¿Con qué cara se va a presentar ahora Alfonsín delante de
Julio Sanguinetti y José Sarney? Si se observan con atención las fotografías
tomadas al Presidente desde la rebelión de Campo de Mayo, es posible ver en su
rostro la preocupación pero también el dolor, el cansancio y la sorpresa de
casi todos los argentinos. No aparecen, en cambio, la sonrisa ni el miedo.
Hay días terribles que se quedan incrustados para siempre
alrededor de los ojos. Miguel Martelotti, jefe de fotógrafos de Página/12, que
cuenta más de mil retratos del jefe del Estado, observa que “los ojos y las
manos del Presidente lo dicen todo”. A través de la cámara aparece, por un
instante, el alma herida de Raúl Alfonsín. En sus pupilas marrones se reflejan,
también, los horrorosos fantasmas del pasado, las pesadillas de una sociedad
que se regodea en el fracaso y el odio.
Este rostro ajado, ¿contiene todavía las esperanzas de los
argentinos que lo votaron en 1983? No parece. Más bien se ven las huellas
profundas de la decepción, de la bronca contenida, del desafío de un futuro
incierto. Es la cara de un hombre colérico que asimila los golpes y los cuenta
para devolverlos uno por uno. Un boxeador vapuleado que busca tomar aire en su
rincón. Alguien que, en el centro del ring, enceguecido por los aplausos de los
suyos, se encontró con un gancho traicionero y no sabe muy bien si ahora –a 900
días de finalizar el combate–, va ganando por puntos o está al borde del
nocaut.
A mediados de mes, en la portada del semanario El
Periodista, Alfonsín daba pena. Pero la foto (tomada por Adriana Lestido en el
Hospital Fiorito) estaba retocada y fuera de contexto. El ojo en compota y la
cara sombreada sugerían la comprensible impotencia de los admiradores de Alfonsín
ante la defección de Semana Santa. Pero la caricatura estaba lejos de pintar el
estado de ánimo del Presidente: quienes lo conocen bien dicen que acepta sus
derrotas con serenidad, capitula con estruendo y espera el momento de la
revancha con la paciencia de un gato de albañal.
Por eso no hay nada que le quite el sueño. Como le dijo al
campeón Santos Benigno Laciar, “estoy intentando la forma de dormir parado. Me
duermo no bien me siento”. Eso se nota en las fotos de discursos ajenos: el
Presidente se lleva una mano a la cara y simula escuchar, aunque en realidad
está pensando en otra cosa. Tal vez recuerda la cabeza rapada del oficial
fundamentalista Aldo Rico, a quien no olvidará jamás. O aquel asunto de la
bella capital en la Patagonia, que iba a cambiar la vida de tantos argentinos.
Cuando puede dormir cinco o seis horas seguidas se lo ve
casi rozagante. Desaparecen las ojeras y la mirada es más brillante y atenta.
El bigote le da un toque de fiereza cuando acorrala a sus diputados y senadores
y les exige que apuren el mal trago de la obediencia debida. Allí, dicen, la
mirada es profunda y su rostro se vuelve apenas el contorno de ese misterio
inquietante que es la razón de Estado.
En las fotos de ceremonias aparece como ausente: los puños
crispados y los párpados cerrados para la misa; la sonrisa insinuada mientras
besa a un niño en Entre Ríos; un brazo relajado para mirar el Rolex durante las
visitas de los embajadores.
Se lo ve más flaco aunque ha dejado el cigarrillo y las
comilonas. A veces, por las noches, se permite un vaso de vino y eso le levanta
el ánimo si la jornada ha sido muy deprimente. Ya no tiene tiempo para leer y
ningún diario lo deja conforme. Hoy no se le ocurriría citar a Jean-Paul Sartre
como lo hacía en el primer año de gobierno cuando cargaba con su pasado de
outsider rebelde.
Los astrólogos que han estudiado bien a Piscis aseguran que
terminará el mandato constitucional en 1989 y que no será reelegido. No pueden
decir, en cambio, si entrará en la historia con la arrogancia de Yrigoyen y
Perón o con la modestia de Alvear y Arturo Illia. Los que lo quieren mal lo
imaginan ir a paso sinuoso, como el patético doctor Frondizi.
Si se observan con detenimiento las fotos de archivo, hay
que convenir que en la cara de Alfonsín hay algo de noble. Un indefinible aire
discepoliano y trágico que afloró durante el discurso del miércoles 13, cuando
su lengua trastrabilló 17 veces al admitir que no le gustaba perdonar a los
verdugos, pero tenía que hacerlo.
“El límite de esta democracia es el terror”, ha dicho en
estos días el filósofo León Rozitchner, y eso está pintado en el rostro de
Alfonsín. No un miedo propio, sino el terror de las bayonetas que acechan a la
vera del camino. Un sendero cada vez más estrecho y escarpado que puede llevar
a la convivencia forzada o a la guerra civil, ese infierno innombrable, pero
tan cercano.
Año 1, Número 1: esta nota de Soriano, llamada “Alfonsín, con el alma en la cara”, fue la primera contratapa de Página/12, publicada en su primer número, el 26 de mayo de 1987 |
Fuente: “Alfonsín, con el alma en la cara” de Osvaldo
Soriano en Página/12 Año I, N° 1, 26 de mayo de 1987.
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