El acontecimiento dramático que vivimos nos solidariza con
nuestros oficiales y soldados en el esfuerzo heroico que realizan contra el
imperialismo y compromete nuestro agradecimiento para siempre. Pero ese
acontecimiento también nos acerca a una encrucijada trascendental: en tiempo
muy próximo se definirse el país que tendremos para nosotros y nuestros hijos.
Ningún argentino -y mucho menos los dirigentes políticos- puede permanecer
ajeno o indiferente ante el doble desafío al que estamos sometidos. La defensa
de la soberanía territorial necesita de nuestra unanimidad para oponernos a
quienes la vulneran y de nuestra solidaridad con quienes ofrendan sus vidas
para afirmarla. Pero todos esos esfuerzos serian vanos si no comprometemos
también nuestras energías y nuestra dedicación para que todos los argentinos, y
particularmente aquellos que, desoídos y postergados, no dudaron un instante en
acudir a la defensa de la Patria, puedan participar activamente de la decisión
y construcción de su destino.
Todos sabemos cuales son las necesidades y cuales son
nuestros deberes frente a lo que esta sucediendo en las Malvinas. Es mucho
menos evidente y claro lo que hay que hacer para participar y colaborar en la
determinación de lo que la Argentina será durante las dos próximas
generaciones. Mi deber como dirigente político, como el de todos los dirigentes
políticos, es plantear con toda crudeza en que situación estamos, que es lo que
esta en juego y que seria lo mejor para nuestra Nación. Un pueblo que ofrece su
sangre por la Patria tiene la madurez y el derecho de conocer lo que pasa y lo
que puede depararle el futuro. ¿Cuál será el rostro de la Argentina después de
la guerra? ¿Comprenderán todos los sectores que solo en la democracia
encontrara el país la esperanza de su renacimiento?
Si nos limitáramos a la historia de los últimos lustros y a
los acontecimientos que vivimos en estos días probablemente nuestro juicio
seria negativo. Nos atreveríamos a afirmar, con todo lo que nos cuesta decirlo,
que la democracia no seria la consecuencia lógica. No la imaginamos como el
resultado automático de una sociedad expuesta a fuerzas tan intensas y
contradictorias como las que están presentes en la Argentina.
Y será precisamente sobre esas dos cuestiones, las
dificultades y las esperanzas de la Argentina, que versaran las reflexiones que
siguen.
1.- LA PÉRDIDA DE LA PRÁCTICA SOCIAL DE LA DEMOCRACIA.
La democracia no es solo una forma de elección de los
gobernantes. Es, antes que nada, una manera de organizar social y políticamente
un país; se concreta a lo largo del desarrollo de las sociedades. Requiere de
la historia para funcionar. Lo grave de la situación argentina es que hemos
desandado el camino de la democracia. El último medio siglo ha deteriorado la
organización democrática de nuestro país.
La capacidad de nuestra sociedad para generar la democracia
ha disminuido ano a ano, y hoy nos encontramos en un punto critico. Sin
embargo, y precisamente por esas dificultades, la necesidad de poner en marcha
un proceso de democratización es absolutamente perentoria.
Pero construir la democracia no puede ser solo reemplazar un
equipo de gobierno. Ella no se asegura por el mero hecho de que sean civiles y
no militares los que ejerzan el poder.
En ese sentido debemos afirmar que uno de los sistemas que
mas atenta contra la democracia es aquel que se le parece pero no lo es Y a
esta altura de la historia del país, luego de la experiencia autoritaria de los
últimos años, seria un error trágico que la alternativa fuera algo parecido a
la democracia, vestida con sus ropas pero superficial y tramposa.
La democracia no es la lucha de los civiles para recuperar
puestos públicos que ocupan los militares. Tampoco es la salida para un grupo,
militar en esta ocasión, que ve deteriorada por el ejercicio del poder su
imagen o unidad institucional. No puede ser ni una frivolidad civil ni una
salida militar Sin embargo, estos dos elementos suelen combinarse, y cuando lo
hacen ponen en marcha procesos que culminan en la decepción, la confusión y la
irritación del pueblo. Nuestro problema actual, es consecuencia, es advertir
que es necesario poner de inmediato en marcha un proceso de democratización,
para lo que hay que encontrar en nuestra sociedad las capacidades que aun
quedan y apoyarnos en el las para realizar ese proceso de construcción
democrática. Al mismo tiempo hay que evitar la trampa, que hoy puede ser más
nefasta que nunca, de hacer algo que se parece a la democracia, pero que no lo
es. Y que, por eso mismo, esta condenado a fracasar.
