El Dr. Laureano Landaburu, que en aquellos días visitaba a
de la Torre, apareció una mañana en el departamento de Esmeralda con aspecto de
estar preocupado.
Evidentemente tenía necesidad de decir algo al dueño de
casa. Le había llegado con insistencia la versión a que acabo de referirme.
Suponía, desde luego, que se trataba de una vulgar patraña, pero, a la vez
dudaba sobre si debía o no decírselo. Empezó con rodeos manifestando a de la
Torre que tenia una preocupación que no sabia si debía trasmitírsela; como Don
Lisandro lo animara para que hablara nomás, le expreso:
“—Se dice, doctor, que
usted ha estado con Yrigoyen. Se dice más. Que usted ha comido, mano a mano,
con Yrigoyen”
—Es cierto —contestó
de la Torre, e hizo una pausa más o menos prolongada mientras observaba la
sorpresa de su amigo y prosiguió—:
“He comido con
Yrigoyen, en el Hotel España, el 25 de julio de l911”
Cuando el Dr. Landaburu advirtió que habia querido gastarle
una broma, celebro doblemente la ocurrencia. Había obtenido la aclaración de
algo que desde hacia días lo venia mortificando en su fuero interior.
Los acontecimientos políticos alejaron posteriormente al Dr.
Landaburu del líder demócrata progresista. Como se recordara, fue senador por
su provincia, San Luis, de la que había sido gobernador antes de 1930.
Es sabido que Yrigoyen y de la Torre, por obra de amigos
comunes, habían tenido un acercamiento en 1911, luego de haber estado
distanciados a raíz del famoso duelo de 1897-; a ese antecedente quiso aludir don
Lisandro con su broma. Hace poco, en una carta al señor director de "La Nación"
que mereció la distinción de ser publicada, hice referencia a ese acercamiento
originado en realidad como derivación de la gestación de la reforma electoral que
se tradujo en la Ley Sáenz Pena.
A propósito de ese duelo acotare que no hace mucho Dr.
Carlos de la Torre (hijo), pariente cercano de don Lisandro, me refería que
conservaba de niño el recuerdo de la escena de la llegada a su casa de Lisandro
de la Torre en un cupe, de los que se usaban entonces, cubriéndose con una
venda lo que supuso una lastimadura en la cara de la que manaba sangre. Como
buen chico se acerco y pregunto a su padre que era lo que había ocurrido. Don
Lisandro interrumpió el dialogo de padre e hijo, diciéndole —No es nada, me han
pegado un hachazo; pero no tiene importancia.
Carlos de la Torre conserva en su poder los sables que
esgrimieron en el lance Yrigoyen y de la Torre.
Fuente: “A propósito de una perfidia” en Amaral, Edgardo L.
Anecdotario de Lisandro de la Torre. Cátedra Lisandro de la Torre, Buenos
Aires. 1957.
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