“Una elección
presidencial es una suerte de duelo de cara o cruz, donde se gana o se pierde
todo. Con una concepción tremendista y casi trágica de la política, el
resultado puede significar la consagración definitiva o el más catastrófico
fracaso, según sea el signo favorable o adverso. Es la tajante alternativa de
entrar en la historia por la puerta principal o hundirse en las sombras de un
casi ominoso crepúsculo”
Un revés electoral, en el ámbito de las leyes de juego de la
mecánica democrática, no es necesariamente un drama ni mucho menos: está dentro
de las previsiones de todos, ya que se descuenta que quienes se allanan a
intervenir en una competencia –como es una elección- aceptan de antemano la
posibilidad del triunfo como de la derrota. Ello encuadra en la mas rigurosa
normalidad, que lo mismo puede ofrecernos un final afirmativo para unos y
negativo para otros, o viceversa. Así son las elecciones, al fin y al cabo como
la vida misma, con sus luces y sus sombras.
Pero cuando un partido es considerado como la fuerza
electoral mayoritaria y cuando virtualmente se ha ido elaborando un mito con
esa reconocida mayoría, la derrota resulta inesperada e insólita, y raya en la
linde de lo sensacional. Es, como se diría popularmente, un balde agua fría.
En 1943, la Unión Cívica Radical era considerada sin
disputa, el partido político mayoritario. Esa apreciación cuantitativa, nacida
con la promulgación misma de la Ley Sáenz Peña, se robustece vigorosamente
cuando la segunda elección presidencial de Yrigoyen, en 1928.
En efecto, en un verdadero plebiscito, siendo candidato de
la oposición, dobló en votos a la conjunción oficialista –Unión Cívica Radical
Antipersonalista y conservadores- agrupada en el denominado Frente Único.
EL PARTIDO SIN YRIGOYEN
Pero las cosas fueron cambiando imperceptiblemente, al
correr de los años. Derrocado Yrigoyen, regresa Alvear de Europa, y con el
consentimiento del viejo caudillo –que estaba preso en Martín García- organiza
la reunificación del radicalismo. Se le atribuye a Don Hipólito una frase: “Hay
que rodear a Marcelo”, hábilmente usada como pasaporte para muchas cosas raras,
en esos tiempos confusos, para no emplear adjetivos demasiados fuertes. Pero a
esa frase, “Hay que rodear a Marcelo”, le desconfiamos tanto como a aquella que
algunos historiadores pusieron en los labios moribundos del sargento Cabral,
iluminado de pronto por un historicismo inverosímil: “Muero contento, hemos
batido al enemigo”.
Sin abrir juicio sobre ninguna de la dos instancias, nos
permitimos consignar que muchas veces, en política y en historia, las groseras supercherías
andan con mayor denuedo y brío que las más inconcusas y documentadas verdades.
¡Que le vamos a hacer! Lo cierto es que así, muchos fieles yrigoyenistas
colaboraron en la tarea emprendida por Alvear.
Cuando el gobierno militar ejercido por el general Uriburu
–el que derrocó a Yrigoyen- convoca a elecciones de gobernador en la Provincia
de Buenos Aires, para el 5 de abril de 1931, el partido estaba desorganizado y
acéfalo, con casi todos sus dirigentes en la cárcel o en el exilio. Sin embargo
de tanta desventaja respecto del adversario conservador, las autoridades que
quedaban resolvieron concurrir al comicio, aceptando ese verdadero desafío. Al
efecto, se elige la fórmula Pueyrredón-Guido, mientras los conservadores
proclaman a su vez, el binomio Santamarina-Pereda, dos poderosos estancieros
bonaerenses.
Lo extraordinario del caso – para sintetizar- fue que,
contra todas las previsiones, incluso de los mismos radicales, estos triunfaron
con un resultado que resultaría cabalmente histórico.
Para el gobierno de facto fue un golpe terrible, que
descalabró sus planes inmediatos. Pero los grupos políticos que lo rodeaban,
demostrando su verdadera catadura y las intenciones que se traían, lo
impulsaron a asumir una actitud increíble: anular la elección sin alegar vicios
ni defectos de ninguna naturaleza, sino lista y sencillamente porque en ella había
triunfado la oposición. Así se inauguraba la era del fraude electoral, la cínica
etapa en que una delincuencia de guante blanco usufructuaba las posiciones
publicas, asistida con el apoyo logístico de la otra delincuencia, la de los
gruesos prontuarios, la ganzúa y el pistolerismo.
Es pertinente recordar aquí, porque precisamente viene a
cuento para tener presente como actúo cada uno en esa instancia definitoria de
la política nacional, un episodio relacionado con aquella frustrada elección.
De acuerdo con el sistema vigente en la Provincia de Buenos Aires, el pueblo no
votaba directamente por el gobernador y vice, sino por una lista de electores,
los que luego, reunidos en el llamado Colegio Electoral, designarían al
binomio. Los radicales habían obtenido, con su triunfo, mayoría de electores.
Pero no tenían quórum propio. Al tener noticia del decreto brutal anulatorio de
la elección, resuelven desacatarlo, procurando reunir el Colegio Electoral. Al
ser proclamados los candidatos Pueyrredón-Guido por esa asamblea, serian
acabadamente los gobernantes provinciales. Se le crearía una situación sumamente
conflictiva a la dictadura de Uriburu.
A los efectos de completar el aludido quórum, se le envía
una nota al Partido Socialista, pues con el pequeño número de electores de ese
partido se alcanzaba la mayoría absoluta requerida por la ley. La asamblea se
llevaría a cabo en una quinta particular en la localidad de Lomas del Mirador,
cercana a la Capital. Pero el Partido Socialista, con la firma de Nicolás
Repetto, contesta que ha resuelto acatar el decreto anulatorio del acto en que
el pueblo votó. Eso fue en 1931. Poco después, los socialistas, verdaderos
beneficiarios de la protesta radical contra el fraude, alcanzaron a tener
aproximadamente cincuenta diputados en el Congreso Nacional. Doce años después
de esos acontecimientos, en 1943, ese mismo Partido Socialista buscaría a los
radicales para formar un Frente Popular, que en 1945 se concretó en la
denominada Unión Democrática. Pero no nos adelantemos.
A pesar del duro trance que fue la anulación de su bello
triunfo del 5 de abril, la Unión Cívica Radical prepara otra vez sus huestes
para librar batalla en todo el país por la Presidencia de la Nación, a cuyo
efecto proclama su formula: Alvear-Guemes. Se pensaba que la respetabilidad de
Alvear, un aristócrata por su abolengo, y un conservador por su pensamiento
social, políticamente moderado pero con toda la importancia de quien ha sido
Presidente de la Nación, haría a ese binomio verdaderamente invulnerable. Además,
contemplado también el sentimiento del importante sector de cuño yrigoyenista,
se colocó junto a don Marcelo al doctor Adolfo Guemes, que obedecía a esa
tendencia.
Sin embargo, de nada valió haber tratado de digerir la
afrenta de la Provincia de Buenos Aires, porque las fuerzas políticas que habían
recuperado por la revolución el gobierno que perdieron en las urnas, sabían lo
que querían y estaban dispuestas a todo para no perderlo: el Gobierno
Provisional del General Uriburu vetó la fórmula Alvear-Guemes. Se había cerrado
bajo siete llaves el camino del comicio.
EL SISTEMA DEL FRAUDE: EL PROTAGONISTA Y LOS COMPLICES
A la Unión Cívica Radical, que de acuerdo con el idealismo
de su fundador, dramáticamente consignado en su testamento político, había de
ser una fuerza moralmente infrangible, no le queda otro recurso que resolver la
abstención electoral. No podía pretenderse, después de anulársele una
significativamente victoria, y vetársele la formula inobjetable, que el partido
se humillara presentando otros candidatos, hasta conseguir la luz verde de los
mandones de turno. Abstención que necesariamente seria revolucionaria, y nunca
mas legítimamente justificada que en esa circunstancia. La dictadura uriburista
la llevaba a eso.
Y otra recordación sumamente útil, respecto de las mismas
fuerzas que pocos años después procurarían frentes políticos comunes: al
decretar el radicalismo esa abstención, invita a su vez al Partido Socialista,
al Partido Demócrata Progresista y a toda la ciudadanía democrática, a asumir
la misma actitud. Esa iniciativa radical estaba plenamente fundada, ya que las
brutales medidas del gobierno de Uriburu no eran atentados contra un partido político
solamente, sino contra la democracia, contra el principio de soberanía popular,
es decir, contra el pueblo todo. Es cierto que esos otros partidos no se veían
directamente perjudicados por el momento y hasta podían especular que la
persecución de que se hacia objeto a la Unión Cívica Radical podía
beneficiarlos materialmente, como en efecto aconteció. Argumentaban los
radicales, por su parte, que si la abstención electoral se generalizaba, el
gobierno se asfixiaría inevitablemente, pudiendo ser señalado por el país
entero como el único usufructuario de posiciones notoriamente mal habidas.
Una decisión de ese tipo y de alcance pluripartidario –para
emplear un termino muy actual- hubiera resultado aplastante, porque en esas
condiciones no hay gobierno que se pueda mantener. Pero Repetto y Palacios en
el socialismo y De la Torre en el demoprogresismo, no simpatizaban con la Unión
Cívica Radical, a la que habían atacado con mucha mayor acritud que a los
conservadores a lo largo del tiempo. El hecho fue que, ante el agravio a todo
un pueblo y a sus instituciones de civilización política, concretado en esa
agresión contra el radicalismo, los partidos menores, esos que siempre se
ufanan autodenominándose “democráticos”, se hicieron los desentendidos. Poco
después, las numerosas bancas de la minorías en el Congreso Nacional, -y también
alguna mayoría- en las legislaturas de provincias y en los concejos
deliberantes, se las repartieron con notoria fruición entre el Partido
Socialista y el Partido Demócrata Progresista. Nunca, antes ni después, esas
agrupaciones obtuvieron tantas representaciones públicas para sus dirigentes
como durante la Década Infame del fraude. Hay derecho a pensar que su respuesta
negativa a la propuesta principista de los radicales, se debió a un sórdido cálculo
de conveniencias. Aunque el país se hundiera en una infecta ciénaga.
En efecto, los verdaderos beneficiarios del fraude electoral
–aparte de sus protagonistas conservadores- fueron los pequeños partidos
minoritarios, encargados de legalizar el sistema. Poco se ha tratado este
aspecto de la problemática nacional de aquella época, mencionándose solo a los
conservadores como los agentes de corrupción de aquel triste interregno político.
Pero estos minúsculos sectores, que nunca contaron con el favor del pueblo, que
no creyó en ellos, fueron elementos activos indispensables de aquel gravísimo
deterioro moral de la Republica, verdaderos cómplices del principal delincuente.
Quisieron participar del festín, quedarse con algo más que
las migajas del banquete, y para ello se aligeraron el alma de escrúpulos y se
llenaron la boca de fraseología anacrónica y mentirosa.
ALVEAR Y EL ALVEARISMO
El Radicalismo fue dejado solo en su resistencia
principista. Además, el viejo partido estaba trabajado por dentro, por
recientes incorporaciones que, si trajeron algún hombre mas, contribuyeron en
cambio a liquidar el vigoroso espíritu yrigoyeneano, ese talante viril que
permitió sobrellevar la mas inclementes intemperies con firmeza y resoluciones
ejemplares. Las “cúpulas” no se mostraban dispuestas para las actitudes recias
y definitorias de tiempos de don Hipólito, y muy pronto contribuirían también a
legalizar ellas mismas el fraude, como se había censurado que lo hicieran los
socialistas y demoprogresistas.
En efecto, las impaciencias electorales de muchos dirigentes
llevaron al partido a levantar la abstención, austera actitud para la cual se
necesitaba en la conducción partidaria un espíritu de sacrificio y una línea
dura e incorruptible. Nada de eso iba con Alvear. Se levantó en 1935, y al año
siguiente se fue a elecciones. Se ganó la gobernación de Córdoba (Sabattini) y
de Entre Ríos (Tibeletti), aunque en la Provincia de Buenos Aires un fraude
escandaloso impidió el triunfo radical, accediendo de esa forma al primer
Estado argentino Manuel Fresco.
Pero con el total resultado de las provincias, el futuro
bloque mayoritario de la Cámara de Diputados seria de la Unión Cívica Radical,
que había triunfado tan holgadamente en la Capital Federal, que se impuso sobre
el socialismo en proporción de dos a uno. Era en cierto modo la simpatía del
pueblo por el partido perseguido, y el justo castigo por el colaboracionismo
socialista. Entonces, en mayo de 1936 el diputado radical Carlos Noel, sumando
a los votos de sus correligionarios los de los socialistas y demoprogresistas,
fue elegido presidente del cuerpo.
La oposición era mayoría en la Cámara joven del Congreso.
Con esa herramienta en la mano, muy poderosa por cierto, resuelve el bloque
radical hacer el proceso de la elección fraudulenta de la Provincia de Buenos
Aires, con lo cual no solo se perseguía la anulación de ese comicio y una nueva
y correcta elección de gobernador, a mas de legisladores nacionales y
provinciales, sino preparar el panorama para, en el siguiente año de 1937,
afrontar con seguridad la elección presidencial.
Los diputados partidarios del gobierno, (los conservadores,
llamados entonces Partido Demócrata Nacional, mas un sector de antiguos
radicales adversos a Yrigoyen, que se pasaron a Justo bajo el rubro de la Unión
Cívica Radical Antipersonalista) no formaron quórum. A ellos se sumaron cuatro
diputados disidentes de Tucumán, que por haber desacatado años antes la abstención
decretada por el partido, se denominaron Unión Cívica Radical Concurrencista de
Tucumán. (Concurrencistas, porque concurrieron al comicio). Entonces la Unión Cívica
Radical no pudo llevar a cabo su propósito, pues la Cámara no logró numero. A
su vez, entonces, la oposición se negó a legislar sobre ningún tema, si antes
no se trataba la elección de Buenos Aires. Fue un momento verdaderamente
critico, que amenazaba derivar un serio conflicto institucional. Además de político,
por supuesto.
El general Justo hace intervenir al Vicepresidente Roca y al
Rector de la Universidad de Buenos Aires, doctor Vicente Gallo, quienes
mantienen tres conferencias con Alvear tratando de resolver la “impasse”. Para
el gobierno y el presidente, era una crisis muy grave. Inglaterra, que había
aumentado sus inversiones monopólicas en nuestro medio, donde a través de la
recientemente creada Corporación controlaba los transportes de Buenos Aires, así
como nuestro movimiento financiero por medio del Banco Central –que tenia mayoría
de representación privada- urgía al gobierno la pacifica solución del
entredicho, para aventar cualquier peligro político que pudiera resultar
riesgoso para sus intereses.
Decíamos que Roca –que ya había firmado con Mr. Runciman el
celebre pacto que tanto nos ligó a Gran Bretaña- y el doctor Vicente Gallo se
entrevistan con Alvear. La carta que se traían entre manos era proponer a la Unión
Cívica Radical un acuerdo para elegir una formula presidencial común para el
año siguiente, y entonces no habría problema en el Congreso ni en ninguna
parte. Pero eso significaba, para el partido popular, que estaba luchando
contra toda una política reaccionaria, llegar al poder atado de pies y manos,
amordazado por un compromiso que seria equivalente a su muerte cívica.
Además el doctor Gallo, que pese a su origen radical había
actuado en 1928 juntos a los conservadores contra Yrigoyen, se sentía
nuevamente candidato presidencial, pero resultaba inaceptable para los
verdaderos radicales.
Afortunadamente Alvear también lo comprendió así, y las
entrevistas terminaron en un rotundo como previsible fracaso.
Alvear, que ejercía la presidencia del Comité Nacional,
informa al organismo en una reunión rodeada de gran expectativa pública, del
resultado de las frustradas gestiones, y el aplauso por su vigorosa actitud
fortaleció y tonificó al partido en el consenso popular. Sin embargo, los
grandes diarios empezaron a presionar, reprochando la situación crítica en el
Congreso, y al mismo tiempo y en el mismo sentido presionaban gran cantidad de
entidades, con el argumento de necesitar determinadas leyes. Fue una presión
visiblemente orquestada para doblegar la firme actitud del Radicalismo respecto
del fraude. El caso es que finalmente la Unión Cívica Radical cedió, y allí perdió
su gran batalla con pena y sin gloria: continuaría cediendo, en un sendero
sembrado de concesiones y aflojadas, que arrojaba cada día por la borda una porción
de su viejo prestigio. Aceptó entrar a legislar, como quería el gobierno, sin
tratar las elecciones de la Provincia de Buenos Aires. Así era el alvearismo.
