Nadie que no haya conocido al Frondizi de aquella época
puede tener idea de lo que es un político completo en toda la extensión de la
palabra. Nuestro líder no había cumplido todavía 50 años. Era activo y
exigente. En su cabeza acumulaba todos los datos que necesitaba, desde el
detalle de un enfrentamiento interno en un lejano comité del interior hasta la
estadística de la producción de petróleo en tal o cual país, pasando por el
juego de tendencias dentro de las Fuerzas Armadas. Orador de excepción, había creado
un nuevo estilo de discurso, sobrio, enjundioso, desprovisto de toda retórica,
dicho con una voz abaritonada de cálidas resonancias y una elocución perfecta.
No prodigaba afectos ni regalaba nada. Su forma de agradecer algo era un sonido
indescriptible que podía ser "gracias" o cualquier otra cosa. Pero
uno se sentía feliz de brindar tiempo y esfuerzos al servicio de un hombre como
éste.
Nos veíamos en su departamento de la calle Rivadavia, casi
sobre el parque Lezica. Se sabía que algunos amigos lo bancaban, pues estaba
dedicado totalmente a la política y solía quejarse, con verdad, que a veces no
tenía tiempo ni de ir al baño... A mí me encomendó algunas misiones menores,
por ejemplo, frecuentar al entonces coronel Guglialmelli, recién reincorporado
al Ejército, con quien establecí desde entonces una cálida amistad. También me
pidió que le hiciera periódicamente una síntesis de los libros que fueran
apareciendo y a mi juicio merecieran una lectura de su parte. Contestábamos
alguna parte de su correspondencia y atendíamos a los visitantes más molestos.
En algún momento, ya en el año 56, me conectó con Rogelio Frigerio, director,
en ese momento, de la revista Qué..., que sería, según Frondizi, su vocero. Yo
arrimé algunas notas y diversos materiales a esa publicación, en su tiempo la
mejor hecha y más difundida del país.
* * *
(...) Sin duda, Frondizi no tomaba en serio el programa
partidario. Ya estaba profundamente influido por el pensamiento de Frigerio.
Pero era un cautivo de esta plataforma, que él mismo había contribuido a
elaborar años atrás, cuya magia enfervorizaba a la juventud del partido. La
duplicidad que debió desplegar sosteniendo verbalmente el programa y tratando,
al mismo tiempo, de no quedar totalmente atado a sus postulados, corrió pareja
con la duplicidad con que se manejó en relación con el gobierno de Aramburu,
criticándolo públicamente para ganar la simpatía del peronismo, pero sin romper
del todo sus vínculos con él ni debilitarlo al punto de que cayera en manos del
gorilismo más extremo. Los que estábamos cerca de Frondizi no advertíamos estas
contradicciones.
* * *
(...) Fue en La Rioja donde me enteré, en junio de 1956, del
levantamiento de Valle, y me horroricé con la noticia de su fusilamiento y el
de sus compañeros. Y fue también allí donde viví una experiencia casi de
privilegio: compartir una gira de dos o tres días al lado de Frondizi. No
recuerdo cómo me sumé al grupo que lo acompañaba: me parece que venían de San
Juan, donde se había realizado una reunión del Comité Nacional, y yo me reuní
con nuestro jefe en Olta, en el corazón de los llanos... En la capital de la
provincia, se hizo un acto que tuvo por escenario la plaza vieja, y allí hablé
compartiendo la tribuna con Frondizi, que pocos días después sería proclamado
candidato a presidente de la Nación por la Convención Nacional reunida en
Tucumán. En esta gira viajé con Frondizi apretujado en el mismo auto, sumando
varias horas de conversación con él. Aprovechando esta cercanía (o esta
cautividad) yo lo observaba atentamente. Frondizi parecía frágil pero en
realidad era fuerte y duro. Comía muy poco en los reiterados asados con que se
nos obsequiaba y sólo tomaba agua mineral de unas botellas que portaba su fiel
chofer Raúl Gargione. No fumaba ni tomaba café. A veces dormitaba, pero no era
mezquino en la conversación. Nuestros acompañantes lo bombardeaban a preguntas,
invariablemente políticas, y él se explayaba sin fatigarse nunca.
* * *
Fue en esta circunstancia cuando me di cuenta de dos cosas
que, una vez desarrolladas en todo su alcance, gravitaron en mi espíritu años
después para las decisiones que tomé respecto de mi militancia partidaria. Una
de ésas fue que la política me aburría. Cuando yo creía advertir que la charla,
en esas interminables horas de camino, giraba demasiado alrededor de la misma
temática, trataba piadosamente de sacar a nuestro interlocutor de ese campo y
le preguntaba sobre sus estudios, su juventud, sobre algún libro que lo había
impresionado o sobre personas y hechos ajenos a lo que a todos nos reunía.
Frondizi me contestaba brevemente y luego, él mismo, retornaba al tema
político. Ahí me di cuenta de que su pasión política era avasalladora y
excluyente; a mí, en cambio, esas cuestiones, generalmente rasantes y pequeñas,
me hastiaban: las veía como un tributo inevitable en la actividad que estábamos
desplegando, pero que había que sacudirse de encima en cuanto fuera posible. La
otra cosa que advertí fue que la política tomada de la manera total como la
tomaba Frondizi producía un efecto de barbarización del actor. Las letras, el
arte, la música, las cosas bellas de la vida... ninguna de ellas tenía cabida
dentro de sus preocupaciones. Aunque se suponía que Frondizi disponía de una
singular formación, lo cierto es que ésta era unilateral y armada sólo en
función política (...) Esta evidencia llegó a asustarme: si el precio de ser un
político era convertirse en un ser indiferente a toda expresión intelectual o
artística, ciertamente yo no estaba dispuesto a pagarlo. Muchos años después
leí unas páginas de ese gran estadista rioplatense que es Julio Sanguinetti,
sobre la necesidad de que el político sea, ante todo, un hombre culto.
Entretanto se iba produciendo la división del radicalismo,
cuyo proceso se aceleró a partir de la proclamación de la candidatura
presidencial de Frondizi (septiembre de 1956). La división de un partido es
como una guerra civil: quienes habían sido compañeros y amigos de pronto se ven
enfrentados y a veces ponen más encono en esta lucha que en la que unos y otros
libran contra los adversarios externos. Yo viví con pesar esta fragmentación,
pues quedaron del otro lado muchos de mis viejos y más estimados camaradas.
Fuente: “La Politica, según Frondizi” por Félix Luna para el
Diario La Nación de su edición del día 3 de febrero de 2005.
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