Tocqueville, se sabe, advirtió que "la historia es una
galería de cuadros en la que hay pocos originales y muchas copias". Un
siglo después Nehru reparó en que "no se puede cambiar el curso de la
historia en base de cambiar los retratos colgados en la pared". Puede
ocurrir también que en esa exposición iconográfica "no están todos los que
son ni son todos los que están". Es la política una ciencia, se afirma,
que participa de la historia pero, asimismo, no pocas veces tiene la debilidad
de convertirse en un campo de Agramante. El hombre en sí mismo es historia y es
político, está en su propia naturaleza civilizada, en su donación a ultranza.
Pero el hombre transcurre, es un proceso, y su historia quedará a buen
resguardo más allá de los avatares y fragores naturales de su actualidad. Lo
que sigue, dato más o dato menos, es la historia, la aventura histórica, para
mejor decirlo, de un hombre público que fue testigo o protagonista de una época
tornadiza del hacer y el quehacer de los argentinos en el siglo XX.
Diego Luis Molinari nació en Buenos Aires, el 30 de
septiembre de 1889. Anotado como Diego Molinari, pero reconocido como Diego
Luis, en fecha 21 de octubre de 1936 se ordena la rectificación del acta de
nacimiento, quedando así salvado el error. De un hogar humilde, sus padres,
Miguel Molinari y Paula Marini, tal vez predicaron en el vastago la tenacidad,
la firmeza y la probidad que les fueran, luego, características. Don Miguel
arrendaba una ferretería que, a la vez, agregaba algunos ramos generales.
El negocio adosaba un corralón vecino donde, entre otros,
guardaba su carro un vasco amigo que, al poco tiempo, se convertiría en el
padre del recordado dirigente radical Crisólogo Larralde, de cuyo padrinazgo de
bautismo dieron fe los Molinari.
El comercio de Don Miguel vendía en su aquelarre, entre
otros productos, el clásico carbón de la época, con el que habitualmente se
alimentaban braseros y cocinas porteñas. Viene a cuento la circunstancia porque
nos permite recordar, una vez más, una anécdota. Ya Diego Luis era Senador y en
rispida sesión al fragor de las tantísimas polémicas que se suceden en el
Parlamento, uno de sus pares, Federico Cantoni, a modo de ofensa o simple
causticidad oratoria, le endilgó el mote de "carbonero".
Reaccionó Molinari sin avergonzarse de su origen, asumió su
condición de "hijo de un carbonero" e hizo " un exaltado elogio
de su padre al que definió como un hombre culto, tras lo cual se puso a llorar
de emoción en pleno recinto".
Cursa estudios primarios y secundarios, y ya bachiller
ingresa en la Facultad de Derecho, en la antigua casona, existente aún, de la
calle Moreno N° 350 (donde funciona hoy el Museo Etnográfico de la Facultad de
Filosofía y Letras), en una época signada por el devenir de acontecimientos que
debieron ir forjando y formando el espíritu ciudadano de Molinari.
En una relación de acontecimientos históricos fugaz pero
significativa, anotemos algunos sucesos ocurridos en el país, desde la infancia
de Diego Luis hasta los años inmediatos que precedieron a su graduación en
leyes. Venido al mundo en la etapa de la Presidencia de Miguel Juárez Celman,
mientras en ese año el Congreso Socialista de París funda la Segunda
Internacional y fija el Primero de Mayo como Día Universal del Trabajo, en la
Argentina, entre otros datos periodísticos, disminuye la cantidad de
inquilinatos, se proyectan las diagonales Norte y Sud, el comercio exterior
presenta cifras desfavorables; pero la gente parece ajena al momento dramático
del país y, como escribe un cronista, "se juega mucho y en cualquier
parte. La vida de los porteños es, de día y de noche, en la plaza, en la bolsa
o en el salón, una inacabable partida azarosa. Se juega con desenfreno en
Palermo, en Belgrano, en el Círculo de Armas, en el Progreso, en el Jockey
Club, en los garitos elegantes o populares. Es la República Argentina toda una
vasta mesa de juego".
Sería ociosa, insistimos, una narración minuciosa de los
hechos civiles y políticos que se suceden paralelamente a sus obligaciones estudiantiles.
Referimos, por ejemplo, a esa década donde el país va adquiriendo una fisonomía
propia. La revolución del 90, la división de los unionistas en sendas ramas: la
Unión Cívica Nacional y la Unión Cívica Radical, el asalto a los comités
parroquiales al grito de "¡Abajo la chusma!", las represiones a las
protestas populares, el fervor de los payadores de turno, el suicidio de
Leandro Alem, el acuerdo antirroquista de mitristas y radicales, el triunfo
electoral de Roca.
El futuro abogado, lejos de abocarse plenamente al estudio, comienza
a delinear su personalidad cívica. En 1907, en el último curso del Colegio
Nacional, había publicado su primera colaboración en una revista de ensayos
estudiantiles. No extraña, entonces, que al año siguiente lo haga en la del
Centro de Estudiantes y en los Anales de la Facultad. A los veinte años de
edad, dicta su primera conferencia en la cátedra cuyo profesor titular era
Marco M. Avellaneda. Se consideran, entre otros trabajos breves, la crónica
sobre el VIII Congreso de Estudiantes de Ithaca (Nueva York) y las
consideraciones sobre la política inglesa en la emancipación colonial
hispanoamericana y sus concomitancias en la política norteamericana.