En 1937 se asiste a un fraude similar al de Buenos Aires en
la Provincia de Santa Fe, a pesar de las promesas que el presidente Justo le había
hecho personalmente y en forma solemne a Alvear, y eso marcaba el prolegómeno
de la elección presidencial, el 5 de septiembre de 1937. (Lo de Santa Fe fue en
febrero). Dicha elección presidencial fue en general una colosal estafa: la
formula oficialista Ortiz-Castillo aparece triunfando sobre la radical
Alvear-Mosca, que en las elecciones honradas hubiera ganado fácilmente, como se
deducía pulsando la opinión de la gente en todas las provincias en general.
La Unión Cívica Radical protestó contra el escamoteo
electoral. Pero esa protesta, llena si de grandes palabras, sonaba ya a una letanía
de impotencia, a una tautológica plañidera que nadie ya tomaba en serio, porque
a la postre siempre se terminaba aceptando las posiciones que había regulado el
oficialismo. Se tenía la mayoría pero se aceptaba la minoría. Eran los más,
pero aceptaban aparecer como los menos, porque en un sórdido sentido práctico,
se pensaba que eso era mejor que nada. Y nada significaba la abstención, la
protesta verdadera y sacrificada, jugándose en todo momento. Una situación
indigna para ambas partes, pero la conducción alvearista del radicalismo la
aceptaba.
Además, la Unión Cívica Radical se encerraba en un
asfixiante circulo vicioso: se limitaba a protestar, a acusar de todos los
delitos y atentados, que en verdad se cometían, al oficialismo conservador, y exigía
el respeto de la Constitución y de la Ley, que se violaban descaradamente, con
la inverecundia del delincuente seguro de la impunidad. Pero la predica de ese
gran partido popular estaba desoladoramente desprovista de todo contenido.
No se reparaba en el empobrecimiento de pueblo, victima
propicia y sufrida de la injusticia social; nadie advertía la forma progresiva
en que la tenaza imperialista iba mordiendo al país, sometiéndolo en todos los
ordenes y condenando a que nuestra economía fuera apenas un complemento
colonial de las grandes industrias de la metrópolis lejana. No se supo
comprender que estábamos inmersos en el estancamiento económico, así como en el
retroceso político y social. Nadie habló jamás entonces de la división del
trabajo en escala internacional, principio económico infame que todavía se
pretende inculcar, desde fuera del país y también desde fronteras adentro.
"Yo no tengo pazta de mártir", vociferaba Alvear
con su característico ceceo, entre ternos del mas grueso calibre, cuando
eventualmente le toco pasar unos días preso en la Penitenciaria Nacional. El
radicalismo debió asumir una definitoria posición emancipadora, levantando sus
grandes banderas de lucha, que lo hubieran colocado al frente de su tiempo con
claro sentido histórico y autentica vocación nacional. Debiose señalar que esa
minoría oligárquica que se encaramaba al poder con las malas artes de monedero
falso de votos, traicionaba el manifiesto destino de grandeza que visionarios
hombres de otra época sonaron para nuestra nación. Pero se empezaba fallando
desde la primera cabeza de la conducción. ¡Claro que no tenia "pazta"
de mártir!...
La voz de la Unión Cívica Radical pudo haber sido una sonora
campana de gloria, para pregonar las grandes verdades, dándole a su predica un
contenido denso y esencial, con materia propiamente política pero también con
sentido social y económico.
Empero, se redujo a ver solo la superficie del proceso, del
hondo drama argentino, del país que empezaba a venirse a menos, sin que
apareciera la cabeza lucida que lo advirtiera. Alvear y los suyos apenas veían
la mecánica electoral, y por eso, solo reclamaban para el pueblo elecciones
libres y respeto a la Constitución y a la ley. Pero aun en ese respeto, su
actitud —repetimos— fue una protesta plañidera y blanda, despojada de todo
desplante viril, como si al cabo se hubiera acostumbrado al fraude y se
adecuara resignadamente a el. Podría decirse, aunque parezca un poco cruel, que
termino convirtiéndose en un elemento cómplice del sistema fraudulento impuesto
al país desde 1930. Eso fue la síntesis de la conducción alvearista.
"En septiembre de 1930 cayó la Republica representativa
—dice del Mazo, en Breve Historia del Radicalismo, ed. Coepla, Buenos Aires,
1964— asentada en el régimen de la Constitución Nacional y de las libertades
publicas".
"Este periodo de triste decadencia para el país —
prosigue— caracterizo a las direcciones radicales por su permanente cortejo al
privilegio, so pretexto de desarmar la resistencia al comicio efectivo".
"Así comenzó a prosperar el escepticismo popular y se inicio la
dilapidación de la gran herencia radical". Sobre todo, el formidable
patrimonio moral acumulado por la recia austeridad que significa la política de
don Hipólito.
"La desvirtuación del sentido democrático del
radicalismo, la restricción de sus objetivos al campo político- formal, frente
al privilegio económico social y de espaldas al alma histórica de la época
—agrega del Mazo, Ibíd. — enajenaron su característico impulso popular y
cancelaron su función nacional, mientras en su propio seno funcionaba una
maquina política se obstruía el surgimiento de las nuevas generaciones y se
silenciaban vergüenzas que tanto desprestigiaban a la Unión Cívica
Radical".
La idiosincrasia de Alvear —y el mismo lo reconocía, según
vimos— no estaba hecha para una lucha heroica, que lo hubiera puesto a la
cabeza de su pueblo. La concepción que el tenia del país era la tradicional, la
de las vacas y los trigales, la égloga de principios de siglo. Creía
honestamente que ese era nuestro único destino, y que en su fiel cumplimiento
estaba nuestra felicidad. Quizás no soñaba con otra cosa, pensando que las
grandes potencias del mundo seguirían siendo las mismas, y que nuestro papel
era producir buena materia prima para sus fábricas.
Para completar el cuadro de esos años de notoria decadencia
moral, representantes radicales en el Concejo Deliberante y en el Congreso
Nacional se complicaron en negociados indecorosos que perjudicaron el interés
del país, como la prorroga de las concesiones de la CHADE, el asunto de los
colectivos y una importante venta de tierras en El Palomar. El prestigio de
nuestras instituciones, de los partidos políticos y aun de la democracia, cayó
entonces al nivel mas bajo de su historia. Si en ese momento hubiera sido
viable llevar a cabo en todo el país una consulta especifica, se hubiese
comprobado que la ciudadanía no creía en nada ni en nadie, porque no tenía ya
en quien creer. El gobierno, constituido por esa combinación política
denominada Concordancia –según dijimos, integrada por el Partido Demócrata
Nacional, la Unión Cívica Radical Antipersonalista, más el Partido Socialista
Independiente- eran minoría en la ciudadanía, pero practicaba cínicamente el
fraude electoral para mantener sus posiciones. Y ese robo flagrante, robo de
votos, robo de posiciones publicas, de poder y de autoridad, que eran fruto de
la usurpación, se ejercía a veces hasta jactanciosamente. Un diputado demócrata
nacional dijo en una sesión en plena Cámara del Congreso:
"¡Soy el diputado
mas fraudulento de la Republica!"
Fue Uberto Vignart, de La Plata, donde ejercía la
presidencia del Jockey Club, la entidad social de mayor jerarquía de la capital
provincial. Esa confesión se formulaba como si se tratara de un timbre de
honor. Pero lo mas trágico es que todos esos desafueros estaban convalidados
por los altos magistrados de nuestro respetable Poder Judicial, desde los
ministros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Y por las jerarquías de
las Fuerzas Armadas. Por supuesto, también por la llamada "gran
prensa". Y por los profesores de nuestra universidad, que en la Facultad
de Derecho debían enseñar el sentido de nuestras instituciones. No eran solo
los políticos conservadores los fraudulentos en el país: era un juego mucho mas
repartido, mucho más perverso y mucho más complejo. Se había convertido en un
verdadero sistema, que involucraba múltiples cosas.
Cuando un ciudadano iba a votar, cumpliendo ese aspecto de
la mecánica electoral insito en el proceso de la democracia, sabia que su voto
no significaría nada, porque la urna donde el lo depositaba seria sustituida en
el correo por una urna apócrifa, amañado previamente su contenido a favor del
gobierno; o porque antes de clausurarse el comicio, la policía echaría a los
fiscales de los partidos contrarios al oficialismo, y la urna seria violada
para alterar el resultado. En esos enjuagues dolosos andaba la política
gobernante.
EL RUIDOSO "AFFAIRE" DE LA CHADE, Y ALGO MAS
Hemos hecho alusión, paginas atrás, a defecciones de
representantes del partido, en el Concejo Deliberante de la Capital Federal y
también en el Congreso. Era en verdad una expresión de esa decadencia moral en
que estaba cayendo el país, y que desgraciadamente alcanzo al radicalismo, al
extremo que llegó a salpicar a su dirigencia en el más alto nivel nacional. Es
preciso, entonces, que digamos cuatro palabras siquiera sobre el tema.
La prestación de los servicios eléctricos de nuestra Capital
Federal y del Gran Buenos Aires estaba a cargo fundamentalmente de la CHADE
—Compañía Hispano Americana de Electricidad— y de la CIAE —Compañía Italo
Argentina de Electricidad— aunque esta ultima en menor proporción. La concesión
originaria de dicha prestación arrancaba del año 1907, y debía regir durante
cincuenta años. Esto quiere decir que su vencimiento se operaria en 1957.
La CHADE —que en 1936 se transforma en CADE, Compañía
Argentina de Electricidad, para aparentar una nacionalidad que no existía en
sus capitales— presenta en octubre del citado año una propuesta al Concejo
Deliberante por la cual la concesión originaria se prorrogaría por 25 años,
susceptibles de otros 25, además de legalizar "los abusos y transgresiones
que habían sido motivo de la critica publica". "Las presentaciones alarmaron a la opinión. Empieza entonces una intensa
campaña por parte de los movimientos de consumidores —dice Félix Luna en
"Alvear", ed. Libros Argentinos, Bs. Aires, 1958— para denunciar la gravedad de sus
consecuencias. La Prensa critica exhaustivamente las proposiciones y La Nación
también lo hace, aunque con menos rigor. (Subr. nuestro). Fuera de estos
órganos y de La Vanguardia, todo el resto de la prensa presenta los proyectos
de las empresas como beneficiosos para los consumidores".
Llega el momento en que tienen que actuar jugando su feo
papel los concejales radicales involucrados en el negociado. Y en el afán de
lograr la aprobación de la ansiada ordenanza antes de las fiestas de fines de
ese año —1936— presentan mociones e iniciativas de toda laya, con el propósito
de aligerar de inconvenientes el trámite de rigor. Dice Luna (op. cit., cuyo
jugoso capitulo sobre el asunto se ha nutrido directamente de las mejores
fuentes, es decir, del informe de la Comisión Investigadora que presidio el
Coronel Rodríguez Conde) que "la mayoría de los discursos pronunciados por
los concejales que votaron las concesiones, habían sido previamente escritos
por los técnicos y abogados de CADE, según quedo comprobado al encontrarse en
los archivos de la empresa los borradores de los mismos".
José Luis Cantilo le escribe a Alvear en estos sugestivos
términos:
"...Vehils me ha
visitado dos o tres veces, (se trata de un miembro del directorio de CHADE) he
procurado ser todo lo diplomático posible. Se comprende sin esfuerzo que el
asunto le preocupa grandemente; quizás juegue en este lance su prestigio dentro
de la compañía. Creo, sin embargo, haberlo convencido de toda nuestra buena
voluntad y buena fe y del afán que nos mueve, a la par de los concejales, de llegar
a soluciones satisfactorias...
Algunos correligionarios, particularmente los de FORJA,
también mojan y hablan con crudeza de negocios, de capitalismo y de
imperialismo, etc. Han llegado hasta fijar carteles en las calles condenando el
amenazante atentado. Hasta mi no han llegado sino dos protestas que yo llamaría
calificadas: una del Dr. Fernando Saguier y otra de don Francisco Ratto.
Saguier vino a verme para decirme que el asunto de electricidad en el Concejo
era un escándalo, al cual había que ponerle termino; que era voz corriente que
todos los concejales habían sido comprados". (Luna, Ibíd.)
La inquietud en el partido crece día tras día. Se organizan
actos públicos en contra de la aprobación de las concesiones, y en ellos
intervienen, entre otros, Oscar López Serrot, Jacinto Brunet, Adolfo Argerich
Lahitte, Félix Rolando, José Peco, Leonidas Anastasi, Víctor Spota, Manuel
Pinto, Carlos Cisneros y, en el ámbito de la convención metropolitana, un joven
convencional: Arturo Frondizi. Pero los concejales estaban ya demasiado
comprometidos para atender razones.
Los ajetreos en esos infames días fueron increíblemente
febriles, y la correspondencia que se cruzo entre la CHADE de Buenos Aires y su
central SOFINA ha sido sobradamente esclarecedora, como lo probo la mencionada
Comisión Rodríguez Conde. Hay además, —y es penoso decirlo— nutrida
correspondencia de funcionarios de CHADE y de SOFINA con Alvear.
En medio de la indagación, se menciona cierta
correspondencia dirigida a "la persona interesada", y con ello se
encuentra un telegrama destinado precisamente a "la persona
interesada", firmado por un señor Heineman, de la SOFINA, cuyo texto reza
así:
"No he entablado
negociaciones hasta después de haberme puesto de acuerdo con Ud. y con miras de
asegurarnos a ambos la tranquilidad para el futuro y hemos consagrado en común
mucho tiempo para los estudios necesarios.
"La campaña de
oposición era prevista y le he manifestado mi opinión al respecto en mis
comunicaciones anteriores.
"Estoy convencido
de que esa campana cesara después del resultado favorable, porque el publico se
dará cuenta de que obtiene muy grandes ventajas inmediatas.
"Usted no puede
separarse de nosotros en momentos en que nos aproximamos a la meta, y colocarme
a mi personalmente en una situación imposible y profundamente desagradable.
"Sigo, pues,
contando con su colaboración leal y decidida y estoy seguro de que una vez
realizado el negocio quedara Ud. muy contento
y que entonces podremos emprender juntos cosas muy interesantes".
Los miembros de la comisión investigadora de este resonante
"affaire" no pudieron tener la prueba terminante respecto del
destinatario de ese telegrama, pero sugirieron que debía ser Alvear.
En un folleto firmado por el Dr. Juan Pablo Oliver, editado
en 1945, y que constituye una apretada síntesis del informe en dos tomos de la
Comisión Investigadora presidida por el coronel Matías Rodríguez Conde, que el
autor integraba como vocal letrado, (y que tuvo la gentileza de facilitarnos)
se dice entre otras cosas lo siguiente: "6° La sanción y promulgación de
la Ordenanza-Concesión N° 8028
a beneficio de la C.H.A.D.E. y su consecuencia natural,
la Ordenanza 8029, que benefició a la C.I.A.E., solo fue posible mediante el
concierto doloso entre los concejales de la Unión Cívica Radical, de la
Concordancia Oficialista y el Departamento Ejecutivo Municipal, con la
principal empresa beneficiaria".
"Por su parte, en el seno de la Unión Cívica Radical
gravitó personalmente en forma decisiva para su sanción, el Jefe del Partido y
candidato a la Presidencia de la Republica, doctor MARCELO T. DE ALVEAR, quien
en Buenos Aires y Europa estuvo, al efecto, en contacto con los dirigentes de
S.O.F.I.N.A. - C.A.D.E."
"Sobre los concejales de la Concordancia gravitó
personalmente el Presidente de la Republica, General AGUSTIN P. JUSTO, quien
mantuvo entrevistas con Heineman y no pudo ignorar la burla a la opinión
publica que significaba la engañosa "intimación" a la C.H.A.D.E. de
la Ordenanza 7.749". "El Ministro de Hacienda, doctor ROBERTO M.
