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sábado, 23 de diciembre de 2017

Miguel Unamuno: Diego Luis Molinari "Parlamentario e Historiador" (1998)

Tocqueville, se sabe, advirtió que "la historia es una galería de cuadros en la que hay pocos originales y muchas copias". Un siglo después Nehru reparó en que "no se puede cambiar el curso de la historia en base de cambiar los retratos colgados en la pared". Puede ocurrir también que en esa exposición iconográfica "no están todos los que son ni son todos los que están". Es la política una ciencia, se afirma, que participa de la historia pero, asimismo, no pocas veces tiene la debilidad de convertirse en un campo de Agramante. El hombre en sí mismo es historia y es político, está en su propia naturaleza civilizada, en su donación a ultranza. Pero el hombre transcurre, es un proceso, y su historia quedará a buen resguardo más allá de los avatares y fragores naturales de su actualidad. Lo que sigue, dato más o dato menos, es la historia, la aventura histórica, para mejor decirlo, de un hombre público que fue testigo o protagonista de una época tornadiza del hacer y el quehacer de los argentinos en el siglo XX.

Diego Luis Molinari nació en Buenos Aires, el 30 de septiembre de 1889. Anotado como Diego Molinari, pero reconocido como Diego Luis, en fecha 21 de octubre de 1936 se ordena la rectificación del acta de nacimiento, quedando así salvado el error. De un hogar humilde, sus padres, Miguel Molinari y Paula Marini, tal vez predicaron en el vastago la tenacidad, la firmeza y la probidad que les fueran, luego, características. Don Miguel arrendaba una ferretería que, a la vez, agregaba algunos ramos generales.

El negocio adosaba un corralón vecino donde, entre otros, guardaba su carro un vasco amigo que, al poco tiempo, se convertiría en el padre del recordado dirigente radical Crisólogo Larralde, de cuyo padrinazgo de bautismo dieron fe los Molinari.

El comercio de Don Miguel vendía en su aquelarre, entre otros productos, el clásico carbón de la época, con el que habitualmente se alimentaban braseros y cocinas porteñas. Viene a cuento la circunstancia porque nos permite recordar, una vez más, una anécdota. Ya Diego Luis era Senador y en rispida sesión al fragor de las tantísimas polémicas que se suceden en el Parlamento, uno de sus pares, Federico Cantoni, a modo de ofensa o simple causticidad oratoria, le endilgó el mote de "carbonero".

Reaccionó Molinari sin avergonzarse de su origen, asumió su condición de "hijo de un carbonero" e hizo " un exaltado elogio de su padre al que definió como un hombre culto, tras lo cual se puso a llorar de emoción en pleno recinto".

Cursa estudios primarios y secundarios, y ya bachiller ingresa en la Facultad de Derecho, en la antigua casona, existente aún, de la calle Moreno N° 350 (donde funciona hoy el Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras), en una época signada por el devenir de acontecimientos que debieron ir forjando y formando el espíritu ciudadano de Molinari.

En una relación de acontecimientos históricos fugaz pero significativa, anotemos algunos sucesos ocurridos en el país, desde la infancia de Diego Luis hasta los años inmediatos que precedieron a su graduación en leyes. Venido al mundo en la etapa de la Presidencia de Miguel Juárez Celman, mientras en ese año el Congreso Socialista de París funda la Segunda Internacional y fija el Primero de Mayo como Día Universal del Trabajo, en la Argentina, entre otros datos periodísticos, disminuye la cantidad de inquilinatos, se proyectan las diagonales Norte y Sud, el comercio exterior presenta cifras desfavorables; pero la gente parece ajena al momento dramático del país y, como escribe un cronista, "se juega mucho y en cualquier parte. La vida de los porteños es, de día y de noche, en la plaza, en la bolsa o en el salón, una inacabable partida azarosa. Se juega con desenfreno en Palermo, en Belgrano, en el Círculo de Armas, en el Progreso, en el Jockey Club, en los garitos elegantes o populares. Es la República Argentina toda una vasta mesa de juego".

Sería ociosa, insistimos, una narración minuciosa de los hechos civiles y políticos que se suceden paralelamente a sus obligaciones estudiantiles. Referimos, por ejemplo, a esa década donde el país va adquiriendo una fisonomía propia. La revolución del 90, la división de los unionistas en sendas ramas: la Unión Cívica Nacional y la Unión Cívica Radical, el asalto a los comités parroquiales al grito de "¡Abajo la chusma!", las represiones a las protestas populares, el fervor de los payadores de turno, el suicidio de Leandro Alem, el acuerdo antirroquista de mitristas y radicales, el triunfo electoral de Roca.

El futuro abogado, lejos de abocarse plenamente al estudio, comienza a delinear su personalidad cívica. En 1907, en el último curso del Colegio Nacional, había publicado su primera colaboración en una revista de ensayos estudiantiles. No extraña, entonces, que al año siguiente lo haga en la del Centro de Estudiantes y en los Anales de la Facultad. A los veinte años de edad, dicta su primera conferencia en la cátedra cuyo profesor titular era Marco M. Avellaneda. Se consideran, entre otros trabajos breves, la crónica sobre el VIII Congreso de Estudiantes de Ithaca (Nueva York) y las consideraciones sobre la política inglesa en la emancipación colonial hispanoamericana y sus concomitancias en la política norteamericana.

