A lo largo de sus 126 años, el radicalismo enarboló banderas
revolucionarias frente a regímenes contrarios a la Constitución; utilizó la
fuerza indomable de la abstención electoral; ejerció el poder democrático
ganado en las urnas; y contribuyó con toda su energía para reconquistar la
democracia perdida con los golpes militares.
Es irrebatible el hecho que la UCR forma parte indisoluble
de la historia y el desarrollo institucional de la Nación. Ni el peronismo, en
sus facetas variopintas, ni el reciente PRO, ni los resabios de socialismo o
los partidos unipersonales, pueden mostrar siquiera partículas de tales
quilates.
A la Unión Cívica Radical le corresponde hoy una nueva
misión, que tiene varios objetivos simultáneos. El primero es reiterar su rol
en la consolidación de la incipiente recuperación de la República, que estuvo al
borde de su destrucción estructural hace apenas tres años. El segundo es la
recreación de su identidad en el contexto del siglo XXI. Un tercer objetivo es
ayudar al Gobierno a enderezar caminos errados. Por último el cuarto, una
síntesis de los anteriores, es el armado de una agenda programática para los
próximos decenios.
La innovación tecnológica, la maximización del valor
agregado de nuestra producción, la apuesta visceral por el ejercicio del
federalismo y la simplificación de las fronteras socioculturales son una parte
esencial de ese futuro, que ya empezó.
El campo de acción parece amplio, pero no lo es. Se ha dicho
que el PRO carece de banderas sociales y que su apuesta al progreso confía más
en el derrame del mercado que en la acción del Estado, al que solo pareciera
darle el rol de actor principal en la obra pública y en el subsidio para
combatir la pobreza. Y también se ha dicho que parece vacío de compromisos
ideológicos profundos, ya que su explícita vocación de servicio no es
suficiente para llenar ese vacío.
La sed de renovación política, de la que provino el PRO,
requiere ahora explicaciones motivadoras de los resultados de los sacrificios,
dentro de un pensamiento articulado y coherente con una visión de largo plazo.
Nada nos aportará quedarnos al acecho de los errores del
Gobierno para pegar después. Y mucho menos aún, el radicalismo puede convalidar
movimientos abonados al combo antidemocrático del ruido de tambores y las urnas
sin votos, que sólo garantizan conductas demagógicas y populistas y habilitan
ambiciones inmorales de poder y enriquecimiento ilícito.
Estamos atravesando momentos muy difíciles, pues mientras el
Gobierno acierta y erra, la oposición magnifica los errores, y el Gobierno, con
una equivocada lectura de la opinión pública, trata de minimizarlos sin
convicción, olvidando que la convicción se trasmite; no se declama.
Algunos intelectuales, con apresuramiento impropio de su
condición de tal, avizoran la extinción del radicalismo. Ello sólo ocurrirá si
la Unión Cívica Radical se aferra a viejas concepciones ideológicas. Si por el
contrario, se anticipa a los aconteceres, sabe leerlos y traducirlos, mantendrá
su secular vigencia.
En esa línea de crítica anticipadora para construir el
futuro, hay algunos ejemplos que vale la pena señalar. La declinación de las
reservas de gas y petróleo sin que se prendan las luces rojas; el persistente
déficit comercial que muestra impotencia en la promoción exportadora; la
desaprensión del rigor que exige la evaluación económica y social de los
grandes proyectos de inversión; la desconsideración de la hidroelectricidad; la
ausencia de un ordenador del desarrollo regional; las dificultades en coincidir
cómo se crea la riqueza nacional y el rol del Estado; son, entre muchos otros
temas más, los que facilitarán la inserción del radicalismo en la agenda del
día a día y su proyección hacia el futuro.
Un eventual fracaso de la gestión de Cambiemos, no abrirá
puertas al radicalismo. Por el contrario, facilitará el reingreso del populismo
que, una vez más, con el mito demagógico de la repartición gratuita de la
riqueza, destruirá todo lo que se ha logrado.
Nadie llega al poder y se queda cuanto quiera; ni los
hombres ni los partidos. Las sociedades cambian y exigen cambios. Sucedió en
2015 y se ratificó en el 2017. Sin embargo, la capacidad impresionante de
mimetización del peronismo no ha agotado sus disfraces porque, en política,
nada es definitivo.
Todo dependerá de la armonía inteligente de los socios de
Cambiemos. Que unos sepan que la conducción del poder no es una franquicia sin
rendición de cuentas. Que otros sepan que el ejercicio del poder exige
flexibilidad axiomática.
La Unión Cívica Radical debe asumir su misión y cumplir con
cada uno de los objetivos que la conforman. Recuperará así su propia confianza
para ponerse en condiciones de competir en la sucesión de Cambiemos, cuando las
circunstancias lo indiquen.
Fuente: “La misión del radicalismo, un desafío” por Nicolás
Gallo, ex ministro de Infraestructura durante el gobierno del Dr. Fernando de
la Rúa, en Diario Clarin del día 13 de marzo de 2018.
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