Hace apenas poco más de cien días que asumió el presidente
Néstor Kirchner, pero la vorágine de sucesos políticos desde el 25 de mayo
último hace que el tiempo transcurrido parezca mucho más.
Por primera vez desde el retorno de la democracia puede
decirse que un presidente llega al cargo con relativa tranquilidad en algunas
cuestiones fundamentales. La Argentina se encuentra en cesación de pagos, tanto
respecto de los acreedores externos como de los internos, con lo que ello
representa en la disposición de fondos frescos. La recaudación ha ido en
aumento y el superávit fiscal es importante. Es inminente la firma de un
acuerdo a más largo plazo con el Fondo Monetario Internacional, negociación en
la que la Argentina parece dialogar con firmeza en la defensa de los intereses
nacionales. Cualquier acuerdo con el Fondo es malo, pero puede ser menos malo
si nuestros dirigentes actúan con dignidad y no permiten que se nos imponga un
nuevo ajuste salvaje.
La explosiva situación generada a partir de diciembre de
2001, con la debacle económica protagonizada por el gobierno de la Alianza y el
ministro Domingo Cavallo, pudo ser manejada por el presidente Eduardo Duhalde,
quien entregó una administración bastante ordenada, con una economía en
incipiente crecimiento, luego de la tremenda caída del PBI del año último.
La crisis social sigue siendo brutal, con altos niveles de
desempleo, importantes cifras de trabajo en negro, obreros sin ningún tipo de
cobertura y sin posibilidades de reclamarle al patrón su regularización por el
temor de ser despedidos. El Gobierno parece decidido a buscar soluciones, con
leyes que permitan mayores controles y sanciones para los evasores, así como
con una "invitación" a los empresarios para que regularicen la
situación de sus empleados ilegales, so pena de sufrir serias consecuencias.
Inmediatamente después de lanzarse un plan de lucha contra
el trabajo en negro, surgieron las voces del establishment sobre las
consecuencias nefastas que esto tendría en el mercado laboral. Advierten que si
el empresariado tiene que pagar todas las cargas sociales se podría inclinar
por el despido del personal ilegal, lo que generaría más desocupación. Es como
decir que si se vieran obligados a dejar de evadir los pagos del impuesto a las
ganancias y del IVA tendrían que cerrar las puertas de sus empresas: un total
absurdo.
Está bien claro: el estilo del Presidente, sumamente
particular, preocupa a muchos, aunque también pretenden sacar partido de ello
los poderosos. Recelan, dudan, temen. Hace más de tres meses que asumió y
fueron contados con los dedos de una mano los contactos que el Presidente
mantuvo: algunas reuniones con empresarios del sector industrial, que parecen
apoyarlo; sus encuentros con representantes de las tres centrales obreras, con
las Madres de Plaza de Mayo de la línea de Hebe de Bonafini (respeto su enorme
dolor, pero no comparto la metodología que apoyan), con las Abuelas de Plaza de
Mayo y su enorme empresa en la búsqueda de los chicos apropiados por los
represores, y con organizaciones piqueteras.
Se deben mencionar, además, su rechazo y sus duras críticas
contra el sector financiero, que presiona al Gobierno para lograr más y más
compensaciones por sus supuestas pérdidas, como si el riesgo empresarial no
fuera parte del sistema capitalista, y las sucesivas negativas a los pedidos de
las empresas privatizadas, que se desviven por obtener aumentos de tarifas sin
recordar las enormes ganancias de que disfrutaron en la última década.
Precisamente la presión de estas empresas sobre algunos de
los funcionarios más cercanos ideológicamente a ellas generó un conflicto entre
el Presidente y su vice. Fue cortado de raíz. El conflicto, claro. Un exceso, a
mi parecer, la actitud sorprendente del Presidente de despedir a una decena de
funcionarios llegados a la Secretaría de Turismo y Deportes de la mano de
Daniel Scioli. Con seguridad, el primer mandatario pensó, injustamente a mi
modo de ver, que el vicepresidente podría ser proclive a satisfacer la
voracidad de las concesionarias de servicios públicos.
Ese suceso pinta al Presidente de cuerpo entero. Una
espontaneidad natural del primer mandatario que me parece un poco peligrosa.
