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miércoles, 6 de septiembre de 2017

Francisco Hipólito Uzal: "¡Qué Renuncie el Comando de la Derrota!" (enero de 1984)

“Una elección presidencial es una suerte de duelo de cara o cruz, donde se gana o se pierde todo. Con una concepción tremendista y casi trágica de la política, el resultado puede significar la consagración definitiva o el más catastrófico fracaso, según sea el signo favorable o adverso. Es la tajante alternativa de entrar en la historia por la puerta principal o hundirse en las sombras de un casi ominoso crepúsculo”

Un revés electoral, en el ámbito de las leyes de juego de la mecánica democrática, no es necesariamente un drama ni mucho menos: está dentro de las previsiones de todos, ya que se descuenta que quienes se allanan a intervenir en una competencia –como es una elección- aceptan de antemano la posibilidad del triunfo como de la derrota. Ello encuadra en la mas rigurosa normalidad, que lo mismo puede ofrecernos un final afirmativo para unos y negativo para otros, o viceversa. Así son las elecciones, al fin y al cabo como la vida misma, con sus luces y sus sombras.

Pero cuando un partido es considerado como la fuerza electoral mayoritaria y cuando virtualmente se ha ido elaborando un mito con esa reconocida mayoría, la derrota resulta inesperada e insólita, y raya en la linde de lo sensacional. Es, como se diría popularmente, un balde agua fría.

En 1943, la Unión Cívica Radical era considerada sin disputa, el partido político mayoritario. Esa apreciación cuantitativa, nacida con la promulgación misma de la Ley Sáenz Peña, se robustece vigorosamente cuando la segunda elección presidencial de Yrigoyen, en 1928.

En efecto, en un verdadero plebiscito, siendo candidato de la oposición, dobló en votos a la conjunción oficialista –Unión Cívica Radical Antipersonalista y conservadores- agrupada en el denominado Frente Único.

EL PARTIDO SIN YRIGOYEN

Pero las cosas fueron cambiando imperceptiblemente, al correr de los años. Derrocado Yrigoyen, regresa Alvear de Europa, y con el consentimiento del viejo caudillo –que estaba preso en Martín García- organiza la reunificación del radicalismo. Se le atribuye a Don Hipólito una frase: “Hay que rodear a Marcelo”, hábilmente usada como pasaporte para muchas cosas raras, en esos tiempos confusos, para no emplear adjetivos demasiados fuertes. Pero a esa frase, “Hay que rodear a Marcelo”, le desconfiamos tanto como a aquella que algunos historiadores pusieron en los labios moribundos del sargento Cabral, iluminado de pronto por un historicismo inverosímil: “Muero contento, hemos batido al enemigo”.

Sin abrir juicio sobre ninguna de la dos instancias, nos permitimos consignar que muchas veces, en política y en historia, las groseras supercherías andan con mayor denuedo y brío que las más inconcusas y documentadas verdades. ¡Que le vamos a hacer! Lo cierto es que así, muchos fieles yrigoyenistas colaboraron en la tarea emprendida por Alvear.

Cuando el gobierno militar ejercido por el general Uriburu –el que derrocó a Yrigoyen- convoca a elecciones de gobernador en la Provincia de Buenos Aires, para el 5 de abril de 1931, el partido estaba desorganizado y acéfalo, con casi todos sus dirigentes en la cárcel o en el exilio. Sin embargo de tanta desventaja respecto del adversario conservador, las autoridades que quedaban resolvieron concurrir al comicio, aceptando ese verdadero desafío. Al efecto, se elige la fórmula Pueyrredón-Guido, mientras los conservadores proclaman a su vez, el binomio Santamarina-Pereda, dos poderosos estancieros bonaerenses.

Lo extraordinario del caso – para sintetizar- fue que, contra todas las previsiones, incluso de los mismos radicales, estos triunfaron con un resultado que resultaría cabalmente histórico.

Para el gobierno de facto fue un golpe terrible, que descalabró sus planes inmediatos. Pero los grupos políticos que lo rodeaban, demostrando su verdadera catadura y las intenciones que se traían, lo impulsaron a asumir una actitud increíble: anular la elección sin alegar vicios ni defectos de ninguna naturaleza, sino lista y sencillamente porque en ella había triunfado la oposición. Así se inauguraba la era del fraude electoral, la cínica etapa en que una delincuencia de guante blanco usufructuaba las posiciones publicas, asistida con el apoyo logístico de la otra delincuencia, la de los gruesos prontuarios, la ganzúa y el pistolerismo.

Es pertinente recordar aquí, porque precisamente viene a cuento para tener presente como actúo cada uno en esa instancia definitoria de la política nacional, un episodio relacionado con aquella frustrada elección. De acuerdo con el sistema vigente en la Provincia de Buenos Aires, el pueblo no votaba directamente por el gobernador y vice, sino por una lista de electores, los que luego, reunidos en el llamado Colegio Electoral, designarían al binomio. Los radicales habían obtenido, con su triunfo, mayoría de electores. Pero no tenían quórum propio. Al tener noticia del decreto brutal anulatorio de la elección, resuelven desacatarlo, procurando reunir el Colegio Electoral. Al ser proclamados los candidatos Pueyrredón-Guido por esa asamblea, serian acabadamente los gobernantes provinciales. Se le crearía una situación sumamente conflictiva a la dictadura de Uriburu.
A los efectos de completar el aludido quórum, se le envía una nota al Partido Socialista, pues con el pequeño número de electores de ese partido se alcanzaba la mayoría absoluta requerida por la ley. La asamblea se llevaría a cabo en una quinta particular en la localidad de Lomas del Mirador, cercana a la Capital. Pero el Partido Socialista, con la firma de Nicolás Repetto, contesta que ha resuelto acatar el decreto anulatorio del acto en que el pueblo votó. Eso fue en 1931. Poco después, los socialistas, verdaderos beneficiarios de la protesta radical contra el fraude, alcanzaron a tener aproximadamente cincuenta diputados en el Congreso Nacional. Doce años después de esos acontecimientos, en 1943, ese mismo Partido Socialista buscaría a los radicales para formar un Frente Popular, que en 1945 se concretó en la denominada Unión Democrática. Pero no nos adelantemos.

A pesar del duro trance que fue la anulación de su bello triunfo del 5 de abril, la Unión Cívica Radical prepara otra vez sus huestes para librar batalla en todo el país por la Presidencia de la Nación, a cuyo efecto proclama su formula: Alvear-Guemes. Se pensaba que la respetabilidad de Alvear, un aristócrata por su abolengo, y un conservador por su pensamiento social, políticamente moderado pero con toda la importancia de quien ha sido Presidente de la Nación, haría a ese binomio verdaderamente invulnerable. Además, contemplado también el sentimiento del importante sector de cuño yrigoyenista, se colocó junto a don Marcelo al doctor Adolfo Guemes, que obedecía a esa tendencia.

Sin embargo, de nada valió haber tratado de digerir la afrenta de la Provincia de Buenos Aires, porque las fuerzas políticas que habían recuperado por la revolución el gobierno que perdieron en las urnas, sabían lo que querían y estaban dispuestas a todo para no perderlo: el Gobierno Provisional del General Uriburu vetó la fórmula Alvear-Guemes. Se había cerrado bajo siete llaves el camino del comicio.

EL SISTEMA DEL FRAUDE: EL PROTAGONISTA Y LOS COMPLICES

A la Unión Cívica Radical, que de acuerdo con el idealismo de su fundador, dramáticamente consignado en su testamento político, había de ser una fuerza moralmente infrangible, no le queda otro recurso que resolver la abstención electoral. No podía pretenderse, después de anulársele una significativamente victoria, y vetársele la formula inobjetable, que el partido se humillara presentando otros candidatos, hasta conseguir la luz verde de los mandones de turno. Abstención que necesariamente seria revolucionaria, y nunca mas legítimamente justificada que en esa circunstancia. La dictadura uriburista la llevaba a eso.

Y otra recordación sumamente útil, respecto de las mismas fuerzas que pocos años después procurarían frentes políticos comunes: al decretar el radicalismo esa abstención, invita a su vez al Partido Socialista, al Partido Demócrata Progresista y a toda la ciudadanía democrática, a asumir la misma actitud. Esa iniciativa radical estaba plenamente fundada, ya que las brutales medidas del gobierno de Uriburu no eran atentados contra un partido político solamente, sino contra la democracia, contra el principio de soberanía popular, es decir, contra el pueblo todo. Es cierto que esos otros partidos no se veían directamente perjudicados por el momento y hasta podían especular que la persecución de que se hacia objeto a la Unión Cívica Radical podía beneficiarlos materialmente, como en efecto aconteció. Argumentaban los radicales, por su parte, que si la abstención electoral se generalizaba, el gobierno se asfixiaría inevitablemente, pudiendo ser señalado por el país entero como el único usufructuario de posiciones notoriamente mal habidas.
Una decisión de ese tipo y de alcance pluripartidario –para emplear un termino muy actual- hubiera resultado aplastante, porque en esas condiciones no hay gobierno que se pueda mantener. Pero Repetto y Palacios en el socialismo y De la Torre en el demoprogresismo, no simpatizaban con la Unión Cívica Radical, a la que habían atacado con mucha mayor acritud que a los conservadores a lo largo del tiempo. El hecho fue que, ante el agravio a todo un pueblo y a sus instituciones de civilización política, concretado en esa agresión contra el radicalismo, los partidos menores, esos que siempre se ufanan autodenominándose “democráticos”, se hicieron los desentendidos. Poco después, las numerosas bancas de la minorías en el Congreso Nacional, -y también alguna mayoría- en las legislaturas de provincias y en los concejos deliberantes, se las repartieron con notoria fruición entre el Partido Socialista y el Partido Demócrata Progresista. Nunca, antes ni después, esas agrupaciones obtuvieron tantas representaciones públicas para sus dirigentes como durante la Década Infame del fraude. Hay derecho a pensar que su respuesta negativa a la propuesta principista de los radicales, se debió a un sórdido cálculo de conveniencias. Aunque el país se hundiera en una infecta ciénaga.

En efecto, los verdaderos beneficiarios del fraude electoral –aparte de sus protagonistas conservadores- fueron los pequeños partidos minoritarios, encargados de legalizar el sistema. Poco se ha tratado este aspecto de la problemática nacional de aquella época, mencionándose solo a los conservadores como los agentes de corrupción de aquel triste interregno político. Pero estos minúsculos sectores, que nunca contaron con el favor del pueblo, que no creyó en ellos, fueron elementos activos indispensables de aquel gravísimo deterioro moral de la Republica, verdaderos cómplices del principal delincuente.

Quisieron participar del festín, quedarse con algo más que las migajas del banquete, y para ello se aligeraron el alma de escrúpulos y se llenaron la boca de fraseología anacrónica y mentirosa.

ALVEAR Y EL ALVEARISMO

El Radicalismo fue dejado solo en su resistencia principista. Además, el viejo partido estaba trabajado por dentro, por recientes incorporaciones que, si trajeron algún hombre mas, contribuyeron en cambio a liquidar el vigoroso espíritu yrigoyeneano, ese talante viril que permitió sobrellevar la mas inclementes intemperies con firmeza y resoluciones ejemplares. Las “cúpulas” no se mostraban dispuestas para las actitudes recias y definitorias de tiempos de don Hipólito, y muy pronto contribuirían también a legalizar ellas mismas el fraude, como se había censurado que lo hicieran los socialistas y demoprogresistas.

En efecto, las impaciencias electorales de muchos dirigentes llevaron al partido a levantar la abstención, austera actitud para la cual se necesitaba en la conducción partidaria un espíritu de sacrificio y una línea dura e incorruptible. Nada de eso iba con Alvear. Se levantó en 1935, y al año siguiente se fue a elecciones. Se ganó la gobernación de Córdoba (Sabattini) y de Entre Ríos (Tibeletti), aunque en la Provincia de Buenos Aires un fraude escandaloso impidió el triunfo radical, accediendo de esa forma al primer Estado argentino Manuel Fresco.

Pero con el total resultado de las provincias, el futuro bloque mayoritario de la Cámara de Diputados seria de la Unión Cívica Radical, que había triunfado tan holgadamente en la Capital Federal, que se impuso sobre el socialismo en proporción de dos a uno. Era en cierto modo la simpatía del pueblo por el partido perseguido, y el justo castigo por el colaboracionismo socialista. Entonces, en mayo de 1936 el diputado radical Carlos Noel, sumando a los votos de sus correligionarios los de los socialistas y demoprogresistas, fue elegido presidente del cuerpo.

La oposición era mayoría en la Cámara joven del Congreso. Con esa herramienta en la mano, muy poderosa por cierto, resuelve el bloque radical hacer el proceso de la elección fraudulenta de la Provincia de Buenos Aires, con lo cual no solo se perseguía la anulación de ese comicio y una nueva y correcta elección de gobernador, a mas de legisladores nacionales y provinciales, sino preparar el panorama para, en el siguiente año de 1937, afrontar con seguridad la elección presidencial.

Los diputados partidarios del gobierno, (los conservadores, llamados entonces Partido Demócrata Nacional, mas un sector de antiguos radicales adversos a Yrigoyen, que se pasaron a Justo bajo el rubro de la Unión Cívica Radical Antipersonalista) no formaron quórum. A ellos se sumaron cuatro diputados disidentes de Tucumán, que por haber desacatado años antes la abstención decretada por el partido, se denominaron Unión Cívica Radical Concurrencista de Tucumán. (Concurrencistas, porque concurrieron al comicio). Entonces la Unión Cívica Radical no pudo llevar a cabo su propósito, pues la Cámara no logró numero. A su vez, entonces, la oposición se negó a legislar sobre ningún tema, si antes no se trataba la elección de Buenos Aires. Fue un momento verdaderamente critico, que amenazaba derivar un serio conflicto institucional. Además de político, por supuesto.

El general Justo hace intervenir al Vicepresidente Roca y al Rector de la Universidad de Buenos Aires, doctor Vicente Gallo, quienes mantienen tres conferencias con Alvear tratando de resolver la “impasse”. Para el gobierno y el presidente, era una crisis muy grave. Inglaterra, que había aumentado sus inversiones monopólicas en nuestro medio, donde a través de la recientemente creada Corporación controlaba los transportes de Buenos Aires, así como nuestro movimiento financiero por medio del Banco Central –que tenia mayoría de representación privada- urgía al gobierno la pacifica solución del entredicho, para aventar cualquier peligro político que pudiera resultar riesgoso para sus intereses.

Decíamos que Roca –que ya había firmado con Mr. Runciman el celebre pacto que tanto nos ligó a Gran Bretaña- y el doctor Vicente Gallo se entrevistan con Alvear. La carta que se traían entre manos era proponer a la Unión Cívica Radical un acuerdo para elegir una formula presidencial común para el año siguiente, y entonces no habría problema en el Congreso ni en ninguna parte. Pero eso significaba, para el partido popular, que estaba luchando contra toda una política reaccionaria, llegar al poder atado de pies y manos, amordazado por un compromiso que seria equivalente a su muerte cívica.

Además el doctor Gallo, que pese a su origen radical había actuado en 1928 juntos a los conservadores contra Yrigoyen, se sentía nuevamente candidato presidencial, pero resultaba inaceptable para los verdaderos radicales.

Afortunadamente Alvear también lo comprendió así, y las entrevistas terminaron en un rotundo como previsible fracaso.

