Señores académicos;
señoras y señores: cuando uno se apresta a ir al templo, no sabe la
dimensión emocional con que se encontrará según las oraciones que vaya a
predicar.
Y es lo que siento aquí esta tarde, porque una cosa es tener
en el programa la visita a la Real Academia de Letras y otra llegar al templo
de las letras y de la lengua como es esta Academia.
Le agradezco mucho sus palabras, señor presidente, y le
agradezco mucho el honor de invitarme a hablar en esta alta tribuna. Sé que es
un honor que se me dispensa por revestir el cargo de Presidente de la Nación
Argentina y que es un acto de amistad y homenaje a nuestra patria y a nuestro
pueblo.
Lo que sí es cierto, no lo puedo ocultar, la emoción de
encontrarme aquí. Porque de chico reverenciaba yo esta imagen altísima y
distante de la Real Academia, que nos marcaba el camino del rigor en las
palabras y en las letras. Lo que estaba en el diccionario de la Real Academia
valía, lo que estaba fuera era inexistente y allí teníamos al diccionario como
referencia.
Pienso que vale mucho este cambio abarcativo que la Academia
ha asumido como academia madre de las múltiples academias de la lengua
española.
Al recoger los otros modismos y vocablos que surgen en la
evolución constante de la lengua que se da en los lugares donde tiene también
su asiento.
Las lenguas vivas son una agregación, una acumulación
evolutiva de episodios, de matices, de formas culturales. El propio castellano,
surge del encuentro de los pueblos que se habían refugiado en el norte,
escapando de la persecución árabe cuando regresan hacia el sur y se encuentran
con los que habían permanecido cerca de la cultura árabe y, entonces, en el
entremezclar de las lenguas, empieza a surgir el nuevo castellano que, al
extenderse a toda España, por encima de los diversos dialectos existentes,
constituye la base de lo que es el español moderno.
La Academia surgió para custodiar la pureza de esa lengua.
Pero esa lengua había viajado también a América junto con las carabelas de los
descubridores y allí fue incorporando las nuevas formas culturales de las
sociedades nativas y se enriqueció en una perspectiva nueva y distinta que
ahora, en esta visión más amplia de la Academia, constituye la realidad vital
de nuestro idioma. Idioma que va adquiriendo esta dimensión universal al empuje
de su extensión a miles, millones de personas en todo el planeta.
Yo quiero traer esta tarde algunas reflexiones sobre el
idioma español, que es nuestro idioma común. Como dijo el señor presidente, es
la patria común que es nuestra lengua y gracias a la lengua común, sentimos
como propias y compartidas las experiencias culturales que se dan en cada uno
de nuestros países.
Así como nosotros sentimos a Cervantes o Unamuno como
propios, también ustedes pueden sentir a Borges o a Sábato como propios,
expresiones todos de la cultura que surge con la fuerza de la lengua común.
El idioma español es hoy una lengua universal cuya fuerza y
difusión no están asociados al poder político de ninguna potencia hegemónica.
Se trata sí, probablemente, de un caso único en la historia de la civilización
humana y esto impone una reflexión política. Y pienso que transmitir mis ideas
en este campo, puede ser una contribución a los trabajos de nuestra Real
Academia de la Lengua.
Quiero hablar de la novedad y, si se quiere, de la
contradicción de que una lengua sin padrinazgos políticos poderosos se esté
convirtiendo en idioma universal.
Nuestra lengua española no transporta cargas de poder y esta
afirmación no puede hacerse para otras lenguas vivas de nuestro tiempo.
Tenemos el deber intelectual de verlo tanto para entender su
génesis como para formular acciones que recojan esta cualidad y sean capaces de
proyectarla al porvenir. He dicho cualidad midiendo el peso de la expresión,
porque estoy procurando mirar al idioma español desde el futuro, imaginando un
mundo de cambios veloces e intercomunicados que modificarán el poder político,
económico y militar de las naciones pero que se asentarán sobre una base
cultural de muy larga duración.
