Los dirigentes de la Unión Cívica Radical, partido de centro
derecha tradicional, debieron reconocer un fenómeno político que no habían
previsto. Los cálculos de los radicales tomaban como base la elección
presidencial de 1966, cuando su candidato, Arturo U. Illia, llegó a la Casa
Rosada con el 26 por ciento de la votación. Esta vez los radicales confiaban en
elevar la cifra un 50 por ciento, y totalizar alrededor de 39 por ciento. En
privado, figuras de primera línea del radicalismo admitían que el partido no
tenía un verdadero plan de gobierno por la sencilla razón de que no iba a
gobernar, sino a cooperar y vigilar al gobierno constitucional, que obviamente sería
peronista.
Sin embargo, Alfonsín y un cerrado grupo de sus amigos,
entre los cuales figura un número incierto de radicales, estaban persuadidos de
la victoria desde fines de agosto. Habían comenzado a registrar una respuesta
popular distinta, las concentraciones públicas en cualquier lugar del país,
reunían multitudes y las presentaciones personales de Alfonsín producían una
verdadera conmoción.
La resignación de los dirigentes radicales a no triunfar, y
la convicción de Alfonsín y sus amigos de que alcanzarían el poder, terminó de
hundir al candidato peronista, Italo A. Lúder, cuya campaña tuvo desde el
principio una orientación confiada en aquellas conclusiones. Los peronistas
conocían los análisis razonablemente escépticos de los radicales, y no hallaban
ningún motivo para pensar diferente. Entonces se concentraron en establecer el
número de alianzas suficiente con las fuerzas armadas para que éstas no se
opusieran a su acceso al poder.
La estrategia peronista de imaginar asegurada la votación y
dedicarse sistemáticamente a tender puentes a las fuerzas armadas culminó con
la definitiva victoria de Alfonsín.
LA "COALICION" DE ALFONSINISTAS Y RADICALES
Los radicales se sintieron culpables por haber dejado
considerablemente huérfano a Alfonsín y, por lo tanto, tampoco se sorprendieron
demasiado cuando la formación del gobierno, el 10 de diciembre, los enfrentó
con la realidad. El gobierno no sería un gobierno radical, sino una coalición
de radicales con "alfonsinistas", denominación genérica de activistas
políticos, intelectuales independientes, tecnócratas, madres, militares,
democráticos, agitadores universitarios, feministas y exiliados de todos los
grupos partidarios, que se unieron detrás de Alfonsín, lo llevaron al gobierno
y al día siguiente le ofrecieron programas para gobernar.
Estos programas no habían sido procesados por nadie, en el
sentido de encontrar hasta dónde podían resultar compatibles. Pero todos los
que habían votado a Alfonsín sintieron que a su propio programa se debía una
parte respetable del triunfo y, por lo tanto, había llegado la hora de poner
manos a la obra, para concretarlo.
La primera cuestión que se le presentó al presidente fue
cómo permitir el ingreso de este caudal inorgánico de voluntades en el gobierno
sin hacer estallar bajo su peso ni a la administración del Estado ni a la Unión
Cívica Radical. A causa de esa base social heterogénea, conceptualmente
confusa, políticamente inestable, pero emocionalmente convencida de haber
llevado a Alfonsín al gobierno, los primeros días del presidente parecieron
desorganizados. Y también pudo comprenderse que antes de transcurrir cuatro
semanas se rompiera la alianza de Alfonsín con las "Madres de Plaza de
Mayo" y las entidades humanitarias, que cumplieron el pronóstico de mi
Análisis de Coyuntura escrito hace diez meses, cuando anticipaba que "una fuerza
moral tan contundente, pero encarnada en un activismo extrapolítico, podría
resultar peligrosamente disolvente para el régimen constitucional futuro".
"Si las Madres presentaran su reclamo al presidente
civil", escribí entonces, "y no recibieran a sus parientes con vida,
podría desencadenarse una corrosiva relación de ellas con el gobierno".
Así sucedió con puntualidad cronométrica y las madres
justicieras han marcado el camino de quienes no pueden ocultar su desilusión.