"La formación de Molinari, entre los primeros años del siglo XX y la primera guerra mundial -escribe José Luis Peco-, estará signada por la riqueza del mundo intelectual argentino de esa época. En la filosofía con la crítica y superación del positivismo con Coriolano Alberini y Alberto Rouges, en el derecho con Mario Sáenz y Jesús H. Paz, en las letras con Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas y Manuel Gálvez, en los estudios históricos con Ernesto Quesada y Paul Groussac y en los estudios críticos literarios con Arturo Capdevila y Roberto Giusti. A éstos debe sumarse la gravitación de prestigiosas personalidades extranjeras que nos visitaron en esos años: José Ortega y Gasset y Eugenio D'Ors, entre otros".

Su primera contribución más importante a la investigación y el análisis histórico será "La representación de los hacendados de Mariano Moreno; su ninguna influencia en la vida económica del país y en los sucesos de Mayo de 1810". El carácter dilucidatorio y, de resultas de él, polémico, arranca desde el mismo rótulo casi temerario del libro. La juventud de Molinari no traba la percepción de sus conclusiones; por el contrario, éstas llaman la atención y sorprenden.

No había fama aún de la áspera controversia tenida con Estanislao S. Zeballos, uno de sus profesores, quien postergó su graduación, que ocurriría mas tarde. Apoyado en una copiosa bibliografía, Molinari fue desmenuzando cada uno y todos los pasos del famoso trabajo de Moreno. La política comercial y el derecho público de la época, las condiciones para ejercer el comercio, el comercio con los neutrales y con las colonias extranjeras, el contrabando, el Reglamento de Franco Comercio y la Primera Junta Legislativa en el Río de la Plata, las consecuencias del decreto y el régimen aprobados, en suma, una ristra de aspectos expectables que poco o nada habían advertido, o querido advertir, otros historiadores, incluyendo la tesis sobre la duda acerca de la autoría del documento.

Su contacto personal con Lugones, Rojas y Gálvez, ya citado, y con Manuel Ugarte, a quien dedicó su trabajo acerca de la política británica, mencionado antes, debió ingresarlo resueltamente en los ideales nacionalistas. En particular por su relación con Ugarte, con quien mantuvo una rica y prolongada amistad a partir de ese gesto espontáneo de la dedicatoria en una actitud de reconocimiento hacia este latinoamericanista y la correspondencia entre ambos. No le faltaron, empero, otras escaramuzas intelectuales, verbigracia, con sus artículos sobre Frasso y León Pinello a propósito del derecho indiano, y su crítica censora a la técnica de catalogación de Roberto Levillier.

1916 al parecer se trata de una fecha clave para el desarrollo intelectual y político de Molinari. Participa del Congreso de Ciencias Sociales, reunido en Tucumán, en el centenario de nuestra independencia nacional, donde critica duramente las publicaciones de documentos efectuadas por Paul Groussac en los Anales de la Biblioteca. Groussac dirigió el mayor repositorio bibliográfico del país durante casi medio siglo y se lo recuerda, asimismo, por su espíritu polémico e iconoclasta.5 Seguidamente rectificó al polígrafo franco-argentino en su biografía "Mendoza y Garay. Las dos fundaciones de Buenos Aires".

Es el momento en que la investigación histórica sesga progresivamente. Juan Agustín García, Director de los Anales de la Facultad de Derecho, escritor de pluma sólida y pensamiento emparentado con la grandeza del país y el pundonor criollo, reúne a los jóvenes historiadores y los denomina con el nombre de "Nueva Escuela Histórica". Allí están Rómulo D. Carbia, Carlos Correa Luna, Ricardo Levene, Emilio Ravignani, Enrique Ruiz Guiñazú, Luis María Torres y Molinari.6 Dentro de su exhibida heterogeneidad, la "Escuela" cumplió un rol trascendente en la historiografía argentina, siendo la base de la creación posterior del Instituto de Investigaciones Históricas. La visión polémica convivía con el espíritu de estudio e investigación.

"La Nueva Escuela Histórica - volvemos a Peco- sistematizó sus aportes a los estudios históricos argentinos. Entre otros cabe destacar (...) los siguientes: cimentó la crítica histórica sobre bases firmes, produjo a través de la enseñanza de la historia la divulgación del método de la escuela alemana a través de las técnicas instrumentales de Renke y la escuela francesa de Síntesis; asimismo fomentó la creación de archivos organizados, ediciones de fuentes y difusión de repertorios bibliográficos que produjeron un avance en la cultura argentina".

La actividad literaria de Molinari, lejos de decaer, se incrementa.

Nuevas indagaciones, algunas retomadas, y publicaciones alientan su tarea. Colabora en varias revistas específicas (u otras, como "Nosotros"). Una extensa introducción para un tomo de colección de documentos, le permite desarrollar, tal vez, uno de los estudios más completos acerca de la trata de negros en el Río de la Plata. Y un ensayo de reconstrucción bibliográfica sobre El "Gobierno de Perú, siglo XVI" aumenta su prestigio.

