Los serbios estudiantes y profesores con los que me crucé en
la universidad, -y muy especialmente- aquellos abiertamente opositores a las
políticas étnicas de Milosevic rechazaron la idea de llamar genocidio a las
masacres en Bosnia. Esta idea surgió a pesar del reconocimiento de la cantidad
de muertos y desaparecidos que fueron consecuencia de la limpieza étnica del
gobierno serbio. Es imposible erigir una comunidad inclusiva y democrática
-afirmaron- sobre la base del exterminio de grupos étnicos, raciales y
religiosos. Con razón o sin ella, esta posición revela que estos políticos y
activistas serbios tuvieron y tienen en vista la formación de una comunidad
nacional y esta aspiración no se vería seriamente amenazada por crímenes de
lesa humanidad pero si por la persecución de algunos en base a su origen común.
En Bosnia murieron cientos de miles a raíz de su conocido conflicto interno.
En la Argentina, ocurre lo contrario. La CONADEP, de cuya
formación fui un participe directo, recibió denuncias de desapariciones en un
número inferior a menos de 9000 víctimas. Es cierto que muchos se negaron a
denunciar a las victimas más cercanas por temor a represalias por parte del
sector culpado por los secuestros y que mantenía las armas en su poder. Un
pesimista podría estimar que el número de desaparecidos fue de alrededor de 15
o 16.000 y un optimista reduciría esa cifra a los 11 o 12.000. Pero, sensibles
a certezas políticas comprobablemente inventadas, los argentinos se regodearon
en aumentar la cifra a 30.000 sin una base que yo conozca y a llamar al hecho
un genocidio. Que yo sepa, las desapariciones y los asesinatos no persiguieron
a miembros de grupos étnicos ni religiosos sino a los miembros una clase
llamada "elementos subversivos”, una categoría vaga que no sugería otra
cosa que una masiva persecución a enemigos políticos.
Este contraste siempre me llamó la atención porque muestra a
dos pueblos en un proceso de cambio que miran en direcciones opuestas. El
primero, los serbios, revelan el supremo interés en el futuro de una nación
integrada y la vergüenza y la culpa que la mayoría experimenta por las masacres
llevadas a cabo por –y contra- sus congéneres. La finalidad más visible es la
formación de una nueva comunidad política cuyos cimientos no pueden estar
contaminados por odios étnicos. Estos obstaculizaría seriamente una futura
convivencia.
En la Argentina ocurre algo diferente. El interés en
aumentar el número de víctimas como si una posición más cercana a las
revelaciones de la CONADEP le restara envergadura a los hechos y el énfasis en
el genocidio pone en evidencia algo más grave. En primer lugar, demuestra que
es más importante mirar al pasado para volcarse al castigo de los responsables
como si hubiese una nítida línea divisoria entre ellos y los supuestos
ciudadanos inocentes.
Muestra también la relativa falta de importancia de que un
verdadero genocidio impida sentar las raíces para una comunidad nacional
democrática. Y, por último, y como consecuencia, exhibe la ausencia de toda
culpa o vergüenza por parte de los actuales gobernantes y gobernados. Esta última
es la lógica consecuencia de que lo que ocurrió fue por entero ajeno a ellos.
Fue un fenómeno ocurrido en algún otro lugar La Mancha.
Observo este fenómeno de los 30.000 desaparecidos y del genocidio como el rechazo de un proyecto dirigido a formar una comunidad nacional, regida por la responsabilidad de todos y cada uno, y la perpetuación de la falta lamentable de respeto por las instituciones. Muy especialmente, por reglas legales y morales que deben regirnos a todos. Con otras palabras, advierto el empeño por la supervivencia de un país con una muy enclenque comunidad en el que nací hace unos cuantos años.
Fuente: “24 de Marzo: Memoria y debates. El contraste entre
serbios y argentinos” por el Dr. Jaime Malamud Gotti ex asesor de Raúl
Alfonsín. Autor de "Crímenes de Estado. Dilemas de la
Justicia"(CADAL).
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