Ha pasado tanto tiempo desde su cesación (cuatro
generaciones y media orteguianas), que ni los más viejos recuerdan la otra
convertibilidad. Sólo sabemos de la que hoy suscita, a ocho años de su
nacimiento, inflamadas arengas de apoyo, tanto del Gobierno como de la
oposición.
"La otra convertibilidad, en cambio, llegó -como quien
dice- con la Patria, hace un siglo y tres cuartos, en 1822, al iniciar sus
operaciones el Banco de Buenos Ayres, el primero de la Argentina. Institución
particular, el banco había sido autorizado a emitir billetes; este primer papel
moneda de nuestra historia entró en circulación el 16 de septiembre de 1822:
era convertible en metálico, a razón de un peso billete por un peso plata (ocho
reales), y de 17 pesos por una onza de oro (ocho escudos), y viceversa.
La contingencias políticas (Guerra del Brasil) y las humanas
(especulación) impidieron la convertibilidad a partir de enero de 1826: el
banco se había quedado con poco oro y poca plata. Sobre esa ruina fue fundado
del Banco Nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, que absorbió
al de Buenos Ayres. Institución mixta (la mayor parte del capital era del
Estado), abrió el 11 de febrero de 1826, en condiciones alarmantes: debía
responder por 2.694.856 pesos papel en circulación, equivalentes a 158.521 onzas de oro,
con apenas 11.000 de esas monedas que tiritaban en su tesoro.
IDAS Y VENIDAS
Como es obvio, el Banco Nacional -limitado en el giro a la
disuelta provincia de Buenos Aires, dueña del 85 por ciento de las acciones, ya
que su escasa presencia en el interior resultó volátil y efímera, salvo en la
Provincia Oriental (Uruguay)- empezó bajo el signo de la inconvertibilidad. Y
así ha de seguir durante cuatro décadas, en sus varias etapas de organismo
oficial: la Casa de Moneda (1836), el Banco y Casa de Moneda (1854), y el Banco
de la Provincia de Buenos Aires (de 1863 en adelante).
La inconvertibilidad rigió también los billetes emitidos
entre el 3 de febrero y el 26 de septiembre de 1854 por el Banco Nacional de la
Confederación, el Estado argentino con sede en Paraná, que reunía a todas las
provincias excepto la de Buenos Aires, autoescindida de la República en 1852.
No menos inconvertible era el papel moneda expedido por la provincia de
Corrientes a partir de 1841, que alcanzó a sumar 1.500.000 pesos.
El Banco de la Provincia de Buenos Aires vuelve a la
convertibilidad en 1867, a
través de su Oficina de Cambios: 400/425 pesos papel (ya no 17) por onza de
oro. Son convertibles, además, los billetes emitidos por una veintena de bancos
particulares, en pequeños valores, a plata, y los que pone en circulación desde
1873 el recién creado Banco Nacional, instituto mixto promovido por el
presidente Domingo Faustino Sarmiento. El papel moneda se estabiliza, tanto en
el Provincia como en el Nacional, pero nuevas discordias políticas y angustias
económicas traen la inconvertiblidad en 1876.
La ley general de monedas, 1130, de 1881, establece un
sistema cuya base es el peso oro y el peso plata. Las piezas de este metal
dejaron de ser batidas en 1884, sin duda porque el gobierno decidió inclinarse
por el oro. A fines de 1883, ordenaba la convertibilidad del papel moneda en
oro y viceversa, a razón de un peso papel por un peso oro sellado, autorizando
a emitir sólo al Provincia, el Nacional y tres bancos más.
Poco duró esta nueva etapa: un año. En enero de 1885
retornaba la inconvertibilidad; ha de cesar en la primavera de 1899, cuando el
Congreso, a solicitud del Poder Ejecutivo, establece la nueva convertibilidad:
1 peso oro sellado = 2,2727 pesos papel (1 peso papel = 44 centavos oro
sellado). No obstante la fuerte devaluación del peso papel, la convertibilidad
se mantendrá a lo largo de quince años.