Ni juventud ni obligaciones le impiden seguir de cerca la actividad política. Enrolado en el radicalismo yrigoyenista, el caudillo lo designa su secretario privado. Don Hipólito accede, por primera vez, a la más alta magistratura del país, llevando tranquilidad a la agitación social previa. "La parquedad de Yrigoyen - dice un cronista- hace que muy pronto sus rictus se transformen en un lenguaje iniciático, de escasa comunicación".La primera noticia que recibe es la muerte del payador Gabino Ezeiza; la que se le oculta, el atentado de Juan Mandrini, quien será finalmente indultado.

Yrigoyen convoca a Molinari a asumir la Secretaría de Relaciones Exteriores y Culto (funciones que abarcan el período 1916-1922), aunque según muchos testimonios debió ejercer en la práctica las actividades de un ministro. No obstante, no cejaba en su tarea de investigador nato. En 1917 proyecta escribir y editar un "Manual de Historia de la civilización argentina", pero solamente se imprime el primer tomo. El plan de la obra, en su aspecto comercial, estaba proyectado en cuatro tomos, cada uno de ellos bajo la responsabilidad de un historiador.

De la idea participaron, además de Molinari, Carbia, Torres y Ravignani. El objetivo histórico consistía en descentralizar el método porteño y rescatar las regiones, cuya valoración estaba en mora.

El científico y el funcionario debieron alcanzar acuerdos i n ternos.

Su pasión por la historia no le soslayó que él también estaba escribiéndola desde la dignidad pública.

La Reforma Universitaria de 1918, documentada en las Memorias del Ministerio, y sus misiones extraordinarias y plenipotenciarias a países vecinos ocuparon gran parte de su tiempo.

Le cupo, en suerte, afrontar y sostener la neutralidad argentina durante el conflicto mundial, ante la Liga de las Naciones.

Surge aquí, cronológicamente, su acerba polémica con Ricardo Levene. Le reprocha haber escrito un manual para la enseñanza y "ahora dedicar su vida a desdecirlo". Las puntualizaciones de Molinari son variopintas. Lo acusa, con otros, de ser "hijos del normalismo [que] respetaron, cual inconcusa verdad, la plaga de errores, circulantes en las escuelas y los perpetuaron a través de su enseñanza". El extenso artículo, ya ubicándolo a Molinari en el campo de la veracidad histórica y, por lo tanto, del revisionismo, no deja resquicio para la defensa de Levene, tan puntuales y prolijos son sus datos y observaciones.

Lo acusa, por ejemplo, de ausencia total de sentido cronológico, de subordinar las regiones de América al régimen de la flota y de los galeones, de la unilateralidad del juicio, en fin, y remata imputándole la incomprensión de la materia que estudia y el desconocimiento del verdadero sentido de las palabras que emplea. "El señor Levene carece de formalidad en la elección de sus temas y ejecución de su plan; su información es defectuosísima, no preocupándose por mejorarla y su inteligencia de los textos no obedece a un criterio fijo, ni científico", acota; y remata: "Además de descartar su obra como aporte al acervo cultural de nuestra época, la señalan por su improbidad como un grave peligro para la inteligencia de las jóvenes generaciones".

Con Juan Antonio Farini, Juan Roldan y Rómulo Zabala Funes funda, en 1919, las ediciones Bibliófilos Argentinos e inmediatamente reimprime "Epítome de la biblioteca oriental y occidental náutica y geográfica", cuyo único ejemplar existía en el Museo Mitre, con anotaciones marginales del general Mitre. Molinari dedicó la reedición al historiógrafo chileno José Toribio Medina, antepuesta a un estudio sobre la vida y la obra de Antonio de León Pinello. El facsímil se revaloriza por su escasa tirada, apenas trescientos ejemplares numerados: uno fue dedicado al Rey de España, Alfonso XIII, y otro a Yrigoyen. En reciprocidad, creemos, Molinari dona al Museo, dos años más tarde, un ejemplar del "Manual de conversación de las lenguas castellano-mejicanas", de Pedro de Arenas, datado en México en 1611.

Regresa a la cátedra, esta vez en el Instituto Nacional del Profesorado.

Allí, mientras forma a sus discípulos, pergeña su obra "Antecedentes de la Revolución de Mayo", que compone en tres tomos.

El primero se publica en 1922 y los que faltan, respectivamente en 1923 y 1926. Vuelve a interesarse en la obra y el pensamiento de Antonio de León Pinello y reedita, con prólogo de su autoridad, el "Tratado de Confirmaciones Reales". A pesar de que la tarea política no le era ajena, como siempre, siguió colaborando en el Boletín del Instituto de Investigaciones Históricas, especialmente en el tratamiento de los temas colombinos, lo que, naturalmente, no le eximió de controversias.

Designado Presidente del Departamento Nacional del Trabajo, en 1922, adquiere tamaña experiencia en asuntos laborales que redacta un Proyecto de Código de Trabajo que mejore las relaciones entre patrones y obreros. Integrado a la corriente personalista de la Unión Cívica Radical, su pericia legislativa lo exalta en 1924. Ese año, el 28 de mayo, se incorpora como Diputado Nacional, electo para el período 1924-1928. Acompañó a Yrigoyen en su viaje a Entre Ríos, en campaña proselitista para la candidatura de Francisco Beiró, finalmente derrotado por Eduardo Laurencena (1926). Su discurso en el recinto nacional, después de las elecciones, mereció ser publicado por la minuciosidad de los sucesos relatados y las acertadas reflexiones que los acompañaban.

