-Si Dios quiere,
Robertito, el año que viene compraremos una yeguita.
Como es natural el viejo embaucador jamás compró una yegüita
ni un yeguón; y desde entonces me he quedado con un resabio de desconfianza que
me parece muy natural.
Lo mismo me ocurre respecto a todos los sujetos que están
sin empleo o que padecen persecución de justicia y que me dicen:
-Cuando suba don Hipólito…
LOS POSTULANTES
Viaje usted en tren, tranvía, ómnibus o aeroplano y escuchará
este comentario:
-Cuando suba don
Hipólito…
Y su asombro crece al comprobar el infinito número de
personas que tienen su confianza puesta en don Hipólito. No hay uno que no tenga
que pedirle algo. No hay uno que diga:
-Cuando suba don Hipólito
le regalaré esto o aquello.
No. La autentica, la única expresión que sale de todos los
labios es esta:
-Es cuestión de días. En cuanto suba don Hipólito…
-Es cuestión de días. En cuanto suba don Hipólito…
Yo, sinceramente, compadezco al señor Hipólito Irigoyen; lo
compadezco, colocándome en su lugar. Eso de ser presidente, merced a la
esperanza de un infinito número de gente que necesita pedirle algo es de lo más
desagradable que puede ocurrirle a uno.
-¡Y hay que ver el numero de individuos que a cada momento
tiene en la boca la bendita expresión!
-Cuando suba don Hipólito…
-Hasta en París se hacen cábalas – me decía días pasados el
amigo Soto. En Lisboa hay argentinos que esperan la subida de don Hipólito para
resolver el problema habichuelero.
¿Cómo se las compondrá don Hipólito en estas circunstancias?
No lo sé ni me interesa. Pero el caso es éste; el 12 de octubre es esperado con
un frenesí inconcebible para los que se ganan la vida al margen de la política.
Es algo que rebasa toda expresión.
EL MESÍAS
Yo, que soy incapaz de adular al Dios Padre, diré esto sin
empachos; Don Hipólito es esperado por todos los presupuestívoros del país o
aspirantes a serlo, con mas impaciencia que el Mesías.
Y otra gente además.
Lo espera todo el mundo. Lo espera el que necesita una ley
de emergencia que le permita vender sus productos averiados, lo espera el
encarcelado que se hace ilusiones respecto a un indulto, lo espera la viuda, lo
esperan la huérfana y el huérfano, lo espera el empleado exonerado “injustamente”,
y también lo esperan los quinieleros, los aspirantes a ministros, los
vendedores de cocaína, los padres con familia y sin familia. ¿Quién no lo
espera a don Hipólito?
Y lo curioso de esto es lo siguiente:
Que todo el mundo confiese sin empacho sus malas
intenciones. No hay uno que diga:
-Bueno; espero que
suba don Hipólito para regenerarme.
No, no hay uno solo.
EL HOMBRE
Yo no me imagino que es lo que pensara de todo el Hombre,
como lo llama el soporífero Oyhanarte; pero me imagino que a mi buen señor no
debe causarle mucha gracia eso de que los perdularios del país pongan sus
esperanzas en él para llevar a cabo sus malandrinadas.
Y lo extraordinario es que hay gente que hace seis años que
espera a “que suba don Hipólito”. Seis años dando vueltas por los comités,
abogando por la “causa”, desgargantándose en los cafés, haciéndoles la corte a
caudillos analfabetos, repitiendo cien veces al día “yo se que el doctor tiene interés
en favorecerme”, y otras gansadas por el estilo.
¿Qué pensará de todo esto el Hombre? Yo no me lo imagino.
Yo lo llamaría al doctor Irigoyen, la victima de los pedigüeños.
Porque no hay ciudadano de la capital o del interior que no piense en pedirle
algo. No hay uno; o un ascenso, o un levantamiento de vigilancia, o un indulto,
o una cátedra o dos cátedras…, no hay uno que no piense pedirle algo.
A su vez, los alvearistas o los melogalleros han copado
todos los puestos públicos que han podido. Ha sido eso la arrebatiña, el “sálvese
quien pueda”. Naturalmente, en ese Patio de Monipodio, que es la Casa de
Gobierno, el que no ha corrido ha volado. Los cetáceos y tiburones han atrapado
los empleos gordos, las canonjías sublimes. Justo se ha hecho nombrar general
de división, Sagarna, el funesto y terribilísimo Sagarna, se han ubicado como
ministro de la Suprema Corte de Justicia. ¿No es una injusticia esto?
PARTIDO DE LOS DESOCUPADOS
Yo, que soy un pesimista jovial, creo lo siguiente:
-Don Hipólito no va a poder satisfacer ni a la milésima
parte de los vagos que ponen la esperanza en él. Ni a la diezmilésima parte.
Posiblemente ni a la millonésima parte. Ahora bien; como
todos estos sujetos no pueden esperar otra vez seis años para darse vuelta y
convertirse en alvearistas, como ahora se han hecho irigoyenistas, lo más
conveniente seria que todos estos desocupados organizasen un cuerpo electoral,
un partido, el Partido de los Vagos, con un símbolo; el hombre que toma baños
de sol. De otro modo envejecerán a la espera de la yegüita que el marrullero
viejo que conocí cuando yo tenia siete años me prometía asiduamente.
Roberto Arlt
Fuente: “Cuando suba don Hipólito…” en Aguafuertes porteñas
de Roberto Arlt en Diario El Mundo, 12 de septiembre de 1928.
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