"La formación de Molinari, entre los primeros años del
siglo XX y la primera guerra mundial -escribe José Luis Peco-, estará signada
por la riqueza del mundo intelectual argentino de esa época. En la filosofía
con la crítica y superación del positivismo con Coriolano Alberini y Alberto
Rouges, en el derecho con Mario Sáenz y Jesús H. Paz, en las letras con
Leopoldo Lugones, Ricardo Rojas y Manuel Gálvez, en los estudios históricos con
Ernesto Quesada y Paul Groussac y en los estudios críticos literarios con
Arturo Capdevila y Roberto Giusti. A éstos debe sumarse la gravitación de
prestigiosas personalidades extranjeras que nos visitaron en esos años: José
Ortega y Gasset y Eugenio D'Ors, entre otros".
Su primera contribución más importante a la investigación y el
análisis histórico será "La representación de los hacendados de Mariano Moreno;
su ninguna influencia en la vida económica del país y en los sucesos de Mayo de
1810". El carácter dilucidatorio y, de resultas de él, polémico, arranca
desde el mismo rótulo casi temerario del libro. La juventud de Molinari no
traba la percepción de sus conclusiones; por el contrario, éstas llaman la
atención y sorprenden.
No había fama aún de la áspera controversia tenida con
Estanislao S. Zeballos, uno de sus profesores, quien postergó su graduación,
que ocurriría mas tarde. Apoyado en una copiosa bibliografía, Molinari fue
desmenuzando cada uno y todos los pasos del famoso trabajo de Moreno. La
política comercial y el derecho público de la época, las condiciones para
ejercer el comercio, el comercio con los neutrales y con las colonias
extranjeras, el contrabando, el Reglamento de Franco Comercio y la Primera
Junta Legislativa en el Río de la Plata, las consecuencias del decreto y el
régimen aprobados, en suma, una ristra de aspectos expectables que poco o nada
habían advertido, o querido advertir, otros historiadores, incluyendo la tesis
sobre la duda acerca de la autoría del documento.
Su contacto personal con Lugones, Rojas y Gálvez, ya citado,
y con Manuel Ugarte, a quien dedicó su trabajo acerca de la política británica,
mencionado antes, debió ingresarlo resueltamente en los ideales nacionalistas.
En particular por su relación con Ugarte, con quien mantuvo una rica y
prolongada amistad a partir de ese gesto espontáneo de la dedicatoria en una
actitud de reconocimiento hacia este latinoamericanista y la correspondencia entre
ambos. No le faltaron, empero, otras escaramuzas intelectuales, verbigracia,
con sus artículos sobre Frasso y León Pinello a propósito del derecho indiano,
y su crítica censora a la técnica de catalogación de Roberto Levillier.
1916 al parecer se trata de una fecha clave para el
desarrollo intelectual y político de Molinari. Participa del Congreso de Ciencias
Sociales, reunido en Tucumán, en el centenario de nuestra independencia
nacional, donde critica duramente las publicaciones de documentos efectuadas
por Paul Groussac en los Anales de la Biblioteca. Groussac dirigió el mayor
repositorio bibliográfico del país durante casi medio siglo y se lo recuerda, asimismo,
por su espíritu polémico e iconoclasta.5 Seguidamente rectificó al polígrafo
franco-argentino en su biografía "Mendoza y Garay. Las dos fundaciones de
Buenos Aires".
Es el momento en que la investigación histórica sesga progresivamente.
Juan Agustín García, Director de los Anales de la Facultad de Derecho, escritor
de pluma sólida y pensamiento emparentado con la grandeza del país y el
pundonor criollo, reúne a los jóvenes historiadores y los denomina con el
nombre de "Nueva Escuela Histórica". Allí están Rómulo D. Carbia,
Carlos Correa Luna, Ricardo Levene, Emilio Ravignani, Enrique Ruiz Guiñazú,
Luis María Torres y Molinari.6 Dentro de su exhibida heterogeneidad, la
"Escuela" cumplió un rol trascendente en la historiografía argentina,
siendo la base de la creación posterior del Instituto de Investigaciones
Históricas. La visión polémica convivía con el espíritu de estudio e
investigación.
"La Nueva Escuela Histórica - volvemos a Peco-
sistematizó sus aportes a los estudios históricos argentinos. Entre otros cabe destacar
(...) los siguientes: cimentó la crítica histórica sobre bases firmes, produjo
a través de la enseñanza de la historia la divulgación del método de la
escuela alemana a través de las técnicas instrumentales de Renke y la escuela
francesa de Síntesis; asimismo fomentó la creación de archivos organizados,
ediciones de fuentes y difusión de repertorios bibliográficos que produjeron un
avance en la cultura argentina".
La actividad literaria de Molinari, lejos de decaer, se
incrementa.
Nuevas indagaciones, algunas retomadas, y publicaciones alientan
su tarea. Colabora en varias revistas específicas (u otras, como
"Nosotros"). Una extensa introducción para un tomo de colección de
documentos, le permite desarrollar, tal vez, uno de los estudios más completos
acerca de la trata de negros en el Río de la Plata. Y un ensayo de
reconstrucción bibliográfica sobre El "Gobierno de Perú, siglo XVI" aumenta
su prestigio.
