Para nosotros, realmente fue eso: un susto tremendo. De
pronto, todo se hizo posible: regresiones totalitarias, guerra fría, holocausto
nuclear, teoría de la seguridad nacional, libanización latinoamericana.
Mientras tanto, algún “tirifilo” decía pomposamente que el suceso podía
beneficiar a la Argentina en materia de inversiones.
No voy a intentar en esta nota hacer una interpretación de
lo acontecido. Ya demasiadas y variadas habrá leído el lector. Confieso que
ante la complejidad de la situación carezco de la información suficiente como
para ensayar alguna teoría excluyente. Pero si puedo trasmitir ciertas
impresiones directamente vinculadas al tema.
Conocí a Gorbachov durante una visita de Estado a la Unión Soviética,
cuando acababa de realizarse en la capital de Islandia su entrevista con el
presidente Reagan. Me había interrogado acerca de los resultados en Madrid al
momento de partir hacia Moscú y, contra la opinión general, había sostenido que
no podía considerarse un fracaso, que a mi entender se había avanzado
considerablemente y que el solo hecho de que se hubiera realizado constituía un
éxito.
Cuando nos encontramos, me reconfortó comprobar que tenía la
misma impresión, lo que no fue sorpresa porque ya lo había anticipado a su
pueblo por televisión, pero en la conversación me pareció que estaba hasta
entusiasmado.
Había llegado a Moscú posteriormente a mi arribo. Como de
costumbre, la recepción había estado a cargo del presidente del Soviet Supremo,
a la sazón señor Gromyko, uno de los hombres de mas vasta y larga experiencia
del mundo, al que, digámoslo de paso, le dije que tenia la obligación de
escribir sus memorias. Me miró sonriente, entre sorprendido y complacido y me
dijo que algo estaba haciendo. Entre paréntesis, puedo narrarles un episodio
absolutamente trivial, pero realmente sorprendente. Entre las atenciones que se
me brindaban, se contaba, por supuesto, una función de gala en el Bolshoi.
Cuando ingresábamos al palco con Gromyko, luego de un
intervalo, se incorpora un hombre de avanzada edad que me dice en ingles: tengo
una buena noticia para Ud. Hemos encontrado petróleo en su país. Se trataba del
legendario señor Hammer, presidente de una de las compañías de los Estados
Unidos contratistas del Plan Houston. Realmente, era algo con lo que no
contaba.
Gorbachov me recibió en su despacho de secretario general
del Partido Comunista en el Kremlin. Tuvimos una larga entrevista, en la que
hablamos de la paz, en especial, por supuesto, del desarme y de los cambios que
comenzaban a producirse en la economía soviética. Como se sabe, nosotros teníamos
un balance comercial demasiado favorable y fue notable la competencia que se
originó entre los jefes de diversas empresas del Estado para vendernos producción,
desde automotores hasta viviendas. Yo me convencí de que se estaba produciendo
un cambio en serio. Un tema de mi interés era el de la guerrilla de Chile. Debía
planearlo con sumo cuidado, de modo que no entendiera que yo descontaba alguna
responsabilidad de la URSS, lo que no me constaba en absoluto. Comencé
planteando la importancia que la Argentina le asignaba a la democratización de
la región, especialmente la de Chile, país hermano con el que teníamos unos
cinco mil kilómetros de fronteras y el peligro que significaba la aparición de
la guerrilla para su futura democratización y para la consolidación de la
nuestra. También coincidíamos.
Me impresionó como un hombre claro, franco, seguro, sano, y
fuerte moral y psíquicamente, y realmente tiene que haberlo sido para impulsar,
en el marco de una impopularidad creciente, un portentoso cambio que pueda
superar la trascendencia de la Revolución Francesa que, como ella, puede tener consecuencias
imprevisibles y contradicciones complejas y, como ella, ya tiene sus hechos
heroicos.
A Shevardnadze lo conocí en Buenos Aires y recuerdo que le
comente a Dante Caputo: parece un ministro Frances. Me refería a su aspecto físico,
a la delicadeza de sus modales y a la estructura de su pensamiento.
No puedo afirmar si fue en realidad así, pero muchas veces pensé
que en lo interno de la Unión Soviética se le exigía demasiado a Gorbachov.
Incluso llegue a suponer que el alejamiento de Shevardnadze obedecía a una cuestión
táctica. Me preocuparon siempre las reivindicaciones nacionalistas por la influencia
conmocionante que podían tener sobre las fuerzas armadas. Confieso que me irritaron
muchas actitudes de Yeltsin, a las que juzgue hasta demagógicas, pero que hoy
aparece realmente como el héroe de la resistencia. Rechace íntimamente las
imputaciones que se le formulaban en el sentido de que se orientaba hacia
formas mas autoritarias y me imaginaba su enorme lucha, incomprendida e
inadvertida, angustiosa y agobiante, atenazado entre una situación económica
desesperante y el reclamo seguramente cada vez mas duro de los enemigos del
cambio.
También pensé que desde el exterior no se entendía la situación.
Principalmente creí que inexplicablemente Europa no alcanzaba a asumir su
responsabilidad. Diversos medios de distintos países me consultaban sobre los
posibles perjuicios que podía sufrir America latina a raíz de la orientación hacia
el Este de sus inversiones y yo contestaba reiteradamente que Europa estaba
absolutamente obligada a hacerlo, agregando, con cierta amargura que, de todos
modos, era poco lo que iba a perder nuestra región. Lamento el trato, a mi
juicio casi humillante, que se le dio a Gorbachov en la reunión del Grupo de
los Siete e imagine su vuelta a Moscu con las manos vacías. Me fastidio la declaración
del primer ministro de Canadá cuando afirmo algo parecido a que antes de pedir
fondos debía disminuir sus gastos en Defensa. ¡Tan fácil! Ni siquiera se si
tengo razón. Solo relato con sinceridad mis impresiones.
De todos modos, y de esto si estoy seguro, ha quedado demostrado, con la resistencia al golpe, que en el impulso al cambio vale tanto como los problemas de la economía o las razones estratégicas la decisión de cada uno de obtener lo que le falta para ser respetado cabalmente en su dignidad: allí faltaban libertades y derechos individuales y el pueblo salio a defenderlos en medio de la penuria económica. Alguna vez lograremos nosotros lo que nos falta: una sociedad más justa e igualitaria.
Fuente: “Unión Soviética: un susto mayúsculo” por el ex
Presidente de la Nación Argentina Dr. Raúl Alfonsín para la Revista Noticias
del 25 de agosto de 1991.
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