Un año después, representando a su bancada, expone su proyecto acerca de "La nacionalización de las minas de petróleo", su régimen legal y las atribuciones del Congreso, tema sobre el que regresa, en 1932, con "El problema del petróleo", artículo incluido en la Revista Jurídica y de Ciencias Sociales. Al agotar su mandato en la cámara baja, es elegido Senador por la Capital Federal; ocupa su banca desde el 22 de junio de 1928 hasta el 6 de septiembre de 1930, en que el general José Félix Uriburu interrumpe revolucionariamente los derechos constitucionales y, apesadumbrado pero no vencido, viaja a París, donde permanece un tiempo. En el recuerdo quedan, por entonces, las vicisitudes políticas, los entreveros legislativos, hasta los duelos caballerescos, durante la década del 20, con Leónidas Anastasi, Tomás Le Bretón y Manuel Pinto.

Pese a su prestigio de investigador, las publicaciones afines de su autoría y la valiosa estima docente, Molinari no tuvo, en ese tiempo, mayores reconocimientos en los claustros y en las asociaciones de su especialidad que, vaya paradoja, la designación de miembro de número de la Academia Nacional de Ciencias Económicas (1928). Después de todo, mucho había hurgado en documentos y otros papeles referidos al comercio colonial y a la dependencia económica. En el arcón de los recuerdos, también, quedaban aquellos años insuflados de romanticismo, las terciadas entre Alvear e Yrigoyen, la fiebre de un periódico de lucha, "Ultima Hora", que resumió el espíritu de aquellos jóvenes confiados.

La quiebra institucional del 6 de septiembre de 1930 cancela su representación parlamentaria, y luego de un breve asilo en la embajada de Japón marcha a Francia en condición de exiliado.

El aire parisino, entretanto, le renueva las apetencias intelectuales. La residencia, que no es exilio, no se extiende demasiado.

Muchos correligionarios, de paso, lo visitan. Mantiene con Marcelo de Alvear varias entrevistas en los albores del año 1931, que suscitan las más encontradas reacciones. Le alcanzan noticias variadas: el saqueo a la casa de Don Hipólito, su confinamiento en Martín García que apresurará, sin duda, su muerte, el malestar social acentuado por la reducción de sueldos del personal del Estado, el llamado a elecciones en la provincia de Buenos A i res y la anulación del comicio ante el nuevo triunfo radical, conservadores y demócratas nacionales de un lado y socialistas y demócratas progresistas del otro y, mientras se distraen en ese tire y afloje, la fórmula "cantada" otorga la victoria al general Agustín P. Justo. En abril de 1931, Molinari vuelve a Buenos Aires, pero es detenido por la Policía Federal y liberado al cabo de cinco días de reclusión.

Regresa, finalmente, a sus cátedras. El paraninfo universitario es un lugar ideal para seguir dictando historia argentina e historia económica, respectivamente. Su actividad no tiene tregua.

Enseña, investiga, analiza, redacta y publica. "La libertad y el despotismo en las provincias de la Unión, 1816-1820", en el Boletín de la Universidad Nacional de La Plata (1934) y "La batalla de un minuto y la definición de un siglo: de la Batalla de Cepeda, 1 de febrero de 1820 al Tratado de Pilar, 3 de febrero de 1820", en la revista "Humanidades", de la misma ciudad.

Multiplica su tarea pedagógica, con ritmo inusitado. Desde 1933 a 1946 fue profesor de historia argentina en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario, anexo a la Facultad de Filosofía y Letras, y en la Facultad de Ciencias Económicas, desde 1934 a 1946, dicta historia económica. En ésta, primero ocupa un cargo directivo y, luego, es designado Vicedecano (1938/1940). Se incorpora a la Sociedad de Historia Argentina (1935) y a fines de ese año diserta en la Asociación Amigos del Arte acerca de "La montonera". En dicho recinto, tiempo después, dará una conferencia sobre la personalidad y la actuación de Facundo Quiroga que, lamentablemente, se quejaba Julio Irazusta, nunca recopiló en libro alguno. En cambio, sí puede releerse el trabajo escrito para uno de los volúmenes de la "Historia de la Nación Argentina" publicado por la Junta de Historia y Numismática Americana, entidad que fue sostén primario de la actual Academia Nacional de la Historia. El texto "constituye una síntesis erudita con reflexivos análisis sobre el descubrimiento, contiene una crítica a algún error de interpretación y de fechas de Rómulo D. Carbia, como el referido a la fecha de impresión de la Imago Mundi, el Tratado astronómico y geográfico de Juan de Westphalia". En 1937 participa en el II Congreso Internacional de Historia de América con una ponencia acerca de nuestra historia diplomática. Merced a su gestión, asimismo, se publicó la obra "La vida de Miranda", de William Spence Robertson.

