Sr. PRESIDENTE. —
Para una cuestión de privilegio tiene la palabra el señor convencional por Buenos
Aires.
Sr. CARRETTONI. — Señor presidente: traigo este tema a la
Convención Constituyente con profundo dolor. No siento ofensa sino dolor,
estupor e incredulidad. Me cuesta creer que un pastor de almas pueda decir lo
que el diario "Clarín" del domingo 17 de julio registra con el título:
"Quarracino acusó de criminales a
los convencionales que apoyen el aborto".
Con el permiso de la Presidencia voy a leer parte de ese
artículo. Dice así: "La Iglesia quiere
que la nueva Constitución se pronuncie claramente contra el aborto, a través de
una cláusula que defienda la vida 'desde el momento de su concepción'.
Ayer, monseñor Antonio
Quarracino, la máxima jerarquía eclesiástica en el país, dijo que los
convencionales que se opongan serán considerados criminales. La cláusula contra
el aborto ya fue motivo de una orden expresa del presidente Carlos Menem a los
convencionales del Partido Justicialista,y tres obispos se ocuparon de llevar
la preocupación de la Iglesia al jefe radical Raúl Alfonsín."
Voy a pedir la inserción de este artículo periodístico al
final de mis palabras, pero permítanme leer dos párrafos adicionales al que ya
he leído. Quarracino advirtió que "no
quedarían bien ustedes si pasan a la historia como autores de una disposición constitucional
de tipo abortista, vale decir criminal". Continúa diciendo: "Ayer en su embestida a fondo, monseñor
Quarracino dijo que los convencionales que voten el aborto 'pasarán a la
historia como criminales porque el aborto es, fue y será sencilla y
terriblemente un crimen: la matanza de un inocente'."
La lectura termina diciendo que monseñor "Quarracino consideró que 'el
oficialismo responderá a las directivas del gobierno, pero a la oposición le
digo: apoyen todo lo que signifique vida, porque la vida proviene de Dios, y es
sagrada'."
Reitero que me duele traer este tema a consideración. Hablo
exclusivamente a título personal: ni mi partido, ni el presidente de mi partido
y ni siquiera mi familia conocen esta decisión de traer este tema a la
Convención. Estoy solo con mi conciencia, con la que medité durante una semana
este curso de acción con la secreta esperanza de una cristiana rectificación.
Si mi partido o su presidente, a quienes debo esta banca,
consideran que mi accionar es errado, podrán disponer de ella. Pero ahora estoy
hablando como padre que acompañó solidariamente a su única hija de 35 años a la
interrupción de su legítimo y ansiado primer embarazo.
Quizá represento a miles de padres en igual condición, pero
lo que me duele y preocupa son los miles de hijas que están en la misma
situación que la mía, que tal vez no contaron con los medios que ella ha tenido
y por eso ofrendaron su vida en la clandestinidad y la sordidez de este siniestro
submundo del aborto clandestino.
Pese a mis sólidas convicciones en este problema del aborto,
tal cual ha quedado demostrado a partir del juramento que hice en el momento de
asumir como Convencional Nacional Constituyente, iba a votar en silencio el Pacto de San José de Costa Rica. Pero
este exabrupto de monseñor Quarracino —no quiero calificarlo de otra manera
porque debo mantener la serenidad en un momento de dolor— me obliga a entrar en
este tema, que no ayuda.. Sé que lo que estoy haciendo tal vez no ayude pero no
puedo dar vuelta la cara en estos momentos.
He hecho del principio de no ahondar lo que separa una forma
de vida y una conducta, la que he sostenido a través de mi vida política
incipiente, de mi vida empresaria y de mi actividad como funcionario
internacional. Siempre busqué arreglar las diferencias y durante 20 años de mi vida
me he dedicado a arreglar los diferendos entre paraguayos y argentinos para
hacer posible la obra de Yacyretá.
Sé que el tema del aborto divide y que no es este el ámbito
ni el momento para traerlo a colación, pero no puedo negar este profundo
quejido que me sale de lo más hondo de mi alma.
Nuestro frágil tejido social necesita de todo lo que nos
une; necesita del consenso que estamos buscando en estos momentos después de
tantos años de desencuentros. Debemos ahondar en las coincidencias para olvidar
aunque sea transitoriamente las discrepancias y poder avanzar.
Conozco las limitaciones del consenso.
Soy un hombre de empresa. Enrico Mattei decía que la
diferencia entre un hombre de empresa y un político es que el hombre de empresa
está obligado cotidianamente a tomar decisiones lacerantes y los políticos
tratan de evitarlas porque contemplan el conjunto del tejido social. Por lo
tanto, sé que no es fácil la búsqueda del consenso, pero creo que ese es
nuestro deber.