Ni juventud ni obligaciones le impiden seguir de cerca la
actividad política. Enrolado en el radicalismo yrigoyenista, el caudillo lo
designa su secretario privado. Don Hipólito accede, por primera vez, a la más
alta magistratura del país, llevando tranquilidad a la agitación social previa.
"La parquedad de Yrigoyen - dice un cronista- hace que muy pronto sus
rictus se transformen en un lenguaje iniciático, de escasa comunicación".La primera noticia que recibe es la muerte del payador Gabino Ezeiza; la que se
le oculta, el atentado de Juan Mandrini, quien será finalmente indultado.
Yrigoyen convoca a Molinari a asumir la Secretaría de
Relaciones Exteriores y Culto (funciones que abarcan el período 1916-1922),
aunque según muchos testimonios debió ejercer en la práctica las actividades de
un ministro. No obstante, no cejaba en su tarea de investigador nato. En 1917
proyecta escribir y editar un "Manual de Historia de la civilización
argentina", pero solamente se imprime el primer tomo. El plan de la obra,
en su aspecto comercial, estaba proyectado en cuatro tomos, cada uno de ellos
bajo la responsabilidad de un historiador.
De la idea participaron, además de Molinari, Carbia, Torres y
Ravignani. El objetivo histórico consistía en descentralizar el método porteño
y rescatar las regiones, cuya valoración estaba en mora.
El científico y el funcionario debieron alcanzar acuerdos i
n ternos.
Su pasión por la historia no le soslayó que él también estaba
escribiéndola desde la dignidad pública.
La Reforma Universitaria de 1918, documentada en las
Memorias del Ministerio, y sus misiones extraordinarias y plenipotenciarias a
países vecinos ocuparon gran parte de su tiempo.
Le cupo, en suerte, afrontar y sostener la neutralidad
argentina durante el conflicto mundial, ante la Liga de las Naciones.
Surge aquí, cronológicamente, su acerba polémica con Ricardo
Levene. Le reprocha haber escrito un manual para la enseñanza y "ahora
dedicar su vida a desdecirlo". Las puntualizaciones de Molinari son
variopintas. Lo acusa, con otros, de ser "hijos del normalismo [que]
respetaron, cual inconcusa verdad, la plaga de errores, circulantes en las
escuelas y los perpetuaron a través de su enseñanza". El extenso artículo,
ya ubicándolo a Molinari en el campo de la veracidad histórica y, por lo tanto,
del revisionismo, no deja resquicio para la defensa de Levene, tan puntuales y
prolijos son sus datos y observaciones.
Lo acusa, por ejemplo, de ausencia total de sentido cronológico,
de subordinar las regiones de América al régimen de la flota y de los galeones,
de la unilateralidad del juicio, en fin, y remata imputándole la incomprensión
de la materia que estudia y el desconocimiento del verdadero sentido de las
palabras que emplea. "El señor Levene carece de formalidad en la elección
de sus temas y ejecución de su plan; su información es defectuosísima, no
preocupándose por mejorarla y su inteligencia de los textos no obedece a un
criterio fijo, ni científico", acota; y remata: "Además de descartar
su obra como aporte al acervo cultural de nuestra época, la señalan por su
improbidad como un grave peligro para la inteligencia de las jóvenes
generaciones".
Con Juan Antonio Farini, Juan Roldan y Rómulo Zabala Funes funda,
en 1919, las ediciones Bibliófilos Argentinos e inmediatamente reimprime
"Epítome de la biblioteca oriental y occidental náutica y
geográfica", cuyo único ejemplar existía en el Museo Mitre, con
anotaciones marginales del general Mitre. Molinari dedicó la reedición al
historiógrafo chileno José Toribio Medina, antepuesta a un estudio sobre la
vida y la obra de Antonio de León Pinello. El facsímil se revaloriza por su
escasa tirada, apenas trescientos ejemplares numerados: uno fue dedicado al Rey
de España, Alfonso XIII, y otro a Yrigoyen. En reciprocidad, creemos, Molinari
dona al Museo, dos años más tarde, un ejemplar del "Manual de conversación
de las lenguas castellano-mejicanas", de Pedro de Arenas, datado en México
en 1611.
Regresa a la cátedra, esta vez en el Instituto Nacional del
Profesorado.
Allí, mientras forma a sus discípulos, pergeña su obra "Antecedentes
de la Revolución de Mayo", que compone en tres tomos.
El primero se publica en 1922 y los que faltan,
respectivamente en 1923 y 1926. Vuelve a interesarse en la obra y el
pensamiento de Antonio de León Pinello y reedita, con prólogo de su autoridad,
el "Tratado de Confirmaciones Reales". A pesar de que la tarea
política no le era ajena, como siempre, siguió colaborando en el Boletín del
Instituto de Investigaciones Históricas, especialmente en el tratamiento de los
temas colombinos, lo que, naturalmente, no le eximió de controversias.
Designado Presidente del Departamento Nacional del Trabajo, en
1922, adquiere tamaña experiencia en asuntos laborales que redacta un Proyecto
de Código de Trabajo que mejore las relaciones entre patrones y obreros.
Integrado a la corriente personalista de la Unión Cívica Radical, su pericia
legislativa lo exalta en 1924. Ese año, el 28 de mayo, se incorpora como
Diputado Nacional, electo para el período 1924-1928. Acompañó a Yrigoyen en su
viaje a Entre Ríos, en campaña proselitista para la candidatura de Francisco
Beiró, finalmente derrotado por Eduardo Laurencena (1926). Su discurso en el
recinto nacional, después de las elecciones, mereció ser publicado por la
minuciosidad de los sucesos relatados y las acertadas reflexiones que los
acompañaban.
