En ese terreno, el de la política, lo conocí a Albano Honores.
Nos acercó un querido amigo común: Alberto Garona. Eran los años del 60. Ya había
quedado atrás –al menos transitoriamente- la dura lucha por la recuperación de
la democracia, que lo tuvo a Albano como el soldado más guapo y abnegado. Ya había
sido Diputado en Buenos Aires, junto a
Raúl Alfonsín, su amigo. Ya trascendía en la UCR como caudillo de fama. Ya se
lo veía junto a hombres de la talla de Zavala Ortiz, de Carlos Perette, de
Silvano Santander, de Leopoldo Suárez, de Arturo Mathov, y muchos otros
grandes, defendiendo los valores fundamentales de la cultura cívica del país. Brilló
en la oposición, fue guapo, valiente, corajudo, siempre que hubo que defender
al pueblo y custodiar sus ideales. No midió los riesgos ni el sacrificio
personal.
Era su deber, y salió a cumplirlo con honor y dignidad.
Allí nos dimos la mano y empezamos a caminar juntos. Fuimos amigos
en todo y hasta el fin. Cuantas veces habré ido a Miramar!!! y que bien me hizo
en la vida!. Allí lo conocí realmente junto a su pueblo, al lado de su gente,
rodeado de amigos dispuestos a jugarse por él, y prodigándose con entrega total
hacia todos cuanto necesitaban ayuda o consuelo. Vivió para los demás. Le enriquecía
el cariño de los humildes y se emocionaba ante el dolor o la desventura. A cuanta
gente ayudó!!! Cuanto tuvo que sufrir y cuanto tuvo que privarse por ser
solidario con los que mas necesitaban. Vivió pobre, la pobreza de las
limitaciones en la vida. Pero fue rico en generosidad, en cariño hacia la gente
en grandeza de alma para con los que sufren. La gratitud de los carenciados le
compensaba la flaqueza de sus bolsillos.
Otros, a su lado, escalaron posiciones políticas más altas. Nunca
los envidió. Al contrario, los sirvió, los alentó. Vivió sus triunfos como si
fueran propios. Prefirió el abrazo de su pueblo, antes de escalar hacia el
poder o hacia el dinero.
Su vida fue el partido y su obsesión fue la militancia. Era feliz
en la campaña política, y hasta el final recorrió los pueblos de su distrito,
tras el parlante, tendiendo la mano cordial y el abrazo fraterno a toda la
legión de sus amigos, que lo veían y lo querían como el dirigente dispuesto
siempre a brindarse a los demás, cuanto menos, con el calor de su pecho y la grandeza de su alma. Así fue
entregando su vida, a pedazos en el camino, y cuando no le quedo nada más, Dios
le hizo un lugar en el cielo, y se lo llevó con él.
Quiero decir, finalmente que me siento como si estuviera confesándome,
comprometido con el deber y la justicia, honrado a quien me honró, y resaltando
a un ser humano que tuvo defectos sin duda como todos, pero que tuvo un corazón
grandote, como pocos, para hacer el bien y para jugarse por sus amigos, aun el
precio de su propia vida. Gordo querido, un abrazo de afecto y de el descanso
en paz.
En la casa de Albano Honores se encuentran: Ricardo Balbín,
Carlos Perette, Anselmo Marini y Arturo Illia, 1967.
Fuente: “Albano Honores: Un Radical de Pura Cepa” Fragmento
por el Dr. César García Puente, ex presidente del Comité Provincia de Buenos
Aires de la Unión Cívica Radical, 1999.
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