Para el pueblo de los Estados Unidos ha sido una cuestión de
orgullo y gratificación que sus antepasados fueron providencialmente elegidos
para iniciar el movimiento por la independencia en el Nuevo Mundo. No era
posible que estas sólidas comunidades simplemente contribuyeran al mundo a
Reflexión distorsionada de la luz de estados antiguos y de instituciones
antiguas. El descubrimiento de América en el mundo fue providencialmente fijado
en un tiempo de despertar espiritual e intelectual. Era una época de nuevas
luces y nuevas aspiraciones, de fuertes choques entre las tradiciones del viejo
y el espíritu del nuevo tiempo. El Nuevo Mundo demostró ser un campo fructífero
para probar las nuevas ideas de las relaciones del hombre tanto con su Creador
como con sus semejantes. En el cálido sol de tal oportunidad, en la fertilidad
de un suelo tan virgen, Alcance justo que hizo posible su conclusión triunfal.
Puede ser conveniente considerar por un momento las
similitudes esenciales que marcaron las experiencias de todas las nuevas
comunidades norteamericanas durante sus luchas por la independencia y más tarde
durante su tentativa de creación de instituciones. Haciendo esto, podemos
darnos cuenta mejor que la contribución americana no podría haberse hecho salvo
del suelo de un nuevo país. No se puede trasplantar un sistema social antiguo y
rígido a un nuevo país sin muchas modificaciones revolucionarias. No se puede
esperar que estas nuevas instituciones tengan oportunidades adecuadas de
desarrollo a menos que crezcan a la luz de la independencia humana y la
libertad espiritual.
Esta comprensión llegó temprano a los grandes líderes del
pensamiento en todos los países americanos. Así que descubrimos que a medida
que las aspiraciones norteamericanas que producían nuestros líderes como
Washington, Jefferson, Adams, Hamilton y Franklin, en los países del sur surgieron los Miranda, los Bolívar, los
Hidalgo, los Artigas, los O'Higgins, los Sucré , los Morazán, y finalmente San
Martín patriota, estadista, inmortal contribuyente a la fundación de tres
repúblicas. Honrar la memoria de San Martín, y aclamar sus logros, por la cual
que hoy estamos reunidos. Fue la fortuna que nuestras trece colonias
norteamericanas fue la primera en alcanzar en el hecho y el reconocimiento de
la independencia. Apreciando profundamente su propia fortuna, el pueblo de los Estados
Unidos fue desde el principio profundamente simpático a todo movimiento por la
libertad e independencia a través de estos continentes.
El presente es un tiempo en que los hombres y las naciones
están dando atención a la voz que clama por la paz. Por todas partes, anhelan
como nunca antes un liderazgo que los guíe hacia los caminos invitadores del
progreso, la prosperidad y la comunión genuina. Una visión más clara les ha
mostrado no solo los horrores, sino la terrible inutilidad de la guerra. En un
momento como éste harán bien en convertir sus pensamientos en toda sinceridad
en estas lecciones de la estadística, la experiencia y la constante aspiración
de las naciones sudamericanas. El continente que de todo el mundo ha sabido
menos de la guerra y más de la paz que cualquier otro durante este período tan
difícil tiene derecho a la soberbia en el servicio que ha prestado a su propio
pueblo y en el ejemplo que ha puesto ante el resto de la humanidad.
Así que la presente ocasión me ha atraído no sólo como
apropiado para el intercambio de las felicitaciones ordinarias, sino como una
sobre la cual estas contribuciones de América Latina en el liderazgo moral e
intelectual podrían darse algo del reconocimiento que han merecido. No es
posible hacer más que sugerir el tema. Pero una alusión tan fragmentaria a un
campo tan atractivo, espero que pueda servir a un propósito útil. Valdría la
pena el esfuerzo de hombres y mujeres que buscan medios para prevenir las
guerras y reducir el armamento para estudiar las experiencias de las repúblicas
americanas. Los encomiendo a la estrecha atención de todos los que quieren que
la paz sea lo más segura posible y la guerra lo más lejos posible fuera de la
tierra.
Entre los líderes cuyo valor y genio trajo la realización
del sueño del Nuevo Mundo de la libertad con la independencia, ninguno fue
movido por un horror más profundo de la guerra que San Martín. Ninguno de sus
colegas daría más aprobación ardiente que él a la labor de estadistas
posteriores que tenían una visión de un continente dedicado a la paz y al
verdadero bienestar de su pueblo. A su sagacidad, más que a la de cualquier
otro hombre, se debe la distribución del continente sudamericano dentro de sus
actuales líneas nacionales, porque poseía la previsión del estadista junto con
las cualidades del brillante soldado y el ansioso patriota.
Como ha ocurrido con demasiada frecuencia a los primeros
benefactores de sus semejantes, a San Martín se le negó durante su vida los
testimonios de gratitud y reverencia que otras épocas y todos los pueblos se
han sentido orgullosos de regar sobre su memoria. Me han dicho que los
monumentos a él se han dedicado en casi todas las capitales de Suramérica. Hoy
el país que le dio a la causa de la libertad está presentando al gobierno de mi
propia nación esta estatua de él. Es un deber bienvenido que me viene a mí, en
nombre del Gobierno y el pueblo de los Estados Unidos, expresar su placer en
aceptarlo. Que se mantenga a lo largo de los siglos como una inspiración para
todos los que aman la libertad. Que sea un recordatorio adicional de la
comunión entre la gran nación que da y lo que se honra recibir. Que sirva para
mantener en las mentes y los corazones de toda la humanidad la realización del
lugar noble y honrado que sostiene ese sistema republicano del Nuevo Mundo, del
que fue uno de los primeros creadores.
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