Alvear, que ejercía la presidencia del Comité Nacional, informa al organismo en una reunión rodeada de gran expectativa pública, del resultado de las frustradas gestiones, y el aplauso por su vigorosa actitud fortaleció y tonificó al partido en el consenso popular. Sin embargo, los grandes diarios empezaron a presionar, reprochando la situación crítica en el Congreso, y al mismo tiempo y en el mismo sentido presionaban gran cantidad de entidades, con el argumento de necesitar determinadas leyes. Fue una presión visiblemente orquestada para doblegar la firme actitud del Radicalismo respecto del fraude. El caso es que finalmente la Unión Cívica Radical cedió, y allí perdió su gran batalla con pena y sin gloria: continuaría cediendo, en un sendero sembrado de concesiones y aflojadas, que arrojaba cada día por la borda una porción de su viejo prestigio. Aceptó entrar a legislar, como quería el gobierno, sin tratar las elecciones de la Provincia de Buenos Aires. Así era el alvearismo.

En 1937 se asiste a un fraude similar al de Buenos Aires en la Provincia de Santa Fe, a pesar de las promesas que el presidente Justo le había hecho personalmente y en forma solemne a Alvear, y eso marcaba el prolegómeno de la elección presidencial, el 5 de septiembre de 1937. (Lo de Santa Fe fue en febrero). Dicha elección presidencial fue en general una colosal estafa: la formula oficialista Ortiz-Castillo aparece triunfando sobre la radical Alvear-Mosca, que en las elecciones honradas hubiera ganado fácilmente, como se deducía pulsando la opinión de la gente en todas las provincias en general.

La Unión Cívica Radical protestó contra el escamoteo electoral. Pero esa protesta, llena si de grandes palabras, sonaba ya a una letanía de impotencia, a una tautológica plañidera que nadie ya tomaba en serio, porque a la postre siempre se terminaba aceptando las posiciones que había regulado el oficialismo. Se tenía la mayoría pero se aceptaba la minoría. Eran los más, pero aceptaban aparecer como los menos, porque en un sórdido sentido práctico, se pensaba que eso era mejor que nada. Y nada significaba la abstención, la protesta verdadera y sacrificada, jugándose en todo momento. Una situación indigna para ambas partes, pero la conducción alvearista del radicalismo la aceptaba.

Además, la Unión Cívica Radical se encerraba en un asfixiante circulo vicioso: se limitaba a protestar, a acusar de todos los delitos y atentados, que en verdad se cometían, al oficialismo conservador, y exigía el respeto de la Constitución y de la Ley, que se violaban descaradamente, con la inverecundia del delincuente seguro de la impunidad. Pero la predica de ese gran partido popular estaba desoladoramente desprovista de todo contenido.

No se reparaba en el empobrecimiento de pueblo, victima propicia y sufrida de la injusticia social; nadie advertía la forma progresiva en que la tenaza imperialista iba mordiendo al país, sometiéndolo en todos los ordenes y condenando a que nuestra economía fuera apenas un complemento colonial de las grandes industrias de la metrópolis lejana. No se supo comprender que estábamos inmersos en el estancamiento económico, así como en el retroceso político y social. Nadie habló jamás entonces de la división del trabajo en escala internacional, principio económico infame que todavía se pretende inculcar, desde fuera del país y también desde fronteras adentro.

"Yo no tengo pazta de mártir", vociferaba Alvear con su característico ceceo, entre ternos del mas grueso calibre, cuando eventualmente le toco pasar unos días preso en la Penitenciaria Nacional. El radicalismo debió asumir una definitoria posición emancipadora, levantando sus grandes banderas de lucha, que lo hubieran colocado al frente de su tiempo con claro sentido histórico y autentica vocación nacional. Debiose señalar que esa minoría oligárquica que se encaramaba al poder con las malas artes de monedero falso de votos, traicionaba el manifiesto destino de grandeza que visionarios hombres de otra época sonaron para nuestra nación. Pero se empezaba fallando desde la primera cabeza de la conducción. ¡Claro que no tenia "pazta" de mártir!...

La voz de la Unión Cívica Radical pudo haber sido una sonora campana de gloria, para pregonar las grandes verdades, dándole a su predica un contenido denso y esencial, con materia propiamente política pero también con sentido social y económico.

Empero, se redujo a ver solo la superficie del proceso, del hondo drama argentino, del país que empezaba a venirse a menos, sin que apareciera la cabeza lucida que lo advirtiera. Alvear y los suyos apenas veían la mecánica electoral, y por eso, solo reclamaban para el pueblo elecciones libres y respeto a la Constitución y a la ley. Pero aun en ese respeto, su actitud —repetimos— fue una protesta plañidera y blanda, despojada de todo desplante viril, como si al cabo se hubiera acostumbrado al fraude y se adecuara resignadamente a el. Podría decirse, aunque parezca un poco cruel, que termino convirtiéndose en un elemento cómplice del sistema fraudulento impuesto al país desde 1930. Eso fue la síntesis de la conducción alvearista.

"En septiembre de 1930 cayó la Republica representativa —dice del Mazo, en Breve Historia del Radicalismo, ed. Coepla, Buenos Aires, 1964— asentada en el régimen de la Constitución Nacional y de las libertades publicas".

"Este periodo de triste decadencia para el país — prosigue— caracterizo a las direcciones radicales por su permanente cortejo al privilegio, so pretexto de desarmar la resistencia al comicio efectivo". "Así comenzó a prosperar el escepticismo popular y se inicio la dilapidación de la gran herencia radical". Sobre todo, el formidable patrimonio moral acumulado por la recia austeridad que significa la política de don Hipólito.

"La desvirtuación del sentido democrático del radicalismo, la restricción de sus objetivos al campo político- formal, frente al privilegio económico social y de espaldas al alma histórica de la época —agrega del Mazo, Ibíd. — enajenaron su característico impulso popular y cancelaron su función nacional, mientras en su propio seno funcionaba una maquina política se obstruía el surgimiento de las nuevas generaciones y se silenciaban vergüenzas que tanto desprestigiaban a la Unión Cívica Radical".

La idiosincrasia de Alvear —y el mismo lo reconocía, según vimos— no estaba hecha para una lucha heroica, que lo hubiera puesto a la cabeza de su pueblo. La concepción que el tenia del país era la tradicional, la de las vacas y los trigales, la égloga de principios de siglo. Creía honestamente que ese era nuestro único destino, y que en su fiel cumplimiento estaba nuestra felicidad. Quizás no soñaba con otra cosa, pensando que las grandes potencias del mundo seguirían siendo las mismas, y que nuestro papel era producir buena materia prima para sus fábricas.

Para completar el cuadro de esos años de notoria decadencia moral, representantes radicales en el Concejo Deliberante y en el Congreso Nacional se complicaron en negociados indecorosos que perjudicaron el interés del país, como la prorroga de las concesiones de la CHADE, el asunto de los colectivos y una importante venta de tierras en El Palomar. El prestigio de nuestras instituciones, de los partidos políticos y aun de la democracia, cayó entonces al nivel mas bajo de su historia. Si en ese momento hubiera sido viable llevar a cabo en todo el país una consulta especifica, se hubiese comprobado que la ciudadanía no creía en nada ni en nadie, porque no tenía ya en quien creer. El gobierno, constituido por esa combinación política denominada Concordancia –según dijimos, integrada por el Partido Demócrata Nacional, la Unión Cívica Radical Antipersonalista, más el Partido Socialista Independiente- eran minoría en la ciudadanía, pero practicaba cínicamente el fraude electoral para mantener sus posiciones. Y ese robo flagrante, robo de votos, robo de posiciones publicas, de poder y de autoridad, que eran fruto de la usurpación, se ejercía a veces hasta jactanciosamente. Un diputado demócrata nacional dijo en una sesión en plena Cámara del Congreso:

"¡Soy el diputado mas fraudulento de la Republica!"

Fue Uberto Vignart, de La Plata, donde ejercía la presidencia del Jockey Club, la entidad social de mayor jerarquía de la capital provincial. Esa confesión se formulaba como si se tratara de un timbre de honor. Pero lo mas trágico es que todos esos desafueros estaban convalidados por los altos magistrados de nuestro respetable Poder Judicial, desde los ministros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Y por las jerarquías de las Fuerzas Armadas. Por supuesto, también por la llamada "gran prensa". Y por los profesores de nuestra universidad, que en la Facultad de Derecho debían enseñar el sentido de nuestras instituciones. No eran solo los políticos conservadores los fraudulentos en el país: era un juego mucho mas repartido, mucho más perverso y mucho más complejo. Se había convertido en un verdadero sistema, que involucraba múltiples cosas.

Cuando un ciudadano iba a votar, cumpliendo ese aspecto de la mecánica electoral insito en el proceso de la democracia, sabia que su voto no significaría nada, porque la urna donde el lo depositaba seria sustituida en el correo por una urna apócrifa, amañado previamente su contenido a favor del gobierno; o porque antes de clausurarse el comicio, la policía echaría a los fiscales de los partidos contrarios al oficialismo, y la urna seria violada para alterar el resultado. En esos enjuagues dolosos andaba la política gobernante.

EL RUIDOSO "AFFAIRE" DE LA CHADE, Y ALGO MAS

Hemos hecho alusión, paginas atrás, a defecciones de representantes del partido, en el Concejo Deliberante de la Capital Federal y también en el Congreso. Era en verdad una expresión de esa decadencia moral en que estaba cayendo el país, y que desgraciadamente alcanzo al radicalismo, al extremo que llegó a salpicar a su dirigencia en el más alto nivel nacional. Es preciso, entonces, que digamos cuatro palabras siquiera sobre el tema.

La prestación de los servicios eléctricos de nuestra Capital Federal y del Gran Buenos Aires estaba a cargo fundamentalmente de la CHADE —Compañía Hispano Americana de Electricidad— y de la CIAE —Compañía Italo Argentina de Electricidad— aunque esta ultima en menor proporción. La concesión originaria de dicha prestación arrancaba del año 1907, y debía regir durante cincuenta años. Esto quiere decir que su vencimiento se operaria en 1957.

La CHADE —que en 1936 se transforma en CADE, Compañía Argentina de Electricidad, para aparentar una nacionalidad que no existía en sus capitales— presenta en octubre del citado año una propuesta al Concejo Deliberante por la cual la concesión originaria se prorrogaría por 25 años, susceptibles de otros 25, además de legalizar "los abusos y transgresiones que habían sido motivo de la critica publica". "Las presentaciones alarmaron a la opinión. Empieza entonces una intensa campaña por parte de los movimientos de consumidores —dice Félix Luna en "Alvear", ed. Libros Argentinos, Bs. Aires, 1958— para denunciar la gravedad de sus consecuencias. La Prensa critica exhaustivamente las proposiciones y La Nación también lo hace, aunque con menos rigor. (Subr. nuestro). Fuera de estos órganos y de La Vanguardia, todo el resto de la prensa presenta los proyectos de las empresas como beneficiosos para los consumidores".

Llega el momento en que tienen que actuar jugando su feo papel los concejales radicales involucrados en el negociado. Y en el afán de lograr la aprobación de la ansiada ordenanza antes de las fiestas de fines de ese año —1936— presentan mociones e iniciativas de toda laya, con el propósito de aligerar de inconvenientes el trámite de rigor. Dice Luna (op. cit., cuyo jugoso capitulo sobre el asunto se ha nutrido directamente de las mejores fuentes, es decir, del informe de la Comisión Investigadora que presidio el Coronel Rodríguez Conde) que "la mayoría de los discursos pronunciados por los concejales que votaron las concesiones, habían sido previamente escritos por los técnicos y abogados de CADE, según quedo comprobado al encontrarse en los archivos de la empresa los borradores de los mismos".

José Luis Cantilo le escribe a Alvear en estos sugestivos términos:

"...Vehils me ha visitado dos o tres veces, (se trata de un miembro del directorio de CHADE) he procurado ser todo lo diplomático posible. Se comprende sin esfuerzo que el asunto le preocupa grandemente; quizás juegue en este lance su prestigio dentro de la compañía. Creo, sin embargo, haberlo convencido de toda nuestra buena voluntad y buena fe y del afán que nos mueve, a la par de los concejales, de llegar a soluciones satisfactorias...

Algunos correligionarios, particularmente los de FORJA, también mojan y hablan con crudeza de negocios, de capitalismo y de imperialismo, etc. Han llegado hasta fijar carteles en las calles condenando el amenazante atentado. Hasta mi no han llegado sino dos protestas que yo llamaría calificadas: una del Dr. Fernando Saguier y otra de don Francisco Ratto. Saguier vino a verme para decirme que el asunto de electricidad en el Concejo era un escándalo, al cual había que ponerle termino; que era voz corriente que todos los concejales habían sido comprados". (Luna, Ibíd.)

La inquietud en el partido crece día tras día. Se organizan actos públicos en contra de la aprobación de las concesiones, y en ellos intervienen, entre otros, Oscar López Serrot, Jacinto Brunet, Adolfo Argerich Lahitte, Félix Rolando, José Peco, Leonidas Anastasi, Víctor Spota, Manuel Pinto, Carlos Cisneros y, en el ámbito de la convención metropolitana, un joven convencional: Arturo Frondizi. Pero los concejales estaban ya demasiado comprometidos para atender razones.

Los ajetreos en esos infames días fueron increíblemente febriles, y la correspondencia que se cruzo entre la CHADE de Buenos Aires y su central SOFINA ha sido sobradamente esclarecedora, como lo probo la mencionada Comisión Rodríguez Conde. Hay además, —y es penoso decirlo— nutrida correspondencia de funcionarios de CHADE y de SOFINA con Alvear.

En medio de la indagación, se menciona cierta correspondencia dirigida a "la persona interesada", y con ello se encuentra un telegrama destinado precisamente a "la persona interesada", firmado por un señor Heineman, de la SOFINA, cuyo texto reza así:

"No he entablado negociaciones hasta después de haberme puesto de acuerdo con Ud. y con miras de asegurarnos a ambos la tranquilidad para el futuro y hemos consagrado en común mucho tiempo para los estudios necesarios.

"La campaña de oposición era prevista y le he manifestado mi opinión al respecto en mis comunicaciones anteriores.

"Estoy convencido de que esa campana cesara después del resultado favorable, porque el publico se dará cuenta de que obtiene muy grandes ventajas inmediatas.

"Usted no puede separarse de nosotros en momentos en que nos aproximamos a la meta, y colocarme a mi personalmente en una situación imposible y profundamente desagradable.

"Sigo, pues, contando con su colaboración leal y decidida y estoy seguro de que una vez realizado el negocio quedara Ud. muy contento y que entonces podremos emprender juntos cosas muy interesantes".

Los miembros de la comisión investigadora de este resonante "affaire" no pudieron tener la prueba terminante respecto del destinatario de ese telegrama, pero sugirieron que debía ser Alvear.

En un folleto firmado por el Dr. Juan Pablo Oliver, editado en 1945, y que constituye una apretada síntesis del informe en dos tomos de la Comisión Investigadora presidida por el coronel Matías Rodríguez Conde, que el autor integraba como vocal letrado, (y que tuvo la gentileza de facilitarnos) se dice entre otras cosas lo siguiente: "6° La sanción y promulgación de la Ordenanza-Concesión N° 8028 a beneficio de la C.H.A.D.E. y su consecuencia natural, la Ordenanza 8029, que benefició a la C.I.A.E., solo fue posible mediante el concierto doloso entre los concejales de la Unión Cívica Radical, de la Concordancia Oficialista y el Departamento Ejecutivo Municipal, con la principal empresa beneficiaria".

"Por su parte, en el seno de la Unión Cívica Radical gravitó personalmente en forma decisiva para su sanción, el Jefe del Partido y candidato a la Presidencia de la Republica, doctor MARCELO T. DE ALVEAR, quien en Buenos Aires y Europa estuvo, al efecto, en contacto con los dirigentes de S.O.F.I.N.A. - C.A.D.E."