En 1938 Molinari da a conocer una de sus obras más transparentes: "¡Viva Ramírez!". La buena acogida de parte de los estudiosos y el respeto intelectual del escritor permiten que el libro tenga buena recepción entre los lectores. Aunque el sumario registra artículos anteriores, la visión general de ellos y la reescritura con nuevas fuentes documentales le otorga originalidad. La Comisión Nacional de Cultura, mediante un jurado integrado por Enrique Banchs, Carlos Ibarguren y Antonio Santamarina, lo galardonó con el Premio Nacional para la Región Litoral. A pesar de tratarse de una recopilación, sigue siendo "una importante contribución para el esclarecimiento de las luchas civiles en la historia del país, basada en fuentes fidedignas y de primera mano". El libro ostenta, además, una dedicatoria: A la memoria de Luis María Torres y su colaboración durante un cuarto de siglo con el Instituto de Investigaciones Históricas.

En paralelo con el cultivo del intelecto, Molinari mantiene su dinamismo en el decurso de la vida ciudadana e institucional.

Corre una versión que le atribuye el bosquejo de un plan político para una revolución orientada por el general Juan Bautista Molina, que debió estallar el 9 de julio de 1936. La proclama alentaba a la liberación nacional y la reestructuración del gobierno, de las empresas económicas más influyentes y de las organizaciones obreras y profesionales, a la búsqueda, sería la intención, de constituir un gobierno de carácter corporativo, con acentuado acento nacionalista. Descubierta la conjura y abortado el complot, Molinari, no obstante, conservó su proyecto y lo actualizó en 1940, en forma de panfleto. Un año mas tarde, según se explicaría, el mismo plan alentó la revolución de 1941, conducida nuevamente por Molina y, como la anterior, fracasada.

Al comienzo de la década del 40 su actuación partidaria se torna mas crítica, su inteligencia privilegiada no deja lugar para moderar su temperamento y concluye mudándolo en fuerte opositor a la conducción radical. Abandona, pues, a sus correligionarios y funda el Partido Radical del Gorro Frigio y su vocero escrito, el periódico "Avanzar". Desde su hoja difunde el manifiesto del 12 de diciembre de 1941, en donde critica a los Aliados, a las Internacionales marxistas y a los países del Eje, defendiendo con tenacidad la neutralidad argentina.

Molinari es un investigador cabal, no un simple hurgón de documentos ocasionalmente desempolvados. Su tarea es más noble y comprometida. Consiste en entresacar de los textos las reflexiones a la luz del tiempo transcurrido desde los acontecimientos.

Así como no pasará jamás un camello por el ojo de una aguja, tampoco pasaría -y no pasaba ni pasó- ningún párrafo o anotación marginal que no diera crédito a su orientación histórica.

Esa honestidad de estudioso, es cierto, le valió disputas y controversias, porque no dudaba en hacer prevalecer la verdad histórica sobre cualquier otra dependencia o ligazón profesional o amistosa. No de otra manera puede entenderse su elíptica vital.

Sin embargo, era justo al momento del reconocimiento ajeno: recordemos la dedicatoria a Torres y agreguemos, como muestra similar, a Ravignani, ex condiscípulo, en su trabajo "Los distritos jurisdiccionales en Centro América. 1522-1563"', publicado en 1941 en el volumen "Contribución para el estudio de la Historia de América". Fruto de esa incansable labor, en el mismo año, hace conocer otra obra de importancia en su amplia bibliohemerografía: "El Nacimiento del Nuevo Mundo. 1492-1543", comentada como "probablemente, la compilación más completa y sistematizada de los grandes descubrimientos de que fue teatro nuestra América en el lapso consignado. La obra está escrita ejemplarmente, con rigidez y métodos históricos; la bibliografía puesta a su contribución por el autor y la presentación cartográfica son de positivo mérito" (Héctor R. Ratto, académico e historiador naval). De esa época son, asimismo, sus artículos en la revista "¡Aquí está!" sobre "San Martín y Quiroga", "La mediación de San Martín" y "La agitada historia de la Perichona".

Y, posteriormente, su colaboración en "Ahora" donde, entre otros temas, aborda el de "La Argentina ante el pensamiento económico-financiero mundial", fijando la posición actual y futura con respecto de la moneda internacional, los planes de pos- guerra, la comercialización de los alimentos y otras cuestiones inherentes.

Los acontecimientos de la revolución del 4 de junio de 1943 lo conmueven pero permanece atento al devenir ulterior. No en vano en la década del 30 había abrazado la causa del "revisionismo abierto, siendo de los primeros en señalar que la caída de Rosas fue el producto de una inteligente conjura internacional que frustró las posibilidades de la Argentina como gran potencia".

1945 es un meridiano que políticamente ninguno puede obviar ni desconocer. Mucho se ha escrito acerca de ese memorable 17 de octubre en el que los "descamisados", por acción de fuerza y presencia, mas no de violencia, abandonan talleres, fábricas, oficinas y aulas para colmar la Plaza de Mayo al unísono de una demanda que, implícitamente, suponía poner escudo a otra frustración nacional. Molinari entrevio, tal vez, que  "la nueva conciencia cívica" no era una cuestión de parcialidades sino de movimiento aluvional y compacto, donde cabía la mejor parte de los sentimientos patrióticos de la ciudadanía. El hecho mereció la solidaridad, el canto y la alabanza pero no desarmó los bolsones de una buena parte de los intelectuales y los políticos decadentes. Molinari, con fina visión nacional, y a pesar de algunas vicisitudes sufridas en la cátedra por la i n comprensión de los jóvenes, adscribió al ideario del general Juan D. Perón.