ORTIZ, candidato oficial para la Presidencia, se opuso sin éxito a la
promulgación de las Ordenanzas, pues según la C.A.D.E. estaba "influido
por los rumores que alegan que la Compañía se ha comprometido a financiar la
campaña del doctor ALVEAR".
Todo esto ha sido hondamente penoso para el partido, y el
pueblo lo castigo electoralmente por ello. No fue ofendida impunemente la
confianza pública defraudada por los ediles de la Capital.
Pero es preciso ser justos. Al efecto, vamos a remitirnos
también a las conclusiones a que llega Luna en el ya mencionado capitulo de su
libro, porque nos parecen sumamente sensatas:
"¿Que perseguía
Alvear —dice el autor— al poner todo
su prestigio y autoridad al servicio de la aprobación de las ordenanzas? Un beneficio
personal, no". Y detalla a continuación la situación económica de don
Marcelo a la sazón, las ventas de parte de sus propiedades en loteos muy
importantes, lo que le produjo sumas altamente significativas para aquella
época; y sus gastos, no eran mas de $ 5.000.- mensuales, para sostener su
residencia de la calle Juncal, donde vivía, y el chalet "Villa
Regina", de Mar del Plata.
"Además
—agrega— aun los adversarios mas encona-
dos de Alvear consideran imposible que haya aceptado un dinero mal habido. La
imagen de un Alvear recibiendo clandestinamente el "paco" del soborno
resulta totalmente absurda, aun para sus críticos más severos. Eso podía quedar
para los concejales complicados (y Alvear no lo ignoraba) pero no para este
hombre que con todos sus errores jamás pudo descender a semejante
abyección".
"Descartada la
posibilidad de un beneficio personal — continua diciendo— con el negociado, resta suponer, por
eliminación, que la conducta de Alvear se encamino a obtener de las empresas
beneficiarias, los medios que necesitaba su partido para hacer frente a la
campaña electoral de 1937. La lucha por la presidencia de la Nación iba a ser
larga y costosa: era necesario pagar gastos de giras, ayudar a los distritos
escasos de fondos, imprimir material de propaganda, subvencionar las
publicaciones adictas, alquilar locales para comités. Alvear lo sabia muy bien;
y también sabia que era difícil obtener entre los radicales las sumas
necesarias para responder a las grandes erogaciones de la campaña".
Y continua Luna, al finalizar ese capitulo de su
"Alvear", aportando informaciones que convalidan las atinadas
conclusiones que estamos glosando y compartimos. Don Marcelo no era un genuino
radical, en la latitud yrigoyeniana del término, pero tampoco era un canalla.
Carecía de la concepción mística de la nacionalidad y de la política, peculiar
en don Hipólito, cuya increíble austeridad se alimentaba de una fe trascendente
y un hondo sentido espiritual de la vida. En cambio, el era el clásico liberal
de fines de siglo, totalmente acorde con el esquema legado por los prohombres
de la "generación del Ochenta": Argentina estaba señalada por el
destino —inmutable destino— para producir buenos y baratos alimentos para la
metrópolis europea, la que a su vez nos surtiría de los mas sofisticados
elementos de su industria. Cada cual cumpliría su papel en la división del
trabajo en escala internacional. Violentar esa regla de juego, constituía una
cabal insensatez.
El radicalismo a lo Yrigoyen, en su lucha contra el
"régimen", traía en sus alforjas una misión patrióticamente
emancipadora de aquel esquema liberal; para don Marcelo, sólo era el
instrumento político para reemplazar al "régimen' ' en el poder. Y
procuraba demostrar, como dice Luna, que su partido era absolutamente inofensivo
desde cualquier otro punto de vista. Procuraba demostrarlo a los poderosos.
Por toda esa interpretación de la política, Raúl Rodríguez
de la Torre, tesorero del Comité Nacional en aquella época, no tiene empacho en
reconocer que, para la campaña de 1937 se recibieron donaciones de Bunge y
Born, Dreyfus, Hirsch, Compañía Herlitzka de Luz y Bemberg. Queda un gran
vacío, que la Comisión Investigadora supone que fue llenado por la importante
donación de la CHADE, pero nadie lo dijo. Lo mismo respecto de la llamada
"Casa Radical", de Tucumán 1660: hubo muchos pequeños ingresos con
nombre propio, así como otros muchos anónimos, pero queda un enorme saldo que
no se sabe como se cubrió: la Comisión piensa también en este caso que fue el
aporte de la CHADE para la Unión Cívica Radical, además de buena parte de los
gastos de la campaña.
A Alvear le faltó capacidad e información política para
comprender en que medida podía perjudicar al partido esta ingerencia del
imperialismo corruptor en los entresijos de la vida argentina, y se enojaba
hasta la indignación, con toda la vehemencia de que era capaz —mucha, por
cierto— cuando los jóvenes de FORJA y algunos futuros dirigentes del Movimiento
Intransigente, planteaban el problema desde un correcto punto de vista.
Esa fue su culpa: el grave daño inferido al partido por su
tozudez, y también por su ignorancia: »creer que eso del imperialismo era solo
un fantasma que se agitaba para consumo interno. Pero cuando entra la
venalidad, es difícil frenarla: poco después vino el escándalo del monopolio de
los transportes —la llamada Corporation— y luego el negociado de las tierras
del Palomar, que llegaría a costar la vida de un conspicuo diputado del
radicalismo. Fue una época de notoria decadencia en la vida Argentina, en que
el hedonismo y la sensualidad ocupaban los ámbitos donde antes anduvo la
decencia y la hombría de bien. Lo mas triste de ello, es que esa histórica
Unión Cívica Radical, la de tantas heroicas luchas a cara descubierta, la de
tantos sacrificios contra la inmoralidad y el descreimiento, en esa hora, en
lugar de enfrentarse contra el mal y combatirlo como había hecho siempre, lo
acompañaba como un dócil y amable ladero. El radicalismo de ese tiempo, no
tenía nada que ver con aquel que alentó don Hipólito: constituían dos fuerzas
absolutamente irreconciliables. Era, en verdad, como dos partidos distintos.
UNA DIFERENCIA QUE ARRANCA DESDE EL ORIGEN
Estas diferencias entre el yrigoyenismo y el alvearismo, no
son más que la continuación de las dos viejas líneas que se enfrentan desde el
origen mismo de la Unión Cívica Radical. Es un tema muy poco frecuentado por
investiga- dores y ensayistas políticos, porque respecto de los dos
protagonistas de la hora prístina del movimiento político nacido en 1891, Leandro
Alem e Hipólito Yrigoyen, se ha ido elaborando una imagen legendaria y mítica,
donde ambos fundadores resultan figuras intangibles y casi sagradas. Pe ro la
historia no admite semejantes limitaciones y tabúes, y es en su homenaje, que
nosotros queremos decir aquí lo que pensamos y honradamente creemos sobre el
conflicto latente en el radicalismo inicial.
Alem e Yrigoyen ya estaban distanciados —desde varios años
atrás— al momento de fundarse el partido. Sin embargo, mantuvieron una
situación de reciproco respeto, conservando sus escasas comunicaciones a través
de amigos comunes, coincidiendo en las líneas generales que habría de seguir el
nuevo movimiento político, así como en el dogma de la intransigencia. Los
amigos que rodearon respectivamente, a tío y sobrino, no contribuyeron a
acortar distancias sino más bien a ahondar diferencias. Con el correr del
tiempo, desaparecido Alem, sus íntimos amigos serian los enemigos
irreconciliables de don Hipólito, al punto de aliarse algunos de ellos a los
conservadores para enfrentar al entonces jefe indiscutido del radicalismo.
Don Leandro domina fácilmente el Comité Nacional, secundado
por Martín Torino, Adolfo Saldáis, Liliedal, Castellanos, Barroetaveña, Molina
y otros, en tanto que su sobrino se hace fuerte en la provincia, que será la
base fundamental de su futura acción política.
El padre de Leandro, Leandro Alen, fue miembro de la
Sociedad Popular Restauradora, es decir, de la Policía en tiempos de Rosas. Eso
que los unitarios llamaron "la mazorca", y respecto de la cual
urdieron una serie de leyendas horripilantes, como sucede en todos los tiempos.
Lo cierto es que el 29 de diciembre de 1853, dicho Alen fue ejecutado bajo el
cúmplase dictado por el gobernador Pastor Obligado, ante la conclusión
aberrante del fiscal, que reza así: "El fiscal cierra los ojos y afirma
que Alen es responsable por no haber probado que otros y no el fueron los
autores": la inversión de la prueba, pues nadie esta obligado a probar su
propia inocencia. Lo trágico es que, con los años, antes de morir, el verdadero
homicida confesaría su culpa.
Ese "mazorquero" ejecutado en 1853, es el padre de
Leandro Alem y el abuelo de Yrigoyen. Y como en la forma del apellido se habrá
notado una diferencia, aclaremos que el joven Leandro, cursando a la sazón sus
estudios secundarios, resolvió alterar el Alen gallego heredado, cambiando la n
por m y suprimiéndole entonces el acento ortográfico, Incluso, afectado por las
pullas de los muchachos compañeros de estudios, que al parecer no lo bajaban de
"mazorquero", quiso cambiarse completamente el apellido, a cuyo
efecto fue a consultar al doctor don Vicente Quesada, quien sensatamente le
dijo que "la herencia del nombre cs sagrada", disuadiéndolo de su
descabellado propósito.
Entre los radicales eso en general se ignora, y los pocos
que de ello tienen conocimiento procuran disimularlo por el disgusto que les
produce, dada la formación liberal que impuso en la mayoría la escuela oficial
argentina. Pero ha habido honrosas excepciones: Ricardo Caballero, siendo
senador nacional, pronuncia en la Cámara memorables discursos explicando la
estirpe federal del radicalismo; y otro distinguido dirigente de la primera
hora, al que puede considerase como hijo espiritual de Yrigoyen, Horacio
Oyhanarte, siendo canciller de la Nación, tenia en su despacho del Ministerio
de Relaciones Exteriores un retrato de don Juan Manuel de Rosas, medio cuerpo,
casi tamaño natural, ejecutado al óleo, que hoy tiene en su casa particular el
ex Presidente Frondizi.
Pero la lapida de vergüenza que toda la sincronización
informativa había arrojado sobre el gobierno federal era tan insoportable, que
nadie se atrevía a confesarse entre los partidarios del gran caudillo de la
soberanía — públicamente al menos— hasta muchas décadas después de Caseros,
bien entrado el siglo XX. Se cuenta que don Bernardo de Irigoyen —uno de los
fundadores del radicalismo— en la intimidad de su casa usaba un chaleco
Colorado, como reminiscencia distintiva del viejo partido de sus amores. Pero
públicamente guardaba cauteloso silencio. Hasta llego a vetársele una
candidatura presidencial, por aquella militancia suya juvenil. Es que los
liberales — ¡vaya paradoja!— son despóticamente implacables. Luego el
revisionismo histórico, iluminando con sus documentadas verdades toda una época
tabú de nuestra historia, modifico sustantivamente las cosas. Pero ubicándonos
en el tiempo, no censuremos con nuestros parámetros actuales aquella aparente
debilidad del joven Alen, al tratar de cambiarse el apellido.
En este análisis del enfrentamiento inicial entre Alem e
Yrigoyen, tengamos presente también un detalle que suele descuidarse: el tío
actúo apenas durante cinco años, desde la fundación del partido, en 1891, hasta
su desaparición de la escena, en 1896. ¿Que era la Unión Cívica Radical en ese
momento? Apenas una promesa: había que hacerlo todo. Y todo estaba demasiado
lejos, como para forjarse ilusiones a breve o mediano plazo. Esa fue la lucha y
la acción tesonera, porfiada e incorruptible —en términos casi increíbles para
la moral vigente— de Hipólito Yrigoyen. Veinte años después del suicidio de
Alem, llega el partido, entre epinicios rubendarianos, a conducir legítimamente
los destinos de la Republica. Era el triunfo del valor moral, de la conducta y
de la paciencia: saber esperar, fue siempre el sabio consejo del jefe.
Yrigoyen y Alem eran distintos. Al grupo que encabeza
Leandro desde el principio, se le llamo "los intransigentes" en el
seno del partido. Pero esto se ha debido, con seguridad, a las reacciones
intemperantes muy frecuentes en el barbado caudillo, así como a su lenguaje de
apocalipsis y a sus tremendistas actitudes como tribuno popular. Porque si nos
atenemos a lo sustantivo, que no siempre aflora en la superficie pero que es la
verdadera fuerza motriz de todo el resto, el verdadero intransigente era don
Hipólito. Cuando en la convención reunida en Rosario, en 1891, se propone la
candidatura presidencial de Mitre, que Alem acepta, Yrigoyen la recibe con una
glacial indiferencia, y luego expresa categóricamente una frase que hizo
historia:
"¿Como voy a
apoyar una candidatura mitrista? Es como si me hiciera brasilero".
Las formas de actuar de don Hipólito eran de una cautivante
suavidad, tomando las cosas como con guantes de seda, pero dentro de ese guante
se ocultaba una mano de hierro.
Cuando la revolución de 1893, organizada con precisión
matemática por Yrigoyen sin disparar un solo tiro, el gobernador don Julio
Costa propone a los revolucionarios, al verse falto por completo de sustento
popular, su renuncia y la del vicegobernador, quedando entonces el gobierno en
manos de un alto funcionario, que casualmente era de filiación radical. Para
resolver el asunto se convoca al Comité Nacional, y se anticipa la opinión
favorable de Alem, para aceptar la propuesta. Sin embargo, su sobrino, disiente
frontalmente con esa manera de asumir el gobierno, y sus amigos mueven de tal
modo las opiniones, que se produce el rechazo del ofrecimiento. Fue una
palmaria demostración de la legendaria intransigencia radical, motorizada por
Hipólito Yrigoyen.
Así podrían mencionarse muchas anécdotas, reveladoras de lo
que venimos afirmando, pero bástenos la última, que por si sola es definitoria.
Sabemos que entre tío y sobrino existía apenas una mala relación política y
ninguna de tipo personal. Sin embargo, ante una circunstancia de inusitada
gravedad, Leandro lo invita a su sobrino a reunírsele en su casa, ubicada en la
calle Cuyo (hoy Sarmiento) entre Rodríguez Peña y Callao. Llega el invitado,
solo, aproximadamente a las diez de la noche, y se reúnen ambos en el
escritorio, que daba al frente. Tras la puerta, el hijo de Alem y un joven
amigo, escuchan atentamente el importante dialogo.
Corría la difícil presidencia de don Luis Sáenz Peña, y
Aristóbulo del Valle desde el ministerio, procuraba posibilitar la marcha hacia
el poder de la U.C.R. Eran horas de aguda crisis política. El dueño de casa le
confiesa a su interlocutor, que ha conseguido comprometer a los jefes de la
División Santa Catalina, importante guarnición militar próxima a la ciudad, con
lo cual del Valle ya estaría en condiciones de derrocar al presidente. La
respuesta de Yrigoyen, tajantemente negativa, no se hace esperar:
"No estamos en
Venezuela, donde las revoluciones son hechas por los ministros de guerra".
Esto, que lo cuenta Manuel Gálvez. — "Vida de Hipólito
Yrigoyen", ed. Tor, tercera edición— muestra un inflexible sentido de la
conducta. ¿Quien era el intransigente?
Nadie ha puesto jamás en duda la pureza de Alem, pero si se
puede poner en cuarentena su condición de hábil político: demasiado
extrovertido y espontáneo, como que la ira no pocas veces le hacia perder el
dominio de si mismo. Su sobrino, en cambio, podría ostentar el más absoluto
control de sus reacciones, aun en las instancias más comprometedoras, porque sabía
que la primera condición para gobernar sobre los demás, es saber gobernarse, y
al servicio de su sentido del equilibrio anímico ponía todo el rigor de su
férrea voluntad. Yrigoyen meditaba mucho y hablaba poco, dando más bien la
imagen del introvertido, temperamentalmente opuesta a la de Alem. Este era
impaciente y fogoso, mientras su sobrino parecía provisto de la paciencia de
Job, de un temple sereno y de un criterio profundo y a la vez reflexivo.
Yrigoyen tenía el concepto misional de la política, y se
sentía llamado a desempeñar para su patria un papel trascendente, lo que
significaba al mismo tiempo un compromiso alto e ineludible.