Un año después, representando a su bancada, expone su
proyecto acerca de "La nacionalización de las minas de petróleo", su
régimen legal y las atribuciones del Congreso, tema sobre el que regresa, en
1932, con "El problema del petróleo", artículo incluido en la Revista
Jurídica y de Ciencias Sociales. Al agotar su mandato en la cámara baja, es
elegido Senador por la Capital Federal; ocupa su banca desde el 22 de junio de
1928 hasta el 6 de septiembre de 1930, en que el general José Félix Uriburu
interrumpe revolucionariamente los derechos constitucionales y, apesadumbrado
pero no vencido, viaja a París, donde permanece un tiempo. En el recuerdo
quedan, por entonces, las vicisitudes políticas, los entreveros legislativos,
hasta los duelos caballerescos, durante la década del 20, con Leónidas
Anastasi, Tomás Le Bretón y Manuel Pinto.
Pese a su prestigio de investigador, las publicaciones
afines de su autoría y la valiosa estima docente, Molinari no tuvo, en ese
tiempo, mayores reconocimientos en los claustros y en las asociaciones de su
especialidad que, vaya paradoja, la designación de miembro de número de la
Academia Nacional de Ciencias Económicas (1928). Después de todo, mucho había
hurgado en documentos y otros papeles referidos al comercio colonial y a la
dependencia económica. En el arcón de los recuerdos, también, quedaban aquellos
años insuflados de romanticismo, las terciadas entre Alvear e Yrigoyen, la
fiebre de un periódico de lucha, "Ultima Hora", que resumió el
espíritu de aquellos jóvenes confiados.
La quiebra institucional del 6 de septiembre de 1930 cancela
su representación parlamentaria, y luego de un breve asilo en la embajada de
Japón marcha a Francia en condición de exiliado.
El aire parisino, entretanto, le renueva las apetencias
intelectuales. La residencia, que no es exilio, no se extiende demasiado.
Muchos correligionarios, de paso, lo visitan. Mantiene con Marcelo
de Alvear varias entrevistas en los albores del año 1931, que suscitan las más
encontradas reacciones. Le alcanzan noticias variadas: el saqueo a la casa de
Don Hipólito, su confinamiento en Martín García que apresurará, sin duda, su
muerte, el malestar social acentuado por la reducción de sueldos del personal del
Estado, el llamado a elecciones en la provincia de Buenos A i res y la
anulación del comicio ante el nuevo triunfo radical, conservadores y demócratas
nacionales de un lado y socialistas y demócratas progresistas del otro y,
mientras se distraen en ese tire y afloje, la fórmula "cantada"
otorga la victoria al general Agustín P. Justo. En abril de 1931, Molinari
vuelve a Buenos Aires, pero es detenido por la Policía Federal y liberado al
cabo de cinco días de reclusión.
Regresa, finalmente, a sus cátedras. El paraninfo
universitario es un lugar ideal para seguir dictando historia argentina e historia
económica, respectivamente. Su actividad no tiene tregua.
Enseña, investiga, analiza, redacta y publica. "La
libertad y el despotismo en las provincias de la Unión, 1816-1820", en el Boletín
de la Universidad Nacional de La Plata (1934) y "La batalla de un minuto y
la definición de un siglo: de la Batalla de Cepeda, 1 de febrero de 1820 al Tratado de Pilar, 3 de
febrero de 1820", en la revista "Humanidades", de la misma
ciudad.
Multiplica su tarea pedagógica, con ritmo inusitado. Desde 1933 a 1946 fue profesor de
historia argentina en el Instituto Nacional del Profesorado Secundario, anexo a
la Facultad de Filosofía y Letras, y en la Facultad de Ciencias Económicas,
desde 1934 a
1946, dicta historia económica. En ésta, primero ocupa un cargo directivo y,
luego, es designado Vicedecano (1938/1940). Se incorpora a la Sociedad de
Historia Argentina (1935) y a fines de ese año diserta en la Asociación Amigos
del Arte acerca de "La montonera". En dicho recinto, tiempo después,
dará una conferencia sobre la personalidad y la actuación de Facundo Quiroga que,
lamentablemente, se quejaba Julio Irazusta, nunca recopiló en libro alguno. En
cambio, sí puede releerse el trabajo escrito para uno de los volúmenes de la
"Historia de la Nación Argentina" publicado por la Junta de Historia
y Numismática Americana, entidad que fue sostén primario de la actual Academia
Nacional de la Historia. El texto "constituye una síntesis erudita con
reflexivos análisis sobre el descubrimiento, contiene una crítica a algún error
de interpretación y de fechas de Rómulo D. Carbia, como el referido a la fecha
de impresión de la Imago Mundi, el Tratado astronómico y geográfico de Juan de
Westphalia". En 1937 participa en el II Congreso Internacional de Historia
de América con una ponencia acerca de nuestra historia diplomática. Merced a su
gestión, asimismo, se publicó la obra "La vida de Miranda", de
William Spence Robertson.
