Hechas estas observaciones, todavía debemos formular otra
que nos anima a creer en la necesidad y conveniencia de este trabajo que hoy
ofrecemos al público; necesidad y conveniencia que, si acertamos a servirlas,
se convertirán en utilidad. Esta última observación tiene un alcance más
restringido y concreto: se circunscribe a la América Hispana y, con mayor
exactitud, a la Argentina; pero, por lo mismo y con arreglo a la vieja ley lógica,
diríamos que dentro de estos límites refuerza aun más la importancia del tema
que tratamos en los capítulos que subsiguen. Con toda sinceridad creemos que no
puede prescindirse del conocimiento del krausismo y, en particular, de sus
doctrinas jurídicas para comprender la actitud y la ideología de un hombre que,
cualquiera que sea el juicio que se formule sobre él, no puede negarse que poseía
fortísima y subyugante personalidad ni que signó con su huella buena parte de
la historia argentina, trazando quizá –por adhesión o por oposición a él sus
destinos perdurables y abriendo rumbos definitivos; bajo cuya influencia, en
fin, muchos años después de su muerte, está o cuya inspiración busca quizá la
mayoría de cuantos hoy se esfuerzan en este gran país por salvar el presente y
asegurar un futuro genuinamente argentino.
Es claro que me estoy refiriendo a Hipólito Yrigoyen. Siendo,
muy joven, en la década del 80 al 90 del siglo pasado, profesor de Filosofía en
la enseñanza secundaria, “toma contacto con el krausismo, que parece hecho a su
medida”. Hay para creer que no conoció las obras originales de Krause ni de sus
discípulos más directos e inmediatos, sino las de los krausistas españoles,
inspiradas en aquellos, así como alguna traducción hecha por estos. De la
impresión, sin embargo, que el krausismo hubo de producirle, así como de una
valoración que indudablemente no contaba con la información suficiente para que
resultara ponderada y ecuánime, da idea el hecho de que considerase a
Tiberghien “el más profundo espíritu que ha producido la humanidad y el mas
grande entre los filósofos”. Sea cualquiera el grado de exageración que este
juicio envuelva, lo innegable es que revela una estimación altísima del
krausismo.
Ahora bien:
“¿Comprende bien el
krausismo Hipólito Yrigoyen?”, se pregunta su biógrafo, y responde:
“Creo que no leyó a Krause sino a Tiberghein y a otros comentadores suyos. Tal vez no ha entendido profundamente la metafísica krausistas, pero sí la parte ética y política, que son accesibles a cualquiera… Yrigoyen no ha podido comprender a fondo el krausismo ni ninguna otra doctrina filosófica. Pero, hombre de extraordinarias intuiciones, ha adivinado su esencia y con ella ha enriquecido su espíritu”. El caso es -que como nos dice el mismo autor- “el krausismo de Yrigoyen se observa en sus escritos, en su vida publica y en su obra de gobernante”.
“Creo que no leyó a Krause sino a Tiberghein y a otros comentadores suyos. Tal vez no ha entendido profundamente la metafísica krausistas, pero sí la parte ética y política, que son accesibles a cualquiera… Yrigoyen no ha podido comprender a fondo el krausismo ni ninguna otra doctrina filosófica. Pero, hombre de extraordinarias intuiciones, ha adivinado su esencia y con ella ha enriquecido su espíritu”. El caso es -que como nos dice el mismo autor- “el krausismo de Yrigoyen se observa en sus escritos, en su vida publica y en su obra de gobernante”.
Por nuestra parte, sin poder preciarnos desdichadamente de
conocer a fondo la personalidad ni el pensamiento ni la obra del famoso
gobernante argentino, solo queremos recordar aquí aquellas nobles palabras que
pronunció en el mensaje que dirigió al presidente Hoover en el acto de
inaugurar las comunicaciones radiotelefónicas entre la Argentina y los Estados
Unidos, en abril de 1930:
“Los hombres deben ser sagrados para las hombres y los pueblos para los pueblos”
“Los hombres deben ser sagrados para las hombres y los pueblos para los pueblos”
En las que no se sabe que admirar más, si la profundidad del
pensamiento, si la belleza de la expresión, si la perfecta adecuación y
conformidad entre ambas, si la fidelidad con que ajustó su conducta de
gobernante a estas su mas intimas convicciones, si el valor con que las sostuvo
en los hechos y con que se las enrostra sin disimulos al jefe de la nación más
poderosa de America o si, finalmente, la perennidad de la concepción intelectual
y del sentido moral que encierran y la permanente lección que por ello
representan para la humanidad en general y en especial para los grandes de la
tierra.
Es sencillamente maravilloso y magnifico ver al presidente
de una sin duda nueva y gloriosa nación , pero que entonces no pesaba ni aun
contaba en la política mundial, intuyendo clarividente los destinos del mundo y
enseñando sin arredrarse ante los grandes y poderosos una doctrina que bien
pudiera servir de principio fundamental, de programa básico para una política
interna liberal y humanística y para unas relaciones internacionales que lo
fueran propiamente, esto es, que no encubrieran designios de supremacía y que
tradujeran a los hechos reales la decantada igualdad y respeto entre los
pueblos.
Y por mas que las tareas del intelecto no tienen
nacionalidad ni reconocen fronteras, constituye motivo de intima satisfacción para
quien se dedica a ellas, que el tema de sus investigaciones despierte parigual
y singular interés juntamente en aquella tierra en que nació, a la que ama
filialmente y a que espera regresar un día, y en esta otra en que le han
acogido con generosa hospitalidad, en la que trabaja y a la que ama y debe
gratitud.
Fuente: “Introducción a Krausismo y Derecho” (Fragmento) del
Dr. Manuel de Rivacoba y Rivacoba ex Ministro Plenipotenciario, Delegado Diplomático
Oficioso del Gobierno de la República Española en el Exilio, Editorial
Castellvi S. A. – Santa Fe, Argentina, 1968.
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