Tal vez debería ser más reflexivo en algunas cuestiones sensibles y no imprimir
ese sello tan sanguíneo a sus decisiones. Debería dejar actuar más al estadista
que seguramente tiene en su interior.
Sin embargo, debo coincidir con el Presidente en que una
prédica errónea, por mejor intencionada que esté, conspira en definitiva contra
las posiciones progresistas.
Es lógico que pretenda construir poder a cada paso. Más si
se toma en cuenta lo particular de las elecciones presidenciales de abril, con
una segunda vuelta frustrada y con un bajo porcentaje de apoyo popular para los
dos postulantes más votados. Sin embargo, el Presidente no puede vivir en
campaña. No puede estar de aquí para allá apoyando a los candidatos de su cuño
en cada una de las campañas políticas que se desarrollan en el país.
UNIR TODOS LOS ESFUERZOS
El jefe del Estado sabe que su tarea no es sencilla, pero es
necesario que se convenza de que no puede ser realizada por un solo partido
político, sino que tiene que ser llevada adelante por un verdadero proceso de
unión nacional, que no elimine los disensos, porque éstos son necesarios para
que exista la democracia, pero que se asiente en determinados consensos básicos
y fundamentales, que son los que permiten la integración nacional.
El Presidente parece desconfiar de todo el espectro político
argentino, incluso de los hombres de su propio partido. En sus primeros tres
meses de gobierno no ha tenido contacto alguno con la dirigencia política,
esencialmente con el Parlamento, uno de los poderes de la República, el que
tiene la representación de todos los argentinos.
La reforma constitucional de 1994 obliga, por las mayorías
requeridas, a consensos indispensables en el Congreso Nacional, lo que no es
compatible, de ninguna manera, con una vocación hegemónica que suponga que los
partidos políticos deben obedecer las decisiones del Presidente.
Todos nosotros sabemos de las enormes dificultades para
seguir viviendo en democracia cuando gran parte de nuestro pueblo sufre tanto.
De allí, entonces, la necesidad que tenemos todos de dar respuestas adecuadas a
los legítimos reclamos de los argentinos.
Las fuerzas políticas y sociales tienen enormes dificultades
para enfrentar al poder especulativo. No alcanzan los partidos para discutir de
igual a igual con el poder del neoliberalismo. No debe ser un sueño imposible
la idea de un gran acuerdo cívico en el que participen todas las fuerzas
sociales con sentido nacional: partidos políticos, entidades empresariales,
sindicatos, entidades religiosas, cooperativas, mutuales, organizaciones no
gubernamentales.
Estoy convencido de que se cumpliría un anhelo de toda la
sociedad si los partidos políticos con vocación nacional pospusiéramos los
intereses partidarios para volcar todos los esfuerzos en una única empresa
nacional, unidos por una estrategia común, en respaldo de las instituciones,
sin desmedro de las distintas identidades, pero poniendo todos el esfuerzo por
reconstruir el país y volver a tener una patria que nos enorgullezca.
Es evidente que la gente quiere un Estado fuerte que
defienda al ciudadano de la coacción y la explotación de los poderosos, pero
que también defienda a la sociedad cuando, aunque se trate de las exigencias
más legítimas, el reclamo sobrepase los preceptos mínimos de la legalidad. Ese
fue un aspecto fundamental del Pacto de La Moncloa, en España, por ejemplo.
Y ésta es una oportunidad única para cumplir con estos
anhelos. La Argentina tiene un presidente que goza de la aprobación del 80 por
ciento de la población. Es la primera vez que un mandatario de la democracia
dispone de semejante caudal de beneplácito social, lo que le da el plafón
suficiente para emprender el camino hacia esa nación floreciente que todos
buscamos.
Se trata de ganar la batalla cultural a través de la ética
de la solidaridad. La batalla cultural es todo, porque la cultura, en un
sentido amplio, es todo en un país. Estoy hablando de la cultura, de la forma
de comportarse. Necesitamos solidaridad, necesitamos esfuerzo, necesitamos
austeridad, necesitamos transparencia, necesitamos sacrificio. Hasta ahora, el
Presidente ha atacado blancos relativamente blandos. Nos falta ver qué actitud
asumirá cuando se trate de lidiar con enemigos fuertes.