"Sobre los concejales de la Concordancia gravitó personalmente el Presidente de la Republica, General AGUSTIN P. JUSTO, quien mantuvo entrevistas con Heineman y no pudo ignorar la burla a la opinión publica que significaba la engañosa "intimación" a la C.H.A.D.E. de la Ordenanza 7.749". "El Ministro de Hacienda, doctor ROBERTO M. ORTIZ, candidato oficial para la Presidencia, se opuso sin éxito a la promulgación de las Ordenanzas, pues según la C.A.D.E. estaba "influido por los rumores que alegan que la Compañía se ha comprometido a financiar la campaña del doctor ALVEAR".

Todo esto ha sido hondamente penoso para el partido, y el pueblo lo castigo electoralmente por ello. No fue ofendida impunemente la confianza pública defraudada por los ediles de la Capital.

Pero es preciso ser justos. Al efecto, vamos a remitirnos también a las conclusiones a que llega Luna en el ya mencionado capitulo de su libro, porque nos parecen sumamente sensatas:

"¿Que perseguía Alvear —dice el autor— al poner todo su prestigio y autoridad al servicio de la aprobación de las ordenanzas? Un beneficio personal, no". Y detalla a continuación la situación económica de don Marcelo a la sazón, las ventas de parte de sus propiedades en loteos muy importantes, lo que le produjo sumas altamente significativas para aquella época; y sus gastos, no eran mas de $ 5.000.- mensuales, para sostener su residencia de la calle Juncal, donde vivía, y el chalet "Villa Regina", de Mar del Plata.

"Además —agrega— aun los adversarios mas encona- dos de Alvear consideran imposible que haya aceptado un dinero mal habido. La imagen de un Alvear recibiendo clandestinamente el "paco" del soborno resulta totalmente absurda, aun para sus críticos más severos. Eso podía quedar para los concejales complicados (y Alvear no lo ignoraba) pero no para este hombre que con todos sus errores jamás pudo descender a semejante abyección".

"Descartada la posibilidad de un beneficio personal — continua diciendo— con el negociado, resta suponer, por eliminación, que la conducta de Alvear se encamino a obtener de las empresas beneficiarias, los medios que necesitaba su partido para hacer frente a la campaña electoral de 1937. La lucha por la presidencia de la Nación iba a ser larga y costosa: era necesario pagar gastos de giras, ayudar a los distritos escasos de fondos, imprimir material de propaganda, subvencionar las publicaciones adictas, alquilar locales para comités. Alvear lo sabia muy bien; y también sabia que era difícil obtener entre los radicales las sumas necesarias para responder a las grandes erogaciones de la campaña".

Y continua Luna, al finalizar ese capitulo de su "Alvear", aportando informaciones que convalidan las atinadas conclusiones que estamos glosando y compartimos. Don Marcelo no era un genuino radical, en la latitud yrigoyeniana del término, pero tampoco era un canalla. Carecía de la concepción mística de la nacionalidad y de la política, peculiar en don Hipólito, cuya increíble austeridad se alimentaba de una fe trascendente y un hondo sentido espiritual de la vida. En cambio, el era el clásico liberal de fines de siglo, totalmente acorde con el esquema legado por los prohombres de la "generación del Ochenta": Argentina estaba señalada por el destino —inmutable destino— para producir buenos y baratos alimentos para la metrópolis europea, la que a su vez nos surtiría de los mas sofisticados elementos de su industria. Cada cual cumpliría su papel en la división del trabajo en escala internacional. Violentar esa regla de juego, constituía una cabal insensatez.

El radicalismo a lo Yrigoyen, en su lucha contra el "régimen", traía en sus alforjas una misión patrióticamente emancipadora de aquel esquema liberal; para don Marcelo, sólo era el instrumento político para reemplazar al "régimen' ' en el poder. Y procuraba demostrar, como dice Luna, que su partido era absolutamente inofensivo desde cualquier otro punto de vista. Procuraba demostrarlo a los poderosos.

Por toda esa interpretación de la política, Raúl Rodríguez de la Torre, tesorero del Comité Nacional en aquella época, no tiene empacho en reconocer que, para la campaña de 1937 se recibieron donaciones de Bunge y Born, Dreyfus, Hirsch, Compañía Herlitzka de Luz y Bemberg. Queda un gran vacío, que la Comisión Investigadora supone que fue llenado por la importante donación de la CHADE, pero nadie lo dijo. Lo mismo respecto de la llamada "Casa Radical", de Tucumán 1660: hubo muchos pequeños ingresos con nombre propio, así como otros muchos anónimos, pero queda un enorme saldo que no se sabe como se cubrió: la Comisión piensa también en este caso que fue el aporte de la CHADE para la Unión Cívica Radical, además de buena parte de los gastos de la campaña.

A Alvear le faltó capacidad e información política para comprender en que medida podía perjudicar al partido esta ingerencia del imperialismo corruptor en los entresijos de la vida argentina, y se enojaba hasta la indignación, con toda la vehemencia de que era capaz —mucha, por cierto— cuando los jóvenes de FORJA y algunos futuros dirigentes del Movimiento Intransigente, planteaban el problema desde un correcto punto de vista.

Esa fue su culpa: el grave daño inferido al partido por su tozudez, y también por su ignorancia: »creer que eso del imperialismo era solo un fantasma que se agitaba para consumo interno. Pero cuando entra la venalidad, es difícil frenarla: poco después vino el escándalo del monopolio de los transportes —la llamada Corporation— y luego el negociado de las tierras del Palomar, que llegaría a costar la vida de un conspicuo diputado del radicalismo. Fue una época de notoria decadencia en la vida Argentina, en que el hedonismo y la sensualidad ocupaban los ámbitos donde antes anduvo la decencia y la hombría de bien. Lo mas triste de ello, es que esa histórica Unión Cívica Radical, la de tantas heroicas luchas a cara descubierta, la de tantos sacrificios contra la inmoralidad y el descreimiento, en esa hora, en lugar de enfrentarse contra el mal y combatirlo como había hecho siempre, lo acompañaba como un dócil y amable ladero. El radicalismo de ese tiempo, no tenía nada que ver con aquel que alentó don Hipólito: constituían dos fuerzas absolutamente irreconciliables. Era, en verdad, como dos partidos distintos.

UNA DIFERENCIA QUE ARRANCA DESDE EL ORIGEN

Estas diferencias entre el yrigoyenismo y el alvearismo, no son más que la continuación de las dos viejas líneas que se enfrentan desde el origen mismo de la Unión Cívica Radical. Es un tema muy poco frecuentado por investiga- dores y ensayistas políticos, porque respecto de los dos protagonistas de la hora prístina del movimiento político nacido en 1891, Leandro Alem e Hipólito Yrigoyen, se ha ido elaborando una imagen legendaria y mítica, donde ambos fundadores resultan figuras intangibles y casi sagradas. Pe ro la historia no admite semejantes limitaciones y tabúes, y es en su homenaje, que nosotros queremos decir aquí lo que pensamos y honradamente creemos sobre el conflicto latente en el radicalismo inicial.

Alem e Yrigoyen ya estaban distanciados —desde varios años atrás— al momento de fundarse el partido. Sin embargo, mantuvieron una situación de reciproco respeto, conservando sus escasas comunicaciones a través de amigos comunes, coincidiendo en las líneas generales que habría de seguir el nuevo movimiento político, así como en el dogma de la intransigencia. Los amigos que rodearon respectivamente, a tío y sobrino, no contribuyeron a acortar distancias sino más bien a ahondar diferencias. Con el correr del tiempo, desaparecido Alem, sus íntimos amigos serian los enemigos irreconciliables de don Hipólito, al punto de aliarse algunos de ellos a los conservadores para enfrentar al entonces jefe indiscutido del radicalismo.

Don Leandro domina fácilmente el Comité Nacional, secundado por Martín Torino, Adolfo Saldáis, Liliedal, Castellanos, Barroetaveña, Molina y otros, en tanto que su sobrino se hace fuerte en la provincia, que será la base fundamental de su futura acción política.

El padre de Leandro, Leandro Alen, fue miembro de la Sociedad Popular Restauradora, es decir, de la Policía en tiempos de Rosas. Eso que los unitarios llamaron "la mazorca", y respecto de la cual urdieron una serie de leyendas horripilantes, como sucede en todos los tiempos. Lo cierto es que el 29 de diciembre de 1853, dicho Alen fue ejecutado bajo el cúmplase dictado por el gobernador Pastor Obligado, ante la conclusión aberrante del fiscal, que reza así: "El fiscal cierra los ojos y afirma que Alen es responsable por no haber probado que otros y no el fueron los autores": la inversión de la prueba, pues nadie esta obligado a probar su propia inocencia. Lo trágico es que, con los años, antes de morir, el verdadero homicida confesaría su culpa.

Ese "mazorquero" ejecutado en 1853, es el padre de Leandro Alem y el abuelo de Yrigoyen. Y como en la forma del apellido se habrá notado una diferencia, aclaremos que el joven Leandro, cursando a la sazón sus estudios secundarios, resolvió alterar el Alen gallego heredado, cambiando la n por m y suprimiéndole entonces el acento ortográfico, Incluso, afectado por las pullas de los muchachos compañeros de estudios, que al parecer no lo bajaban de "mazorquero", quiso cambiarse completamente el apellido, a cuyo efecto fue a consultar al doctor don Vicente Quesada, quien sensatamente le dijo que "la herencia del nombre cs sagrada", disuadiéndolo de su descabellado propósito.

Entre los radicales eso en general se ignora, y los pocos que de ello tienen conocimiento procuran disimularlo por el disgusto que les produce, dada la formación liberal que impuso en la mayoría la escuela oficial argentina. Pero ha habido honrosas excepciones: Ricardo Caballero, siendo senador nacional, pronuncia en la Cámara memorables discursos explicando la estirpe federal del radicalismo; y otro distinguido dirigente de la primera hora, al que puede considerase como hijo espiritual de Yrigoyen, Horacio Oyhanarte, siendo canciller de la Nación, tenia en su despacho del Ministerio de Relaciones Exteriores un retrato de don Juan Manuel de Rosas, medio cuerpo, casi tamaño natural, ejecutado al óleo, que hoy tiene en su casa particular el ex Presidente Frondizi.

Pero la lapida de vergüenza que toda la sincronización informativa había arrojado sobre el gobierno federal era tan insoportable, que nadie se atrevía a confesarse entre los partidarios del gran caudillo de la soberanía — públicamente al menos— hasta muchas décadas después de Caseros, bien entrado el siglo XX. Se cuenta que don Bernardo de Irigoyen —uno de los fundadores del radicalismo— en la intimidad de su casa usaba un chaleco Colorado, como reminiscencia distintiva del viejo partido de sus amores. Pero públicamente guardaba cauteloso silencio. Hasta llego a vetársele una candidatura presidencial, por aquella militancia suya juvenil. Es que los liberales — ¡vaya paradoja!— son despóticamente implacables. Luego el revisionismo histórico, iluminando con sus documentadas verdades toda una época tabú de nuestra historia, modifico sustantivamente las cosas. Pero ubicándonos en el tiempo, no censuremos con nuestros parámetros actuales aquella aparente debilidad del joven Alen, al tratar de cambiarse el apellido.

En este análisis del enfrentamiento inicial entre Alem e Yrigoyen, tengamos presente también un detalle que suele descuidarse: el tío actúo apenas durante cinco años, desde la fundación del partido, en 1891, hasta su desaparición de la escena, en 1896. ¿Que era la Unión Cívica Radical en ese momento? Apenas una promesa: había que hacerlo todo. Y todo estaba demasiado lejos, como para forjarse ilusiones a breve o mediano plazo. Esa fue la lucha y la acción tesonera, porfiada e incorruptible —en términos casi increíbles para la moral vigente— de Hipólito Yrigoyen. Veinte años después del suicidio de Alem, llega el partido, entre epinicios rubendarianos, a conducir legítimamente los destinos de la Republica. Era el triunfo del valor moral, de la conducta y de la paciencia: saber esperar, fue siempre el sabio consejo del jefe.

Yrigoyen y Alem eran distintos. Al grupo que encabeza Leandro desde el principio, se le llamo "los intransigentes" en el seno del partido. Pero esto se ha debido, con seguridad, a las reacciones intemperantes muy frecuentes en el barbado caudillo, así como a su lenguaje de apocalipsis y a sus tremendistas actitudes como tribuno popular. Porque si nos atenemos a lo sustantivo, que no siempre aflora en la superficie pero que es la verdadera fuerza motriz de todo el resto, el verdadero intransigente era don Hipólito. Cuando en la convención reunida en Rosario, en 1891, se propone la candidatura presidencial de Mitre, que Alem acepta, Yrigoyen la recibe con una glacial indiferencia, y luego expresa categóricamente una frase que hizo historia:

"¿Como voy a apoyar una candidatura mitrista? Es como si me hiciera brasilero".

Las formas de actuar de don Hipólito eran de una cautivante suavidad, tomando las cosas como con guantes de seda, pero dentro de ese guante se ocultaba una mano de hierro.

Cuando la revolución de 1893, organizada con precisión matemática por Yrigoyen sin disparar un solo tiro, el gobernador don Julio Costa propone a los revolucionarios, al verse falto por completo de sustento popular, su renuncia y la del vicegobernador, quedando entonces el gobierno en manos de un alto funcionario, que casualmente era de filiación radical. Para resolver el asunto se convoca al Comité Nacional, y se anticipa la opinión favorable de Alem, para aceptar la propuesta. Sin embargo, su sobrino, disiente frontalmente con esa manera de asumir el gobierno, y sus amigos mueven de tal modo las opiniones, que se produce el rechazo del ofrecimiento. Fue una palmaria demostración de la legendaria intransigencia radical, motorizada por Hipólito Yrigoyen.

Así podrían mencionarse muchas anécdotas, reveladoras de lo que venimos afirmando, pero bástenos la última, que por si sola es definitoria. Sabemos que entre tío y sobrino existía apenas una mala relación política y ninguna de tipo personal. Sin embargo, ante una circunstancia de inusitada gravedad, Leandro lo invita a su sobrino a reunírsele en su casa, ubicada en la calle Cuyo (hoy Sarmiento) entre Rodríguez Peña y Callao. Llega el invitado, solo, aproximadamente a las diez de la noche, y se reúnen ambos en el escritorio, que daba al frente. Tras la puerta, el hijo de Alem y un joven amigo, escuchan atentamente el importante dialogo.

Corría la difícil presidencia de don Luis Sáenz Peña, y Aristóbulo del Valle desde el ministerio, procuraba posibilitar la marcha hacia el poder de la U.C.R. Eran horas de aguda crisis política. El dueño de casa le confiesa a su interlocutor, que ha conseguido comprometer a los jefes de la División Santa Catalina, importante guarnición militar próxima a la ciudad, con lo cual del Valle ya estaría en condiciones de derrocar al presidente. La respuesta de Yrigoyen, tajantemente negativa, no se hace esperar:

"No estamos en Venezuela, donde las revoluciones son hechas por los ministros de guerra".

Esto, que lo cuenta Manuel Gálvez. — "Vida de Hipólito Yrigoyen", ed. Tor, tercera edición— muestra un inflexible sentido de la conducta. ¿Quien era el intransigente?

Nadie ha puesto jamás en duda la pureza de Alem, pero si se puede poner en cuarentena su condición de hábil político: demasiado extrovertido y espontáneo, como que la ira no pocas veces le hacia perder el dominio de si mismo. Su sobrino, en cambio, podría ostentar el más absoluto control de sus reacciones, aun en las instancias más comprometedoras, porque sabía que la primera condición para gobernar sobre los demás, es saber gobernarse, y al servicio de su sentido del equilibrio anímico ponía todo el rigor de su férrea voluntad. Yrigoyen meditaba mucho y hablaba poco, dando más bien la imagen del introvertido, temperamentalmente opuesta a la de Alem. Este era impaciente y fogoso, mientras su sobrino parecía provisto de la paciencia de Job, de un temple sereno y de un criterio profundo y a la vez reflexivo.