Lo político, lo militar y lo económico son contingentes
cuando se mide el largo plazo. Pero lo que pervive, como sabemos, son los
fundamentos culturales sobre los que van creciendo y decreciendo los éxitos de
un país, de una región o una comarca.
Si es cierto, como pienso, que nuestro español está
disociado de las contingencias del poder, entonces es probable que su difusión
espacial que hoy conocemos, se agregue una capacidad de permanencia temporal
que lo hace privilegiado.
Era la historia de nuestra lengua como un flujo que aunque
reconoce hitos mayores y protagonistas memorables, se parece más a un río de
montaña que va engrosando su caudal a medida que avanza y va ganando en
serenidad y empuje. Hay también, como en toda obra humana, hechos afortunados,
como lo fue hace 500 años la conjunción del talento de Antonio De Nebrija y la
visión de Isabel de Castilla. A aquél le debemos la gran construcción técnica y
a la Reina, el tributo de reconocer una cultura política sin par y una
capacidad fuera de lo común para comprender que el poder está sostenido antes
que nada, por cimientos culturales. Lo que Isabel de Castilla entendía tan
claramente hace cinco siglos, todavía hoy parece materia opinable para algunos
tratadistas y dirigentes.
La España del 1500, la que fundó la América de la que vengo,
era, primero que nada, una potencia cultural. Y la lengua iba aún más rápido
que las carabelas.
Es conocido el episodio de que al llegar a la India el gran
navegante Vasco Da Gama, se sorprendió escuchando mercaderes que se dirigían a
ellos en la lengua de Castilla. Aquella lengua de la Reina y el gramático, era
ya un idioma tan preciso como para servir de instrumento al pensamiento y a la
comunicación en un tiempo de progreso exponencial.
Pero lo que es más significativo, es que los portadores de
la lengua española que visitaron, recorrieron y colonizaron gran parte del
mundo en el siglo XVI, se sentían dotados de un mensaje espiritual insuperable
partícipes de un proyecto político poderoso y poseedores de los mejores
conocimientos científicos, tecnológicos y militares de su tiempo.
Si no se tiene conciencia de este hecho histórico, no se
puede comprender cómo el idioma que expresaba todas esas calidades se instaló
en regiones lejanísimas. Y lo que es más importante, no se puede entender que
los viajeros tuvieran una gran vocación por enseñar su lengua, sin temor de
integrar a esa lengua, palabras, modismos o expresiones de los idiomas
originarios de los pueblos con que tomaban contacto, sin dudar que las nuevas
incorporaciones que volvían a sumarse al español imperial, eran factores de
riqueza y no de debilidad.
El arrollador empuje de la lengua de Castilla en las tierras
americanas, sólo fue posible porque el idioma español no tenía miedo; se sabía
fuerte y los fuertes nunca tienen miedo ni necesitan discriminar al otro. La
intolerancia es patrimonio de los débiles, también en la construcción
idiomática.
Ese mismo espíritu de tolerancia, es la puerta de entrada
para comprender el éxito, el prestigio y la perduración de la construcción
idiomática en el Nuevo Mundo.
La España del 1500 no tuvo una política idiomática para el
mundo indiano, sino una política de colonización en el sentido más noble del
término. No era el idioma, por bello y perfecto que fuese, una transferencia
autoritaria superestructural. La lengua de los colonizadores traía adentro, la
sustancia de la mejor civilización de la época.
Aún reconociendo su genio y su huella en la historia de los
hombres, se ha dicho alguna vez que el primer viaje de Colón pudo haber sido un
hecho casual y sabemos además que el cruce del Atlántico, entre Europa y
América, tuvo numerosos precursores.
Cuando se analiza de una concepción del poder político estos
episodios, se advierte que la cuestión trascendental no está en el viaje mismo,
sino en las decisiones que la Reina de Castilla y sus consejeros, adoptan
inmediatamente de conocidos los resultados de la primera travesía.
La fundación del Nuevo Mundo y su incorporación a la familia
universal, completando la integración del planeta, no es sólo el resultado del
talento y el coraje de los primeros viajeros, sino de la calidad y fuerza de
las decisiones políticas que Isabel de Castilla y su gobierno adoptaron desde
1493 en adelante.
