de ellos son los de
los hielos continentales patagónicos, los cerros Pantojo, Campana, Tres
Hermanos, el problema de Copahue, Lanín, Julia.
Tenemos que llenar el espacio de nuestra Patagonia;
planificar una nación allí, en el Sur.
Pero, como siempre digo —y nadie puede molestarse
porque desde hace años que lo vengo pidiendo—, es posible que algunos aspectos
hubieran sido más suaves para nosotros si hubiéramos expropiado o confiscado
las estancias de los gringos ingleses usurpadores. (Aplausos en las bancas y en
las galerías.)
Señor presidente: estoy de acuerdo en preservar a
las generaciones venideras del flagelo de la guerra así como también en
defender la justicia.
Respeto las obligaciones de los tratados y otras
fuentes del derecho internacional que establecen las Naciones Unidas. Todos
pensamos que la guerra debe ser una experiencia irrepetible para el género
humano.
Las Naciones Unidas dicen también que tenemos que
custodiar el interés común. Vivimos en una sociedad que no nos permite
aislarnos de ninguno de los problemas.
Estarnos hablando del Atlántico Sur, pero tengamos
en cuenta que allí también estarán presentes el Norte, el Este, el Oeste y el
Sur, partiendo de los intereses de las grandes potencias.
Por ello necesitamos tener un tacto muy especial para
ver cómo podernos custodiar todas aquellas cosas que se nos están escapando o
se nos quiere quitar.
Vivirnos en una sociedad —decía— saturada de
discriminaciones, de groseras violaciones jurisdiccionales.
Subsiste la actitud
colonial del brazo fecundo del cinismo, aquel cinismo que permitió decir a Churchill
que toda verdad debe ser apoyada por un escuadrón de mentiras. No quiero que
las mentiras sigan nutriendo la vida de muchos sectores en una comunidad que tiene
altos porcentajes de marginamiento.
Quiero escapar al fatalismo de un determinismo que
nos tiene atados.
Finalmente, señor presidente, abreviando mis pensamientos,
quiero expresar que es posible que, analizando este debate, todos tengamos un
porcentaje de razón.
No puedo dejar de aceptar que el presidente de la
República —de quien soy amigo desde hace treinta años— tiene buena fe. Lo digo
convencido, pero de todos modos tengo que marcar mi disidencia.
Decía que tenemos que tener en cuenta que nos hallamos
ante un compromiso y que debemos votar en nombre de nuestra propia concepción de
la Nación. Esto marca el pluralismo, incluso dentro de nuestro propio bloque,
que muestra así su lealtad democrática.
Este debate es tan complejo que los que hablan a
favor aceptan que puede no ser el ideal. Tenemos que poseer la humildad de
pensar que nuestras palabras no son absolutas.
Ruego a Dios equivocarme, ya que mi idea es que
vamos a tener nuevos enfrentamientos con Chile. Ojalá que tengan razón quienes
creen que podemos elaborar la paz definitiva con un pueblo que, al fin de
cuentas, sacando su clase dirigente, sufre, vive, goza, ama y siente como lo
hace nuestro propio pueblo y el resto de América latina.
Por ahora, esa área que no depende de los gestos
humanos, me aconseja no ser optimista y pensar que habrá paz, aunque por
supuesto ése es mi deseo íntimo, y en eso no dejo de tener en cuenta a las
generaciones futuras e incluso, y quizás por egoísmo, a mi pequeño hijo.
Finalmente, deseo saludar tanto a los que van a
votar a favor, como a los que van a votar en contra. Nuestra discrepancia debe
ser una escollera que arme un común denominador que resista no sólo la derrota
de un sector sino la derrota de la República.
En el supuesto de procederse a votación nominal no
estaré presente durante la misma, pero para el supuesto de que ésta se realice
por signos quiero dejar consignado que me abstendré.
Creo que lo importante es que sigamos todos juntos y
que el único gesto de nuestra historia conjunta sea la unidad nacional. Que
este debate sirva para conseguirla, custodiando esa unidad, y de esa manera
importaría mucho menos lo que hagan los chilenos porque habrá una historia distinta.
Las islas deberán volver a ser nuestras y la patria allá en el Sur, si seguimos
unidos volverá a ser soberana. (Aplausos prolongados.)
Fuente: “Tratado de Paz y Amistad entre la Argentina
y Chile” Intervención del senador nacional por Chaco Dr. Luis Agustín León en
el Diario de sesiones páginas 3474 al 3477 de la Reunión 3.53 del 13 y 14 de
marzo de 1985 en la Cámara de Senadores de la Nación Argentina.
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