No solo el general San Martín, Sarmiento, Gardel, Piazzola,
Cortázar, Borges, Perón, Evita y otros grandes argentinos son figuras conocidas
en nuestro país. Argentina también ha penetrado fuertemente en nosotros con el
tango, Libertad Lamarque, las Madres de la Plaza de Mayo, Las Malvinas y un
sinnúmero de personajes y hechos dignos del mayor respeto. Sin embargo, no pocas veces la
distancia geográfica que media entre las naciones y las propiedades detergentes
del tiempo, contribuyen a obnubilar la memoria, y sin proponérselo, ciertas
colectividades desconocen u olvidan a
quienes merecen ser recordados siempre. Contados dominicanos saben quién fue
Hipólito Yrigoyen, y cuánta gratitud le debemos al presidente argentino cuando
sin tomar en cuenta la bandera estrellada norteamericana, que ondeaba solitaria
en el puerto de Santo Domingo, le ordenó al capitán del crucero 9 de Julio que
enarbolara en su buque nuestro pabellón
cruzado y saludara con 21 cañonazos al pueblo dominicano, en aquella memorable
mañana del mes de diciembre del año 1919.
A Gregorio Selser, escritor argentino que voluntariamente se
ausentara de la vida en 1991, lo golpeó duramente la invasión norteamericana
que sufriéramos en 1965, y con el vigor de su pluma, protestó el hecho brutal
en una obra admirable titulada Aquí Santo Domingo, la Tercera Guerra Sucia,
publicada por Editorial Palestra en Buenos Aires en 1966. Hizo un hueco en las
páginas de este libro valiente para retrotraernos a un pasado lejano,
transcribiéndonos de Manuel Gálvez, biógrafo de don Hipólito Yrigoyen, un
episodio electrizante que nos embriaga de orgullo:
He aquí que un crucero argentino “Nueve de Julio” llega a la
capital de la pequeña república. Ya está en la bahía. En la vieja fortaleza se
ve una bandera, pero no es la dominicana. El crucero no hace los saludos de
práctica. En la ciudad piensan que algo raro ocurre en el barco. Representantes
de las autoridades van hacia él. Preguntan al jefe por lo que sucede. Y el
jefe, que ha sido minuciosamente instruido por el propio Yrigoyen, les contesta
con estas admirables palabras: “Tengo orden del señor presidente de la
República de saludar a la bandera de Santo Domingo; pero como no es esa la que
veo en el fuerte, debo abstenerme de todo saludo”. En la ciudad se tiene
inmediatamente noticia de estas palabras. Unas mujeres preparan una gran
bandera dominicana y la levantan. Y entonces las veintiuna salvas de los
cañones argentinos saludan, frente a la histórica Santo Domingo, a la
desgraciada nación hermana.
Este relato, rescatado por Selser, nos invita a jamás
olvidar la gratitud que le debemos a Hipólito Yrigoyen y al pueblo argentino
por el histórico y valeroso gesto de fraternidad ofrecido en un tiempo luctuoso
vivido por el pueblo dominicano. Recuerdo cuando el periodista y escritor
porteño me dijo en Buenos Aires, en los meses finales del 1965, que publicaría
el párrafo de Gálvez en ¡Ahora!, revista infortunadamente desaparecida, y en
verdad, cumplió su promesa, porque sus páginas le ofrecieron en uno de sus
números al lector dominicano que sufrió la segunda intervención yanqui, el
doloroso ejemplo de que la política del Gran Garrote se mantenía viva en
nuestro hemisferio.
Sin embargo, algo más intrigante me mueve escribir para el
gran público sobre el crucero 9 de Julio, y es la suerte del cañón que hace
exactamente 88 años disparó las 21 salvas en el Placer de los Estudios,
enrostrándole a los norteamericanos la ocupación de nuestro territorio,
atropello que repetiría 49 años después cuando nuestro pueblo buscaba su
democracia sin la ayuda interesada de nadie. En su libro ¡Aquí Santo Domingo!,
Gregorio Selser nos dice que “cuarenta y cinco años después del episodio del
crucero Nueve de Julio, como si la historia quisiera jugar una de sus tretas,
otro barco argentino, Libertad, arribó a aguas dominicanas con una curiosa
misión: la de entregar al pueblo dominicano, con destino a un monumento a
erigirse en Santo Domingo, el cañón con que en 1919 fueran disparadas las 21
salvas ordenadas por el presidente Yrigoyen. Y se encuentra con otra
intervención norteamericana. El cañón, según lo acaba de revelar el
contralmirante Benigno Varela, comandante de Operaciones Navales argentino,
debió ser depositado en la Embajada argentina en Santo Domingo.”
Le he preguntado a historiadores y personajes entendidos de
los sucesos y cosas de esta Ciudad Primada si conocían la llegada a nuestras
aguas del barco Libertad, pero nadie me ha dado una respuesta que satisfaga mi
curiosidad. Solo nos resta preguntarles a los diplomáticos argentinos
acreditados en el país, si guardan en algún lugar el cañón del crucero “Nueve
de Julio”, o si la nave en que vino a nuestra patria retornó, consternada, con
la gloriosa carga que en 1919 apostrofó al invasor de ayer, de hoy y de
siempre.
Fuente: “Yrigoyen y el cañon perdido” por Jottin Cury Canciller
del gobierno constitucionalista en armas de 1965 de la Republica Dominicana para
el Listin Diario, 18 de mayo de 2007.
No hay comentarios:
Publicar un comentario