“Aprovechando la
Semana Santa de 1918 -cuenta Angel Gallardo, por entonces presidente del
Consejo Nacional de Educación-, resolví
visitar las escuelas de Neuquén y Río Negro, pues me interesaba mucho conocer
el estado de la enseñanza en los territorios y particularmente en las regiones
limítrofes con Chile". (*) El 10 de abril de aquel año el alto
funcionario de la Nación, que venía acompañado por sus hijos Guillermo y
Beatriz, apenas adolescentes, y por el inspector general de Territorios
Nacionales y el ingeniero Emilio Frey, pernoctó en Mencué "donde -recuerda- hay un
hotel miserable con cuartos pequeñísimos y desmantelados, pero donde se puede
dormir y comer". Al día siguiente, en un automóvil que se descompuso
poco después, y por aquellas desérticas huellas que, sin embargo, no son hoy
mejores, salió la comitiva muy temprano "con
un frío intenso. Y cerca del mediodía visitamos la escuela Nº 28 de Comallo,
cuyos alumnos son todos indiecitos e indiecitas" dice Gallardo. "Invité al maestro a comer con
nosotros en el boliche de Bodriñana. El Sr. Garro, modesto director, tuvo,
pues, el gusto de comer en compañía de sus dos jefes, el presidente del Consejo
y el inspector general de Territorios. En el museo de la escuela encontré un
escudo de coraza de un gliptodonte, lo que demuestra que por allí debe
encontrarse la formación pampeana".
Ya en Bariloche, visitó la única escuela pública; creó una
nueva en la península de San Pedro y proyectó otra, junto al ciprés del perito
Moreno, que llevó el nombre del ilustre explorador y fundador de los Parques
Nacionales. Asistió a un acto en la escuelita particular alemana. Gallardo
escribió:
"El retrato del
Káiser estaba en el aula, acompañando los de San Martín y Belgrano. Los niños
cantaron el Himno Nacional acompañados al violín por el director, que así
demostraba que cumplía con el deber de dar enseñanza nacionalista
argentina".
Ángel Gallardo (1867-1934) es recordado en Bariloche con una
calle y con el nombre del Colegio Nacional secundario más antiguo de la ciudad.
Y lo recordé hace unos días, al encontrarme casualmente con mis antiguos
alumnos, a quienes en ese gran colegio enseñé durante varios años Filosofía, en
el intento de filtrar alguna luz de reflexión en los malos tiempos de opacidad
y penumbra. Gallardo, deben saberlo los chicos que hoy allí se educan, estuvo
varias veces en la Región de los Lagos, atraído por su imponente naturaleza y
quería entrañablemente a las gentes patagónicas. Se lo conoció como
naturalista, biólogo, académico e investigador. Tuvo en su tiempo fama
internacional por su teoría de la interpretación de las leyes que gobiernan la
división cariocinética de las células. Esa teoría está hoy superada y casi
olvidada, tanto como su gestión de presidente del Consejo Nacional de Educación
durante el primer gobierno de Yrigoyen. Fue luego embajador en Italia,
designado por el mismo Yrigoyen, y ministro de Relaciones Exteriores en la
presidencia de Marcelo T. de Alvear. Finalmente fue rector de la Universidad de
Buenos Aires en 1932, elegido por los tres claustros, estudiantes, profesores y
graduados por unanimidad, a pesar de que Gallardo consideraba que la Reforma
Universitaria había sido una "malhadada experiencia".
Su vocación política fue tan profunda como la científica, y
en ambos casos asombrosamente proficua y exitosa. Eso es algo poco frecuente.
Había sido combatiente en la Revolución de 1890, pero no era ni radical ni
yrigoyenista. Yrigoyen, según cuenta el propio Gallardo, le explicó que
precisamente por eso, y por sus condiciones morales e intelectuales
independientes de todo partidismo, debía conducir la enseñanza pública como un
imperativo ético y patriótico. Gallardo fue un excelente funcionario. Durante
su gestión se crearon en tres años más de 1.300 escuelas en todo e país, al que
recorrió en los parajes más alejados. Fue la suya una política educativa
formadora de conciencia nacional, con una importante expansión de la educación
popular e igualitaria.