Yrigoyen tenía el concepto misional de la política, y se sentía llamado a desempeñar para su patria un papel trascendente, lo que significaba al mismo tiempo un compromiso alto e ineludible.

Otra diferencia a favor de don Hipólito fue su cómoda situación económica. El hombre de campo, conocedor de ese medio, hizo varias fortunas, todas la cuales dejo en la política. En este aspecto no tenía problemas de retaguardia y vivía tranquilo. En cambio, Leandro era por temperamento, romántico y desordenado. Su profesión prácticamente no le dio para vivir, y siempre anduvo con apremios y deudas, que le agitaban a veces el carácter, explicándose así sus iras repentinas y sus reacciones desproporcionadas. Anduvo en amores muchas veces, pero un sentimiento serio lo llevo a dar palabra de casamiento a una dama: no pudo Cumplirla, pues sus insolubles problemas económicos le impedían sostener una casa.

Es seguro que Yrigoyen debe haber estado convencido, sin que para ello mediara, siquiera sea la sombra de un sentimiento mezquino, que un hombre como su tío, bohemio e impulsivo, y desordenado en su vida privada, no le convenía a la fuerza política que, de hecho, ambos estaban piloteando. La desaparición de Alem habrá afectado o no a don Hipólito desde el punto de vista sentimental, pero políticamente hablando, desbrozado el lenguaje de los tabúes tradicionales que los semi contemporáneos no se atreven a remover, desapareció con ese acontecimiento un obstáculo. Porque es seguro que si don Leandro hubiera vivido largamente como su sobrino, la militancia de ambos no se hubiera desplegado en las mismas filas, y que el radical intransigente hubiera sido Hipólito Yrigoyen. Sin la minima duda. Recordemos algo que dijimos al comienzo de este capitulo: los amigos de Leandro fueron enemigos irreconciliables de su sobrino. Algunos actuaron en la vereda de enfrente para combatirlo, pero en todos los casos lo hicieron con sana.

Lo que vamos a decir ahora puede dar lugar a la polémica, pero es nuestra verdad, lo que creemos honradamente: el alvearismo, y luego el unionismo dentro de la U.C.R., sienten que descienden de Alem, y si levantan la bandera de Yrigoyen es solo porque resulta inevitable, como por compromiso, pero lo hacen sin entusiasmo. Y por el otro lado, los genuinamente yrigoyenistas, levantan también la bandera de don Leandro, pero lo hacen, en su caso, porque no han analizado el tema en profundidad. Les dolería mucho llegar a las conclusiones que hemos expuesto. Que nos ha dolido también a nosotros exponer. Lo hacemos impulsados por un compromiso de rigor histórico, admitiendo el margen de subjetividad que en estos problemas existe siempre.

EL GERMEN DE LAS DOS CORRIENTES

Las revoluciones radicales fracasaron militarmente. Pero políticamente no puede decirse lo mismo. El enfrentamiento con el "régimen falaz y descreído", según la implacable aunque certera calificación de Yrigoyen, aporto innegable prestigio a las filas de los descendientes de los revolucionarios del Parque, porque se confrontaba la actitud de unos hombres que desde las posiciones publicas, ostentaban sin mayores recatos su sórdido hedonismo, contrastando con la dura e intransigente austeridad que el ahora indiscutido jefe imponía, con su ejemplo, a los ciudadanos de las boinas blancas.

La abstención larga, heroica y pacifica resistencia, no comprendida todavía por historiadores y ensayistas políticos, tiene la misma envergadura que el legendario éxodo jujeño, y el no menos valioso pueblo de Montevideo en la hora de gloria de Artigas. Esa abstención de tres lustros, lapso durante el cual muchas veces la perspectiva de triunfo se oscurecía por completo, se mantuvo sin embargo, en base a una profunda fe en la causa que se estaba sosteniendo, fe que supo inculcar persuasivamente Yrigoyen en sus seguidores, que a cada nueva calamidad, a cada contraste de los muchos que en esos años inhóspitos hubieron de superarse, respondían con renovado y renaciente fervor.

El adversario, hecho a otros principios, a otra distinta actitud frente a la vida, no acertaba a comprender esos entusiasmos desprovistos de promesas de recompensa material en un futuro cierto. Es el milagro de la fe –así sea la fe en una causa terrenal- que no necesita ser comprendido.
“La moral se marchita –dice Seneca- cuando no existe el adversario”. Eso lo sabía Yrigoyen, y por ello exageraba las perversiones del “Régimen”, para robustecer su frente interno.

No fue nada fácil, sin embargo. Como ocurre siempre, el sacrificio no es para todos, y hubo defecciones. De simples ciudadanos rasos, pero también de dirigentes. Algunos conflictos, fueron importantes, como el sonado debate provocado por la defección del doctor Pedro B. Molina en 1909. El dirigente cordobés le envió a Yrigoyen una carta en la que formulaba graves consideraciones políticas, que el caudillo se vio obligado a contestar. Lo hizo en una extensa pieza, en la que se hace el planteo de fondo de la nacionalidad, lo sustantivo y elevado que se persigue en la lucha empeñada, que implica motivaciones mucho mas profunda que la mera conquista de un gobierno para solo gozar del poder, aunque se hubiera accedido a el legítimamente. Vino después una segunda carta de Molina, una nueva respuesta de don Hipólito, la tercera y ultima del dirigente de Córdoba y la nota definitiva del líder radical, que aparece en esta formidable polémica en toda su dimensión, demostrando que lo suyo es mucho más trascendente que una plataforma electoral o un programa de cosas realizables, concretas y tangibles. Cuando en 1916 ante la posibilidad de que su victoria electoral se frustre por la eventual retirada de los electores disidentes de Santa Fe, se fue al campo sin querer ver a nadie, pero dejó este increíble mensaje:

“¡Que se pierdan cien gobiernos, pero que se salven los principios!”

No era otra cosa que su intransigencia principista de siempre. No improvisaba nada

A través de esos largos y penosos años de dura lucha, muchos se fueron, como dijimos. Pero con ello se produce al mismo tiempo una especie de selección natural, donde debe creerse que van quedando los mejores, los más resistentes, los más fieles. Los verdaderamente incorruptibles.
Pero la realidad es siempre más compleja que el esquema fácil que puede trazarse en un papel. Desgraciadamente, muchos de los no genuinos, de los no definitivamente convencidos, quedaron dentro de las filas partidarias, y fueron el germen de la subsistencia de las dos corrientes enfrentadas tradicionalmente en el radicalismo, de los dos partidos en uno, con dos estilos distintos, con posiciones diametralmente opuestas en torno a problemas sustantivos de la política nacional de la conducta distinta.

Cuando la UCR llega al gobierno en 1916, no se atreve a levantar cabeza el antiyrigoyenismo, pero no está muerto, sino latente, a la espera de su oportunidad. Ella se presenta propicia en 1922, con la asunción presidencial por Alvear. El propio ministerio nacional es una pauta: hay allí solo un amigo de don Hipólito, el resto es un conjunto de señorones europeizantes, varios de los cuales pertenecen al viejo grupo alemnista. ¿En que se diferencia este gobierno, de los gobiernos conservadores a los que tanto se había combatido? Solamente en su limpio origen electoral. Fieles al más crudo liberalismo, dejan hacer, gobernando lo menos posible. No seria demasiado grave, en una país que ya estuviera en la orbita correcta que ha de llevarlo a su verdadero destino. Pero la Argentina de ese tiempo todavía se manejaba con el esquema político-económico que dejó la famosa generación del ochenta: producir en el campo, y comprar toda la industria, porque no debíamos ser un país industrial. Entonces, si un gobierno se cruzaba de brazos, continuaba vigente, por razones de inercia, ese esquema agropastoril a que  se nos había condenado desde los cenáculos londinenses.

La prensa grande de Buenos Aires, que había atacado al Presidente Yrigoyen sañudamente, licenciosamente no pocas veces, se muestra elogiosa para con Alvear y sus ministros. Lo mismo los políticos de la oligarquía como los socialistas. Y la división empieza vertebrarse en el Congreso. Allí los alvearistas, en 1924 llevan candidato propio para presidir la Cámara de Diputados. Es el doctor Mario Guido, que contra el voto de los yrigoyenistas, pero apoyado por conservadores y socialistas, consagra su candidatura. Fue lo que los diarios llamaron triunfo de los “antipersonalistas” porque ya denominaban “personalistas” a los fieles de Yrigoyen.

Pero esto del Congreso, que no hacia sino expresar una realidad que –según vimos- estuvo latente desde siempre, sirvió para poner de manifiesto las notorias diferencias entre los dos sectores, que en realidad fueron dos partidos distintos. El yrigoyenismo ha tenido inalterablemente su contenido nacionalista, antiimperialista, genuinamente telúrico, antiintelectual –nos referimos a ese conocido prototipo de intelectual químicamente puro encerrado en su orgullosa torre de marfil- y espontáneamente inclinado a defender los sectores populares. Frente a eso, los frontales enemigos de Yrigoyen podrían definirse con una frase de Osvaldo Spengler:

“En la historia de todas las culturas ha habido siempre, aunque de ello no tengamos noticia, un elemento antinacional, representado por el pensamiento puro, hostil a la historia, antiguerrero y sin raza”

Eso que se llamó antipersonalismo, se constituyó luego como un formal partido, con la pretensión de destrozarlo a Yrigoyen y su emprendimiento político. Así fundaron la llamada Unión Cívica Radical Antipersonalista, con los Lencinas de Mendoza, los Cantoni de San Juan y su Unión Cívica Radical Bloquista, los Laurencena y Mihura de Entre Ríos, y algunos otros, a la sombra protectores de la presidencia de Marcelo Alvear.

Hasta que fatalmente se llega al enfrentamiento de 1928, momento en que no valen ya los disimulos, y los antipersonalista consagraron una formula de viejos enemigos de don Hipólito. Melo – Gallo, quienes cuentan con el apoyo franco y declarado de los conservadores de todo el país, a través de la constitución de lo que se denominó Frente Único, el que tuvo, como era de esperarse, toda la vieja prensa tradicional a su favor. Pero el resultado electoral fue un resonante plebiscito a favor de Yrigoyen, que con solo una semana de campaña electoral y los elementos del gobierno en contra, triunfo en proporción de dos a uno.

En esa elección se presentaron dos Unión Cívica Radical, con solo un aditamento de diferencia; así como el brillo aparentemente igual del oro y la chafalonía, solo que uno significa autenticidad y lo otro es falso. Y el pueblo no se engañó: la semejanza estaba solo en la apariencia.

A la muerte del viejo caudillo, poco después de los luctuosos acontecimientos de 1930, en que comienza para la nación un largo y sombrío invierno, el radicalismo cayó en las manos de quienes habían descreído de él, de quienes lo habían negado, y negado, y perdió completamente el rumbo. Dijimos páginas atrás que en las horas de prueba, durante las rigurosas austeridades de la abstención larga, por ejemplo, fueron numerosas las deserciones, con lo cual también apuntamos que se producía algo así como una selección natural. Ahora, en cambio, se daba el proceso al a inversa desaparecido Yrigoyen, hay un flujo de reingresos de reincorporaciones, que aparentemente constituye una suma –en política no siempre dos mas dos son cuatro- pero que en verdad, cualitativamente, aguaron el buen vino radical. El histórico partido perdió su tono, su respetado talante viril. Casi podría decirse que perdió su alma.

LA BRILLANTE APARICION DE FORJA

Cuando la Convención Nacional del Radicalismo, convocada para fines de 1934, sanciona en su sesión del 2 al 3 de enero de 1935 el levantamiento de la abstención electoral, declara de hecho que se allana al sistema de fraude para hacerse su más valioso cómplice. Así lo interpretaron uno de los “grandes diarios” de Buenos Aires, cuando en su edición del 3 de enero comenta que esa medida reconocía la normalidad institucional, aunque anteriores Convenciones habían dicho que el gobierno era espurio y de facto. Agrega que esa última resolución significaba el abandono de la “actitud perturbadora” anterior. “El país no admite –pontificaba- que se perturbe su vida en momentos en que sale dificultosamente de un periodo critico de su economía y finanzas, en nombre de intereses políticos que no siente y no comparte”. Así la gastaron constantemente los “grandes diarios”, arrogándose audazmente la representación del país, cuando lo rigurosamente histórico es que, salvo excepcionales circunstancias, anduvieron de contramano con los verdaderos intereses nacionales. Por otra parte, es cierto que esa medida adoptada por el mas alto organismo de la UCR reconocía implícitamente la situación institucional reinante, la cual –es preciso puntualizar- estaba muy lejos de constituir la normalidad. Por el contrario, era flagrante anormal, viciada por los mas graves atentados contra la ley, contra la Constitución Nacional y asimismo contra la moral publica y las mas esenciales normas de convivencia. Era la ignominiosa década infame del fraude electoral convertido en sistema para detentar posiciones públicas. Y esa suma de vergüenzas, el diario denominaba “normalidad institucional”.

Ese mismo diario, a la actitud anterior, de resistencia cívica contra esa suma de delitos organizada desde lo alto de la función publica, llama en cambio “actitud perturbadora”. Evidentemente, la honda crisis moral que padecía nuestra Argentina –no la económica y financiera a que aludía el periodista- estaba amparada desde muchos y poderosos flancos. Son culpas que todavía no han sido saldadas.

“En tropel al éxito”, decía Barroetaveña en aquel ya legendario articulo, “Tu quoque, juventud”. Entre los radicales de 1935 podría decirse, parafraseándolo al idealista precursor de 1890, en tropel a las bancas. Así se fueron, en desordenado tropel, los que no podían soportar cuatro años de protesta cívica, y cuando nada había cambiado en el país, desde el desconocimiento del triunfo del 5 de abril, desde el veto a la fórmula Alvear-Guemes. Se iba, efectiva y tristemente, a convalidar el fraude. Todo, porque los hombres de la conducción no tenían “pazta de mártires”.

El partido de Yrigoyen debió haber sido la esperanza popular y la esperanza nacional, porque el pueblo en sus derechos y en su bienestar material, y la nación en su destino histórico, eran las victimas de una agresión humillante. ¿En quien podía creer el ciudadano burlado y humillado en el ejercicio de su deber y su derecho cívico? ¿A quien iba a recurrir?

Esas carencias flagrantes en el seno mismo de la UCR da lugar a que un grupo de probados yrigoyenistas, constituyan una entidad que, por la seriedad y la lucidez con que supo encarar los verdaderos problemas nacionales, trascendería a la historia como la expresión mas esclarecida de su tiempo, la única que señaló con profundidad y valentía las causas determinantes de nuestro estancamiento. Marcó a fuego esas causas y propuso soluciones. Se trata de FORJA, Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina. Sus primeros pasos datan de ese año clave, 1936, aunque su asamblea constituyente se lleva a cabo el 29 de junio de 1935, siendo el doctor Luis Dellepiane su presidente fundador, cargo que desempeñó hasta 1940, en que renunció al mismo a raíz de una crisis interna en la institución.

Se publica un manifiesto fundacional, “Vocación Revolucionaria del Radicalismo”, en el cual se plantea un vigoroso alegato por la soberanía económica de la Nación, y por una política exterior de latitud latinoamericana. Además, contra influencias colonizadores en el seno del partido.

El 2 de septiembre de 1935 aparece un manifiesto en el que se examinan con severo rigor las leyes sancionada por el gobierno del General Justo, que comprometían en alto grado, según los hombres de FORJA, la genuina independencia nacional, tales como la creación del Banco Central, el Instituto Movilizador, la Coordinación de Transportes, la creación de las Juntas Reguladora de la producción, etc. Denuncia sin reservas a los dirigentes del radicalismo por el abandono de su intransigencia histórica, y los acusa concretamente de colaborar “con las oligarquías económicas entregadas al capitalismo extranjero”.