Es causa de asombro observar que la joven España, que recién
en 1492 había concluido con un gigantesco esfuerzo bélico la unificación
política e ideológica del reino con la rendición de Granada, pudo movilizar
entre el regreso de Colón de su primer viaje y la partida de la segunda
expedición en sólo cinco meses, recursos humanos y materiales gigantescos que
resultaron en la fundación de la primera colonia europea en el Nuevo Mundo en
1494.
Es este segundo viaje, con una flota de 17 navíos, 1.200
tripulantes y toda clase de pertrechos, simientes, animales y especialidad de
profesionales, lo que marca la grandeza de España comprometiéndose sin flaqueza
en la fundación.
A partir de ese segundo viaje, es la civilización española
entera la que se derrama sobre el Nuevo Mundo y los Reyes Católicos, hasta la
muerte de Fernando de Aragón, no ahorrarán ningún esfuerzo para construir la
nueva España en las tierras descubiertas.
Así, el idioma español no sólo era lengua de imperio como
soñó Isabel, sino la lengua de una civilización que se transplantaba. Será la
lengua de un imperio pero mucho más, será la lengua de una siembra en un campo
vastísimo, con un esfuerzo descomunal y con frutos que han cambiado la historia
de la humanidad.
La siembra llevaba los valores morales, sociales y políticos
de la España Europea y que aunque se adaptarán flexiblemente a las nuevas
realidades y aceptarán el aporte que nuestros padres indianos realizarán en las
costumbres y en las instituciones, permanecerán como columna vertebral de
nuestro sistema de ideas.
Afirmo aquí que el respeto por la vida humana, el principio
de libre albedrío, el derecho a la diferencia y el rechazo al poder absoluto de
los reyes y los gobernantes, son valores de la América hispana que venía desde
aquella siembra que están expresados en la lengua y siguen siendo nuestra
matriz moral.
La siembra de la colonización española, no sólo transportó
los principios morales y las instituciones, sino también todos los bienes e
instrumentos de la cultura europea para la construcción de la civilización
transatlántica.
Se suele decir que plantas y animales originarios de América
representan hoy un poco menos del 20 por ciento del patrimonio mundial. Y
cuando se quiere ejemplificar este considerable aporte americano a la vida del
mundo, se habla del chocolate, de la papa, del tomate, del maíz. Pero estas
ejemplificaciones denuncian una mirada eurocentrada y siendo formidables estos
aportes que gracias a la colonización española entraron al patrimonio de la
humanidad, son diminutos si se tiene la mirada inversa. Porque los
colonizadores españoles que trajeron a Europa esas especies, llevaron a América
el otro 80 por ciento de que América carecía y esto es tremendamente
revolucionario.
Menos de un siglo después del viaje de Colón, la vid, el
olivo, el trigo, animales domésticos de todo tipo habían sido transportados,
adaptados y multiplicados por el tesón español en el Nuevo Mundo.
En las carabelas españolas llegaron la rueda, el caballo, la
vaca, la imprenta y esos bienes maravillosos tuvieron los nombres que le da la
lengua española porque sólo podían identificarse con ellos.
El español fue pues, para nuestros antepasados indianos, no
sólo el idioma de los principios y de las instituciones, sino también el de los
más sencillos elementos de la vida cotidiana. La lengua crecía sola con el
crecimiento de una civilización en todos sus aspectos. La civilización indiana,
la España americana, sólo podía pensarse y comunicarse en la lengua que había
venido con la gran siembra.
Puede suponerse que hasta fines del siglo XVII, la
universalidad del español estaba sostenida por el carácter hegemónico de España
en los asuntos mundiales. Pero si la unidad política del Imperio sobrevivió a
las alternancias de la política europea, con mayor naturalidad lo hizo la
unidad cultural ya enriquecida por infinidad de matices.
Cuando a principios del siglo XIX, la mayoría de los pueblos
de la gran familia española inicia el proceso de independencia, hay otras
lenguas instaladas en el mundo como idiomas internacionales y todos los
próceres de nuestra independencia hablaban alguna de esas lenguas, en
particular el francés y el inglés. Pero para todos ellos y para nuestros
pueblos, la lengua española era la lengua propia.