Otra diferencia a favor de don Hipólito fue su cómoda
situación económica. El hombre de campo, conocedor de ese medio, hizo varias
fortunas, todas la cuales dejo en la política. En este aspecto no tenía
problemas de retaguardia y vivía tranquilo. En cambio, Leandro era por
temperamento, romántico y desordenado. Su profesión prácticamente no le dio
para vivir, y siempre anduvo con apremios y deudas, que le agitaban a veces el
carácter, explicándose así sus iras repentinas y sus reacciones
desproporcionadas. Anduvo en amores muchas veces, pero un sentimiento serio lo
llevo a dar palabra de casamiento a una dama: no pudo Cumplirla, pues sus
insolubles problemas económicos le impedían sostener una casa.
Es seguro que Yrigoyen debe haber estado convencido, sin que
para ello mediara, siquiera sea la sombra de un sentimiento mezquino, que un
hombre como su tío, bohemio e impulsivo, y desordenado en su vida privada, no
le convenía a la fuerza política que, de hecho, ambos estaban piloteando. La
desaparición de Alem habrá afectado o no a don Hipólito desde el punto de vista
sentimental, pero políticamente hablando, desbrozado el lenguaje de los tabúes
tradicionales que los semi contemporáneos no se atreven a remover, desapareció
con ese acontecimiento un obstáculo. Porque es seguro que si don Leandro
hubiera vivido largamente como su sobrino, la militancia de ambos no se hubiera
desplegado en las mismas filas, y que el radical intransigente hubiera sido
Hipólito Yrigoyen. Sin la minima duda. Recordemos algo que dijimos al comienzo
de este capitulo: los amigos de Leandro fueron enemigos irreconciliables de su
sobrino. Algunos actuaron en la vereda de enfrente para combatirlo, pero en
todos los casos lo hicieron con sana.
Lo que vamos a decir ahora puede dar lugar a la polémica,
pero es nuestra verdad, lo que creemos honradamente: el alvearismo, y luego el
unionismo dentro de la U.C.R., sienten que descienden de Alem, y si levantan la
bandera de Yrigoyen es solo porque resulta inevitable, como por compromiso,
pero lo hacen sin entusiasmo. Y por el otro lado, los genuinamente
yrigoyenistas, levantan también la bandera de don Leandro, pero lo hacen, en su
caso, porque no han analizado el tema en profundidad. Les dolería mucho llegar
a las conclusiones que hemos expuesto. Que nos ha dolido también a nosotros
exponer. Lo hacemos impulsados por un compromiso de rigor histórico, admitiendo
el margen de subjetividad que en estos problemas existe siempre.
EL GERMEN DE LAS DOS CORRIENTES
Las revoluciones radicales fracasaron militarmente. Pero
políticamente no puede decirse lo mismo. El enfrentamiento con el "régimen
falaz y descreído", según la implacable aunque certera calificación de
Yrigoyen, aporto innegable prestigio a las filas de los descendientes de los
revolucionarios del Parque, porque se confrontaba la actitud de unos hombres
que desde las posiciones publicas, ostentaban sin mayores recatos su sórdido
hedonismo, contrastando con la dura e intransigente austeridad que el ahora
indiscutido jefe imponía, con su ejemplo, a los ciudadanos de las boinas
blancas.
La abstención larga, heroica y pacifica resistencia, no
comprendida todavía por historiadores y ensayistas políticos, tiene la misma
envergadura que el legendario éxodo jujeño, y el no menos valioso pueblo de
Montevideo en la hora de gloria de Artigas. Esa abstención de tres lustros,
lapso durante el cual muchas veces la perspectiva de triunfo se oscurecía por
completo, se mantuvo sin embargo, en base a una profunda fe en la causa que se
estaba sosteniendo, fe que supo inculcar persuasivamente Yrigoyen en sus
seguidores, que a cada nueva calamidad, a cada contraste de los muchos que en
esos años inhóspitos hubieron de superarse, respondían con renovado y
renaciente fervor.
El adversario, hecho a otros principios, a otra distinta
actitud frente a la vida, no acertaba a comprender esos entusiasmos
desprovistos de promesas de recompensa material en un futuro cierto. Es el
milagro de la fe –así sea la fe en una causa terrenal- que no necesita ser
comprendido.
“La moral se marchita –dice Seneca- cuando no existe el
adversario”. Eso lo sabía Yrigoyen, y por ello exageraba las perversiones del
“Régimen”, para robustecer su frente interno.
No fue nada fácil, sin embargo. Como ocurre siempre, el
sacrificio no es para todos, y hubo defecciones. De simples ciudadanos rasos,
pero también de dirigentes. Algunos conflictos, fueron importantes, como el
sonado debate provocado por la defección del doctor Pedro B. Molina en 1909. El
dirigente cordobés le envió a Yrigoyen una carta en la que formulaba graves
consideraciones políticas, que el caudillo se vio obligado a contestar. Lo hizo
en una extensa pieza, en la que se hace el planteo de fondo de la nacionalidad,
lo sustantivo y elevado que se persigue en la lucha empeñada, que implica
motivaciones mucho mas profunda que la mera conquista de un gobierno para solo
gozar del poder, aunque se hubiera accedido a el legítimamente. Vino después
una segunda carta de Molina, una nueva respuesta de don Hipólito, la tercera y
ultima del dirigente de Córdoba y la nota definitiva del líder radical, que
aparece en esta formidable polémica en toda su dimensión, demostrando que lo
suyo es mucho más trascendente que una plataforma electoral o un programa de
cosas realizables, concretas y tangibles. Cuando en 1916 ante la posibilidad de
que su victoria electoral se frustre por la eventual retirada de los electores
disidentes de Santa Fe, se fue al campo sin querer ver a nadie, pero dejó este
increíble mensaje:
“¡Que se pierdan cien gobiernos, pero que se salven los principios!”
No era otra cosa que su intransigencia principista de siempre. No improvisaba nada
“¡Que se pierdan cien gobiernos, pero que se salven los principios!”
No era otra cosa que su intransigencia principista de siempre. No improvisaba nada
A través de esos largos y penosos años de dura lucha, muchos
se fueron, como dijimos. Pero con ello se produce al mismo tiempo una especie
de selección natural, donde debe creerse que van quedando los mejores, los más
resistentes, los más fieles. Los verdaderamente incorruptibles.
Pero la realidad es siempre más compleja que el esquema
fácil que puede trazarse en un papel. Desgraciadamente, muchos de los no
genuinos, de los no definitivamente convencidos, quedaron dentro de las filas
partidarias, y fueron el germen de la subsistencia de las dos corrientes
enfrentadas tradicionalmente en el radicalismo, de los dos partidos en uno, con
dos estilos distintos, con posiciones diametralmente opuestas en torno a
problemas sustantivos de la política nacional de la conducta distinta.
Cuando la UCR llega al gobierno en 1916, no se atreve a
levantar cabeza el antiyrigoyenismo, pero no está muerto, sino latente, a la
espera de su oportunidad. Ella se presenta propicia en 1922, con la asunción
presidencial por Alvear. El propio ministerio nacional es una pauta: hay allí
solo un amigo de don Hipólito, el resto es un conjunto de señorones
europeizantes, varios de los cuales pertenecen al viejo grupo alemnista. ¿En
que se diferencia este gobierno, de los gobiernos conservadores a los que tanto
se había combatido? Solamente en su limpio origen electoral. Fieles al más
crudo liberalismo, dejan hacer, gobernando lo menos posible. No seria demasiado
grave, en una país que ya estuviera en la orbita correcta que ha de llevarlo a
su verdadero destino. Pero la Argentina de ese tiempo todavía se manejaba con
el esquema político-económico que dejó la famosa generación del ochenta:
producir en el campo, y comprar toda la industria, porque no debíamos ser un
país industrial. Entonces, si un gobierno se cruzaba de brazos, continuaba
vigente, por razones de inercia, ese esquema agropastoril a que se nos había condenado desde los cenáculos
londinenses.
La prensa grande de Buenos Aires, que había atacado al
Presidente Yrigoyen sañudamente, licenciosamente no pocas veces, se muestra
elogiosa para con Alvear y sus ministros. Lo mismo los políticos de la
oligarquía como los socialistas. Y la división empieza vertebrarse en el
Congreso. Allí los alvearistas, en 1924 llevan candidato propio para presidir
la Cámara de Diputados. Es el doctor Mario Guido, que contra el voto de los
yrigoyenistas, pero apoyado por conservadores y socialistas, consagra su
candidatura. Fue lo que los diarios llamaron triunfo de los “antipersonalistas”
porque ya denominaban “personalistas” a los fieles de Yrigoyen.
Pero esto del Congreso, que no hacia sino expresar una
realidad que –según vimos- estuvo latente desde siempre, sirvió para poner de
manifiesto las notorias diferencias entre los dos sectores, que en realidad
fueron dos partidos distintos. El yrigoyenismo ha tenido inalterablemente su
contenido nacionalista, antiimperialista, genuinamente telúrico,
antiintelectual –nos referimos a ese conocido prototipo de intelectual
químicamente puro encerrado en su orgullosa torre de marfil- y espontáneamente
inclinado a defender los sectores populares. Frente a eso, los frontales
enemigos de Yrigoyen podrían definirse con una frase de Osvaldo Spengler:
“En la historia de todas las culturas ha habido siempre, aunque de ello no tengamos noticia, un elemento antinacional, representado por el pensamiento puro, hostil a la historia, antiguerrero y sin raza”
“En la historia de todas las culturas ha habido siempre, aunque de ello no tengamos noticia, un elemento antinacional, representado por el pensamiento puro, hostil a la historia, antiguerrero y sin raza”
Eso que se llamó antipersonalismo, se constituyó luego como
un formal partido, con la pretensión de destrozarlo a Yrigoyen y su
emprendimiento político. Así fundaron la llamada Unión Cívica Radical
Antipersonalista, con los Lencinas de Mendoza, los Cantoni de San Juan y su
Unión Cívica Radical Bloquista, los Laurencena y Mihura de Entre Ríos, y
algunos otros, a la sombra protectores de la presidencia de Marcelo Alvear.
Hasta que fatalmente se llega al enfrentamiento de 1928,
momento en que no valen ya los disimulos, y los antipersonalista consagraron
una formula de viejos enemigos de don Hipólito. Melo – Gallo, quienes cuentan
con el apoyo franco y declarado de los conservadores de todo el país, a través
de la constitución de lo que se denominó Frente Único, el que tuvo, como era de
esperarse, toda la vieja prensa tradicional a su favor. Pero el resultado
electoral fue un resonante plebiscito a favor de Yrigoyen, que con solo una
semana de campaña electoral y los elementos del gobierno en contra, triunfo en
proporción de dos a uno.
En esa elección se presentaron dos Unión Cívica Radical, con
solo un aditamento de diferencia; así como el brillo aparentemente igual del
oro y la chafalonía, solo que uno significa autenticidad y lo otro es falso. Y
el pueblo no se engañó: la semejanza estaba solo en la apariencia.
A la muerte del viejo caudillo, poco después de los
luctuosos acontecimientos de 1930, en que comienza para la nación un largo y
sombrío invierno, el radicalismo cayó en las manos de quienes habían descreído
de él, de quienes lo habían negado, y negado, y perdió completamente el rumbo.
Dijimos páginas atrás que en las horas de prueba, durante las rigurosas
austeridades de la abstención larga, por ejemplo, fueron numerosas las
deserciones, con lo cual también apuntamos que se producía algo así como una
selección natural. Ahora, en cambio, se daba el proceso al a inversa
desaparecido Yrigoyen, hay un flujo de reingresos de reincorporaciones, que
aparentemente constituye una suma –en política no siempre dos mas dos son
cuatro- pero que en verdad, cualitativamente, aguaron el buen vino radical. El
histórico partido perdió su tono, su respetado talante viril. Casi podría
decirse que perdió su alma.
LA BRILLANTE APARICION DE FORJA
Cuando la Convención Nacional del Radicalismo, convocada
para fines de 1934, sanciona en su sesión del 2 al 3 de enero de 1935 el
levantamiento de la abstención electoral, declara de hecho que se allana al
sistema de fraude para hacerse su más valioso cómplice. Así lo interpretaron uno
de los “grandes diarios” de Buenos Aires, cuando en su edición del 3 de enero
comenta que esa medida reconocía la normalidad institucional, aunque anteriores
Convenciones habían dicho que el gobierno era espurio y de facto. Agrega que
esa última resolución significaba el abandono de la “actitud perturbadora”
anterior. “El país no admite –pontificaba- que se perturbe su vida en momentos
en que sale dificultosamente de un periodo critico de su economía y finanzas,
en nombre de intereses políticos que no siente y no comparte”. Así la gastaron
constantemente los “grandes diarios”, arrogándose audazmente la representación
del país, cuando lo rigurosamente histórico es que, salvo excepcionales
circunstancias, anduvieron de contramano con los verdaderos intereses
nacionales. Por otra parte, es cierto que esa medida adoptada por el mas alto
organismo de la UCR reconocía implícitamente la situación institucional
reinante, la cual –es preciso puntualizar- estaba muy lejos de constituir la
normalidad. Por el contrario, era flagrante anormal, viciada por los mas graves
atentados contra la ley, contra la Constitución Nacional y asimismo contra la
moral publica y las mas esenciales normas de convivencia. Era la ignominiosa
década infame del fraude electoral convertido en sistema para detentar
posiciones públicas. Y esa suma de vergüenzas, el diario denominaba “normalidad
institucional”.
Ese mismo diario, a la actitud anterior, de resistencia
cívica contra esa suma de delitos organizada desde lo alto de la función
publica, llama en cambio “actitud perturbadora”. Evidentemente, la honda crisis
moral que padecía nuestra Argentina –no la económica y financiera a que aludía
el periodista- estaba amparada desde muchos y poderosos flancos. Son culpas que
todavía no han sido saldadas.
“En tropel al éxito”, decía Barroetaveña en aquel ya
legendario articulo, “Tu quoque, juventud”. Entre los radicales de 1935 podría
decirse, parafraseándolo al idealista precursor de 1890, en tropel a las
bancas. Así se fueron, en desordenado tropel, los que no podían soportar cuatro
años de protesta cívica, y cuando nada había cambiado en el país, desde el
desconocimiento del triunfo del 5 de abril, desde el veto a la fórmula
Alvear-Guemes. Se iba, efectiva y tristemente, a convalidar el fraude. Todo,
porque los hombres de la conducción no tenían “pazta de mártires”.
El partido de Yrigoyen debió haber sido la esperanza popular
y la esperanza nacional, porque el pueblo en sus derechos y en su bienestar
material, y la nación en su destino histórico, eran las victimas de una
agresión humillante. ¿En quien podía creer el ciudadano burlado y humillado en
el ejercicio de su deber y su derecho cívico? ¿A quien iba a recurrir?
Esas carencias flagrantes en el seno mismo de la UCR da
lugar a que un grupo de probados yrigoyenistas, constituyan una entidad que,
por la seriedad y la lucidez con que supo encarar los verdaderos problemas
nacionales, trascendería a la historia como la expresión mas esclarecida de su
tiempo, la única que señaló con profundidad y valentía las causas determinantes
de nuestro estancamiento. Marcó a fuego esas causas y propuso soluciones. Se
trata de FORJA, Fuerza de Orientación Radical de la Joven Argentina. Sus
primeros pasos datan de ese año clave, 1936, aunque su asamblea constituyente
se lleva a cabo el 29 de junio de 1935, siendo el doctor Luis Dellepiane su
presidente fundador, cargo que desempeñó hasta 1940, en que renunció al mismo a
raíz de una crisis interna en la institución.
Se publica un manifiesto fundacional, “Vocación
Revolucionaria del Radicalismo”, en el cual se plantea un vigoroso alegato por
la soberanía económica de la Nación, y por una política exterior de latitud
latinoamericana. Además, contra influencias colonizadores en el seno del
partido.
El 2 de septiembre de 1935 aparece un manifiesto en el que
se examinan con severo rigor las leyes sancionada por el gobierno del General Justo,
que comprometían en alto grado, según los hombres de FORJA, la genuina
independencia nacional, tales como la creación del Banco Central, el Instituto
Movilizador, la Coordinación de Transportes, la creación de las Juntas
Reguladora de la producción, etc. Denuncia sin reservas a los dirigentes del
radicalismo por el abandono de su intransigencia histórica, y los acusa
concretamente de colaborar “con las oligarquías económicas entregadas al
capitalismo extranjero”.