No tiene mayor interés cuánta razón existe en la reacción de
las Madres contra los legisladores de la Unión Cívica Radical, a quienes
imputaron haber traicionado la causa de los desaparecidos. Aunque sin duda los
legisladores radicales tienen el derecho de recordar que el partido que
representan nunca fue tan lejos como Alfonsín en materia de derechos humanos, y
que esa distancia no era un misterio para nadie. Este caso podría ejemplificar
una divergencia donde la estabilidad del gobierno se defiende mejor con la
posición de uno de los socios, porque recupera terreno para el equilibrio y la
ponderación del régimen constitucional.
Hay situaciones donde la coalición de
"alfonsinistas" y radicales se sostiene en objetivos distintos a
través del mismo medio, lo que ciertamente tiene un plazo de experimentación.
Es el caso de la embestida contra los sindicalistas desatada desde el primer
momento por Alfonsín. Los radicales detestan a los sindicalistas porque éstos
estuvieron comprometidos con los militares para derrocar al gobierno radical en
1969, porque entre los radicales históricos sobreviven fuertes sentimientos
antiperonistas y porque temen que nuevamente vuelvan a ponerse de acuerdo con
los militares para arrojarlos del gobierno otra vez. Los
"alfonsinistas" no tienen un proyecto antisindicalista que se detiene
en esos elementos. Para ellos, la cuestión es llegar a transbordar al
"alfonsinismo" direcciones enteras o dirigentes estimados del movimiento
gremial, una operación que por necesidad arranca del ataque contra los
actuales, pero que no incurre en la ingenuidad de esperar que surjan
sindicalistas radicales. En este esquema "alfonsinista" el objetivo
es llegar a matizar mejor al propio gobierno, condimentarlo con una presencia
sindicalista progresiva, pero en manera alguna encerrar esa presencia en el
límite de la plataforma radical para los trabajadores, una doctrina de
centro-derecha, como en todas las materias.
Los radicales no ocultaron su inquietud cuando una de las
primeras consecuencias de los movimientos "alfonsinistas" en el campo
gremial fue la adhesión a las reformas sindicales desde corrientes de
izquierda, particularmente de la izquierda peronista, para quien los burócratas
obreros son el principal enemigo. Los viejos radicales odian a los jerarcas
sindicales, pero ya han comenzado a preguntarse si no estarán abriéndose
entradas demasiado fáciles a segundas filas sindicales mucho más duras e
intransigentes, templadas en la resistencia a la dictadura militar. Segundas filas
que en ningún caso se transformarían en radicales, pero no por ello reniegan de
que los denominen "alfonsinistas". No ha sido por cinismo que
sindicalistas de la izquierda peronista aceptan sin protestar que los llamen
"alfonsinistas". Entre ellos ha prendido la idea de que sacudir a los
pesados engranajes de las viejas direcciones sólo puede hacerse con el apoyo
del gobierno. Y que el gobierno que lleve adelante este esfuerzo, ya no será el
mismo cuando haya concluido, pues habrá asistido al parto de una fuerza
sindical de reemplazo, a medida que tuvo éxito en desmontar a la anterior.
VIVIR CON LO NUESTRO
Los pasos de Alfonsín durante el hirviente verano de 1984
pudieron recordar muchos de los movimientos de Perón, en el verano de 1946,
cuando con cierto apremio y una insignificante organización política el coronel
populista se lanzó a conformar su propio partido tomando figuras atractivas de
todos los partidos argentinos. En no más de tres meses, Perón había logrado que
se le unieran radicales, conservadores, socialistas, comunistas y laboristas,
bajo un programa democrático que los militares aceptaron a regañadientes porque
no tenían a mano ninguna solución mejor para la misma institución, sacudida por
la derrota alemana en la guerra mundial.
Sin embargo, el piso económico sobre el cual Perón levantó
su poderío de casi cuatro décadas fue singularmente firme, con reservas
internacionales considerables, minúsculas deudas externas y hábitos de consumo
que tanto la costumbre como la austeridad de la guerra habían reducido a
modestas dimensiones.