Fue la de FORJA una predica de esclarecimiento que se adelantó veinte años en el proceso de nuestra evolución política. Se estudiaron los problemas con hondura inédita hasta entonces, en un medio habituado a la declamación fácil, al hallazgo de la frase brillante, pero nada más, a la elocuencia retórica, baldía de sustancia, y cuyo único objeto parecía ser el aplauso circunstancial.

En FORJA se estudió, se aprendió y se enseñó, a través de ciclos de conferencias y seminarios, como así también con la publicación de sus ya celebres “Cuadernos”. Ocuparon su tribuna, no solo argentinos distinguidos por su genuina raíz popular y su pensamiento claro sino ilustres ciudadanos de países hermanos de Hispanoamérica. Entre los copiscuos dirigentes de FORJA recordamos, con Luis Dellepiane, a Homero Manzione (Manzi), Gabriel del Mazo, Arturo Jauretche, Atilio García Mellid, etc. Muy vinculados a hombres de FORJA, aunque no militara dentro de sus filas, estuvo otro meritorio argentino: Raúl Scalabrini Ortiz.

Esto de FORJA quiere decir que, paralelamente a la decadente conducción alvearista del radicalismo, esta institución de neto cuño y estirpe yrigoyenista se constituyó en un fiscal implacable, hablando sin eufemismos y con nutrida y valiosa información, desnudando las sospechosas incoherencias de la alta cúpula partidaria.

Al advenimiento del peronismo, FORJA, que nunca quiso militar electoralmente en las luchas internas de la Unión Cívica Radical, sino en base a su siembra de ideas -que fue fecunda— empezó a diluirse. Dos rumbos fundamentales se abrieron para ese brillante grupo de estudiosos de nuestra política: el que representaba el coronel Perón, cuya figura asumía intuitivamente un sentido antiimperialista y emancipador; y el de la lucha contra el alvearismo dentro de la UCR., para rehabilitar al viejo partido, rescatándolo para ponerlo, como estuvo en sus mejores tiempos, al servicio de la causa grande de la Nación. Unos se fueron con Perón, y significaron a su lado un rico y sustantivo aporte; otros se quedaron en las filas radicales, donde poco después fundarían, junto a otros correligionarios, el Movimiento de Intransigencia y Renovación, el que a su vez, en efecto, rescataría al radicalismo para el cumplimiento de su autentico destino.

Cuando la Unión Cívica Radical decidió levantar la abstención y volver a las elecciones, dejando marginada una actitud digna y recia, y en el fondo revolucionaria, debía entenderse que seria para defender el comicio hasta con heroísmo si fuera preciso. Pero ya se vio en 1936 en Buenos Aires y Santa Fe, y luego en la elección presidencial en 1937, flagrantes burlas ante las cuales el partido, victima de ellas, se limito a emitir documentos de protesta, aceptando después la migajas de minoría. Era una indignidad del victimario y de la victima. Así fue también en 1938 en Mendoza, donde el fraude fue de tal magnitud que los conservadores se atribuyeron 60.000 votos, y solo les acreditaron a los radicales 36.000.

Ese mismo año —1938— debe convocarse a elecciones en casi todas las provincias, para cubrir 63 bancas de diputado nacional. En la Unión Cívica Radical se hace muy duro prestarse a un nuevo falseamiento, y en los organismos internos se debate largamente la actitud a asumir: concurrencia o abstención. Finalmente se impone la concurrencia, menos en Corrientes, donde no se prestaron al fraude los radicales de ese distrito: decretan la abstención. Aunque se le reste valor a esa determinación, porque en verdad se trataba de una provincia donde tradicionalmente el radicalismo contó siempre con muy pocas posibilidades.

En la Capital Federal, como consecuencia del descontento latente entre los afiliados, la oposición a la conducción alvearista, aglutinada en un movimiento llamado "Bloque Opositor", resuelve a la elección interna. Pero como contagiado por el ambiente político general, en este comicio dentro del radicalismo se cornete un visible fraude, y el "Bloque Opositor" lo denuncia en un documento que se publica, en el cual anuncia que se presentara por cuenta propia, separadamente de la lista oficial del partido, en las próximas elecciones. Estas tienen lugar en marzo (1938), y en ellas, pese a las falencias apuntadas, sigue siendo mayoría la Unión Cívica Radical. La sorpresa fue el fracaso socialista, que paso a ocupar el tercer lugar, detrás de la Concordancia. Es decir se quedo sin representación por la Capital Federal, que era prácticamente su único distrito. Por su parte, el llamado "Bloque Opositor", desprendimiento de la U.C.R., falto de infraestructura partidaria, obtuvo apenas unos pocos votos. Es que el ciudadano, que deseaba votar contra el gobierno, no se arriesgaba a perder su voto apoyando una lista que no tenia ninguna posibilidad de triunfo. Téngase presente que no se votaba con el sistema de representación proporcional, donde quien no obtiene votos es porque no lo acompaña la voluntad ciudadana, sino por el de la ley Sáenz Peña, que solo asigna representación a los dos partidos mayores.

Con los resultados de 1938 —el fraude perfeccionado— el radicalismo perdió la mayoría en la Cámara de Diputados y, por lo tanto, la presidencia de la misma. Ese año asciende Ortiz a la Presidencia de la Nación. Aunque se trataba de un hombre vinculado a la Cámara de Comercio Británica, que apoyo su candidatura, y su elección fue tan fraudulenta como había sido la de Justo, se recordaban sus reiteradas promesas en el sentido de que terminaría definitivamente con las elecciones fraudulentas. En el seno del partido de Alem había, pues, tensa expectativa, en cuanto a hechos que probaran la sinceridad o no de esos solemnes anticipos preelectorales. Pero además, como contrapartida de la sensación de fracaso ante la propia inoperancia, algunos sectores radicales alentaban la idea de que el doctor Honorio Pueyrredón —aquel gobernador electo de la Provincia de Buenos Aires que no pudo asumir porque un sablazo de Uriburu le cerro el paso— a la sazón presidente de la Convención Nacional del partido, se resolviera decididamente a encabezar un movimiento de oposición a Alvear: todo el viejo yrigoyenismo y toda la juventud partidaria lo hubieran seguido con fervor, con un fervor que por entonces nadie sentía porque nadie ni nada lo provocaba. Pero Pueyrredón jamás se decidiría: no se sintió con fuerzas, no creyó quizás contar con el apoyo suficiente, o sencillamente no se atrevió a enfrentar abiertamente a Alvear. El caso es que defraudó las esperanzas que muchos correligionarios habían depositado en su persona.

En cambio, cobra cuerpo la esperanza de que el presidente Ortiz termine con el fraude. En la provincia de San Juan, ante una elección flagrantemente tramposa, en mayo de 1939, no trepido un instante: hizo anular, a través del interventor federal, el acto eleccionario. Por fin parecía que las promesas sobre respeto de la voluntad popular en el comicio iban a concretarse en realidad. En 1940 se llevan a cabo en Catamarca comicios para elegir gobernador, y las denuncias de fraude resultan abrumadoras. Entonces Ortiz se dirige a las autoridades de esa provincia, opinando que en razón de los notorios vicios de que adolecían, las elecciones eran nulas, y agrega que si el gobierno provincial no lo en- tendía así, el intervendría la provincia. Esto motiva la participación en el conflicto del Vicepresidente Castillo, que era catamarqueño de origen, y se solidariza con el gobierno provincial: se asiste una vez más, en la historia política argentina, a un enfrentamiento entre ambos términos del binomio presidencial.
Por su parte, el Comité Nacional de la Unión Cívica Radical emite un documento donde se aplaude la actitud del Presidente de la Nación, y lo propio hace el bloque parlamentario, ante la alentadora perspectiva que parece abrirse para el país. Se vive la posibilidad de un cambio trascendente, y el mundo político experimenta una conmoción profunda, a favor o en contra.

Todo el interés, en el radicalismo y en el país, se fijaba ahora en la provincia de Buenos Aires, gobernada por el doctor Manuel Fresco, que había impuesto el voto a la vista y un sistema de violencia tal, que impedía el menor despliegue cívico a la oposición. La Unión Cívica Radical, aprovechando la actitud presidencial, realiza actos públicos en todas las ciudades de la provincia —entonces eran 112— pidiendo la intervención federal.

A pesar de todo, las elecciones en Buenos Aires fueron fraudulentas, como un desafío de Fresco, y el Presidente Ortiz intervino la provincia deponiendo al gobernador. En la trastienda de estos sucesos, el general Justo, que se veía rectificado por su sucesor Ortiz, había apalabrado a muchos colegas suyos militares para un eventual apoyo a Fresco. Sin embargo, las Fuerzas Armadas se solidarizaron con la autoridad del Presidente, y no hubo inconvenientes de ninguna índole en el ámbito castrense.

Las elecciones de diputados de 1940 resultan auspiciosas para la U.C.R.: triunfa en la Capital Federal, Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos, Tucumán, Mendoza y Jujuy, con lo cual logra 80 legisladores en la Cámara Joven. La intervención en la provincia de Buenos Aires podía asegurarle un nuevo triunfo en la elección de gobernador futura, lo cual a su vez aseguraba virtualmente la victoria radical en la próxima contienda presidencial. ¿Quien podía disputarle ese premio?

En cierto modo, todo ello parecería darle la razón a Alvear, parecía el triunfo de su política: con esa actitud paciente y blanda, casi contemporizadora, había conseguido el milagro de poner al partido en la orbita de su consagración victoriosa, llevándolo nuevamente al gobierno.

Pero habría que analizar el verdadero significado del triunfo de la política de Alvear, en cuanto al futuro de la fuerza política cuya jefatura ejercía, y en cuanto al futuro mismo del país.

Hemos visto que el radicalismo, bajo la conducción de don Marcelo, fue un movimiento desprovisto de contenido, limitado a luchar contra el fraude y la violencia, y cuyas únicas banderas constituyeron, entonces, la ley y la Constitución Nacional, además de la verdad del sufragio. Guido de Ruggiero, en uno de sus brillantes ensayos ("El Retorno a la Razón", ed. Paidos, Bs. As., 1949), dice que "un derecho no se reivindica sino cuando esta amenazado o impedido", y discurre luego que "los partidos de la libertad se mostraron siempre llenos de impulsos y de vigor en la fase de incubación y de lucha, y una vez lograda la victoria, desorientados y extraviados, como si hubiesen perdido su punto de apoyo, y se hubiesen vaciado, improvisamente, de todo contenido". ¿Que hubiera ocurrido con esta Unión Cívica Radical, que no se había pronunciado, ni siquiera con mediana claridad, respecto de los problemas económicos —los de la nación como tal, y los del pueblo— de los problemas sociales, de los problemas culturales relaciona- dos con el espíritu de la nacionalidad? Es legitimo pensar que si ese radicalismo, cuya única gimnasia había consistido en luchar contra el fraude, llegado al gobierno, ya sin fraude contra el cual oponerse, se hubiera desinflado como esos "partidos de la libertad" a que hace referencia el sociólogo italiano. Es que su actividad política, desprovista de contenido propio, había sido exclusivamente negativa, contra el escollo que se le oponía, pero en ningún momento enarbolando alguna de las grandes banderas que constituyen los objetivos finales de los pueblos y de las naciones. Había peleado contra algo, pero no por algo. Su lucha, repetimos, no lo fue por el bien, sino en contra del mal, que no es lo mismo.

Por otra parte, esta Unión Cívica Radical bajo Alvear, que se había "amansado" ante una minoría que trampeaba elecciones y se vanagloriaba de ello, transigía con todo. Los grandes consorcios expresivos del imperialismo económico, no podían quejarse de los representantes radicales según hemos visto— tanto en el Concejo Deliberante como en el Congreso Nacional. Los impulsos nacionalistas de los tiempos de Yrigoyen habían pasado a la historia. El doctor Alvear, un verdadero "gentleman" educado a la europea, creía de buena fe en nuestro destino de prospera granja de las grandes potencias industriales. El radicalismo, ese radicalismo, no era un peligro para el capitalismo imperialista, que tanta influencia ejercía sobre nosotros. La verdad, y por encima del rotulo, era solo una expresión moderna de los viejos partidos conservadores. Dicho de otra manera, el viejo y desagradable semblante de los partidos conservadores —que el pueblo ya no podía digerir— había encontrado su mascara ocultándose bajo la apariencia de ese radicalismo.

Esto explica, a su vez, la actitud del Presidente Ortiz. Una futura elección presidencial sin fraude iba a significar, con la victoria del radicalismo estilo Alvear, un cambio de manos en el gobierno nacional, pero ningún cambio en la política fundamental argentina. Un flagrante ejemplo de gatopardismo.

La iniciativa de Ortiz fue, como intención que empezó a concretar en hechos, volver a la verdad del sufragio. Es decir, ese aspecto de la mecánica electoral, pero no más allá de eso. Era lo único que enmendaba de la política del general Justo: el fraude. En cuanto a lo económico, tan importante y significativo, todo seguiría igual. El doctor Ortiz, que durante mucho tiempo había estado vinculado a importantes firmas de origen ingles, llegó a la candidatura presidencial —reiteramos— con el aplauso de la Cámara de Comercio Británica. La orientación económica de su gobierno era tan favorable al imperialismo y su penetración, como lo fue durante el gobierno de Justo. La convicción del doctor Ortiz, así como de los grandes interesas a que estuvo ligado, era que el radicalismo no solo significaba un peligro, sino que constituía una verdadera garantía. Entonces, ante una situación de guerra en Europa, Argentina debía continuar siendo un importante proveedor de alimentos. En ese caso, era mas tranquilizante para Gran Bretaña que aquí gobernara el partido que representaba en verdad la mayoría electoral, que una minoría obligada a mantenerse en el poder con malas artes, y siempre bajo el peligro latente de reacciones violentas. La transferencia del poder, pacíficamente, a ese partido tranquilo y tolerante que demostraba ser la U.C.R., significaba una medida inteligente del doctor Ortiz y del influyente entorno que lo rodeaba. Como vemos, cambiar algo las apariencias, para que todo siga igual.

Vamos a pasar por alto, en cuanto al radicalismo, la incidencia en sus enfrentamientos internos que tuvo la segunda guerra mundial, porque nos demandaría innecesariamente mucho espacio, y además porque ya ha sido tratado, en general, desde las paginas de esta revista. Solo diremos, como brevísimo boceto, que el unionismo, de notoria tendencia liberal, fue entusiastamente aliadófilo, en tanto los yrigoyenistas de pura cepa se mantuvieron neutralistas a muerte.