Fue la de FORJA una predica de esclarecimiento que se
adelantó veinte años en el proceso de nuestra evolución política. Se estudiaron
los problemas con hondura inédita hasta entonces, en un medio habituado a la
declamación fácil, al hallazgo de la frase brillante, pero nada más, a la
elocuencia retórica, baldía de sustancia, y cuyo único objeto parecía ser el
aplauso circunstancial.
En FORJA se estudió, se aprendió y se enseñó, a través de
ciclos de conferencias y seminarios, como así también con la publicación de sus
ya celebres “Cuadernos”. Ocuparon su tribuna, no solo argentinos distinguidos
por su genuina raíz popular y su pensamiento claro sino ilustres ciudadanos de
países hermanos de Hispanoamérica. Entre los copiscuos dirigentes de FORJA
recordamos, con Luis Dellepiane, a Homero Manzione (Manzi), Gabriel del Mazo,
Arturo Jauretche, Atilio García Mellid, etc. Muy vinculados a hombres de FORJA,
aunque no militara dentro de sus filas, estuvo otro meritorio argentino: Raúl
Scalabrini Ortiz.
Esto de FORJA quiere decir que, paralelamente a la decadente
conducción alvearista del radicalismo, esta institución de neto cuño y estirpe
yrigoyenista se constituyó en un fiscal implacable, hablando sin eufemismos y
con nutrida y valiosa información, desnudando las sospechosas incoherencias de
la alta cúpula partidaria.
Al advenimiento del peronismo, FORJA, que nunca quiso
militar electoralmente en las luchas internas de la Unión Cívica Radical, sino
en base a su siembra de ideas -que fue fecunda— empezó a diluirse. Dos rumbos
fundamentales se abrieron para ese brillante grupo de estudiosos de nuestra
política: el que representaba el coronel Perón, cuya figura asumía
intuitivamente un sentido antiimperialista y emancipador; y el de la lucha
contra el alvearismo dentro de la UCR., para rehabilitar al viejo partido,
rescatándolo para ponerlo, como estuvo en sus mejores tiempos, al servicio de
la causa grande de la Nación. Unos se fueron con Perón, y significaron a su
lado un rico y sustantivo aporte; otros se quedaron en las filas radicales,
donde poco después fundarían, junto a otros correligionarios, el Movimiento de
Intransigencia y Renovación, el que a su vez, en efecto, rescataría al
radicalismo para el cumplimiento de su autentico destino.
Cuando la Unión Cívica Radical decidió levantar la
abstención y volver a las elecciones, dejando marginada una actitud digna y
recia, y en el fondo revolucionaria, debía entenderse que seria para defender
el comicio hasta con heroísmo si fuera preciso. Pero ya se vio en 1936 en
Buenos Aires y Santa Fe, y luego en la elección presidencial en 1937,
flagrantes burlas ante las cuales el partido, victima de ellas, se limito a
emitir documentos de protesta, aceptando después la migajas de minoría. Era una
indignidad del victimario y de la victima. Así fue también en 1938 en Mendoza,
donde el fraude fue de tal magnitud que los conservadores se atribuyeron 60.000
votos, y solo les acreditaron a los radicales 36.000.
Ese mismo año —1938— debe convocarse a elecciones en casi
todas las provincias, para cubrir 63 bancas de diputado nacional. En la Unión
Cívica Radical se hace muy duro prestarse a un nuevo falseamiento, y en los
organismos internos se debate largamente la actitud a asumir: concurrencia o
abstención. Finalmente se impone la concurrencia, menos en Corrientes, donde no
se prestaron al fraude los radicales de ese distrito: decretan la abstención.
Aunque se le reste valor a esa determinación, porque en verdad se trataba de
una provincia donde tradicionalmente el radicalismo contó siempre con muy pocas
posibilidades.
En la Capital Federal, como consecuencia del descontento
latente entre los afiliados, la oposición a la conducción alvearista,
aglutinada en un movimiento llamado "Bloque Opositor", resuelve a la
elección interna. Pero como contagiado por el ambiente político general, en
este comicio dentro del radicalismo se cornete un visible fraude, y el
"Bloque Opositor" lo denuncia en un documento que se publica, en el
cual anuncia que se presentara por cuenta propia, separadamente de la lista
oficial del partido, en las próximas elecciones. Estas tienen lugar en marzo
(1938), y en ellas, pese a las falencias apuntadas, sigue siendo mayoría la
Unión Cívica Radical. La sorpresa fue el fracaso socialista, que paso a ocupar
el tercer lugar, detrás de la Concordancia. Es decir se quedo sin
representación por la Capital Federal, que era prácticamente su único distrito.
Por su parte, el llamado "Bloque Opositor", desprendimiento de la
U.C.R., falto de infraestructura partidaria, obtuvo apenas unos pocos votos. Es
que el ciudadano, que deseaba votar contra el gobierno, no se arriesgaba a
perder su voto apoyando una lista que no tenia ninguna posibilidad de triunfo.
Téngase presente que no se votaba con el sistema de representación
proporcional, donde quien no obtiene votos es porque no lo acompaña la voluntad
ciudadana, sino por el de la ley Sáenz Peña, que solo asigna representación a
los dos partidos mayores.
Con los resultados de 1938 —el fraude perfeccionado— el
radicalismo perdió la mayoría en la Cámara de Diputados y, por lo tanto, la
presidencia de la misma. Ese año asciende Ortiz a la Presidencia de la Nación.
Aunque se trataba de un hombre vinculado a la Cámara de Comercio Británica, que
apoyo su candidatura, y su elección fue tan fraudulenta como había sido la de
Justo, se recordaban sus reiteradas promesas en el sentido de que terminaría
definitivamente con las elecciones fraudulentas. En el seno del partido de Alem
había, pues, tensa expectativa, en cuanto a hechos que probaran la sinceridad o
no de esos solemnes anticipos preelectorales. Pero además, como contrapartida
de la sensación de fracaso ante la propia inoperancia, algunos sectores
radicales alentaban la idea de que el doctor Honorio Pueyrredón —aquel
gobernador electo de la Provincia de Buenos Aires que no pudo asumir porque un
sablazo de Uriburu le cerro el paso— a la sazón presidente de la Convención
Nacional del partido, se resolviera decididamente a encabezar un movimiento de
oposición a Alvear: todo el viejo yrigoyenismo y toda la juventud partidaria lo
hubieran seguido con fervor, con un fervor que por entonces nadie sentía porque
nadie ni nada lo provocaba. Pero Pueyrredón jamás se decidiría: no se sintió
con fuerzas, no creyó quizás contar con el apoyo suficiente, o sencillamente no
se atrevió a enfrentar abiertamente a Alvear. El caso es que defraudó las
esperanzas que muchos correligionarios habían depositado en su persona.
En cambio, cobra cuerpo la esperanza de que el presidente
Ortiz termine con el fraude. En la provincia de San Juan, ante una elección
flagrantemente tramposa, en mayo de 1939, no trepido un instante: hizo anular,
a través del interventor federal, el acto eleccionario. Por fin parecía que las
promesas sobre respeto de la voluntad popular en el comicio iban a concretarse
en realidad. En 1940 se llevan a cabo en Catamarca comicios para elegir
gobernador, y las denuncias de fraude resultan abrumadoras. Entonces Ortiz se
dirige a las autoridades de esa provincia, opinando que en razón de los
notorios vicios de que adolecían, las elecciones eran nulas, y agrega que si el
gobierno provincial no lo en- tendía así, el intervendría la provincia. Esto
motiva la participación en el conflicto del Vicepresidente Castillo, que era
catamarqueño de origen, y se solidariza con el gobierno provincial: se asiste
una vez más, en la historia política argentina, a un enfrentamiento entre ambos
términos del binomio presidencial.
Por su parte, el Comité Nacional de la Unión Cívica Radical
emite un documento donde se aplaude la actitud del Presidente de la Nación, y
lo propio hace el bloque parlamentario, ante la alentadora perspectiva que
parece abrirse para el país. Se vive la posibilidad de un cambio trascendente,
y el mundo político experimenta una conmoción profunda, a favor o en contra.
Todo el interés, en el radicalismo y en el país, se fijaba
ahora en la provincia de Buenos Aires, gobernada por el doctor Manuel Fresco,
que había impuesto el voto a la vista y un sistema de violencia tal, que
impedía el menor despliegue cívico a la oposición. La Unión Cívica Radical,
aprovechando la actitud presidencial, realiza actos públicos en todas las
ciudades de la provincia —entonces eran 112— pidiendo la intervención federal.
A pesar de todo, las elecciones en Buenos Aires fueron
fraudulentas, como un desafío de Fresco, y el Presidente Ortiz intervino la
provincia deponiendo al gobernador. En la trastienda de estos sucesos, el
general Justo, que se veía rectificado por su sucesor Ortiz, había apalabrado a
muchos colegas suyos militares para un eventual apoyo a Fresco. Sin embargo,
las Fuerzas Armadas se solidarizaron con la autoridad del Presidente, y no hubo
inconvenientes de ninguna índole en el ámbito castrense.
Las elecciones de diputados de 1940 resultan auspiciosas
para la U.C.R.: triunfa en la Capital Federal, Buenos Aires, Santa Fe, Entre
Ríos, Tucumán, Mendoza y Jujuy, con lo cual logra 80 legisladores en la Cámara
Joven. La intervención en la provincia de Buenos Aires podía asegurarle un
nuevo triunfo en la elección de gobernador futura, lo cual a su vez aseguraba
virtualmente la victoria radical en la próxima contienda presidencial. ¿Quien
podía disputarle ese premio?
En cierto modo, todo ello parecería darle la razón a Alvear,
parecía el triunfo de su política: con esa actitud paciente y blanda, casi
contemporizadora, había conseguido el milagro de poner al partido en la orbita
de su consagración victoriosa, llevándolo nuevamente al gobierno.
Pero habría que analizar el verdadero significado del
triunfo de la política de Alvear, en cuanto al futuro de la fuerza política
cuya jefatura ejercía, y en cuanto al futuro mismo del país.
Hemos visto que el radicalismo, bajo la conducción de don
Marcelo, fue un movimiento desprovisto de contenido, limitado a luchar contra
el fraude y la violencia, y cuyas únicas banderas constituyeron, entonces, la
ley y la Constitución Nacional, además de la verdad del sufragio. Guido de
Ruggiero, en uno de sus brillantes ensayos ("El Retorno a la Razón",
ed. Paidos, Bs. As., 1949), dice que "un derecho no se reivindica sino
cuando esta amenazado o impedido", y discurre luego que "los partidos
de la libertad se mostraron siempre llenos de impulsos y de vigor en la fase de
incubación y de lucha, y una vez lograda la victoria, desorientados y
extraviados, como si hubiesen perdido su punto de apoyo, y se hubiesen vaciado,
improvisamente, de todo contenido". ¿Que hubiera ocurrido con esta Unión
Cívica Radical, que no se había pronunciado, ni siquiera con mediana claridad,
respecto de los problemas económicos —los de la nación como tal, y los del
pueblo— de los problemas sociales, de los problemas culturales relaciona- dos
con el espíritu de la nacionalidad? Es legitimo pensar que si ese radicalismo,
cuya única gimnasia había consistido en luchar contra el fraude, llegado al
gobierno, ya sin fraude contra el cual oponerse, se hubiera desinflado como
esos "partidos de la libertad" a que hace referencia el sociólogo
italiano. Es que su actividad política, desprovista de contenido propio, había
sido exclusivamente negativa, contra el escollo que se le oponía, pero en
ningún momento enarbolando alguna de las grandes banderas que constituyen los
objetivos finales de los pueblos y de las naciones. Había peleado contra algo,
pero no por algo. Su lucha, repetimos, no lo fue por el bien, sino en contra
del mal, que no es lo mismo.
Por otra parte, esta Unión Cívica Radical bajo Alvear, que
se había "amansado" ante una minoría que trampeaba elecciones y se
vanagloriaba de ello, transigía con todo. Los grandes consorcios expresivos del
imperialismo económico, no podían quejarse de los representantes radicales
según hemos visto— tanto en el Concejo Deliberante como en el Congreso
Nacional. Los impulsos nacionalistas de los tiempos de Yrigoyen habían pasado a
la historia. El doctor Alvear, un verdadero "gentleman" educado a la
europea, creía de buena fe en nuestro destino de prospera granja de las grandes
potencias industriales. El radicalismo, ese radicalismo, no era un peligro para
el capitalismo imperialista, que tanta influencia ejercía sobre nosotros. La
verdad, y por encima del rotulo, era solo una expresión moderna de los viejos
partidos conservadores. Dicho de otra manera, el viejo y desagradable semblante
de los partidos conservadores —que el pueblo ya no podía digerir— había
encontrado su mascara ocultándose bajo la apariencia de ese radicalismo.
Esto explica, a su vez, la actitud del Presidente Ortiz. Una
futura elección presidencial sin fraude iba a significar, con la victoria del
radicalismo estilo Alvear, un cambio de manos en el gobierno nacional, pero
ningún cambio en la política fundamental argentina. Un flagrante ejemplo de
gatopardismo.
La iniciativa de Ortiz fue, como intención que empezó a
concretar en hechos, volver a la verdad del sufragio. Es decir, ese aspecto de
la mecánica electoral, pero no más allá de eso. Era lo único que enmendaba de
la política del general Justo: el fraude. En cuanto a lo económico, tan
importante y significativo, todo seguiría igual. El doctor Ortiz, que durante
mucho tiempo había estado vinculado a importantes firmas de origen ingles,
llegó a la candidatura presidencial —reiteramos— con el aplauso de la Cámara de
Comercio Británica. La orientación económica de su gobierno era tan favorable
al imperialismo y su penetración, como lo fue durante el gobierno de Justo. La
convicción del doctor Ortiz, así como de los grandes interesas a que estuvo
ligado, era que el radicalismo no solo significaba un peligro, sino que
constituía una verdadera garantía. Entonces, ante una situación de guerra en
Europa, Argentina debía continuar siendo un importante proveedor de alimentos.
En ese caso, era mas tranquilizante para Gran Bretaña que aquí gobernara el
partido que representaba en verdad la mayoría electoral, que una minoría
obligada a mantenerse en el poder con malas artes, y siempre bajo el peligro
latente de reacciones violentas. La transferencia del poder, pacíficamente, a
ese partido tranquilo y tolerante que demostraba ser la U.C.R., significaba una
medida inteligente del doctor Ortiz y del influyente entorno que lo rodeaba.
Como vemos, cambiar algo las apariencias, para que todo siga igual.
Vamos a pasar por alto, en cuanto al radicalismo, la
incidencia en sus enfrentamientos internos que tuvo la segunda guerra mundial,
porque nos demandaría innecesariamente mucho espacio, y además porque ya ha
sido tratado, en general, desde las paginas de esta revista. Solo diremos, como
brevísimo boceto, que el unionismo, de notoria tendencia liberal, fue
entusiastamente aliadófilo, en tanto los yrigoyenistas de pura cepa se
mantuvieron neutralistas a muerte.
Recordemos que la enfermedad del doctor Ortiz lo obligó a
delegar el mando en el Vicepresidente Castillo, y que poco después falleció.
Castillo no compartía —como se dijo antes— el punto de vista político de Ortiz
en cuanto a una solución radical, sin fraude. Las ilusiones que algunos se
forjaron a través de los incontrastables hechos que el Presidente Ortiz asumió,
se vieron amargamente defraudadas. Pero el destino había decidido algo que
nadie sabía: los días del fraude estaban contados.
LOS AÑOS CRITICOS DE LA UNION CIVICA RADICAL
La paciencia tiene un límite. Las repetidas defecciones de
la conducción partidaria comenzó a generar una sorda disconformidad, que se
canalizo bajo distintas formas de expresión. Por ejemplo, el 5 de abril de
1941, conmemorando aquel lejano triunfo partidario en la provincia de Buenos
Aires, se llevó a cabo una cena, con la presencia de autoridades partidarias y
varios centenares de asistentes. Pero a la hora de los discursos nadie pudo
hablar, porque el grito estentóreo de "¡intransigencia!", repetido
con fuerza y con rabia, frustro a los oradores. Intransigencia equivalía a
frontal oposición a Alvear.