Las elecciones del 24 de febrero de 1946 no lo sorprenden, pues desde hacía tiempo venía trabajando activamente en el proceso electoral previo. Para entregarse de plano a un programa nuevo, que integraba en mucho sus ideas, abandonó la docencia, de la que recogió siempre experiencia y dinamismo.

Electo senador nacional, se incorporó al Parlamento el 22 de mayo de 1946, correspondiéndole en el sorteo respectivo un período de seis años, es decir, hasta 1952. En el Senado presidió la Comisión permanente de Relaciones Exteriores y Culto.

Una de sus primeras intervenciones fue el discurso que pronunció en foro internacional acerca de la "Aprobación del Acta de Chapultepec y Carta de las Naciones", en la reunión del 19 de agosto de 1946, donde su versación fue de tal enjundia que el texto se publicó en un volumen acompañando la reproducción facsimilar de la Carta de la Naciones Unidas en varios idiomas. Una misión especial a México le permitió conocer otros países latinoamericanos, entre ellos Cuba cuando presidió la delegación argentina a la Conferencia Mundial de Comercio y Ocupación.

La prédica de Molinari en el campo internacional respondía, naturalmente, a los parámetros fijados por el peronismo, aunque él había adherido integrando la Junta Renovadora Radical.

En casi todos los foros, Estados Unidos y otras naciones adláteres política y económicamente, predicaban insistentemente, no pocas veces con notable y riesgosa energía, la formación de una organización internacional de comercio y empleo que tendiera a facilitar el flujo del tráfico internacional. El interés de Perón era asumir el liderazgo económico de posguerra en los países subdesarrollados de América Latina. Molinari fue portavoz de su proyecto de un programa más flexible con ayuda especial y económica de la Argentina. Si bien las vehementes y clarísimas palabras de Molinari cayeron, al parecer, en saco roto, tuvo él el privilegio de difundir la posición nacionalista del país ante el coloso del Norte. Desde luego que así como suscitó calurosas adhesiones, cosechó también críticas pertinaces. Como anécdota secundaria viene a cuento recordar que, por esa y otras cuestiones, retó a duelo a Ricardo Balbín.

Mientras atiende sus obligaciones diplomáticas, que comprenden una extensa visita a Pakistán, Siria, Líbano, Israel y la India, analizando la situación mundial y fortaleciendo los contactos bilaterales con otros países, no cesa de abrevar en los repositorios proveedores de excelente, a veces inédita, documentación para proseguir, aunque sea lentamente por su labor oficial, el afán de la vocación integral. Fruto de ese esfuerzo son, por ejemplo, sus trabajos acerca de "Las Malvinas han sido, son y serán argentinas", donde confirma la pertenencia soberana del archipiélago, "El monumento a Güemes", que incluye la reproducción facsimilar de la carta del general San Martín al coronel Miguel Martín de Güemes, y "Rosas y la documentación de los archivos ingleses", originada en una brillante y comentada conferencia dictada en la Facultad de Filosofía y Letras.

Molinari, desde siempre, había estudiado con interés y contracción la época de Rosas y sus concomitancias políticas y sociales.

Aseguraba, frente a los detractores de oficio, que "más habría de lucir un día en que la pasión se extinguiese, los intereses de casta y de familia desapareciesen, y la verdad se abriera camino, a través de los errores, las imposturas y las calumnias.

Ese día llegó cuando los que nacimos en hogares que nada tenían que ver con las trágicas luchas de antaño pudimos desbaratarnos de la tradición familiar, así fuese unitaria como federal; o cuando los que tuvimos que abonar a nuestra historia nos encontramos desvinculados por completo de los círculos oficiales que han predominado en la política argentina desde 1852 hasta 1912".

Con fuerte signo polémico pero sin dudar en sus conclusiones, Molinari, en 1952, le escribirá al presidente de la Junta Argentina Justo José de Urquiza: "Estoy de acuerdo en que Caseros es un acontecimiento cósmico. Lo es en la más amplia acepción de la palabra, porque a raíz de él cambió la suerte del continente americano; pero no lo es en el sentido que ustedes dicen, sino justamente al revés (...) aún no se ha escrito la historia de la última coalición que derribó a Rosas (...). Si se tiene en cuenta, como ustedes dicen, que entonces se escribió "en el cielo de la Patria la palabra libertad", debieran explicar por qué Urquiza fue el instrumento de alianza con un gobierno que mantuvo la esclavitud hasta el año 1888, y que envió sus esclavos para integrar el ejército a lo Jerjes, que se suele llamar Ejército Grande.

Esta antinomia no puede resolverse si no se examina el por qué Brasil inició, desde 1843, su decidida acción para destruir en el Río de la Plata cualquier poder que se opusiera a sus miras de engrandecimiento territorial (...). Nos explicamos, entonces, por qué una de las condiciones que el Emperador impuso a la alianza fue la firma de un tratado de extradición de esclavos que, sin repugnancia, aceptaron quienes, coligados con él, lucharon contra Rosas".

