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lunes, 12 de febrero de 2018

El Orden: "La traición que hoy cae” (19 de febrero de 1943)

Es breve la historia del “concurrencismo”. La asamblea del radicalismo, allá en Santa Fe, acababa de decretar la abstención en toda la Republica. Al computar los votos de los delegados de Tucumán, que habían votado con la mayoría, acató la resolución con un comentario inolvidable: “ahora veremos quienes cumplen y quienes traicionan la decisión partidaria”. ¿Fue una voz de orden, una inspiración, un mandato instintivo? ¿Pensó en voz alta el delegado tucumano, revelando sin querer, lo que ya habían resuelto sus compañeros de representación? Fue del caso que cuando llegó la delegación a Tucumán ya habían resuelto la traición al partido, la traición “a la decisión partidaria”. Todos los líderes radicales, con Alvear a la cabeza fueron a dar Martín García, a la cárcel, al confinamiento de Ushuaia, al destierro. Los delegados del radicalismo fueron a la elección, al comicio, a las bancas, a las diputaciones de jugosa dieta, al gobierno y al enriquecimiento. Allá estaba entre los beneficiarios de la traición el doctor Critto, diputado al Congreso de la Nación, llevado luego a este gobierno que termina tristemente, pobremente, escandalosamente, como un rosario de la aurora.

Es la traición que hoy cae, un capitulo infamante de la historia política. El doctor Critto, gobernador, es una mala pesadilla que el destino le ha jugado a Tucumán. Un castigo supremo de las fuerzas superiores, una dura prueba para el sentimiento localista, para el sentido común de esta provincia donde un puñado de hombres explotan despiadadamente al trabajo y al hombre. Si el doctor Critto es medico ¿Cómo va a poder gobernar a su provincia? Eso era lo único cierto. El doctor Critto, medico del montón, analfabeto con credencial universitaria, estaba llamado a recetar purgas y apósitos en el barrio de sus andanas, cobrando tres pesos por consulta y receta. Y para el autentico valor de sus meritos y de su personalidad, esa situación era ya gloriosa. La gloria digna de sus merecimientos. Pero no quiso resignarse. Y así traicionó a su destino y de galeno de barrio y curandero de almanaque, se pasó a la acción política y a la acción democrática. ¿Para que? Para traicionar a la política y a la democracia, como antes había traicionado a la universidad en la insignificancia científica de sus diagnósticos, purgas y apósitos. No hay memoria, en realidad, de que haya curado ningún enfermo, ni mitigado un solo dolor físico…

Traicionó a su temperamento y a su persona. Más aun: traicionó a su fuero íntimo presentándose ante el presidente del partido, doctor Alvear, como hombre de alguna bondad. El perdón le fue otorgado ante el reiterado esfuerzo para dar las seguridades de su lealtad. “Leal hasta la muerte”, dijeron también algunos de sus correligionarios, amigos y cómplices. Y el doctor Alvear, bueno hasta el error, gran señor en todos los actos de su vida, publica o privada, le tendió la diestra, allanó dificultades, alfombró de flores su camino y lo dejó en la gobernación de Tucumán. Su primer decreto fue un nuevo certificado de traición. Traicionó, antes que a nadie, a su lealtad, a su defensor, a su sostenedor, a su verdadero fiador ante la conciencia publica y el país. Fue una befa impropia. El gobernador llevó a su traición hasta la osadía de pretender la justificación de sus delitos administrativos con la leyenda de que cumplía órdenes de su amigo el doctor Alvear. Traicionó a la amistad en la manera más absurda y mas incalificable, a tal punto, que en el afán de simular inocencia, fraguó cartas, fraguó firmas, fraguó documentos que fueron reducidos a su verdadero valor por los conocedores de la verdad. Traicionó todas las promesas de los días de lucha, todos los compromisos, todas las obligaciones políticas y partidarias. Burló la buena fe de los dirigentes de Buenos Aires, de los dirigentes de todas las provincias, de los dirigentes locales. Fue en el gobierno, como partidario, el símbolo de la traición, el personaje abominable que escala el poderío con un permanente dechado de mentiras.

-¿Critto? – había dicho un día, el doctor Alvear- ¡No me hable, no lo nombre!... ¡Es la traición misma! Las palabras de Critto y traición merecen ser sinónimos…

Y en el gobierno y en Tucumán, ¿Cuál es la síntesis de su labor de todo el periodo gubernativo? Lo sabe todo el mundo: la palabra traición define todos y cada uno de sus actos. Por encima de todo el panorama de la realidad política, social, administrativa, su diestra infamante ha diseñado, como dibujo esencial el término definitivo: traición. Traicionó al pueblo que lo eligió, al partido que proclamó su candidatura, a los compañeros que lo llevaron al éxito, a los legisladores que recibieron su juramento de gobernante, a los ministros que recibieron su nombramiento, a los jueces que debían cumplir leyes, en forma lógica, a los gobernados a quienes condenó, por incapacidad notoria, a la desdicha del desgobierno.

Traicionó a los líderes de su candidatura, a los compañeros de lucro, a todos y cada uno de los ciudadanos del concurrencismo, desde el más encumbrado al más humilde. Traicionó a los trabajadores al olvidar sus promesas de candidato, al pueblo entero al olvidar, deliberadamente, la solución de problemas notorios inmediatos. Traicionó a toda la provincia al olvidar su autoridad, su jerarquía, su carácter supuesto de gobernante. Y traicionó hasta el propio sistema de gobierno, ya que sin la menor noción del significado del federalismo argentino, hizo público escarnio de la autonomía del estado, reduciendo su rol de mandatario elegido por el pueblo a un impasible espectador del avasallamiento de la soberanía. ¿Qué ha hecho de su autoridad, de sus fueros, de su carácter? Nada, absolutamente todo ha traicionado en una manera tan inequívoca, que ha traicionado a la lógica, al sentido común, a la realidad misma: ¿Critto es un hombre, un gobernador, un ciudadano? Si se planteara la pregunta con la exigencia de la respuesta, desde el sentido mas hondo del alma popular surgiría un grito de protesta, compendiado en el referido juicio del doctor Alvear?

-¿Critto? – había dicho un día, el doctor Alvear- ¡No me hable, no lo nombre!... ¡Es la traición misma! “Critto y traición merecen ser sinónimos” Y agregaría aun: “Critto no existe”. Es la traición hecha hombre”…

Y ese será el juicio histórico, definitivo, sobre la traición que hoy cae. ¡Piedad para su ficción y sus escombros!












Fuente: “La traición que hoy cae” Editorial del Diario El Orden sobre el concurrencismo tucumano en la figura de Miguel Critto, ex gobernador de Tucumán, 19 de febrero de 1943.

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