Cuando se va a reunir la Convención Nacional, en mayo de ese
mismo año, con el salón repleto de delegados y mucho publico —una barra que
desde temprano se anticipaba ardorosa y agresiva— al momento de aparecer en el
escenario el doctor Alvear, como obedeciendo a una consigna previa, se desato
una verdadera batalla campal, en medio de ensordecedora rechifla, mientras
llovían sobre el escenario sillas, trozos de madera y toda clase de objetos
contundentes. Alvear y demás autoridades fueron obligados a abandonar con
urgencia el proscenio, en forma no demasiado elegante, para defender su
amenazada integridad física. Esa impulsiva e inculta violencia, era quizás la
única forma y oportunidad que tenia el "uomo qualunque' del partido para
manifestar su profundo disgusto, su desilusión, sus frustraciones, su
disentimiento con la política con la cual el entendía que se estaba suicidando
la Unión Cívica Radical. Una vez desalojado el público, Alvear pudo hablar para
inaugurar oficialmente la Convención en su carácter de presidente del Comité
Nacional, y entonces atribuyo a "nazis" infiltrados el desorden anterior.
Fue un recurso, un argumento fácil y hábil, aunque muy lejos de ajustarse a la
verdad, pura explicar el escándalo. Siempre es difícil reconocer las propias
culpas.
En esa Convención, terminado el mandato de Honorio
Pueyrredón, fue reemplazado por José Luis Cantilo, conspicuo alvearista. Y como
para caracterizar las opuestas posiciones, —considerando asimismo los
trascendentes acontecimientos mundiales— hubo exclamaciones en la barra a favor
del mantenimiento de la neutralidad y en contra de los "chadistas",
por parte de sectores intransigentes, respondidos desde el otro lado con el
calificativo de "nazis".
El doctor Octavio Amadeo fue el interventor enviado por
Ortiz a la provincia de Buenos Aires para reemplazar a Fresco y dar elecciones
veraces. Ante la consolidación de Castillo en el gobierno nacional, y el
consecuente retroceso político que ello significaba, Amadeo renuncia,
enjuiciando en términos sin concesiones a las maniobras contra la verdad
democrática. Castillo acepta la renuncia, pretendiendo rechazar los términos
que ya la opinión publica conocía, y que se ajustaban a la situación que se
estaba viviendo.
Se busca el necesario reemplazante de Amadeo, desde la Casa
Rosada, destinado a presidir un fraude alevoso y mayúsculo. A ese ominoso
propósito, el Presidente convoca en su sede a distintos personajes, que, cada
uno a su turno, van siendo descartados en la medida en que no aceptan las
condiciones impuestas. El elegido debe ser un hombre carente en absoluto de
escrúpulos, dispuesto a llevar a cabo sin remordimientos inhibitorios ese acto
de lesa democracia. En buen romance, un hampón de guante blanco y de conciencia
negra.
No fue fácil encontrar el candidato, a pesar de la honda
crisis de valores morales en que se había caído. Por esos días un pistolero de
Avellaneda, amigo de Barceló, cayo en su ley, asesinado por otro pistolero: a
su sepelio concurrió una muchedumbre, y su ataúd fue envuelto con la bandera
nacional. Contemporáneamente, Leopoldo Lugones, el poeta de "La Guerra
Gaucha", desilusionado ante esa Argentina que parecía un país sin
respuestas, termino con su vida por propia voluntad. A su sepelio solo
concurrieron dieciocho personas, y allí no hubo banderas ni honores oficiales.
Evidentemente, se vivía un total trastrocamiento de valores.
El Presidente Castillo, con una pachorra digna de su
provinciana paciencia, pero también de sus aviesas intenciones, convoca,
—dijimos— a una serie de seleccionados para asumir en frío la comisión de un
hecho delictivo contra el pueblo y contra la cultura política del país. El
Presidente habla con unos y otros, pero nadie le agarra viaje. Así se suceden
semanas. Hasta que una tarde, ante ese espectáculo triste y sórdido, al pie de
la primera pagina de un vespertino porteño, "Noticias Graficas", su
director José Agusti, eximio periodista, escribió un editorial en el que se
comentaba esa búsqueda cínica que conducía la cúpula del gobierno, el propio
doctor Castillo, de un hombre que no le hiciera asco a la misión de organizar
un grande y premeditado fraude. Pero lo genial de ese editorial estaba
condensado en el titulo, síntesis veraz y sustantiva de la realidad. En efecto,
en letras tamaño catástrofe, a todo lo ancho de la primera plana, decía así:
"SE NECESITA UN SINVERGUENZA". Y el sinvergüenza apareció, y fue un
coronel de la Nación, para complicar aun mas a las Fuerzas Armadas en todo lo
que significo la "década infame del fraude".Habíamos caído muy bajo.
La conducta de la U.C.R. siguió sin variantes: a veces, dura
en los términos de algún documento de protesta, pero siempre sospechosamente
blanda y contemporizadora en los hechos, como para desalentar la menor
esperanza.
Así llegamos a 1942, que le depararía al partido mayores
sinsabores todavía, como consecuencia natural de los sucesos anteriores: su
cobardía para defender lo propio, su resignación humillante ante reiteradas
afrentas y, además, la probada inconducta de muchos de sus representantes en el
Concejo Deliberante y en el Congreso Nacional, que alcanzaron a salpicar —según
vimos— a las altas autoridades partidarias.
Todo eso tenía que ser merecidamente castigado por el
ciudadano anónimo, el idealista que había seguido fiel- mente a la sigla de sus
amores a través de todas las vicisitudes, sin pedir nada, sin esperar alcanzar
quizás nunca una compensación material. Tenía derecho de exigir, al menos, el
respeto a una conducta, a una continuidad que venia casi desde la historia, que
estaba consustanciada con lo radical, con lo más genuino del espíritu de esa
entidad política. Eso, que valía mucho para el, le había sido escamoteado.
Ese ciudadano anónimo, ante la acción de consumo de los
antirradicales de afuera y de los no radicales de adentro, ya no creía en nada,
estaba desencantado, desilusionado, desorientado. Y entonces no voto, o voto en
blanco, o voto por otro partido, no por afirmativa adhesión, sino por reacción
negativa, por resentimiento. Y en marzo de 1942 se derrumbo el mito de la
mayoría radical: en la renovación parcial de la Cámara de Diputados, perdió en
la Capital Federal frente a los socialistas; en Entre Ríos, donde gobernaba el
radical Tibiletti, perdió sin fraude ante los conservadores; y perdió en
Tucumán, donde gobernaban los llamados radicales "concurrencistas".
Solo se salvo Córdoba, donde al terminar su mandato Sabattini, se mantuvo la
situación. Pero es preciso consignar que Sabattini era opuesto a la conducción
nacional del partido. Y otro factor que en ese momento gravito, fue la posición
ante el conflicto mundial: Sabattini mantenía la actitud neutralista de
Yrigoyen, mientras que los de Entre Ríos y los de Tucumán, como todo el
alvearismo, eran furiosamente aliadófilos. Y el pueblo no adscribía la sumisión
a los imperialismos, aunque se disfrazaran de democracia. Perduraba la lección
de Yrigoyen.
Como colofón de esta pagina, digamos que el único dato
positivo fue que, ante la presión de los intransigentes, el Comité Nacional
dispuso el 23 de julio de 1942 la intervención del radicalismo de la Capital
Federal, cuyo desprestigio era ya demasiado gravoso: a los negociados conocidos,
lesivos a la ética y a la mis elemental decencia política, se sumaba ahora la
tremenda derrota electoral frente a los socialistas.
¿EL GENERAL JUSTO, CANDIDATO RADICAL?
Parece una charada o un producto de la imaginación, pero
nuestros recuerdos juveniles nos confirman que se trato de una posibilidad muy
cierta, solo desbaratada en su momento por la Divina Providencia. Veamos
rápidamente el panorama de aquella hora.
¿Cómo surgiría el sucesor de Castillo? ¿Distorsionan do
violentamente la voluntad popular, o admitiendo honradamente el dictamen de las
mayorías? Allí estaba la primera parte del planteo para resolver esa charada
mayúscula que era el futuro político inmediato de los argentinos. En cuanto a
los candidatos, varios perfilaban sus aspiraciones, mis o menos legitimas, al
ansiado sillón. Entre ellos, en el mundo político de aquella época era un
secreto a voces que el general Justo pretendía una segunda Presidencia, y que
trabajaba sordamente para ello desde hacia tiempo. Como para no caer en el olvido,
colaboraba en el suplemento literario de "La Nación" publicando notas
históricas. En otro orden de cosas, al producirse el gran conflicto mundial,
cuando el Brasil, siguiendo la inspiración de Esta dos Unidos le declara la
guerra al Eje, el ofrece su espada — ¡OH, quijotesca actitud!— a la nación
carioca. Con ese efecto teatral no solo busco notoriedad, sino también algo más
"conducente": el apoyo —que no le iba a faltar— de las potencias
llamadas "democráticas". Así desplegaría a todo trapo su campaña
electoral. De paso, marcaba su diferencia con el Presidente Castillo, que
simpatizaba aparentemente con el Eje.
Esto quiere decir que Justo se preparaba para llegar a la
Presidencia por medio de una elección. Elección donde seria el candidato
opositor, enfrentando al candidato del Presidente Castillo, que seria el de las
fuerzas conservadoras que sostenían al gobierno. ¿Cual seria la estrategia de
Justo para superar al oficialismo, que desde 1930 no necesitaba votos para
ganar elecciones? Ante todo, recordemos que Justo no tenia fuerza política
alguna que le sirviera de respaldo fijo y estable, pero desde hacia tiempo, sin
prisa y sin pausa, estaba anudando compromisos personales para lograr firmes y
múltiples apoyaturas. La desaparición de Alvear fue, en ese sentido, un
providencial acontecimiento para su propósito, pues pensaba fundamentalmente en
apoyarse en la Unión Cívica Radical, así como suena. Alvear hubiera sido un
obstáculo difícil, no solo por su personal aspiración una vez mas, a esa candidatura,
sino también por su resentimiento respecto de Justo, por el fraude no olvidado
de 1937 a
la formula Alvear-Mosca.
Y para mejor comprender este aparente contrasentido de la
candidatura justista por vía de la U.C.R., tengamos presente que ese radicalismo
amorfo, o mejor dicho, esa cosa amorfa que todavía se denominaba Unión Cívica
Radical, sentía la necesidad de ser gobierno de cualquier manera y a cualquier
precio. Muerto Alvear, carecía el partido de una figura sobresaliente en el
orden nacional, como para imponerla en todo el país. Es así como avanzaban los
conciliábulos, cada vez menos herméticos, las conversaciones tendientes a
lograr un amplio y pleno acuerdo entre los hombres que desde hacia años venían
manejando al viejo partido de don Hipólito, y el general Agustín P. Justo. Este
hombre, hasta ayer enemigo a muerte de todo lo radical, capitán del fraude,
gran corruptor de nuestra democracia, iba a ser el candidato presidencial del
otrora glorioso partido de las reivindicaciones populares.
Indudablemente, la mayoría de las juventudes del radicalismo
desacataría ese insoportable acuerdo, escindiendo el partido junto a todos los
viejos yrigoyenistas; pero a Justo lo apoyarían también otros partidos, en la
primera versión proyectada de una Unión Democrática, que providencialmente no
pudo ser.
¿Y como pensaba superar Justo la eventualidad del fraude,
que el Presidente Castillo estaba decidido a organizar para asegurar el
continuismo? Porque ahora podría ser el la victima del fraude, que durante seis
anos organizo contra otros. Es que el hombre no solo estaba anudando
compromisos con civiles políticos, sino también —y constantemente— con
militares en actividad, con mando de tropa. Esos contactos no los perdieron
nunca, y aunque existía en el Ejército de esos días una fuerte corriente
antijustista, también contaba con sólidos amigos, dispuestos a jugarse en
cualquier momento crítico. Eran estos los militares partidarios de los aliados;
los neutralistas eran sus enemigos. Además, aun los enemigos de Justo, no
podrían ni querían aparecer como partidarios del fraude.
Así estaban echados los dados al iniciarse el año 1943, en
que la política interna, bastante enredada, se mezclaba inevitablemente con la
guerra y la política internacional. Año que seria grávido en trascendentales
cambios para los argentinos, donde jugo también su carta la Providencia,
desbaratando planes y pulverizando algunos cálculos: en enero, imprevistamente,
un sincope cardiaco —derrame cerebral, según otros— produjo la muerte del
general Justo. Seis meses después de la muerte de Ortiz; nueve meses después de
la de Alvear. En la política argentina, los lugares de primerísimo plano habían
quedado vacantes. Pronto avanzaría hasta allí quien hasta ese momento era
absolutamente desconocido por el país.
EL VACIAMIENTO DE UN PARTIDO
Hemos dicho antes que el viejo partido de Yrigoyen había
perdido su mística y su fervor: ahora solo luchaba por la normalidad
institucional, contra el sistema del fraude. Estaba despojado de todo
contenido, victima de un deliberado vaciamiento. Entonces era viable la
intentona urdida por los sectores alvearistas, de acercamiento a los otros
partidos "democráticos", socialistas y demoprogresistas. No se
hablaba todavía de comunistas, pero se sabía que entrarían. Se formaría con
ellos una Unión Democrática, aunque nadie había oficializado aun el nombre. Eso
lo aprueba la Convención Nacional reunida en enero de 1943, y se llevan a cabo
a partir de allí los contactos interpartidarios para fijar la estrategia de
lucha. Pero nada se dice de la formula presidencial. Desaparecido Justo, los
cerebros de esta primera Unión Democrática pensaban encontrar un general
dispuesto a prestarse para la candidatura y a impedir con la fuerza de las
armas, entonces, el fraude que proyectaba Castillo. Por eso anduvieron en
sondeos con el general Pablo Ramírez, ministro de Guerra de Castillo. Y por
supuesto, contra la mas arraigada tradición del partido, se hablaba de volar
una formula extrapartidaria.
Pero si la formula cívico-militar extrapartidaria no hallaba
su cauce, se mencionada ya los nombres de Tamborini y Laurencena, dos viejos
adversarios de Yrigoyen, para encabezar la formula, y los otros partidos
hablaban de Palacios, Bravo y Molinas para el segundo termino. Pretensiones no
fallaban, y avilantes para formularlas tampoco. Por el oficialismo, el
Presidente barajaba tres nombres: Robustiano Patrón Costas, un poderoso
terrateniente salteño; el doctor Guillermo Rothe, a la sazón ministro de
Instrucción Publica; y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Rodolfo
Moreno. Se decidió por el primero.
En abril de 1943 la Convención radical aprueba formar parte
de la U.D.A. (Unión Democrática Argentina), así como también una plataforma
común, en la cual no se concreta nada porque todo es allí genérico y
declamatorio.
El comando unionista estaba dispuesto decididamente a
liquidar lo que quedaba del glorioso movimiento popular y nacional estructurado
por don Hipólito, pero la Providencia Divina dispuso por su parte, que dos
veces lo salvara el "gong": la primera, fue la muerte inesperada del
general Justo; la segunda, el golpe militar del 4 de junio de 1943. Así se
salvo el partido, en el filo mismo de la navaja.
ENFRENTAMIENTOS DE LAS DOS TENDENCIAS
Con la caída del gobierno de Castillo, se clausura una etapa
que el consenso general ha coincidido en llamar "la década infame del
fraude". Como todos los periodos intermedios, los años que inmediatamente
vendrán traerán una carga tan compleja y contradictoria de acontecimientos —al
menos en la superficie— que el mas baquiano correrá riesgos de desorientarse.
Todos los partidos habían caído en el desprestigio, todos lo
habían merecido. Tampoco estaban exentos de responsabilidad los sectores
castrenses, que habían consentido, durante esa larga etapa que acababa de
superarse, la desvirtuación de nuestra democracia. Pero ellos podían ser, los
militares, al dar término con un limpio sablazo a un periodo muy negativo de la
historia política argentina, los impulsores de una nueva era. El país lo esperaba
así.
Sabattini fue el único político de volumen nacional de esa
hora, con prestigio cierto entre los militares, que lo buscaron reiteradamente.