Pero entre 1885 y 1899 había estallado la "crisis de
progreso" del 90, según la denominan algunos historiadores. Tanto fue el
progreso que cayeron el Banco Nacional, el Provincia (será resucitado en 1906),
los picarescos Bancos Nacionales Garantidos de 1887 y varias instituciones
particulares.
Sin embargo, no hay mal que por bien no venga: a instancias
del presidente Carlos Pellegrini, fueron establecidos la Caja de Conversión
(1899), único organismo emisor del país, y el Banco de la Nación Argentina
(1891), banco de Estado por la fuerza y, más tarde (1904), por la ley.
EFECTOS DEL JUEVES NEGRO
La Gran Guerra, decidida por Austria-Hungría el 29 de julio
de 1914 e iniciada el 2 de agosto con la invasión de Francia por Alemania,
lleva a las autoridades argentinas suspender la convertibilidad, el 9 de
agosto, al principio por noventa días y luego sin término, y a vedar la salida
de oro del país. En los cuatro días previos al 2 de agosto, cuando el gobierno
del conservador Victorino de la Plaza decretó feriado bancario del 3 al 8, la
Caja había entregado 5,5 pesos oro sellado por la conversión de billetes, lo que
anunciaba un drenaje mayúsculo.
Cuatro años duró la guerra, y trece la inconversión: fue
derogada el 25 de agosto de 1927 por el presidente Marcelo T. de Alvear (en
1925 había sido autorizada la exportación de oro). De nuevo, por sí sola o a
través del sistema bancario, la Caja volvió a cambiar oro por billetes y
billetes por oro.
Pero otra "crisis de progreso", ahora de los
Estados Unidos, echaría por tierra a la convertibilidad. El 24 de octubre de
1929 se desmoronaba la Bolsa de Nueva York, ante los ojos de un sorprendido
Winston Churchill -de visita en la ciudad-, con la venta de 12.894.650
acciones. Ese "jueves negro", el crack de Wall Street y sus
derivaciones sumirán al mundo entero en la mayor depresión económica del siglo.
Como en el invierno de 1914, en la primavera de 1929 el oro
empezó a abandonar la Caja de Conversión, aunque esta vez lo hacía, en alta
medida, para servir a la repatriación de capitales extranjeros, sobre todo
estadounidenses. Antonio Elio Brailovsky señala que, después del "jueves
negro", salieron de la Argentina 200 millones de pesos oro,
"equivalentes al total de las inversiones norteamericanas ingresadas
durante los años 1927 y 1928".
Para detener el éxodo alevoso, el presidente Hipólito
Yrigoyen cierra la Caja, el 16 de diciembre de 1929. La antigua convertibilidad
murió ese lunes de hace setenta años, porque los gobiernos posteriores al
sablazo de 1930 no la restauraron, y el Banco Central, fundado en 1935, la
sepultó con honores, devaluando el peso en 45 por ciento al revalorizar el oro
heredado de la cesante Caja de Conversión, como indica Rafael Olarra Jiménez
(Evolución monetaria argentina, 1968).
El 16 de diciembre de 1929, el diputado antaño socialista
Federico Pinedo comentaba así el cierre de la Caja de Conversión: "O el
país concluye con Yrigoyen, o Yrigoyen concluye con todo". No fue el país,
sin duda, el que concluyó con Yrigoyen, pero en 1935, cuando organizaba el
mixto Banco Central como ministro de Hacienda, pudo el doctor Pinedo certificar
que Yrigoyen no había concluido, al menos con el oro de la Nación.
La estadística de la vieja convertibilidad es desoladora: en
ciento siete años, sólo se mantuvo durante treinta y uno, azotada por las
interrupciones (1822-25, 1867-76, 1883-85, 1899-1914 y 1927-29). La nueva
convertibilidad, de 1991, parece destinada a más larga vida, ya sin el encanto
de cambiar papel por oro. Sin embargo, si nos dolarizamos, ¿qué habremos de
convertir? Porque el dólar es inconvertible desde 1971.
Afiche de la Unión Cívica Radical para las elecciones legislativas del 2 de marzo de 1930. |
Fuente: “La otra convertibilidad” por Ramiro de Casasbellas
para LA NACION©, 7/6/1999.
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