En 1938 Molinari da a conocer una de sus obras más
transparentes: "¡Viva Ramírez!". La buena acogida de parte de los
estudiosos y el respeto intelectual del escritor permiten que el libro tenga
buena recepción entre los lectores. Aunque el sumario registra artículos
anteriores, la visión general de ellos y la reescritura con nuevas fuentes
documentales le otorga originalidad. La Comisión Nacional de Cultura, mediante
un jurado integrado por Enrique Banchs, Carlos Ibarguren y Antonio Santamarina,
lo galardonó con el Premio Nacional para la Región Litoral. A pesar de tratarse
de una recopilación, sigue siendo "una importante contribución para el
esclarecimiento de las luchas civiles en la historia del país, basada en
fuentes fidedignas y de primera mano". El libro ostenta, además, una
dedicatoria: A la memoria de Luis María Torres y su colaboración durante un
cuarto de siglo con el Instituto de Investigaciones Históricas.
En paralelo con el cultivo del intelecto, Molinari mantiene
su dinamismo en el decurso de la vida ciudadana e institucional.
Corre una versión que le atribuye el bosquejo de un plan
político para una revolución orientada por el general Juan Bautista Molina, que
debió estallar el 9 de julio de 1936. La proclama alentaba a la liberación
nacional y la reestructuración del gobierno, de las empresas económicas más
influyentes y de las organizaciones obreras y profesionales, a la búsqueda,
sería la intención, de constituir un gobierno de carácter corporativo, con acentuado
acento nacionalista. Descubierta la conjura y abortado el complot, Molinari, no
obstante, conservó su proyecto y lo actualizó en 1940, en forma de panfleto. Un
año mas tarde, según se explicaría, el mismo plan alentó la revolución de 1941,
conducida nuevamente por Molina y, como la anterior, fracasada.
Al comienzo de la década del 40 su actuación partidaria se
torna mas crítica, su inteligencia privilegiada no deja lugar para moderar su
temperamento y concluye mudándolo en fuerte opositor a la conducción radical.
Abandona, pues, a sus correligionarios y funda el Partido Radical del Gorro
Frigio y su vocero escrito, el periódico "Avanzar". Desde su hoja
difunde el manifiesto del 12 de diciembre de 1941, en donde critica a los
Aliados, a las Internacionales marxistas y a los países del Eje, defendiendo con
tenacidad la neutralidad argentina.
Molinari es un investigador cabal, no un simple hurgón de documentos
ocasionalmente desempolvados. Su tarea es más noble y comprometida. Consiste en
entresacar de los textos las reflexiones a la luz del tiempo transcurrido desde
los acontecimientos.
Así como no pasará jamás un camello por el ojo de una aguja,
tampoco pasaría -y no pasaba ni pasó- ningún párrafo o anotación marginal que
no diera crédito a su orientación histórica.
Esa honestidad de estudioso, es cierto, le valió disputas y controversias,
porque no dudaba en hacer prevalecer la verdad histórica sobre cualquier otra
dependencia o ligazón profesional o amistosa. No de otra manera puede entenderse
su elíptica vital.
Sin embargo, era justo al momento del reconocimiento ajeno: recordemos
la dedicatoria a Torres y agreguemos, como muestra similar, a Ravignani, ex
condiscípulo, en su trabajo "Los distritos jurisdiccionales en Centro
América. 1522-1563"', publicado en 1941 en el volumen "Contribución
para el estudio de la Historia de América". Fruto de esa incansable labor,
en el mismo año, hace conocer otra obra de importancia en su amplia
bibliohemerografía: "El Nacimiento del Nuevo Mundo. 1492-1543",
comentada como "probablemente, la compilación más completa y sistematizada
de los grandes descubrimientos de que fue teatro nuestra América en el lapso
consignado. La obra está escrita ejemplarmente, con rigidez y métodos
históricos; la bibliografía puesta a su contribución por el autor y la
presentación cartográfica son de positivo mérito" (Héctor R. Ratto,
académico e historiador naval). De esa época son, asimismo, sus artículos en la
revista "¡Aquí está!" sobre "San Martín y Quiroga",
"La mediación de San Martín" y "La agitada historia de la
Perichona".
Y, posteriormente, su colaboración en "Ahora"
donde, entre otros temas, aborda el de "La Argentina ante el pensamiento económico-financiero
mundial", fijando la posición actual y futura con respecto de la moneda
internacional, los planes de pos- guerra, la comercialización de los alimentos
y otras cuestiones inherentes.
Los acontecimientos de la revolución del 4 de junio de 1943
lo conmueven pero permanece atento al devenir ulterior. No en vano en la década
del 30 había abrazado la causa del "revisionismo abierto, siendo de los
primeros en señalar que la caída de Rosas fue el producto de una inteligente
conjura internacional que frustró las posibilidades de la Argentina como gran
potencia".
1945 es un meridiano que políticamente ninguno puede obviar ni
desconocer. Mucho se ha escrito acerca de ese memorable 17 de octubre en el que
los "descamisados", por acción de fuerza y presencia, mas no de
violencia, abandonan talleres, fábricas, oficinas y aulas para colmar la Plaza
de Mayo al unísono de una demanda que, implícitamente, suponía poner escudo a
otra frustración nacional. Molinari entrevio, tal vez, que "la nueva conciencia cívica" no era
una cuestión de parcialidades sino de movimiento aluvional y compacto, donde
cabía la mejor parte de los sentimientos patrióticos de la ciudadanía. El hecho
mereció la solidaridad, el canto y la alabanza pero no desarmó los bolsones de
una buena parte de los intelectuales y los políticos decadentes. Molinari, con
fina visión nacional, y a pesar de algunas vicisitudes sufridas en la cátedra
por la i n comprensión de los jóvenes, adscribió al ideario del general Juan D.
