Pero cuando los acontecimientos ó los vaivenes de la política
nos han puesto en contacto con estos últimos, cuando á esta capital ha cabido
el señalado honor de albergarlo aunque por breves días, ella ha creído también de
su deber ir á saludarlos y retemplar sus propias convicciones escuchando su
palabra experimentada.
Y si ayer como americanos, veníamos en corporación á
agradecer á Joaquín Nabuco, al tribuno ardoroso, su participación en la
liberación del negro, hoy como orientales nos congregamos de nuevo aquí para
expresar nuestra profunda gratitud á otro apóstol de la libertad: para saludar
en usted, doctor Alem, al amigo sincero de nuestro país, y al protector
desinteresado de nuestros compatriotas arrojados por la furia del vendaval
político á las hospitalarias playas argentinas.
Aunque de aquel lado del caudaloso río, engarzado entre las
patrias de Artigas y San Martín, os hemos visto batallar sin cesar inflexible
en vuestros principios por la restauración del régimen democrático, aunque al
través del Plata, nervio colosal que trae y lleva las palpitaciones de los
corazones generosos, hemos admirado al gran republico siguiéndolo en su
simpática propaganda,—el principal móvil de esta manifestación no es unir
nuestras felicitaciones á las muy merecidas que habéis recibido ya por vuestra
brillante actitud, sino reconocer ya que es imposible saldar una deuda sagrada
contraída para con usted, doctor Alem.
Todo el mundo sabe y nadie lo olvida que cuando en 1885 un
grupo de ciudadanos distinguí los preparaba en Buenos Aires una revolución
popular para derrocar la afrentosa tiranía que nos oprimía, el doctor Alem fue de
los primeros en ofrecer el concurso de su bolsillo y hasta el de su vida para
coadyuvar al mejor éxito de la noble empresa: nadie olvida que el valioso
contingente de su prestigio contribuyó á allanar entonces inmensas dificultades;
y nosotros sabemos que cuando los restos de aquella hermosa falange en la que
se cifraban tantas esperanzas volvían al punto de partida luego de desechos por
los sicarios del déspota en la rota del Quebracho, en momentos de desconsuelo y
aflicción para la patria que vestía luto, el mismo doctor Alem, siempre
consecuente, incitaba en los hospitales á nuestros hermanos heridos é
infundiéndoles ánimo levantaba suscripciones para socorrerles en su desgracia y
mitigar sus dolores.
Por eso, conociendo esos honrosos antecedentes, doctor Alem,
conociendo las diversas etapas, los actos más culminantes de vuestra agitada
vida consagrada por entero al servicio del pueblo y puesto en peligro más de
una vez, amargada muchas, para no desmentir esa misma fidelidad; conociendo al
esclarecido argentino que tenemos delante envejecido en las luchas tumultuosas
de la democracia y que antes de aceptar favores de quienes no tienen derecho á
brindarlos prefiere expatriarse condenándose á un voluntario ostracismo;
conociendo vuestras relevantes prendas morales y vuestra altivez de carácter que,
unida á un valor á toda prueba no se doblega pero sí cobra bríos ante los más
graves atentados, nuestras almas juveniles, accesibles á los sentimientos puros
se sienten entusiasmadas, desbordantes de admiración, hacia el hombre viril que
no sabe lo que es desfallecer, y espontáneamente sube á nuestros labios una
frase análoga á la de aquel adversario político de Castelar, que arrebatado por
su brillante elocuencia exclama: lástima grande que no milite en nuestras
filas.
Pero, ya que no á nosotros, pero sí á la nación hermana, ha
tocado su suerte servir de escenario á la descollante figura política del
doctor don Leandro Alem; ya que no ha sido posible poseerlo de hecho, aunque
conocidas son sus bien definidas simpatías por el pueblo oriental,
descubrámonos con respeto ante el gran demócrata del Río de la Plata, que las
grandes personalidades no tienen patria; hagamos votos por que su ejemplo tenga
eco, encuentre imitadores entre nosotros y que algún día surja un caudíllo abnegado que hijo del pueblo y nacido para el pueblo sea capaz de hacerse como
él en la Argentina, intérprete de las justas aspiraciones populares.
Caudillos austeros que como el doctor Alem no titubeen en
ceñir la corona de espinas cuando por obtener el triunfo de la buena causa, sea
necesario sublimarla con el martirio, con el propio sacrificio, y á los que no
se puede hacer extensivas aquella acusación largada tal vez injustamente por
dañar á los girondinos: pronunciáis palabras sublimes y cometéis acciones
cobardes; caudillos decididos que no solo sepan electrizar á Vergniaud sino también
conducirlos al terreno de la lucha cuando conculcados los derechos mas
elementales y sagrados del ciudadano haya que poner coto á los desmanes de la
fuerza bruta que cínica ríe de la opinión. Pues por paradojal que aparezca, cuando
la anarquía está entronizada, la moral escarnecida y las leyes pisoteadas, la
revolución es necesaria, -ella es la síntesis del orden y la expresión más pura
y genuina de la libertad.
Doctor Alem, cumplida queda nuestra misión.
Fuente: “Homenaje al Dr. Alem” por el Sr. Luis Alberto de Herrera. En “Las primeras ideas” revista quincenal de
ciencias, letras y artes, Año I, N° 8, 20 de julio de 1892.
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