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domingo, 21 de mayo de 2017

Revista Ahora: "Elpidio González, ex Vicepresidente de la República Argentina, se gana la vida vendiendo anilinas" (1935)

¿Un reportaje a Elpidio González? Es hoy en el país el hombre más inabordable para esta clase de entrevistas. El periodista que llega hasta él, se encuentra con una persona atenta, gentil, pero hermética.

-No hablaré para el público. Me lo he propuesto y lo cumplo, y lo cumpliré.

Ese “no” lo repite a diario a los que lo visitan, enviados por órganos de publicidad, que tienen interés en conocer lo que piensa quien actuó tan en primera fila en las mas altas posiciones de la Republica. El mismo exclama al requerimiento del redactor:

-Irrevocable. Estoy muerto voluntariamente para la acción política. Desde el 6 de septiembre de 1930, me propuse a callar, y por nada he de variar la conducta que tracé entonces.

EL HOMBRE, TAL COMO ERA AHORA

Frente a él, el cronista observa atentamente su físico, sus maneras; percibe sus palabras. La barba entrecana, rebelde, le cubre todo el rostro y presta a su imagen algo así como un reflejo de asceta.

La nariz aligueña sobresale como un índice, mientras los labios finos filtran las silabas con suave sonoridad. El acento de Elpidio González es sereno. No atropella, no se “come” las letras, no apocopa, no esconde lo que siente o concibe.

-No hablaré- repite con firme resolución.

El cronista emplea otra táctica.

Lleva el diálogo a terrenos más confidenciales; promete no insistir en su interés reporticio. Esta en el escritorio en donde el ex Vicepresidente de la Nación gana su sustento en la modestia eximía de un simple corredor de comercio.

Su ojo avizor y avezado descubre el ambiente y las cosas que rodean al que fue gobernante: un cuarto de quinto piso porteño, en el corazón de la ciudad, provisto de una mesa sin adornos, cuatro sillas, dos o tres fotografías sin marco, que recuerdan algunas escenas oficiales en que actuó; nada más. Ni sofás, ni butacas lujosas, ni antesalas atrayentes. Como su propio indumento, la frugalidad impera en la oficina del ex político y secretario de estado.

En la entrada, una chapa de bronce, pequeña, que dice:

“Elpidio González”

LA SILUETA FAMILIAR EN LA CALLES DE BUENOS AIRES

La silueta familiar de González, en las calles de Buenos Aires, es saludada por los transeúntes con cierta simpatía, que emerge precisamente de su humildad. Con su bastón y su paso tranquilo, cruza la urbe que bulle, y suele escuchar la mención de sorpresa que lo indica a la curiosidad popular.

La barba lo ha transformado, quitándole el aspecto fisonómico de sus épocas de poder. Vamos a preguntarle la causa de esa modificación en sus hábitos. Nos detenemos. Es acaso un voto intimido, una señal de renunciamiento a anhelos de lucha que abrazó desde niño.

-Durante su primera detención por el gobierno del General Uriburu, resolvió no afeitarse. En la cárcel se dejó crecer el pelo, hasta ahora. –Esto nos informa un amigo que conoce su vida de sufrimientos y dolores.

-¡He visto tanto, tanto!

Don Elpidio González manifiesta al cronista que se ha levantado después de algunos meses de enfermedad.

-Me asaltó una parálisis que me afectó la vista. Me he salvado por milagro de Dios. Si lo encuentro a usted en la calle, y no lo reconozco, discúlpeme… Solo veo con el ojo izquierdo. El derecho lo he perdido.

Hago un movimiento nacido de la impresión que produce la estoicidad con que señala su terrible dolencia, su falla visual.

Sonríe. En su semblante se refleja una conformidad que asombra.

-¿Usted cree que me desespero?
De ninguna manera… Me basta un ojo para seguir percibiendo…
He visto tanto, tanto con los dos, que ya no me atrae el mundo…

LA AMARGURA

El dejo melancólico de su confesión es una buena coyuntura para adentrarse en ese espíritu, que se acoraza en lo recóndito de su energía moral y que existe en un plano psíquico especialísimo.








Fuente: Facsímil de la nota “Elpidio González, ex Vicepresidente de la República Argentina, se gana la vida vendiendo anilinas” por Manuel María Oliver para la  Revista Ahora de 1935.

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