Su buen gobierno de Córdoba y la notoria austeridad de su vida le habían ganado
el respeto y la consideración de todos. Y en esa época en que los sensualismos
y la concupiscencia habían alcanzado a la mayoría y habían corrompido a muchos,
la limpia imagen del político cordobés destacaba con caracteres notables. Por
esa razón el gobierno militar que surgió de la revolución del 4 de junio de
1943 le ofreció un importante cargo al doctor Santiago del Castillo, hombre de
confianza de don Amadeo y su sucesor en el gobierno de Córdoba, ofrecimiento
que el interesado acepto después de consultar con Sabattini. Esto provoco las
críticas mas airadas de los alvearistas del partido, y de otros dirigentes
políticos.
Los socialistas y conservadores empezaron a reclamar una
rápida convocatoria a elecciones. Los primeros, además, lanzaron como globo de
ensayo la idea de entregar el gobierno a la Corte Suprema de Justicia.
Entretanto, en el seno del radicalismo se hacia cada día más evidente la
división irreconciliable entre los dos sectores de siempre: el alvearismo y el
viejo yrigoyenismo, cuyos hombres ahora comenzaban a llamarse intransigentes. Y
empezó a agitarse nuevamente la idea del frente popular, alimentada, además,
por infinidad de entidades intermedias, algunas de las cuales tenían existencia
real, aunque la mayoría eran creadas solamente para figurar en los diarios, que
no ignoraban la superchería pero que desplegaban generosamente la información
sobre ellas, porque remaban en el mismo sentido. Entre las que existían en
verdad, es de recordar la F.U.B.A., que tuvo una destacada actuación a favor de
dicho frente.
En esos febriles días, se constituyo en Buenos Aires una
entidad llamada Junta de Coordinación Democrática, que integraban Manuel
Ordóñez, Bernardo Houssay, Eustaquio Méndez Delfino, José María Cantilo,
Arnaldo Massone, Eduardo Benegas y el estudiante universitario German López,
presidente de F.U.B.A. (Actual Secretario General de la Presidencia de la
Nación). Esta Junta desplegó singular actividad, y en agosto de 1945 se reúne
en una entrevista a la que se le asigno trascendental importancia, con la Mesa
Directiva radical, a la que invita formalmente a integrar la Unión Democrática.
Por supuesto, ya estaba todo resuelto de antemano, pero ese acto constituyo la
formalidad pública. Algunos días antes, los intransigentes de la Capital se
habían expresado en términos muy enérgicos en contra de ese frente común, y
simultáneamente coincide Sabattini con un telegrama que envío desde su
provincia. Sin embargo de esas importantes opiniones, el liberalismo del
partido, comprometido definitivamente, no tardaría en acordar la consumación de
la unión multipartidaria. A partir de esa puja por lograr la llamada Unión
Democrática, los alvearistas se denominaron "unionistas".
Pero los desvíos en el partido habían ido demasiado lejos, y
un día los intransigentes deciden organizarse, para lo cual llevan a cabo su
primera reunión de carácter nacional, en la ciudad de Avellaneda, el 4 de abril
de 1945. Reunión constitutiva del Movimiento, que con el tiempo ha adquirido un
halo legendario. De allí salio una nueva palabra, contrastando obviamente con
la retórica hueca de los viejos dirigentes alvearistas.
Allí se encontraron antiguos yrigoyenistas como Francisco
Ratto, Roque F. Coulin, Eudoro Vargas Gómez y Jacinto Fernández; y Jorge Farias
Gómez, Crisoiogo Larralde, Gabriel del Mazo, Juan B. Fleitas, Justo P. Villar,
Ricardo Balbín, Federico Fernández de Monjardin, Arturo Frondizi, Héctor Dasso,
Luis R. Mac Kay, Bernardino Horne, Aristóbulo Araoz de Lamadrid, Donato Latella
Frías, Alejandro Gómez, Ramón del Río, Ataulfo Pérez Aznar, Ernesto P. Mairal y
muchos otros. Entre los más jóvenes, recordamos a nuestro lado a Eduardo Holt
Maldonado, Ricardo Sangiacomo, Daniel Errea, Rodolfo Carrera, Eduardo Bergalli,
etc.
Desde entonces, a partir de la Declaración de Avellaneda
(que se dio en la citada asamblea, en base a una redacción en la que intervino
una comisión designada al efecto, integrada por Moisés Lebensohn, Gabriel del
Mazo, Antonio Sobral y Arturo Frondizi) el Movimiento de Intransigencia y
Renovación que se estructuro poco después y fue la necesaria organización de
los intransigentes, comenzó a marcar las diferencias entre la vieja y ya
superada política del favor personal y del compromiso directo, y esta política
con ideas claras para un país que aspira a ocupar un lugar en el mundo. Pero
todavía el elenco unionista tenia en sus manos la conducción partidaria, y en
ese momento estaba decidido firmemente, según ya vimos, a concretar la Unión
Democrática que se urdía desde hacia tiempo. Mientras los intransigentes
hablaban de la necesidad de renovar la dirigencia, para llevar la pujanza de la
sangre joven, acorde con la época, a la cúpula del comando dentro del partido,
así como de la urgencia de un cambio de estructuras en el orden nacional del
país, los unionistas, repitiéndose hasta el infinito, seguían reclamando el
cumplimiento de la ley y de la Constitución, y elecciones sin fraude. Aunque
ellos hacían fraude internamente. Agreguemos también, como una acotación no
desprovista de interés para el analista, que la Declaración de Avellaneda
prescindía de las habituales imputaciones de "nazismo" formuladas en
casi todas las declaraciones emanadas del partido, con referencia al gobierno:
era una pieza seria, de valor socio-político y económico, que iba a la
sustancia de los problemas y eludía lo circunstancial y contingente.
Evidentemente hoy, con todo lo que se ha andado, esa Declaración no seria una
pieza notable ni mucho menos, pero si lo es juzgada en su contexto temporal y
físico, y mucho mas aun, relacionada con otros documentos radicales. También,
comparada con los del resto de los partidos en aquel momento.
Evidentemente, la reunión de Avellaneda coincidía plenamente
con Sabattini, aunque el dirigente cordobés no estuvo en ella. Pero fue
promovida principalmente por intransigentes de la provincia de Buenos Aires y
de la Capital Federal, que por razón de distancia actuaban con relativa
independencia respecto de don Amadeo, a pesar de respetarlo como el líder
máximo de la orientación yrigoyenista. Sin embargo, los hombres de Capital y
provincia de Buenos Aires, tales como Frondizi, Lebensohn, Balbín y Larralde,
más jóvenes a su vez que Sabattini, se movían en coordinación pero al mismo
tiempo independientemente del ex gobernador de Córdoba. El hecho importante es
que, a partir de ese momento, dentro de la U.C.R. los intransigentes ya cuentan
con una sólida organización en todo el país, no dando más ventajas en ese
terreno al unionismo.
Sabemos que en ese año 45 los acontecimientos políticos en
el país se precipitaron, y la temperatura subió rápidamente entre agosto y
octubre. Desde el gobierno, Perón había realizado infructuosamente varias
tentativas para atraerse al radicalismo intransigente, a través de las
conferencias que mantuvo con Sabattini. Campo de Mayo, presionado a su vez por
distintos factores, provoca la crisis del coronel Perón. Sabattini era el único
dirigente político de esa instancia nacional que gozaba de merecida popularidad
entre la ciudadanía, y de genuino prestigio entre los jefes de las Fuerzas
Armadas. Pero fallo su brújula de orientación: dos veces golpeo a sus puertas
el aldabón de la historia, y el no lo advirtió siquiera. La marcha de los
sucesos, sobre la que en esta revista se ha escrito también, es sobradamente
conocida: el unionismo dentro de la U.C.R. y el resto del liberalismo político
militante, orquestados hábilmente a través de esas múltiples instituciones a
que nos hemos referido paginas atrás, libraron su batalla exitosamente en esa
etapa, y consiguieron llevar al viejo partido a la llamada Unión Democrática,
consagrándose un binomio integrado por dos tradicionales adversarios de
Yrigoyen: Tamborini- Mosca.
Por su parte, Perón triunfo sobre sus enemigos en la crisis
de octubre, y el 23 de febrero de 1946 triunfa nuevamente, consagrándose como
el líder de los trabajadores.
LOS INTRANSIGENTES Y EL COMANDO DE LA DERROTA
Ese alvearismo de la primera época, ese unionismo, como se
le llamo después, manejo el partido a su antojo, sin atender razones,
despóticamente —paradoja de todos los liberales— para llevarlo al desastre en
el orden popular, en el orden nacional y en el orden moral. Ahora, después de
haber estructurado una Unión Democrática con partidos que tradicionalmente han
sido enemigos de la U.C.R. desde su nacimiento, y con todo ese aporte, y con los
viejos diarios enemigos de Yrigoyen, pero ahora amigos de Tamborini-Mosca, en
una elección sin fraude, le ofrecen al partido la más sonada derrota de su
historia. Por eso se les llamo, con holgada razón, el comando de la derrota.
Tan consciente de sus culpas y de su derrota sin atenuantes
el unionismo se sintió a comienzos de 1946, que en el bloque de diputados
nacionales, aquel de los 44, su presidente fue el intransigente Ricardo Balbín,
de la provincia de Buenos Aires, y su vicepresidente fue Arturo Frondizi,
intransigente de la Capital Federal.
Pero hagamos un poco de historia. Cuando llega en 1943 el
gobierno militar del 4 de junio, declaro disueltos a los partidos políticos, y
en esa medida se preveía la presentación de un apoderado, y solicitando se
designara de oficio a los promotores que se encargarían de presidir la
reorganización. Pero esto entrañaba un riesgo para los unionistas, pues el
nombramiento de tales promotores podría significar una mayoría de
intransigentes, que comandarían así todo el proceso posterior. Entonces, en una
maniobra habilidosa, de gente contra la cual pueden oponerse todos los reparos
morales que se quiera, pero que sabia adonde debía ir y cuales eran sus
objetivos, actúo ágilmente, convalidando lo que quedaba de la vieja Mesa
Directiva del ya fenecido Comité Nacional. Fue una maniobra de
prestidigitación, sacando autoridades como quien saca un conejo de una galera,
rechazando entonces renuncias que mucho antes habían sido aceptadas y
olvidadas. En un notable alegato que tuvimos oportunidad de oírle pronunciar a
Jorge Farias Gómez, delegado por Santiago del Estero y destacado dirigente
intransigente, muy amigo de Sabattini, en una reunión del Comité Nacional
después de las elecciones de febrero de 1946, a la conducción partidaria la llamo
"el comando de la derrota", y a esas autoridades casi inventadas que
acabamos de recordar, las califico como "la Mesa recauchutada",
teniendo presente esa operación a que se sometía a veces a las cubiertas de
goma de los automóviles, viejas e inútiles, para que puedan "ir
tirando" un tiempito mas. Muy expresivo eso de Farias Gómez:
"Mesa recauchutada".
El caso es que en ese terreno, el de la astucia y la viveza
política, los unionistas eran zorros viejos y se movían como el pez en el agua.
Así improvisaron una autoridad nacional, y de ahí arrancaron para las
autoridades de provincias. Y el control del partido siguió en sus manos,
naufragando una vez más las esperanzas de cambio, alentadas desde 1930 por las
viejas cepas yrigoyenistas.
Lo cierto es que con esas autoridades recauchutadas llevaron
al partido a la Unión Democrática, manejando toda esa etapa vital, no solo en
el ámbito partidario sino de la Nación.
Pero hay todavía algo mas importante, para de- mostrar la
falta absoluta de representatividad de aquellas "autoridades"
unionistas que decidieron la orientación de la Unión Cívica Radical en 1945 y
1946. Es sabido que la Convención Nacional se integra con representantes de
todos los distritos del país, es decir, las provincias y la Capital Federal.
Pero la Convención se integra con el sistema de la Cámara de Diputados, los
delegados son en proporción a los habitantes que tenga cada distrito. Quiere
decir que la provincia de Buenos Aires tiene prácticamente un tercio del total
de miembros del cuerpo. Y recordemos también —es importante que cuando mandaban
los unionistas no había representación de las minorías: todos los delegados de
una provincia eran para el sector ganador. El resto no tenia representación.
Cuando la Convención Nacional convocada por el unionismo
para elegir la formula presidencial, de la cual surgió Tamborini-Mosca, todos
los delegados por la provincia de Buenos Aires —cuarenta y tres— eran de
extracción unionista. Y salio la formula.
Veamos ahora otro acto del mismo drama: en la provincia de
Buenos Aires tienen que elegirse los candidatos a gobernador y vice, y se reúne
entonces la Convención Provincial. Los unionistas son mayoría, pero para esos
casos es preciso reunir los dos tercios, y la minoría intransigente no cede.
Los candidatos unionistas son Boatti-Osores Soler, pero están varios días y no
hay solución, porque los intransigentes quieren obligarlos a ir al voto directo
de los afiliados, que al final es la única solución. Y ¿cual fue el resultado?
Que la Intransigencia, que era minoría en la Convención, fue mayoría en la
elección interna, en el voto de los afiliados. Y la formula de la U.C.R. fue
entonces Prat- Larralde. Pero esto no es lo más importante. Lo fundamental en
esto, es que la representación de convencionales nacionales por la provincia de
Buenos Aires a la Convención Nacional, —la que eligió la formula unionista
Tamborini-Mosca eran todos también unionistas, en su totalidad. Y sin embargo,
la mayoría de los afiliados de la provincia eran intransigentes. Pero por esa
provincia todos los convencionales —cuarenta y tres— fueron unionistas y
votaron por Tamborini-Mosca. Esa fue la representatividad que tenían los viejos
organismos del partido, en poder del sector unionista desde hacia largos años,
sin renovarse, sin representar la realidad de los afiliados en ese momento, por
culpa de una maliciosa desactualización. El unionismo sabia que si el partido
se ponía al día, se les escapaba de las manos. Esa elección interna de la
provincia de Buenos Aires, que probó la superchería de los cuerpos orgánicos
del partido carentes de renovación, fue el 13 de enero de 1946: una fecha
histórica en la antigua lucha entre unionistas e intransigentes.
La trascendente derrota electoral frente a Perón, mas los
desvíos de todo tipo a lo largo de los años, fueron motivo de gran conmoción
contra el comando de la derrota en el radicalismo. Y ese resultado del comicio
interno del 13 de enero en la provincia, poniendo de manifiesto que la
verdadera mayoría era a todas luces intransigente, hicieron arreciar la
ofensiva contra dicho comando y contra la Mesa "recauchutada".
Entonces la Convención Nacional, que se reúne el 6 de agosto de 1946, en un
intento de contemporizar y calmar los ánimos, desplaza al Comité Nacional y
designa en su lugar una Junta Nacional Ejecutiva, compuesta de siete miembros,
cuatro unionistas y tres intransigentes: por los primeros iban Pomar,
Monfarrel, Fajre y Garay; intransigentes Frondizi, Larralde y Sobral. Dicha
Junta se constituyo el 10 de septiembre, pero recién a comienzos de noviembre
se trato en ella el asunto de los distritos, y por mayoría de cuatro a tres se
resuelve no tener facultades para remover a las autoridades provinciales,
comités, etc., y derivar el problema a la Convención Nacional.
Los tres intransigentes en esa Junta consideran por su
cuenta que la Convención Nacional, después de los comicios internos del 13 de
enero en Buenos Aires, ha probado no ser representativa, y entonces dan a
publicidad un "Manifiesto de los Tres", donde advierten la urgencia
de arbitrar una vuelta a la autenticidad nacional y popular del radicalismo,
para no ser la fuerza de choque del régimen conservador o de los intereses
extranjeros. "El radicalismo —dice el documento— es un cauce abierto para
que todos los hombres libres trabajen por la patria; pero lo que no puede
admitirse es que sea manejado conforme a inspiraciones que no responden a la
esencia que le ha dado vida. Debe decidirse definitivamente a ser lo que debe
ser o a no ser nada, porque puede ocurrirle algo peor que ser nada:
transformarse en una fuerza antirradical". Y después de otras
consideraciones igualmente duras, exigen la "caducidad de todas las
autoridades de distrito, para que la reorganización pueda hacerse desde abajo,
con limpio sentido democrático".