Recordemos que la enfermedad del doctor Ortiz lo obligó a delegar el mando en el Vicepresidente Castillo, y que poco después falleció. Castillo no compartía —como se dijo antes— el punto de vista político de Ortiz en cuanto a una solución radical, sin fraude. Las ilusiones que algunos se forjaron a través de los incontrastables hechos que el Presidente Ortiz asumió, se vieron amargamente defraudadas. Pero el destino había decidido algo que nadie sabía: los días del fraude estaban contados.
LOS AÑOS CRITICOS DE LA UNION CIVICA RADICAL

La paciencia tiene un límite. Las repetidas defecciones de la conducción partidaria comenzó a generar una sorda disconformidad, que se canalizo bajo distintas formas de expresión. Por ejemplo, el 5 de abril de 1941, conmemorando aquel lejano triunfo partidario en la provincia de Buenos Aires, se llevó a cabo una cena, con la presencia de autoridades partidarias y varios centenares de asistentes. Pero a la hora de los discursos nadie pudo hablar, porque el grito estentóreo de "¡intransigencia!", repetido con fuerza y con rabia, frustro a los oradores. Intransigencia equivalía a frontal oposición a Alvear.
Cuando se va a reunir la Convención Nacional, en mayo de ese mismo año, con el salón repleto de delegados y mucho publico —una barra que desde temprano se anticipaba ardorosa y agresiva— al momento de aparecer en el escenario el doctor Alvear, como obedeciendo a una consigna previa, se desato una verdadera batalla campal, en medio de ensordecedora rechifla, mientras llovían sobre el escenario sillas, trozos de madera y toda clase de objetos contundentes. Alvear y demás autoridades fueron obligados a abandonar con urgencia el proscenio, en forma no demasiado elegante, para defender su amenazada integridad física. Esa impulsiva e inculta violencia, era quizás la única forma y oportunidad que tenia el "uomo qualunque' del partido para manifestar su profundo disgusto, su desilusión, sus frustraciones, su disentimiento con la política con la cual el entendía que se estaba suicidando la Unión Cívica Radical. Una vez desalojado el público, Alvear pudo hablar para inaugurar oficialmente la Convención en su carácter de presidente del Comité Nacional, y entonces atribuyo a "nazis" infiltrados el desorden anterior. Fue un recurso, un argumento fácil y hábil, aunque muy lejos de ajustarse a la verdad, pura explicar el escándalo. Siempre es difícil reconocer las propias culpas.

En esa Convención, terminado el mandato de Honorio Pueyrredón, fue reemplazado por José Luis Cantilo, conspicuo alvearista. Y como para caracterizar las opuestas posiciones, —considerando asimismo los trascendentes acontecimientos mundiales— hubo exclamaciones en la barra a favor del mantenimiento de la neutralidad y en contra de los "chadistas", por parte de sectores intransigentes, respondidos desde el otro lado con el calificativo de "nazis".

El doctor Octavio Amadeo fue el interventor enviado por Ortiz a la provincia de Buenos Aires para reemplazar a Fresco y dar elecciones veraces. Ante la consolidación de Castillo en el gobierno nacional, y el consecuente retroceso político que ello significaba, Amadeo renuncia, enjuiciando en términos sin concesiones a las maniobras contra la verdad democrática. Castillo acepta la renuncia, pretendiendo rechazar los términos que ya la opinión publica conocía, y que se ajustaban a la situación que se estaba viviendo.

Se busca el necesario reemplazante de Amadeo, desde la Casa Rosada, destinado a presidir un fraude alevoso y mayúsculo. A ese ominoso propósito, el Presidente convoca en su sede a distintos personajes, que, cada uno a su turno, van siendo descartados en la medida en que no aceptan las condiciones impuestas. El elegido debe ser un hombre carente en absoluto de escrúpulos, dispuesto a llevar a cabo sin remordimientos inhibitorios ese acto de lesa democracia. En buen romance, un hampón de guante blanco y de conciencia negra.

No fue fácil encontrar el candidato, a pesar de la honda crisis de valores morales en que se había caído. Por esos días un pistolero de Avellaneda, amigo de Barceló, cayo en su ley, asesinado por otro pistolero: a su sepelio concurrió una muchedumbre, y su ataúd fue envuelto con la bandera nacional. Contemporáneamente, Leopoldo Lugones, el poeta de "La Guerra Gaucha", desilusionado ante esa Argentina que parecía un país sin respuestas, termino con su vida por propia voluntad. A su sepelio solo concurrieron dieciocho personas, y allí no hubo banderas ni honores oficiales. Evidentemente, se vivía un total trastrocamiento de valores.

El Presidente Castillo, con una pachorra digna de su provinciana paciencia, pero también de sus aviesas intenciones, convoca, —dijimos— a una serie de seleccionados para asumir en frío la comisión de un hecho delictivo contra el pueblo y contra la cultura política del país. El Presidente habla con unos y otros, pero nadie le agarra viaje. Así se suceden semanas. Hasta que una tarde, ante ese espectáculo triste y sórdido, al pie de la primera pagina de un vespertino porteño, "Noticias Graficas", su director José Agusti, eximio periodista, escribió un editorial en el que se comentaba esa búsqueda cínica que conducía la cúpula del gobierno, el propio doctor Castillo, de un hombre que no le hiciera asco a la misión de organizar un grande y premeditado fraude. Pero lo genial de ese editorial estaba condensado en el titulo, síntesis veraz y sustantiva de la realidad. En efecto, en letras tamaño catástrofe, a todo lo ancho de la primera plana, decía así: "SE NECESITA UN SINVERGUENZA". Y el sinvergüenza apareció, y fue un coronel de la Nación, para complicar aun mas a las Fuerzas Armadas en todo lo que significo la "década infame del fraude".Habíamos caído muy bajo.

La conducta de la U.C.R. siguió sin variantes: a veces, dura en los términos de algún documento de protesta, pero siempre sospechosamente blanda y contemporizadora en los hechos, como para desalentar la menor esperanza.

Así llegamos a 1942, que le depararía al partido mayores sinsabores todavía, como consecuencia natural de los sucesos anteriores: su cobardía para defender lo propio, su resignación humillante ante reiteradas afrentas y, además, la probada inconducta de muchos de sus representantes en el Concejo Deliberante y en el Congreso Nacional, que alcanzaron a salpicar —según vimos— a las altas autoridades partidarias.

Todo eso tenía que ser merecidamente castigado por el ciudadano anónimo, el idealista que había seguido fiel- mente a la sigla de sus amores a través de todas las vicisitudes, sin pedir nada, sin esperar alcanzar quizás nunca una compensación material. Tenía derecho de exigir, al menos, el respeto a una conducta, a una continuidad que venia casi desde la historia, que estaba consustanciada con lo radical, con lo más genuino del espíritu de esa entidad política. Eso, que valía mucho para el, le había sido escamoteado.

Ese ciudadano anónimo, ante la acción de consumo de los antirradicales de afuera y de los no radicales de adentro, ya no creía en nada, estaba desencantado, desilusionado, desorientado. Y entonces no voto, o voto en blanco, o voto por otro partido, no por afirmativa adhesión, sino por reacción negativa, por resentimiento. Y en marzo de 1942 se derrumbo el mito de la mayoría radical: en la renovación parcial de la Cámara de Diputados, perdió en la Capital Federal frente a los socialistas; en Entre Ríos, donde gobernaba el radical Tibiletti, perdió sin fraude ante los conservadores; y perdió en Tucumán, donde gobernaban los llamados radicales "concurrencistas". Solo se salvo Córdoba, donde al terminar su mandato Sabattini, se mantuvo la situación. Pero es preciso consignar que Sabattini era opuesto a la conducción nacional del partido. Y otro factor que en ese momento gravito, fue la posición ante el conflicto mundial: Sabattini mantenía la actitud neutralista de Yrigoyen, mientras que los de Entre Ríos y los de Tucumán, como todo el alvearismo, eran furiosamente aliadófilos. Y el pueblo no adscribía la sumisión a los imperialismos, aunque se disfrazaran de democracia. Perduraba la lección de Yrigoyen.

Como colofón de esta pagina, digamos que el único dato positivo fue que, ante la presión de los intransigentes, el Comité Nacional dispuso el 23 de julio de 1942 la intervención del radicalismo de la Capital Federal, cuyo desprestigio era ya demasiado gravoso: a los negociados conocidos, lesivos a la ética y a la mis elemental decencia política, se sumaba ahora la tremenda derrota electoral frente a los socialistas.

¿EL GENERAL JUSTO, CANDIDATO RADICAL?

Parece una charada o un producto de la imaginación, pero nuestros recuerdos juveniles nos confirman que se trato de una posibilidad muy cierta, solo desbaratada en su momento por la Divina Providencia. Veamos rápidamente el panorama de aquella hora.

¿Cómo surgiría el sucesor de Castillo? ¿Distorsionan do violentamente la voluntad popular, o admitiendo honradamente el dictamen de las mayorías? Allí estaba la primera parte del planteo para resolver esa charada mayúscula que era el futuro político inmediato de los argentinos. En cuanto a los candidatos, varios perfilaban sus aspiraciones, mis o menos legitimas, al ansiado sillón. Entre ellos, en el mundo político de aquella época era un secreto a voces que el general Justo pretendía una segunda Presidencia, y que trabajaba sordamente para ello desde hacia tiempo. Como para no caer en el olvido, colaboraba en el suplemento literario de "La Nación" publicando notas históricas. En otro orden de cosas, al producirse el gran conflicto mundial, cuando el Brasil, siguiendo la inspiración de Esta dos Unidos le declara la guerra al Eje, el ofrece su espada — ¡OH, quijotesca actitud!— a la nación carioca. Con ese efecto teatral no solo busco notoriedad, sino también algo más "conducente": el apoyo —que no le iba a faltar— de las potencias llamadas "democráticas". Así desplegaría a todo trapo su campaña electoral. De paso, marcaba su diferencia con el Presidente Castillo, que simpatizaba aparentemente con el Eje.

Esto quiere decir que Justo se preparaba para llegar a la Presidencia por medio de una elección. Elección donde seria el candidato opositor, enfrentando al candidato del Presidente Castillo, que seria el de las fuerzas conservadoras que sostenían al gobierno. ¿Cual seria la estrategia de Justo para superar al oficialismo, que desde 1930 no necesitaba votos para ganar elecciones? Ante todo, recordemos que Justo no tenia fuerza política alguna que le sirviera de respaldo fijo y estable, pero desde hacia tiempo, sin prisa y sin pausa, estaba anudando compromisos personales para lograr firmes y múltiples apoyaturas. La desaparición de Alvear fue, en ese sentido, un providencial acontecimiento para su propósito, pues pensaba fundamentalmente en apoyarse en la Unión Cívica Radical, así como suena. Alvear hubiera sido un obstáculo difícil, no solo por su personal aspiración una vez mas, a esa candidatura, sino también por su resentimiento respecto de Justo, por el fraude no olvidado de 1937 a la formula Alvear-Mosca.

Y para mejor comprender este aparente contrasentido de la candidatura justista por vía de la U.C.R., tengamos presente que ese radicalismo amorfo, o mejor dicho, esa cosa amorfa que todavía se denominaba Unión Cívica Radical, sentía la necesidad de ser gobierno de cualquier manera y a cualquier precio. Muerto Alvear, carecía el partido de una figura sobresaliente en el orden nacional, como para imponerla en todo el país. Es así como avanzaban los conciliábulos, cada vez menos herméticos, las conversaciones tendientes a lograr un amplio y pleno acuerdo entre los hombres que desde hacia años venían manejando al viejo partido de don Hipólito, y el general Agustín P. Justo. Este hombre, hasta ayer enemigo a muerte de todo lo radical, capitán del fraude, gran corruptor de nuestra democracia, iba a ser el candidato presidencial del otrora glorioso partido de las reivindicaciones populares.

Indudablemente, la mayoría de las juventudes del radicalismo desacataría ese insoportable acuerdo, escindiendo el partido junto a todos los viejos yrigoyenistas; pero a Justo lo apoyarían también otros partidos, en la primera versión proyectada de una Unión Democrática, que providencialmente no pudo ser.

¿Y como pensaba superar Justo la eventualidad del fraude, que el Presidente Castillo estaba decidido a organizar para asegurar el continuismo? Porque ahora podría ser el la victima del fraude, que durante seis anos organizo contra otros. Es que el hombre no solo estaba anudando compromisos con civiles políticos, sino también —y constantemente— con militares en actividad, con mando de tropa. Esos contactos no los perdieron nunca, y aunque existía en el Ejército de esos días una fuerte corriente antijustista, también contaba con sólidos amigos, dispuestos a jugarse en cualquier momento crítico. Eran estos los militares partidarios de los aliados; los neutralistas eran sus enemigos. Además, aun los enemigos de Justo, no podrían ni querían aparecer como partidarios del fraude.

Así estaban echados los dados al iniciarse el año 1943, en que la política interna, bastante enredada, se mezclaba inevitablemente con la guerra y la política internacional. Año que seria grávido en trascendentales cambios para los argentinos, donde jugo también su carta la Providencia, desbaratando planes y pulverizando algunos cálculos: en enero, imprevistamente, un sincope cardiaco —derrame cerebral, según otros— produjo la muerte del general Justo. Seis meses después de la muerte de Ortiz; nueve meses después de la de Alvear. En la política argentina, los lugares de primerísimo plano habían quedado vacantes. Pronto avanzaría hasta allí quien hasta ese momento era absolutamente desconocido por el país.

EL VACIAMIENTO DE UN PARTIDO

Hemos dicho antes que el viejo partido de Yrigoyen había perdido su mística y su fervor: ahora solo luchaba por la normalidad institucional, contra el sistema del fraude. Estaba despojado de todo contenido, victima de un deliberado vaciamiento. Entonces era viable la intentona urdida por los sectores alvearistas, de acercamiento a los otros partidos "democráticos", socialistas y demoprogresistas. No se hablaba todavía de comunistas, pero se sabía que entrarían. Se formaría con ellos una Unión Democrática, aunque nadie había oficializado aun el nombre. Eso lo aprueba la Convención Nacional reunida en enero de 1943, y se llevan a cabo a partir de allí los contactos interpartidarios para fijar la estrategia de lucha. Pero nada se dice de la formula presidencial. Desaparecido Justo, los cerebros de esta primera Unión Democrática pensaban encontrar un general dispuesto a prestarse para la candidatura y a impedir con la fuerza de las armas, entonces, el fraude que proyectaba Castillo. Por eso anduvieron en sondeos con el general Pablo Ramírez, ministro de Guerra de Castillo. Y por supuesto, contra la mas arraigada tradición del partido, se hablaba de volar una formula extrapartidaria.

Pero si la formula cívico-militar extrapartidaria no hallaba su cauce, se mencionada ya los nombres de Tamborini y Laurencena, dos viejos adversarios de Yrigoyen, para encabezar la formula, y los otros partidos hablaban de Palacios, Bravo y Molinas para el segundo termino. Pretensiones no fallaban, y avilantes para formularlas tampoco. Por el oficialismo, el Presidente barajaba tres nombres: Robustiano Patrón Costas, un poderoso terrateniente salteño; el doctor Guillermo Rothe, a la sazón ministro de Instrucción Publica; y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Rodolfo Moreno. Se decidió por el primero.

En abril de 1943 la Convención radical aprueba formar parte de la U.D.A. (Unión Democrática Argentina), así como también una plataforma común, en la cual no se concreta nada porque todo es allí genérico y declamatorio.

El comando unionista estaba dispuesto decididamente a liquidar lo que quedaba del glorioso movimiento popular y nacional estructurado por don Hipólito, pero la Providencia Divina dispuso por su parte, que dos veces lo salvara el "gong": la primera, fue la muerte inesperada del general Justo; la segunda, el golpe militar del 4 de junio de 1943. Así se salvo el partido, en el filo mismo de la navaja.

ENFRENTAMIENTOS DE LAS DOS TENDENCIAS

Con la caída del gobierno de Castillo, se clausura una etapa que el consenso general ha coincidido en llamar "la década infame del fraude". Como todos los periodos intermedios, los años que inmediatamente vendrán traerán una carga tan compleja y contradictoria de acontecimientos —al menos en la superficie— que el mas baquiano correrá riesgos de desorientarse.

Todos los partidos habían caído en el desprestigio, todos lo habían merecido. Tampoco estaban exentos de responsabilidad los sectores castrenses, que habían consentido, durante esa larga etapa que acababa de superarse, la desvirtuación de nuestra democracia. Pero ellos podían ser, los militares, al dar término con un limpio sablazo a un periodo muy negativo de la historia política argentina, los impulsores de una nueva era. El país lo esperaba así.

