Conciudadanos
radicales:
Sin otro titulo que el de soldado de la Unión Cívica Radical me permito dirigir
a mis correligionarios esta exhortación:
Debemos reconocer, ante todo, lealmente, que la Revolución no
nos ha desalojado del gobierno, pues las puertas de la Casa de Gobierno y de
las principales reparticiones públicas estuvieron cerradas para los radicales, desde
el 12 de octubre de 1928. Ahí sólo entraban Rodríguez Irigoyen, Meabe, Benavidez
y tres o cuatro más, muy prestos para ponerse en fuga en el momento del
peligro.
Reconozcamos, también, que la Revolución, lejos de perjudicarnos,
ha venido a purificar nuestro partido, arrojando del templo a los mercaderes.
Al mismo tiempo ha destruido la autoridad omnímoda de
Yrigoyen y la prepotencia de sus turiferarios que aplastaban a la U. C. R. como
bajo una lápida de plomo.
Es imposible ocultar que los 800.000 ciudadanos triunfadores
en la elección del 2 de marzo de 1928, fuimos defraudados en nuestras legítimas
y patrióticas esperanzas puesto que, en vez de ser gobernados por el Presidente
quedamos a merced de una camarilla voraz y ensoberbecida, sin títulos a nuestra
consideración, sin alma radical.
Ya nos llegará la hora de saldar estas cuentas, exclusivamente
nuestras, con quienes as! profanaron la pureza de nuestro ideario político.
Entretanto, de nada tenemos que avergonzarnos los radicales que, alejados, nos
dispusimos a esperar las soluciones legales y democráticas, sin sospechar en la
proximidad de esta fulminante fumigación revolucionaria.
Y a sí como no se reniega de las instituciones armadas de un
país cuando uno o más de sus miembros se colocan fuera de las normas del
pundonor militar, así como no se culpa a toda la Iglesia, para renegar de ella,
cuando un sacerdote llega a delinquir, así también no se puede responsabilizar
a nuestro partido de las tropelías cometidas por indignos radicales.
Estemos serenos ante la realidad. Repudiemos, ron toda energía,
la escuela del peculado y de la coima; pero no olvidemos que nuestro glorioso
partido, merece sobrevivir siquiera para rehabilitarse.
Acatemos los hechos consumados como los acataron ya el
ejército, la armada, la juventud universitaria, la Corte Suprema y los más altos
tribunales de justicia¡ recojamos las enseñanzas de Yrigoyen de los grandes días,
traicionado, ahora, por los años y por los malos amigos; levantemos en alto la
bandera radical que es la bandera misma de la patria; estrechemos las filas, encogiéndonos
como el león cuando quiere lanzarse a la pelea y afirmemos, imitando al bardo,
que las adversidades caen sobre nuestro viejo radicalismo como las lluvias
sobre el mármol, para blanquearlo.
Aprovechemos la libertad partidaria que nos ha brindado sin
quererlo, la Revolución, y pongamos en movimiento nuestras ideas dirigiéndolas
rumbo derecho, hacia los sagrados ideales nacionalistas de nuestro partido.
En lo social, en lo cultural y, sobre todo, en lo económico,
formamos el partido de la argentinidad auténtica, y estamos en el deber de
centrar la descentrada política del país, sacándola del verbalismo
personalizador, sonoro y leguleyo, para colocarla frente a los problemas de
nuestra redención económica.
Mientras vendamos el trigo a 8 pesos, el maíz a 6, el lino a
14, precios que apenas costean el trabajo de producir; mientras vendamos la
carne al extranjero por solo 25 centavos, teniendo nosotros que pagarla a 1
peso o más; mientras tengamos trabajo solamente para 500.000 obreros con el
miserable salario promedio de 3 pesos, contra una población de 600.000
desocupados y no sepamos atajar los miles de inmigrantes que llegan diariamente
a competir por el abaratamiento de la mano de obra; mientras no hayamos construido
las carreteras troncales, paralelas a las vías férreas, a fin de abaratar los
fletes y fomentar el turismo nacional; mientras no nos afiancemos en la
propiedad inalienable del petróleo y de las energías hidroeléctricas, mientras seamos
incapaces de resolver los problemas culturales que inquietan y conmueven a la
nueva generación universitaria, no valdrá la pena ocuparnos de política y será
mejor que dejemos en paz a nuestro pueblo resignándose a repetir la consternada
protesta de Cicerón :
“Vosotros disputáis, pero yo muero”
Fuente: “Un llamado a los radicales” por Manuel Ortiz
Pereyra ex Fiscal Federal ante la Corte Suprema de Justicia de la Nación en Diario
Critica reproducido en Renovación, Año 1 N° 1 – 15 de octubre de 1930.
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