Nuestra larga guerra de la independencia fue una guerra en
español, era nuestra lengua, era la lengua de los que ganaron y de los que
perdieron. Y es en este punto preciso cuando el español original, enriquecido
por millares de vocablos aborígenes, deja de ser el idioma de una potencia para
ser el idioma de una familia universal de pueblos.
Asentada la nueva organización de la familia hispano
parlante, definidas las nuevas nacionalidades con todas sus diferencias
étnicas, culturales y políticas, a principios del siglo XX el idioma español es
ya el idioma de todos.
Cada una de nuestras naciones adopta sus propios esquemas de
desarrollo, organiza la vida a su manera y empieza a aparecer en la escena
internacional con sus propuestas y sus contribuciones al progreso colectivo.
Esta diversidad de proyectos nacionales y la potencia de los
pueblos que empiezan a crecer en todos los aspectos del quehacer humano, abrirá
a la lengua común nuevos campos de complementación, no ya producto del contacto
geográfico y cultural con otros solares, sino como resultado de la
interpenetración dinámica con nuevas técnicas y conocimientos del hombre.
Cada uno de los pueblos de la familia de lengua española, ha
construido su arte, su ciencia, su tecnología relacionándose con todas las
expresiones universales pero fundando su desarrollo en la potencia de la lengua
común.
Unos, allegaron creaciones musicales; otros, descubrimientos
científicos; otros, más invenciones arquitectónicas y todos, sin excepción,
nuevas y originales formas de organizar la sociedad y la familia, el sistema
normativo, las relaciones humanas y el progreso social.
De este modo, otras palabras y expresiones, propias de los
profesionales o de especialistas, creadas por esas profesiones o tomados de
otros idiomas, han entrado y entran al idioma español por estas puertas que
hemos conservados abiertas en cada uno de nuestros países.
Esta autonomía de destino que tiene ahora cada una de las
naciones de la familia hispano parlante, es enormemente fértil. Sabemos que
debemos acceder al progreso espiritual y material con nuestras propias fuerzas
y nadie se siente en inferioridad de condiciones para intentar todas las
aventuras.
Si hoy es reconocido que en el campo de la literatura las
letras Hispanoamericanas son de una gran fecundidad, no menos cierto es que nos
sentimos partícipes de la carrera mundial en todas las artes, en todas las
ciencias, en todas las técnicas y en todos los deportes.
La ciencia argentina ha sido galardonada varias veces con
los mayores lauros mundiales. Y un puñado importante de países
Hispanoamericanos procuramos, tenemos y agrandamos desarrollos propios en el
campo científico; lo mismo puedo decir de las artes. Hoy no hay certamen
mundial de ciencias, de artes o deportes donde estén presentes los hispanos
parlantes provenientes de algunos de nuestros países.
Gracias a todos estos empeños autónomos y espontáneos, la
lengua participa de la combinación profesional al más alto nivel.
En muchas actividades hoy es necesario y conveniente conocer
el idioma español o por lo menos leerlo para estar en la primera línea del
desarrollo de esa especialidad. No necesitamos imponer nada, porque estamos
simplemente reproduciendo el modelo de la siembra colonizadora. Y nuestra
lengua va subida con naturalidad a los éxitos de nuestros científicos,
artistas, pensadores, deportistas o técnicos y ellos también introducen, por la
propia necesidad de su profesión, al gran lenguaje común los nuevos vocablos o
expresiones que el desarrollo de la especialidad requiere.
El resultado de estas identidades nacionales completas, es
que hoy se puede acceder a la lengua española para hacer turismo en un país,
para estudiar música en otro, medicina en aquél y así abarcando todas las
especialidades de las profesiones y creaciones humanas. La consecuencia de todo
esto, es peculiar y debemos tomar nota.
