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miércoles, 27 de noviembre de 2019

Luis Alberto de Herrera: "Homenaje al Dr. Alem" (20 de julio de 1892)

Doctor Alem: la estudiosa juventud montevideana, educada en altos ejemplos de civismo, siempre ha sabido distinguir y reverenciar á los hombres públicos notables, á los patricios eminentes, y tributándoles homenaje: si hijos de esta tierra acompañándoles, ya que no con su voz, por lo menos con sus simpatías; si extranjeros, ha creído honrar debidamente sus virtudes.

Pero cuando los acontecimientos ó los vaivenes de la política nos han puesto en contacto con estos últimos, cuando á esta capital ha cabido el señalado honor de albergarlo aunque por breves días, ella ha creído también de su deber ir á saludarlos y retemplar sus propias convicciones escuchando su palabra experimentada.

Y si ayer como americanos, veníamos en corporación á agradecer á Joaquín Nabuco, al tribuno ardoroso, su participación en la liberación del negro, hoy como orientales nos congregamos de nuevo aquí para expresar nuestra profunda gratitud á otro apóstol de la libertad: para saludar en usted, doctor Alem, al amigo sincero de nuestro país, y al protector desinteresado de nuestros compatriotas arrojados por la furia del vendaval político á las hospitalarias playas argentinas.

Aunque de aquel lado del caudaloso río, engarzado entre las patrias de Artigas y San Martín, os hemos visto batallar sin cesar inflexible en vuestros principios por la restauración del régimen democrático, aunque al través del Plata, nervio colosal que trae y lleva las palpitaciones de los corazones generosos, hemos admirado al gran republico siguiéndolo en su simpática propaganda,—el principal móvil de esta manifestación no es unir nuestras felicitaciones á las muy merecidas que habéis recibido ya por vuestra brillante actitud, sino reconocer ya que es imposible saldar una deuda sagrada contraída para con usted, doctor Alem.

Todo el mundo sabe y nadie lo olvida que cuando en 1885 un grupo de ciudadanos distinguí los preparaba en Buenos Aires una revolución popular para derrocar la afrentosa tiranía que nos oprimía, el doctor Alem fue de los primeros en ofrecer el concurso de su bolsillo y hasta el de su vida para coadyuvar al mejor éxito de la noble empresa: nadie olvida que el valioso contingente de su prestigio contribuyó á allanar entonces inmensas dificultades; y nosotros sabemos que cuando los restos de aquella hermosa falange en la que se cifraban tantas esperanzas volvían al punto de partida luego de desechos por los sicarios del déspota en la rota del Quebracho, en momentos de desconsuelo y aflicción para la patria que vestía luto, el mismo doctor Alem, siempre consecuente, incitaba en los hospitales á nuestros hermanos heridos é infundiéndoles ánimo levantaba suscripciones para socorrerles en su desgracia y mitigar sus dolores.

Por eso, conociendo esos honrosos antecedentes, doctor Alem, conociendo las diversas etapas, los actos más culminantes de vuestra agitada vida consagrada por entero al servicio del pueblo y puesto en peligro más de una vez, amargada muchas, para no desmentir esa misma fidelidad; conociendo al esclarecido argentino que tenemos delante envejecido en las luchas tumultuosas de la democracia y que antes de aceptar favores de quienes no tienen derecho á brindarlos prefiere expatriarse condenándose á un voluntario ostracismo; conociendo vuestras relevantes prendas morales y vuestra altivez de carácter que, unida á un valor á toda prueba no se doblega pero sí cobra bríos ante los más graves atentados, nuestras almas juveniles, accesibles á los sentimientos puros se sienten entusiasmadas, desbordantes de admiración, hacia el hombre viril que no sabe lo que es desfallecer, y espontáneamente sube á nuestros labios una frase análoga á la de aquel adversario político de Castelar, que arrebatado por su brillante elocuencia exclama: lástima grande que no milite en nuestras filas.

Pero, ya que no á nosotros, pero sí á la nación hermana, ha tocado su suerte servir de escenario á la descollante figura política del doctor don Leandro Alem; ya que no ha sido posible poseerlo de hecho, aunque conocidas son sus bien definidas simpatías por el pueblo oriental, descubrámonos con respeto ante el gran demócrata del Río de la Plata, que las grandes personalidades no tienen patria; hagamos votos por que su ejemplo tenga eco, encuentre imitadores entre nosotros y que algún día surja un caudíllo abnegado que hijo del pueblo y nacido para el pueblo sea capaz de hacerse como él en la Argentina, intérprete de las justas aspiraciones populares.

Caudillos austeros que como el doctor Alem no titubeen en ceñir la corona de espinas cuando por obtener el triunfo de la buena causa, sea necesario sublimarla con el martirio, con el propio sacrificio, y á los que no se puede hacer extensivas aquella acusación largada tal vez injustamente por dañar á los girondinos: pronunciáis palabras sublimes y cometéis acciones cobardes; caudillos decididos que no solo sepan electrizar á Vergniaud sino también conducirlos al terreno de la lucha cuando conculcados los derechos mas elementales y sagrados del ciudadano haya que poner coto á los desmanes de la fuerza bruta que cínica ríe de la opinión. Pues por paradojal que aparezca, cuando la anarquía está entronizada, la moral escarnecida y las leyes pisoteadas, la revolución es necesaria, -ella es la síntesis del orden y la expresión más pura y genuina de la libertad.

Doctor Alem, cumplida queda nuestra misión.




Discurso del joven bachiller Sr. Luis Alberto de Herrera que una noche presidió una numerosa columna ante el "Hotel de París" para ofrecer el homenaje de la confraternidad rioplatense, "al apóstol de la libertad, Leandro Alem huesped de la ciudad de Montevideo y desterrado.






Fuente: “Homenaje al Dr. Alem” por el Sr. Luis Alberto de Herrera. En “Las primeras ideas” revista quincenal de ciencias, letras y artes, Año I, N° 8, 20 de julio de 1892.

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