La conclusión adviene previas otras observaciones de similar cuantía, fiel a su pensamiento reflexivo: "No lo tome a mal, pero la verdadera historia argentina es amarga. El grito de Mayo aún no se ha completado. Me expresé así con respecto a una época y un hombre, porque no quiero sumarme a los que, con su silencio, adormecen la verdad y preparan el enervamiento de las nuevas generaciones, cada vez que proclamen, sinceramente, las altas voces de Libertad o Patria". Con rotundez, así los conmina: "Hay que tener mucho cuidado cuando se habla de libertad en nuestra patria, porque primero debe existir la patria para que la libertad florezca (...). Los pueblos sin historia son pueblos sin alma, y la historia argentina está todavía por hacerse".En el umbral del tercer milenio, ¿no seguimos pensando igual?

Al concluir su mandato senatorial, retoma una de sus grandes pasiones: la cátedra universitaria. Puede afirmarse, sin riesgo de equívoco, que es su habitat natural, genésico. La palabra fluida que sirve fielmente al pensamiento conciso y claro.

El intercambio de ideas y, por qué no, de pequeñas o grandes pasiones que siempre germinan en los claustros. Este "maestro de la juventud" tiene el dominio temático y es convincente como aquel de décadas pasadas; pero es algo más: el hombre civil que se ha enriquecido con la historia de su país, con los avatares de la contienda pública y el recoleto silencio íntimo. Estará allí, como un misionero de la cultura, hasta el derrocamiento de Perón, en 1955.

Algunos de sus discípulos lo han recordado con verdadera admiración y respeto ganado. Bien valen unos testimonios. Cafiero atestigua que conocer a Molinari fue una de sus más ricas experiencias humanas: "Tenía una fuerte personalidad y desplegaba una extraordinaria cultura y una gran riqueza de conocimiento.

Nos pasábamos horas oyéndolo. Saltábamos de la política nacional, de situaciones anecdóticas a fenomenales cuadros de situación (...) fue esencialmente un maestro, un personaje admirable y de una gran dignidad".

Para Scenna, Molinari "era un hombre apasionado, sin duda; pero tenía la honradez de la propia pasión. Lo recordamos muy bien, en nuestros días de estudiante secundario, con una robusta corpulencia, su cara de niño y su mechón de negros cabellos cruzándole la frente, inflamarse de entusiasmo al describir la secuencia histórica. Vivía lo que narraba, tan intensamente, que el pasado parecía renacer, vibrar, en cada uno de sus gestos, en el brillo de los ojos, en la modulación de la voz. Y recurría permanentemente al documento. El escritorio de la cátedra rebosaba de libros cuidadosamente marcados, que manoteaba ávidamente para leer el párrafo o el dato que ratificara la fluida disertación que, sin un fallo, sin un titubeo, sin una duda, hija de sólida erudición, iba desplegando ante nuestras mentes, suspendidas en vilo por el relato".

El prolongado exilio que soportó, luego de la caída de Perón, no quebró sus investigaciones. En esa etapa crucial para un hombre de bien, patriota como pocos, pudo seguir recluido en el gabinete de trabajo. Escribió la primera epístola sobre los títulos originarios que la República Argentina tiene sobre su territorio actual y, a su regreso, redactó la segunda y tuvo oportunidad de señalar cómo desde el comienzo de la gesta emancipadora se fijó en Chile y la Argentina el uti possidetis de 1810, como base de toda demarcación, mencionando el tratado propuesto por Alvarez Jonte, en 1811, como la Primera Unión del Sur entre ambas comarcas.

En sus últimos trabajos recolectó un material inestimable, desde el ángulo documental e histórico, recogido durante casi medio siglo en archivos nacionales, públicos y privados, como asimismo en el exterior, verbigracia, Brasil, Chile, España, Francia, Inglaterra, Uruguay y el Vaticano. Publica "Prolegómenos de Caseros" (1962), "Rosas y Southern: el primer encuentro" (1962 y 1963), "Descubrimientos y conquista de América: de Erik el Rojo a Hernán Cortés" (1964), obra que, para algunos bibliógrafos, cierra la serie de libros de Molinari. Sin embargo, al final de su agotador ensayo biblio-hemerográfico, Tesler agrega esta curiosidad: un folleto, sin indicar editor ni paginación, aunque datado en 1966, "Perón... antes que llegara el lechero", cuyo contenido "incluye una foto de Juan Perón dedicada a Diego Luis Molinari, una carta fechada en Madrid el 12 de septiembre de 1956 y su respuesta despachada el 9 de diciembre del mismo año".

Está en el final de una existencia pródiga en acontecimientos y rica en sabiduría. Muchas veces, acaso, se habrá preguntado, como Milton, "¿Qué es la fuerza sin una doble porción de sabiduría?", o seguido el consejo de Bacon: "un hombre sabio se procurará más oportunidades de las que se le presenten". Buscadas o no, esas opciones las tuvo a lo largo de su trayectoria. En la cátedra o en la militancia, siempre fue un hombre público, a pesar de la actitud recoleta que acompaña habitualmente la imagen del investigador y el estudioso.