La sobreviviencia en dignidad de nuestra sociedad depende en
gran medidad de la consolidación de la Nación. El eje de nuestro debate no gira
en torno de este problema sino que, a mi juicio, gira en torno de la Nación que
queremos y de la Nación que nos proponemos hacer para librar esta guerra
económica del siglo XXI de la que nos habla Lester Thurow. ¿Qué Nación queremos
hacer? ¿Cómo, cuándo y en qué forma vamos a educar a nuestros hijos para
combatir los mitos de este nuevo capitalismo salvaje, como es el mito del libre
comercio del que nos habla Ravi Batra, magnífico profesor de la Universidad
Metodista de Dallas?
Lamento que como consecuencia de este proceso y de esta
actitud de incomprensión del más alto magistrado de la Iglesia argentina me vea
forzado a traer este tema. Esperaba una rectificación. Ahora estoy defendiendo
mi dignidad, porque no soy un asesino, y por eso traigo mi caso personal a esta
asamblea. Pido disculpas a la Convención y a los miembros que la componen
porque este no es el ámbito en donde se deben debatir los problemas
individuales.
Pero quiero decir que mi hija, a la que siempre traté de
ofrecer modelos de conducta y no instrucción —y a la que nunca impuse mis ideas
políticas ni religiosas—, es católica como su madre y su marido. En el tercer
mes de su primer embarazo, a los 35 años de edad, mi hija se infectó de rubeola
y dos de los tres más grandes infectólogos —uno de ellos de origen nacional y otro
extranjero— dictaminaron que las consecuencias previsibles daban un ciento por
ciento de seguridad sobre la sordera y la mudez, un 60 por ciento de
posibilidad de ceguera, total o parcial, un 40 por ciento de posibilidad de
síndrome de Down. Esto fue dicho por tres eminentes médicos amigos, dos de
ellos católicos militantes, quienes aconsejaron la interrupción del embarazo.
No entro ni entraré en el debate de este tema.
El señor convencional Serra, cuyo discurso seguí con mucha
atención porque sabe sobre este tema mucho más que yo, dijo el jueves pasado
que el problema del aborto no es dogma de fe, y tengo entendido que la iglesia
no juzga los niveles de conciencia.
¿Qué hicimos a nivel de conciencia de padre y de esposo?
Pudimos recurrir al NewYork State University, cuyo presidente, mi amigo, John
Brademas, ex vicepresidente del bloque demócrata de la época de la New
Frontier, la acogió en su seno, la recibió y la llevó al hospital de la
Universidad de Nueva York y allí, con la protección de la ley y de la ciencia,
interrumpió desgarradoramente su embarazo para ella, para su padre y para su
marido.
Sr. PRESIDENTE. —
La Presidencia hace saber al señor convencional que ha concluido el tiempo de
que disponía para plantear la cuestión de privilegio.
Sr. CARRETTONI. —
Ya termino, señor presidente.
Sé que este es un drama personal, pero también lo es de los
países de la periferia, es un drama de los países del tercero o cuarto mundo,
no es un drama del centro.
En consecuencia, voy a suprimir algunos conceptos que
pensaba señalar con derecho, para preguntar entonces ¿cuál es el destino de las
miles de mujeres que no pueden tener acceso a este nivel de tratamiento, a este
nivel de garantía? Los que hemos podido, ¿somos criminales?
Por eso voy a concluir mi exposición obviando algunas cuestiones.
No quiero calificar —ni corresponde que lo haga— la actitud
de monseñor Quarracino.
No busco la polémica ni la notoriedad, sino la reflexión y
la concordia.
Conozco el destino de estas cuestiones de privilegio. No
vengo a discutir ni a analizar quién tiene la razón, sino que vengo a pedir que
no haya más maniqueísmo entre nosotros, que haya un poco más de tolerancia.
Permítame concluir parafraseando a monseñor Quarracino,
quien en el último párrafo dice:
"Señores constituyentes: por el amor de Dios, por amor a la Patria y por amor a ustedes mismos tengan en cuenta estas cosas que sencillamente he explicado con mucha brevedad."
"Señores constituyentes: por el amor de Dios, por amor a la Patria y por amor a ustedes mismos tengan en cuenta estas cosas que sencillamente he explicado con mucha brevedad."
Le digo a monseñor Quarracino que por el amor que le profesa
a su Dios, por amor a la
Patria y a sus feligreses, tenga en cuenta este humilde
pedido, no de un convencional, sino de un padre. Sincérese ante su conciencia,
reconozca sus yerros y simplemente, como lo advierte la Biblia, no vuelva como
el noble perro a reincidir en su equívoco. Por favor, no lo repita. (Aplausos)
Sr. PRESIDENTE. —
Atento que el señor convencional no ha solicitado trato preferente, la cuestión
de privilegio planteada pasará a la Comisión de Peticiones, Poderes y
Reglamento.
Fuente: Cuestión de Privilegio del Convencional por la
Provincia de Buenos Aires Sr. Jorge Carlos Carrettoni, Diarios de Sesiones de
la Convención Constituyente Reformadora de la Constitución Nacional, 25 de
julio de 1994.
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