La Convención Nacional es convocada nuevamente para el 10 de
enero de 1947, casi a un año de las elecciones. Entonces la Intransigencia
convoca a una reunión nacional del M.I.R. para el día 8 del mismo mes, asamblea
que tiene lugar en la sede del semanario "Provincias Unidas",
Hipólito Yrigoyen 737. Allí se resolvió no asistir a la Convención, en vista de
la irrepresentatividad de la misma, y en cambio citar a un Congreso Nacional
Intransigente dentro de los 60 días. Se resuelve estructurar el M.I.R.
orgánicamente en todo el país, en base a las grandes líneas de la Declaración
de Avellaneda. El día 11 de enero, en una reunión desplegada en medio de un
gran debate, Lebensohn informo el proyecto de organización nacional del
Movimiento, que fue calurosamente aprobado. Los intransigentes se estaban
preparando, pues, para dar la batalla y conquistar la conducción del partido.
Por su parte los convencionales intransigentes, que no se
hicieron presentes en la Convención, dieron a su vez un manifiesto público, en
el que decían:
"De nada valdría
nuestra presencia, nuestros conceptos y nuestros sufragios, si persiste la
incomprensión ante las exigencias del momento, de una mayoría que no es
representativa del radicalismo nacional y hasta ahora ha sido inaccesible a sus
requerimientos y esperanzas. La delegación de Buenos Aires, cuyos votos son
decisivos en la actual composición de la Asamblea, aporta 43 delegados de una
orientación que fue minoría en el comicio directo del 13 de enero de 1946, mostrando
en consecuencia la contradicción entre la legalidad aparente y formal que
inviste, y la legalidad real y esencial que solo nace de los pronunciamientos
de la ciudadanía. Vale decir, que la minoría de los afiliados tiene la
integridad de la representación, y la mayoría carece de representantes".
La forma de plantear esa diferencia, es que por un lado esta solo una legalidad
formal, y lo que la democracia requiere es que, mas allá de la formalidad
legal, exista la legitimidad sustantiva, que solo se obtiene con el expreso
consenso de las mayorías populares.
"Esta situación
tan precaria, —prosigue el documento— confiere
validez moral a las determinaciones del cuerpo únicamente en la medida en que
reflejen las aspiraciones del pueblo radical". "Que el espectáculo de
nuestras bancas vacías constituyan el ultimo llamamiento a la conciencia de
responsabilidad de quienes hasta el momento se han obstinado en obstruir el
gran cauce radical".
Un verdadero ultimátum.
La Convención se reunió, sin embargo, ignorando el fundado
ausentismo del sector intransigente. Y además, formulan una severa crítica a
los siete diputados intransigentes que en el Congreso se negaron a ratificar
las Actas de Chapultepec. Al fundarse esa censura se llega a decir que era
incomprensible que legisladores radicales "puedan oponerse a una hermandad
de naciones, que esta en lo mas profundo del espíritu de America", (sic)
Luego en tono plañidero se vincula, lamentándose, esa actitud "con quienes
en las calles de Buenos Aires esgrimían sus mismos conceptos acerca de la
soberanía y la neutralidad". Además, en
parte dispositiva decíase que "los representantes de la U.C.R.
deben optar por la representación o la opinión personal en los casos en que
disienten con la plataforma del partido".
Dicha plataforma es la que se aprobó en diciembre de 1946,
en plena euforia de la Unión Democrática, y aprovechando la ausencia de los
intransigentes. Entonces se elimino una cláusula que literalmente decía:
"defensa de la soberanía nacional", la que fue sustituida por esta
otra: "Ratificación legal y cumplimiento de las Actas de
Chapultepec". ¡Aquí esta, sin necesidad de comentarios, la evidencia del
abismo que siempre nos diferencio! Yo guardo, como esos recuerdos indelebles de
la juventud, la impresión, muchas veces repetida, generalmente amarga, después
de algún debate en cuerpos colegiados con los unionistas. Y como si ahora lo
estuviera oyendo, lo comentaba con mis amigos, en la intimidad y con absoluta
convicción: "¡Somos dos partidos distintos!" "¡No somos
correligionarios con los unionistas!"
Allí esta definida la enorme diferencia en la cuestión
internacional. Y en cuanto al conflicto interno, no solo no se daban por
vencidos a pesar del desastre a que habían llegado, sino contraatacaban con
brío digno de mejor causa. Así decidieron:
"1° Ampliar la
Comisión Nacional Ejecutiva con fecha 6 de agosto de 1946, a once miembros; 2°
de- signar a los ciudadanos Luis C. Caggiano, Mauricio L. Yadarola, Jorge W.
Perkins, y Martín S. Noel, para integrar dicha Comisión; 3° facultar a la
Comisión Nacional Ejecutiva para designar juntas reorganizadoras en los
distritos, de acuerdo con las autoridades respectivas".
Y como si esto fuera poco, se propuso ampliarla a 15
miembros, se aprobó la propuesta y se faculto al presidente para designar a los
tres restantes, que fueron Enrique S. Mihura, Elpidio González y Carlos J.
Benítez. Don Elpidio renuncio por considerar que el procedimiento no
contribuiría a "la unión efectiva de todos los radicales".
Al completar esa Comisión con un total de 15 miembros, y
dejando solo los tres intransigentes originales frente a doce unionistas, ese
sector demostraba la mezquindad y la audacia con que trataba problemas serios
que afectaban un gran interés nacional. Esa obsoleta conducción unionista
continuaba impermeable a la realidad argentina, a pesar de la palmaria
demostración de acontecimientos demasiado elocuentes. La Intransigencia se vio
así urgida a librar la lucha. El 15 de enero (1947) se reúne la Junta
Organizadora Nacional y pide a las provincias que a su vez se organicen y
designan 4 delegados. Se pide a quienes ocupen cargos en órganos del partido,
que no los renuncien. El 17 de enero (47) los diputados Frondizi, López Serrot
y Candioti invitan a una reunión de dirigentes de la Capital, que presidio don
Jacinto Fernández, en la que se designaron delegados nacionales a los señores
Casas, Rivos y Rabanal. La Junta Organizadora de la Capital se integro con los
ex candidatos a senadores, Ricardo Rojas y Amancio González Zimmermann.
El primer Congreso Nacional del Movimiento de Intransigencia
y Renovación se reunió en Avellaneda, el 11 de agosto de 1947. En base a un
borrador preparado por Lebensohn, se aprobó un manifiesto dirigido al pueblo.
En esta organización del Movimiento de Intransigencia y
Renovación no estuvo Sabattini, pero se entendía que compartíamos la misma
tendencia. Sin embargo, la aparición de muchos nuevos valores, y el hecho de
actuar sin el —aunque no contra el— le hacia perder influencia en el contexto
global de la lucha partidaria. Sin embargo, su amigo Santiago del Castillo se
hizo presente en el Congreso, trajo la adhesión de don Amadeo, y dijo:
"Esta asamblea,
por la calificación de sus componentes, expresión autentica de los valores del
radicalismo nacional, por la ponderación de los conceptos emitidos y la
profundidad de sus debates, es en este momento decisivo de la política
argentina, sin duda alguna, la verdadera Convención Nacional de la Unión Cívica
Radical".
Y era la verdad.
En dicho Congreso se resolvió exigir a las autoridades del
partido una amplia reorganización, con nuevos padrones.
La Declaración Política que se dio a publicidad decía:
"El advenimiento
de este régimen (por el peronismo) fue
posible solo por la crisis del radicalismo, que trajo la crisis de nuestra
democracia. Sus direcciones accidentales habíanse apartado de su deber
histórico. Soslayaron la lucha contra las expresiones nacionales e
internacionales del privilegio y favorecieron de este modo su predominio en la
vida argentina. La infiltración de tendencias conservadoras pospuso la defensa
combativa de los derechos vitales del hombre del pueblo y de las exigencias del
desarrollo nacional (subrayado nuestro), a las conveniencias
particulares de un sistema de intereses creados adueñados de los resortes de la
producción".
Hemos subrayado lo relativo al desarrollo nacional, puesto a
conciencia en un documento intransigente que data del ano 1947, porque algunos
creen (o simulan creer), que fue necesario el aporte de cerebros extraños a la
vieja y fecunda cepa yrigoyenista, para hablar de desarrollo nacional entre los
argentinos. En 1946, Arturo Frondizi, aunque el mismo, por modestia o lo que
sea, se muestra renuente a reconocerlo, fue un diputado de esclarecido aporte
desarrollista. Y prosigue el documento:
"Este sistema
jamás reflejo el pensamiento del radicalismo. Pudo mantenerse bloqueando la
voluntad de los afiliados, a quienes excluyo de las resoluciones fundamentales
(¡!) y mediante la invocación de sentimientos de solidaridad, agitados como
escudo para proteger su política de hechos con- sumados, en los trances de
reacción provocados por sus defecciones. Así este sistema, desleal al país (¡!)
sofoco las persistentes demandas de rectificación, alejo a la juventud, creo el
clima de la decepción popular, desarmo el espíritu del hombre del común y
precipito a la situación actual, prestando la mayor contribución al
establecimiento de los discrecionalismos que desde 1930 humillan a la
Republica".
"La U.C.R.
enfrenta la ultima etapa de su crisis — dice— en esta hora de su reconstrucción, que queremos profunda. Plantea un
dilema decisivo en la suerte del país: O un partido que podría llevar su
nombre, pero en negación del espíritu radical, que es lo que ansían los
intereses conservadores, o sea, la permanencia del drama argentino; o un
radicalismo fiel a su origen y a su entraña popular, cual lo sienten los
argentinos con vocación de justicia".
Y termina con estas palabras:
"Solo un
radicalismo de este sentido, renovado y reestructurado con nuevas ideas y
nuevos procedimientos, que recoja el aliento de la época y la voluntad de
elevar el contenido moral de nuestra vida publica, podrá realizar el país del
mañana, forjar el progre- so nacional y el bienestar social y edificar un régimen
de verdadera libertad y de verdadera justicia, que contemple como valores
esenciales a la dignidad y al pleno desarrollo de la vida y la felicidad de
cada ser humano".
En 1948, para la renovación de media Cámara de Diputados, la
Convención metropolitana tenia ya mayoría intransigente, y entonces en la
plataforma de la U.C.R. se dice: En Política Exterior, "Política propia en
función de la soberanía y de los intereses nacionales"; "oposición a
los Pactos de Río de Janeiro". "Exigir la devolución de las Malvinas".
"Reafirmar la soberanía sobre la zona antártica".
En los debates sobre las actas de Chapultepec y los Tratados
de Río de Janeiro, el 29 y 30 de agosto de 1946, el diputado Frondizi dijo lo
siguiente:
"¿Como hemos de
renunciar a la soberanía en estos momentos que las grandes potencias están
preparando sus armas mas mortíferas para defender sus ideas y sus propios
intereses? Nosotros apoyamos todo propósito de Sociedad de las Naciones, pero
esa sociedad debe basarse en el principio de la universalidad y de la igualdad
de los Estados".
¡Yrigoyenismo puro!
"No estoy de
acuerdo en que Argentina renuncie — prosigue Frondizi mas adelante— al derecho
de resolver acerca de la justicia de una guerra, para intervenir en ella o no;
no estoy de acuerdo en que se creen obligaciones internacionales de tipo
automático exclusivamente sobre la base de la invasión de una nación
americana". "Nuestra posición no es de enfrentamiento con Estados
Unidos de America. Nosotros conocemos el sentido del panamericanismo, pero
comprendemos en toda su profundidad cual es el sentido del destino que tenernos
los pueblos de Iberoamérica".
Y agrega todavía:
"Nuestro
antiimperialismo no es odio ni al pueblo de los Estados Unidos ni a sus
instituciones libres, que admiramos, con los cuales nos sentimos identificados
en sus raíces y en su desarrollo. Nuestra posición antiimperialista es posición
de combate implacable a los monopolios de ese gran país".
Y en el mismo debate, el diputado del Mazo dijo
sentenciosamente, con su reconocida autoridad:
"Una nación
tenida por modelo, pero que desemboca casi connaturalmente en la guerra, no
puede ya ejercer magisterio".
La Intransigencia ganaba posiciones en el partido, y así
podía trascender su opinión de neto corte yrigoyeniano en el recinto del
Congreso de la Nación. Pero los unionistas se defendían como gato entre la
leña, hasta sus ultimas posibilidades. En 1948 la Convención Nacional hizo
suyas las Bases del Congreso del M.I.R. de 1947 y reformó la Carta Orgánica,
estableciendo en todo el país el voto directo del afiliado, salvo para elegir
Presidente y Vice, que dejaba como siempre en manos de la Convención Nacional,
"a fin de no resentir el equilibrio federal". (Del Mazo, Ibíd.).
"Expresamente la Convención estableció como única excepción la elección de
los candidatos a Presidente y Vice de la Republica, que seguiría haciéndose por
la propia Convención Nacional, ya que es el único caso en que la disposición
del sufragio directo obligaría a considerar al país como distrito único y
habría detrimento o vulneración de la idea federalista, por la prevalencia
inadmisible de algún o algunos distritos nacionales de inscripción numerosa de
afiliados, y quedaría afectado el influjo equilibrado de las provincias".
Ganaba posiciones la Intransigencia, pero no fue fácil. En
1948 se había proyectado conquistar la presidencia del partido para Ricardo
Balbín, al margen de la influencia de Sabattini, pero el caudillo cordobés
todavía tenia muchos amigos en el interior, y salió electo su amigo Santiago
del Castillo. Entonces los jóvenes dirigentes del M.I.R. resolvieron para el
reemplazo de del Castillo, postularlo a Frondizi. Y el propósito se consumo, el
31 de enero de 1954. Con ello, el Movimiento de Intransigencia y Renovación,
que había enfrentado resueltamente al "comando de la derrota",
coronaba con éxito su formidable estrategia de lucha, bien pensada y mejor
realizada. Digamos que el pequeño bloque sabattinista en el Comité Nacional
defecciono penosamente en esa etapa decisoria, oponiéndose a la consagración
del joven líder capitalino. Su oposición fue tan tajante como la de los
unionistas.
Dice Luna ("Alvear") que "un sector
importante del radicalismo absorbió el estilo alvearista y todavía lo conserva.
Es un estilo legítimo y respetable. Pero no es lo radical. Significa —agrega—
la culminación de liberalismo democrático, que afronta la realidad argentina
como algo susceptible desmejorarse paulatinamente por medio de una minima
acción estatal y a través de una razonable evolución, inevitablemente
lenta". Es así nomás, representativa de un sentir ajeno a la sustancia del
radicalismo, y superada también por los tiempos, que no transcurren en vano.
Cuando Frondizi asume, culminando la lucha librada contra el
viejo alvearismo durante largos anos, dice en el discurso de asunción de su
alto cargo:
"Yo se que esta
designación no es un honor personal que se me confiere sino un acto de
confianza a toda una generación..." "Se que es un acto de confianza a
una generación que partiendo de las enseñanzas de los grandes constructores del
radicalismo, esta contribuyendo al perfeccionamiento de la doctrina radical,
que será la base de la emancipación nacional y popular argentina". “Es,
pues —agrega— un acto de confianza en
quienes servimos en todos los terrenos la formación de una conciencia
revolucionaria".
Y poco mas adelante, tiene una alusión insoslayable:
"En este momento
decisivo de mi vida —dice con emoción—
quiero recordar al gran conductor, Hipólito Yrigoyen, que lucho por restablecer
la moral y las instituciones, pero que al propio tiempo combatió contra las
fuerzas del privilegio económico y social. Recordemos a Yrigoyen, que fue
desalojado del gobierno por la acción combinado de los intereses de la
oligarquía y del imperialismo, y afirmemos con fe, que el día que tengamos la
responsabilidad de gobernar —adviértase la premonición— destruiremos hasta las raíces de las fuerzas
que hacen posible el atraso y las dictaduras".
Con el "comando de la derrota" había caído también
el alvearismo unionista. La vieja cepa yrigoyeniana retomaba el timón de la
Unión Cívica Radical, que se salvaba así para la Nación y su pueblo. Las
escisiones y ulteriores conflictos son parte de otra historia.
Fuente: "¡Que Renuncie el Comando de la Derrota!" por el Prof. Francisco Hipólito Uzal en Todo es Historia N° 201, Enero de 1984. Digitalizado por Mauricio Gianguzzo.
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