El particular estilo presidencial parece haber logrado,
aunque más no sea en el discurso, que políticos de diferentes vertientes
ideológicas pugnen por definirse como los más cercanos al Gobierno. Así, hemos
visto a candidatos de diferentes partidos y tendencias que dicen estar, todos,
del lado del Presidente. Esto sería magnífico si se tornara realidad, más allá
de las coyunturas. Hemos visto, a lo largo de la historia del país, cómo el
partido que está en la oposición trata por todos los medios de que al que
gobierna le vaya mal para lograr, de esa manera, el acceso al poder. La
Argentina ha vivido esa situación en innumerables ocasiones y la crisis
terrible que vivimos hoy es, en parte, producto de esos métodos.
POCO POR CRITICAR
Hoy son muy pocos los que se atreven a criticar al Gobierno,
ya sea porque goza de un altísimo porcentaje de adhesión popular y nadie quiere
ponerse a la gente en contra ni ir contra la corriente, o bien porque se
pretende utilizar ese empuje de que goza el jefe del Estado para aprovechar el
envión y ubicarse en posiciones más convenientes.
Tal vez también haya muy poco por criticar y más por alabar,
pero está en la oposición la responsabilidad de controlar al que gobierna, y
éste es un elemento esencial de la democracia.
Tenemos un ejemplo claro de esta circunstancia en la Capital
Federal. Luego de la primera vuelta electoral -en la que triunfó Mauricio
Macri, seguido muy de cerca por el actual jefe de gobierno, Aníbal Ibarra-,
ambos competidores manifiestan su total apoyo a la acción de gobierno del
presidente Kirchner.
Tanto desde la derecha neoliberal, representada por el
candidato triunfador en la primera vuelta, como desde la opción más progresista
del actual conductor de la ciudad, la adhesión al Presidente parece firme.
Esta circunstancia puede ser entendida como muestra del
oportunismo de algunos para aprovechar el vendaval de apoyos cosechados por el
Presidente de parte de la mayor parte de la sociedad. Este es, de todos modos,
un buen síntoma para recuperar la relación entre la gente y los políticos.
El pueblo argentino quiere, desde luego, superar la crisis
aguda que vivimos en los campos económico y social, crisis que lo ha llevado a
cierto escepticismo, a alguna desesperanza, que lo ha conducido a una hipótesis
errónea con relación a lo que se suele llamar "la exclusiva
responsabilidad de la dirigencia política" de todos estos males que nos
han ocurrido. Esto, naturalmente, se debe a algunos malos ejemplos que han dado
los políticos, que en vez de servir al pueblo se han servido de sus cargos.
Y esto que está sucediendo ahora es una bocanada de aire
fresco que brinda una oportunidad única para recuperar la buena relación entre
el pueblo y los partidos políticos.
El pueblo argentino quiere, en definitiva, que vayamos
saliendo de nuestros problemas, pero demanda que se le diga toda la verdad: que
no vamos a salir de un día para el otro, que nos animemos incluso a luchar
contra una ilusión que se plantea demagógicamente, porque estamos cansados de
demagogia.
La Argentina corrió un riesgo enorme de perder la democracia
que tanto nos costó recuperar. La terrible crisis política que vivió el país
hace poco más de un año y el desprestigio que envolvió a los políticos
estuvieron a punto de abrir la puerta a la derecha, que agazapada detrás de la
hecatombe espera siempre su oportunidad para ocupar los espacios vacíos. El
pueblo argentino está convencido de que si no actuamos, si no activamos la
política, serán otros lo que actúen en nombre de los partidos políticos. Siempre
se llenan los vacíos.
Y como el pueblo desea que haya un Estado -sólo un Estado
puede darse tal nombre cuando está libre de toda dependencia extranjera y de
toda dependencia interna de los factores de poder-, es necesario que actuemos
todos juntos detrás de un ideal común, detrás de lo nacional y lo popular.
Esto es lo que quiere nuestro pueblo. Que enmendemos lo que
está mal, que mejoremos lo que está regular, que cuidemos lo que está bien, que
tengamos imaginación para lo que está por delante y que a través de un esfuerzo
común vayamos realizando esta Argentina de nuevo.
Fuente: “Una bocanada de aire fresco” por Raúl Alfonsín para
LA NACION de la Edición del 9 de septiembre de 2003.
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