Perón.
Las elecciones del 24 de febrero de 1946 no lo sorprenden, pues
desde hacía tiempo venía trabajando activamente en el proceso electoral previo.
Para entregarse de plano a un programa nuevo, que integraba en mucho sus ideas,
abandonó la docencia, de la que recogió siempre experiencia y dinamismo.
Electo senador nacional, se incorporó al Parlamento el 22 de
mayo de 1946, correspondiéndole en el sorteo respectivo un período de seis
años, es decir, hasta 1952. En el Senado presidió la Comisión permanente de
Relaciones Exteriores y Culto.
Una de sus primeras intervenciones fue el discurso que
pronunció en foro internacional acerca de la "Aprobación del Acta de
Chapultepec y Carta de las Naciones", en la reunión del 19 de agosto de
1946, donde su versación fue de tal enjundia que el texto se publicó en un
volumen acompañando la reproducción facsimilar de la Carta de la Naciones
Unidas en varios idiomas. Una misión especial a México le permitió conocer otros
países latinoamericanos, entre ellos Cuba cuando presidió la delegación
argentina a la Conferencia Mundial de Comercio y Ocupación.
La prédica de Molinari en el campo internacional respondía, naturalmente,
a los parámetros fijados por el peronismo, aunque él había adherido integrando
la Junta Renovadora Radical.
En casi todos los foros, Estados Unidos y otras naciones
adláteres política y económicamente, predicaban insistentemente, no pocas veces
con notable y riesgosa energía, la formación de una organización internacional
de comercio y empleo que tendiera a facilitar el flujo del tráfico
internacional. El interés de Perón era asumir el liderazgo económico de
posguerra en los países subdesarrollados de América Latina. Molinari fue
portavoz de su proyecto de un programa más flexible con ayuda especial y
económica de la Argentina. Si bien las vehementes y clarísimas palabras de
Molinari cayeron, al parecer, en saco roto, tuvo él el privilegio de difundir
la posición nacionalista del país ante el coloso del Norte. Desde luego que así
como suscitó calurosas adhesiones, cosechó también críticas pertinaces. Como
anécdota secundaria viene a cuento recordar que, por esa y otras cuestiones, retó
a duelo a Ricardo Balbín.
Mientras atiende sus obligaciones diplomáticas, que comprenden
una extensa visita a Pakistán, Siria, Líbano, Israel y la India, analizando la
situación mundial y fortaleciendo los contactos bilaterales con otros países,
no cesa de abrevar en los repositorios proveedores de excelente, a veces
inédita, documentación para proseguir, aunque sea lentamente por su labor
oficial, el afán de la vocación integral. Fruto de ese esfuerzo son, por
ejemplo, sus trabajos acerca de "Las Malvinas han sido, son y serán
argentinas", donde confirma la pertenencia soberana del archipiélago,
"El monumento a Güemes", que incluye la reproducción facsimilar de la
carta del general San Martín al coronel Miguel Martín de Güemes, y "Rosas
y la documentación de los archivos ingleses", originada en una brillante y
comentada conferencia dictada en la Facultad de Filosofía y Letras.
Molinari, desde siempre, había estudiado con interés y
contracción la época de Rosas y sus concomitancias políticas y sociales.
Aseguraba, frente a los detractores de oficio, que "más
habría de lucir un día en que la pasión se extinguiese, los intereses de casta
y de familia desapareciesen, y la verdad se abriera camino, a través de los
errores, las imposturas y las calumnias.
Ese día llegó cuando los que nacimos en hogares que nada tenían
que ver con las trágicas luchas de antaño pudimos desbaratarnos de la tradición
familiar, así fuese unitaria como federal; o cuando los que tuvimos que abonar
a nuestra historia nos encontramos desvinculados por completo de los círculos
oficiales que han predominado en la política argentina desde 1852 hasta
1912".
Con fuerte signo polémico pero sin dudar en sus
conclusiones, Molinari, en 1952, le escribirá al presidente de la Junta
Argentina Justo José de Urquiza: "Estoy de acuerdo en que Caseros es un
acontecimiento cósmico. Lo es en la más amplia acepción de la palabra, porque a
raíz de él cambió la suerte del continente americano; pero no lo es en el
sentido que ustedes dicen, sino justamente al revés (...) aún no se ha escrito
la historia de la última coalición que derribó a Rosas (...). Si se tiene en
cuenta, como ustedes dicen, que entonces se escribió "en el cielo de la Patria
la palabra libertad", debieran explicar por qué Urquiza fue el instrumento
de alianza con un gobierno que mantuvo la esclavitud hasta el año 1888, y que
envió sus esclavos para integrar el ejército a lo Jerjes, que se suele llamar
Ejército Grande.
Esta antinomia no puede resolverse si no se examina el por
qué Brasil inició, desde 1843, su decidida acción para destruir en el Río de la
Plata cualquier poder que se opusiera a sus miras de engrandecimiento
territorial (...). Nos explicamos, entonces, por qué una de las condiciones que
el Emperador impuso a la alianza fue la firma de un tratado de extradición de
esclavos que, sin repugnancia, aceptaron quienes, coligados con él, lucharon
contra Rosas".
