Al Dr. Yrigoyen lo conocí en 1915 cuando fui a Buenos Aires
por asuntos ajenos a la política, parando en el Hotel España de la Avenida de
Mayo.
Al día siguiente, en horas de la mañana, estaban conmigo un
pariente de Mariano Aguado Benítez y un amigo, Armando Reyes, cuando se me
acercó a mi habitación el portero del Hotel (español), diciéndome así:
“de parte de Yrigoyen
lo invita a concurrir mañana a las 3 de la tarde a su domicilio”
Dándome el nombre de la calle y numero. Le contesté que debe
ser un error, porque no conocía al Dr. Yrigoyen, respondiéndome que no, pues en
el mensaje no solo dió su apellido, sino dijo también que había llegado recién
de Corrientes.
Con esto hubo coincidencia de que la invitación era para mí.
Al día siguiente fui, pero no a la hora indicada por haberme sido imposible,
sino a las 4 de la tarde. Llegué, subí las escaleras, encontrando en un hall
mucha gente, civiles, sacerdotes y militares. Me atendieron dos señores, presentándose
como los doctores Cabrera, (ya de edad) a quienes di mi nombre, y aludiendo a
la invitación, uno de ellos me contestó que la audiencia era a las 3, y que el
Dr. Yrigoyen salió con electores de Santa Fe; pero que hiciera el favor de
volver el día siguiente a las 3, que seria recibido.
Fui a la hora exacta, había como antes mucha gente, pero de inmediato
se me hizo pasar. Era una pieza muy chica; y detrás de un escritorio, donde
solo se exhibía una pequeña banderita argentina, se levantó un hombre alto,
erguido, de pantalón rayado y jaqué gris obscuro, tendiéndome la mano e invitándome
a tomar asiento frente a él, como le hice. Tenia una corbata roja, que
francamente, a mi me impresionó mal, porque siguiendo la tradición de mi padre
a quien no conocí, mis hermanos mayores eran liberales cuya insignia era la
bandera azul. Y yo también por cierto simpatizaba con el Partido Liberal.
El personaje, comenzó hablándome de la juventud, de sus
ideales, de la Patria, en fin de todo lo que ello representa. Lo hacia con una
elocuencia muy original y cautivante que trabajó mi espíritu en forma, y olvidé
por completo la corbata roja y todo lo que me significaba para mi en nuestro
medio, al extremo de que, en cierto momento, me daban ganas de preguntarle
donde se inscribe uno como radical, pero no lo hice, había sido muy pronto y me
daba vergüenza. Y cuando me preguntó si actuaba en política, le respondí que
no; que en Corrientes había dos grupos radicales, uno, que respondía a Dn. Eudoro
Vargas Gómez, y el otro al Coronel Ángel S. Blanco.
Me contestó:
“No hay que
apresurarse, el Partido esta dividido en muchas partes, pero se unirá para las
elecciones presidenciales, aunque luego volverá a dividirse”
Me preguntó si me agradaban las funciones públicas, respondiéndole
que no; que me agradaba mi profesión de abogado como que la había elegido, dedicándole
todo mi tiempo; diciendo:
“Muy bien pensado”
Me preguntó también si lo conocía al Sr. Juan P. Acosta (correntino), respondiéndole, de nombre. Me preguntó igualmente del Dr. Lomónoco a quien no conocía. Lo propio de los jóvenes Amadey.
“Muy bien pensado”
Me preguntó también si lo conocía al Sr. Juan P. Acosta (correntino), respondiéndole, de nombre. Me preguntó igualmente del Dr. Lomónoco a quien no conocía. Lo propio de los jóvenes Amadey.
Llamaba la atención como estaba informado de la política
correntina y de nuestros hombres.
En definitiva, salí prendado de este señor, aunque durante su primera presidencia jamás lo vi. Eso sí, salí radicalizado, al extremo de que volví a mi tierra, y lo primero que hice fue ir al Hotel Paraná donde se hospedaba el Coronel Blanco, quien no me conocía, me presenté y me inscribí al Radicalismo.
Fuente: Memorias inéditas en De La Vega y Corrientes:
"de las revoluciones pro-democráticas al gobierno opositor" - Miguel
Fernando Gonzalez Azcoaga, Ediciones Moglia, 2001.
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