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viernes, 6 de julio de 2018

Delfor del Valle: "En la tumba de Yrigoyen IV" (6 de julio de 1933)


Reclamo toda la indulgencia necesaria cuando, en esta hora dolorosa, mi palabra intenta balbucear el tumulto de emociones que este ilustre muerto que rodeamos acongojados despierta en mi espíritu. Pueda justificarme de mi insuficiencia el deber imperioso que me impulsa y la unidad de ideas y sentimientos que nos vinculo cerca de medio siglo, sin que la menor sombra empañase su prístina claridad.

Señores:

La muerte de Hipólito Yrigoyen ha estremecido los corazones de un millón de argentinos y sus hogares visten luto porque la patria esta de duelo por la perdida de uno de sus hijos mas esclarecidos. Así lo ratifica el homenaje de dolor que esta metrópoli ha contemplado, cuando se le sabia enfermo de gravedad y después de su fallecimiento, de una muchedumbre que lloraba y cantaba al mismo tiempo el Himno de nuestras glorias, como si se fundiesen en un solo sentimiento el amor a la patria querida y el del hombre que desaparecía, encarnación de sus mas puros anhelos.

Y era justiciero el homenaje, pues Hipólito Yrigoyen le habia dado su vida toda en el holocausto de sus grandes y publicas consagraciones.

Señores:

Hipólito Yrigoyen no fue un caudillo, como equivocadamente se le ha presentado, ya sea por incomprensión en unos o por calculada malicia en otros, a fin de ensombrecer sus atributos brillantes. No tenía las calidades del caudillo que adula a las multitudes, no era el tribuno que enciende con frase arrebatadora y enardece las pasiones, no poseía ninguna de aquellas condiciones que en la acepción histórica distinguió a nuestros caudillos.

Hipólito Yrigoyen fue un apóstol y un luchador enamorado de un ideal: la libertad; y artífice genial e infatigable que forjó la democracia, coronación de la obra gigantesca comenzada por los fundadores de nuestra nacionalidad.

Fue un apóstol que propago la doctrina y que formo una legión de hombres jóvenes que recorrieron las ciudades y los campos argentinos, anunciando que la hora de la reparación sonada esta próxima, haciendo una realidad el mandato del precursor de esa democracia: Leandro Alem.

Fue Hipólito Yrigoyen un apóstol que. iluminado por la visión esplendente del futuro, proclamo la igualdad y la libertad humanas e interprete fiel de la Constitución Argentina; el derecho para todos sin preconceptos ni diferencia de clases, a gobernarse por su propia y soberana voluntad, es decir, una democracia efectiva concretada en amplios comicios honorables y garantidos; el apóstol y el luchador que exigió que los principios de esa Constitución, la mas amplia y liberal, fuera respetada y lo fue y lo será, porque no ha de consumarse la iniquidad de destruir lo que tanta sangre y sacrificio costara.

A esos altos propósitos, Yrigoyen consagro toda su vida, sus vigilias, su fe, su gran carácter. Fue un revolucionario y un reformador que hablo al oído de los hombres, en su modesto hogar de anacoreta, donde oficiaba su noble ministerio.

A los que le pedían discursos, contestaba que hacía treinta años que hablaba con los hombres del país, de los ideales perseguidos, y a los que le exigían libros les señalaba la Carta Magna que debía cumplirse, pues ella compendiaba en su sabiduría todo lo que puede contribuir al bienestar y progreso de los pueblos.

Era un conquistador de voluntades. Tenia el concepto del sacrificio por los demás, y todas sus horas no fueron sino de preocupaciones por los intereses públicos y por la suerte ajena, ya se tratara de los individuos como del país, si los abarcaba en su conjunto.

Los que acudían a él, a solicitarle su consejo o pedirle ayuda, encontraron su palabra serena o de consuelo, y su mano, siempre tendida para responder generosamente, y sus emolumentos de sus funciones publicas los destino siempre a aliviar el dolor.

Por eso el pueblo lo amó y tuvo las satisfacciones en vida de sentir la gratitud que despertara en los corazones sencillos.

Es notorio que su sueldo de profesor, como los de Presidente de la Republica, fueron donados a instituciones de caridad y el, que no habia buscado agradecimientos, debió sentir la amargura en el infortunio, de verse olvidado por quienes por su alta posición social debían manifestarle que no eran ajenos a sus sufrimientos.

Por todo ese conjunto de atributos que formaban su personalidad noble, magnánima y abnegada, la multitud formada por hombres, mujeres y niños de todas las clases sociales, ha llorado su muerte y seguido su féretro y maldecido a los que se ensañaron cruelmente en perseguirlo en los últimos días de la existencia del anciano glorioso, que ya ponía su planta en la puerta de la historia para penetrar en la región de la inmortalidad.

No he de recargar las sombras del cuadro que ofrece Yrigoyen en la última jornada de su vida, sometido a angustias morales y físicas soportadas heroicamente confiado en la justicia inminente a la que no escapan ni hombres ni acontecimientos.

Honro así su santa memoria obedeciendo al mandato de sus actitudes.






Fuente: “En la tumba de Yrigoyen IV” del Dr. Delfor del Valle, ex Senador Nacional y amigo de Hipólito Yrigoyen, en el Cementerio de la Recoleta, 6 de julio de 1933.

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