En cambio, a Alfonsín lo han esperado deudas registradas por
US$43,6 mil millones, de las cuales US$26,3 mil millones son del sector público
y US$14,3 mil millones del privado, y una agenda de vencimientos pendientes del
último año de gobierno militar, cuando capital e intereses totalizaron US$ 21,4
mil millones. El peso de la deuda llevó a Alfonsín a tomarse un período hasta
el 30 de junio de 1984 para considerar la renegociación, mientras se
desarrollaba también en esta materia una dualidad de sus partidarios: mientras
los radicales parecen coincidir en que la deuda es una suerte de maldición bíblica
que debe respetarse aunque sea dolorosa, los alfonsinistas han indicado que más
bien debería ser vista como una incitación a la autarquía, a la consolidación
del intercambio con los países latinoamericanos y a la desdolarización de la
economía argentina. Un alfonsinista de prestigio, el economista Aldo Ferrer, ha
definido la situación y ofrecido su propia fórmula. Vivir con lo nuestro, propuesta
de corte nacionalista resumida en un libro de gran éxito, especialmente porque
el autor fue designado por Alfonsín como presidente del Banco de la Provincia
de Buenos Aires. Este Banco es la institución de crédito gubernamental más
importante, tanto por su volumen como por su jurisdicción: el crédito de los
productores agropecuarios de la región más rica de Argentina depende de Ferrer.
Razonablemente, los alfonsinistas piensan que Ferrer podría ser el nuevo ministro
de Economía, cuando la misma evolución general de las cuestiones de gobierno
haga necesario un relevo ministerial.
La tesis de Ferrer gira sobre un desarrollo autosostenido
por la originalidad de la economía argentina, capaz de producir el petróleo que
consume y varias veces la alimentación de sus habitantes. Con estas condiciones
básicas, los alfonsinistas imaginan una economía enfilada tanto al mercado
interno argentino como al mercado externo de América Latina, conservando la
importante franja compradora de cereales encabezada por la URSS.
Este proyecto se asemeja al del peronismo, tanto al del
primer gobierno como al del último, inconcluso por la muerte de Perón.
Seguramente no es una casualidad que en 1974 el primer
incidente entre el gobierno de Perón y Washington surgió de una venta de 42.000
automóviles Ford, General Motors y Chrysler a Cuba, y que el primer rasgo de
independencia de Alfonsín ha sido la venta, en 1984, de 140 buses Mercedes Benz
a Nicaragua.
Una coincidencia de esta clase en materia económica no puede
disimular las diferencias que se expresarán en otros planos, pero en ningún
caso podría desconocerse que un proyecto de autarquía económica sólo llegará a
cumplirse con la simultánea reconstrucción de una base política y social en la
línea de su antecedente peronista.
RIESGOSA NAVEGACIÓN
Para la formación y progresivo asentamiento de esa base,
Alfonsín deberá aglutinar a fuerzas que fueron dislocadas y contrapuestas en
los siete años de dictadura militar y que, por otra parte, habían sido
sometidas a antagonizaciones odiosas en períodos anteriores.
El problema inmediato es que una convergencia política en un
proyecto nacional conducido por Alfonsín necesariamente encontrará opositores
en los dos grandes partidos, la Unión Cívica Radical y el Justicialismo. Los
cuadros partidarios se inquietan ante la pérdida de sus posiciones, si bien no
se les oculta que sólo alumbrando una nueva fuerza política Argentina llegará a
superar la contradicción que ha dejado de servir a sus necesidades modernas.
Desean la superación de la crisis, y al mismo tiempo la temen, ya que
representa la caducidad de mandatos, la insurgencia de nuevos líderes, la caída
de antiguas relaciones de poder.
El alfonsinismo navega mar afuera, rodeado de amenazas, de
todas las cuales la peor es el riesgo de una frustración. La recomposición de
las relaciones con el movimiento obrero en un escenario dominado por la
desconfianza y por la escasez, junto con la búsqueda de un nuevo nivel de
cooperación de las instituciones armadas, parecían tan lejanas y problemáticas
en los primeros meses de 1984 como para alentar dudas de si el proyecto llegará
a puerto.
Pero, los que se han echado al mar no pueden hacer otra cosa
que navegar.
Fuente: “Argentina: El Alfonsinismo navega mar afuera” Rogelio
García Lupo Periodista y escritor argentino. Corresponsal de "Tiempo"
de Madrid y "El Nacional" de Caracas. Entre sus publicaciones destaca
"Diplomacia Secreta y Rendición Incondicional". En Revista “Nueva Sociedad
NRO.70, Enero- Febrero de 1984, PP. 4-7.
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