No existe una relación estricta entre la lengua española y
la geografía, la historia o la literatura de un solo país, como acontece con
otras lenguas vivas. Se aprende el español para entrar en un verdadero universo
de pueblos y actividades diferentes; un universo que está en continua expansión
y que tanto impulsa el español como lengua universal, como nos obliga a
mantenerlo abierto para adquirir todas las transformaciones.
El enriquecimiento del español por el contacto con otras
culturas y la combinación por la interpenetración con todas las disciplinas
humanas, ha convertido a nuestra lengua en una casa común, con tantas puertas
de entrada como pocos idiomas en la Tierra.
La vitalidad de los pueblos de habla hispana nos permite
además, suponer que en el siglo que iniciamos, muchos de nuestros cofrades
adquirirán jerarquía política de potencia, de primera o segunda línea, llevando
también al campo de la política internacional una necesidad ineludible del
español como lengua planetaria.
Esto ya tiene principio de realidad en la vida cotidiana
para la gente del Nuevo Mundo. Para un europeo de nuestro tiempo, es
ligeramente inverosímil que podamos pensar en viajar por todo nuestro
continente, estudiando, enseñando, comerciando o descansando sin plantearnos
nunca la cuestión de las diferencias idiomáticas.
Lo imposible de Europa es la norma de América y tengo la
sensación que esta unidad en la diversidad se va extendiendo. Para nosotros,
hispano parlantes, es motivo de curiosidad y halago aprender en el contacto
directo o en un noticiero de la televisión o en el cine, las pequeñas
diferencias de lenguaje que hacen más colorida esta familia idiomática que
integramos. Y no son sólo las diferencias de un país a otro, sino que incluso
en los países más grandes, como muchos de los nuestros, las diferencias se dan
de región en región en el idioma coloquial, provocando situaciones para la
lisonja y el aprendizaje.
El diseño que he trazado hasta aquí, nos permite observar
los secretos de la potencialidad de la lengua española en el año 2000. Los dos
que relevo desde el punto de vista político, es la ausencia de una potencia
hegemónica y la pluralidad de las fuentes de enriquecimiento del idioma, tanto
la combinación cultural como la combinación profesional a la que me he
referido.
Estas conclusiones definen el presente. El español de la
gramática de Nebrija, que supo tener fronteras permeables con todas las lenguas
aborígenes del Nuevo Mundo para transformarse una y otra vez hasta el español
de hoy, afronta afortunada y vigorosamente, el desafío de su enriquecimiento en
todas partes.
Los médicos argentinos que ostentan con orgullo la posición
de técnicas avanzadas, saben que pueden incorporar a nuestra lengua los giros
técnicos que su especialidad requiere y que si ellos adquieren las condiciones
necesarias, serán incorporados definitivamente al español universal. Lo mismo
vale para otros campos del quehacer y para los otros pueblos hispano parlantes.
Pero así como en el norte de Argentina, el español de
Nebrija se encontró con los vocablos guaraníes, y en la región Andina con las
quechuas y en La Patagonia con las araucanas y de todas ellas tenemos
enriquecimiento en el español universal de nuestros días, este proceso de
fecundación por el enriquecimiento cultural, continua hoy en fronteras aún más
amplias y que constituyen desafíos más fuertes y emocionantes.
En América, se está produciendo un fenómeno cultural
idiomática y étnico bien conocido. Me refiero a la intensa frontera entre el
español y el inglés en América del Norte, que presenta rasgos de un volumen y
de una diversidad proporcionalmente mayor que del antiguo contacto con las
lenguas aborígenes.
No sabemos que resultará de este proceso, pero podemos
alegrarnos de que una nueva puerta de enriquecimiento se haya abierto para
nuestra gran lengua y actuara acompañando ese proceso con el mismo espíritu de
tolerancia y realismo que tuvieron nuestros mayores.
Debo señalar también, que en América del Sur estamos
abriendo otra gran frontera idiomática, potencialmente tan importante como la
de América del Norte. En este caso, entre nuestro español y el portugués. Tal
vez desde la distancia de Europa no se advierta bastante el cambio histórico
que se está produciendo en nuestra región desde hace 15 años. Por lo menos,
desde que Portugal obtuvo su autonomía en 1640, la tierra sudamericana fue
territorio de conflicto entre la cultura portuguesa y la cultura española con
un vértice crítico en el gran espacio de los ríos que forman el Río de la
Plata.