Todo esto debe ser hecho rápidamente. a pesar del pasado y a
pesar de las trampas.
2.- LA DESINSTITUCIONALIZACIÓN DE LA ARGENTINA
Durante los últimos seis años se impuso al país una política
económica que demolió su aparato productivo y que nos hizo contraer una
gigantesca deuda externa, la mayor del mundo por habitante. El costo social de
esa política ha sido tremendo y se traduce en una realidad cotidiana que todos
conocemos y sufrimos. Hay otra consecuencia de estos anos, menos visible y tan
grave como la anterior: el deterioro de la organización política e
institucional de la Republica. La veda a la actividad de los partidos, la represión
al funcionamiento de los gremios y sindicatos y la rígida vigilancia impuesta
sobre los medios de difusión masiva eliminaron los mecanismos de control social
que deben ejercerse sobre el gobierno. Esto es gravísimo, ya que al destruirse
los canales de expresión y articulación de las demandas del pueblo se ha
desorganizado políticamente la Nación. Es cierto que la vida política
institucional estaba deteriorada antes de 1976, pero no es menos cierto que de ahí
en adelante casi se la anulo totalmente. Esa vida política es la que en
cualquier país civilizado constituye la columna vertebral a partir de la cual
se organizan la economía y la sociedad, con conflictos y discrepancias pero en
paz. Cuando el régimen militar la suprimió no la reemplazo: hoy la Republica prácticamente
carece de instituciones a las que los argentinos puedan apelar para expresar
sus necesidades y aspiraciones. Políticamente el país ha dejado de ser un
cuerpo organizado, ha perdido las estructuras que lo mantenían en pie. Corremos
el riesgo de la disolución nacional
Entonces, ¿cual es la conducta apropiada frente a estas
circunstancias? ¿Decir que ese riesgo no existe? ¿Evitar el compromiso y el
costo personal que implica advertir esta situación? ¿Refugiarse en un verbalismo
patriótico y rehuir nuestra responsabilidad en el frente político? ¿Cual es
nuestro deber? ¿Callar o luchar?
Si eludimos la lucha aumentaríamos otra vez las dificultades
que debemos superar: el escaso protagonismo de las organizaciones políticas.
3 - LA RESPONSABILIDAD DE LAS ORGANIZACIONES POLÍTICAS Y DEMOCRÁTICAS.
Para comprender la gravedad y profundidad del derrumbe de la
Argentina no es suficiente describir la agresión que sufrió nuestra sociedad
por parte de una minoría ni analizar el rol que jugaron las Fuerzas Armadas. Es
cierto que las sucesivas interrupciones a la vida institucional debilitaron y
atentaron contra la estructura democrática de nuestra sociedad, pero también
hay que señalar que han existido falencias en nuestras organizaciones políticas
que deben preocuparnos centralmente. Su pérdida de protagonismo no solo afecto
el pasado sino que podría comprometer el futuro. ¿Que puede pasar en una
sociedad que no canalice sus proyectos y expectativas a través de las
organizaciones democráticas, convertidas en ornamentos rituales? ¿Como se van a
expresar las necesidades y aspiraciones de una clase media empobrecida y las de
la clase trabajadora llevada al límite de la subsistencia? Que no le quepa duda
a nadie que las aspiraciones van a expresarse, y pronto. ¿Entonces que? ¿Hay
que suponer que todo pasara en el reino de la concordia, el dialogo y la
democracia? ¿Así, automáticamente, esta escrito en el destino de la Argentina?
¿Un simple voluntarismo podrá evitar la amenaza cierta de la disolución
nacional? La quiebra súbita de una escala de valores puede traducirse en la
ausencia de términos de referencia políticos, sociales, culturales y morales.
Una sociedad no resiste esa mutilación. Y por eso tratara de lograr un fuerte
componente cohesivo, que si no nace de la sociedad a través de la propuesta democrática
será encarnada por una minoría que buscara la expresión mas crudamente autoritaria
del Estado
Frente a estas urgencias dramáticas no tiene sentido esperar
el permiso del gobierno, que precisamente nos ha llevado a esta situación, para
actuar en cumplimiento de nuestro deber.