Católico, defendió el laicismo y la gratuidad. Como
canciller, tramitó el largo conflicto con la Santa Sede, por la cuestión de la
designación del arzobispo de Buenos Aires, en el que se llegó a declarar
persona no grata al nuncio apostólico, por el rechazo del Papado al progresista
monseñor De Andrea, quien había sido nombrado en ese cargo por el presidente
Alvear.
Gallardo tuvo por Yrigoyen gran respeto, con reservas
discretas, durante su primera presidencia. El caudillo radical nunca dejó de
considerarlo con noble afecto y admiración, apoyándolo y defendiéndolo ante sus
correligionarios, que consideraban que Gallardo era un conservador. Sin
embargo, éste fue crítico del último Yrigoyen. Y alguna vez injusto. Siendo
embajador en Italia conoció a Mussolini, recién llegado al gobierno. Gallardo
desconfiaba de aquella seductora personalidad. Sin embargo su sentimiento
respecto del dictador fascista fue ingenua y errónea: en 1927, en una
entrevista personal, Mussolini le dijo, en un gesto de histrionismo tan propio
del Duce, que había cometido algunos errores al principio de su carrera
política. Gallardo comentó al respecto:
"Esta
manifestación de modestia me llenó de asombro, demostrándome que Mussolini está
lejos de creerse infalible, como los gobernantes megalómanos, estilo
Yrigoyen".
Gallardo pertenecía a la clase alta porteña. Era un hombre
de mundo, viajero curioso y fino observador del viejo continente. De sus memorias
se desprende esa distinguida condición social, que no oculta. Buena parte del
texto es la descripción de su agenda de recepciones sociales y diplomáticas.
Relata los encuentros con las familias patricias y los estancieros que
"llevaban la vaca atada a París", a veces con una discreta ironía;
describe banquetes, condecoraciones, hoteles elegantes en los que paraba, actos
académicos en casi todas las universidades del viejo mundo, museos y monumentos
históricos, teatro lírico y actos de protocolo con la aristocracia europea y
las élites académicas en cursos y conferencias, con detalle a menudo
exasperante de horarios, sitios y asistentes. Amigo personal de Alvear, opuesto
a las tendencias izquierdizantes que le adjudicaba a Yrigoyen, adhirió al
antipersonalismo; fue un decidido anticomunista, pero defensor implacable de
las libertades de expresión y del sufragio universal y secreto. Cumplió
fielmente, con empeño y con desinterés personal, las políticas que le marcaron
los gobiernos radicales. Rechazó explícitamente, en una declaración histórica,
la doctrina Monroe que Estados Unidos pretendía utilizar para justificar sus
intervenciones en la política interna de Latinoamérica. Era un hombre de
acendrado nacionalismo, que armonizaba con un cierto aristocratismo cosmopolita
y una vasta cultura humanista.
Esa rigurosa personalidad expresaba los atributos de una clase social, una élite política e intelectual hoy desaparecida o degradada. El amor a la ciencia y las artes, la convicción cívica y el deber sinceramente patriótico, el apego a la ley y la Constitución y el respeto a la voluntad soberana del ciudadano, son rasgos memorables de su pensamiento y de su conducta que merecen rescatarse en la descuidada memoria pluralista que bien le haría a la República.
Esa rigurosa personalidad expresaba los atributos de una clase social, una élite política e intelectual hoy desaparecida o degradada. El amor a la ciencia y las artes, la convicción cívica y el deber sinceramente patriótico, el apego a la ley y la Constitución y el respeto a la voluntad soberana del ciudadano, son rasgos memorables de su pensamiento y de su conducta que merecen rescatarse en la descuidada memoria pluralista que bien le haría a la República.
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