Sabattini fue el único político de volumen nacional de esa hora, con prestigio cierto entre los militares, que lo buscaron reiteradamente. Su buen gobierno de Córdoba y la notoria austeridad de su vida le habían ganado el respeto y la consideración de todos. Y en esa época en que los sensualismos y la concupiscencia habían alcanzado a la mayoría y habían corrompido a muchos, la limpia imagen del político cordobés destacaba con caracteres notables. Por esa razón el gobierno militar que surgió de la revolución del 4 de junio de 1943 le ofreció un importante cargo al doctor Santiago del Castillo, hombre de confianza de don Amadeo y su sucesor en el gobierno de Córdoba, ofrecimiento que el interesado acepto después de consultar con Sabattini. Esto provoco las críticas mas airadas de los alvearistas del partido, y de otros dirigentes políticos.

Los socialistas y conservadores empezaron a reclamar una rápida convocatoria a elecciones. Los primeros, además, lanzaron como globo de ensayo la idea de entregar el gobierno a la Corte Suprema de Justicia. Entretanto, en el seno del radicalismo se hacia cada día más evidente la división irreconciliable entre los dos sectores de siempre: el alvearismo y el viejo yrigoyenismo, cuyos hombres ahora comenzaban a llamarse intransigentes. Y empezó a agitarse nuevamente la idea del frente popular, alimentada, además, por infinidad de entidades intermedias, algunas de las cuales tenían existencia real, aunque la mayoría eran creadas solamente para figurar en los diarios, que no ignoraban la superchería pero que desplegaban generosamente la información sobre ellas, porque remaban en el mismo sentido. Entre las que existían en verdad, es de recordar la F.U.B.A., que tuvo una destacada actuación a favor de dicho frente.

En esos febriles días, se constituyo en Buenos Aires una entidad llamada Junta de Coordinación Democrática, que integraban Manuel Ordóñez, Bernardo Houssay, Eustaquio Méndez Delfino, José María Cantilo, Arnaldo Massone, Eduardo Benegas y el estudiante universitario German López, presidente de F.U.B.A. (Actual Secretario General de la Presidencia de la Nación). Esta Junta desplegó singular actividad, y en agosto de 1945 se reúne en una entrevista a la que se le asigno trascendental importancia, con la Mesa Directiva radical, a la que invita formalmente a integrar la Unión Democrática. Por supuesto, ya estaba todo resuelto de antemano, pero ese acto constituyo la formalidad pública. Algunos días antes, los intransigentes de la Capital se habían expresado en términos muy enérgicos en contra de ese frente común, y simultáneamente coincide Sabattini con un telegrama que envío desde su provincia. Sin embargo de esas importantes opiniones, el liberalismo del partido, comprometido definitivamente, no tardaría en acordar la consumación de la unión multipartidaria. A partir de esa puja por lograr la llamada Unión Democrática, los alvearistas se denominaron "unionistas".

Pero los desvíos en el partido habían ido demasiado lejos, y un día los intransigentes deciden organizarse, para lo cual llevan a cabo su primera reunión de carácter nacional, en la ciudad de Avellaneda, el 4 de abril de 1945. Reunión constitutiva del Movimiento, que con el tiempo ha adquirido un halo legendario. De allí salio una nueva palabra, contrastando obviamente con la retórica hueca de los viejos dirigentes alvearistas.

Allí se encontraron antiguos yrigoyenistas como Francisco Ratto, Roque F. Coulin, Eudoro Vargas Gómez y Jacinto Fernández; y Jorge Farias Gómez, Crisoiogo Larralde, Gabriel del Mazo, Juan B. Fleitas, Justo P. Villar, Ricardo Balbín, Federico Fernández de Monjardin, Arturo Frondizi, Héctor Dasso, Luis R. Mac Kay, Bernardino Horne, Aristóbulo Araoz de Lamadrid, Donato Latella Frías, Alejandro Gómez, Ramón del Río, Ataulfo Pérez Aznar, Ernesto P. Mairal y muchos otros. Entre los más jóvenes, recordamos a nuestro lado a Eduardo Holt Maldonado, Ricardo Sangiacomo, Daniel Errea, Rodolfo Carrera, Eduardo Bergalli, etc.

Desde entonces, a partir de la Declaración de Avellaneda (que se dio en la citada asamblea, en base a una redacción en la que intervino una comisión designada al efecto, integrada por Moisés Lebensohn, Gabriel del Mazo, Antonio Sobral y Arturo Frondizi) el Movimiento de Intransigencia y Renovación que se estructuro poco después y fue la necesaria organización de los intransigentes, comenzó a marcar las diferencias entre la vieja y ya superada política del favor personal y del compromiso directo, y esta política con ideas claras para un país que aspira a ocupar un lugar en el mundo. Pero todavía el elenco unionista tenia en sus manos la conducción partidaria, y en ese momento estaba decidido firmemente, según ya vimos, a concretar la Unión Democrática que se urdía desde hacia tiempo. Mientras los intransigentes hablaban de la necesidad de renovar la dirigencia, para llevar la pujanza de la sangre joven, acorde con la época, a la cúpula del comando dentro del partido, así como de la urgencia de un cambio de estructuras en el orden nacional del país, los unionistas, repitiéndose hasta el infinito, seguían reclamando el cumplimiento de la ley y de la Constitución, y elecciones sin fraude. Aunque ellos hacían fraude internamente. Agreguemos también, como una acotación no desprovista de interés para el analista, que la Declaración de Avellaneda prescindía de las habituales imputaciones de "nazismo" formuladas en casi todas las declaraciones emanadas del partido, con referencia al gobierno: era una pieza seria, de valor socio-político y económico, que iba a la sustancia de los problemas y eludía lo circunstancial y contingente. Evidentemente hoy, con todo lo que se ha andado, esa Declaración no seria una pieza notable ni mucho menos, pero si lo es juzgada en su contexto temporal y físico, y mucho mas aun, relacionada con otros documentos radicales. También, comparada con los del resto de los partidos en aquel momento.

Evidentemente, la reunión de Avellaneda coincidía plenamente con Sabattini, aunque el dirigente cordobés no estuvo en ella. Pero fue promovida principalmente por intransigentes de la provincia de Buenos Aires y de la Capital Federal, que por razón de distancia actuaban con relativa independencia respecto de don Amadeo, a pesar de respetarlo como el líder máximo de la orientación yrigoyenista. Sin embargo, los hombres de Capital y provincia de Buenos Aires, tales como Frondizi, Lebensohn, Balbín y Larralde, más jóvenes a su vez que Sabattini, se movían en coordinación pero al mismo tiempo independientemente del ex gobernador de Córdoba. El hecho importante es que, a partir de ese momento, dentro de la U.C.R. los intransigentes ya cuentan con una sólida organización en todo el país, no dando más ventajas en ese terreno al unionismo.

Sabemos que en ese año 45 los acontecimientos políticos en el país se precipitaron, y la temperatura subió rápidamente entre agosto y octubre. Desde el gobierno, Perón había realizado infructuosamente varias tentativas para atraerse al radicalismo intransigente, a través de las conferencias que mantuvo con Sabattini. Campo de Mayo, presionado a su vez por distintos factores, provoca la crisis del coronel Perón. Sabattini era el único dirigente político de esa instancia nacional que gozaba de merecida popularidad entre la ciudadanía, y de genuino prestigio entre los jefes de las Fuerzas Armadas. Pero fallo su brújula de orientación: dos veces golpeo a sus puertas el aldabón de la historia, y el no lo advirtió siquiera. La marcha de los sucesos, sobre la que en esta revista se ha escrito también, es sobradamente conocida: el unionismo dentro de la U.C.R. y el resto del liberalismo político militante, orquestados hábilmente a través de esas múltiples instituciones a que nos hemos referido paginas atrás, libraron su batalla exitosamente en esa etapa, y consiguieron llevar al viejo partido a la llamada Unión Democrática, consagrándose un binomio integrado por dos tradicionales adversarios de Yrigoyen: Tamborini- Mosca.

Por su parte, Perón triunfo sobre sus enemigos en la crisis de octubre, y el 23 de febrero de 1946 triunfa nuevamente, consagrándose como el líder de los trabajadores.

LOS INTRANSIGENTES Y EL COMANDO DE LA DERROTA

Ese alvearismo de la primera época, ese unionismo, como se le llamo después, manejo el partido a su antojo, sin atender razones, despóticamente —paradoja de todos los liberales— para llevarlo al desastre en el orden popular, en el orden nacional y en el orden moral. Ahora, después de haber estructurado una Unión Democrática con partidos que tradicionalmente han sido enemigos de la U.C.R. desde su nacimiento, y con todo ese aporte, y con los viejos diarios enemigos de Yrigoyen, pero ahora amigos de Tamborini-Mosca, en una elección sin fraude, le ofrecen al partido la más sonada derrota de su historia. Por eso se les llamo, con holgada razón, el comando de la derrota.

Tan consciente de sus culpas y de su derrota sin atenuantes el unionismo se sintió a comienzos de 1946, que en el bloque de diputados nacionales, aquel de los 44, su presidente fue el intransigente Ricardo Balbín, de la provincia de Buenos Aires, y su vicepresidente fue Arturo Frondizi, intransigente de la Capital Federal.

Pero hagamos un poco de historia. Cuando llega en 1943 el gobierno militar del 4 de junio, declaro disueltos a los partidos políticos, y en esa medida se preveía la presentación de un apoderado, y solicitando se designara de oficio a los promotores que se encargarían de presidir la reorganización. Pero esto entrañaba un riesgo para los unionistas, pues el nombramiento de tales promotores podría significar una mayoría de intransigentes, que comandarían así todo el proceso posterior. Entonces, en una maniobra habilidosa, de gente contra la cual pueden oponerse todos los reparos morales que se quiera, pero que sabia adonde debía ir y cuales eran sus objetivos, actúo ágilmente, convalidando lo que quedaba de la vieja Mesa Directiva del ya fenecido Comité Nacional. Fue una maniobra de prestidigitación, sacando autoridades como quien saca un conejo de una galera, rechazando entonces renuncias que mucho antes habían sido aceptadas y olvidadas. En un notable alegato que tuvimos oportunidad de oírle pronunciar a Jorge Farias Gómez, delegado por Santiago del Estero y destacado dirigente intransigente, muy amigo de Sabattini, en una reunión del Comité Nacional después de las elecciones de febrero de 1946, a la conducción partidaria la llamo "el comando de la derrota", y a esas autoridades casi inventadas que acabamos de recordar, las califico como "la Mesa recauchutada", teniendo presente esa operación a que se sometía a veces a las cubiertas de goma de los automóviles, viejas e inútiles, para que puedan "ir tirando" un tiempito mas. Muy expresivo eso de Farias Gómez:

"Mesa recauchutada".

El caso es que en ese terreno, el de la astucia y la viveza política, los unionistas eran zorros viejos y se movían como el pez en el agua. Así improvisaron una autoridad nacional, y de ahí arrancaron para las autoridades de provincias. Y el control del partido siguió en sus manos, naufragando una vez más las esperanzas de cambio, alentadas desde 1930 por las viejas cepas yrigoyenistas.

Lo cierto es que con esas autoridades recauchutadas llevaron al partido a la Unión Democrática, manejando toda esa etapa vital, no solo en el ámbito partidario sino de la Nación.

Pero hay todavía algo mas importante, para de- mostrar la falta absoluta de representatividad de aquellas "autoridades" unionistas que decidieron la orientación de la Unión Cívica Radical en 1945 y 1946. Es sabido que la Convención Nacional se integra con representantes de todos los distritos del país, es decir, las provincias y la Capital Federal. Pero la Convención se integra con el sistema de la Cámara de Diputados, los delegados son en proporción a los habitantes que tenga cada distrito. Quiere decir que la provincia de Buenos Aires tiene prácticamente un tercio del total de miembros del cuerpo. Y recordemos también —es importante que cuando mandaban los unionistas no había representación de las minorías: todos los delegados de una provincia eran para el sector ganador. El resto no tenia representación.

Cuando la Convención Nacional convocada por el unionismo para elegir la formula presidencial, de la cual surgió Tamborini-Mosca, todos los delegados por la provincia de Buenos Aires —cuarenta y tres— eran de extracción unionista. Y salio la formula.

Veamos ahora otro acto del mismo drama: en la provincia de Buenos Aires tienen que elegirse los candidatos a gobernador y vice, y se reúne entonces la Convención Provincial. Los unionistas son mayoría, pero para esos casos es preciso reunir los dos tercios, y la minoría intransigente no cede. Los candidatos unionistas son Boatti-Osores Soler, pero están varios días y no hay solución, porque los intransigentes quieren obligarlos a ir al voto directo de los afiliados, que al final es la única solución. Y ¿cual fue el resultado? Que la Intransigencia, que era minoría en la Convención, fue mayoría en la elección interna, en el voto de los afiliados. Y la formula de la U.C.R. fue entonces Prat- Larralde. Pero esto no es lo más importante. Lo fundamental en esto, es que la representación de convencionales nacionales por la provincia de Buenos Aires a la Convención Nacional, —la que eligió la formula unionista Tamborini-Mosca eran todos también unionistas, en su totalidad. Y sin embargo, la mayoría de los afiliados de la provincia eran intransigentes. Pero por esa provincia todos los convencionales —cuarenta y tres— fueron unionistas y votaron por Tamborini-Mosca. Esa fue la representatividad que tenían los viejos organismos del partido, en poder del sector unionista desde hacia largos años, sin renovarse, sin representar la realidad de los afiliados en ese momento, por culpa de una maliciosa desactualización. El unionismo sabia que si el partido se ponía al día, se les escapaba de las manos. Esa elección interna de la provincia de Buenos Aires, que probó la superchería de los cuerpos orgánicos del partido carentes de renovación, fue el 13 de enero de 1946: una fecha histórica en la antigua lucha entre unionistas e intransigentes.

La trascendente derrota electoral frente a Perón, mas los desvíos de todo tipo a lo largo de los años, fueron motivo de gran conmoción contra el comando de la derrota en el radicalismo. Y ese resultado del comicio interno del 13 de enero en la provincia, poniendo de manifiesto que la verdadera mayoría era a todas luces intransigente, hicieron arreciar la ofensiva contra dicho comando y contra la Mesa "recauchutada". Entonces la Convención Nacional, que se reúne el 6 de agosto de 1946, en un intento de contemporizar y calmar los ánimos, desplaza al Comité Nacional y designa en su lugar una Junta Nacional Ejecutiva, compuesta de siete miembros, cuatro unionistas y tres intransigentes: por los primeros iban Pomar, Monfarrel, Fajre y Garay; intransigentes Frondizi, Larralde y Sobral. Dicha Junta se constituyo el 10 de septiembre, pero recién a comienzos de noviembre se trato en ella el asunto de los distritos, y por mayoría de cuatro a tres se resuelve no tener facultades para remover a las autoridades provinciales, comités, etc., y derivar el problema a la Convención Nacional.

Los tres intransigentes en esa Junta consideran por su cuenta que la Convención Nacional, después de los comicios internos del 13 de enero en Buenos Aires, ha probado no ser representativa, y entonces dan a publicidad un "Manifiesto de los Tres", donde advierten la urgencia de arbitrar una vuelta a la autenticidad nacional y popular del radicalismo, para no ser la fuerza de choque del régimen conservador o de los intereses extranjeros. "El radicalismo —dice el documento— es un cauce abierto para que todos los hombres libres trabajen por la patria; pero lo que no puede admitirse es que sea manejado conforme a inspiraciones que no responden a la esencia que le ha dado vida. Debe decidirse definitivamente a ser lo que debe ser o a no ser nada, porque puede ocurrirle algo peor que ser nada: transformarse en una fuerza antirradical". Y después de otras consideraciones igualmente duras, exigen la "caducidad de todas las autoridades de distrito, para que la reorganización pueda hacerse desde abajo, con limpio sentido democrático".