4- EL COMIENZO DE UNA SOLUCIÓN
En esta realidad, con estas dificultades, se inserta la
guerra; y no las supera sino que las agrava.
En esa guerra Estados Unidos ve cuestionada su postillón hegemónica
en el continente y además advierte la posibilidad de un realineamiento de la
Argentina y de la región.
Será una ingenuidad pensar que los Estados Unidos no luchara
contra estas consecuencias. Igualmente seria ingenuo pensar que poderosos
sectores de interés locales, tradicionalmente subordinados a los grandes
centros internacionales, que en estos días se han sumado a la retórica
antiimperialista, no estén seriamente preocupados por el curso de los
acontecimientos futuros. La pasividad de estos actores es impensable. Ni
Estados Unidos concede graciosa- mente zonas de influencia ni su servidores domésticos
volverán las espaldas a sus intereses. Unos y otros buscaran recuperar
influencia y poder, sobre todo cuando constaten que las actitudes que se
manifestaron en la Argentina a partir del 2 de Abril pueden ser el comienzo de
un proceso de afirmación nacional. ¿Como reaccionarían esos intereses
imperiales y oligárquicos si vieran delinearse en el futuro cercano un proyecto
que resumiera las demandas de amplios sectores populares, que consolidara las
banderas nacionalistas que se han levantado en estos días?
No nos cabe duda de que resurgirá la alianza entre los
intereses de los Estados Unidos y sus socios locales. Tendrán de su lado todas
las fuerzas del status quo. No se expresaran crudamente, porque no se puede
violentar a un pueblo que ha dado su sangre en la lucha anticolonialista. Posiblemente,
si pueden, se exhibirán como demócratas. ¿Si se han vuelto antiimperialistas en
tan pocos días, por que no habrían de volverse súbitamente democráticos?
Convocaran así a algunos sectores, que confundidos por la fachada
democratizante ayudaran a concretar un nueva frustración: la pseudo democracia
estará en marcha. Pero si el otro proyecto llegara a tomar fuerza, el rostro
amable de la pseudo democracia se desvanecerá con rapidez. Las formas de la
convivencia dejaran paso a la energía de la represión. Porque la otra
alternativa no solo alteraría la situación de las minorías locales sino que -e
insistimos sobre esto porque es un dato- haría peligrar seriamente la posici6n hegemónica
de Estados Unidos
¿Como seria ese segundo proyecto?
Muy probablemente buscaría las esperadas rectificaciones económicas
y una nueva inserción de la Argentina en el mundo, pero no me cabe duda que
también asumiría algunos elementos del autoritarismo que subyace en nuestra
sociedad. Y no se sumarian a el solo los bien intencionados porque habría allí también
una ocasión para los aventureros, de adentro y de afuera, que ganan con la conmoción.
Necesariamente este proyecto será aprovechado por la otra superpotencia, no
precisamente para impulsar el socialismo en nuestra tierra sino para hostigar a
Estados Unidos.
Si los elementos autoritarios se imponen, ese proyecto
perderá el control de su destino. Nosotros conocemos muy bien los peligros de
un poder que carece de frenos: desvía sus intenciones iniciales y queda sujeto
a la influencia de fuerzas externas. En Medio Oriente hay mas de un ejemplo de
regimenes autoritarios que oscilan entre las presiones de las grandes potencias
a raíz de la pugna inconciliable entre proyectos opuestos.
La Argentina no puede, no debe, reservarse ese destino. Pero
hay que saber que si estos proyectos tan incompatibles fueran los únicos, en la
sociedad argentina no habrá indiferentes. Nadie podrá escapar. En definitiva, será
una cosa o la otra. Estaremos otra vez encerrados.
La presencia de esta disyuntiva nos ratifica en nuestra afirmación
de que la democracia, que es hoy la condición de la salvación nacional, no será
necesariamente la resultante de la historia reciente, de los intereses que están
en juego y, mucho menos, de las convivencias de gobierno.
Si en la lucha política y reivindicatoria que se avecina no
se ponen en marcha los mínimos mecanismos de control y conciliación, es decir
los primeros elementos de una convivencia pacifica, el futuro será incierto y sombrío.
Para poner en marcha esos mecanismos mínimos, de cuya existencia depende el
futuro del país, será necesario romper los bretes históricos y actuales. No
podemos engañarnos sobre la magnitud de la tarea que habrá que realizar para
reconstruir políticamente al país. Debemos saber que las instituciones políticas
vivas y eficientes no son el punto de partida con el que podemos contar para
llevar adelante esta empresa sino el punto de llegada al que aspiramos arribar
Sin embargo, es imprescindible contar con un punto de apoyo mínimo indispensable
para iniciar esa reconstrucción. Esa apoyatura no puede ser ofrecida por el
gobierno militar, tanto por lo que ha hecho durante estos años como por su
incapacidad para comprender las necesidades políticas del país. Ese punto de
apoyo, aunque precario y provisorio, debe ser una esperanza de democracia Para
tener éxito será necesario que quede claro para todos que constituye una
rotunda opción al continuismo. No es una transición para que un equipo, y en
este caso una institución, saiga del gobierno. No es una salida para encubrir
errores del pasado. Es el inicio de una democracia cierta lo que convocara al
pueblo, permitirá el dialogo y facilitara el acuerdo para una etapa que, si
bien provisoria, definirá el futuro argentino. Para iniciar esta reconstrucción
apenas queda tiempo. Pronto se desatará la confrontación inédita de fuerzas de
enorme gravitación Si la Argentina quedara a la deriva, si careciera de un
impulso vital para su reconstrucción, seria presa de intensos y desastrosos
vaivenes.
Tenemos un solo camino: comenzar de inmediato la búsqueda de
la democracia a partir de un gobierno civil de transición
Debe ser civil por todo lo que hemos dicho: este es un
instrumento precario que debe quedar fuera de toda sospecha de continuismo si
es que se quiere reunir toda la capacidad del pueblo y de sus dirigentes que
aun queda viva en el país. Debe ser de transición porque no es imaginable un
paso instantáneo a la democracia plena, y porque debe asegurar y acelerar la
puesta en marcha de sus mecanismos vitales.
Pero también debe ser producto del esfuerzo de la civilidad
en su conjunto porque ha de requerir la capacidad necesaria para concertar los
Intereses en pugna y conciliarlos con las necesidades del país para alcanzar
las bases mínimas de la reconstrucción. Esas bases deberán consistir en:
a) La concreción de
un compromiso político que defina las reglas de juego del conjunto de las
fuerzas políticas, sociales, económicas y militares para:
b) La afirmación
de un estado de derecho.
c) La concertación
de un pacto social que fije las pautas de la distribución y acumulación durante
el periodo de emergencia económico-social.
d) Iniciar la búsqueda
de una nueva inserción internacional de la Argentina que profundice la relación
con America latina y su ubicación política en el campo de los No Alineados.
e) Sentar las
bases de una revolución industrial y de una rápida expansión de la producción
agraria y para:
f) Concretar las
etapas de la urgente institucionalización
Sabemos que no tenemos los partidos preparados, y sin
embargo precisamos la fuerza de nuestros partidos. Hemos olvidado la democracia
y precisamos perentoriamente la democracia.
Hemos ido perdiendo protagonismo, pero si alcanzamos a darle
al pueblo una esperanza tendremos el recurso de la fuerza que nos queda: los argentinos.
No podemos improvisar una elección para hoy. No podemos revitalizar los partidos
políticos y los sindicatos en un día. Pero precisamos ya mismo esta insospechable
transición hacia la democracia, y la única posibilidad actual es recurrir a la
fuerza moral, al prestigio universalmente reconocido, a la experiencia probada
de los hombres ilustres de nuestro país. El radicalismo tiene un nombre: Arturo
Illia.
Basta con mencionarlo. No hay ninguna explicación que dar,
no hay ninguna trayectoria que demostrar, no hay ninguna sospecha de ambición
personal que haya que borrar.
Allí esta. El que fue presidente de un país libre y prospero.
De un país que alcanzó a ver como podía ser: que puede hoy comparar con lo que
fue. Esa Argentina es posible porque alguna vez la tuvimos. Si la recuperamos,
tendríamos un país que dejaría de añorar su pasado simplemente porque su futuro
será mejor.
Es por esa esperanza que hay que luchar. Cada cual en su
puesto, todos al mismo tiempo.
Fuente: “Una propuesta para la transición a la Democracia”
por Raúl Alfonsín en el Diario Clarín, sábado 4 de junio de 1982.
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