El apoyo unánime de la representación senatorial al proyecto
que subscribimos, nos induce a pedir que el mismo se trate sobre tablas. Y no
puedo pasar por alto, señor presidente y señores senadores, algunos aspectos más
que fundamentales que el entraña.
Pido perdón si voy a distraer la atención de este cuerpo,
por unos minutos más, después de las elocuentes y sentidas palabras de mi
colega, el señor senador por Santa Fe.
Pero es que existimos en este cuerpo, señor presidente,
algunos senadores cuya vida, se puede decir, fue moldeada dentro de las filas
del gran movimiento de reparación nacional, que encabezara don Hipólito
Yrigoyen; y parecería hoy injustificado este silencio si acaso mi voz modesta y
trémula no se levantase en una hora de semejante significación.
Hemos resuelto, y así lo decimos, como representación
parlamentaria de este gran movimiento que hoy integramos, que el sitio de la
estatua sea el que el proyecto ha señalado; y no es una elección a capricho, no
es tan siquiera la elección del mejor sitio que la ciudad ofrezca, para que se
levante un monumento de esta naturaleza, sino que, al reemplazar al actual
obelisco, hay en esta decisión un sentido de historia que reivindica los
derechos fundamentales del pueblo. Monumento de la arbitrariedad, este
obelisco, que si mal no recuerdo, no tiene ley del Congreso que lo autorice, ordenanza
municipal que lo permita, ni licitación que se haya cumplido en su erección,
mal ejemplo e inadecuada replica de un monumento extraño al país, adefesio, en
una palabra, cuya inseguridad es tal que en cierto momento se pensó en su demolición
por el peligro que entrañaba para los habitantes de esta ciudad; y las
referencias, y datos históricos con que se lo quiso justificar, estampándolos
en sus caras para que nadie osara tocarlo, no son sino una demostración mas de
este monumento a la arbitrariedad que el implica y significa, porque nada de
ello es, históricamente, exacto.
Actúa, pues, el Congreso en esta oportunidad como legislatura
local, tal como lo quiere la Constitución, y al señalar por ley de ambas Cámaras,
el sitio en que debe erigirse este monumento, desaloja a un resto del pasado de fraude y
violencia, para dar paso, otra vez, a la claridad de la aurora de un nuevo
tiempo, con este homenaje que la justicia y la gratitud de un pueblo ofrece a
uno de sus mas preclaros ciudadanos. Y si decimos que hay que poner el nombre
de Hipólito Yrigoyen al Paseo Colon, es porque esta fue la ruta habitual desde
su casa de la calle Brasil, modesta en apariencia pero gran templo de nuestra ciudadanía,
que el recorría día tras día, cuando iba a la Casa de Gobierno para resolver
los problemas fundamentales con soluciones felices, como acaba de apuntar. tan
oportunamente, el señor senador por Santa Fe.
¡Como no habría de recordar, señor presidente, las palabras
que se dicen en este proyecto que deben ser estampadas en el monumento, si, me
toco a mi, precisamente a mi joven y modesto hijo de inmigrantes, elevado a la
dignidad de funcionario dentro del Ministerio de Relaciones Exteriores,
escribir esas palabras dictadas por el mismo! ¡Como no voy a recordar aquella
oportunidad de definiciones ante los pueblos vencedores del mundo, cuando pidió
el, que dijéramos que «la Argentina no estaba con nadie, contra nadie, sino con
todos y para el bien de todos»!
Era en el momento en que los poderosos de la tierra dictaban
la ley a los pueblos, y ya veíamos que en ese germen de injusticias asomaba
otra vez la gran tragedia que, pocos años mas tarde, habría de azotar por
segunda vez al mundo: y los principios fundamentales de la democracia y el
bienestar social, que Yrigoyen en todo momento tuvo presente, y estampo en
documentos memorables, que la historia recogió, constituían algo así como el
catecismo de nuestra ciudadanía.
La voluntad libre de los pueblos era el instrumento para levantar
esta nueva Argentina que entonces soñábamos. Y el, que habitualmente no decía
partido, sino gran movimiento de opinión nacional, apelaba a los manes de la
historia, a las poderosas fuerzas de nuestro pasado para realizar esta gran
Argentina, en aquellas horas en que vivíamos.
¡Que obstáculos invencibles tuvo a su paso! Mas de una vez
me recordó que el movimiento tenia como lógica, una culminación revolucionaria,
porque el radicalismo que nació como un gran movimiento en 1889, confuso en las
definiciones de la Unión Cívica, habría de asentarse en las horas posteriores,
como Unión Cívica Radical, como Unión Cívica Radical Intransigente y como Unión
Cívica Radical Intransigente y Revolucionaria, con un concepto que hasta hoy no
ha muerto en las filas de nuestra Nación.
Debíamos haber llegado por revolución, mas llegamos por elección.
