Es breve la historia del “concurrencismo”. La asamblea del
radicalismo, allá en Santa Fe, acababa de decretar la abstención en toda la
Republica. Al computar los votos de los delegados de Tucumán, que habían votado
con la mayoría, acató la resolución con un comentario inolvidable: “ahora
veremos quienes cumplen y quienes traicionan la decisión partidaria”. ¿Fue una
voz de orden, una inspiración, un mandato instintivo? ¿Pensó en voz alta el
delegado tucumano, revelando sin querer, lo que ya habían resuelto sus
compañeros de representación? Fue del caso que cuando llegó la delegación a
Tucumán ya habían resuelto la traición al partido, la traición “a la decisión
partidaria”. Todos los líderes radicales, con Alvear a la cabeza fueron a dar Martín
García, a la cárcel, al confinamiento de Ushuaia, al destierro. Los delegados
del radicalismo fueron a la elección, al comicio, a las bancas, a las
diputaciones de jugosa dieta, al gobierno y al enriquecimiento. Allá estaba
entre los beneficiarios de la traición el doctor Critto, diputado al Congreso
de la Nación, llevado luego a este gobierno que termina tristemente,
pobremente, escandalosamente, como un rosario de la aurora.
Es la traición que hoy cae, un capitulo infamante de la
historia política. El doctor Critto, gobernador, es una mala pesadilla que el
destino le ha jugado a Tucumán. Un castigo supremo de las fuerzas superiores,
una dura prueba para el sentimiento localista, para el sentido común de esta
provincia donde un puñado de hombres explotan despiadadamente al trabajo y al
hombre. Si el doctor Critto es medico ¿Cómo va a poder gobernar a su provincia?
Eso era lo único cierto. El doctor Critto, medico del montón, analfabeto con
credencial universitaria, estaba llamado a recetar purgas y apósitos en el
barrio de sus andanas, cobrando tres pesos por consulta y receta. Y para el
autentico valor de sus meritos y de su personalidad, esa situación era ya
gloriosa. La gloria digna de sus merecimientos. Pero no quiso resignarse. Y así
traicionó a su destino y de galeno de barrio y curandero de almanaque, se pasó
a la acción política y a la acción democrática. ¿Para que? Para traicionar a la
política y a la democracia, como antes había traicionado a la universidad en la
insignificancia científica de sus diagnósticos, purgas y apósitos. No hay
memoria, en realidad, de que haya curado ningún enfermo, ni mitigado un solo
dolor físico…
Traicionó a su temperamento y a su persona. Más aun:
traicionó a su fuero íntimo presentándose ante el presidente del partido,
doctor Alvear, como hombre de alguna bondad. El perdón le fue otorgado ante el
reiterado esfuerzo para dar las seguridades de su lealtad. “Leal hasta la
muerte”, dijeron también algunos de sus correligionarios, amigos y cómplices. Y
el doctor Alvear, bueno hasta el error, gran señor en todos los actos de su
vida, publica o privada, le tendió la diestra, allanó dificultades, alfombró de
flores su camino y lo dejó en la gobernación de Tucumán. Su primer decreto fue
un nuevo certificado de traición. Traicionó, antes que a nadie, a su lealtad, a
su defensor, a su sostenedor, a su verdadero fiador ante la conciencia publica
y el país. Fue una befa impropia. El gobernador llevó a su traición hasta la
osadía de pretender la justificación de sus delitos administrativos con la leyenda
de que cumplía órdenes de su amigo el doctor Alvear. Traicionó a la amistad en
la manera más absurda y mas incalificable, a tal punto, que en el afán de
simular inocencia, fraguó cartas, fraguó firmas, fraguó documentos que fueron
reducidos a su verdadero valor por los conocedores de la verdad. Traicionó
todas las promesas de los días de lucha, todos los compromisos, todas las
obligaciones políticas y partidarias. Burló la buena fe de los dirigentes de
Buenos Aires, de los dirigentes de todas las provincias, de los dirigentes
locales. Fue en el gobierno, como partidario, el símbolo de la traición, el
personaje abominable que escala el poderío con un permanente dechado de
mentiras.
-¿Critto? – había dicho un día, el doctor Alvear- ¡No me
hable, no lo nombre!... ¡Es la traición misma! Las palabras de Critto y traición
merecen ser sinónimos…
Y en el gobierno y en Tucumán, ¿Cuál es la síntesis de su
labor de todo el periodo gubernativo? Lo sabe todo el mundo: la palabra
traición define todos y cada uno de sus actos. Por encima de todo el panorama
de la realidad política, social, administrativa, su diestra infamante ha
diseñado, como dibujo esencial el término definitivo: traición. Traicionó al
pueblo que lo eligió, al partido que proclamó su candidatura, a los compañeros
que lo llevaron al éxito, a los legisladores que recibieron su juramento de
gobernante, a los ministros que recibieron su nombramiento, a los jueces que debían
cumplir leyes, en forma lógica, a los gobernados a quienes condenó, por
incapacidad notoria, a la desdicha del desgobierno.
Traicionó a los líderes de su candidatura, a los compañeros
de lucro, a todos y cada uno de los ciudadanos del concurrencismo, desde el más
encumbrado al más humilde. Traicionó a los trabajadores al olvidar sus promesas
de candidato, al pueblo entero al olvidar, deliberadamente, la solución de
problemas notorios inmediatos. Traicionó a toda la provincia al olvidar su
autoridad, su jerarquía, su carácter supuesto de gobernante. Y traicionó hasta
el propio sistema de gobierno, ya que sin la menor noción del significado del
federalismo argentino, hizo público escarnio de la autonomía del estado,
reduciendo su rol de mandatario elegido por el pueblo a un impasible espectador
del avasallamiento de la soberanía. ¿Qué ha hecho de su autoridad, de sus
fueros, de su carácter? Nada, absolutamente todo ha traicionado en una manera
tan inequívoca, que ha traicionado a la lógica, al sentido común, a la realidad
misma: ¿Critto es un hombre, un gobernador, un ciudadano? Si se planteara la
pregunta con la exigencia de la respuesta, desde el sentido mas hondo del alma
popular surgiría un grito de protesta, compendiado en el referido juicio del
doctor Alvear?
-¿Critto? – había dicho un día, el doctor Alvear- ¡No me
hable, no lo nombre!... ¡Es la traición misma! “Critto y traición merecen ser
sinónimos” Y agregaría aun: “Critto no existe”. Es la traición hecha hombre”…
Y ese será el juicio histórico, definitivo, sobre la traición
que hoy cae. ¡Piedad para su ficción y sus escombros!
Fuente: “La traición que hoy cae” Editorial del Diario El
Orden sobre el concurrencismo tucumano en la figura de Miguel Critto, ex
gobernador de Tucumán, 19 de febrero de 1943.
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