Su activa producción intelectual dejaba aportes importantes para la historia argentina. La prédica nacional que alentó sembraba surcos y suponía excelentes cosechas. La Academia Nacional de Ciencias Económicas, la Sociedad de Historia y Geografía de Chile, la Sociedad de Americanistas, con sede en París, al igual que otras instituciones del país y del exterior, lo contaban entre sus miembros. Guardaba libros, cuartillas manuscritas y condecoraciones con inocultable fruición. Estaba acompañado por su esposa, Inés López Puelma, y Arturo, su hijo. Había entregado en exceso su caudal político sin esperar o, al menos reclamar, nunca nada.

Murió en Buenos Aires, el 4 de marzo de 1966. Una crónica en esos días resaltaba que "globalmente, la República vive horas serias, de esas que les tocan a todos los países, sean pequeños o grandes. Las estructuras están buscando su corrección; los dirigentes, el rumbo que corresponda. Estos cambios pueden derivar en climas críticos...". Todo será igual o distinto, pero esta vez sin Molinari, quien reposa en genio y figura, definitivamente.

A pocos días de su muerte, el 10 de marzo de 1966, en las páginas del diario "Clarín", Félix Luna afirmaría: "Sus estudios sobre la historia argentina han de perdurar. Porque en este terreno Diego Luis Molinari supo armonizar la desbordante pasión de su personalidad con el rigor científico que impuso a sus investigaciones.

Y de esa armonía -no común en otros aspectos de su vida pública- ha quedado una expresión bella, vigorosa y vibrante, tal como debe ser la visión de un pasado como el que presenta la Argentina".

Varios oradores resaltan sus virtudes, cautivas del talento, la acción y la firmeza, durante el sepelio. El peristilo de la necrópolis se transforma en una cátedra abierta de reconocimiento.

Hablan, entre otros, Oscar Alende y Antonio Cafiero. En su obituario, "La Nación" compendia: "Su vida transcurrió entre la búsqueda afanosa y crítica del dato, la apelación a las fuentes y la publicación de sus conclusiones por una parte, y la vehemente militancia en el campo político, por la otra". Es una síntesis que abre la puerta al reconocimiento de estos días que vivimos; acaso porque, como ansiaba Aulo Gelio, "La verdad es hija del tiempo". En 1995 presentamos en la H. Cámara de Diputados un proyecto propiciando designar con el nombre de Diego Luis Molinari a la estación del subterráneo de la línea D que actualmente ostenta el de Scalabrini Ortiz. "En el marco del reencuentro con las instituciones democráticas -expresa entre otros fundamentos- parece propicio rescatar aquellos valores que, por su vida y su obra, se han incorporado al ideario nacional. Tal es el caso del político, historiador e investigador argentino Diego Luis Molinari. En su personalidad múltiple, supo unir al hombre de ideas con el batallador por la causa popular, y su definición política se enmarcó -como síntesis y ejemplo- en los dos grandes movimientos de masas del siglo XX en la Argentina: el yrigoyenismo y el peronismo. Molinari fue un verdadero sabio, y su ejemplo debe ser conocido por las nuevas generaciones. Su vida fue multifacética, combativa, en él convivieron el talento, la inteligencia, la comprensión de los grandes fenómenos sociales de la Argentina y de la América Latina (...). Esta consecuente postura nacional fue también una definición en el campo de la cultura frente a una 'inteligencia' dependiente, tanto de las fuentes como de los factores de poder y de los réditos agropecuarios.

Definición nacional y popular que Molinari supo traducir en libros cuyo valor no era, por supuesto, escaso (...). La vida y la obra de Diego Luis Molinari es un ejemplo vital parta todos los argentinos. Pues así como el nombre de Canning -la denominación que se proponía reemplazar- nos recuerda invariablemente al dictado de nuestro destino histórico desde la metrópoli imperial -la misma que usurpa nuestros derechos soberanos el nombre de Diego Luis Molinari representa la reparación histórica que nuestro pueblo histórico exige desde siempre".

Razones que no vienen al caso frustraron ese proyecto, aunque en la revaloración y el homenaje su lugar en la nomenclatura haya sido otorgado a un verdadero artífice, también, de la causa nacional, el autor de "El hombre que está solo y espera", frase acorde, tal vez, con la insatisfecha búsqueda del ser argentino.

En julio de 1998, sin embargo, el Archivo General de la Nación dispuso designar con el nombre de "Dr. Diego Luis Molinari " a su sala auditorio. Consideró, entre otros fundamentos, que Molinari "auna cabalmente en su trayectoria y pensamiento a las dos grandes corrientes populares de la política argentina.

Combativo y combatido, su nombre permanece en la penumbra de nuestra historia; pero ni el devenir político ni el proceso de indagación podrán eludir el recuerdo de un argentino notable".

¿Queda espacio, aún, para transcribir palabras de Molinari que constituyen una lección y un legado? Veamos: "He procurado ceñirme [siempre] al rigor metódico de la historia documentada y crítica y no al desborde apasionado de una imaginación ardiente, cuando no al de la más supina ignorancia".

Es todo.











Fuente: Diego Luis Molinari: “Parlamentario e Historiador” Prólogo de Miguel Unamuno Tomo 15, Colección Vidas, Ideas y Obras de los Legisladores Argentinos, Círculo de Legisladores de la Nación Argentina, 1998.

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