Este enfrentamiento dio origen, entonces, a numerosas
guerras entre las coronas de España y Portugal. Brasileños y argentinos
heredamos ese mandato de conflicto. A pesar de la continuidad geográfica y de
los intercambios de artistas, científicos e intelectuales, la cultura brasileña
y la lengua portuguesa fueron extranjeras y adversarias para nosotros durante
más de trescientos años.
La decisión de los gobiernos democráticos de Brasil y de
Argentina, de invertir esta situación, transformando al adversario de ayer en
el aliado de hoy y mañana, es un acontecimiento político y cultural
extraordinario. Se lo suele mirar como un hecho económico pero para cambiar de
manera tan drástica un curso tan largo, hemos estado tomando decisiones menos
visibles que las económicas, pero no menos trascendentales en el campo político
y cultural.
Ahora empezamos a acercarnos rápidamente a una
interpenetración de la lengua del Brasil y el español; español de paraguayos,
uruguayos y argentinos. No sólo se trata de un proceso espontáneo, sino que los
gobiernos hemos tomado decisiones, que muchos de ustedes conocen, en pro del
conocimiento recíproco de ambas lenguas. Esto permite prever que en el curso de
pocos años, el español y el portugués serán hablados concurrentemente en los
países del Mercosur.
Por ello, es fácil imaginar que surgirán también,
expresiones combinadas de ambas lenguas, utilizadas por millones de personas en
toda la vasta gama de especialidades y quehaceres que interesan a naciones
vigorosas como las que integran esa asociación.
Vengo a decir, por eso, en este ámbito solemne de la Real
Academia de la Lengua, que en América del Sur se está iniciando una nueva
combinación del idioma español, esta vez con la lengua portuguesa.
Es legítimo pensar que el enriquecimiento cultural del español
con el inglés en América del Norte y el enriquecimiento con el portugués en
América del Sur, constituyen grandes desafíos para nuestra lengua. Participo de
ese pensamiento. Pero es un pensamiento que no debe inquietarnos. No debe
inquietarnos porque puede sí hablarse de la fortaleza política de la lengua
española, que no depende del éxito de ningún país, que ha sabido absorber todos
los aportes y a la que se puede entrar por muchísimas puertas. Y compromete mi
atención también, porque la única manera de afrontar con éxito los tiempos que
vienen, es conservando celosamente esta maravillosa manera de aprender de los
otros, sin dejar de ser nosotros mismos, que es la historia moderna de nuestra
lengua universal.
Y hasta podemos tener un sueño: el proceso de crecimiento
acercamiento entre todos los pueblos de la Tierra, requiere de instrumentos
flexibles y abarcadores para poder producirse de manera provechosa. Uno de esos
instrumentos ha de ser la lengua o las lenguas que conserven un carácter
universal.
Por todos los atributos que hemos señalado, es probable,
seguro para mí, que nuestra lengua tenga ese destino de porvenir.
Señor presidente,
señores académicos: me complace muy especialmente anunciar en esta ocasión
el gran interés y la mejor disposición de la República Argentina para ser sede
del IIIº Congreso de la Lengua Española como continuación del primer congreso
celebrado en Sacatecas y del segundo que próximamente se realizará en
Valladolid.
Al mismo tiempo, es muy grato unirme a las merecidas
felicitaciones que han recibido las veintidós academias de la lengua española
que con tanta justicia se han hecho acreedoras al premio Príncipe de Asturias
para la Concordia y mucho me complace que éste le será entregado en Oviedo el
próximo viernes.
Mis felicitaciones a la presidenta de la Academia Argentina
de las Letras y mi reconocimiento a ustedes por la paciencia para escuchar
estas humildes reflexiones de un visitante que llega desde América, República
Argentina.
Muchas gracias.
Fuente: Discurso del Sr. Presidente de la Nación en su visita a la Real Academia Española, parte de su gira al Reino de España, 25 de octubre de 2000.
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