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martes, 23 de enero de 2018

Matías Sanchez Sorondo: "El gobierno yrigoyenista ha caído, volteado por sus propios delitos" (8 de septiembre de 1930)

Conciudadanos:

El gobierno yrigoyenista ha caído, volteado por sus propios delitos.

Desde hace largo tiempo el país asistía, al parecer adormecido e inerme, al proceso angustioso de su paulatina degradación. Todo estaba subvertido: las ideas y la moral; las instituciones y los hombres; los objetivos y los procedimientos; una horda, una hampa, llevada al poder por la ilusión del pueblo, había acampado en las esferas oficiales y plantado en ella sus tiendas de mercaderes, comprándolo y vendiéndolo todo, desde lo más sagrado, como el honor de la patria, hasta lo más despreciable, como sus mismas conciencias. La ineptitud, el favoritismo sin escrúpulos, el medro personal, la concusión, el robo descarado, fueron las características de la época yrigoyenista que ha pasado, ya vomitada por el pueblo, al ghetto de la historia.

Poco a poco y trabajosamente se ha ido formando la conciencia colectiva sobre este sistema funesto que estaba estrangulando a la República y envenenando las fuentes profundas de la vida nacional. Voces aisladas primero se levantaron en la tribuna parlamentaria para acusar a Yrigoyen en su primera administración con un sentido certero de la verdad que hoy, once años después, encuentra su categórica confirmación. Yrigoyen enjuiciado por la opinión y expulsado por la asamblea del pueblo es ante la historia un ejemplo más significativo y elocuente que Yrigoyen acusado por la Cámara de Diputados y destituido por el Senado de la Nación. Después, núcleos importantes se congregaron para abatir al yrigoyenismo en el terreno del comicio buscando legal y patrióticamente, aunque vanamente, disipar el engaño colectivo, y por fin, y como una marea que se extiende, la convicción íntima y definitiva se apoderó unánimemente del pensar y del sentir de los hombres honestos, de que era indispensable concluir de cualquier modo, pero concluir con esta causa maldita de la ruina nacional. El pueblo, sacudido, despertado, devuelto a sí mismo, recobradas las viejas virtudes del civismo argentino, se ha levantado, se ha puesto en marcha y sencillamente, sin disparar un tiro de soldado, a través de los metrallazos de los asesinos emboscados que han rubricado como lo que eran la página final de su actuación, ha ocupado la Casa de Gobierno y se dispone a limpiarla. El 6 de setiembre de 1930 marca en la historia argentina una de las grandes fechas nacionales, junto con el 25 de mayo y el 3 de febrero. Son las revoluciones libertadoras. Y ésta es la única que ha triunfado después de la organización nacional, a diferencia de los otros pronunciamientos, porque destituida de carácter político o partidario, sólo contiene la exigencia impostergable de salvar las instituciones.

He ahí el sentido íntimo de este movimiento. La revolución iniciada por el ejército estaba ya en la conciencia pública. La ha concebido el amor sagrado de la patria; la ha alimentado la esperanza de los argentinos y la ha ejecutado el brazo de su pueblo. Ciudadanos: Henos aquí ante vosotros, en la plaza histórica y frente a la Pirámide que recuerda el nacimiento de la Nación.

Os habla en nombre del gobierno, en esta casa, desde cuyos balcones no resonó hace larguísimos años la voz de los depositarios del poder, para dirigirse al pueblo. 

Y os digo: 

Hemos jurado observar y hacer observar fielmente la Constitución, por Dios y los Santos Evangelios. Ratificamos y explicamos ante vosotros este juramento. Empeñamos nuestra palabra y nuestras vidas para conseguir que la República vuelva a su estabilidad institucional. Ninguno de nuestros actos se apartará de este sagrado objetivo.

Devolveremos al nuevo Congreso intacto el patrimonio constitucional y legal de la Nación. Y después de haber instalado el gobierno futuro que el pueblo elija en la plenitud de sus atribuciones, no habrá ni podrá haber mejor recompensa que la de observar desde nuestro retiro cómo se desenvuelve en paz y eficacia, para grandeza de la Nación.

Y ahora pedimos confianza. Volved a vuestras tareas habituales. La suerte de la República está en manos enérgicas y honestas. Y repetid conmigo para unir una vez más nuestros corazones en el mismo sentimiento el grito libertador que clamorearon nuestros mayores en este mismo sitio, hace ciento veinte años, en los albores de la nacionalidad.











Fuente: “Discurso del ministro del Interior Matías Sánchez Sorondo, desde los balcones de la Casa Rosada” en “La Logia Militar que enfrentó a Hipólito Yrigoyen” del Cnel. Juan V. Orona, Colección Ensayos político militaires, 1965.

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