La conclusión adviene previas otras observaciones de similar
cuantía, fiel a su pensamiento reflexivo: "No lo tome a mal, pero la
verdadera historia argentina es amarga. El grito de Mayo aún no se ha completado.
Me expresé así con respecto a una época y un hombre, porque no quiero sumarme a
los que, con su silencio, adormecen la verdad y preparan el enervamiento de las
nuevas generaciones, cada vez que proclamen, sinceramente, las altas voces de
Libertad o Patria". Con rotundez, así los conmina: "Hay que tener
mucho cuidado cuando se habla de libertad en nuestra patria, porque primero
debe existir la patria para que la libertad florezca (...). Los pueblos sin
historia son pueblos sin alma, y la historia argentina está todavía por
hacerse".En el umbral del tercer milenio, ¿no seguimos pensando igual?
Al concluir su mandato senatorial, retoma una de sus grandes
pasiones: la cátedra universitaria. Puede afirmarse, sin riesgo de equívoco,
que es su habitat natural, genésico. La palabra fluida que sirve fielmente al
pensamiento conciso y claro.
El intercambio de ideas y, por qué no, de pequeñas o grandes
pasiones que siempre germinan en los claustros. Este "maestro de la
juventud" tiene el dominio temático y es convincente como aquel de décadas
pasadas; pero es algo más: el hombre civil que se ha enriquecido con la
historia de su país, con los avatares de la contienda pública y el recoleto
silencio íntimo. Estará allí, como un misionero de la cultura, hasta el derrocamiento
de Perón, en 1955.
Algunos de sus discípulos lo han recordado con verdadera admiración
y respeto ganado. Bien valen unos testimonios. Cafiero atestigua que conocer a
Molinari fue una de sus más ricas experiencias humanas: "Tenía una fuerte
personalidad y desplegaba una extraordinaria cultura y una gran riqueza de
conocimiento.
Nos pasábamos horas oyéndolo. Saltábamos de la política nacional,
de situaciones anecdóticas a fenomenales cuadros de situación (...) fue
esencialmente un maestro, un personaje admirable y de una gran dignidad".
Para Scenna, Molinari "era un hombre apasionado, sin
duda; pero tenía la honradez de la propia pasión. Lo recordamos muy bien, en
nuestros días de estudiante secundario, con una robusta corpulencia, su cara de
niño y su mechón de negros cabellos cruzándole la frente, inflamarse de
entusiasmo al describir la secuencia histórica. Vivía lo que narraba, tan
intensamente, que el pasado parecía renacer, vibrar, en cada uno de sus gestos,
en el brillo de los ojos, en la modulación de la voz. Y recurría
permanentemente al documento. El escritorio de la cátedra rebosaba de libros
cuidadosamente marcados, que manoteaba ávidamente para leer el párrafo o el
dato que ratificara la fluida disertación que, sin un fallo, sin un titubeo,
sin una duda, hija de sólida erudición, iba desplegando ante nuestras mentes,
suspendidas en vilo por el relato".
El prolongado exilio que soportó, luego de la caída de
Perón, no quebró sus investigaciones. En esa etapa crucial para un hombre de
bien, patriota como pocos, pudo seguir recluido en el gabinete de trabajo.
Escribió la primera epístola sobre los títulos originarios que la República
Argentina tiene sobre su territorio actual y, a su regreso, redactó la segunda
y tuvo oportunidad de señalar cómo desde el comienzo de la gesta emancipadora
se fijó en Chile y la Argentina el uti possidetis de 1810, como base de toda
demarcación, mencionando el tratado propuesto por Alvarez Jonte, en 1811, como
la Primera Unión del Sur entre ambas comarcas.
En sus últimos trabajos recolectó un material inestimable, desde
el ángulo documental e histórico, recogido durante casi medio siglo en archivos
nacionales, públicos y privados, como asimismo en el exterior, verbigracia,
Brasil, Chile, España, Francia, Inglaterra, Uruguay y el Vaticano. Publica
"Prolegómenos de Caseros" (1962), "Rosas y Southern: el primer
encuentro" (1962 y 1963), "Descubrimientos y conquista de América: de
Erik el Rojo a Hernán Cortés" (1964), obra que, para algunos bibliógrafos,
cierra la serie de libros de Molinari. Sin embargo, al final de su agotador
ensayo biblio-hemerográfico, Tesler agrega esta curiosidad: un folleto, sin
indicar editor ni paginación, aunque datado en 1966, "Perón... antes que
llegara el lechero", cuyo contenido "incluye una foto de Juan Perón
dedicada a Diego Luis Molinari, una carta fechada en Madrid el 12 de septiembre
de 1956 y su respuesta despachada el 9 de diciembre del mismo año".
Está en el final de una existencia pródiga en
acontecimientos y rica en sabiduría. Muchas veces, acaso, se habrá preguntado, como
Milton, "¿Qué es la fuerza sin una doble porción de sabiduría?", o
seguido el consejo de Bacon: "un hombre sabio se procurará más
oportunidades de las que se le presenten". Buscadas o no, esas opciones
las tuvo a lo largo de su trayectoria. En la cátedra o en la militancia,
siempre fue un hombre público, a pesar de la actitud recoleta que acompaña
habitualmente la imagen del investigador y el estudioso.