A este respecto tuvimos que ir contra un pasado de régimen que fue el mas
poderoso obstáculo para la obra que Yrigoyen se proponía realizar, obstáculo
que se encontró en este mismo Senado, que nunca lo fue realmente hasta hoy; en
donde venían perpetuándose hechos engendrados por el fraude y la violencia;
Senado que en el transcurso de los años se interpuso entre los fines de este gran
movimiento nacional y la realización concreta de los ideales que sosteníamos. Y
para 1930, el día en que tal vez habríamos de quebrar con algunos senadores
electos, como todo el mundo recuerda, por provincias lejanas, la regla de los dos
tercios, ese día fue el señalado para el movimiento del 6 de septiembre de
1930. Es que este no podía perder su carácter de Senado de la decadencia, como
lo ha dicho una gran voz dentro de este recinto; y ahora comprendemos que aquella
decadencia tenia todavía horas mas terribles de penumbra y de dolor para la
patria argentina.
Al regresar de la isla de Martín García, Yrigoyen pronuncio
palabras que fueron como una consigna: «Todo ha terminado y hay que empezar de
nuevo». ¿Que significaba ello? No era
por cierto acudir a la conquista electoral de las posiciones fáciles en las
acometidas circunstanciales del fraude, o colaborar bajo la apariencia de la
legalidad, dentro de los cuadros de hombres surgidos del fraude, sino que había
que empezar de nuevo la cruzada revolucionaria para que el país, de una vez por
todas, barriera con el pasado que nos había infamado en la hora que acabo de
citar. Y así, empezamos esta otra cruzada. Dios quiso llevarlo a mejor vida,
cuando todavía pudo haber dado al país las grandes soluciones. Y si hay otro
mundo justo, que no lo dudo, y desde alli nos contempla ahora, se dará cuenta
de que no ha muerto la llama que encendieran los hombres de 1890, 1893 y 1905,
que la sangre derramada en 1932 y 1933, es para muchos una prenda de honor y
que las tentativas de acción revolucionaria de 1933 y 1943, no eran mas que la continuación
de una consigna de heroísmo, porque solo de esta manera el país podía recuperar
el sentido de sus grandes destinos históricos. Y así sucedió.
Llegamos al 4 de junio de 1943 y el movimiento
revolucionario pone al país otra vez sobre el cauce de su verdadera historia.
Grande movimiento de opinión este, que nosotros integramos ahora, que no se
aparta del hilo límpido de aquel cauce torrentoso que fuera el movimiento
radical del pasado y que se perpetúa en sus grandes consignas en la hora presente.
¡Como no habría de ser así! Tenia que surgir, y siempre lo esperábamos, quien
recogiera el arco de Ulises; y he aquí que hoy, de manos fornidas, parte la
flecha hacia el horizonte, marcando el rumbo de grandeza infinita para nuestra
patria.
Alguien había de recoger tamaña tradición y tan grande herencia;
y no vacilamos en afirmar (aquí esta el senador Durand, que fuera presidente de
la convención que eligió a Yrigoyen por segunda vez, para ocupar la mas elevada
magistratura del país; y aquí esta el senador Antille, uno de los pocos que
sobreviven después del 6 de septiembre de 1930, y otros, que nos formamos y que
nos modelamos en sus máximas y ejemplos) y no vacilamos en afirmar, repito, que
no ha habido solución de continuidad entre ayer y hoy, y que podemos mirar el mañana
como una aurora y no como una penumbra inquietante. La fuerza del pueblo se ha
encarnado en este movimiento que todos integramos ahora.
Aquel Senado de la decadencia, que fuera vergüenza de la patria,
ha desaparecido para siempre de la memoria de los argentinos. No nos
preocupemos de recoger las hojas caídas y arrojemos flores frescas y perfumadas
sobre la tumba del prócer que nos dio la heroica consigna. (Aplausos
prolongados en las bancas y en las galerías.)
Sr. Presidente. —
Se va a votar la moción sobre tablas formulada por el señor senador por la
Capital.
—Se lee nuevamente.
Sr. Presidente. —
Se va a votar en general.
Sr. Antille. —
Solicito que se lea nuevamente el proyecto.
Sr. Presidente. —
Así se hará, señor senador.
—Se lee nuevamente:
—Al mencionarse el día 12 de julio como fecha de nacimiento del prócer,
desde un palco de la primera galeria ocupado por miembros de su familia, se hace
una observación en voz baja.
Sr. Molinari. —
Pido la palabra.
Una autorizada voz desde la barra hace notar que hay un
error en la fecha de nacimiento, debiendo ser la del 13 de julio de 1852.
Sr. Presidente. —
Ya esta rectificada, señor senador. Fue un lapsus.
Se va a votar.
—Se vota y aprueba, en general y particular, por unanimidad.
Sr. Presidente. —
Queda sancionado. No habiendo mas asuntos que tratar, queda levantada la sesión.
—Así se hace, siendo las 17 y 5.
Ramón Columba.
Director do Taquígrafos
Fuente: “Moción” del Señor Senador por la Capital Federal,
Dr. Diego Luis Molinari para la construccion de un Monumento a la Memoria de
Hipólito Yrigoyen, 4° REUNION - 3 SESIÓN ORDINARIA, Cámara de Senadores de la
Nación Argentina, 3 de julio de 1946.
No hay comentarios:
Publicar un comentario