La Convención Nacional es convocada nuevamente para el 10 de enero de 1947, casi a un año de las elecciones. Entonces la Intransigencia convoca a una reunión nacional del M.I.R. para el día 8 del mismo mes, asamblea que tiene lugar en la sede del semanario "Provincias Unidas", Hipólito Yrigoyen 737. Allí se resolvió no asistir a la Convención, en vista de la irrepresentatividad de la misma, y en cambio citar a un Congreso Nacional Intransigente dentro de los 60 días. Se resuelve estructurar el M.I.R. orgánicamente en todo el país, en base a las grandes líneas de la Declaración de Avellaneda. El día 11 de enero, en una reunión desplegada en medio de un gran debate, Lebensohn informo el proyecto de organización nacional del Movimiento, que fue calurosamente aprobado. Los intransigentes se estaban preparando, pues, para dar la batalla y conquistar la conducción del partido.

Por su parte los convencionales intransigentes, que no se hicieron presentes en la Convención, dieron a su vez un manifiesto público, en el que decían:

"De nada valdría nuestra presencia, nuestros conceptos y nuestros sufragios, si persiste la incomprensión ante las exigencias del momento, de una mayoría que no es representativa del radicalismo nacional y hasta ahora ha sido inaccesible a sus requerimientos y esperanzas. La delegación de Buenos Aires, cuyos votos son decisivos en la actual composición de la Asamblea, aporta 43 delegados de una orientación que fue minoría en el comicio directo del 13 de enero de 1946, mostrando en consecuencia la contradicción entre la legalidad aparente y formal que inviste, y la legalidad real y esencial que solo nace de los pronunciamientos de la ciudadanía. Vale decir, que la minoría de los afiliados tiene la integridad de la representación, y la mayoría carece de representantes". La forma de plantear esa diferencia, es que por un lado esta solo una legalidad formal, y lo que la democracia requiere es que, mas allá de la formalidad legal, exista la legitimidad sustantiva, que solo se obtiene con el expreso consenso de las mayorías populares.

"Esta situación tan precaria, —prosigue el documento— confiere validez moral a las determinaciones del cuerpo únicamente en la medida en que reflejen las aspiraciones del pueblo radical". "Que el espectáculo de nuestras bancas vacías constituyan el ultimo llamamiento a la conciencia de responsabilidad de quienes hasta el momento se han obstinado en obstruir el gran cauce radical".

Un verdadero ultimátum.

La Convención se reunió, sin embargo, ignorando el fundado ausentismo del sector intransigente. Y además, formulan una severa crítica a los siete diputados intransigentes que en el Congreso se negaron a ratificar las Actas de Chapultepec. Al fundarse esa censura se llega a decir que era incomprensible que legisladores radicales "puedan oponerse a una hermandad de naciones, que esta en lo mas profundo del espíritu de America", (sic) Luego en tono plañidero se vincula, lamentándose, esa actitud "con quienes en las calles de Buenos Aires esgrimían sus mismos conceptos acerca de la soberanía y la neutralidad". Además, en  parte dispositiva decíase que "los representantes de la U.C.R. deben optar por la representación o la opinión personal en los casos en que disienten con la plataforma del partido".

Dicha plataforma es la que se aprobó en diciembre de 1946, en plena euforia de la Unión Democrática, y aprovechando la ausencia de los intransigentes. Entonces se elimino una cláusula que literalmente decía: "defensa de la soberanía nacional", la que fue sustituida por esta otra: "Ratificación legal y cumplimiento de las Actas de Chapultepec". ¡Aquí esta, sin necesidad de comentarios, la evidencia del abismo que siempre nos diferencio! Yo guardo, como esos recuerdos indelebles de la juventud, la impresión, muchas veces repetida, generalmente amarga, después de algún debate en cuerpos colegiados con los unionistas. Y como si ahora lo estuviera oyendo, lo comentaba con mis amigos, en la intimidad y con absoluta convicción: "¡Somos dos partidos distintos!" "¡No somos correligionarios con los unionistas!"

Allí esta definida la enorme diferencia en la cuestión internacional. Y en cuanto al conflicto interno, no solo no se daban por vencidos a pesar del desastre a que habían llegado, sino contraatacaban con brío digno de mejor causa. Así decidieron:

"1° Ampliar la Comisión Nacional Ejecutiva con fecha 6 de agosto de 1946, a once miembros; 2° de- signar a los ciudadanos Luis C. Caggiano, Mauricio L. Yadarola, Jorge W. Perkins, y Martín S. Noel, para integrar dicha Comisión; 3° facultar a la Comisión Nacional Ejecutiva para designar juntas reorganizadoras en los distritos, de acuerdo con las autoridades respectivas".

Y como si esto fuera poco, se propuso ampliarla a 15 miembros, se aprobó la propuesta y se faculto al presidente para designar a los tres restantes, que fueron Enrique S. Mihura, Elpidio González y Carlos J. Benítez. Don Elpidio renuncio por considerar que el procedimiento no contribuiría a "la unión efectiva de todos los radicales".

Al completar esa Comisión con un total de 15 miembros, y dejando solo los tres intransigentes originales frente a doce unionistas, ese sector demostraba la mezquindad y la audacia con que trataba problemas serios que afectaban un gran interés nacional. Esa obsoleta conducción unionista continuaba impermeable a la realidad argentina, a pesar de la palmaria demostración de acontecimientos demasiado elocuentes. La Intransigencia se vio así urgida a librar la lucha. El 15 de enero (1947) se reúne la Junta Organizadora Nacional y pide a las provincias que a su vez se organicen y designan 4 delegados. Se pide a quienes ocupen cargos en órganos del partido, que no los renuncien. El 17 de enero (47) los diputados Frondizi, López Serrot y Candioti invitan a una reunión de dirigentes de la Capital, que presidio don Jacinto Fernández, en la que se designaron delegados nacionales a los señores Casas, Rivos y Rabanal. La Junta Organizadora de la Capital se integro con los ex candidatos a senadores, Ricardo Rojas y Amancio González Zimmermann.

El primer Congreso Nacional del Movimiento de Intransigencia y Renovación se reunió en Avellaneda, el 11 de agosto de 1947. En base a un borrador preparado por Lebensohn, se aprobó un manifiesto dirigido al pueblo.

En esta organización del Movimiento de Intransigencia y Renovación no estuvo Sabattini, pero se entendía que compartíamos la misma tendencia. Sin embargo, la aparición de muchos nuevos valores, y el hecho de actuar sin el —aunque no contra el— le hacia perder influencia en el contexto global de la lucha partidaria. Sin embargo, su amigo Santiago del Castillo se hizo presente en el Congreso, trajo la adhesión de don Amadeo, y dijo:

"Esta asamblea, por la calificación de sus componentes, expresión autentica de los valores del radicalismo nacional, por la ponderación de los conceptos emitidos y la profundidad de sus debates, es en este momento decisivo de la política argentina, sin duda alguna, la verdadera Convención Nacional de la Unión Cívica Radical".

Y era la verdad.

En dicho Congreso se resolvió exigir a las autoridades del partido una amplia reorganización, con nuevos padrones.

La Declaración Política que se dio a publicidad decía:

"El advenimiento de este régimen (por el peronismo) fue posible solo por la crisis del radicalismo, que trajo la crisis de nuestra democracia. Sus direcciones accidentales habíanse apartado de su deber histórico. Soslayaron la lucha contra las expresiones nacionales e internacionales del privilegio y favorecieron de este modo su predominio en la vida argentina. La infiltración de tendencias conservadoras pospuso la defensa combativa de los derechos vitales del hombre del pueblo y de las exigencias del desarrollo nacional (subrayado nuestro), a las conveniencias particulares de un sistema de intereses creados adueñados de los resortes de la producción".

Hemos subrayado lo relativo al desarrollo nacional, puesto a conciencia en un documento intransigente que data del ano 1947, porque algunos creen (o simulan creer), que fue necesario el aporte de cerebros extraños a la vieja y fecunda cepa yrigoyenista, para hablar de desarrollo nacional entre los argentinos. En 1946, Arturo Frondizi, aunque el mismo, por modestia o lo que sea, se muestra renuente a reconocerlo, fue un diputado de esclarecido aporte desarrollista. Y prosigue el documento:

"Este sistema jamás reflejo el pensamiento del radicalismo. Pudo mantenerse bloqueando la voluntad de los afiliados, a quienes excluyo de las resoluciones fundamentales (¡!) y mediante la invocación de sentimientos de solidaridad, agitados como escudo para proteger su política de hechos con- sumados, en los trances de reacción provocados por sus defecciones. Así este sistema, desleal al país (¡!) sofoco las persistentes demandas de rectificación, alejo a la juventud, creo el clima de la decepción popular, desarmo el espíritu del hombre del común y precipito a la situación actual, prestando la mayor contribución al establecimiento de los discrecionalismos que desde 1930 humillan a la Republica".

"La U.C.R. enfrenta la ultima etapa de su crisis — dice— en esta hora de su reconstrucción, que queremos profunda. Plantea un dilema decisivo en la suerte del país: O un partido que podría llevar su nombre, pero en negación del espíritu radical, que es lo que ansían los intereses conservadores, o sea, la permanencia del drama argentino; o un radicalismo fiel a su origen y a su entraña popular, cual lo sienten los argentinos con vocación de justicia".

Y termina con estas palabras:

"Solo un radicalismo de este sentido, renovado y reestructurado con nuevas ideas y nuevos procedimientos, que recoja el aliento de la época y la voluntad de elevar el contenido moral de nuestra vida publica, podrá realizar el país del mañana, forjar el progre- so nacional y el bienestar social y edificar un régimen de verdadera libertad y de verdadera justicia, que contemple como valores esenciales a la dignidad y al pleno desarrollo de la vida y la felicidad de cada ser humano".

En 1948, para la renovación de media Cámara de Diputados, la Convención metropolitana tenia ya mayoría intransigente, y entonces en la plataforma de la U.C.R. se dice: En Política Exterior, "Política propia en función de la soberanía y de los intereses nacionales"; "oposición a los Pactos de Río de Janeiro". "Exigir la devolución de las Malvinas". "Reafirmar la soberanía sobre la zona antártica".

En los debates sobre las actas de Chapultepec y los Tratados de Río de Janeiro, el 29 y 30 de agosto de 1946, el diputado Frondizi dijo lo siguiente:

"¿Como hemos de renunciar a la soberanía en estos momentos que las grandes potencias están preparando sus armas mas mortíferas para defender sus ideas y sus propios intereses? Nosotros apoyamos todo propósito de Sociedad de las Naciones, pero esa sociedad debe basarse en el principio de la universalidad y de la igualdad de los Estados".

¡Yrigoyenismo puro!

"No estoy de acuerdo en que Argentina renuncie — prosigue Frondizi mas adelante— al derecho de resolver acerca de la justicia de una guerra, para intervenir en ella o no; no estoy de acuerdo en que se creen obligaciones internacionales de tipo automático exclusivamente sobre la base de la invasión de una nación americana". "Nuestra posición no es de enfrentamiento con Estados Unidos de America. Nosotros conocemos el sentido del panamericanismo, pero comprendemos en toda su profundidad cual es el sentido del destino que tenernos los pueblos de Iberoamérica".

Y agrega todavía:

"Nuestro antiimperialismo no es odio ni al pueblo de los Estados Unidos ni a sus instituciones libres, que admiramos, con los cuales nos sentimos identificados en sus raíces y en su desarrollo. Nuestra posición antiimperialista es posición de combate implacable a los monopolios de ese gran país".

Y en el mismo debate, el diputado del Mazo dijo sentenciosamente, con su reconocida autoridad:

"Una nación tenida por modelo, pero que desemboca casi connaturalmente en la guerra, no puede ya ejercer magisterio".

La Intransigencia ganaba posiciones en el partido, y así podía trascender su opinión de neto corte yrigoyeniano en el recinto del Congreso de la Nación. Pero los unionistas se defendían como gato entre la leña, hasta sus ultimas posibilidades. En 1948 la Convención Nacional hizo suyas las Bases del Congreso del M.I.R. de 1947 y reformó la Carta Orgánica, estableciendo en todo el país el voto directo del afiliado, salvo para elegir Presidente y Vice, que dejaba como siempre en manos de la Convención Nacional, "a fin de no resentir el equilibrio federal". (Del Mazo, Ibíd.). "Expresamente la Convención estableció como única excepción la elección de los candidatos a Presidente y Vice de la Republica, que seguiría haciéndose por la propia Convención Nacional, ya que es el único caso en que la disposición del sufragio directo obligaría a considerar al país como distrito único y habría detrimento o vulneración de la idea federalista, por la prevalencia inadmisible de algún o algunos distritos nacionales de inscripción numerosa de afiliados, y quedaría afectado el influjo equilibrado de las provincias".

Ganaba posiciones la Intransigencia, pero no fue fácil. En 1948 se había proyectado conquistar la presidencia del partido para Ricardo Balbín, al margen de la influencia de Sabattini, pero el caudillo cordobés todavía tenia muchos amigos en el interior, y salió electo su amigo Santiago del Castillo. Entonces los jóvenes dirigentes del M.I.R. resolvieron para el reemplazo de del Castillo, postularlo a Frondizi. Y el propósito se consumo, el 31 de enero de 1954. Con ello, el Movimiento de Intransigencia y Renovación, que había enfrentado resueltamente al "comando de la derrota", coronaba con éxito su formidable estrategia de lucha, bien pensada y mejor realizada. Digamos que el pequeño bloque sabattinista en el Comité Nacional defecciono penosamente en esa etapa decisoria, oponiéndose a la consagración del joven líder capitalino. Su oposición fue tan tajante como la de los unionistas.

Dice Luna ("Alvear") que "un sector importante del radicalismo absorbió el estilo alvearista y todavía lo conserva. Es un estilo legítimo y respetable. Pero no es lo radical. Significa —agrega— la culminación de liberalismo democrático, que afronta la realidad argentina como algo susceptible desmejorarse paulatinamente por medio de una minima acción estatal y a través de una razonable evolución, inevitablemente lenta". Es así nomás, representativa de un sentir ajeno a la sustancia del radicalismo, y superada también por los tiempos, que no transcurren en vano.

Cuando Frondizi asume, culminando la lucha librada contra el viejo alvearismo durante largos anos, dice en el discurso de asunción de su alto cargo:

"Yo se que esta designación no es un honor personal que se me confiere sino un acto de confianza a toda una generación..." "Se que es un acto de confianza a una generación que partiendo de las enseñanzas de los grandes constructores del radicalismo, esta contribuyendo al perfeccionamiento de la doctrina radical, que será la base de la emancipación nacional y popular argentina". “Es, pues —agrega— un acto de confianza en quienes servimos en todos los terrenos la formación de una conciencia revolucionaria".

Y poco mas adelante, tiene una alusión insoslayable:

"En este momento decisivo de mi vida —dice con emoción— quiero recordar al gran conductor, Hipólito Yrigoyen, que lucho por restablecer la moral y las instituciones, pero que al propio tiempo combatió contra las fuerzas del privilegio económico y social. Recordemos a Yrigoyen, que fue desalojado del gobierno por la acción combinado de los intereses de la oligarquía y del imperialismo, y afirmemos con fe, que el día que tengamos la responsabilidad de gobernar —adviértase la premonición— destruiremos hasta las raíces de las fuerzas que hacen posible el atraso y las dictaduras".

Con el "comando de la derrota" había caído también el alvearismo unionista. La vieja cepa yrigoyeniana retomaba el timón de la Unión Cívica Radical, que se salvaba así para la Nación y su pueblo. Las escisiones y ulteriores conflictos son parte de otra historia.









Fuente: "¡Que Renuncie el Comando de la Derrota!" por el Prof. Francisco Hipólito Uzal en Todo es Historia N° 201, Enero de 1984. Digitalizado por Mauricio Gianguzzo.



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