Su activa producción intelectual dejaba aportes importantes para
la historia argentina. La prédica nacional que alentó sembraba surcos y suponía
excelentes cosechas. La Academia Nacional de Ciencias Económicas, la Sociedad
de Historia y Geografía de Chile, la Sociedad de Americanistas, con sede en
París, al igual que otras instituciones del país y del exterior, lo contaban entre
sus miembros. Guardaba libros, cuartillas manuscritas y condecoraciones con
inocultable fruición. Estaba acompañado por su esposa, Inés López Puelma, y
Arturo, su hijo. Había entregado en exceso su caudal político sin esperar o, al
menos reclamar, nunca nada.
Murió en Buenos Aires, el 4 de marzo de 1966. Una crónica en
esos días resaltaba que "globalmente, la República vive horas serias, de
esas que les tocan a todos los países, sean pequeños o grandes. Las estructuras
están buscando su corrección; los dirigentes, el rumbo que corresponda. Estos
cambios pueden derivar en climas críticos...". Todo será igual o distinto,
pero esta vez sin Molinari, quien reposa en genio y figura, definitivamente.
A pocos días de su muerte, el 10 de marzo de 1966, en las
páginas del diario "Clarín", Félix Luna afirmaría: "Sus estudios
sobre la historia argentina han de perdurar. Porque en este terreno Diego Luis
Molinari supo armonizar la desbordante pasión de su personalidad con el rigor
científico que impuso a sus investigaciones.
Y de esa armonía -no común en otros aspectos de su vida
pública- ha quedado una expresión bella, vigorosa y vibrante, tal como debe ser
la visión de un pasado como el que presenta la Argentina".
Varios oradores resaltan sus virtudes, cautivas del talento,
la acción y la firmeza, durante el sepelio. El peristilo de la necrópolis se
transforma en una cátedra abierta de reconocimiento.
Hablan, entre otros, Oscar Alende y Antonio Cafiero. En su
obituario, "La Nación" compendia: "Su vida transcurrió entre la búsqueda
afanosa y crítica del dato, la apelación a las fuentes y la publicación de sus
conclusiones por una parte, y la vehemente militancia en el campo político, por
la otra". Es una síntesis que abre la puerta al reconocimiento de estos
días que vivimos; acaso porque, como ansiaba Aulo Gelio, "La verdad es
hija del tiempo". En 1995 presentamos en la H. Cámara de Diputados un
proyecto propiciando designar con el nombre de Diego Luis Molinari a la estación del subterráneo de la línea D que
actualmente ostenta el de Scalabrini Ortiz. "En el marco del reencuentro con
las instituciones democráticas -expresa entre otros fundamentos- parece
propicio rescatar aquellos valores que, por su vida y su obra, se han
incorporado al ideario nacional. Tal es el caso del político, historiador e
investigador argentino Diego Luis Molinari. En su personalidad múltiple, supo
unir al hombre de ideas con el batallador por la causa popular, y su definición
política se enmarcó -como síntesis y ejemplo- en los dos grandes movimientos de
masas del siglo XX en la Argentina: el yrigoyenismo y el peronismo. Molinari
fue un verdadero sabio, y su ejemplo debe ser conocido por las nuevas
generaciones. Su vida fue multifacética, combativa, en él convivieron el
talento, la inteligencia, la comprensión de los grandes fenómenos sociales de
la Argentina y de la América Latina (...). Esta consecuente postura nacional
fue también una definición en el campo de la cultura frente a una
'inteligencia' dependiente, tanto de las fuentes como de los factores de poder
y de los réditos agropecuarios.
Definición nacional y popular que Molinari supo traducir en
libros cuyo valor no era, por supuesto, escaso (...). La vida y la obra de
Diego Luis Molinari es un ejemplo vital parta todos los argentinos. Pues así
como el nombre de Canning -la denominación que se proponía reemplazar- nos
recuerda invariablemente al dictado de nuestro destino histórico desde la
metrópoli imperial -la misma que usurpa nuestros derechos soberanos el nombre
de Diego Luis Molinari representa la reparación histórica que nuestro pueblo
histórico exige desde siempre".
Razones que no vienen al caso frustraron ese proyecto,
aunque en la revaloración y el homenaje su lugar en la nomenclatura haya sido
otorgado a un verdadero artífice, también, de la causa nacional, el autor de
"El hombre que está solo y espera", frase acorde, tal vez, con la
insatisfecha búsqueda del ser argentino.
En julio de 1998, sin embargo, el Archivo General de la
Nación dispuso designar con el nombre de "Dr. Diego Luis Molinari " a
su sala auditorio. Consideró, entre otros fundamentos, que Molinari "auna
cabalmente en su trayectoria y pensamiento a las dos grandes corrientes populares
de la política argentina.
Combativo y combatido, su nombre permanece en la penumbra de
nuestra historia; pero ni el devenir político ni el proceso de indagación
podrán eludir el recuerdo de un argentino notable".
¿Queda espacio, aún, para transcribir palabras de Molinari que
constituyen una lección y un legado? Veamos: "He procurado ceñirme
[siempre] al rigor metódico de la historia documentada y crítica y no al
desborde apasionado de una imaginación ardiente, cuando no al de la más supina
ignorancia".
Es todo.
Fuente: Diego Luis Molinari: “Parlamentario e Historiador”
Prólogo de Miguel Unamuno Tomo 15, Colección Vidas, Ideas y Obras de los
Legisladores Argentinos, Círculo de Legisladores de la Nación Argentina, 1998.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar