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sábado, 30 de marzo de 2019

Redacción: Raúl Alfonsín: “El líder de la civilidad” (octubre de 1983)

“Jamás voy a arriar las banderas de la democratizacion sindical –dice Alfonsín-, porque estoy convencido de que sindicatos fuertes y democraticos no podran funcionar la democracia integral en nuestro país”. Esta es una de sus definiciones mas contundentes, para apuntalar sus severas criticas hacia algunos jerarcas sindicales que se sienten dueños absolutos del movimiento gremial y que luego se convirtieron tambien en encumbrados dirigentes politicos, a pesar de las silbatinas y las manifestaciones de repulsa que provocan esas mismas filas.

Las criticas de Alfonsín hacia ellos son tan duras como las que efectuara contra los responsables de la conducción militar desde que volvieran a instalarse en el poder. Nadie ignora que cuando la mayor parte de los hombres politicos se llamaban a silencio, Alfonsín era una de las pocas excepciones, una de las escasas voces que se levantaban para señalar lo que ocurría en el país. Esto le valió, como es lógico, toda clase de falsas acusaciones de parte de los gobernadores militares, quienes empezaron a verlo como un peligroso adversario. Tan peligroso como lo seria luego para los dirigentes gremiales autoritarios, apenas Alfonsín hizo publica su denuncia de la existencia de un pacto sindical-militar, poniendo en descubierto las evidencias de una relacion que viene de lejos y que han servido para respaldar los regimenes dictatoriales a cambio de prebendas para un grupo de aprovechados.

El grado de corrupción –que Alfonsín se propone a erradicar de inmediato desde el gobierno- no pasa solamente por los militares y los sindicalistas, sino tambien por otros sectores de la sociedad. Entre ellos hay muchos empresarios poderosos que siempre han preferido la instalacion de gobiernos corruptos, con funcionarios inmorales, para poder comprarlos fácilmente y hacer así buenos negocios. No son ajenos a la corrupción los representantes de algunas empresas multinacionales de capital norteamericanos, quienes han informado a sus casas matrices que “prefieren el peronismo al radicalismo, porque los peronistas son más flexibles que los radicales, más accesibles para negociar”. Así consta por lo menos en un informe distribuido por la agencia norteamericana de noticias United Press (publicado en el diario La Razón del 4/8/83) y que demuestra hasta que punto se piensa corromper a nuestros futuros funcionarios con absoluto desprecio por la dignidad de los dirigentes políticos de nuestros partidos más populares. Sin poner en duda la honestidad de los candidatos justicialistas –tan respetables como los de los otros partidos- resulta sorprendente que se hagan estas calificaciones en vísperas electorales, y a través de informes elaborados en Washington, mientras simultáneamente se mandaban a imprimir carteles deformando la imagen del candidato radical y haciéndolo aparecer como ligado a una empresa multinacional de gaseosas, con el burdo propósito de difamarlo y de detener sus marcha ascendente.

La guerra contra Alfonsín no tuvo, sin embargo, el resultado que sus propiciadores pretendían. Convertido en el adalid de la democracia, su figura fue creciendo hasta proyectarse como la única gran esperanza de recuperación de los valores éticos y republicano de la Argentina. Con él nacido un nuevo liderazgo político, gestado en las entrañas de la civilidad, y que hoy recibe la respuesta masiva tanto de los sectores juveniles que miran hacia el futuro con una gran fe militante, como de los hombres y mujeres ya maduros que añoran a los gobiernos de sólidas convicciones democráticas. Alfonsín es algo más que el candidato del radicalismo: su convocatoria cívica lo proyecta como la única esperanza seria de cambiar el curso de lo histórico de nuestro gran país.








Fuente: Raúl Alfonsín: “El líder de la civilidad” Edición Extra de Editorial Redacción, Buenos Aires, octubre de 1983.

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